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Las casas viejas
están más vivas que las nuevas: vivienda y memoria material en León, México CARLOS RÍOS-LLAMAS Universidad Autónoma de Baja California diego vázquez vallejo Independiente Resumen: La
memoria material se expresa en la vivienda como una secuencia entre
arquitectura y sociedad donde el espacio se sustenta en símbolos. El objetivo
de este artículo es recuperar la relación que existe entre el orden de los
edificios y los materiales que los mantienen en la memoria oral de sus
habitantes. La metodología se basa en el análisis de materialidad de un
barrio histórico, las microhistorias registradas in situ y la verificación en el archivo fotográfico. Los
hallazgos expresan la construcción amalgamada de la vivienda con las
ideologías sociales, a partir de los eventos que se fijaron en la memoria
colectiva de los habitantes. Además de despejar la noción del patrimonio
institucionalizado, que se enfoca en catálogos y listas de edificios por sus
valores canónicos, la memoria material de la vivienda pone el acento en los
valores sociales heredados que se plasman en lo ordinario de la vida
doméstica. Palabras
clave:
Memoria colectiva; patrimonio; centro histórico.
Old
houses are more alive than newly constructed ones: Housing and material
memory in León, Guanajuato, Mexico Abstract: The
representation of material memory in housing is a sequence between architecture
and society, in which spaces are supported by symbols. This article analyzes
the relationship between materials and buildings based on the oral memories
of its occupants. A qualitative methodology was developed to analyze the
materiality of a historic neighborhood, recorded microhistories on-site, and
photographic records. In the findings, social ideologies are amalgamated with
housing construction based on the memories of the occupants’ collective
memory. Further, the material memory of housing goes beyond the idea of
institutionalized heritage expressed in catalogs and lists to emphasize
inherited social values reflected in everyday aspects of domestic life. Keywords: Collective memory; Heritage, Historic center. traducción: Carlos Ríos-Llamas / Universidad Autónoma de Baja California
Cómo citar Ríos-Llamas, C. y Vázquez, D. (2024). Las casas viejas están más vivas que las nuevas: vivienda y memoria material en León, México. Culturales, 12, e784. https://doi.org/10.22234/recu.20241201.e784 Recibido 28 junio 2023 / Aprobado 6 marzo 2024 / Publicado 30 mayo 2024 |
Introducción
Todos han partido de la
casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de
ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la
casa, sino que continúan por la casa [...] Los
pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la
casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón. Las negaciones y las
afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo que continúa en la casa, es el sujeto del acto.
César Vallejo
El
valor material de la arquitectura se expresa en el territorio como una
vinculación entre los edificios y la trama social, anclados en “lugares de
memoria” (Nora, 2008), cuyo potencial político condensa al mismo tiempo las
manifestaciones culturales y las identidades localizadas en una relación
directa con edificios y lugares concretos. Frente a las tendencias mercantiles
del urbanismo, asociadas con el desarrollo económico, también destacan las
manifestaciones culturales que expresan su necesidad por los aspectos de
carácter intangible y simbólico, como la memoria de los lugares y el sentido de
preservación del patrimonio edificado.
En León, ciudad que ha tenido un rápido
crecimiento, la industria inmobiliaria aprovechó el despojo de suelo rural y la
mercantilización de la vivienda en un proceso acelerado de urbanización en
zonas periféricas, que les dio la espalda a los polígonos centrales y los
barrios históricos. De acuerdo con información censal, la población de la
ciudad de León pasó de 867 920 habitantes en 1990 a 1 721 215 en 2020, con una
tasa de crecimiento anual superior al 2% a lo largo de tres décadas. En cuanto
al área urbana, esta pasó de 13 349 hectáreas (ha) en 1990 a 23 083 en
2020, pero en el presente más del 30% de estas son terrenos baldíos urbanos,
con una extensión de 5 484 ha, de las cuales 1 365 son de baldíos
intraurbanos ubicados en el contorno central, mientras que cerca de 4 000 ha
de baldíos están en el segundo contorno urbano (Presidencia Municipal de León,
2021).
La concentración de las políticas
inmobiliarias y el desarrollo de la ciudad hacia la periferia tiene como
consecuencia el descuido y abandono de los polígonos históricos, con excepción
de las 24 manzanas centrales, cuya vocación comercial les ha garantizado la
conservación de los edificios; en este sentido, el objetivo de este artículo es
profundizar sobre la construcción de la memoria colectiva en relación con la
noción de barrio antiguo, vivienda histórica y los materiales del espacio
construido en los que se fundamenta la trama social que da sentido a la
conservación patrimonial. Integrado al postulado de que preservar la vivienda
interviene no solo en su reconocimiento como parte de los catálogos
patrimoniales de instituciones como el Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH), sino a la capacidad de agencia de los habitantes originarios
del barrio, expresada en acciones vecinales para mantener y transformar los
edificios y espacios públicos.
Si bien es cierto que la memoria colectiva no
es un enfoque nuevo para los procesos de transformación de zonas históricas,
los procesos de abandono de los barrios centrales acentúan las necesidades de
los habitantes de fortalecer sus prácticas de memoria, en un intento por
mantener sus valores culturales frente a los acelerados procesos de
transformación urbana y olvido de los lugares simbólicos. Desde las teorías
sociológicas, la noción de agencia se refiere a la capacidad individual frente
a las estructuras sociales. Mientras las estructuras atienden las pautas que
guían las acciones, la agencia es la capacidad de cada individuo de elegir y
actuar en consecuencia.
Miller (1998,
pp. 3-5) afirma que si esta agencia se deposita en los materiales puede caerse en el
fetichismo por dotar de dicho influjo al objeto, así
que propone el término de “cultura material” como alternativa, de manera que “usando el término cultura
material, los resultados pueden ser mucho menos fetichistas que muchas de esas
obras que no pretenden tener un enfoque del objeto”. Siguiendo este
planteamiento, puede decirse que la materialidad de la vivienda histórica y la
composición físico-cultural del barrio no
ejercen una fuerza directa sobre las personas,
sino sobre las estructuras que articulan las
dinámicas sociales y urbanas.
Los estudios de la memoria
cultural se han ido transformando, y han pasado de la idea de una manifestación
de origen místico, a una de carácter analítico que aborda la complejidad del sistema social. En esta nueva perspectiva, Ingold (2011,
p. 36) considera que “cada
material tiene propiedades inherentes que pueden expresarse o suprimirse en el
uso (... y por lo tanto) describir las
propiedades de los materiales es contar la historia de lo que sucede a medida
que fluyen, se mezclan y mutan”. El enfoque de Ingold en las propiedades materiales se observa desde finales del siglo XX en The Perception of the Enviroment (2011), donde abordó las formas de relación de los humanos con el ambiente,
pero que plasma de manera formal en su libro Making (2013), aquí resalta la
diferencia entre pensar en objetos e imágenes o pensar en flujos materiales y
flujos de conciencia. En este sentido, la materialidad en la vivienda no
se refiere a su composición física en un solo corte temporal, sino a la
transformación de los materiales a lo largo del tiempo y la manera en que esos
cambios se asientan en la memoria de quienes habitan entre esos materiales.
En cuanto a las teorías de
la memoria, el primer acercamiento al término de “memoria colectiva” se
encuentra en el trabajo de Halbwachs (2002),
en el que afirma que “cada memoria individual es un
punto de vista sobre la memoria colectiva” y que “este punto de vista se transforma de acuerdo con el lugar
que ocupa y este lugar cambia de acuerdo con las relaciones que establece con
otros medios sociales” (Giménez, 2016, p. 33). Por eso puede decirse que
las memorias, tanto individuales como colectivas,
están estructuradas por marcos sociales que varían según las particularidades de cada grupo y de cada lugar.
Con base en estos
fundamentos, el estudio del entorno urbano
arquitectónico invita a descubrir las formas de memoria dentro de sus lugares,
tanto por el uso común y cotidiano, como por
ser espacios que guardan un fuerte simbolismo
para los habitantes. Estas formas de la memoria pueden clasificarse, de
acuerdo con Candau (2002), por sus implicaciones con los
lazos familiares y sociales, porque las formas
y usos de la memoria genealógica están sometidos a determinaciones históricas y
socioculturales a través de una conciencia de
parentesco vertical –la ascendencia– y otra conciencia de parentesco horizontal
–las alianzas–. Este impacto de la memoria con
el sentido de pertenencia se asocia también con el principio de localidad,
que consiste en la importancia del arraigo a los
lugares, el cual se produce por la selección de elementos que dan sentido y
coherencia al linaje y las trayectorias entre generaciones. De esta manera, el
estudio de la memoria colectiva resalta la dimensión encarnada del lugar,
como un esfuerzo por revelar los vínculos de un sitio
particular con aquellos actores que forman parte del grupo social que lo erige
y lo transforma.
La trayectoria del espacio edificado se posiciona sobre un eje temporal,
en la dicotomía de lo nuevo sobre lo antiguo. Dado que esta dirección está
regida por la historia oficial, en los registros del
patrimonio se priorizan las fechas, personajes e imágenes, antes que las
experiencias y representaciones socio-espaciales (Ríos-Llamas, 2018). Con la intención de proponer una lectura
alternativa, este artículo tiene el objetivo de poner en el centro el uso de los materiales en cuanto agentes culturales, para redirigir los marcos colectivos y
los lugares de memoria hacia los fundamentos sociales en los que se formulan las identidades y se reivindica el
patrimonio construido desde la memoria colectiva (Figura 1).
Figura 1. Identidad
y memoria colectiva de los materiales.
Fuente: Esquema de interpretación teórica de vivienda y memoria.
Elaboración propia 2020.
En el planteamiento teórico-conceptual
del estudio, la noción de habitus se
asocia con los lugares de memoria para localizar las identidades y los
materiales con respecto a los referentes del espacio edificado. En la
definición material de la cultura se incluyen los procesos socioespaciales que
la reconfiguran de forma dinámica. La cultura puede entenderse, entonces, como
el conjunto de signos, normas, modelos, actitudes y valores, a partir de los
cuales los actores sociales construyen su identidad y espacialidad colectiva.
Siguiendo a Giménez (2007, pp. 196-197), “estos rasgos culturales forman una
matriz de identidad social particular [ad intra] y diferenciación [ad
extra] de manera que no se puede dejar de lado el sentido que tienen los
actores sociales ni como individuos ni como grupo”. No obstante, la concepción
de la cultura a través del espacio construido y los lugares de memoria, rebasa
la perspectiva cultural de las identidades y la prolonga en una doble
fundamentación, conectando los sistemas de signos y actores sociales con el
soporte material de los edificios.
Metodología
El
uso de un método con enfoque cualitativo posibilita las indagatorias sobre la
relación que establecen los habitantes con su entorno construido a través de la
memoria. Como zona
de estudio se estableció el polígono del Barrio Arriba, ubicado al norte
del polígono fundacional de la ciudad de León. Este
polígono se encuentra delimitado al poniente y al sur por el bulevar Adolfo
López Mateos y al norte y oriente por el Malecón del Río de los Gómez, y
comprende tres colonias principales: El Duraznal (al norte), Obregón (al
centro) y De Santiago (al sureste). Algunos de los elementos más
representativos del Barrio Arriba son el templo de El Calvario, el
jardín Allende y el parque Hidalgo (Figura 2).
Figura 2.
Contextualización del Barrio Arriba.
Fuente: Mapa de contextualización de vivienda y memoria. Elaboración propia a
partir de imágenes de Google Earth 2020.
El procedimiento metodológico consta de dos etapas.
La primera consiste en la investigación documental o
de archivo, y la segunda corresponde al
levantamiento de datos en campo. Para la
investigación documental se abarcaron tres líneas secundarias, a partir de una
interpretación histórica, con la finalidad de analizar (1) la evolución
constructiva del Barrio Arriba, (2) su materialidad actual y (3) los
criterios utilizados por el Instituto Nacional
de Antropología e Historia (INAH) con respecto
a los inmuebles catalogados.
Para la investigación de
campo se
utilizó la técnica de entrevista, con la
intención de interpretar los profundos motivos que
tienen los agentes individuales a la hora de actuar con respecto a los
determinantes sociales. Para la muestra del
barrio histórico se siguió la lógica estratificada de vialidades primarias,
secundarias y terciarias: la calle 27 de Septiembre, por su reciente
intervención en el proyecto Ruta del
peatón; la calle Limbo, que conecta el barrio con el bulevar López Mateos;
además de la calle Noriega, que establece una transición, de vehicular a
peatonal, para culminar con la subida al templo de El Calvario. Todos los casos
investigados cumplen con tres características: (1) la edad de los informantes
debe ser mayor de 50 años, (2) el periodo de vida en el barrio debe incluir la
infancia, y (3) la vivienda donde habitaban haber tenido modificaciones.
La interpretación de los datos se hace
a partir de una reconstrucción de narrativas orales, espaciales y gráficas. Para el análisis de la memoria material del barrio se toma como referente principal la narrativa de los participantes, con la finalidad
de restablecer el vínculo entre memoria individual y
memoria colectiva de quienes comparten lazos sociales en la intersección temporal y lo concreto de los lugares (Nora, 2008, p. 21). El registro de microhistorias
ha provisto de una mayor sensibilidad a los recuerdos del espacio.
El segundo recurso para el
análisis es la relación objeto-sujeto, por
medio de un ejercicio hermenéutico en el que se
abstraen fragmentos alusivos a los lugares
de memoria traducidos en figuras de
anclaje para los materiales constructivos.
Finalmente, el respaldo fotográfico de los
tres casos representa las diferentes
aplicaciones de los materiales, las tipologías y las condiciones de producción
implícitas en cada una de las vialidades que se tomaron como referencia
para analizar al barrio.
Resultados
A
través de la narrativa de los habitantes se resalta el impacto de los
materiales sobre la memoria colectiva de quienes contribuyen con la producción
del espacio en las dinámicas cotidianas. Si bien es cierto que el archivo es el principal referente para los análisis
históricos, la memoria lo complementa para integrar los valores
culturales. No obstante, la memoria colectiva expresada en el archivo
documental exige su actualización constante por medio del cotejo con los
valores impresos en el campo cultural y el habitus. En esta línea, los resultados de la
investigación proponen una constitución de archivo enfocada en la memoria material a partir de tres ejes principales:
La memoria del barrio y el olvido de
los materiales
La fundación del Barrio Arriba marcó la pauta para la memoria oficial
de la ciudad de León, porque la formación de
una “ciudad de curtidores” relegó al olvido las
raíces y vínculos anteriores. Desde su origen, a
raíz de las agresiones que sufrieron los primeros colonos tras su
llegada (siglo XVI) por parte de los grupos indígenas
del entonces llamado Valle de Señora (hoy la
ciudad de León), solicitaron la ayuda de la autoridad virreinal para promover
la fundación de una ciudad que sirviera como protección ante los ataques y al
mismo tiempo para facilitar la pacificación de los pueblos originarios.
El 20 de enero de 1576 con
más de cincuenta vecinos, de los cien solicitados, se otorgó el título de villa y más tarde el título de ciudad, en 1830. Años después de la formación
de la Villa de León, en 1597, el colono Juan
Alonso de Torres solicitó ante el Cabildo la compra del solar de Francisco Hernández para desplazar a los
mulatos y fomentar el arribo de nuevos vecinos. La solicitud se justificaba por
la mala reputación de compartir un mismo espacio con negros y mestizos. Este
decreto significó la formación del primer barrio de la ciudad, desde entonces
llamado Barrio Arriba o “Barrio de arriba” como diferenciador del “Barrio de
abajo” (San Juan de Dios), que fue concedido a
los mulatos, quienes se dedicaron de manera primordial a la agricultura y la ganadería.
Los trayectos de la
industria minera favorecieron el comercio de productos, de manera que para 1719
el censo ordenado por el virrey Baltasar de Zúñiga y Guzmán registró 36
fábricas dedicadas al curtido de pieles. Esta
conformación tuvo como principal protagonista al
Barrio Arriba y la naciente comunidad obrera, a
quienes se identificaba como población de bajos
recursos. En estrecha relación con la dinámica de los obreros, también cobra
importancia el arraigo a la tradición religiosa, procedente desde la época
virreinal y motor de cambio en el espacio construido con la edificación de
templos y capillas por iniciativa popular.
Durante el siglo XIX las
guerras de Independencia y de Reforma posicionaron a León como una “ciudad del refugio”. Para esta época León apenas rebasaba
los 20 mil habitantes y su población se vio duplicada al llegar el primer
cuarto de siglo, además de que incrementó la economía con base en el empleo, componente fundamental para superar la crisis
económica de entonces. Con el aumento demográfico buena parte de los migrantes se asentaron en el Barrio Arriba, por lo
que podría considerarse como la etapa de conformación de la estructura social, con
la llegada de individuos procedentes de distintas
partes del país.
En el Barrio
Arriba, la construcción del templo de El Calvario,
iniciada en 1856 por el padre Prudencio Castro, tuvo el objetivo de
“montar una cruz, emulando el monte Gólgota” (Monroy,
2019). Prudencio pidió la ayuda del seminarista José María de Yermo y Parres,
y en cada etapa de la construcción participaron los
habitantes del barrio. Además, entre 1870 a 1873, se obtuvo permiso para pedir
limosnas con el fin de continuar con la edificación y construir un anexo como casa de
ejercicios. No obstante, ambas obras quedaron
inconclusas al fallecer el padre Prudencio en 1885. En consecuencia el padre José María quedó a cargo y decidió dedicar la casa antigua a obras de beneficencia,
por lo que fundó un asilo y la casa de Las Religiosas de la Sociedad de las
Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres (Figura 3).
Figura 3. Vista del cerro de
El Calvario en la ciudad de León.
Fuente: El Heraldo, 19 abril 2019.
Para vincular el espacio construido y el espacio social
se considera la construcción del templo de El Calvario como un ejemplo de los
símbolos que han acompañado los procesos de cambio del barrio, porque este
conjunto mantiene hasta la fecha una dinámica diferencial con respecto al
sentido de pertenencia y el arraigo de las manifestaciones de sus pobladores,
en relación directa con el núcleo del Barrio Arriba. El contraste de
componentes geosimbólicos, como El Calvario, con las zonas urbanas posteriores
de la ciudad de León, está ligado con la composición material del barrio, que fue configurándose
desde la topografía elevada hasta la multiplicación de las viviendas que amurallaron al centro religioso (Figura 4).
Figura 4. Vista aérea de El
Calvario y viviendas alrededor del cerro.
Fuente: Falcón,
13 de marzo de 2022.
La inundación de 1888
afectó de manera violenta las viviendas y a
las familias de León. De acuerdo con las Memorias de la Sociedad Científica
Antonio Alzate, la ciudad perdió alrededor de veinte mil habitantes (Bonito
León, 2017). El registro de daños fue de dos mil casas destruidas; pérdidas
importantes en el comercio y edificios, además de 242 fallecidos, dos mil
desaparecidos y más de cinco mil familias en la pobreza extrema. (Figura 6).
Asimismo, hubo una considerable disminución de los 120 000 habitantes que se
tenían censados hasta antes de la inundación, lo que haría que la ciudad
perdiera su posicionamiento como la segunda ciudad más importante de la república mexicana en términos de población,
extensión territorial e industria (Navarro, 2010).
Figura 5. Efectos de la inundación de 1888.
Fuente: Bonito León, 15 junio 2017.
Las inundaciones han
afectado a la ciudad de León en repetidas ocasiones, de manera que constituyen
una marca en la memoria de diferentes generaciones.
La transformación que implica cada inundación, como daño directo y severo al
espacio construido, puede ser vista como un punto de reestructuración física,
social, económica y por tanto urbana; no
obstante, las reconfiguraciones
post-inundación marcaron una serie de
inflexiones tanto en el desarrollo urbano como en la memoria colectiva,
imprimiendo en la historia de León la idea de una ciudad que pudiera leerse a
partir de los desastres.
La materialidad de la
memoria registró las inundaciones por medio de las
adecuaciones de calles y edificios para atender la
emergencia. Por ejemplo, un resultado de la catástrofe de 1888 fue que El
Calvario y el Santuario de Guadalupe se convirtieron en centros de acopio para
los damnificados. Así como el asentamiento de
algunas familias en la falda oriente del
cerro, que por sus condiciones topográficas no registró daños mayores. Las
pérdidas materiales abrieron puerta a una nueva etapa de consolidación. Como
resultado de las reconstrucciones, el Barrio Arriba presenta una recuperación de elementos materiales que
reflejan el simbolismo particular de un grupo, identificado por la prosperidad económica y consolidación de una forma
de vida que mantiene sus cimientos en actos de
segregación social y política (Ramírez & Cordero, 2020). No
obstante, es gracias a sus contrastes socioculturales que se ha categorizado como uno de los
barrios más icónicos en la historia de la ciudad.
La reconstrucción implicó también una
reestructura social con la llegada de nuevos integrantes que intervienen en la
transformación del espacio construido y las formas en que se produce la cultura
material del barrio. Por otra parte, la ampliación de
la curtiduría local hacia un mercado nacional
potencializó el desarrollo y consolidación de las empresas que ya existían,
además de fomentar la creación de talleres familiares en el sector cuero y el
calzado. Bajo este contexto, los trabajadores se convirtieron en pequeños
empresarios, mejoraron notablemente sus ingresos y conformaron una numerosa
clase media (IMPLAN, 2014).
Esta memoria de los materiales,
contrapuesta al olvido por los sucesivos desastres que sufrió la ciudad de
León, refuerza la complementariedad entre el archivo y el recuerdo. Frente al
binomio de la memoria y el olvido, el archivo constituye un elemento con doble
función: por un lado, el archivo es la memoria viva (mneme), y por el
otro, el archivo es también el acto de recordar (hypomnema), de tal
manera que archivar es una manera de enfrentarse a la muerte de los recuerdos
y, al mismo tiempo, archivar es almacenar la memoria (salvar cosas) y escribir
la historia (salvar información), con la finalidad de que la memoria pueda
actuar frente al olvido (Guash, 2005, p. 158).
Figura 6. Mapa de inmuebles
catalogados.
Fuente: Mapa de inmuebles
catalogados a partir de información del catálogo de monumentos Históricos del
IMPLAN. Elaboración propia 2021.
La memoria material y el
patrimonio catalogado
Con respecto a la revisión
del Catálogo de Monumentos Históricos del INAH, se recuperó la información de
82 inmuebles dentro del polígono delimitado como Barrio Arriba, entre los que
se encuentran recintos religiosos, comercios y edificaciones residenciales
pertenecientes a los siglos XIX y XX (Figura 6). De dicho catálogo se
consideraron como datos principales los respectivos a los materiales presentes
en las fachadas y muros, además del nivel de deterioro que presenta cada
edificación con respecto a su materialidad.
En el centro del polígono
existen
diferencias importantes con respecto a la zona de El Calvario
y sus proximidades. Del total de los inmuebles
catalogados, 57 se encuentran sobre calles
principales y son edificaciones construidas
durante el siglo XIX. En el análisis cuantitativo de los materiales se observa
una mayor presencia de tabique para los muros y
repellado de mortero en las fachadas (Figura 7).
Figura 7. Relación de
materiales en las edificaciones catalogadas por el INAH en Barrio Arriba.
Fuente: Gráfica comparativa
de materiales a partir de información del catálogo de monumentos Históricos del
IMPLAN. Elaboración propia 2021.
Es importante cuestionar el papel de la materialidad dentro de los procesos de
registro patrimonial, porque el catálogo del INAH otorga una mayor relevancia a
las características estéticas e imagen urbana, provocando que la definición
material del barrio recaiga sobre el valor histórico institucional, que en
articulación con las regulaciones tiende a la museificación de los espacios. La
jerarquización patrimonial de los materiales constructivos deja al
margen la manufactura local del conjunto histórico porque se enfoca en los
elementos constructivos de cantera y herrería, mientras que gran parte de la manufactura de las viviendas del Barrio
Arriba estaba dada por el origen rural de los
constructores y sus saberes constructivos de carácter artesanal evidenciados en mezclas de materiales y
soluciones estructurales (Figura 8). En
una de las entrevistas, Nicolasa afirma sobre
una parte de su vivienda, que “el cuarto lo fincó don Matilde, que era vecino de aquí. […] pero él hizo más casas por aquí […]
trabajaba también en otro lado. Era del rancho” (comunicación personal, enero 2021).
Figura
8. Panteón de San Martín y vivienda en calle Limbo.
Fuente: Falcón, 22
junio 2013.
En este mismo sentido,
María Elena, de calle
Noriega, considera que “antes era pura piedra
y todo se hacía con leña y pocos vivían así de decir tengo esto o lo otro” (comunicación personal, enero 2021). Los cambios
paulatinos en los materiales de las viviendas se fueron articulando con los cambios más amplios de los procesos sociales,
tanto en el ámbito familiar como en las transformaciones rural-urbanas de la ciudad de León (Figura 9). Ella considera que los ajustes en materialidad han sido
tanto en el exterior como en el interior de las viviendas. Explica que
[Todo] cambió porque
echaron el pavimento. Es que antes toda la calle era piedra, eran puras
piedras, era un cerro. O sea, bajaba de arriba eran puras peñas, desde arriba,
desde lo que es El Calvario hasta abajo […] Por ejemplo, para subir al
Calvario, la misma gente que vivía en la calle iba haciendo los huequitos como
escaleras. Y así se subía; y había
rocas; y ya pues iba haciendo sus caminos la misma gente. De esta calle, todas las casas ya están remodeladas, ya ninguna está a
cómo era la calle cuando yo me casé (comunicación personal, enero 2021).
Figura 9. Fotografía sobre la calle
Noriega.
Fuente: León
Auténtico, 1 junio 2022.
Sobre las transformaciones
de la vivienda, comenta Nicolasa, de calle
Limbo:
Aquí la casa se fue
cambiando en partes, poco a poco, porque teníamos un chiquero de puercos a lo
largo de aquí [la cocina] para la crianza de los animales, entonces era el corral.
Había un pozo [de agua] aquí adelantito, casi
donde está la coladera para acá; ya después lo
usamos como baño. Aquí donde está la lavadora, ahí había un [árbol de] mezquite y ya cuando se hizo el drenaje ahí pusieron el
baño. Había el único cuarto que está ahí cerrado. […] Ya después un primo mío
empezó a fincar aquí esto, pero [el techo] era
de terrado, nomás que como se estaban partiendo la viga esa, lo
cambiaron (comunicación personal, enero 2021).
Las transformaciones en la
materialidad de las viviendas también están asociadas con
el cambio de época, de situación económica y de valores culturales. Las mejoras en las economías familiares de la ciudad de León con la llegada de la industria se
reflejaron rápidamente en los materiales de las viviendas (Figuras 10, 11 y 12). Como indica Víctor, de calle 27 de Septiembre:
Esta casa no tenía la misma distribución, mi
papá la empezó a hacer de a poquito. […] Este piso no es el original, es otro. Era un piso de
ese estilo, rosa. […] Los techos cuando estaba yo, estaban sin tirol, así tal
cual la marca de la madera con el cemento. Lo que sí es cierto, es que antes se usaba mucho más material, o mucho
más bueno porque tan solo las calles duraban muchísimo, ahora no duran, pero
antes duraban muchísimo tiempo. Y las puertas eran de herrería, además acá
había una jardinera que quiso hacer mi mamá porque le gustaban mucho las
plantas, […] También aquí a la casa mi papá le puso un nichito que tiene una
virgen arriba (comunicación personal, diciembre 2020).
Figura 10. Interior de vivienda en calle 27 de
Septiembre.
Fuente: Fotografía de un
patio distribuidor durante trabajo de campo por Diego Vázquez (10/12/20).
Figura 11. Puerta de madera y marco de cantera.
Vivienda 27 de Septiembre.
Fuente: Fotografía de una
portada de cantera por Diego Vázquez (10/12/20).
Figura 12. Ornamentación con
yeso. Vivienda 27 de Septiembre.
Fuente: Fotografía de tirol de yeso por Diego Vázquez (10/12/20).
Ante las transformaciones
constantes en la distribución y materiales de la vivienda, permanece la memoria
colectiva y la memoria material del barrio. Pueden recubrirse los materiales de
acabados, pero si no se cambian los aspectos estructurales
de la sociedad, se mantiene la memoria, porque al mantener la organización de espacios y la estructura básica de las
viviendas es una manera de conservar el
fundamento de las sociedades locales a través de los recuerdos, sin importar si se afectan los revestimientos de los
muros o se sustituyen los edificios. Al
respecto, Victoria explica:
A esta casa pues ahorita ninguna modificación se
le ha hecho […] La casa está, así como está desde que llegamos. Desde que viven
mis papás aquí, no se ha renovado […] nomás metieron el enjarre, era piedra y
ya le pusieron cemento, la enjarraron. Pero todas las casas eran de adobe. . .
de adobe y piedra…
porque las modificaciones pues no se ven ahí. Y el
techo es de bovedilla, las puertas eran de madera. Pero ya se cambiaron…
porque tenía la ventana y la puerta de madera de las
viejísimas (comunicación personal, enero 2021).
Por su parte, María
Elena recuerda que
[…] las cercas eran de piedra también. Pues yo
me imagino que aquí era como un ranchito, porque todas las cercas eran de
piedra, todos los corrales se comunicaban, puras cerquitas […] Ellos así
decían, que trascorral, que todos los trascorrales se comunicaban hasta El
Calvario (comunicación
personal, enero 2021).
En ambas narrativas sobre la vivienda,
sobresale el carácter indeleble de los materiales en la memoria de quienes
habitaron y defienden estos espacios. A pesar de las transformaciones que ambas
viviendas han sufrido al paso del tiempo y la intervención de los constructores,
la memoria material activa una respuesta contra los cambios y refuerza la
agencia desde los pequeños recuerdos, para dictar lo que es valioso y
perdurable entre los herederos del barrio. Las estructuras sociales pueden
modificarse por las prácticas e interacciones entre los individuos, sobre todo
cuando estas relaciones ocurren desde el prisma de la vivienda en carácter
material, porque la modificación del espacio doméstico activa, por su capacidad
de agencia, una serie de transformaciones que escalan a lo urbano y societal.
La memoria material de la vivienda es una narrativa de la
estructura social
Una vivienda y la familia que la habita recorren el espacio y el
tiempo de manera simultánea. Las trayectorias del espacio doméstico se funden
con las de una familia o un núcleo social, porque las vivencias de un hogar
están atravesadas por el dinamismo de los espacios físicos, la adaptabilidad de
los habitantes y la adecuación constante de configuraciones, tanto de espacios
como de núcleos familiares. Basta recuperar una de las trayectorias para
observar estas resonancias a nivel de todo el barrio y de grupos sociales:
Mi abuelo era de un rancho. Mi mamá […] nació en
1924, pero a los 19 años llegó aquí a esta casa cuando se casó; mi abuelo se
fue a trabajar al norte al ferrocarril y se trajo a mi mamá, […] En mi casa
fuimos once, siete hombres y cuatro mujeres, yo soy el noveno y a mi hermana
mayor […]
Entonces mi abuelo llegó
ahí a la “5 de Mayo”, pero esa casa si es un poquito diferente a estas, también
tiene fachada de cantera, de hecho, tiene un grabado en la entrada que dice
“DF” que quiere decir Daniel Falcón, así se llamaba mi abuelo […] En el año que llegó mi mamá, tampoco había casas alrededor, todavía había muy poquitas. […] Las casas estaban
repartidas, tal vez conforme fueron llegando se fueron haciendo, o por ejemplo
fueron mejorando sus casas de acuerdo con lo que había de moda. Lo que pasa es
que siento que son comunidades muy diferenciadas, porque íbamos al barrio y mi
abuelo iba a La Santísima y está muy relacionado, o sea que eran como zonas,
como que por los templos se configuraban […]
porque la casa de mi abuela (linaje materno) no estaba tan bonita, tenían una
tenería y vivían ahí; […] era de ladrillo, como de casita de rancho: tenía piso
de ladrillo y tenía muchísimas flores (Víctor, comunicación personal, diciembre
2022).
Algunas calles del barrio tomaron los
nombres de las familias, cuando edificaron sus viviendas. La localización de
una casa se convirtió en “geosímbolo”, entendido como una marca territorial que
se vuelve referente para la comunidad y se prolonga en la historia (López,
2022). María Elena comenta sobre su vivienda, en la calle Noriega:
[…] yo pienso que tiene más
de ochenta años, […] ya el siglo. Es una de las más viejas, pues mi
hermano mayor tiene 75 […] Aquí le pusieron Noriega porque esta fue la primera
casa que hubo aquí. Yo creo que ya tiene cien
años. Bueno, creo, por lo que yo platicaba con mi suegrita: estaba ese cuarto y el
tejaban. Eran puros tejabanes. Eran puras chozas […] Se miraba hasta bonito
cuando llovía porque se veía el agua caer desde allá como cascada, pero era
pura piedra (comunicación personal, enero 2021).
Las condiciones materiales del barrio,
incluyendo las calles, se asocian también a las tácticas para habitarlo, así
como las diferencias que, de acuerdo con la organización social y los
habitantes locales, frente a los grupos sociales que no están familiarizados
con la materialidad de sus calles y la manera como se comportan en cada época
del año. Nicolasa detalla, sobre la calle Limbo:
Al principio todos esos eran corrales, se podía
distinguir de aquí a la esquina, tenían sus bardas pues, pero eran bajitas. En
el tiempo de las lluvias nos salíamos a las calles a burlarnos de las personas de fuera que
se iban para abajo [porque se resbalaban].
Aquí pasaba un arroyo atrás, por eso le pusimos el arroyito y desembocaba donde
vivía la chacha donde vendió (comunicación personal, enero 2021).
La construcción de mecanismos del mundo
real a través de la memoria colectiva tiene una función embrionaria para
extender la diversidad de los lugares hasta las estructuras de la sociedad. Los materiales más ordinarios son los materiales que definen la posición en la sociedad. Mario
recuerda, sobre casa Limbo:
Yo soy del 57, 1957, […] mis papás trabajaban de
zapateros, bueno mi papá era zapatero y mi mamá ama de casa, y mis abuelos pues
yo creo vendían leña, porque en ese tiempo se vendía mucho la leña. […] Y mis
abuelos, los otros de parte de mi mamá eran de Jesús María, Jalisco
(comunicación personal, enero 2021).
Las viviendas pertenecen a un grupo
solidario, individuos aglutinados en familias, por lo tanto, se trata de una
arquitectura del bien común, que resalta la colectividad y los usos ordinarios
de las viviendas con técnicas vernáculas, a partir de la recolección de
materiales locales para su construcción. La importancia de los materiales y
saberes constructivos se puede equiparar a los elementos arquitectónicos
formales y ornamentales a pesar de que la institucionalidad del patrimonio se
olvide de las singularidades locales en la escala doméstica. La textura
temporal de las viviendas populares en barrios históricos corresponde con la
caducidad de los materiales con los que se fue configurando la identidad
barrial.
Discusión
La preservación de los estilos arquitectónicos en las viviendas históricas no es
garantía para mantener la memoria de un barrio. La pluralidad de los materiales
y sus aplicaciones no estructuran, por sí solos y de forma mecánica, el sentido
de un espacio heredado como la vivienda o el barrio histórico. Por un lado, los
rasgos arquitectónicos se pueden replicar en cualquier lado, repitiendo
sistemas de mampostería, formas de diseño, colores de recubrimiento e inclusive
los materiales expuestos sin recubrimiento. Por otro lado, la memoria colectiva
se desplanta sobre la base de las condiciones de producción material de los
edificios, de tal manera que los vínculos se generan a partir de la vivienda y
los usos o prácticas que se escriben en el recuerdo de cada uno de los
materiales.
La narrativa nacional del patrimonio se
ha escrito desde los eventos y lugares gloriosos. Pero existen otras narrativas
que surgen desde el reconocimiento de los espacios ordinarios y la vida
doméstica. Se trata de narrativas de transmisión oral que muchas veces son
también una protesta contra las estructuras sociales que las ocultan. Estas dos
visiones son instrumentadas por las élites políticas que intervienen en la
ciudad, tanto la del patrimonio heroico como la de la memoria colectiva
popular. El patrimonio institucionalizado tiene como soportes a la historia
oficial y los catálogos. La memoria colectiva exige del reconocimiento, porque
su canal principal de transmisión es la oralidad, pero asociada con los
espacios ordinarios puede reforzarse en la materialidad de la vivienda como una
evidencia alternativa.
Los procesos en los que
está inscrito un material, desde su estado como materia prima hasta la fase de
deterioro, son el reflejo de factores de identidad atribuibles a los estratos e
interacciones en los que se puede descomponer la sociedad. En el Barrio Arriba,
la madera, cantera o ladrillo en los vanos de puertas o ventanas de cada una de
las viviendas, están influenciados por variables como las formas de emplear un
material o la condición económica de los habitantes. En este sentido, pese a
que las técnicas constructivas suelen ser replicables en masa, no es casualidad
que se utilicen estos materiales y no otros. Como consecuencia, y frente a la
tendencia conservadurista del patrimonio histórico, se entiende que estos
materiales pueden mantenerse o no en su forma física, siempre que el acento se
colocara en los valores culturales inscritos en la memoria que les da sentido.
En esta lógica, la discusión de los hallazgos se pone en diálogo con la teoría
a partir de dos argumentos principales: (1) la memoria material es
otra manera de escribir la historia y (2) la memoria
colectiva como soporte de la vivienda.
La memoria material es otra manera de
escribir la historia
La vivienda funciona entre
la historia oficial que la resguarda como archivo y la memoria “productora de prácticas sociales” que hacen
parte de la cotidianidad (Aguilar y Quintero, 2005). Considerada como archivo,
la vivienda se convierte en un instrumento político de la memoria. Si bien el
archivo, como resguardo selectivo de lo que no
debe olvidarse, fue cuestionado ampliamente por Michel Foucault porque la historia suele ser contada por los
vencedores, como alternativa, la memoria
persiste en los vencidos y se materializa en sus espacios ordinarios.
La materialidad de la
vivienda le da su consistencia como archivo, un dispositivo de almacenamiento
de la memoria cultural (Guash, 2005). En el Barrio Arriba, los materiales de la
vivienda son a la vez los rasgos culturales de León y de Guanajuato, determinados
por un orden político religioso que marcó la historia social del barrio y que
sigue determinando la ideología de todo el territorio del Bajío (Martínez,
1997). Como evidencia de esto, el orden social del barrio, y en general de la
ciudad de León, se plasma en la memoria material de las viviendas de familias de
la élite económica, como la casa 27 de Septiembre,
mientras que otras familias de origen rural se reflejan en las viviendas
de la calle Limbo, así como familias que se fueron
desarrollando al margen de las prioridades del urbanismo y la política, como las casas de calle
Noriega.
La vivienda, considerada
como archivo, imprime un régimen social y político que afirma el registro de saberes y relaciones de poder. La preservación de la
vivienda en la memoria es selectiva, porque hay una serie de valores que se
defienden y resguardan mientras que otros elementos se mandan al olvido. Este
proceso de resguardo tiene también una voluntad política que se establece en
los colectivos, a partir de los discursos de los lugares, construcciones y
materiales que se adhieren mejor a la noción de Barrio Arriba y sus
edificaciones que al resto de los barrios históricos de León. Puede afirmarse que la memoria material pone en tensión
al archivo frente a los sujetos de un momento histórico, porque debe decidirse
la visibilidad y permanencia de ciertos materiales y no de otros.
En el análisis de las tres calles
del Barrio Arriba se evidencia una dicotomía entre lo
antiguo y lo nuevo. Las transformaciones a lo largo de los años se deben en
gran parte a las vicisitudes del entorno natural y social que sufren cambios:
de uso, habitabilidad, confort térmico y energético o de valoración estética y
simbólica. Mientras el acento de restauración patrimonial pudiera concentrarse
en revertir o evitar los cambios, el enfoque de la memoria material pretende
romper con el estatuto de la vivienda como archivo arquitectónico que debe
mantenerse en su constitución física, para abrir paso a las formas de
representación del edificio en la memoria oral y gráfica de los habitantes.
La preservación de la
vivienda en los barrios históricos exige un acercamiento más directo a las
narrativas locales que reposan en la memoria colectiva. Este acercamiento
rescata la memoria como soporte de las identidades y los sentidos sociales,
gracias a su enfoque sobre las formas ordinarias de interacción (Aguilar y
Quintero, 2005). Respecto al patrimonio, la amplificación de la memoria
material se abre hacia la reintegración de los inmuebles catalogados como
abandonados o en estado de deterioro grave dentro de la dinámica social, los
cuales, en caso de no poder ser rescatados como objetos, requieren de
herramientas para rescatarse desde la memoria, o bien, cuestionar si estas
pérdidas son resultado natural de la necesidad de olvido, en una negociación y
diálogo directo entre vecinos del Barrio Arriba, colectivos de comerciantes y artesanos, instituciones y gobiernos
locales.
Por otro lado, la política cultural de la ciudad de León es eminentemente
conservadora y clerical. Como consecuencia, la historia de los barrios
históricos se envuelve entre las prácticas religiosas y la doble lucha política
e ideológica de las elites moralizantes que
instituyeron los valores culturales de la urbe. Los compromisos con la
estructura urbana que garantizan el triunfo de los partidos políticos también
se materializaron en la síntesis de proyectos
de vivienda que refuerzan la idea de una
ciudad museo en torno a las vialidades de mayor escala o aquellas en las que
pudiera garantizarse el clientelismo con las
familias de elites empresariales. Estas familias son las que toman la
mayoría de las decisiones entre los valores
históricos del Barrio Arriba y la especulación
de las viviendas antiguas que pudieran aumentar su valor al incluirlas
en las listas del patrimonio edificado realizadas por
el INAH.
No obstante, la memoria no es única ni
fija, sino que se modula a partir de las tensiones entre los grupos de poder
que la mantienen y la difunden. Las relaciones políticas que se revelan en la memoria colectiva requieren del
descubrimiento y exposición de los discursos, prácticas culturales, lugares,
puntos de recuerdo, e inclusive los silencios y los olvidos (Aguilar y
Quintero, 2005). La ventaja de la memoria en la vivienda consiste en su doble
soporte estructurante y simbólico, esto es, como construcción ordinaria de
narrativas familiares en torno a la casa y la familia y, por otro lado, la
transmisión de esos recuerdos para organizar la memoria de la vida cotidiana en
los barrios históricos.
La memoria colectiva es el soporte de
la vivienda
Las condiciones históricas del Barrio Arriba han sido estudiadas
favoreciendo la formación de la historia oficial mediante la recopilación de
fuentes de carácter público, pero además de ser contrapuesta ideológicamente a
la memoria colectiva y su materialidad, también puede tomarse como un fenómeno
sintetizador a través del cual se hizo una lectura de los procesos que
sobrelleva un grupo de familias de la elite dominante de los curtidores. Desde
el origen del Barrio Arriba, la segregación de negros y mulatos se materializó
en la construcción del espacio físico y el emplazamiento de las viviendas con
respecto a las actividades económicas y la religión. Mediante la construcción
de viviendas en calles como la 27 de Septiembre, la Limbo o la Noriega, los
estratos sociales forjaron los lazos de producción, luego también en grupos
enfrentaron catástrofes como las inundaciones, que generaron pérdidas
materiales, inmateriales y un vacío en la memoria de los que afrontaron estos
hechos.
Los vínculos creados a
través de la configuración material de la vivienda y su consolidación en la
ciudad dieron origen a las redes de producción y las interacciones que
estructuraron el espacio urbano compartido. A partir de entonces, el interés de
los habitantes por preservar valores materiales ha sido su principal manera de
resistencia frente a las modificaciones de la imagen urbana y cambios en el
funcionamiento de las viviendas en pro de la mercantilización del Barrio Arriba
para atraer al turismo y regenerar la economía.
La memoria es el principal
material constructivo de la vivienda. Los materiales con los que están
construidas las casas no son objetos materiales, sino que “acontecen” en el
mundo material que se compone de múltiples compuestos, cada uno con referencia
a un sistema de valores culturales que lo soporta. Las viviendas no funcionan
como elementos aislados y su transformación depende de la voluntad de múltiples
usuarios cuyas decisiones se materializan en cada tabique o cada piedra.
Las condiciones de
heterogeneidad espacial en las tres casas estudiadas son perceptibles tanto en
la historia como en el contexto actual del barrio a pesar de las dificultades
que presenta, es decir, que históricamente la memoria se sobrepone a las
adversidades. Pero es de esta condición en la que se sustenta el señalamiento
hacia la preservación de su patrimonio desde un instrumento flexible como la
memoria colectiva, por esto a partir del trabajo realizado es importante
focalizar estrategias que permitan incorporar integralmente nuevas dinámicas
que demanda el desarrollo urbano de la ciudad de León.
El complejo abordaje de la
materialidad de la memoria en la vivienda debe rebasar la lectura de los
materiales como objetos para estudiarlos desde su capacidad propia para
reconfigurar los sistemas culturales. Es necesario contemplar condicionantes
naturales, humanas y procesos constructivos para una comprensión más completa
del proceso productivo de un edificio (Vargas, 2013). Si bien a partir de la
línea histórica se pueden reconocer ciertos aspectos más simbólicos en las
condiciones de producción del espacio dentro del Barrio Arriba, la referencia
más cercana es el carácter político-religioso sobre el que se asentó la ciudad
como archivo en pro de un registro que privilegia los edificios civiles y
eclesiásticos en menosprecio de las viviendas, más aún si se trataba de viviendas de familias obreras o
provenientes de las comunidades rurales cercanas a la ciudad de León.
Por lo que se refiere a las
transformaciones del espacio construido, gran parte de las viviendas se han
apoyado de las formas de autoproducción, mismas que les permiten a los
residentes administrar sus recursos y de manera progresiva realizar intervenciones
que a lo largo del tiempo les permitan consolidar su patrimonio. Por tanto, un
segundo tema son las políticas de autoproducción, sobre
todo en lo que respecta a la coexistencia de estas
políticas con las acciones para preservar la memoria para que ambas favorezcan
el papel de las instituciones, personas y arquitectos en estas labores. Como
indica Ríos (2018):
[…] la memoria tiene una mayor vinculación con
el presente y con el anclaje material de esos recuerdos, lo que constituye no
solamente la erección de espacios cargados de contenido simbólico, sino la
construcción de una sociedad a partir de los lugares donde su memoria queda
plasmada y permanece (p.8).
Los proyectos de mejora de
las zonas históricas como las subsecuentes intervenciones que se han realizado
en el Barrio Arriba, ponen el acento en la construcción de plazas, el rediseño
de vialidades, la peatonalización de calles y la creación de nuevos edificios.
El fracaso de estos proyectos radica en que la remodelación del espacio físico
no es suficiente si no va de la mano con una comprensión cercana de la memoria
colectiva, y lo que se pierde con las transformaciones materiales del lugar.
Hace falta trabajar con las personas y, como dice Ortiz, “que se conciban
próximas a sus vecinos, respetadas y que respeten a los demás y, en definitiva,
que se consideren parte integrante de la comunidad y de la ciudad donde
habitan” (Ortiz, 2004, p.161).
Frente a la
mercantilización de los centros históricos y el oportunismo inmobiliario, la
vivienda histórica se enfrenta a un doble desafío. Por un lado, existe el
riesgo de que se le desaparezca por el cambio de funcionamiento de las zonas
urbanas centrales que priorizan el comercio como actividad primordial; y por el
otro, los defensores del patrimonio suelen utilizar los catálogos oficiales
para “congelar” los edificios en el tiempo e impedir que se les intervenga o se
les transforme. Esta segunda posibilidad es lo que se identifica con la
turistificación y la museificación de la ciudad y que, como bien indica Agamben
(2013):
La museificación del mundo
es hoy un hecho consumado. Una después de la otra, progresivamente, las
potencias espirituales que definían la vida de los hombres –el arte, la
religión, la filosofía, la idea de naturaleza, hasta la política– se han
retirado de
manera dócil, una a una dentro del Museo [...] todo
puede convertirse hoy en Museo, porque este término nombra la exposición de una
imposibilidad de usar, de habitar, de hacer experiencia (p. 109).
Finalmente, la experiencia
material de la vivienda pasa en primer lugar por la materialidad del
habitante. El tacto es el primer canal de
reconocimiento y afirmación de la memoria material de una casa. Mediante el
tacto se registra una forma que se confirma en la mente del sujeto
(Hetherington, 2003). La sensorialidad y la materialidad van de la mano porque
el tacto constituye la interfaz entre el mundo material y el mundo subjetivo,
entre la materia y su significado o sus representaciones en la memoria del
sujeto y del colectivo.
Conclusiones
Hay
casas viejas sin historia por el menosprecio, la arrogancia e indiferencia de
los registros oficiales de archivo y los sistemas de clasificación del
patrimonio histórico. También existen otras narrativas de la vivienda. Otras
maneras de reivindicar la historia cultural de la arquitectura, que se
sustentan en la transmisión oral de la vivienda y los lugares más ordinarios
como el espacio doméstico. Los materiales más menospreciados, como la tierra,
la piedra y los ladrillos, son los que cimentaron al barrio histórico en su
mayor parte, pero también son los materiales de los que menos se escribe, para
concentrar los discursos de la historia patrimonial en el mármol, la cantera
labrada y los estilos arquitectónicos importados por aristócratas y elites políticas.
No obstante, las obras de historia oficial se entrecruzan con la memoria
colectiva y construyen un doble discurso del patrimonio edificado: una
narrativa histórica de archivo y una narrativa memorial de oralidad.
Con la necesidad de memoria
viene también la necesidad de olvido, pero lo nuevo no sustituye a lo anterior,
sino que se integra a él y a su vez lo antiguo persiste.
Lo nuevo también da oportunidad a lo inédito y
necesita de un componente que lo sostenga sobre el eje temporal, por eso en el espacio
representado se consideran las imágenes como
el medio principal de preservación histórica. Tratar la preservación del
patrimonio en la vivienda autoconstruida, no catalogada, resulta importante
para quienes habitan y viven un centro histórico, confinados a
periferias discursivas porque sus viviendas no forman parte de los “edificios
representativos”, como si los íconos arquitectónicos se midieran en el tamaño
de la obra y lo costoso de su fabricación. De aquí la
urgencia de un cambio de perspectiva entre
arquitectos e instituciones, para complejizar los procesos de reconocimiento, visibilidad e intervención de los barrios
históricos, en procesos en los que se tome en cuenta
el sentir de los habitantes y los discursos plasmados en la memoria material de sus viviendas.
La memoria material es la forma más
imparcial para escribir la historia de un barrio. Las
narrativas de las casas asociadas con las
historias personales van más allá de los sucesos marcados por la historia, que
profundiza la brecha social entre edificios y
grupos económicos, porque la crónica de la ciudad abarca el registro de hechos
aislados, pero en ella no existe un
seguimiento cronológico de la vivienda ordinaria ni los barrios históricos. No quiere decir que deban
recuperarse y almacenar la mayor cantidad de narrativas posibles, sino que debe
recuperarse información, más allá de las pretensiones de las instituciones y
actores políticos, y que por el contrario evidencia el interés de sus
habitantes por la subsistencia de las casas y del barrio. En este sentido, se
recuperan los materiales como figuras que acontecen en el desenvolvimiento del
mundo urbano y de las dinámicas sociales a través del espacio y tiempo de la
ciudad.
De la misma manera que el
barro, en una fachada ornamentada con figuras de cantera que representan
motivos religiosos tienen peso múltiples factores, tanto la posibilidad
económica, como el arraigo religioso y con esto la historia particular de la
persona, pero también las particularidades del material, es decir, las
aptitudes que tiene la cantera frente a otros materiales para ser tallada o las
habilidades artesanales de quien realiza el trabajo y esto al mismo tiempo
tiene relación directa con los nodos sociales a los que pertenecen, que
dependen de cuánto tiempo ha habitado el barrio y con quienes interactúa, lo
que obedece, por ejemplo, al oficio que desempeña o los lugares que transita,
entre otras cosas. A tal grado que los vínculos posibles pueden ser
inagotables, pues pertenecen a una red compleja y sistemática, sin embargo, la
aportación teórica que interesa desarrollar está dirigida a esta condición de
reciprocidad de los materiales para con su entorno, o el intercambio de
condicionantes directas e indirectas que pueden estudiar desde una
centralización no fetichista de los materiales.
Es necesario entender la
casa desde las relaciones de poder que en ella se evidencian a través de cada
uno de los materiales que se mantienen y
aquellos que fueron sustituidos. Con esto se resalta que las condiciones
estéticas no son externas a otros factores, sino que están estrechamente
relacionadas con el desenvolvimiento de sus habitantes, contrario a la
concepción de conservación elitista de muchos defensores del patrimonio
edificado, bastión de la tradición y alta cultura que en el rescate de cada obra
maestra de la arquitectura civil y religiosa da paso adelante en un mercado de
masas con marcos jurídicos que se acercan más a la especulación que a la
defensa de los colectivos y su memoria cultural.
En cuanto a la materialidad
de la memoria como archivo, el posicionamiento crítico desde la vivienda como
artefacto en el que se deposita la memoria es la posibilidad que abre cada una
de las viviendas históricas para cuestionar tanto los límites de la información
que se tiene, como los límites de las estructuras del poder local para
administrar los edificios y los espacios urbanos. La materialidad de la memoria
es, en definitiva, una oportunidad para des-cosificar la vivienda y el barrio
para redescubrirlos como “acontecimiento”, es decir, cada casa es más que un
objeto, es un suceso, es una manera de contar la historia y una manera de
contarnos a nosotros mismos como sociedad inscrita en un espacio/tiempo dado.
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Carlos
Ríos-Llamas
Mexicano.
Arquitecto y Doctor en Estudios Científico-Sociales del Instituto Tecnológico y
de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Profesor Investigador en la
Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Autónoma de Baja
California. Experiencia en planeación urbana, diseño de políticas de vivienda y
dirección de informes sobre prevención de violencia urbana, tanto con el
gobierno como con agencias y organizaciones. Líneas de investigación:
injusticia espacial, desigualdades sociales en salud, corporalidades
vulnerables, violencia contra las mujeres y asentamientos informales. Últimas
publicaciones: Coautor en “Ordenamiento turístico comunitario: ruta crítica
para definirlo” (2024) y en “Counterurbanization in the peri-urban forest of
Guadalajara, México” (2024).
Diego
Vázquez Vallejo
Mexicano.
Licenciado en arquitectura por la Universidad La Salle Bajío (ULSB).
Investigador independiente. Experiencia en conceptualización y ejecución de
proyectos de vivienda a escala barrial. Línea de investigación: interacciones
entre el entorno construido y las comunidades, desde la perspectiva de lo
multidisciplinario. Últimas publicaciones: Coautor en “La materialidad de la
vivienda y el orden de clases en León, México” (2024).