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La conferencia
de escritor en Buenos Aires (1880-1914). Representaciones de una práctica
cultural LAURA GIACCIO Universidad Nacional de La Plata [Argentina] Resumen: En Buenos Aires,
las condiciones culturales del fin de siglo XIX condujeron a la emergencia de
una práctica cultural: la conferencia de escritor. De presentaciones en
círculos, ateneos y universidades, la conferencia de escritor fue
transformándose en un espectáculo teatral con un éxito inesperado. La prensa
periódica argentina fue el espacio de divulgación de esta actividad, ya que
eran eventos exhibibles: un teatro, un conferencista reconocido, un público y
un texto. En este artículo se definen y periodizan las conferencias, y
también se analizan los modos en que diarios y revistas argentinas las
representaron e hicieron visibles al público lector entre 1880 y 1914,
momento en que se convirtió en una práctica cultural de moda, que fue
popularizándose, y que pasó de tener gran aceptación a recibir críticas de la
prensa misma. Palabras
clave:
Conferencia; escritor; modernización; teatro;
prensa.
The
writer’s conference in Buenos Aires (1880-1914). Representations of a
cultural practice Abstract: The cultural
conditions of the end of the 19th century in Buenos Aires led to the
appearance of a cultural practice: the writer's conference. From presentations
in circles, athenaeums and the university, the writer's conference was
transformed into a theatrical show with unexpected success. The Argentine
periodical press was the space for the dissemination of this activity, since
they were exhibitable events: a theater, a recognized speaker, an audience
and a text. This article provides a definition and periodization of the
conferences, and also analyzes the ways in which Argentine newspapers and
magazines represented them and made them visible to the reading public
between the years 1880 and 1914, when it became a cultural practice of
fashion, which became popular, and which went from having great acceptance to
receiving criticism from the press itself. Keywords: Conference; Writer; Modernization; Theater; Press. traducción: Laura Giaccio / Universidad Nacional de La Plata
Cómo citar Giaccio, L. (2024). La conferencia de escritor en Buenos Aires (1880-1914). Representaciones de una práctica cultural. Culturales, 12, e781. https://doi.org/10.22234/recu.20241201.e781 Recibido 20 junio 2023 / Aprobado 6 octubre 2023 / Publicado 15 enero 2024 |
Introducción
En Buenos
Aires, las condiciones culturales del fin de siglo XIX condujeron a la
emergencia de una práctica cultural: la conferencia de escritor. De
presentaciones en círculos, ateneos y la universidad, con el cambio de siglo,
fue transformándose en un espectáculo teatral con un éxito inesperado. Durante
el periodo de modernización literaria, la conferencia fue una actividad muy
relevante en la industria cultural de Argentina, con la que el escritor pudo
acercarse a su público, y obtener un rédito económico y visibilidad. Si bien la
figura central era el conferencista, participaban de la actividad, en sus
diferentes etapas, desde la producción hasta la divulgación, empresarios,
trabajadores teatrales, críticos literarios, periodistas, fotógrafos,
ilustradores, entre otros. Para la prensa periódica de la época fueron eventos
exhibibles: un conferencista reconocido, un público y un texto.
Este artículo desarrolla un primer acercamiento
panorámico a la conferencia de escritor a través de su definición, su periodización
y su ubicación en el campo cultural entre 1880 y 1914, y el análisis de los
modos en que diarios y revistas argentinas la representaron e hicieron visible
ante el público lector. El objetivo es hacer un aporte a un capítulo relevante
de la historia de la literatura argentina que ha sido escasamente estudiado, y
que permitirá seguir reflexionando sobre la figura del escritor, las relaciones
entre la literatura y el teatro, y los públicos en el entresiglos
XIX-XX, así como también el lugar de Buenos Aires como capital cultural.
Introducción a la
conferencia
La conferencia
se puede definir como una intervención pública oral, una puesta en escena en la
que el orador pronuncia un discurso –que previamente compuso para la ocasión–
ante un público determinado. No solo es importante el contenido que transmite,
sino también la elocuencia de quien lo pone en práctica, es decir, el orador
debe valerse de la palabra y su voz, y también de gestos, ademanes u otros
recursos expresivos y acciones para captar o convencer al público.[1] Un segundo
aspecto relevante de la conferencia es que se emparenta con otras formas de la
oratoria, especialmente por su carácter didáctico y doctrinal, como el discurso
político, el sermón y la disertación de un maestro o profesor a sus alumnos, de
allí que el orador ocupe el lugar de transmisor de ideas, saberes y contenidos.
Asimismo, la conferencia se relaciona con las lecturas
o readings
de escritores renombrados que leen ante un público sus obras más reconocidas.[2] El famoso
escritor Charles Dickens fue el que mejor aprovechó este género, ya que realizó
lecturas de sus obras favoritas durante doce años, entre 1858 y 1870, no solo
en Inglaterra, sino también en Estados Unidos, país en el que llevó a cabo una
gira de este tipo de presentaciones literarias ante su público lector (Andrews,
2008).
Específicamente, la conferencia de escritor puede
pensarse como un híbrido donde confluyen el mundo literario y el teatral: es
una puesta en escena realizada por un escritor en el escenario del teatro, al
que le preocupa en igual medida tanto el texto que expone, como los diversos
aspectos de su presentación (voz, ademanes, comienzo y final, ritmo), ya que su
éxito se basará en estos dos elementos. En este sentido, y dependiendo del
prestigio del escritor y de la importancia del teatro en el que se presenta,
podemos pensar la conferencia como un acontecimiento cultural en un sentido
amplio.
Con respecto a la historia de la conferencia de
escritor, uno de los conferencistas más importantes de fines del siglo XIX fue
Oscar Wilde. El escritor irlandés realizó en 1882 una gira por Estados Unidos y
Canadá, contratado por el empresario teatral Richard D’Oyly
Carte, en la cual leyó sus reconocidas conferencias “The English Renaissance”, “The decorative Arts” y “The house beautiful”,
las cuales se trataron de “un primer esfuerzo en la definición de su ideario
estético y una oportunidad de entrar en contacto directo con el público”
(Serrano de Haro, 1995, p. 321). Con ellas, Wilde buscó entretener y no iluminar
a los espectadores, y asimismo consolidarse como una marca (Gillespie, 2016).
Además del inédito suceso cultural que fueron sus conferencias, se destacan,
por un lado, el hecho de que fueron planeadas por un empresario, y no por una
institución dedicada a la enseñanza o alguna sociedad de escritores y, por otro
lado, la idea de la conferencia como entretenimiento, hecho en el que se
observa un germen de lo que será la transformación de la conferencia de
escritor en espectáculo a comienzos del siglo XX.
En Francia, la “época de oro” de las giras de
conferencias fue a finales del siglo XIX. El poeta francés Émile Verhaeren las hará célebres con sus visitas a Alemania,
Suiza y Rusia y, Stéphane Mallarmé, con su conferencia sobre Villiers de l’Isle-Adam pronunciada
en París, y también en Bélgica, donde había sido contratado para realizar una
gira por distintas ciudades.[3] Unos años
antes, en 1886, el escritor Georges Rodenbach acordó
con Villiers de l’Isle-Adam
para que ofreciera conferencias en aquel país. En una carta al organizador, el
poeta francés le presentó las condiciones materiales y económicas que requería
para emprender una gira de conférences-lectures de dos textos que estaba escribiendo en
aquel momento (Goffin, 2011). En ella le plantea dos
requisitos de importancia en las conferencias de escritores, como lo son el
escenario y la remuneración. Por un lado, solicitó no hablar en un teatro, sino
en un salón, circunstancia por la cual tendría un público acotado; y, por otro
lado, en lo respectivo a su pago, pidió doscientos cincuenta francos por cada
lectura de una hora y media de duración.
Ante la dificultad de acceso a contratos de
conferencias porque por lo general se han perdido, estos datos de la
negociación de Villiers de l’Isle-Adam
dan cuenta de la conciencia del escritor con respecto a la conferencia como un
bien comercial, que le podía dar una ganancia monetaria, al igual que sus
libros o textos publicados en la prensa periódica.
Hay otro aspecto sobre la conferencia que se debe
destacar: la intervención del polo económico del campo cultural. La
organización de las conferencias, claramente tributaria del mercado francés e
inglés –de hecho, intervenían empresarios–, se presentó para los escritores
como una alternativa a la prensa periódica, y tenía un plus interesante, ya que
se creaba la ficción de un diálogo inmediato del autor con el público. En
cuanto al capital simbólico, solo los más prestigiosos (dentro del subcampo de
la producción restringida, además) podían acceder al privilegio de que se les
organizaran conferencias, y convertirse en protagonistas del evento.
Ya iniciado el siglo XX, uno de los conferenciantes
más importantes de España fue Miguel de Unamuno, cuyos pasos seguiría José
Ortega y Gasset. Ambos se adscribieron a la tendencia de las giras de
conferencias por Europa y América. En Argentina, alrededor de la década de
1880, acompañando el proceso de modernización estatal, también hubo iniciativas
tempranas de organización y dictado de conferencias, que se incrementaron con
la llegada del nuevo siglo hasta su punto álgido en torno al Centenario.
Se debe señalar que sobre la conferencia de escritor
en Argentina se encuentran algunas investigaciones aisladas que analizan el
contenido de presentaciones específicas, pero que no la abordan integralmente
como una práctica cultural (desde su historia, características, conferencistas
relevantes, recepción).[4] Así pues,
a continuación se desarrolla un primer acercamiento panorámico a la conferencia
de escritor, que tuvo su momento más importante durante la modernización
literaria, y que continuó durante varias décadas del siglo XX.
El escritor y las
conferencias en Argentina en la modernización literaria
El periodo de
modernización literaria es considerado por la crítica como el momento en el
cual el escritor empezó a reflexionar sobre su imagen y su lugar en la
sociedad, y también a luchar por la reivindicación de su trabajo. Durante el entresiglos XIX-XX, el escritor fue profesionalizándose, en
el marco de la modernización y el crecimiento urbano, y la formación de un
nuevo amplio lectorado de los sectores popular y medio, que coexistió con el
culto tradicional (Rivera, 1998a). En algunos pocos casos, vivir solo de la
pluma fue posible, y en otros, el escritor debió repartirse entre la escritura
y un segundo empleo que, por lo general, era del ámbito profesional o de la
política y diplomacia, estos últimos los más deseados (Rama, 1983). La
producción literaria se distribuía en dos circuitos: por un lado, había textos
que se destinaban para su publicación en libro, en un periodo de cambios
graduales en el mercado editorial moderno, entre su surgimiento (1880-1899) (Pastormerlo, 2006) y su organización (1900-1919), que se
caracterizó por la diversificación de las prácticas librescas (Merbilhaá, 2006). Por otro lado, la gran mayoría de los
textos se publicaban en diarios y revistas, soportes a través de los cuales el
escritor pudo dar a conocer su nombre y su producción a un lectorado más
amplio, que eran, además, espacios de sociabilidad profesional (Román, 2009).
La incipiente industria cultural en Buenos Aires,
según Rivera (1998b), provocó diversas reacciones en los escritores, desde la
marginación de algunos hasta la adaptación de otros a las nuevas reglas y
exigencias que proponía el mercado de bienes culturales. En este contexto donde
el escritor intentaba colocar y vender su mercancía, surgió la conferencia, una
nueva actividad que se fue configurando como otra oportunidad, paralela a la
escritura, para obtener retribución económica y visibilidad, y que fue
instalándose en el campo cultural argentino. Con respecto a ello, el escritor
Ramón Gómez de la Serna fue uno de los que mejor leyó la cultura de la
conferencia en Argentina durante el entresiglos, en
especial, el lugar central que ocupó la ciudad capital: “De América volvía
algún español valientemente convertido en conferenciador,
y Buenos Aires era la sublimación de la conferencia. Sabido es que la Argentina
es la primera consumidora de conferenciantes del mundo” (Gómez de la Serna,
1970, p. 146).
El desarrollo histórico de la conferencia de escritor
se vincula con las condiciones económicas, materiales y culturales cambiantes
de la época. A fines del siglo XX la conferencia fue una actividad usual en los
círculos, las sociedades y los ateneos, entre otros espacios de sociabilidad, y
tenía un carácter didáctico o doctrinal, dirigida a un público restringido. De
los espacios semiprivados se mudó a los teatros, conforme se iba constituyendo
una sociedad de consumo no solo de bienes para la vida cotidiana, sino también
de bienes culturales. De esta cuestión daba cuenta La Nación cuando era inminente la subida a las tablas de Rubén
Darío en el Teatro Odeón de Buenos Aires en 1912: “Se puede decir que es la
primera vez que el poeta se presenta ante nuestro público, pues sus
conferencias de hace veinte años solo fueron escuchadas por el auditorio
reducido del Ateneo” (La Nación, 30
de agosto de 1912). En efecto, hubo un aumento de la actividad de la
conferencia de escritor, porque a finales del siglo había un público consumidor
que, con el paso de los años fue conformándose como un público masivo (Rogers,
2008) que demandaba este tipo de eventos. Así pues, los escritores locales
empezaron a conferenciar frecuentemente,[5]
mientras además iban llegando al país escritores extranjeros contratados para
brindar este tipo de presentaciones.
El público que asistía a las conferencias lo hacía por
diferentes motivaciones: para escuchar al escritor quien era poseedor de
conocimiento; así la conferencia puede pensarse como un evento para la
educación personal. También para entretenerse, y además, ver al conferencista,
hecho que acerca a la conferencia al espectáculo. Asimismo, debe considerarse a
este tipo de presentaciones –en especial, las de figuras más relevantes y
dictadas en teatros– como una vidriera para la exposición social.[6] De hecho,
en las conferencias de escritores célebres extranjeros, las primeras filas
estaban ocupadas por políticos en función y por la elite,[7]
y, en algunos casos, por colegas escritores e intelectuales.
En el entresiglos, el
público consumía revistas como Caras y
Caretas (1898), PBT (1904), El Hogar (1904), diarios con sus
suplementos ilustrados, como el Suplemento
Semanal de La Nación (1902-1905),
literatura popular y colecciones de libros, diferentes teatralidades de
producción nacional y extranjera (desde el circo criollo, pasando por el teatro
nacional, hasta la ópera y el ballet), mientras se iba desarrollando el cine.
Son manifiestos el avance de la cultura visual y la aparición de tecnologías
nuevas, y sobre ello Eduardo Romano reflexiona:
La audición a través del teléfono o del fonógrafo y la
imagen con las revistas ilustradas, la publicidad y el cine, significaron,
antes de que concluyera el siglo XIX, una notoria alteración de las formas de
percepción y de convivencia para un público ampliado, que no era ya el
restringido de los lectores. o, en todo caso, nacían ahí los lectores
simultáneos de mensajes verbales y no verbales, de palabras e imágenes,
mediante un proceso de mayor complejidad intelectual (Romano, 2012, p. 39).
En este contexto, la conferencia de escritor se fue
consolidando como un bien de consumo cultural. El momento de máximo esplendor
de la conferencia en Argentina fue en torno al Centenario de la Revolución de
Mayo (1910), cuando se estableció como un espectáculo teatral y cristalizó sus
características y funciones. Como se examinará, la prensa periódica fue el
espacio de divulgación de esta práctica cultural, ya que era un evento digno de
exposición, tanto por los elementos que lo conformaban, como por el interés que
causaba en la comunidad.
Algunos de los escritores e intelectuales
conferencistas durante el periodo 1880-1914 fueron: Domingo F. Sarmiento,
Eduardo L. Holmberg, José Ingenieros, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones,
Estanislao S. Zeballos, Manuel Ugarte y Belisario Roldán; y entre los
extranjeros que llegaron en esta época a Argentina se encuentran grandes
nombres como Edmundo de Amicis, Enrico Ferri, Jean
Jaurès, Vicente Blasco Ibáñez, Ramón del Valle-Inclán, Georges Clemenceau,
Anatole France, José Ortega y Gasset, Rubén Darío y Alfonso Reyes, entre otros.
A continuación, se hará un recorrido cronológico por la práctica de la
conferencia de escritor entre 1880 y 1914 con el objetivo de realizar una
periodización, teniendo en cuenta algunos textos de autores de la época, y los
modos en que la prensa periódica de Buenos Aires la representó e hizo visible
en sus páginas para el público argentino.
Desarrollo de la
conferencia en Buenos Aires (1880-1914)
La conferencia de escritor en su periodo inicial
(1880-1900)
Para el estudio
del desarrollo de la práctica de la conferencia de escritor en el periodo
1880-1914, se ha decidido partir de 1882, ya que, debido al fallecimiento de
Charles Darwin, se organizaron en Buenos Aires diversas conferencias en su
honor, que tuvieron como oradores a importantes figuras como Florentino
Ameghino, Eduardo L. Holmberg y Domingo Faustino Sarmiento. Estos dos últimos
protagonizaron el evento que se llevó a cabo el 19 de mayo de ese año en el
Teatro Nacional, organizado por el Círculo Médico Argentino.
Sobre la presentación de Holmberg los diarios
destacaron su elocuencia y la explicación de los temas tratados (Bruno, 2015).
Posteriormente el autor publicó su conferencia en un folleto titulado Carlos Roberto Darwin (Holmberg, 1882).
También la prensa se hizo eco de la exposición de Sarmiento, la cual apareció
representada en el periódico satírico El
Mosquito (Figura 1). En el
frontispicio del periódico observamos a un Sarmiento conferencista, vestido de
frac y con anteojos, quien con una de sus manos sostiene unas hojas de su
discurso, junto a un busto del científico inglés.[8]
Figura 1. “El homenaje a Darwin en el Teatro Nacional”
Nota: El Mosquito, 21 de mayo de 1882.
En la ilustración el cuerpo de Sarmiento está
animalizado: posee las proporciones y la pose de los monos, así como también
sus orejas. Si bien su caricaturización como primate relacionada con la
temática de la conferencia y con sus reiteradas representaciones como animalis homo (Román, 2011), esa desproporción
de su cuerpo funciona para destacar los ademanes y movimientos del
conferencista, en especial de su mano derecha, que dirige la mirada del lector
hacia el busto del homenajeado. Es el torso, los brazos y las manos, las partes
del cuerpo que más podía utilizar el conferencista en su perfomance.
Cabe destacar que seguramente sea esta una de las primeras ilustraciones
publicadas en la prensa argentina que capta la conferencia de escritor, y la
convierte, de esta forma, al ponerla en primera plana, en un evento digno de
representación.
Ese mismo año, el escritor Antonio Argerich también
brindó una conferencia, pero de tema literario. Tal como figura en el folleto Naturalismo (Argerich, 1882), en una
velada literaria a beneficio del poeta Gervasio Méndez que se llevó a cabo en
el Teatro Politeama de Buenos Aires, disertó sobre ese tema. Diversos textos
sobre el evento, que se enfocaban tanto en la puesta en escena como también en
el contenido expuesto, fueron publicados en El
Álbum del Hogar entre 1882 y 1883 (Romagnoli, 2023). Interesa ver aquí cómo
la conferencia se fue constituyendo como un espacio para el debate literario, y
que también formó parte de las acaloradas discusiones y polémicas en torno al
Naturalismo que se produjeron en el país (Laera,
2004; Esposito et al., 2011).
Mientras los escritores e intelectuales argentinos ya
habían comenzado a conferenciar, en 1884 llegó a Buenos Aires el que tal vez
sea el primer conferenciante extranjero de renombre: Edmundo de Amicis. Invitado por Lucio V. López, el escritor italiano
realizó una serie de exposiciones en las ciudades de Buenos Aires y Rosario. En
la capital argentina fueron pronunciadas en el Teatro Colón y el Teatro
Politeama y versaron sobre diversos temas y personalidades como la vida y las
ideas, Vittorio Emanuelle y Giuseppe Garibaldi (Sardi, 2011).
En la década de 1890 la conferencia de escritor ya
formaba parte de la vida literaria de la época. El Ateneo fue uno de los
espacios más importantes en donde se llevaron a cabo este tipo de eventos, el
cual contaba con un salón especial para su realización. Rafael Obligado fue uno
de los impulsores de las conferencias de escritor en la institución durante su
presidencia desde 1896. Dentro de su primer proyecto, tal como publicó La Nación, aparecen los nombres de Rubén
Darío, Eduardo L. Holmberg, Leopoldo Díaz, Juan José García Velloso, Luis
Berisso, Miguel Escalada como futuros oradores. La disertación del poeta
nicaragüense el 19 de septiembre de 1896 inauguró la programación de
conferencias y versó sobre el escritor portugués Eugenio Do Castro.
Fue un éxito de público que no solo se debió a que la
figura de Rubén Darío iba cobrando relevancia, sino también a “la dimensión
pública que en ese momento había alcanzado la literatura” (Bibbó,
2016). Sobre Darío, Beatriz Colombi afirma que “la conferencia constituye un
momento definitorio de su consagración (su ‘justa gloria’) en esta capital
[Buenos Aires]” (Colombi, 2004, p. 66), y ello permite pensar cómo este tipo de
presentaciones influía en el posicionamiento de los escritores en el ambiente
literario de aquel momento.
Auge y popularización de la conferencia de escritor
(1900-1914)
Es interesante,
para comenzar este apartado, detenerse en uno de los recuerdos de juventud de
Manuel Gálvez en el que realiza un breve resumen del desarrollo de las
conferencias durante este periodo:
En aquellos años de 1903 al 1905 no existía la moda
furiosa, que sobrevino mucho más tarde, por escuchar a los conferencistas
extranjeros. Los primeros que hablaron en Buenos Aires, en 1908 y 1909, lograron
mucha asistencia de público: de público burgués y nada intelectual, Blasco
Ibáñez; y de público de profesionales, artistas y escritores, Valle-Inclán. En
cuanto a los argentinos, sólo conseguían oyentes si hablaban de política. Aún
faltaba algún tiempo para que las conferencias o lecturas exclusivamente
literarias de Lugones y de “Almafuerte”, que fueron en 1913, llenaran los
teatros en los que fueron pronunciadas (Gálvez, 2002, p. 179).
En la cronología de las conferencias en Argentina,
dada la relevancia de los conferencistas y los temas, se puede considerar a la
presentación de Estanislao S. Zeballos, que versó sobre el periodismo argentino
en 1901, como la que inicia el siglo XX.[9]
Debido a sus aptitudes, el ilustrador José María Cao lo caricaturizó como
conferencista en 1900 en la reconocida serie “Caricaturas contemporáneas” de Caras y Caretas (Figura 2), acompañado por un breve texto.[10]
Figura 2. “Dr. Estanislao S. Zeballos, por Cao”
Nota: Caras y
Caretas, 10 de
noviembre de 1900.
Teniendo en cuenta que “estas representaciones
corporizan muchos de los tópicos asociados entonces con la práctica artística”
(Baldasarre, 2016, p. 83), se observa en esa caricatura a un Zeballos sonriente
intentando vincularse a través de la mirada con el público que lo está viendo y
escuchando, acompañado de un globo terráqueo que da cuenta del tema sobre el
que estaba disertando.
Otra conferencia relevante por esta misma época es la
que ofreció Leopoldo Lugones sobre Émile Zola en 1902 en el Teatro Victoria,
tras la muerte del escritor francés, hecho que tuvo repercusiones mundiales. Caras y Caretas publicó una nota a
página completa del evento (Figura 3), al que se refirió como “acontecimiento
literario”, que incluye, gracias a los avances técnicos, una fotografía de
Lugones en el escenario del teatro pronunciando su discurso. Esta sería una de
las primeras fotografías de Lugones en ese rol, de allí su relevancia, teniendo
en cuenta que fue, muy probablemente, el escritor conferencista más importante
de Argentina.
Con respecto a la performance, el magazine
la calificó de “notable actuación”, y señaló que “Lugones ostentó todos los
recursos de la verba flamígera arrebatando al auditorio con sus figuras
atrevidas, sus hondos pensamientos, y su arte viril de orador nada melifluo y
amigo de las verdades amplias y rotundas” (Caras
y Caretas, 1° de noviembre de 1902). En relación con lo expuesto, se
observa en las revistas ilustradas, desde El
Mosquito con Sarmiento (1882) hasta Caras
y Caretas con Zeballos (1900) y Lugones (1902), un interés por captar el
acto performativo del conferencista, ya sea a través de la ilustración o de la
fotografía, que persistirá y se intensificará en la primera década del siglo
XX, como a continuación se irá viendo.
Figura 3. “Homenaje a Zola. La velada en el Teatro Victoria”
Nota: Caras y
Caretas, 1° de noviembre de 1902.
Tal como dijeron Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, la conferencia fue la “forma típica del acto
cultural en el Buenos Aires novecentista” (Altamirano y Sarlo,
1997, p. 217). Ya advertía esta cuestión Enrique Gómez Carrillo en 1909 en su
reconocida crónica “La vida parisiense” que aparecía periódicamente en La Nación. Con el subtítulo “La moda de
las conferencias”, desde París, observaba este fenómeno cultural en todo el
ámbito occidental:
Conferencias, conferencias en todas partes
conferencias, a todas horas conferencias… En los teatros como en las
universidades y en las redacciones como en las casas particulares, el caballero
que se sienta ante un vaso de agua y dice “mesdames, messieurs”, es indispensable… antes de que los cómicos
comiencen a representar una tragedia clásica, habla un catedrático: antes de
que aparezca el tenor, habla un crítico. Antes de que la gomosa recién llegada
de provincia enseñe sus hombros desnudos, habla un joven poeta. La escala
comprende toda clase de personalidades. Muy arriba vemos hasta príncipes,
ministros y académicos. Abajo, muy abajo, vemos adolescentes, aficionados a las
letras, modestos repórteres o actrices desconocidas
(Gómez, 1909).
Con motivo de la visita de Anatole France a Argentina
como conferencista en 1909, Gómez Carrillo analizaba en su texto la invasión de
la conferencia en el teatro y en diversos espacios.[11]
Para el escritor guatemalteco, los grandes conferencistas de la época eran
Georges Lemaître, Émile Faguet,
Paul Bourget y Anatole France, dejando de lado a las
mujeres de las que opinaba que no eran virtuosas para esta actividad cultural[12] y, fiel a su postura
afrancesada, no hacía referencia a ningún conferencista ni latinoamericano ni
español. En esa crónica además daba cuenta de cómo esta moda requería de una
tropa de conferencistas para colmar las peticiones en un orden casi global: “En
el enloquecimiento general que lleva al mundo entero hacia la cátedra libre,
hay de todo un poco. Los profesionales no bastarían ni para el uso de París, y
hay diez ciudades de Francia, cien ciudades del mundo, que piden conferencistas
parisienses” (Gómez, 1909).
La demanda inusitada de conferencistas también sucedía
en Argentina: especialmente durante la primera década del siglo XX tuvo un
crecimiento exponencial, que se extendió a la siguiente, y provocó una
diversificación de temáticas y de individuos que las dictaban. Los diarios y
revistas de aquel momento siguieron siendo el espacio de divulgación, pero
intensificaron su atención sobre esta práctica cultural, que fue acaparando sus
páginas: desde avisos y crónicas, pasando por ilustraciones –más serias, más
jocosas–, fotografías y chistes gráficos, hasta opiniones, ensayos y
conferencias transcriptas. Eran eventos exhibibles: un conferencista
reconocido, un teatro, un público y un texto, atraían lectores que estaban
atentos a las novedades culturales, pero también interesados por conocer a
figuras renombradas, lo cual se explica por la incipiente cultura de la
celebridad. Y tal como Gómez Carrillo y Gómez de la Serna percibieron, a
principios de siglo se desarrolló una moda de las conferencias que en
Hispanoamérica tuvo como epicentro a Buenos Aires.
Un ejemplo de lo anterior es la publicación que la
revista ilustrada PBT sacó en 1904
(Figura 4) titulada “Oradores”, bajo la firma de Tartarín,
que presentaba una tipología de oradores que mostraba la variedad de personajes
que se subían al estrado: el político-economista, el eclesiástico, el abogado,
el literato, el anarquista y el hablador. Específicamente hay dos figuras que
dan cuenta del estado de cuestión de la conferencia en la incipiente industria
cultural en Buenos Aires. Por un lado, el escritor menor, sobre el que el texto
decía: “Número cuatro: Juan Peza,/ literato, polemista/ y vate decandetista/ de los pies a la cabeza./ Es una barbaridad/
cuanto su magín concibe/ y pasará a lo que escribe/ a la posterioridad” (PBT, 23
de octubre de 1904); y por otro lado, el charlatán, el hablador: “Número seis: Longofiume, / Demóstenes en canuto,/ que rinde al saber
tributo/ y que de esteta presume./ Vende elocuencia barata/ y en las calles y
plazuelas,/ saca manchas, saca muelas,/ saca lustre y saca plata” (PBT, 23 de octubre de 1904). El texto
criticaba a estas figuras oportunistas que se sumaban a la moda de las
conferencias y también juzgaba la calidad del contenido de sus presentaciones.
Con la misma temática e intención PBT
ese mismo año hizo dos publicaciones bastante semejantes (Figuras 5 y 6) que
señalaban la falta de conocimiento de los conferencistas.
Figura 4. “Oradores”
Nota: PBT,
23 de octubre de 1904.
Figura 5. “Discurso”
Nota: PBT,
1° de octubre de 1904.
Figura 6. “¡Que no lo oiga nadie!
Nota: (PBT,
26 de noviembre de 1904).
La moda de conferencias conllevó a que un sinfín de
personalidades se dedicaran a realizar este tipo de exposiciones, la mayoría
hombres de letras, como escritores, intelectuales, y profesionales (médicos,
abogados, entre otros). Uno de los más prolíficos del 900 fue Belisario Roldán,
apodado “piquito de oro” por sus capacidades oratorias en diversos contextos:
Belisario Roldán es, ante todo el tribuno. Se lo
recuerda hablando frente al monumento a los caídos en la Revolución del 90,
junto a oradores elocuentísimos y populares como Bartolomé Mitre, Aristóbulo
del Valle y Leandro Alem, cuando, casi un adolescente, dejó pasmado el
auditorio. Se lo recuerda hablando en la inauguración de la estatua de San
Martín en Boulogne-Sur-Mer o en el Ateneo de Madrid, cuando el Centenario,
entre Castelar, Salmerón y Cánovas. Su oratoria participa de la modalidad castelariana pero es única, original. La emplea con la
misma asombrosa soltura en la Cámara de Diputados que en teatros, actos
públicos y políticos, donde el anuncio de su palabra convoca auditorios
entusiastas. (Pagés, 1959, p. 84)
En el primer número de PBT apareció en la serie “De Mi Guignol”, una caricatura de
Belisario Roldán, firmada por Francisco Navarrete (Figura 7), que hacía
referencia a sus dotes como orador, mostrándolo como un gramófono: el “roldanófono”, un instrumento que reproduce sonido. El texto
que acompañaba decía: “Fama de saber le dan,/ y en cuanto a orador, de fijo/
que pocos le ganarán/ a Belisario Roldán (hijo)” (PBT, 24 de septiembre de 1904). Este tipo de representación del
conferencista como máquina volverá a surgir años después.
Figura 7. “Pebetes parlamentarios” (PBT, 24 de septiembre de 1904).
Nota: PBT, 24 de septiembre de 1904.
Frecuentemente se encargaba el dictado de conferencias
a escritores, situación que le sucedió a Florencio Sánchez, y que por ello
sufrió “el mal de conferencia”, tal como él lo denominó. En una exposición
sobre tema teatral que dio antes de la representación de su obra Barranca abajo en el Teatro Florida de
Buenos Aires en julio de 1907, manifestó su arrepentimiento:
Rara vez distraigo mis actividades mentales del objeto
a que están definitivamente encaminadas. Pero tengo el defecto de ser demasiado
accesible al compromiso con los demás y conmigo mismo y de ahí que, cuando
menos lo piense, me sorprenda empachado por el cumplimiento de una tarea
incompatible con mis actos y superior a mis recursos, verbigracia […] Tal es mi
caso, el caso en que me hallo. La idea de una conferencia como un tributo
debido por mi gratitud a la gentileza de este pueblo; esa idea convertida en
promesa por la benevolencia de ustedes y el plazo fatal que se aproxima
llenándome de confusión y atribulamiento por la
incapacidad en que me toma cumplirla.
Sí, señor, me arrepiento de haber prometido dar una
conferencia (Sánchez, 2011, p. 47).
Después de esta declaración, Florencio Sánchez
realizaba una diferenciación entre las dos profesiones, las de escritor y
conferencista: “Yo soy un autor dramático y no un conferencista. Es decir, eso
no. Una persona que escribe obras para el teatro, y gracias” (Sánchez, 2011, p.
48). Más adelante, profundizaba en su incomodidad por tener que dictar la
conferencia que, paradójicamente, estaba pronunciando en ese momento:
Así como para hacer guiso de liebre lo más
indispensable es la liebre, para dar una conferencia, aun suponiendo que
tuviera toda clase de salsas y condimentos oratorios y literarios (lo que,
entre paréntesis, son bastante escasitos), me hace falta lo indispensable:
tema, argumento, ideas. ¿Qué hacer?
Confesaré que he estado a punto de enfermarme. No es
la primera vez que sufro del mal de conferencia. No hace mucho, sin ir más
lejos, en el teatro Urquiza de Montevideo, me tuvo a maltraer por imposibilidad
de cumplimiento otra conferencia prometida. Pero el caso es que no supe de qué
enfermarme y ni la misma tos convulsa se dignó tomarme en cuenta, sin duda
porque tiene mucho trabajo en la ciudad para ocuparse de un forastero (Sánchez,
2011, p. 48).
A pesar de que Florencio Sánchez manifestaba que le
faltaba un tema, un argumento o ideas para la exposición, el asunto de su
presentación gira en torno al fenómeno de las conferencias de aquel momento, la
contratación de escritores como oradores, la dificultad de subirse a un
escenario, y a ese mal que sufrían quienes se dedicaban a ellas. Es decir, que
hace de la conferencia un tema para su conferencia.[13]
Termina su brevísima exposición con una negación y una promesa:
¿Qué hacer, pues?... Vale más que no dé mi
conferencia. Se quedarán ustedes sin ella, pues.
Pero, les prometo en castigo de esta inconveniencia,
de esta informalidad mía, que no volveré a pronunciar el sí a fior di lavio, de que tantas
veces se han arrepentido las mujeres… y los hombres. (Sánchez, 2011, p. 49)
Esa promesa no sería cumplida, ya que Florencio
Sánchez por lo menos dio una conferencia más en El Ateneo de Montevideo en
1908, que tenía como tema el teatro nacional. Este caso es clave para entender
las situaciones a las que algunos escritores debieron enfrentarse durante la
modernización literaria, como se dijo en el apartado anterior: los retos, las
incomodidades, en fin, la adaptación (o no) a una incipiente industria cultural
con reglas y organización definidas. A pesar de que muchos escritores sufrieran
ese “mal de conferencia”, esta práctica cultural formó parte de las otras
actividades que podía realizar un escritor en el entresiglos
XIX-XX en Argentina, que generalmente brindaba una retribución económica más
grande que la escritura, y un extra: el reconocimiento social por la
exposición.
Figura 8. “El calor de la discusión”
Nota: Caras y
Caretas, 6 de agosto de 1910.[14]
En torno al Centenario de la Revolución de Mayo (1910)
y en el contexto del incipiente campo literario (Altamirano y Sarlo, 1997), se produce el momento de esplendor de las
conferencias en Buenos Aires, su “edad de oro”, que se da por dos hechos
especiales: por un lado, por la amplia cantidad de conferencistas extranjeros
de renombre que llegaron al país, y por el otro, por las conferencias de
Lugones sobre el Martín Fierro en
1913.
Entre 1909 y 1912 los teatros de Buenos Aires llevaron
a sus escenarios las conferencias de los escritores Anatole France (1909),
Vicente Blasco Ibáñez (1909), Ramón del Valle-Inclán (1910), Eduardo Zamacois
(1910) y Rubén Darío (1912). Los primeros dos de la lista viajaron al país con
un contrato en mano como conferenciantes, en cambio, a los otros tres se les
ofreció una contratación cuando ya estaban en la ciudad. Asimismo, también
llegaron algunos intelectuales que dictaron conferencias como Rafael Altamira
(1909), Georges Clemenceau (1910), Enrico Ferri (1910), Adolfo Posada (1910),
Jean Jaurés (1911). La prensa siguió los pasos de los
viajeros durante su estadía en Buenos Aires y de diversos modos dio cuenta de
la recepción de sus puestas en escena, por ejemplo, la tapa que publicó Caras y
Caretas en 1910 que hace referencia al fenómeno de la conferencia (Figura 8).
Uno de los casos de escritores extranjeros
conferencistas fue el de Rubén Darío que visitó por última vez el país en 1912
para promocionar su revista Mundial
Magazine. Durante su estadía, y porque su economía personal era débil,
aceptó dictar una conferencia que se tituló “Mitre y las letras”, a cambio de
una remuneración (Giaccio, 2016). La prensa ilustrada
enviaría a sus fotógrafos a retratarlo: en el “Archivo Caras y Caretas” que se encuentra en el Archivo General de la
Nación se conserva una fotografía de Darío sentado, con su discurso en mano, en
plena performance o posando como si la estuviera haciendo. El diario La Nación publicó un aviso sobre su
presentación que decía: “nuestro público ansía conocerlo en esta nueva faz de
su talento” (30 de agosto)[15], y dos
días después, la exposición completa con una muy breve reseña de su recepción.
Al evento, de la misma forma en la que fue calificada la conferencia de Lugones
en 1902, se lo describió como un “acontecimiento literario”, y se afirmó que
Darío tenía “talento de orador” (La
Nación, 1° de septiembre). Estos son los únicos registros que han quedado
de aquella conferencia dariana.
Cada una de las presentaciones de los viajeros
provenientes de Europa en torno al Centenario de la Revolución de Mayo tiene
características particulares en lo que respecta a la institución que promovió
el evento, el lugar de realización, la temática de la exposición, el público,
los intelectuales y escritores argentinos que intervinieron en la organización
y desarrollo de la conferencia, y su recepción en la prensa periódica, entre
otras cuestiones, pero, no obstante ello, se puede afirmar que el éxito de la
mayoría de las conferencias de estos escritores se debió a que traían al país
las novedades europeas del ámbito de las letras y las artes, y a que existía un
interés por las visitas de escritores extranjeros, hecho que los convertía en
figuras públicas consumibles.
Figura 9. Eduardo Zamacois leyendo su conferencia sobre el
teatro moderno en el Teatro Nacional de Buenos Aires en 1910.
Nota: Caras y
Caretas, 24 de septiembre de 1910.
En 1913 se produjo el hito de las conferencias
nacionales durante la modernización literaria, cuando Leopoldo Lugones
pronunció una serie de conferencias en el Teatro Odeón, contratado por el
empresario teatral Faustino Da Rosa que se llevarían a cabo del 8 al 24 de
mayo. Su tema de exposición fue el Martín
Fierro de José Hernández, del cual había realizado una serie de trabajos
que tenía pensado editar en París, pero que, al final, se publicarían en Buenos
Aires bajo el título de El Payador en
1916 (Conil, 1985). Lugones, experimentado en materia de conferencias, con su
intervención no solo canoniza al poema de Hernández, sino que también se
instituye a sí mismo como el conferencista que es poseedor del conocimiento y
que es capaz de educar sobre la nación y el arte (Dalmaroni,
2006).
En 1914, después del suceso de Lugones y del habitual
dictado de conferencias de escritores nacionales y extranjeros, se creó una
institución dedicada a la organización de estas presentaciones: el Instituto
Popular de Conferencias, que formó parte del proyecto cultural del diario La Prensa. Su primer director fue
Estanislao S. Zeballos, histórico orador antes mencionado. En el “Acta de
Fundación”, Ezequiel P. Paz, director del diario, manifestaba su deseo de
[…] fundar un centro de difusión y cultura, que, al par que atestigüe la potencia intelectual de nuestra raza,
contribuya a fomentar la educación espiritual del pueblo en forma amena y
sintética de conferencias selectas, dando de este modo a los espíritus ávidos
de emociones desinteresadas, tras los desasosiegos de la lucha diaria, solaz y
esparcimiento en lo más noble y puro, las ciencias y las artes (Instituto
Popular Conferencias, 1914, p. 4).
El propósito de Paz era brindar una educación popular
con las conferencias –que se llevarían a cabo en el palacio del diario ubicado
en la Avenida de Mayo 575 –que luego serían publicadas en las páginas de La Prensa. En el acta también definía
quiénes podrían ser conferencistas:
[…] mantendrá a gran altura el nivel de las
conferencias, por la selección justa y severa de sus autores, selección que al
mismo tiempo que ataje la avalancha de
conferencistas improvisados y mediocres, no olvidará de alentar a la
juventud estudiosa […] como tampoco de brindar cátedra a los visitantes ilustres que las demás
naciones nos envíen, siempre que vengan
desvinculados de toda empresa comercial (Instituto Popular de Conferencias,
1914, p. 5) (Cursivas mías).
Se observa aquí cómo esta institución realizaría una
selección minuciosa de los conferencistas que se pararían frente al público, en
un contexto en el cual, como se ha dicho anteriormente, se multiplicaron y
diversificaron los conferencistas, muchos de ellos, como dice Paz, improvisados
y mediocres. Asimismo, dejaba en claro cuáles eran las condiciones para
contratar viajeros ilustres: que no estuvieran asociados con alguna empresa
comercial, situación usual de los conferencistas extranjeros de principios de
siglo XX que llegaban a Buenos Aires con un contrato entre sus manos. Este
requisito demuestra no solo el peso que había cobrado esta práctica cultural,
sino también la intención de dotarla de un sentido más autónomo,
distinguiéndola del mero interés cercano al mercado de bienes simbólicos.
En la sección “Fines del Instituto Popular de
Conferencias” se estipulaba la reglamentación. Interesa detenerse en el punto
V: “El Instituto resolverá […] sobre el futuro carácter de las conferencias,
para darles, si fuese oportuno, el de una verdadera extensión universitaria,
con una revista, órgano propio, para la compilación de las obras de notas
producidas en su tribuna” (Instituto Popular de Conferencias, 1914, p. 8). Se
trata aquí de un objeto cultural derivado de las conferencias: la publicación
para divulgar las presentaciones que se llevaban a cabo en la institución. De
esta forma, con las publicaciones y su transcripción en el diario, las
disertaciones podían trascender al público restringido que accedía a los
eventos en el palacio de La Prensa, y
llegar al amplio lectorado.
Además, hay otro punto interesante, el VII, que se
centra en los viajeros ilustres que frecuentemente ponían en escena
conferencias durante sus estadías en Buenos Aires. A ellos se les daría un
trato especial: “El Instituto honrará, también, a los viajeros eminentes que
visiten el país, celebrando actos públicos en su honor, con cuyo motivo les
será ofrecida su tribuna para que den conferencias” (Anales del Instituto Popular de Conferencias, 1914, p. 8).
La moda de las conferencias fue una de las actividades
que acarreó una floreciente vida cultural en la Buenos Aires de principios de
siglo, pero como todas las modas recibió críticas. En efecto, con la saturación
de las conferencias, ellas dejaban de ser un consumo cultural distintivo para
las élites que asistían, y una vía legítima, exclusiva para los escritores y
letrados, de consagrarse. Una voz que dio cuenta de esta circunstancia fue la
del periodista inmigrante Francisco de la Escalera en su ensayo “El hombre
cotorra” de 1914, publicado en Caras y
Caretas:
Los oradores, peroradores,
disertadores, arengadores y demás derivados del cotorrismo,
priman. Fiebre castelarina caldea Buenos Aires. Una
tromba seudodemosteniana se ha levantado sobre la
Argentina, de algunos años a esta parte. La verborrea presenta caracteres
epidémicos.
Cuántos hombres, mujeres y niños de algún prestigio
llegan de Europa, lanzan a los benévolos vientos de la publicidad su serie de
discursos, ya sea sobre las excelencias de la electricidad o sobre la guerra de
Troya o sobre el huevo de Colón o sobre las causas de la decadencia del betún.
Sobre lo que fuere; sobre cualquier cosa. El caso es alquilar un teatro, una
barraca o un cine y lanzarse a ensartar palabras más o menos interesante (de la
Escalera, 1914).
Con una mirada sarcástica, de la Escalera (1914) se
centra en dos asuntos del universo de la conferencia de aquel entonces: la moda
y el mercado. En efecto, notaba que la elocuencia del orador era más importante
que la calidad del discurso, porque solo con los gestos y la voz se podía
cautivar al público, en detrimento de la formación intelectual. Posteriormente,
profundizaba su crítica con respecto al consumo de conferencias, en especial,
la posición prestigiosa que se le concedía a cualquier conferenciante que
llegaba del extranjero. Es decir, que observó el carácter performativo de la
conferencia, y también advirtió la función distintiva que esta revestía, en
tiempos de complejización social:
Una distinguida cocinera que llegue de París y que dé
una conferencia sobre los veintinueve diversos modos de freír espárragos,
adquiere popularidad entre nosotros inmediatamente y conquista el prestigioso
remoquete de “intelectual” y la fama de eminente esparraguera. Y ya queda en
dignas condiciones de poder codearse con literatos, autores, ateneístas y
poetas, porque ella es, o ya solo una personalidad, sino una entidad. Y el caso
de la esparraguera puede extenderse a la modista, al malabar, al negociante, al
sacamuelas, al tendero… A todos porque ¡cualquiera le pone vallas al vasto mar
de la fama!
Figura 10. Ilustraciones que acompañaban el texto “El hombre
cotorra”.
Nota: Ilustrador Redondo. Caras y Caretas, 13 de junio de 1914.
El amplio público, ávido de conferencias, aspiraba a
acceder a una actividad cultural que, en sus primeros años, se caracterizaba
por ser restringida. Esto provocó la emergencia de un mercado de conferencias,
no solo en Buenos Aires, sino también en las provincias del país, circunstancia
por la cual los empresarios teatrales organizaron giras de conferencistas para
atender la demanda. Sobre este tema, de la Escalera opinaba:
Y ya el cotorrismo en la Argentina ha pasado a ser un honorable modus
vivendi.
Cuando el orador en Buenos Aires ya no se cotiza,
porque aquí las eminencias que desfilan se gastan pronto, tiene el recurso de
hacer una ‘turné’ por el interior ¡Y la campaña es tan grande!... Desde
Chivilcoy a Tierra del Fuego, hay campo para pronunciar un millar de discursos
(de la Escalera, 1914).
Otro aspecto que distingue dentro de ese universo de
la conferencia es la figura del intelectual conferencista, no ya el improvisado
del que hablaba anteriormente, sino el que se presenta ante el público para dar
cátedra, y que obtiene beneficios económicos: “Yo conozco media docena de
doctores y una doctora o cuasi doctora que se ganan lindamente la vida dando
conferencias. Son ya profesionales del cotorrismo”
(de la Escalera, 1914).
En este breve y conciso ensayo, de la Escalera utilizó
una imagen interesante: la del conferencista como “hombre cotorra”. Relacionada
con esta idea, pero aún más sugestiva, es la propuesta de Nicolás Granada,
quien también escribió un ensayo sobre las conferencias en el que caracterizó
al conferencista como un grafófono, una máquina que
tiene la capacidad de reproducir indefinidamente, imagen que se asemeja a la de
Belisario Roldán como gramófono.
En “Conferencistas y grafófonos”,
aparecido medio mes después que el precitado texto de Francisco de la Escalera,
Nicolás Granada daba cuenta de la aparición de la “era de las conferencias”. A
partir de ello señalaba a la conferencia de ese entonces como espectáculo,
dentro de la oferta de entretenimientos de la incipiente industria cultural:
La conferencia es un nuevo espectáculo monológico, que viene a hacer competencia a las llamadas
‘diversiones públicas’ musicales, dramáticas, cinematográficas y hasta
pantomímicas, entre las cuales podemos incluir a las proclamas callejeras o
parlamentarias, a las pláticas religiosas, y hasta las mismas oraciones
fúnebres o de obituario (Granada, 1914).
Después de describir los tipos de conferencistas,
ponía en cuestión si los oradores debían ser talentosos, eruditos y elocuentes.[16] De hecho,
respondía que no, y argumentaba en relación con ello que “un hombre
mediocremente inteligente, dotado de sentido común, de buen gusto y sobre todo
de poderosa memoria, puede serlo con éxito seguro y verdadero” (Granada, 1914).
Posteriormente hacía referencia a la actuación que realiza el conferenciante en
el escenario, como una forma de captar al público, sin importar la calidad del
discurso, idea que compartía con de la Escalera:
Se me olvidaba decir que la calidad principal del
conferencista consiste en una gran audacia y perfecto aplomo. Esto que
constituye el cemento armado de la pose,
es imprescindible en todo conferencista que quiera triunfar sobre el ánimo del
público.
Mirada tranquila, gesto de reconcentración mnemónica,
seguido de un esbozo de sonrisa apacible y segura; leve compostura de pecho, un
ligero ademán con la diestra, acariciándose fugazmente la barba, y luego del
‘Señores’ reglamentario, una graciosa acción estirando esa misma mano con la
palma vuelta hacia arriba y los dedos ligeramente enarcados hacia ella, es de
un efecto irresistiblemente eficaz.
En seguida, con voz suave, ligeramente emocionada,
dicción clara, frase lenta, breve, concisa y sugerente, empezar el discurso,
como evocando el pensamiento, acelerar luego, poco a poco el movimiento;
acentuar, momento por momento, la palabra, subir gradualmente el diapasón,
preparando el período de efecto, y cuando éste llega, lanzarlo, claro,
expresivo, vibrante, en un rasgo de bien estudiada inspiración, hasta hundir el
concepto triunfante en la hojarasca florida y rumorosa del aplauso; he ahí la
primera lección, la lección madre, sobre la que se agrupan las demás observaciones
y circunstancias que deben formar el espíritu artístico del conferencista
(Granada, 1914).
A partir de esta aguda observación de Nicolás Granada,
quien se dedicaba a la dramaturgia y conocía los gajes del oficio y la
preparación actoral, compara al conferencista con una máquina. Afirmaba que una
vez dominado el estudio de la elocuencia quedaba formar el repertorio de lo que
se iría a exponer. Si para Granada el conferencista es un grafófono,
el repertorio será “discos que deberán pasar bajo la púa de este mecanismo
humano” (Granada, 1914). Con los discos –la memoria humana– ya listos, el
conferencista podrá realizar las repetidas presentaciones, no solo en Buenos
Aires, sino también en otras ciudades del país, como se mencionó anteriormente.
Con esto practicado,
[…] ya está pronto el aparato humano del conferencista
para lanzarse por esos mundos con la tranquilidad en el alma y las manos en los
bolsillos, que bien pronto se le llenarán de sonantes esterlinas, gracias a las
grafofónicas audiciones que irá dando con los mismos
discos, en todos los puntos del universo en que haya un empresario y una sala
de espectáculos a su disposición. (Granada, 1914)
Después de resaltar el tema de las ganancias
económicas que las presentaciones dejaban al empresario teatral y al
conferencista, Granada continúa comparando a este último con una máquina, e
imagina un futuro en que, con los avances tecnológicos, este personaje podrá
evolucionar:
Llegará el día en que el conferencista será un ser
perfectamente desmontable, susceptible de reemplazos laríngeos, substitución de
meollos, adaptación de nuevos órganos de sonoridad y de resuello, que esta
última calidad es la que condice con el resorte espiral de acero que da impulso
y duración a la cuerda (Granada, 1914).
Estas reflexiones de Nicolás Granada en relación con
la tecnología, hablan de la novedad de las conferencias como un fenómeno del
entretenimiento y, en especial, de la función en la mediatización de la vida
cultural de la Buenos Aires modernizada.
Si la prensa se encargó de criticar y parodiar la moda
de las conferencias, también contó en sus páginas con una publicidad para el
cabello que tenía como protagonista a una conferencista (Figura 11). Aparecida
en Caras y Caretas, da cuenta de la relevancia cultural y
la popularidad que tenía la figura del conferencista a principios de la década
de 1910, y en este caso además sobresale porque es una mujer; asimismo, da
cuenta del fenómeno de esta práctica cultural: “Estamos en pleno furor de las
conferencias”, decía el texto publicitario (Caras
y Caretas, 18 de octubre de 1913).
Figura 11. “La conferencista”
Nota: Caras y Caretas, 18 de octubre de 1913.
Retomando la cuestión de las críticas, también algunos
intelectuales se pronunciaron en contra de esta costumbre que hizo proliferar
tantos profesionales de la conferencia en torno al Centenario. Fue el caso de
Ricardo Rojas en una carta a Miguel de Unamuno que estaba planeando viajar al
país en 1916, visita que quedó trunca, ya que el español nunca pisó tierras
argentinas. En ella le decía:
Recuerdo que en el Centenario de 1910, yo le aconsejé
que no viniera, porque el público estaba fatigado de recibir visitas, y eso de
las conferencias, muy desacreditado especialmente por obra de algunos
compatriotas suyos.
Estas buenas gentes de aquí, a fuerza de creer
geniales a todos los primeros que llegaban, habían concluido por sospechar
farsantes a todos los que llegaron retardados. Todo eso se ha olvidado ya,
felizmente. Nuestro pueblo infantil, se impresiona y olvida con facilidad.
(Buenos Aires, 25 de febrero de 1916 en Fondo Miguel
de Unamuno, Repositorio Documental Gredos, Universidad de Salamanca).
Se entiende que, en este caso, Ricardo Rojas no se
refiere a los escritores españoles que llegaron a Buenos Aires entre 1909 y
1910, Vicente Blasco Ibáñez y Ramón del Valle-Inclán, ya que él estuvo en las
dos comitivas de recepción de los viajeros, sino que alude a una especie de
astuto devenido en profesional conferencista, que podía hablar de cualquier
tema, el “hombre cotorra” que había representado de la Escalera en su ensayo en
Caras y Caretas. Cabe subrayar la
mención y caracterización que hace Rojas del público: inocente pero inteligente
para dudar de la oleada de conferencistas que llegaban al país.
También el escritor Rafael Barret juzgó la actitud de
algunos escritores europeos con respecto a las actividades que realizaron
durante sus visitas, en especial, las conferencias como meras posibilidades de
obtener ganancias monetarias o éxito personal: “Vea usted a Blasco Ibáñez y a
Anatole France, dando palmaditas al potro porteño, herrado de oro; véales hacer
muecas almibaradas para que las señoras vayan a las conferencias, o siquiera
paguen las localidades…” (Barret, 2009, p. 68).
Este fenómeno de las conferencias se produjo
ampliamente en el ámbito hispanohablante, y por un periodo relativamente
extenso. Si bien en Argentina su expansión fue durante las primeras dos décadas
del siglo XX y, como se analizó, fue decreciendo después de 1914, eso no quiere
decir que la actividad desapareciera, sino que, en menor medida, continuó
teniendo una popularidad y estabilidad considerables.
Conclusiones
Este artículo
desarrolla un primer acercamiento panorámico a la conferencia de escritor, que,
cabe aclarar, es el resultado de una investigación más extensa en curso, en la
que se analizan las figuras de conferencistas destacados, las puestas en escena
relevantes, los temas de las exposiciones, las instituciones, los teatros y los
empresarios que apostaron a esta práctica. Asimismo, se propone constituir un
aporte a los estudios sobre el escritor, las relaciones entre la literatura, el
teatro y la prensa, y los públicos en el entresiglos
XIX-XX argentino.
A fines del siglo XIX la conferencia de escritor
emergió en Argentina como una nueva práctica cultural. En su desarrollo durante
la modernización literaria, se advierten dos momentos con algunas características
específicas. El periodo comprendido aproximadamente entre 1880-1900 puede
pensarse como inicial, en el cual las conferencias se realizaban en espacios
semiprivados y en instituciones culturales, dirigidas a un público restringido
(culto y especializado, y también de elite). A medida que se amplían los
públicos y crece el consumo de bienes culturales, se produce un segundo
momento, entre 1900-1914, en el que la conferencia se populariza.
Es en esta
época que crece, se diversifican los temas, y aparecen variadas figuras de
conferencistas, algunas de las cuales se terminan de instalar en la Buenos
Aires de principios del siglo XX, como la del escritor conferencista. Ante este
fenómeno el escritor tiene dos reacciones: se adapta o se resiste. Con la
conferencia el escritor obtenía: en primer lugar, un rédito económico; en
segundo lugar, la visibilización de su figura; y, en
tercer lugar, un acercamiento a su público lector. Ahora bien, esta actividad
era novedosa y, en cierto punto, lo alejaba de su práctica central, la de
escribir. Cuando estaba en el estrado, el escritor se transformaba en
conferencista.
En la producción de las puestas en escena de las
conferencias no solo participaba la estrella, el escritor, sino también otros
agentes como empresarios, trabajadores teatrales, periodistas, fotógrafos,
ilustradores, críticos literarios y teatrales, entre otros. En especial, la
prensa periódica de Buenos Aires fue divulgadora de noticias sobre las
conferencias, realizó representaciones, desde las serias a las jocosas, y fue
partícipe del advenimiento y consolidación del fenómeno de las conferencias de
escritor.
En los diversos espacios, pero especialmente en los
escenarios teatrales, se presentaban tanto escritores locales, como también
extranjeros que llegaban del país atraídos por el mercado que se había generado
en torno a la actividad. De esta forma, en el entresiglos
XIX-XX, Buenos Aires se fue convirtiendo en la capital mundial de las
conferencias.
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Laura Giaccio
Argentina. Profesora
en Letras por la Universidad Nacional de La Plata y diplomada en Estudios
Avanzados en Edición. Líneas de investigación: literatura argentina,
modernismo, sociología literaria e historia cultural argentinas. Última publicación: La
‘magazinización’ de La Nación a comienzos del siglo XX (2020).
[1] La elocuencia se enseñaba en la escuela
europea del siglo XIX. El arte de hablar formaba parte de la cultura del honnête homme. Más adelante se hablará
de este tema, en el caso específico de Argentina.
[2] La diferencia entre las conferencias y
las lecturas se observa en la producción de los textos pronunciados en estos
eventos: mientras que el de las conferencias se pensaba y escribía
especialmente para una determinada exposición, el texto de las lecturas había
aparecido con anterioridad en libro o en prensa periódica. Además de ello, como
sucedió con frecuencia y dependiendo de su éxito, después del evento, las
conferencias se publicaban en folletos para que pudieran ser leídas.
[3] En su libro de una
reducidísima tirada de tan solo cincuenta ejemplares, Villier de L’Isle-Adam, publicado en 1890 en París, Mallarmé
detallaba su gira de conferencias: una velada en París ante un auditorio
privado en el salón de Madame Eugene Manet, y seis en Bélgica (dos en Bruselas,
y una en Anvers, Gante, Lieja, Brujas).
[4] Además de los
trabajos que se irán mencionando en el artículo, se pueden nombrar las
siguientes investigaciones: relaciones entre la oratoria y la literatura
(Ansolabehere, 2012); Juana Manso y sus conferencias públicas en escuelas y
bibliotecas (Zucotti, 1994; Pionetti, 2023); conferencias científicas (de Asúa,
2018); conferencias en la construcción de mitos nacionales durante el
Centenario (Sorensen, 1998), Borges conferencista (Degiovanni & Toscano,
2010; Blanco, 2019, 2021; Lizalde y Fitzgerald, 2022).
[5] La emergencia de este
contexto de proliferación de conferencias se relaciona en ciertos puntos con la
formación que tuvieron durante el último tercio del siglo XIX los jóvenes de0
las clases acomodadas en la escuela a través de las antologías de prosa que se
caracterizaban por presentar trozos selectos de textos que tenían como lecturas
obligatorias los estudiantes secundarios, especialmente de los Colegios
Nacionales, en tres géneros específicos para el ejercicio del liderazgo
político y cultural como la oratoria, la didáctica y la historia. Es decir, se
enseñaba a los varones el “arte de hablar” para las funciones en la esfera
pública (Degiovanni, 2007). De esta forma, el terreno había sido preparado para
que surgieran notables oradores, y algunos de ellos dedicarían parte de su
tiempo a pronunciar conferencias.
[6] En la prensa de
Buenos Aires se publicaban largas listas de las familias que asistían y, en
especial, de las mujeres que habían sido espectadoras de las conferencias. Eran
simples notas sociales con listados de apellidos. Además, la prensa periódica
no solo advertía quiénes habían concurrido, sino que también describía sus
vestimentas.
[7] Esto podría leerse
simbólicamente como una escenificación del proceso civilizador en curso, en el
que activamente se implicaban las clases dirigentes. En la tercera conferencia
de Vicente Blasco Ibáñez en Buenos Aires, el presidente José Figueroa Alcorta
estuvo presente, y el conferenciante lo hizo notar: “El Sr. Blasco Ibáñez dio
comienzo a su conferencia ayer –la tercera, sobre ‘los grandes conquistadores’–
dirigiéndose al Presidente de la República, que ocupaba el palco bajo avant-scéne de la derecha del orador, y
a quien acompañaban, entre otras personas, el Ministro del Interior, el
Presidente del Senado, Sr. Villanueva, y el diputado nacional Sr. Llobet. Dijo
el conferenciante que agradecía al presidente su asistencia, y lo saluda como a
símbolo viviente de la nacionalidad, de cuya soberanía es la bandera símbolo
abstracto, y le deseaba todo género de grandezas y prosperidades en su
gobierno, seguro de que el honor y la gloria y de su honor para la tierra
argentina misma. Lo saludaba también, él, periodista, como a antiguo
periodista, y reivindicando, entre las monarquías de la espada, y del derecho
divino, ese orgullo de la democracia y de la república: la exaltación al primer
puesto, al poder supremo, de un hombre que ha hecho su carrera política y ha
acreditado su capacidad por la palabra y por la pluma. Augura el orador al jefe
de estado un bello final de gobierno, sellado con esa exposición que marcará el
grado actual, en su expansión verdaderamente asombrosa del progreso industrial
argentino. Terminado el exordio, que el Dr. Figueroa agradeció desde su palco
con repetidos saludos al Sr. Blasco Ibáñez, éste dio principio a la conferencia
anunciada” (La Nación, 9 de junio de
1909).
[8] El texto que
acompaña la imagen dice: “El homenaje a Darwin en el Teatro Nacional. ¿A quién
se podría haber elegido mejor para demostrar con qué razón ha dicho el ilustre
naturalista que el hombre desciende del mono? (El Mosquito, 21 de mayo de 1882).
[9] Se llevó a cabo en
el marco del Congreso Periodístico. En La
Nación (2 de junio de 1901) apareció la conferencia completa transcripta.
[10] Ese texto versaba:
“Que el talento y la elocuencia/ son armas con que domina,/ lo probó hasta la
evidencia/ en su última conferencia/ sobre Chile y la Argentina” (Caras y Caretas, 10 de noviembre de
1900).
[11] La moda de las conferencias en el contexto francés, no solo fue descripta por Gómez Carrillo, sino que también fue retratada justamente en estos mismos años por Georges Rouault, quien dedicó dos de sus pinturas a la representación del tipo del conferencista francés. Las obras se titulan “Le conférencier” (ca. 1908-1910) y se encuentra en exposición en el Centre Pompidou de París, y “L’homme au pince-nez (Le conférencier)”, fechada en 1913.
[12] Esto se relaciona
con el elogio que recibió Lugones por su conferencia sobre Zolá, en el que se
decía que su arte de orador era viril. También se puede vincular con la
formación de los hombres en oratoria.
[13] Quizá en este caso
también aparezca el recurso retórico de la falsa modestia como un modo de
legitimarse, y cuyo efecto sería enfatizar al público como legítimo consagrador,
es decir que este último sería el que evaluara su performance.
[14] El texto que
acompaña la imagen dice: “-¡Se van a matar!... ¿Por qué se pelea esa gente?/
-Están discutiendo quién habla mejor: Clemenceau, Ferri o Posada./ -¿Y ese que
está ahí desmayado?/ -Ese es uno que oyó la conferencia de Piñero”.
[15] Claramente se
advierte aquí que en aquel momento se realizaba una diferenciación entre
actividades: la del escritor y la del conferencista.
[16] Se entiende que hace
referencia a la acepción de elocuencia como la facultad de hablar o escribir de
modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir, ya que posteriormente en el
texto, Granada alude a la actuación del conferenciante, es decir a la elocuencia
como los gestos, ademanes y voz del orador.