Crítica
del coaching ontológico Daniel Alvaro [Coordinador] UBU
Ediciones Colección
La Tripulación Argentina,
2021, 198 p. ISBN:
978-987-48129-0-2 Elías Julián
Molteni
Universidad de
Buenos Aires Instituto de
Investigaciones Gino Germani |
Vidas diseñadas. Crítica del
coaching ontológico es un libro colectivo, realizado por miembros del Grupo
de Estudios sobre Problemas Sociales y Filosóficos (GEPSyF), perteneciente al
Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de Buenos Aires y editado por UBU Ediciones. Coordinado por
Daniel Álvaro, director del grupo de investigación. El libro esgrime diferentes
estrategias críticas (la genealogía, la deconstrucción y el psicoanálisis) que,
con sus matices y diferencias, abren las puertas para el análisis serio de un
objeto esquivo y poco tematizado como es el coaching
ontológico.
El primer trabajo, “Santiago. California. Una
genealogía del coaching ontológico” (pp. 23-54), a cargo de Emiliano
Jacky Rosell, rastrea las condiciones de posibilidad de este dispositivo,
estableciendo las tensiones y las soluciones del pasaje de sus “padres
fundadores” de Chile a California y la serie de litigios que fueron
condicionando y dando consistencia a la matriz teórica de este coaching. El segundo capítulo, escrito por
Daniel Álvaro –intitulado “La matriz teórica del coaching ontológico:
interpretaciones, presupuestos, implicaciones” (pp. 55-90)–, se centra en el
conjunto de disciplinas, ideas y conceptos que delinean ese “oxímoron
monstruoso”: las implicancias entre sus disciplinas constitutivas, la filosofía
y la biología, y la apropiación de filosofías tan disímiles como las de Austin,
Nietzsche, Heidegger, Searle y Wittgenstein. En el tercer capítulo, “Volver al
futuro: el coaching ontológico y la promesa del devenir” (pp. 91-130),
Tomás Speziale despliega una crítica profunda a la conceptualización y
apropiación hecha por Rafael Echeverría (acaso el padre fundador más prolífico
y reconocido) de las filosofías de Nietzsche y Heidegger, evidenciando los
límites y desvíos de su interpretación acerca del ser y de la temporalidad, y
la obturación, bajo máscaras positivas, de lo negativo en estos autores. El
análisis hacia la ética y la forma en que interpela al sujeto el coaching ontológico se encuentra en el
cuarto capítulo escrito por Mandela Indiana Muniagurria, “¿Ética y coaching
ontológico?” (pp. 131-162), donde la apuesta por la interpretación del sujeto
en clave psicoanalítica que observa la autora se ejecuta como una posibilidad
de salirse de la lógica de la trampa y de la deuda que este dispositivo produce
en cada uno/una. Otra apuesta, en clave estrictamente política-ética, puede
leerse en el último trabajo escrito por los autores, “Coaching
ontológico y política” (pp. 163-195), donde el coaching y la política se muestran cercanas, enmarañadas una con
otra.
Este simple pantallazo basta para definir al libro
como un esfuerzo necesario para elucubrar argumentos sólidos, reconociendo la
magnitud de una práctica que se encuentra en clara expansión y las formaciones discursivas
que pululan por doquier en nuestras sociedades contemporáneas. Comandado por un
intento de analizar la especificidad de una práctica, disciplina o dispositivo
terapéutico como lo es el coaching
ontológico sin desligar el contexto histórico, político, tecnológico y social
que le da consistencia, este trabajo es un claro ejemplo del esfuerzo por salir
de la crítica negadora de su objeto, aquella que sostiene de antemano los
efectos posibles del coaching. A
través de la crítica al coaching
ontológico los autores se preguntan sobre las condiciones en las que se produce
la subjetividad contemporánea, donde el rechazo al malestar, la apertura o la
apuesta a más y la realización de sí mismo como transformación constante se
aprecian tajante y apasionadamente, constituyendo el imperativo de nuestras
vidas, la regla de su diseño. Al ser un trabajo colectivo, esta reseña tendrá
como objetivo la articulación de los trabajos, evidenciado la especificidad de
cada uno.
La primera definición que encontramos del coaching ontológico, en la introducción
escrita por Álvaro, nos acerca al objeto en tanto “una práctica conversacional
que cuenta con métodos y procedimiento establecidos, y cuyo objetivo principal
consiste en aportar a sus clientes las herramientas necesarias para que estos
se transformen, inventen o reinventen a sí mismo de acuerdo a sus metas de
vida” (p. 16). Las posibilidades de transformar el ser de sí mismo se encuentra
en la concepción del ser según este coaching:
lejos de la posición metafísica, dirá especialmente Echeverría, que considera
al ser como inmutable, permanente y separado del hacer, el coaching ontológico trata al ser desde la perspectiva del devenir,
donde su carácter es esencialmente el cambio, la transformación, susceptible de
ser intervenido a través de prácticas específicas otorgadas, justamente, por
este dispositivo. A través de la filosofía y de la biología (principalmente de
los aportes de Humberto Maturana), en ese orden de prioridad, este coaching postula que “el ser del existente
humano es susceptible de ser instruido, preparado, entrenado, en una palabra, coacheado” (p. 15). Por la
matriz teórica (la ontología del lenguaje) el coaching ontológico, en el mercado de las culturas terapéuticas,
puede tener un plus: no se aplica a un ámbito en particular sino que tiende a
la totalidad de la existencia. A su vez, este discurso, a diferencia de otros
tipos de coaching, no procede de las
variantes de la psicología sino que tiene una profunda raíz filosófica. Lejos
de ser una rama más, el coaching
ontológico es pionero junto con otras empresas como las de Thomas Leonard y
James Flaherty al conformarse su andamiaje teórico en los trabajos de la década
de los ochenta de Fernando Flores (p. 35).
Pero no será hasta la entrada de Julio Olalla y de
Rafael Echeverría que se denomine y defina apropiadamente coaching ontológico y ontología del lenguaje, el encuadre práctico
y teórico del dispositivo, en la década de 1990. Un tercer momento
correspondería a la institucionalización y profesionalización de la disciplina
entrado el nuevo milenio con la emergencia de asociaciones profesionales
nacionales e internacionales, con fuerte presencia en los países de América
Latina (pp. 34-35). Cosa no extraña, si se toma en cuenta que los padres
fundadores son chilenos y fueron exiliados tras el golpe de Estado de 1973 a
California. El exilio trae una suerte de exilio de pensamiento, hacia otros
polos y ámbitos: ya no será el Estado, sino la empresa el motor de la historia
y de la transformación social, los fracasos históricos serán errores de
comunicación y las coordenadas disciplinares virarán desde la cibernética y la
sociología hacia la filosofía (p. 166). De hecho, la trayectoria de Flores,
relatada por Jacky Rosell, sirve para ilustrar el pasaje desde una posición
política que decididamente sostiene la capacidad transformadora del Estado y de
la actividad colectiva, a una posición que ve en la comunicación y las redes
tecnológicas la posibilidad de un mundo más abierto y plural. Dos inflexiones
netas, señala el autor, para entender la ruptura de Flores: exdirector de la
Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), acompañante de las horas
finales de Allende, Flores ve en el golpe militar su interrupción como hombre
de Estado y luego de tres años en la cárcel consigue una estancia en la
universidad de Stanford, California. Es por ello que la emergencia del coaching ontológico no puede explicarse
sin el pasaje Santiago-California, sin la decepción del proyecto chileno al
socialismo que coagula en Flores una posición política significativa a los
nuevos horizontes políticos, central para esta propuesta: “no dedicándose a
hablar de lo que pasó en Chile como parte de su carrera, sino reconstruyendo su
identidad como líder empresario en el campo profesional y en el país que ahora
habita” (p. 27). Si Santiago se derrumbaba, California, por su parte, florecía
en dos grandes líneas: la emergencia de la revolución tecnológica (informática
y comunicacional) y la “germinación” de las denominadas culturas terapéuticas o
nueva cultura psicológica, procesos que ayudarán a forjar la matriz teórica del
coaching ontológico (p. 30).
Con Flores (1982) entra en la escena del management las nociones clave de quiebre
o rompimiento (breakdown) y de diseño
ontológico. El quiebre es el momento en que se pone en cuestión el ser de la
persona, se toma conocimiento de las estructuras prácticas presupuestas y, más
importante, abre la posibilidad de intervenir en ellas y modificarlas, habilita
el campo del diseño ontológico (p. 41). El diseño se concibe como un conjunto
de herramientas y prácticas para lidiar con el quiebre, permitiendo la
observación del hacer, identificando fallas y habilitando su intervención para
modificar patrones de funcionamiento. La capacidad de diseño viene de la visión
del ser de los seres humanos; para este coaching
la existencia se divide en tres dimensiones: el lenguaje, la corporalidad y la
emocionalidad. Pero los seres humanos, asegura Echeverría (1994), son seres
lingüísticos y, como el lenguaje genera ser (mostrando así la filiación con las
filosofías de Searle y Austin), las personas pueden transformar su ser a través
del lenguaje. Es por ello que esta disciplina se jacta de la fuerza de su
teoría para “diseñar nuestras vidas y aliviar el sufrimiento humano”, barriendo
los obstáculos para la realización de sí mismo, “esto es lo que el coaching ontológico promete a sus
consumidores en un mundo globalizado cuyo diagnóstico perentorio es la crisis
de sentido” (p. 60).
Esta crisis de sentido tiene como causa las
transformaciones sociales y tecnológicas dadas a finales del siglo pasado, pero
fundamentalmente la incapacidad actual de que la metafísica ordene nuestro
sentido de ser. Junto con la crítica a la metafísica se esgrime una crítica al
acceso y la verdad del ser: no es la veracidad de su formulación sobre el ser
humano, sino su poder de diseñar las vidas y de transformar eficazmente el
sufrimiento lo que hace al coaching
ontológico distinguirse de otras disciplinas en el mercado de culturas
terapéuticas. “Nuestra interpretación es más poderosa, en la medida que nos
ofrece mayores caminos para la acción”, señala Echeverría (2008: 146 citado en
p. 74). Esto conduce a un punto clave para la crítica de este dispositivo: su
guía es la obtención de resultados, la efectividad de sus prácticas. Se trata
de un “relativismo pragmático” guiado por el poder entendido como la capacidad
de abrir cursos de acción y de transformación de sí mismo, y por la utilidad
material que subyace a cada curso de acción elegido (p. 75). Según describe
Jacky Rosell (p. 45), la separación entre la empresa de Flores y las de
Echeverría y Olalla se debe a la eficacia de sus prácticas, más que a los
métodos: constantemente señalan que Flores utilizaba métodos autoritarios, una
“irreverencia gentil” y que en sus propios talleres vieron los “resabios
autoritarios” de su mentor. Es importante señalar que Flores ve en el mismo
momento de sus descubrimientos teóricos la posibilidad de hacer negocios, y en
el distanciamiento de Olalla y Echeverría se contempla la constitución de una
empresa insignia de este coaching, llamada Newfield Group. Es por ello que Jacky Rosell señala: “La adecuación
del coaching ontológico con la empresa se revela así, desde el punto de vista
genealógico, total: no hay uno sin la otra” (p. 35).
La aspiración de la ontología del lenguaje es estudiar
y organizar la conducta humana, por ello “Su dominio no es otro que el de la
ética” (Echeverría, 2007: 51 citado en p. 80). De nuevo, el rechazo a la
metafísica desplaza el problema de una ética de la verdad por una ética
asociada a las nociones de observador y de sistema, es decir, que las
estrategias son variadas y válidas según el observador que seamos en un momento
y sistema dado. Como se ve, la ontología del lenguaje no desconoce los
condicionantes sociohistóricos, pero recae en el individuo, su performance
o su poder, la emergencia de otros mundos y cursos de acción a través del uso
efectivo del lenguaje, la responsabilidad de acceder a una vida lograda o feliz
(p. 83). El éxito, una de las palabras clave en esta y otras culturas terapéuticas,
se vuelve una promesa operada por el coaching
ontológico a la vez que “un modelo o paradigma que sirve de guía para el
comportamiento lingüístico, corporal y emocional” que se espera de sus
consumidores (p. 84). Por ello, este coaching se puede considerar,
aunque lo nieguen, como un discurso terapéutico, como sostiene Muniagurria, “en
la medida en que se despliega como un espacio para el tratamiento de un
malestar” (p. 132). Esta terapéutica tiene una ética que se desdobla bajo la
anulación de la imposibilidad, el desplazamiento de lo inconmensurable, de lo
radicalmente otro, y en el sostenimiento de un imperativo que, como mínimo, es
incumplible (p. 134). A través del discurso psicoanalítico, la autora indaga y
desafía las bases para el tratamiento del malestar y la promesa de éxito del coaching ontológico, además de poner en
crisis su visión de estar alejado de lo terapéutico.
Aunque el sufrimiento no pueda eliminarse, el coaching ontológico permite la
eliminación de su parte improductiva, con no poder hacer frente a ese
sufrimiento: se coachea una persona
al encontrarse con una limitación. De ahí la posibilidad de transformarse, de
abrirse al futuro de lo que uno o una puede ser; aquí está la “segunda pista
terapéutica: la transformación es algo que se aprende y, por lo tanto, que se
enseña” (p. 148). Pero no es cualquier transformación, sino una con
“profundidad”, un “aprendizaje de tercer orden o transformacional”, aquel que va al núcleo del observador: su alma (p. 149). Es a través de la noción
de observador que el coaching ontológico pretende otorgar herramientas
para “abrirse al futuro” desde el presente. El objetivo del coach es darle al coachee un “espíritu de liviandad” que barra con el peso del pasado por medio de la
aceptación del mismo, por el amor al destino o amor fati entendido como
la aceptación de lo que pasó y reconociendo lo inmutable del pasado (pp. 64 y
103); se trata de que “el coachee debe
ganar liviandad disolviendo la gravedad,
el peso de los lastres del pasado” (p. 103). Al privilegiar el
presente y al entender a la temporalidad como una constante sucesión de
“ahoras”, Echeverría tiene una concepción metafísica del tiempo y se distancia
de los autores que retoma: “al rechazar el eterno retorno entendiéndolo como
recaída en el privilegio del ser sobre el devenir, Echeverría muestra las
cartas de su rechazo in toto a la
manera en que Nietzsche y Heidegger entienden la relación entre existencia y
temporalidad” (p. 105).
Justamente, Speziale demuestra en su trabajo que la
vuelta a la metafísica es por parte de Echeverría y que su concepción del
eterno retorno nietzscheano se funda en una interpretación “ligera”, denunciada
tanto por ese filósofo como por Heidegger: el pensamiento del eterno retorno,
lejos de brindarnos liviandad, constituye el pensamiento del peso más grave (p. 110) porque en el
instante, en tanto inclusión del pasado y del futuro o, para decirlos en
términos heideggerianos, en el haber sido y el porvenir, se encuentra el
resquicio para asumir una tradición y pre-cursar la muerte. Por eso, “para
quedar libre para las posibilidades más propias hay que asumir, desde el
instante, tanto la muerte propia como la repetición de una posibilidad pasada.
Si esta es una condición necesaria para su apertura, entonces Echeverría nos
está proponiendo clausurarlas” (p. 124). En su concepción metafísica de la
temporalidad, el coaching ontológico
oculta la posibilidad de asumir nuestra finitud y, por ende, la capacidad de
precursar la muerte y de singularizarse: “El coaching le cierra la puerta a la decisión más propia, a una
decisión que, en la apropiación repitente de lo posible, asuma la muerte y abra
realmente lo porvenir” (p. 127). Esta es una de las trampas del coaching ontológico: recae en la
metafísica del tiempo y obtura el cambio, aunque insista con ello.
La otra trampa del coaching
se encuentra en el trabajo de Muniagurria; junto con la capacidad de abrir
cursos de acción, Echeverría reconoce una imposibilidad: el lenguaje tiene un
reverso que impide su propagación hacia la autocreación total, pues habría un
externo al lenguaje (y por lo tanto del ser), esto es, la nada. La trampa está
en el ocultamiento de la constitución del lenguaje por parte de lo otro del
mismo, o sea, la nada identificada por el coach.
Además de esta lógica, se encuentra la de la deuda: el alma humana, según el coaching, tiene una misteriosidad no
sólo respecto del afuera sino de la persona consigo misma, los obstáculos a los
que se enfrenta el coachee provienen
de él o ella misma, de ahí que el conocimiento de su alma sea fundamental. “El
alma impone una limitación y, no obstante, el arte de su cultivo e indagación
es ilimitado” y por ello mismo “siempre se está en deuda” porque el poder que
se promete al coachee es tal que el
imperativo sobrepasa cualquier posibilidad (p. 161).
Al insistir en la cantidad infinita de posiciones que
el observador puede adoptar, esa
posibilidad ilimitada de abrir mundos por medio del lenguaje, el coaching ontológico efectúa una operación
de adaptabilidad del sujeto respecto de su mundo. En ese sentido, los autores
señalan en el último capítulo que, “por más prometedora y revolucionaria” que
se postule esta práctica, el coaching
tiene una “propuesta conservadora”, ya que “no transforma la realidad, sino que
la reproduce” (p. 188). Vinculándose con las exigencias de un mundo
globalizado, el coaching ontológico
postula los imperativos de éxito, transformación de sí, flexibilidad y
responsabilidad; en suma, habilita la figura del empresario de sí como aquel
para el cual todo acto de consumo (sean servicios o productos, en los que
ingresaría el coaching) es un acto de
valorización de sí. La razón neoliberal, como razón rectora, extiende la lógica
del mercado a todos los ámbitos de la vida: el sujeto-empresa, interpelado por
este coaching, no escaparía a este
designio. En la ética que construye este dispositivo se aspira a la
configuración de una sociedad repleta de “líderes” que se empoderan e
influencian mutuamente, traccionando el cambio social.
Además de la educación y la empresa, el coaching ontológico tiene otro ámbito
predilecto según Echeverría: la política. Sucintamente, se entiende a la
política en Ontología del lenguaje como
gobierno de sí mismo, en cuanto “poseedores de nuestras almas y, por tanto,
responsables de lo que hacemos y de lo que somos o devenimos”; por otro lado,
entiende la política como un ejercicio de la libertad que, en verdad, es una
extensión de la primera definición anclada en la plena autonomía y capacidad de
acción del individuo. En tercer lugar, la política como arte de lo posible:
inventar lo posible sería una de las claves de los líderes. De ahí que la
política se entienda como liderazgo y como un espacio para los emprendedores
(pp. 174-175). Estas concepciones de la política, y su aceptación como espacios
decisivos para el coaching
ontológico, se basan en la centralidad del poder para esta disciplina: cada
individuo tiene el poder de producir cursos de acción deseables, dependiendo de
las capacidades en el lenguaje y su observación, por lo cual el poder deviene
un fin en sí mismo, un valor absoluto que indica el camino del emprendimiento y
la autosuperación permanente; el poder está fragmentado y hay que aceptarlo,
dirá Echeverría, este es el punto de partida para conceptualizar la política
como constitutiva en este coaching.
Según estas coordenadas, situando al coaching
al interior de la política, los autores elaboran tres ejes para dar cuenta del
ejercicio político de este dispositivo: en primer lugar, el asesoramiento político que se desarrolla
en Argentina y que tiene como actor partidario central –aunque no únicamente –
al PRO (Propuesta Republicana, partido del expresidente Mauricio Macri). El
segundo eje es el de diseños de programas
específicos para aquellos que quieren trabajar con el poder y la política:
se trata de cursos que están dirigidos a quienes tienen roles políticos o que
tienen posiciones específicas en un entramado de poder. Los posicionamientos
del coaching se extienden en el
tercer eje: esta disciplina comunica una
determinada concepción de lo que es la política y de aquello que ella debería
hacer. En este caso, la política debería desarrollar lo posible, no
elucubrar utopías ni programas irrealizables, ni dejarse caer por el pasado:
este es el punto conservador del coaching
y otros tipos de discursos, y por el cual cabe retomar una pregunta de los
autores “¿No estamos ante discursos que, al dejar de lado con tanta firmeza y
seguridad lo que según ellos sería imposible, hacen patente su conformismo con
la realidad?” (p. 184).
Insistir en los puntos de tensión entre la matriz
teórica del coaching ontológico y sus
orientaciones éticas y políticas se presenta como una de las claves para decir algo más que la mera denuncia del
objeto. Este es el punto nodal de libro. Porque a través de sus páginas se
contempla la articulación de una crítica que reconoce el valor de aquello que
critica, clarificando qué es, sus condiciones de posibilidad, su fuerza
interpretativa y las marcas de su imposibilidad. En un mundo comandado por el
imperativo de felicidad, de éxito, de transformación y de flexibilidad,
enmarcar uno de sus dispositivos permite comenzar a desandar algunos de sus
efectos. En definitiva, ante todos esos imperativos y sus figuraciones, la especificación
de un dispositivo permite retornar a la pregunta: ¿qué hacer? Pregunta que,
obviamente, no se cierra en estas páginas, pero invita a elaborar, con base en
lo estudiado, cuestionamientos prácticos, gestos críticos acordes al momento
histórico donde la productividad se hace a la medida de todas las cosas y los
seres. Quizá el valor central del libro es la apertura a cuestionarse aquello
que está sedimentado por la lógica racional, normativa y afectiva del
tecnocapitalismo imperante y que se hace patente, entre otros dispositivos, en
ese oxímoron monstruoso que es el coaching
ontológico.
Referencias
bibliográficas
Álvaro, D.
(Coord.). Vidas diseñadas. Crítica del
coaching ontológico. UBU
Ediciones.
Echeverría, R. (2005) [1994]. Ontología del Lenguaje. J.C. Sáez.
Echeverría, R. (2007). Actos de lenguaje. Vol. I: La escucha. J.C. Sáez.
Echeverría, R. (2008). El observador y su mundo. Vol. I, J.C. Sáez.
Flores, F. (1982). Management
and Communication in the Office of the Future. Universidad
de California.
Elías Julián Molteni
Argentino.
Licenciado en Sociología y candidato a maestro en Comunicación y Cultura,
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Últimas publicaciones:
“Capitalismo emocional:
tensiones y solidaridades entre lo industrial y lo informacional” (2021) y la
reseña al libro de Éric Sadin, “La inteligencia artificial o el desafío del
siglo. Anatomía de un antihumanismo radical” (2021).