Unidos por
la música: las conexiones transnacionales de las películas de rumberas con el
cine brasileño
United by music: transnational
connections of rumberas films with Brazilian cinema
https://orcid.org/0000-0003-0991-029X
Universidad
de Buenos Aires/Conicet
silvana.n.flores@hotmail.com
Resumen:
Proponemos aproximarnos a la conexión transnacional entre
las cinematografías de México y Brasil con base en el cine musical producido
por los hermanos Pedro, José Luis y Guillermo Calderón en el primer país, a
través de las películas de rumberas realizadas en torno a sus empresas
Producciones Calderón y Cinematográfica Calderón. Analizaremos los usos de los
números musicales con ritmos provenientes de Brasil como instrumentos para la
generación de un imaginario tropical con fines de expansión de la
cinematografía mexicana, más un caso particular de coproducción, que incluye
también un trabajo en locaciones en la ciudad de Río de Janeiro: el film Aventura en Rio (Alberto Gout, 1953).
Además, daremos cuenta de la construcción de un imaginario similar en algunas
películas brasileñas provenientes del género de chanchadas en torno a la figura de la rumbera mexicano-cubana.
Palabras
clave: cine, musical, rumberas, chanchadas, transnacionalidad.
Abstract: We propose to approach to the transnational connection between Mexican
and Brazilian cinemas in musicals produced by brothers Pedro, José Luis and
Guillermo Calderón in the first country, through the rumberas films made by their enterprises Producciones Calderón and
Cinematográfica Calderón. We will analyze the uses of musical numbers with
rythms from Brazil as instruments for the generation of a tropical imaginary
for purposes of expansion of Mexican cinema. Besides, we will study a
particular case of co-production, that includes locations in the city of Rio de
Janeiro: the film Aventura en Rio (Alberto
Gout, 1953). We will also take into account the construction of a similar
imaginary in some Brazilian movies from the genre of chanchadas, around the figure of the Mexican-Cuban rumbera.
Keywords: cinema, musical, rumberas,
chanchadas, transnationalism.
Traducción:
Silvana Flores (Universidad de Buenos
Aires/Conicet)
Cómo citar:
Flores, S. (2018). Unidos por la música: las conexiones transnacionales de las películas de rumberas con el cine brasileño. Culturales, 6, e342. doi: https://doi.org/10.22234/recu.20180601.e342
Recibido: 7 de septiembre de 2017 / Aceptado: 24 de enero de 2018 / Publicado: 01 de junio de 2018 |
Introducción
Durante las décadas de 1930 a 1950, el cine latinoamericano vio
surgir un vendaval de producciones unidas por lo musical, que apuntaban al
fortalecimiento de la industria de cada uno de sus países, siempre en
desventaja ante la popularidad de las películas provenientes de Hollywood —que
recurrentemente tuvieron un mayor mercado de exhibición—, pero también
exprimiendo las oportunidades que traía al cine la incorporación del sonido, lo
cual permitió una mayor visibilidad para el mercado interno y, en consecuencia,
una somera posibilidad para la competitividad. En ese contexto, el cine musical
empezaría a desarrollarse profusamente en naciones centrales como Argentina,
Brasil y México, cada una de ellas explotando las novedades que la industria
radiofónica venía divulgando, para trasladarlas a las pantallas
cinematográficas. Las grandes estrellas de la música empezarían a tener un
rostro, además de una voz, y así, la incipiente industria cinematográfica
explotaba sus posibilidades de expansión con su mayor alcance para los
espectadores que no podían acceder, por variados motivos, a las presentaciones
públicas de dichos artistas. El cine, con sus precios más accesibles, se
constituía de esta forma en un espectáculo más masificado y democratizado. Entendemos
que, en estos años, además de la consolidación de los cines nacionales, se ha
buscado también establecer cruces que permitieran una expansión en otros
países, a través de vínculos transnacionales basados en intercambios de
estrellas, directores, actores y, asimismo, de la importación de ritmos
musicales foráneos.
En este estudio proponemos aproximarnos a la conexión
entre las cinematografías de México y Brasil con base en el cine musical
producido por los hermanos Pedro, José Luis y Guillermo Calderón en el primer
país, a través de las películas de rumberas realizadas en torno a sus empresas
Producciones Calderón y Cinematográfica Calderón, que tuvieron su rango de
acción, en lo que respecta a este género, entre las décadas de 1940 y 1950.
Si bien los cruces mencionados se inscriben
principalmente dentro del propio cine mexicano, y aunque las mayores conexiones
transnacionales en el cine de rumberas se dieron entre México y Cuba, podemos
notar que gran parte de esas películas incluyeron números musicales con ritmos
provenientes de Brasil, y sumado a ello, ha existido un caso particular de coproducción,
que incluye también un trabajo en locaciones en Río de Janeiro. Nos referimos
al film Aventura en Rio (Alberto
Gout, 1953). Además de analizar el modo en que los vínculos entre la cultura
musical de ambas naciones se establecieron en esta película, daremos cuenta de
otras producciones de los Calderón (Pecadora
[José Díaz Morales, 1947], Revancha [Alberto
Gout, 1948], Aventurera [Alberto
Gout, 1949] y Perdida [Fernando A.
Rivero, 1950], entre otras) en donde el imaginario construido sobre Brasil ha
sido aprovechado como un medio de atracción para la expansión internacional
dentro del continente. Finalmente, mostraremos cómo también se ha construido un
imaginario semejante en algunos filmes realizados en Brasil en conexión con la
figura de la rumbera.
El
rol de la música en el cine latinoamericano clásico
El cine musical ha sido uno de los géneros
más rentables en la historia de la cinematografía. Desde Hollywood, referente
ineludible en la concepción del cine como industria y entretenimiento, dicho
género fue evolucionando en diferentes fases conforme a los avances
tecnológicos y las nuevas propuestas narrativas, iconográficas y musicales que
fueron surgiendo a lo largo de las décadas. En América Latina, que siempre de
algún modo puso su mirada en esas producciones, algo similar sucedió,[1] incorporando al cine a los artistas,
géneros musicales y temáticas popularizados entre el gran público para la
realización de éxitos de taquilla.[2] Así, se utilizaron las herramientas probadas del cine
hegemónico introduciendo elementos vinculados a la propia idiosincrasia
nacional. De ese modo surgieron los melodramas tangueros en Argentina, las
comedias rancheras en México, los filmes de rumberas en Cuba y México, y los
musicales carnavalescos en Brasil, entre tantos paradigmas del musical
latinoamericano. El desarrollo de dicho género en las respectivas
cinematografías nacionales se dio también junto a un fenómeno de interés
vinculado a un cruce de índole transnacional, implementado de una manera
especial en el cine musical mexicano, cubano y brasileño a través de la
difusión de sus respectivos ritmos y los intercambios de artistas participantes
en las películas.
Los filmes de rumberas han sido
los que más han demostrado dicha interconexión, debido a su origen cubano, ya
que de allí provino la primera producción de este tipo (Siboney [Juan Orol, 1938]) y su sucesivo desarrollo mexicano a lo
largo de las décadas de 1940 y 1950; es decir, por su capacidad de trascender
fronteras entre su surgimiento y la explotación en México como género de gran
cabida en los públicos nacionales y foráneos. Argentina y Brasil, quizás por su
lejanía geográfica con México y Cuba, tuvieron un desarrollo más autónomo de
sus propias cinematografías nacionales, y eso incluyó también al aspecto
musical, sin embargo, no estuvieron exentos de cruces. No olvidamos que una de
las máximas exponentes de los filmes tangueros, Libertad Lamarque, haría una
profusa carrera en el cine mexicano. En el caso de Brasil, las conexiones
fueron menores, debido, probablemente, a las distancias producidas por el
idioma; aun así, el cine de rumberas haría un lugar muy especial a las melodías
y danzas de esa nación a través de los números bailables de algunos de sus
exponentes, en particular en las coreografías y canciones interpretadas por la
actriz y bailarina cubana Ninón Sevilla en las películas producidas por los
Calderón.
Tal como establece Paulo
Antonio Paranaguá (2003), los cines de América Latina pueden estudiarse de
forma más integral cuando los ponemos en comparación a la hora de efectuar una
historiografía. A dicha perspectiva debemos sumar también el recorte
transnacional de sus producciones, destacándose como comprobatorio el estudio
de un sinnúmero de cruces que conciernen a los cines de España y México (De la
Vega Alfaro y Elena, 2009; Miquel, 2016), de Argentina y España (cceba, 2011), de Argentina y México
(Lusnich, Aisemberg y Cuarterolo, 2017), y de México y Cuba (Amiot-Guillouet,
2015), entre otros ejemplos que abordan dicha visión.[3] En muchos de esos casos descubrimos que,
en lo que respecta al desarrollo de los géneros en la región, el cine musical
ha sido, junto al melodrama, uno de los factores que más ha unido a dichas
cinematografías, proponiendo a la música como “un factor de aclimatación,
incluso de transculturación” (Paranaguá, 2003, p. 20). Asimismo, Paranaguá
(1985) establecería como característica común de la llegada del sonido a los
cines de América Latina el aprovechamiento de la música para la autodifusión. Algo
similar diría Silvia Oroz al considerar que dicho uso permitió “la construcción
de un mapa musical continental con identidades definidas” (2012, p. 60). Estas
coincidencias y cruces nos dan a entender, en definitiva, que la integración de
los cines de la región y su correspondiente transnacionalización no ha sido un
fenómeno exclusivo del cine político realizado en las décadas de 1960 y 1970 en
el continente, o del cine contemporáneo, donde este fenómeno se repite cada vez
más a menudo,[4] sino que también ha existido en periodos más tempranos
y en géneros más populares como el que aquí nos reúne.
Entre
el cabaret y el carnaval: el alcance de los filmes de rumberas y las chanchadas
Durante las décadas de 1940 y 1950, luego
del auge resultante de la explotación de las comedias rancheras (cuyo éxito se
debe también a la música difundida en los filmes), el cine mexicano se volcó
hacia la realización de películas ambientadas en espacios urbanos y
prostibulares (en particular el cabaret). En ellas se elaboraba una trama
central de corte melodramático a la que se le incorporaba incesantemente una
serie de números musicales interpretados en torno al talento musical de la
protagonista. En muchas ocasiones, a los bailes y cantos ejecutados por la
rumbera (devenida una latente prostituta a consecuencia de circunstancias
trágicas e irreversibles)[5] se le sumaba la participación estelar de algún
músico, cantante o bailarín de renombre, ya fuera mexicano o de otro país de
América Latina. Al respecto, Emilio García Riera destaca que la convención
creada por estas películas “aceptaba que intérpretes famosos cantaran o
bailaran en cabaretuchos infames, o que éstos dispusieran de amplios espacios
cinematográficos” (1998, p. 154). Así circularon ritmos como la rumba (de la
cual deriva el nombre de este subgénero), pero también el mambo, la conga y el
chachachá, entre otros estilos, en los que debemos incluir también algunos
provenientes de Brasil que analizaremos en breve, ritmos que de por sí tuvieron
su propio proceso de transformación e hibridación cultural y que convergen en
los bailes y cantos de la rumbera, como una especie de síntesis. Estos filmes —asociados
al melodrama prostibulario, que tuvo su momento de impulso con Santa (Antonio Moreno, 1932) y La mujer del puerto (Arcady Boytler, 1933)
en México, y que se desarrolló también en otros países de América Latina en un
entorno similar, poético y musical (como sucedió con los melodramas tangueros
en Argentina)— tuvieron amplios cruces culturales e industriales que les
desligaron de tener una impronta meramente local, regional o nacional.[6]
En el caso de las películas
producidas por las firmas de los hermanos Calderón arriba mencionadas, el
desfile de estrellas del mundo de la música ha sido altamente frecuente, e
incluyó nombres célebres de la música mexicana como Agustín Lara, Pedro Vargas
y Los Panchos, y, asimismo, cubanos como Beny Moré, Kiko Mendive y Dámaso Pérez
Prado, asumiendo así los filmes rasgos de transnacionalidad notables.[7]
Si bien los Calderón no fueron
los únicos agentes cinematográficos que hicieron esta clase de películas, sí se
destacaron en la exacerbación de dichos rasgos transnacionales en lo que
respecta al proceso de producción. Además, al contratar con exclusividad a
Ninón Sevilla para interpretar a la rumbera de sus filmes, que solía incluir en
su repertorio de bailes a la música brasileña, fueron los que mayor oportunidad
dieron al subgénero de mezclarse con otra cultura que no fuera únicamente la
cubana.
Simultáneamente, en Brasil las
películas de chanchadas[8] estaban teniendo su momento de eclosión
(luego de su surgimiento en la década de 1930 con el impulso traído con el cine
sonoro), pero como sucedió en aquel entonces también con el cine argentino, no
pudieron trascender más que en el ámbito nacional debido a la expansión
industrial que estaba teniendo todavía el cine mexicano.[9] Aun así, las chanchadas pudieron tener cierto eco internacional y algunas
conexiones transnacionales.
Su origen, que se remonta a
mediados de la década de 1930, con el estreno de películas como Alô, Alô Brasil (João de Barros y
Wallace Downey, 1935) y Alô, Alô Carnaval
(Adhemar Gonzaga, 1936), está asociado al carnaval como festividad popular,
a la comedia con visos de transgresión de las normas, que incluía duplas
románticas y cómicas, y villanos, en sus argumentos, y, asimismo, acompañó el
lanzamiento de los éxitos y los artistas salidos de la industria radiofónica
nacional que se presentaban a la manera de revista musical, e instalándoles,
posteriormente, en un escenario dentro del propio espacio dramático del film.
También acudieron a él artistas
provenientes del circo y el teatro de revistas. Este género se destacó entonces,
como señala João Luiz Vieira (2003), por el uso de la música popular
carnavalesca, y tuvo sus antecedentes aún en el periodo silente,[10] encontrando finalmente su desarrollo y
consolidación con las producciones salidas de las empresas cariocas Cinédia y
Atlântida.
Entendemos que las chanchadas brasileñas fueron producto de
una mentalidad basada en inspiración hollywoodense, como bien explica Sérgio
Augusto (1989), citado por De Souza (2003, p. 17), además de ser construidas, muchas
veces, en forma de parodias de filmes estadounidenses.[11] Por lo tanto, toda especificidad nacional
aparecida en esas películas a través de la música se ve mixturada con una
cultura que va más allá de ella misma.[12] Además, como establecen Dennison y Shaw (2004), estos
filmes iniciales respondían al paradigma de los desfiles musicales provenientes
de Hollywood, fórmula idónea para el incipiente cine sonoro brasileño, que
estaba sacando a relucir sus talentos musicales con la innovación que traía el
sonido incorporado. Sin embargo, mantuvieron la estructura de revista a lo
largo del tiempo, a pesar de que los musicales estadounidenses cambiaron el
formato inmediatamente.
La voluntad de imitación adjudicada
a la chanchada ha producido que,
durante mucho tiempo, en particular con base en la lectura cinemanovista del cine previo a la década de 1960, con las
reflexiones de Glauber Rocha (2003) a la cabeza, se considerara usualmente a la
chanchada como mero cine de
imitación.[13] Rocha resume aquello a través de la siguiente
expresión sobre el cine hecho en Brasil de la década de 1950 hacia atrás:
“Tiempos duros, de falencias, robos, intrigas y mediocridad” (2003, p. 71).[14] Sin embargo, el mismo cinema novo revitalizaría el género a través de las miradas de
cineastas como Carlos Diegues y Joaquim Pedro de Andrade,[15] así como también algunos teóricos como
Paulo Emílio Salles Gomes (1996) reconocerían a ese género el haber favorecido
la continuidad del cine nacional, tal como apunta De Luna (2010). En conexión
con esto, el gran éxito de los filmes y los bajos costos de producción que
tenían fueron la amalgama perfecta en pos de la expansión industrial, muy a
pesar de las malas opiniones de los expertos (Ferreira, 2005).
Pero a rasgos generales,
podemos decir, junto a Paranaguá, que una característica propia de la comedia
carioca es el hecho que fuera “despreciada por la crítica y apreciada por el
público” (1985, p. 64). Más allá de estas cuestiones, si hacemos énfasis en el
recurso de la parodia, la chanchada ha
formado parte de los debates de los historiadores en torno a las vinculaciones
entre cine nacional y hegemónico, entre la cultura popular y los modelos
foráneos,[16] en torno a políticas de expansión de los mercados
cinematográficos. Asimismo, vale decir que la música brasileña en particular
fue utilizada ampliamente por fuera de Brasil, como destacan Dennison y Shaw
(2004), en toda América Latina y en Estados Unidos, en forma de un pastiche que
respondía a las políticas panamericanistas de aquel entonces.
La rumbera y las bailarinas y
cantantes de sambas y marchas carnavalescas representaron, en ambas
cinematografías, la hibridez de una mirada sobre América Latina que provenía de
un centro conformado por Hollywood como regulador de los mercados en la región,
pero que, a la vez, producía esa misma mirada homogeneizadora de las
idiosincrasias nacionales aun en los propios países latinoamericanos
productores de estos filmes. Así, por ejemplo, como afirma Julie
Amiot-Guillouet (2015), la mulata tomó la forma de la rumbera para su
exportación de la imagen insular en el resto de la región. Al fin y al cabo,
sucedía lo definido por Maurício de Bragança (2010b) al señalar la conformación
de arquetipos sobre América Latina en torno a la industria cultural difundida
por el cine y la radio: ésta recreaba un imaginario simbólico mixturado de la
latinidad en general, y podríamos decir también de la brasilidad, la
mexicanidad y lo caribeño en particular.
Bailarinas
y músicos al son de sambas y rumbas
La celebridad de la música brasileña (que
debía también su popularidad a la influencia de la radio) se convirtió también
en un estereotipo para las demás naciones, como puede verse en las coreografías
de Ninón Sevilla.[17] En principio, mencionaremos que en dichas películas
ha habido algunos artistas brasileños, como el cantante Jorge Goulart, y otros
que participaron de forma muy recurrente, como sucedió con el conjunto vocal
Los Ángeles del Infierno,[18] que se hace presente en algunos números musicales de
los filmes Aventurera y Perdida, entre muchos otros.[19] En la primera producción mencionada, Ninón
Sevilla incorpora ritmos brasileños en los bailables consecutivos Zig-Zig-Bum y Chiquita bacana.[20] Allí es acompañada del canto de Los Ángeles del Infierno,
que la rodean y siguen junto a un grupo de bailarines, mientras ella danza y
canta en portugués, frente a un decorado que emula las montañas de Río de
Janeiro. El paisaje de dicha ciudad es presentado entonces de manera
estereotipada por medio del recurso de la decoración del cabaret. A su vez,
Sevilla porta un sombrero frutal (primero con dos piñas y luego con un manojo
de bananas) propio de la iconografía de la bailarina tropical, o de la baiana, patentado como símbolo de la
latinidad, o de la “identidad pan-latinoamericana” (Dennison y Shaw, 2004, p.
52), por la célebre actriz portuguesa Carmen Miranda en sus películas en
Estados Unidos. Además, la música de Brasil es mixturada en diferentes momentos
del número bailable por rasgos de cubanía, lo que refuerza el tono de
intercambio cultural característico de estos filmes.
Figura 1. Ninón Sevilla en Aventurera (Alberto Gout, 1949)
Fuente: Recuperado de https://ar.pinterest.com/pin/50313720811763956/
Perdida, por su
parte, contiene también varios números musicales vinculados a Brasil, entre
ellos la samba titulada Nego. Allí,
también interactuando junto a Los Ángeles del Infierno y un grupo de bailarines
que funcionan como extras, Sevilla canta nuevamente en portugués y porta un
sombrero alto con estructura y adornado con plumas; los cantantes la secundan y
asisten, y en ciertos momentos entablan diálogos y comentarios en portugués,
mientras al sonar de los tambores, los músicos y la bailarina exacerban dicho
ritmo. En el decorado, un gran mural con un músico portando un xequerê se yergue como ícono
inconfundible de la música brasileña. Posteriormente, uno de los cantantes de
dicho conjunto oficia de presentador, comunicando en español el otro baile que
interpretará el personaje de Sevilla. Se trata de la representación de una
canción de origen colombiano, La múcura,
pero que es combinada con danzas cubanas y brasileñas. La canción asume el tono
de una marcha carnavalesca en sus estribillos a través de las intervenciones
del mencionado conjunto vocal, que la traducen al portugués mientras Sevilla
baila en torno a ellos. Después, se produce una transición que introduce el
sonido de tambores, asociados de inmediato a lo afrocubano. Este número musical
demuestra la alta hibridez que se hace presente en las películas de rumberas, y
se manifiesta en la intercalación de melodías provenientes de diferentes
espacios geográficos y culturales, alentando la transnacionalidad no sólo en la
incorporación de artistas extranjeros, sino también de diferentes ritmos. De
ese modo, las particularidades nacionales son homogeneizadas en dicha
imbricación de estilos: los ritmos varían, pero se mantienen el decorado, la
vestimenta de la bailarina y el grupo de bailarines circundantes, asociados
todos a un sincretismo tropical estereotipado en flores, plantas, aves y
movimientos desinhibidos, que se resumen en este número musical en la imagen de
una múcura de agua en el centro del escenario y en el sombrero de la bailarina.
Pecadora también
incluye la música brasileña[21] en un número interpretado por Los Ángeles del Infierno,
que comienza con una escena cómica en el cabaret (aludiendo a los cantantes
como meros asistentes del lugar). Éstos discuten con el mesero el vuelto de una
cuenta: 17 700 es la cantidad a pagar, y también será el nombre de la canción
que inmediatamente después se interpretará en el escenario. Aquí la música
brasileña es introducida para relajar a la trama de su dramatismo: mientras el
protagonista masculino, turbado con sus problemas amorosos y por la policía,
observa la escena bebiendo con ojos desorientados, el escenario del cabaret se
llena de jocosidad con la interpretación del conjunto brasileño. Finalmente,
este grupo es anunciado por un presentador del cabaret en un número musical
junto a Ninón Sevilla (la cual es llamada por ese nombre a pesar de ser un
personaje de la trama). La película adquiere en este momento una estructura
similar al de las cabalgatas musicales, olvidando por un instante la narración
central que se estaba desenvolviendo. Estos artistas, anunciados como una
conjunción de Brasil y Cuba, interpretan la canción Woogie Boogie Na Fabela.[22] La bailarina porta un sombrero de plumas y canta en
portugués rodeada por un grupo de bailarines masculinos, mientras los cantantes
hacen sus típicos juegos corales al son de la samba, que, como su título lo
indica, es mixturada también con expresiones propias de la cultura estadounidense
popular, o como la canción refiere, “de la tierra del tío Sam”. La
particularidad de este número es su asociación a la política de la buena
vecindad, en boga en el cine mexicano en su tiempo de esplendor, que recibió, gracias
a su adhesión a ella, grandes ayudas económicas de su país vecino.[23] La penetración de la ideología estadounidense
durante la segunda guerra mundial también se ve incluida entonces en el
sincretismo musical al que estamos aludiendo aquí, más aún si tenemos en cuenta
que la nación brasileña también se había unido a los aliados a partir de 1942,
explicando la naturaleza de esta canción.
Otros filmes producidos por los
Calderón e interpretados por Sevilla también tienen números musicales en los
que se da lugar a la cultura brasileña. Así ocurre, por ejemplo, en Revancha, donde Sevilla canta,
nuevamente junto a Los Ángeles del Infierno, la canción Tabaleiro da bahiana. La vestimenta de la bailarina, adornada como
de costumbre con plantas y frutas, exalta el imaginario de Brasil como un
emporio de la naturaleza, y siempre es mixturada con la cultura afrocubana,
representada en la vestimenta y movimientos de los bailarines que la rodean.
Más allá de estos ejemplos de
películas mexicanas que contienen alusiones a la música de Brasil, es Aventura en Río, una producción de los
Calderón filmada en la ciudad del título, la que más referencias hace al
respecto. Casi todos sus números musicales tienen danzas y canciones de ese
país, y por supuesto, la película dio lugar a la participación de algunos
artistas locales, entre ellos Glauce Eldade[24] (presentada en los títulos de crédito como
una “actriz brasileira”, aunque paradójicamente interprete a un personaje de
habla hispana).[25]
La música de Brasil recorre
también todo el filme como motivo musical ya desde la escena inicial, en la
cual se hacen tomas panorámicas de la ciudad de Río de Janeiro a modo de postal
turística. El sonido ligero de una marcha carnavalesca atraviesa la trama en
sus diferentes momentos de desarrollo, dando así una atmósfera vinculada a una
idea de brasilidad. También constituye el fondo musical en las escenas
dramáticas que tienen lugar en el cabaret.[26] Pero a pesar de que Brasil impregna con su
música dicho espacio, sus habitantes (tanto el dueño del cabaret, como sus
empleados y gran parte de los clientes que asisten a él) provienen de México[27] y aspiran a volver a él, teniendo a Río de
Janeiro como un espacio de transición, como un lugar donde puede vivirse “la
más extraña aventura que pueda imaginarse”, como lo establece la voz narradora
del filme. Por lo tanto, Brasil, y en particular la ciudad aquí referida, es
significado, en principio, como un espacio paradisíaco (la “auténtica maravilla
de las Américas”, según relata la voz recién aludida), un lugar donde el
matrimonio protagonista (un renombrado médico psiquiatra y su esposa Alicia, interpretada
por Ninón Sevilla) puede tener una segunda luna de miel, pero que, a su vez, se
constituye en un espacio turbio, de separación, donde los escondidos temores de
la mente salen a la luz y revelan lo más bajo. Así, la ambivalencia de Alicia,
que desenvuelve su herencia de locura y se transforma en Nelly, una cabaretera amnésica
con instintos asesinos, es asociada a un espacio geográfico plagado de
delincuentes, policías corruptos y prostitutas mexicanos que lo habitan y
resignifican desde su propia extranjería. Finalmente, cuando es recuperada su
salubridad mental, Alicia puede recibir de su marido la expresión de perdón:
“este no es nuestro ambiente… regresemos a México y volveremos a ser felices”.
México es constituido, de ese modo, como un lugar de resguardo y de restitución
del orden preestablecido.
Si hablamos de un nexo entre
Brasil y las rumberas cubano-mexicanas, el nombre de Ninón Sevilla resuena
tanto desde las salas cinematográficas de Brasil como en su esperada y
celebrada visita al país a propósito de la filmación de esta película. Como era
de esperarse de una producción de este tipo realizada en la ciudad del carnaval,
se hace un despliegue de la música brasileña a través de diversos bailes, entre
los que se destaca como condensador de la narración el número Moreno-morenito, en el que la actriz
desenvuelve su primera representación en el cabaret. El show de la rumbera
asume un perfil de candente entretenimiento para los asistentes, que es
contrastado con la trama melodramática que se desarrolla paralelamente. Así
como Nelly deslumbra en su interpretación, al mismo tiempo, detrás de escena se
muestra capaz de ejecutar actos violentos, marcando cruelmente el rostro de una
competidora, para luego volver a la simpatía y el fervor de la música
brasileña. La ambigüedad arriba anunciada respecto a la significación de Río de
Janeiro como un paraíso paradójicamente peligroso, es mantenida como motivo del
filme tanto en la doble personalidad de la protagonista como en el tono de
turbación mezclado con el paradigma de la “alegría brasileña” que se hace
evidente en este número musical.
Figura 2. Recorte de la publicación
mexicana Cinema Reporter, 1952.
Fuente: Valdés (1952).
Por otra parte, es preciso
mencionar que, aunque no haya sido recurrente, el cine brasileño ha incorporado
en ocasiones a estrellas del cine de rumberas, como ocurre en el filme Carnaval Atlântida (José Carlos Burle,
1952).[28] La presencia de la cubana María Antonieta Pons marca
un perfil transnacional a esta película, ya que se trata no solamente de una
actriz y bailarina de habla hispana, sino que, precisamente, Pons ha sido el
nexo que llevó a las producciones de rumberas mexicanas a conectarse con la
cultura cubana, al ser la pionera en la interpretación de este tipo de
personajes cuando llegó a México en 1938, junto al director Juan Orol, el
iniciador del subgénero. Por otra parte, Pons es diferenciada, por su origen
caribeño, respecto a la otra bailarina del filme, interpretada por Eliana, la
cual, aunque bella, no genera el mismo efecto en el personaje del profesor
encarnado por Oscarito, produciéndose así una oposición basada en el exotismo
aportado por la extranjería.
El transnacionalismo se hace
evidente en el primer encuentro de ambos personajes, en donde Pons enseña al
profesor a bailar el mambo, mientras canta en un evidente portuñol. El rol
ocupado por Pons en esta película y, en particular, el efecto producido en el
esmilgado profesor, fue bien resumido por De Bragança (2010a), al afirmar que
la cabaretera, en su inclusión de la rumba y de la cubanía, “mezcla las
fronteras entre la alta y baja cultura, indicando dónde se inscribe la cultura
popular masiva en el continente”. Si bien las chanchadas representan para el cine brasileño del periodo al
entretenimiento popularizado y masificado, en esta ocasión el fenómeno caribeño
introduce un mayor énfasis a dicho alcance, permitiendo, además, por su
metadiscurso sobre el mundo del cine,[29] hacer un balance sobre la vinculación transnacional
de los cines de América Latina a través de su música y artistas.
Junto a María Antonieta Pons y
Ninón Sevilla, otras cubanas formaron parte de este imaginario en el cine
brasileño, como la bailarina Cuquita Carballo, que apareció en varias chanchadas de renombre como Aviso aos navegantes (Watson Macedo,
1950), filme cuyo inicio se sitúa en la ciudad de Buenos Aires, pero que es
inundado de ritmos brasileños y cubanos, y hasta aun de música clásica y
marchas militares, en un formato muy semejante al de las cabalgatas antes
referidas.[30]
En esta producción, la rumbera cubana también hace dupla cómica con Oscarito,
quien, disfrazado de médico, la atiende para intervenir en el enredo de
espionaje que atraviesa el filme. Esta escena es acompañada posteriormente por
la interpretación de la célebre canción Papá
del cielo me dio una cubana, que anuncia el encuentro entre ambas naciones,
y culmina con la aparición de un Oscarito transvestido reemplazando a la
rumbera en su número musical. Mientras Ninón Sevilla incorporaba en sus danzas
en el cine mexicano los ritmos brasileños que la harían célebre
internacionalmente, Aviso aos navegantes hace
su contrapartida incluyendo en su desfile musical una versión de la rumbera
mexicano-cubana en el estilo paródico que caracterizó a la chanchada. Sea homenaje, solidaridad, transgresión, competencia o
aprovechamiento de sus respectivas estrategias comerciales, con estos ejemplos
entendemos que las cinematografías mexicana y brasileña, de algún modo, siempre
lograron imbricarse la una a la otra a través de la música.
Conclusiones
Como pudimos establecer, en el cine
latinoamericano en general, y en especial en lo que respecta a los vínculos
entre México y Brasil, ha existido una tendencia, durante el periodo
clásico-industrial, a establecer nexos transnacionales, teniendo como punto de
conexión principal a la música y, en consecuencia, también a la danza. Los
ritmos popularizados en los filmes aquí referidos, como la rumba y las
canciones carnavalescas, han instaurado, por parte de las naciones de origen de
dichas películas, un intento de difusión de identidad nacional en el
extranjero, así como también cada país de recepción ha aprovechado el
imaginario que esos ritmos han inspirado para interpretarlo a su propia
discreción.
Figura 3. Oscarito, la rumbera de Aviso aos navegantes (Watson Macedo,
1950).
Fuente: Fotografía capturada del film por
la autora
Más allá de la visión
estereotipada que México y Brasil han emitido sobre su propia cultura o sobre
la ajena, consideramos que es de vital importancia poner en comparación a ambas
cinematografías, tan poco asociadas en los estudios sobre cine latinoamericano.
A través de este ensayo pudimos ver que éstas pueden acercarse a través de los
cruces establecidos con sus respectivas canciones populares.
Entendemos, por otra parte, que
la reunión de estos ritmos musicales en el cabaret (que se instala de esta
forma como un espacio transnacional en sí mismo), responde a una tendencia que
ya se venía instalando en la sociedad mexicana, tal como lo indica Cabañas
Osorio: “A fines del siglo xix y
principios del xx, la amalgama de
ritmos de toda índole inundan las urbes mexicanas. La modernidad trae consigo
la sociedad de consumo y las clases medias urbanas comienzan a sacudirse con
los ritmos candentes procedentes de Haití o del África profunda y Cuba” (2014, p. 227). La danza caribeña viene a establecer
un contrapunto cultural al cual la música de Brasil se suma también para
introducir un imaginario vinculado a lo popular, y como establece el autor, a
imaginar y corporeizar “las reminiscencias negroides, paganas y mágicas” de
tiempos ancestrales (2014, p. 229).
Es importante destacar que los
filmes de rumberas coincidían con muchas chanchadas
en la utilización del espacio de un show nocturno o de una representación
teatral dentro del mismo desarrollo de la narración para insertar las canciones
que conforman parte del repertorio de la película. De ese modo, permitieron
identificar ciertas estructuras comunes más allá de las distancias culturales
que pudieran separarles. De algún modo, las películas buscaron homogeneizar las
diferencias culturales propias de cada país a través de la instalación de un
imaginario sobre Latinoamérica.
En relación con esto, así como
los ritmos musicales de Brasil instalaron en las producciones mexicanas este
estereotipo, gestado más en la mirada tercerizada de Hollywood que en la propia
América Latina, la rumbera, con sus bailes casi ritualísticos y el sincretismo
tropical en ellos representados, vino a transportar a los espectadores de la
región un imaginario latino sincrético orientado por la mixtura de los ritmos
musicales y los intercambios de artistas de un país a otro. También observamos
que ese imaginario que aparece en los filmes musicales de Latinoamérica, y en
particular en las producciones de los Calderón aquí mencionadas, se resignifica
en cada país en particular. De igual forma, así como en las películas de
rumberas Brasil es visto como un espacio ligado al exotismo, en Carnaval Atlântida, por citar un ejemplo
paradigmático, vemos que la cubanía viene a representar aquello mismo para los
brasileños. Así, la rumbera con sus propios ritmos, y los bailarines y
cantantes de samba acaparando las pantallas mexicanas, y desde allí, de toda la
región, vinieron entonces a representar un modelo de exotismo estereotipado
vinculado a una atmósfera tropical que atraviesa en estos años a todo el
subcontinente.
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Silvana Flores.
Argentina. Doctora por la Universidad de Buenos
Aires (uba), con Especialidad en
Historia y Teoría de las Artes. Participa en la cátedra de Semiología de uba
xxi. Actualmente se desempeña como investigadora asistente en el Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Sus áreas de investigación
e interés son: cine latinoamericano y estudios comparados y transnacionales. Sus publicaciones recientes son: (2016). El fenómeno de la circulación de actores itinerantes: el caso de las
producciones Calderón. Dixit, 25; y (2017). Las producciones Calderón:
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Lusnich, A. Aisemberg y A. Cuarterolo (Eds.), Pantallas transnacionales. Intercambios y
relaciones identitarias entre el cine argentino y mexicano del periodo clásico.
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[1] Sin titubear, podemos decir que el cine musical tiene sus inicios ya
en el periodo silente, en donde la música muchas veces fue aludida en los filmes
a través de las imágenes, y en ocasiones también fue reemplazada por
representaciones en vivo durante las proyecciones. Con la llegada de la
sonorización óptica, la música fue incorporándose poco a poco a los argumentos,
influyendo en la elaboración de las reglas del género, que irán
diversificándose con el correr del tiempo. Muchas películas tomaron la forma de
desfiles musicales o cabalgatas; allí la música fue exhibida sin un hilo
argumental o con uno muy débil, en pos de la novedad; en otras ocasiones se
insertaron escenas de canto y/o baile para adornar la historia para beneplácito
del público. El cine musical, finalmente, también puede asumir una forma más
madura insertando los números musicales a la estructura central de la
narración, generando otras múltiples e interminables variaciones. Para ver detalles
acerca de las formas que puede asumir el cine en relación con la música, véase Colón
(1993), Chion (1997), Feuer (1993) y Maia (2015).
[2] Tal ha sido, por ejemplo, el caso de Tango! (Luis José Moglia Barth, 1933) en Argentina, que incorporó a
artistas emergentes y consagrados a su elenco (Azucena Maizani, Tita Merello,
Juan Carlos Bazán, Libertad Lamarque, Mercedes Simone, Pepe Arias y Luis
Sandrini, entre otros), provocando así una mayor convocatoria de público,
sumada a la novedad que el film en sí mismo constituía por ser el primer
estreno de una película con sonido óptico en dicho país.
[3] Dentro de la bibliografía sobre transnacionalidad en los cines de
Hispanoamérica se destaca un texto pionero de Paulo Antonio Paranaguá, titulado
“Populismo” (2003), sobre el filme argentino Dios se lo pague (Luis César Amadori, 1948), que está basado en una
obra teatral brasileña y protagonizado por un actor mexicano, lo cual refuerza
la noción de cruce propia de estos abordajes.
[4] Gran parte de los estudios sobre la transnacionalidad en el cine
parten de dicho periodo, como se verifica en los trabajos de Higbee y Lim
(2010) y Shaw (2013), entre otros estudiosos del fenómeno. Entendemos que
aquello se da en coincidencia con la mayor interconectividad que se está estableciendo
en tiempos actuales entre cinematografías de diferentes países en el ámbito de
la producción, y de la influencia del fenómeno del cine global y transcultural
(véase Lopes, 2010).
[5] Como establece Cabañas Osorio, “la mujer llega al cabaret por haber
sido engañada, violada o porque la pobreza no le brindó un mejor camino” (2014,
p. 212).
[6] Para mayores detalles sobre la transnacionalidad de los melodramas
prostibularios, y una puesta en contexto de los filmes de cabareteras o
rumberas que aquí trabajamos, ver Cataife (2017).
[7] Las estrellas extranjeras que participaron en estas producciones
mexicanas no fueron únicamente este tipo de personalidades, que hacían su
aparición en algunos números musicales aislados, sino que también y
principalmente, se trató de las mismas actrices que interpretaron a las
rumberas, la mayor parte de ellas de origen cubano. Además de Ninón Sevilla, el
cine mexicano tuvo entre los exponentes de este personaje a las cubanas María
Antonieta Pons, Amalia Aguilar y Rosa Carmina. Entre las mexicanas fue Meche
Barba la que alcanzó mayor notoriedad. Para una aproximación a las carreras de
dichas actrices-bailarinas, ver Muñoz (1993).
[8] Según João Luiz Vieira (2003), el término chanchada fue adjudicado por la crítica de cine en Brasil como una
forma peyorativa de describir a estas películas cómicas: serían filmes sin
sentido alguno, consideración tomada con base en la etimología de la palabra
italiana cianciata.
[9] Varios historiadores del cine coinciden en la existencia de una
cierta mexicanización del cine latinoamericano durante el periodo
clásico-industrial, proponiendo que su propia idiosincrasia nacional habría
devenido representativa de una identidad iberoamericana. Para ampliar sobre las
discusiones al respecto, véase De Bragança (2010), Castro y McKee (2011) y
Peredo Castro (2004).
[10] El autor toma como referencias antiguas que preanuncian el formato
de las chanchadas a filmes como Nhô Anastácio chegou de viagem (Júlio
Ferrez, 1908), Paz e amor (Alberto
Botelho, 1910) y Acabaram-se os otários (Luis
de Barros, 1929), además de algunos registros documentales del carnaval.
[11] Pensemos, por ejemplo, en el filme Matar ou correr (Carlos Manga, 1954), parodia del célebre western estadounidense A la hora señalada (High noon, Fred Zinnemann, 1952).
[12] Añadimos a esto también el hecho de que en su manufactura hubo
intervención de empresas estadounidenses como Columbia, y que participaron en
la dirección personalidades tales como Wallace Downey, proveniente de Estados
Unidos.
[13] Esta lectura peyorativa de la crítica acerca de la chanchada puede resumirse en la
siguiente declaración de Hélio Nascimento: “Esa imagen del hombre brasileño
como hombre alegre y superficial, capaz de transformar todo en comedia y de estar
siempre listo para reír en el drama más intenso, fue cultivada por la
chanchada, que no llegó a ser la comedia brasileña auténtica por estar volcada
hacia modelos extranjeros; y, también, porque procuró concretar en la pantalla
una imagen deformada del espectador al cual se dirigía” (1981, p. 32).
Traducción propia del original en portugués.
[14] Traducción propia del original en portugués.
[15] En el caso de Carlos Diegues, rescatamos la referencia constante al
carnaval en sus películas, desde una perspectiva que excede la idea de la
alienación propulsada por los intelectuales de la década de 1960. Joaquim Pedro
de Andrade, por su parte, fue el director de uno de los títulos que vino a
rescatar algunas características de la chanchada:
Macunaíma (1969), protagonizada por
Grande Otelo, uno de sus mayores representantes.
[16] Véase, por ejemplo, el continuo contraste que se hace entre la
música y bailes brasileños con la cultura griega clásica en el filme Carnaval Atlântida (José Carlos Burle,
1952). Sin embargo, dicha oposición es imbricada con base en una tendencia de
este género al hibridismo cultural. La combinación de ritmos, estilos, épocas y
nacionalidades tan disímiles se da también en algunas películas de rumberas,
como ocurre, por ejemplo, en el número “En un mercado persa”, interpretado por
Ninón Sevilla en Aventurera.
[17] Ninón Sevilla se destacó, además, por incluir en sus bailes ritmos
africanos, reivindicando de algún modo la cultura mulata, ausente generalmente
en las ambientaciones y argumentos de los filmes de rumberas. Aun así, la
figura de la mulata se hace presente en algunas películas vinculadas a este
subgénero como Mulata (Gilberto
Martínez Solares, 1954) y Yambaó (Alfredo
B. Crevenna, 1957), aunque bajo un tratamiento cargado de estereotipos.
[18] Dicho grupo, formado en 1934 como un conjunto vocal dedicado a la
música de samba y a las marchas carnavalescas, fue célebre en la década de 1940
a través de su participación en las radios de su país, y su éxito fue tal, que
tuvieron un alcance internacional, grabando decenas de discos y participando en
una totalidad de 11 filmes, entre los cuales se encuentran los que aquí
tratamos.
[19] Otras célebres películas en las que aparecieron estos artistas
fueron: Revancha (Alberto Gout,
1948), Señora Tentación (José Díaz
Morales, 1948), Pobre corazón (José
Díaz Morales, 1950), Sensualidad (Alberto
Gout, 1951) y Aventura en Río (Alberto
Gout, 1953).
[20] La canción Chiquita bacana
aparece como fondo musical en una escena de cabaret de otro filme de rumberas
llamado Sensualidad.
[21] La inclusión de estos números musicales
vinculados a Brasil redundaron, según lo registrado en la revista de cine
mexicana Cinema Reporter, en un éxito
perdurable de esta película en dicho país, donde se habría exhibido unas 25
semanas. Ninón Sevilla gozaba de tal popularidad en Brasil, que en su visita al
país en ocasión de la filmación de Aventura
en Río se habría presentado personalmente en una función extendida de Perdida. Ver Escudero y Obregón (1950),
y Valdés (1952).
[22] Así es presentado el título en los créditos iniciales del filme, en
lugar del término favela.
[23] Este es uno de los temas analizados por Peredo Castro (2004) en su
ensayo en torno a la industria del cine mexicano y el panamericanismo. Un
ejemplo paradigmático de la transmisión de esta ideología política es el filme Salón México (Emilio Fernández, 1949).
[24] Nos referimos a la célebre actriz brasileña de teatro y cine Glauce
Rocha. Dos años antes había también participado en una célebre chanchada, Aviso aos navegantes (Watson Macedo, 1950), en un papel
circunstancial.
[25] A pesar de estar rodada en locaciones brasileñas, de todas formas
son pocos los actores de esa nacionalidad que participaron del elenco del film.
Uno de ellos, además de la actriz mencionada, es Manuel Texeiro, interpretando
un personaje de poca relevancia en la trama.
[26] Este uso de la música responde a una de las premisas que Claudia
Gorbman observa como propia del cine clásico estadounidense, que es retomado,
en gran parte de los filmes aquí trabajados; nos referimos a la repetición y
variación como formas de generar unidad formal a la película (Maia, 2015).
[27] El filme tiene también entre su elenco a actores españoles y
argentinos radicados en México, como son los casos de Anita Blanch y Luis
Aldás, respectivamente. Esto hace destacar, por su parte, a la industria del
cine mexicano como un espacio de confluencia transnacional en sí mismo.
[28] La figura de la rumbera en el cine
brasileño se repetiría unas décadas después con la célebre Salomé de Bye bye Brasil (Carlos Diegues, 1979) y
con el film Viva Sapato! (Luiz Carlos
Lacerda, 2003). Para un análisis sobre estas producciones, ver De Bragança
(2010b).
[29] Respecto a esto añadimos, junto a Jane Feuer (1993), que el cine
musical ha tenido casi siempre una tendencia a lo autorreflexivo, algo que se
hace notorio en sus diferentes etapas de desarrollo como género. La autora
considera también que es hacia el fin de la era de los estudios que esto se
hace más patente, coincidiendo con la época de lanzamiento de este filme.
[30] Es de destacar que el personaje interpretado por Oscarito en dicha
película se queja de que en Buenos Aires solamente se escucha tango, cuando en
las escenas situadas en esa ciudad no suena en ningún momento una canción de
ese género (con la excepción de unos versos recitados y silbados por Grande
Otelo).