Independencia
del ingreso económico materno y
su relación con la socialización de
género con hijos e
hijas
María
Eugenia Aguilar Jiménez |
Norma
Ojeda de la Peña |
Julieta
Yadira Islas Limón |
Resumen: El
presente
estudio señala que, cuando las madres perciben un ingreso
independiente, las
relaciones de género se transforman dentro del
núcleo familiar. Se trata de un
estudio cualitativo basado en el análisis de entrevistas a
profundidad realizadas
a un grupo de madres trabajadoras que viven en Tijuana,
México, que perciben un
ingreso económico bajo y que sus hijos asisten a escuelas
secundarias públicas.
Los resultados de la investigación indican tres escenarios
distintos: 1) las familias,
donde las madres se dedican exclusivamente a las labores del hogar
fomentan una
educación de género más estereotipada;
2) las familias donde las madres cuentan
con un ingreso económico independiente, muestran
más apertura hacia la equidad
de género; y 3) las familias donde las madres trabajan en el
negocio familiar, mantienen
una relación con mayor desigualdad de género con
sus hijos, sin embargo hacen esfuerzos
por ofrecer una educación de género
más equitativa.
Palabras clave: ingreso
económico,
socialización, familia, trabajo doméstico,
género.
Abstract: The present study
shows that when mothers perceive an independent income, family gender
relations
are transformed. This is a qualitative study based on the analysis of
in-depth
interviews of a group of mothers living in Tijuana who have low income
and
children in public junior high-schools. The research findings showed
three
different scenarios: 1) families where the mother is exclusively a
house maker
provide a more stereotypical gender education; 2) whereas, families
with mothers
who have independent incomes shown a greater openness toward gender
equity; and
3) families with mother working in the family business present more
unequal
gender relations, although they make efforts to offer a more
equalitarian
gender socialization.
Key words: economic income, socialization, family,
domestic work,
gender
Traducción:
Norma
Ojeda de la
Peña, El Colegio de la Frontera
Norte
Cómo
citar:
Aguilar,
M.; Ojeda, N. e Islas, J. (2019). Independencia del ingreso
económico materno y
su relación con la socialización de
género con hijos e hijas.
Culturales, 7, e358. doi: https://doi.org/10.22234/recu.20190701.e358
Recibido:
22
de enero de 2018
Aprobado: 25 de julio de 2018 Publicado: 26
de junio de 2019 |
Introducción
En
la sociedad, y en la estructura familiar, tradicionalmente se ha dado
una
división del trabajo y de poder desigual por sexo, a las
mujeres se le ha
confinado al espacio de lo reproductivo, al hogar y la crianza de los
hijos;
mientras que los hombres han jugado el papel de proveedores
económicos y jefes
de familia (García y Oliveira, 1994; Martínez y
Rojas, 2016, Nehring, 2005). Hallazgos
de diversos estudios sustentan que la
participación de la mujer en el trabajo
extra-doméstico y su aportación
económica
han contribuido a modificar las relaciones de género y la
división sexual del
trabajo, dando como resultado relaciones de pareja más
equitativas en el hogar (Sánchez
y Pérez, 2016, García y Oliveira, 2004; Ariza y
Oliveira, 2001, García, 2007,
Martínez y Rojas, 2016). En particular, algunos autores han
resaltado que esto
es más notorio cuando el trabajo femenino es asalariado
(Martínez y Rojas,
2016) o al tener ellas el control del dinero percibido (Casique, 2010).
Por otra parte, el proceso de socialización
de los nuevos miembros de una sociedad se va adquiriendo a
través de distintas
instancias que se encargan de transmitirles el conjunto de normas,
valores,
actitudes, conductas, etc., que se esperan de ellos, en particular,
según su
sexo. La familia no solo es una de las varias instancias que participan
en este
proceso de socialización de género, sino que es
la primera en hacerlo desde el
mismo momento del nacimiento; tanto con las normas que son
enseñadas de manera
consciente por los padres u otros miembros de la familia como con las
que se aprenden
de manera indirecta a través de la observación.
De modo que se espera que, cuando la
madre genere y reciba directamente un ingreso, éste sea un
elemento que influya
de manera directa las relaciones de género, modificando
jerarquías y relaciones
de poder en la pareja y la división sexual de trabajo.
También tendrá un efecto
en las normas y valores que se enseñan a los
niños, participando así de manera
relevante en el proceso de socialización de
género de los menores, como se representa
en la figura 1.
Figura
1.
Influencia de la independencia del ingreso económico materno
en la
socialización de género.
Fuente:
Elaboración propia
Ante esto surge la siguiente
pregunta de investigación: ¿Cómo
influye que la madre perciba un ingreso
económico independiente en la manera en que las familias
socializan a los hijos
con respecto a los roles de género?
Este estudio forma parte de un
proyecto de investigación más amplio sobre el
proceso de socialización de las
nuevas generaciones en México. El objetivo general es
analizar nuevos factores que
pudieran estar influyendo en el proceso de socialización de
género de los niños
y los adolescentes. En congruencia con esto, el presente trabajo
analiza la
importancia que tiene que el ingreso económico materno sea
independiente de la
relación conyugal sobre dicha socialización. En
la primera parte del trabajo se
exponen los antecedentes del tema, según la
investigación sociodemográfica acerca
del trabajo femenino y las relaciones de género;
así como sobre la
socialización de género. En los siguientes
apartados se presentan la
metodología, los resultados obtenidos y la
discusión sobre éstos.
Antecedentes
El
trabajo femenino en
México
En
América Latina, el peso de la cultura fuertemente arraigada,
que coloca a la
mujer en el rol de madre y ama de casa, se encuentra en
tensión con las necesidades
de su participación en el ámbito laboral. En este
sentido las familias muestran
cambios y continuidades a lo largo del tiempo.
Es
posible reconocer algunos elementos que
han contribuido a generar transformaciones en las familias como son el
cambio
en los patrones de reproducción, el ingreso de las mujeres
al mercado de
trabajo y el mayor acceso a la educación
(Montaño, 2004). Esto sumado al
encarecimiento de los servicios sociales, así como nuevas
necesidades de
consumo que han llevado a que las parejas busquen un segundo ingreso y
el
hombre deje de jugar el papel de único proveedor
económico en el hogar (Schkolnik,
2004). Esto coincide con los resultados de la Encuesta Mundial de
Valores (EMV)
para el año 2000, de acuerdo a un análisis
factorial realizado por Guillermo
Sunkel acerca de los valores familiares, en donde las dimensiones
“rol de la
mujer” y “machismo” presentaron el valor
más bajo hacia el conglomerado
tradicionalista (Sunkel, 2004, p. 126). Dentro de las continuidades, se
puede ver
que el trabajo doméstico se ha mantenido como una
responsabilidad femenina
(Schkolnik, 2004) y en las familias aún prevalecen como
valores importantes la autoridad
del padre, la prevalencia del matrimonio como fuente de apoyo para los
hijos,
la maternidad como aspecto determinante en la vida de las mujeres, la
fe
religiosa, y la moral conservadora contra el divorcio, el aborto y la
homosexualidad (Sunkel, 2004).
En
América Latina las mujeres han empezado
a trabajar a cambio de un salario más por necesidad que como
fuente de
realización personal (Schkolnik, 2004). El trabajo femenino
ha sido considerado
como secundario, pues parece que éste se da en dos
situaciones principalmente,
que son: cuando los hombres no cumplen con su rol tradicional de
proveedores,
lo hacen de manera insuficiente, o cuando la figura masculina
está ausente (Abramo,
2004). La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado
está ligada al
ciclo de vida familiar y la crianza de los hijos (Montaño,
2004) y ha resultado
en costos indirectos (pago por el cuidado de los hijos) y subjetivos
(sentimiento de culpa por elegir entre familia y trabajo) para ellas
(Abramo,
2004; Burin, 2007). Además de no poder comprometerse, a
diferencia de los
hombres con algunas necesidades del trabajo como viajar, trabajar horas
extras,
cambiar de residencia, etc. (Abramo, 2004; Burin, 2007).
Los
trabajos informales en Latinoamérica,
no regulados y precarios son los que comúnmente han ofrecido
más oportunidades
laborales a las mujeres. Es
así que los países
con más altas tasas de actividad remunerada entre las
mujeres son también los
que tienen mayor tasa de empleo informal según datos del
año 2002 (Schkolnik,
2004). La flexibilización laboral, la reducción
de jornadas y otros cambios derivados
han permitido a las mujeres trabajar sin cuestionar los patrones de la
familia
tradicional.
En
la sociedad mexicana y, particularmente
en su estructura familiar, de forma tradicional han existido arreglos
patriarcales (Nehring, 2005) en la división del trabajo y
del poder en los
hogares. Esto es, asignando a las mujeres la responsabilidad del
trabajo
reproductivo, el cuidado de los hijos y el trabajo
doméstico; mientras que a
los hombres se les ha asignado la responsabilidad de ser proveedores
económicos
y jefes de familia, reconociéndose así espacios
diferenciados en cuanto a la
toma de decisiones por sexo (García y Oliveira, 1994). Es
decir, que mientras ellas
parecían tener cierta autoridad en las cuestiones
domésticas, la disciplina
impuesta a los hijos y otras tareas relacionadas con el hogar o la
crianza,
etc., las decisiones importantes del hogar, sobre todo referentes a los
recursos económicos, o incluso si la mujer ingresa al
mercado laboral o no,
eran decisión masculina. Esta tradicional
división sexual de trabajo no solo ha
otorgado tareas diferenciadas por sexo, sino que ha generado relaciones
desiguales de género, colocando a la mujer en un papel de
subordinación al
poder masculino.
Según
García y Oliveira (1994), por lo
menos hasta finales del siglo pasado, en México las mujeres
consideraban el
trabajo extra-doméstico solo en circunstancias
excepcionales. No obstante, en
los últimos años, derivado del proceso de
globalización (Ariza y Oliveira,
2001; Nehring, 2005) y de la primera transición
demográfica (Ariza y Oliveira,
2001), las mujeres de manera gradual se han ido alejando del papel
exclusivo de
amas de casa (García, 2007) y se han incorporado en mayor
medida al mercado
laboral. Las oportunidades laborales que se han abierto para las
mujeres, sin
embargo, han sido mayormente en condiciones precarias (Ariza y
Oliveira, 2001),
y en un contexto de deterioro de las condiciones laborales de la mano
de obra tanto
masculina como femenina. De modo que, la creciente presencia de las
mujeres
unidas conyugalmente en los mercados de trabajo ha jugado un papel cada
vez más
importante en la manutención económica de sus
familias (García y Oliveira,
2004).
Ahora
bien, la entrada de las mujeres al
mercado de trabajo ha contribuido a la flexibilización de
los roles familiares,
el cuestionamiento del ejercicio de la autoridad masculina y su papel
como
proveedor único del hogar (Martínez y Rojas,
2016). En general, diversos
estudios en los últimos 20 años en
México (Sánchez y Pérez, 2016;
Martínez y
Rojas, 2016; García, 2007; García y Oliveira,
2004; Ariza y Oliveira, 2001) permiten
afirmar que el trabajo femenino ayuda a generar relaciones
más equitativas. No
obstante, algunos estudios también han encontrado elementos
que pueden jugar un
papel importante para que esto suceda en menor o mayor medida, como se
explica
a continuación.
Brígida
García y Orlandina de Oliveira
(2004) señalan que, lo que más contribuye a
explicar las diferentes dimensiones[1]
de
las relaciones de género son las características
del trabajo extra-doméstico de
las esposas, la experiencia laboral, la ocupación y la
aportación de estas
últimas al presupuesto familiar, además de su
escolaridad. Más recientemente Martínez
y Rojas (2016) encontraron que la procuración de relaciones
de pareja más
equitativas es más notoria en mujeres asalariadas y con
mayor compromiso
laboral. Esto confirma lo que ya había sido identificado en
estudios anteriores
acerca del nivel de compromiso laboral como elemento relevante para
relaciones
más equitativas. García y Oliveira (2004) desde
1994 identificaron también, que
el estrato socioeconómico influye en el compromiso y
significado que las
mujeres le dan al trabajo en su vida. Las mujeres de estratos bajos
siguen
identificando al esposo como el principal proveedor, aunque ellas
aporten una
parte importante del ingreso, y perciben sus ingresos como un apoyo al
hogar (García
y Oliveira, 1994). Además, las mujeres de sectores pobres
cuentan con menor
poder de decisión, son más dependientes y por lo
mismo su capacidad de
negociación es menor (Casique, 2010).
A
pesar del carácter emancipador que
pudiera llegar a tener el trabajo remunerado femenino, al propiciar
entre ellas
una mayor autonomía y libertad de movimiento
(García, 2007), también es posible
encontrar algunos efectos negativos.
Aunque
la participación femenina en el trabajo remunerado sea ya
frecuente, ello no
significa que esté socialmente legitimada, por lo que al
romper con los
esquemas tradicionales o patriarcales también puede
conllevar a que las mujeres
sean víctimas de violencia (Casique, 2010).
La
entrada de las mujeres al mercado de
trabajo ha traído también una sobrecarga para
ellas. El compartir
la responsabilidad económica con
su pareja no ha, necesariamente, derivado en compartir con
él la
responsabilidad de la crianza y las tareas domésticas de la
misma manera, y
esta situación parece refrendarse sin cambios muy
significativos con el paso
del tiempo (Gracia y Oliveira, 1994; Ariza y Oliveira, 2001;
García, 2007;
Martínez y Rojas, 2016). En
México, sin
embargo, las parejas de doble ingreso muestran una división
sexual del trabajo
más igualitaria que en otro tipo de parejas, reflejando
tanto recursos
diferenciados como normas de género redefinidas a partir del
trabajo remunerado
femenino (Sánchez y Pérez, 2016, p. 606).
Sobre
la participación masculina en el trabajo
reproductivo se ha encontrado que existen diferentes niveles de
participación,
según se trate de trabajo doméstico o cuidado de
los hijos. Por un lado, parece
que las nuevas generación dan más valor a la
comunicación con los hijos (Ariza
y Oliveira, 2001) y el tiempo dedicado a la atención y
cuidado de éstos se ha
incrementado generando relaciones más cercanas y afectuosas.
Pero, por otro
lado, en lo concerniente a las labores domésticas no se
observa este mismo cambio
generacional masculino (Martínez y Rojas, 2016).
Si
bien, el trabajo remunerado de las
mujeres y otros elementos como el tipo de la unión conyugal
(Sánchez y Pérez,
2016), y el dinero que ellas aportan al presupuesto familiar
(García y
Oliveira, 2004) pueden influir de manera positiva en la
participación masculina;
en lo general se observa que los hombres aún dedican
más horas al trabajo
remunerado que las mujeres y las mujeres dedican más horas
al trabajo doméstico
que ellos. (Sánchez y Pérez, 2016).
Así, son notorios los matices en la participación
masculina, “que siempre es mayor cuando sus
compañeras tienen que cumplir una
jornada formal en un empleo asalariado y es un tanto menor cuando ellas
tienen
un trabajo por cuenta propia y prácticamente inexistente
cuando son amas de
casa” (Martínez y Rojas, 2016, p. 657). Las
labores domésticas siguen siendo
consideradas un campo de responsabilidad femenina (Martínez
y Rojas, 2016;
García y Oliveira, 1994) que se puede compartir con otras
mujeres de la familia
o contratar empleadas para ello y donde la participación
masculina es asumida
como una ayuda a las responsabilidades de la mujer (García y
Oliveira, 1994).
Socialización
y género
Otro
aspecto importante por considerar es el impacto que sobre el proceso de
socialización de los hijos tiene el trabajo
desempeñado por los padres de ambos
sexos en los hogares familiares. En un estudio reciente sobre el caso
mexicano,
Ojeda y González (2019) subrayan la importancia de la transferencia intergeneracional
de las enseñanzas género-culturales relacionadas
con los roles familiares que
se derivan de la participación de los padres y las madres en
el trabajo
remunerado y en el no remunerado. A través del proceso de
socialización de
género de los niños y los adolescentes en los
hogares de las familias
conyugales heterosexuales.
Estos mismos autores, citando a Handel (2007), nos recuerdan que “la
socialización refiere ‘al proceso general mediante
el cual los niños se
convierten en miembros participantes de la sociedad. [Y] las
actividades de los
padres que contribuyen a este producto son referidas algunas veces como
paternajes, cuidados o crianza’”
(2019,
175).
La
socialización de género de niños y
adolescentes puede darse a través de distintos medios e
instancias. En ese
sentido, algunas investigaciones han subrayado, por una parte, el
importante
papel que tiene la familia, pero, en especial los padres y,
particularmente, la
madre en la socialización de los hijos e hijas. Esta
última, por ser el primer
agente socializador con el que el niño(a) tiene contacto
desde su nacimiento.
Por
otra parte, la familia de origen, y
sus características, puede afectar la trayectoria de la vida
individual y las
relaciones de pareja. Como ámbito de
socialización, el núcleo familiar
“transmite normas y valoraciones sociales, así
como formas de conducta que
sirven de marco de referencia para sus integrantes y contribuyen a que
ellos
reproduzcan las pautas de comportamiento aprendidas”
(García y Oliveira, 2004,
p. 171). Datos generados en la investigación de estas
autoras indican que, el
haber tenido una madre económicamente activa durante la
infancia deriva en que durante
la adultez las mujeres procuren una división del trabajo
más equitativa en sus
hogares y tengan relaciones de parejas más igualitarias. No
obstante, estas
mismas autoras también señalan una mayor
propensión a la violencia entre estas
parejas que puede ser atribuible a que las mujeres cuestionan con
más
frecuencia las normas y valores tradicionalmente aceptados por la
sociedad. El
entorno social puede tener una gran influencia, así como el
flujo de información
en el medio social. En entornos urbanos, por ejemplo, hay
más probabilidad de
que las niñas entren en contacto con distintos medios de
comunicación que
promueven nuevas concepciones de género y/o proporcionen
información sobre sus
derechos (García y Oliveira, 2004).
La
escuela es otro importante espacio de socialización
de los miembros de una sociedad, donde “maestros y maestras
están
contribuyendo, en cualquiera de los niveles educativos a fomentar y
reforzar la
diferenciación de roles femeninos y masculinos”
(Bustos, 1994, p. 288). Lo
anterior sucede tanto por la transmisión de los propios
estereotipos de género
que los maestros han aprendido y asimilado a lo largo de su vida, como
a través
del mismo contenido de los programas educativos. En este sentido, como
Bustos
(1994, p. 288) señala, es necesario reconocer que
“el propio libro de texto
gratuito en México está constantemente matizado
por elementos sexistas,
destacando la superioridad masculina sobre la femenina.”
Desde los primeros
años de la educación escolar, y en casa, las
actividades y prácticas están
impregnadas de un contenido sexista, siendo así los juegos y
juguetes los
elementos principales de esta diferenciación entre lo que es
permitido y
adecuado al “ser niño” o “ser
niña”. Bustos (1997) señalaba la
existencia de “…una
marcada resistencia por parte de maestros y padres de familia para que
los
juguetes tradicionalmente asignados a niñas sean utilizados
por niños y
viceversa” (p.286), esto debido al prejuicio de que dicha
práctica pudiera
llegar a incidir en las preferencias sexuales.
Las
actividades escolares, el juego y los
juguetes son un reflejo del mundo adulto y están fuertemente
influidos por la
cultura y el entorno social, por lo que funcionan como instrumentos
socializadores, educativos y transmisores de valores
(Martínez y Vélez, 2009).
“Las personas durante la infancia reciben la
aprobación social cuando realizan actividades
propias de su sexo y se les corrige en sus preferencias cuando estas no
coinciden con los estereotipos tradicionales” (p. 138). Los juguetes pueden tener
un potencial como
elementos canalizadores de destrezas y potencialidades ya que no
tienen, o no
deberían tener, género en sí, no
obstante la sociedad es la que se los ha
asignado reforzando esta diferencia genérica a
través de los medios de
comunicación, en las familias, escuelas y otros agentes
socializadores. “Por lo
que toca a las niñas esta división de juguetes y
juegos femeninos les permitirá
incursionar prematuramente en el rol de madre, esposa y encargada de
los quehaceres
domésticos” (Bustos 1994, p. 286).
Independencia
del ingreso
económico de las madres
Como
fue expuesto antes, el trabajo femenino, traducido en la disponibilidad
de
hacer uso de dinero y otros recursos es uno de los elementos que pueden
estar asociados
al empoderamiento de las mujeres. Esto es porque aunque ello represente
una
sobrecarga de trabajo, aumenta la independencia económica y
la independencia de
las mujeres (Casique 2010); además de generar relaciones de
pareja más
equitativas (Sánchez y Pérez, 2016;
García y Oliveira; 2004; Ariza y Oliveira,
2001; García, 2007; Martínez y Rojas, 2016).
En
los arreglos tradicionalmente patriarcales,
donde el hombre es el jefe de familia y único proveedor
económico es justamente
la dependencia económica un elemento (aunque no el
único) que coloca a la mujer
en una posición de subordinación frente al poder
masculino. Por
tanto la relevancia del ingreso económico
femenino procura “… opciones (factores y recursos)
externos que determinan, por
ejemplo, que tan bien una persona pudiera estar fuera de la
relación de pareja”
(Casique, 2010, p. 39). Bajo este entendido, si bien se reconoce que el
ingreso
económico femenino en ocasiones es menor que el masculino; o
bien no podría
sostener el estilo de vida en el hogar como se logra con el doble
ingreso, si
proporciona un recurso económico fuera de la
relación conyugal, que es generado
y percibido directamente por ellas. Lo anterior puede marcar una
diferencia
respecto a las mujeres que solo son amas de casa y no cuentan con un
ingreso económico
independiente.
Este
estudio toma la independencia
del ingreso económico
materno como punto de partida para el
análisis, lo que se entiende como
el grado en que la madre genera y percibe ingresos
económicos que no están
sujetos a la unión conyugal; y los cuales pueden ser ya sea
para uso propio o bien
del hogar. Esto ya sea mediante la realización de un trabajo
asalariado, un trabajo
por cuenta propia, o bien un negocio personal.
La
teoría de la modernización hace
hincapié
en la importancia de la participación económica
de la mujer como aspecto que
les brinda la posibilidad de integrare a la vida social y erosionar a
la subordinación
femenina del mundo tradicional (García y Oliveira, 2004). Al
contar las madres
de familia con un ingreso propio que sea generado y percibo de manera
directa
por ellas, es probable que se vean en la necesidad de modificar los
acuerdos de
pareja en lo que se refiere a la división del trabajo y se
modifique así
también la dinámica familiar. Entendida esta
última por Ariza y Oliveria (2000,
p. 212) como “un conjunto de relaciones de
cooperación, intercambio, poder y conflicto
que hombres y mujeres y generaciones establecen en el seno de las
familias en
torno de la división del trabajo y los proceso de toma de
decisiones”,
aclarando que esta definición aplicaría solo para
familias de parejas heterosexuales.
Se
espera que tanto las transformaciones
que puedan generarse en la independencia y autonomía de la
mujer, en su estatus
de cónyuge y madre, como las que pudieran suscitarse en la
dinámica familiar,
van a imprimir diferencias en la socialización de las
niñas y los niños, que
reflejen menores inequidades de género.
Metodología
El
estudio utiliza una metodología de tipo cualitativa basada
en el análisis de
entrevistas a profundidad realizadas a un grupo de padres de ambos
sexos. Se
entrevistaron 23 padres que participaron de manera voluntaria en el
estudio.
Todos ellos fueron contactados a través de una convocatoria
abierta que se
realizó en los planteles de tres escuelas
públicas de educación secundaria en
la ciudad de Tijuana, Baja California, durante la primavera del 2014. Esta
información proviene de una
investigación más amplia sobre el tema de la socialización en materia de roles de
género y
sexualidad temprana de niños y adolescentes en Tijuana.[2]
La localización de las escuelas en el municipio y el tipo de
escuelas
encuestadas (una técnica y tres tradicionales) permite
contar con un universo
de padres y madres de familia cuya clase social se ubica entre los
sectores de
clase media-trabajadora y clase baja-trabajadora. Se trata en su
mayoría de madres
y padres con ocupaciones tales como empleados del comercio establecido
a
menudeo, empleados de baja calificación en oficinas
públicas, maestros de
primarias y secundarias públicas, obreros de la industria
maquiladora,
vendedores ambulantes, trabajadores por su cuenta (Ojeda y
González, 2019).
Para efectos de este estudio no se consideró el estatus
social de las madres
por presentar poca heterogeneidad al respecto entre sí como
grupo.
Aunque
el total de entrevistas fueron 23,
para el análisis se retomaron solo las que
correspondían a madres unidas
conyugalmente. En primera instancia se decidió dejar fuera
del análisis a los
varones, debido a que el eje principal de este estudio es la influencia
de la
actividad remunerada de las madres o su ausencia en la
transmisión de valores y
estereotipos de género en el hogar. Esto es por ser ella, la
que en todos los
casos pasa la mayor parte del tiempo con los hijos e hijas. Por otra
parte, la
decisión de retomar solo las entrevistas de las madres
unidas se debió a que
uno de los elementos primordiales del análisis son los roles
de género
existentes dentro de la pareja en función de la
independencia económica
femenina, elemento que no podría analizarse o por lo menos
no de la misma
manera en las madres que no están unidas conyugalmente.
En
total se analizaron 16 entrevistas a
madres de familia viviendo en pareja al momento de la entrevista. Las mujeres participantes
tenían entre uno y
cuatro hijos y vivían en hogares que se componían
de un máximo de seis y un mínimo
de tres miembros. De las entrevistadas cinco se dedican de manera
exclusiva a
ser amas de casa, tres trabajan de manera ocasional aunque se dedican
de manera
primordial al hogar, otras tres trabajan en un negocio familiar, tres
más son
maestras y una es comerciante. En su mayoría, los hogares se
componen de la
pareja y los hijos, en pocos casos hay otros menores de edad
además de los
hijos y en uno había otro adulto además de la
pareja. Este tipo de información puede
verse en el Cuadro No.1. Importa señalar que se utilizan
nombres ficticios para
guardar la privacidad de las entrevistadas.
Cuadro
No. 1.
Características del hogar de las madres entrevistadas
Nombre |
Ocupación
de la Madre |
Principal
proveedor |
Composición
del Hogar. |
No.
de Personas |
No.
de menores |
Sexo
de los menores |
Paulina |
Ama
de casa |
Esposo |
Pareja
e hijos |
4 |
2 |
Ambos |
Karla |
Ama
de casa |
Esposo |
Pareja
e hijos |
4 |
2 |
Ambos |
Adriana |
Ama
de casa |
Esposo |
Pareja
e hijos |
5 |
3 |
Ambos |
Iris |
Ama
de casa |
Esposo |
Pareja
e hijos |
4 |
2 |
Ambos |
Vanessa |
Ama
de casa |
Esposo |
Pareja
e hijos |
5 |
3 |
Hombres |
Martha |
Ama
de casa. Trabajo Ocasional |
Esposo |
Pareja
e hija |
3 |
1 |
Mujeres |
Violeta |
Ama
de casa. Trabajo Ocasional |
Esposo |
Pareja
e hijos |
5 |
3 |
Ambos |
Tita |
Ama
de casa. Trabajo Ocasional |
Esposo |
Pareja
e hijos |
6 |
4 |
Ambos |
Lorena |
Negocio
familiar |
Esposo |
Pareja,
hijos y abuela |
5 |
3 |
Mujeres |
Rosita |
Negocio
familiar |
Esposo |
Pareja
e hijos |
5 |
3 |
Ambos |
Hortensia |
Negocio
familiar |
Esposo |
Pareja
e hijos |
5 |
3 |
Ambos |
Alma |
Trabajo
no especificado |
Ambos |
Pareja
e hijos |
4 |
2 |
Hombres |
Lucia |
Comerciante |
Ambos |
Pareja
e hijos |
4 |
3 |
Ambos |
Cristina |
Maestra |
Ambos |
Pareja,
hija y sobrina |
4 |
1 |
Mujeres |
Montse |
Maestra |
Ambos |
Pareja,
hijas mutuas e hijo de esposo |
5 |
2 |
Ambos |
Irma |
Maestra |
Ambos |
Pareja,
hijos y sobrina |
6 |
3 |
Ambos |
Fuente:
Elaboración propia con base a las entrevistas incluidas en
el estudio.
Como
eje principal del análisis se partirá de la
variable independencia del ingreso materno
para la cual se han identificado tres
niveles.
1.
Madres
con ingresos económicos que dependen completamente de la
relación conyugal ya
que quien genera y recibe directamente el dinero es el
cónyuge.
2.
Madres
con ingresos económicos que se generan en pareja a
través de un negocio
familiar
3.
Madres
que generan y reciben un ingreso económico de manera directa
e independiente a
la relación conyugal.
En
primer lugar se analizaron dos dimensiones de las relaciones de pareja
dentro
de la familia que son: a) jerarquías y relaciones de poder y
b) división del
trabajo doméstico, la crianza y el trabajo remunerado. En segundo se
analizó la socialización de género
que los padres ofrecen a sus hijos mediante la educación y
su vinculación con
las dos primeras dimensiones del análisis.
Se describen de la siguiente manera.
·
Jerarquía
y relaciones de poder: en este
punto se revisará cómo funciona el ejercicio de
la disciplina hacia los hijos y
la existencia de distintos niveles dentro de la jerarquía
familiar y entre la
pareja.
·
División
sexual del trabajo doméstico, la
crianza y el trabajo remunerado: aquí se
analizará la asignación de
responsabilidades y división de tareas correspondientes al
trabajo doméstico,
la crianza y el trabajo remunerado entre ambos miembros de la pareja,
así como
la actitud que muestran ambos cónyuges hacia esta
división.
·
Educación
a los hijos: analizamos la transmisión
de valores y conductas esperadas de acuerdo al género. Así como la
asignación de actividades, juegos
y tareas diferenciadas bajo este mismo criterio.
Resultados
Los
hallazgos de la investigación que a continuación
se presentan dan cuanta de
importantes elementos para entender cómo los menores de edad
adquieren aprendizajes
en casa sobre los roles de género; así como las
variaciones según los distintos
niveles de independencia del ingreso económico materno
respecto a la relación conyugal.
Es importante mencionar que si bien los hallazgos obtenidos no son
generalizables por ser un estudio cualitativo, si nos proporcionan
elementos
analíticos valiosos e inéditos al conocimiento de
los procesos de socialización
de género en el hogar entre las familias heterosexuales
mexicanas, tomando como
caso a un grupo de familias de este tipo en la ciudad Tijuana, Baja
California.
Familias
donde la madre
se dedica de manera exclusiva o primordial al hogar
Jerarquía
y relaciones de poder en el hogar
En
todos los casos la madre es la que se hace cargo de los permisos y de
ejercer
la disciplina de manera directa, no obstante la madre reconoce en el
padre y a
su vez le cede una autoridad mayor a la de ella para intervenir cuando
la
indisciplina de los hijos es muy grave o cuando no logra que la
obedezcan.
En
realidad la que disciplina soy
yo, pero cuando ya pasó al segundo grado yo le digo a mis
hijos —le voy a decir
a tu papá— es porque yo ya quiero que
él ya… Como él es el que da el dinero,
él
es que da permisos, o sea el dinero, sin permiso, es lo mismo, entonces
ahí es
cuando a él le tienen miedo (Paulina,
comunicación personal, 11 de marzo, 2014).
Pues
yo primero en cuanto llega le
digo —mira pasó esto y esto—, ya
platicamos a ver qué vamos a hacer. Porque
dice —ama ¿y qué castigo me vas a
poner? — y le digo —cuando venga tu papá
vamos a ver—. Entonces cuando le comento a mi esposo, ya
decidimos entre los dos
(Karla, comunicación personal, 12 de marzo, 2014).
Si
bien no se reconoce un patrón donde un
sexo sea más estricto que el otro en cuanto a las reglas en
el hogar, si se
reconoce que lo que diga el padre tiene mayor peso que la disciplina
ejercida
por la madre, por lo que este puede poner castigos más
severos, reforzar los
castigos de la madre o bien invalidarlos. Las madres no reportan a
excepción de
uno de los casos, que existan acuerdos previos al respecto.
Aunque
no se cuenta con información que indique en su totalidad
cómo funcionan los
roles de autoridad en los distintos aspectos de la dinámica
familiar, si es
posible rescatar información que nos indica que el
varón tiene un rango mayor
de autoridad con respecto a su compañera o que incluso ella misma se lo otorga
‘por respeto’, pues además
de la referencia que se hace sobre la
disciplina a los hijos en el párrafo anterior, algunas de
las madres
entrevistadas refieren ser ‘regañadas’
por el esposo al tener desacuerdos en cómo
se lleva a cabo la crianza y cuidado de los hijos. Esto se muestra en
el
relatos como el de Tita, cuya hija protesta ante la menor exigencia del
padre
al hijo varón a cumplir con las tareas
domésticas:
Ella
sí le reclama se pone al tú
por tú con él, que es algo que yo he platicado
mucho con ella porque pues le
digo —aunque sabemos que tu papi esté equivocado
no debes tú de enfrentarlo de
esa manera, debes de tenerle respeto. (Tita, comunicación
personal, 15 de
marzo, 2014).
O
el de Paulina: “Mi esposo no me deja tocar los temas de
sexualidad con el niño
porque dice que son cosas de hombres […] me dice —Paulina
eso es de hombres y tiene que ser así, por favor no te metas—”
(Paulina, comunicación personal, 11 de marzo, 2014).
Además,
en algunos casos el cónyuge controla otros aspectos en el
hogar o en la vida
familiar; como no permitirle a la madre trabajar o moverse de manera
libre. Al
preguntarle a una de las entrevistadas cuál era la
opinión del esposo respecto
a que ella trabajara nos dice: “Pues en ese tiempo [el] si
quería, pero ya
después como vio a la niña también
pues me dijo —salte—
y sí, me salí. Para estar con mi
niña” (Adriana, comunicación personal,
19 de
marzo, 2014).
Solo
en un par de casos ellas hacen referencia sobre tener cierta autoridad
en el
hogar y solo en cuestiones referentes al orden, limpieza o relacionadas
a los
quehaceres domésticos, lo cual asumen como su
responsabilidad.
División
del trabajo doméstico, la crianza y el trabajo remunerado
Esto
último nos lleva a otro tema, que es la división
del trabajo doméstico y extra-doméstico
entre los miembros de la familia y particularmente entre la pareja,
aunque es
importante resaltar que los hallazgos reflejan que la crianza, cuidado
de los
hijos y las labores domésticas no son concebidos ni se
comportan siempre de la
misma forma. En el caso de estas familias la existencia de un
división sexual
del trabajo, de tipo ‘tradicional’ es
más notoria; en todos los casos ellas asumen
al padre como único responsable de proveer, incluso en los
casos donde ellas aportan
económicamente de manera ocasional al hogar, pues se asumen
a sí mismas como responsables
de la educación y cuidado de los hijos por encima de
cualquier actividad
remunerada.
El
papá le ayuda a la mamá a los
trastos, a los pañales, a bañar a los
niños, siempre debe de estar atento de
casa también del mismo modo que la mamá, este,
claro que la mamá un poquito más
porque pues es la que está más tiempo con los
niños, […] el papá es responsable
y va a ser directamente responsable de proveer para su familia,
él es el
responsable, si la mamá trabaja pues, o sea, no hay problema
no, pero el
responsable es, para nosotros directamente es él, el
papá, la mamá pues se
encarga de educarlos (Violeta, comunicación personal, 22 de
marzo, 2014).
Es
importante aclarar que la mayoría de
las madres no parecen tener problemas con este rol, al contrario sus
respuestas
durante la entrevista refleja que es una división que les
resulta adecuada y/o
funcional. Los casos donde la madre ha expresado que tuvo en
algún momento la
intención de trabajar, manifiesta que esto
respondía a necesidades económicas y
dicha intención ha sido descartada debido a que considera
que eso llevaría al
descuido de sus hijos. Como se lee enseguida en los relatos:
“De ahí se agarró
pues, de que —¿quién
va a ir por ellos?, ¿quién los va a llevar?, yo
no tengo tiempo, yo trabajo—,
y ya con eso me aplaco, sí. Pero sí
tengo ganas de trabajar.” (Iris, comunicación
personal, 20 de marzo, 2014). “Pues
si no fuera por el problema del dinero no se me hacía como
que la mamá
trabajara.” (Karla, comunicación personal, 12 de
marzo, 2014)
Referente
a las labores domésticas, es la madre quien se asume como la
principal
responsable de llevarlas a cabo. En algunos de los casos las entrevistadas no
refieren que el esposo
participe de manera alguna en dichas labores y en otros refieren que
ellos
realizan algunas tareas del hogar, no obstante esto se asume como un
‘apoyo’ a
la responsabilidad de la madre, por lo que se hace ocasionalmente y de
manera
que sea conveniente para ellos (en fines de semana, o realizando solo
las
actividades que les gusta hacer), como refiere la siguiente cita:
“Él de hecho
los domingos luego me dice -no te levantes, yo hago el desayuno-,
tiende la
cama, a él gusta tender la cama, barre, sacude o sea
sí, en eso sí me ayuda
mucho” (Adriana, comunicación personal, 19 de
marzo, 2014).
En
el caso de los hijos éstos realizan algunas tareas en el
hogar, las cuales no
siempre están definidas, en algunos casos se espera y/o
exige más apoyo de las
hijas mujeres que de los hijos varones, lo cual se ejemplifica en el
siguiente
relato: “El niño es su consentido,
yo le
tengo a él ciertas labores pero si no las hace no hay
problema pero si mis hijas
no las hacen si hay problemas” (Tita, comunicación
personal, 15 de marzo, 2014).
Enseñanzas
sobre ser niño o ser niña
Referente
a los hijos y la educación que se les brinda ya sea de
manera explícita o
implícita es notorio que las madres de este grupo refieren
de manera más
enfática el motivar o fomentar los estereotipos de
género. Esto se manifiesta
desde los preparativos previos al nacimiento a través del
uso de colores o
dibujos específicos en vestimenta, decoración del
espacio, etc., según el sexo
del bebé.
Fíjate,
lo que hacemos la mayoría
de los mexicanos, no sé si en otros países
pero… el rosita y el azul, […] y me
regalaban muchas cosas azules, trataba de usar el amarillo y verde pero
sí, en
primera instancia sí pienso en el azul cuando es
niño. (Iris, comunicación
personal, 20 de marzo, 2014).
A
su vez, se hace notorio que al crecer se
motiva el juego y otras actividades bajo el criterio de
‘cosas de niños’ y
‘cosas de niñas’. Este pensamiento llega
también a presentarse, aunque en pocos
casos, con respecto a las profesiones, refiriendo que existen carreras
propias
para mujeres y carreras propias para hombres.
La
niña de repente pues se pone a
jugar con carritos y eso, pero porque la mayoría de su edad
son niños. Entonces
yo digo bueno, yo sé que… —mija pero
tú ponte a jugar con muñecas o algo—,
dice
—ama es que todos están jugando y nadie quiere
jugar conmigo— yo digo bueno, no
se me hace malo que ande con los carritos, pero el niño no
(Karla, comunicación
personal, 12 de marzo, 2014).
Como
en el relato anterior cuando hay alguna manifestación por
parte de los hijos de
querer jugar o realizar alguna actividad considerada del sexo opuesto,
la respuesta
de los padres no siempre es la misma entre hijos e hijas. Pues mientras
que a los
niños se les regaña o corrige cuando muestran
interés en juguetes pensados
tradicionalmente para niñas, a las hijas se les permite con
mayor apertura
realizar actividades o juegos considerados de niños e
incluso se les llega a
resaltar como motivo de orgullo por ello como se expresa en los
relatos:
Yo
recuerdo muy bien que [el hijo]
estaban jugando a las Barbies, yo le dije —si sigues jugando
con las Barbies,
te voy a poner falda— y desde ese momento pues él
dejó de jugar […]. Un niño,
si es niño no juega con eso y por eso se reforzó
en las actividades que fueran
más de su sexo, como meterlo a karate […]. Cuando
la niña hacía algo que supera
al niño, mi esposo no lo dice enfrente de él pero
dice —esa es mi hija— o sea a
diferencia de lo que es con el niño (Paulina,
comunicación personal, 11 de
marzo, 2014).
En
otros casos fue notoria la idealización
del hijo varón por parte del padre, al cual desde el
embarazo se le esperó con
mayor entusiasmo ante la ilusión de compartir
‘cosas de hombres’.
Cuando
nos dieron la noticia de
que estábamos esperando él bebé pues
feliz y siempre dijo —va a ser futbolista,
va a ser esto— pero era niña, lo supimos antes de
que naciera ¿no? pero él
siempre pensaba que un niño porque el niño era de
juegos de hombre ¿no?,
entonces podía jugar fútbol, deportes, correr con
él (Tita, comunicación
personal, 15 de marzo, 2014).
De
manera general se puede observar que las
parejas mantienen arreglos de tipo patriarcales en la
división del trabajo y
las relaciones de poder, sin parecer que esto cause conflictos en la
pareja. Se
supone que esto se mantendrá mientras ninguno de los
cónyuges busque romper con
el esquema patriarcal. De
manera muy
esporádica y a manera de ‘ayuda’ existe
participación de la madre en alguna
actividad económica y del padre en las labores
domésticas. Los hijos también se
suman a estos acuerdos patriarcales al no tener labores
domésticas asignadas
esperando que sea la madre quien las realice y al exigirse
más participación de
las hijas que de los hijos en dichas tareas cuando se les solicitan.
Estas
familias ofrecen a los hijos una socialización
estereotipada por sexo y de acuerdo a los patrones tradicionales
esperados
según sean niños o niñas, incluso
desde antes de la llegada de los hijos. Se fomentan
el juego y las actividades por sexo y se es punitivo con los hijos, mas
no de
esta misma manera con las hijas ante la manifestación de
algún interés por
actividades o juegos considerados del sexo contrario. Se puede observar
así, claramente,
que la socialización es un reflejo de los acuerdos
familiares y de pareja
existentes.
Familias
donde la madre participa de
manera regular en el negocio familiar
Es
necesario mencionar que para este grupo se contó con pocos
casos, no obstante
se decidió mantener esta categoría debido a que
las condiciones particulares de
estas madres de familia no se pueden incluir en las otras dos
categorías.
Primeramente, porque está claro que al trabajar de manera
regular no pueden ser
incluidas en la anterior categoría ya que no se dedican de
manera exclusiva o
primordial al hogar, pero tampoco se les puede clasificar como mujeres
con un ingreso
independiente, ya que dicho ingreso es generado en función
de la relación
conyugal con la participación de ambos en el negocio
familiar.
Jerarquía
y relaciones de poder en el hogar
Como
en el grupo anterior, es la madre quien se hace cargo de la
educación,
disciplina, así como de otorgar los permisos a los hijos. No
obstante, a diferencia
del primer grupo no es posible hacer generalizaciones sobre la
participación de
ellos en este aspecto pues
solo
se contó con tres casos.
Una de las
entrevistadas refiere que las reglas y medidas disciplinarias se
discuten y
acuerdan en pareja, en otro caso el varón interviene poco y
en el tercero no se
expresa de manera clara si hay o no participación del
cónyuge en la disciplina
de los hijos.
División
del trabajo doméstico, la crianza y el trabajo remunerado
Las
madres entrevistadas de este grupo invierten buena parte de su tiempo
al
trabajo en el negocio familiar y, por lo tanto, en la
economía del hogar, no
obstante, este trabajo es en función de la
relación conyugal, pues en todos los
casos las entrevistadas reconocen al marido como el principal proveedor
económico
del hogar y como el responsable del negocio familiar, en algunos casos
considerándolo como negocio del esposo. Por tanto, aunque
ellas aporten, son
los varones quienes se dedican en mayor medida y tienen más
autoridad en él.
Las mujeres perciben su participación en el negocio como
secundaria o como un
‘apoyo’ a la pareja, pues asumen que la
manutención del hogar es tarea del
varón. De la misma forma cuando la madre genera un ingreso
propio (con venta de
productos por catálogo por ejemplo) y dicho ingreso es
utilizado para compras
del hogar, esto es considerado como un apoyo al rol de proveedor del
varón,
como se expresa en los siguientes relatos: “Ahorita le estoy
ayudando a mi
esposo porque tenemos un trabajo en casa, tenemos una imprenta y
estamos
ahorita que tenemos un proyecto de trabajo de terminado de libros y los
dos
estamos trabajando ahí” (Rosita,
comunicación personal, 13 de marzo, 2014). “No
me pesa si yo traigo dinero y hace falta ir a comprar tortillas, yo
compro las
tortillas, soy un apoyo para mi esposo” (Hortensia,
comunicación personal, 9 de
abril, 2014).
Por
otro lado, las mujeres asumen el rol
de cuidadoras y amas de casa como su principal responsabilidad, por lo
que las
tareas domésticas y de la crianza están por
encima del trabajo en el negocio. Es
la madre quien deja las tareas del trabajo remunerado cuando es
necesario, para
atender otras tareas referentes a la crianza; como juntas escolares,
llevar a
los hijos a la escuela, etc. En algunos casos la madre manifiesta
sentimientos
de culpa al considerar que ha tenido fallas como cuidadora o recibe
juicios
externos por el tiempo dedicado al negocio. A continuación
se ejemplifica:
Hay
cierta molestia de mi mamá ¿verdad?
en que se molesta porque —oye como descuidas tu casa si
trabajas— pero no sé,
es un equipo mi esposo y yo, y es por eso que está la
oficina junto a nuestra
casa, casi cruzamos una puerta y llegamos a la casa, nos regresamos y
estamos
en la oficina (Lorena, comunicación personal, 15 de marzo,
2014).
Siempre
he estado yo metida en las
sociedades de padres de familia de la escuela, tanto estuve en la
primaria
donde ella salió y como aquí, pero más
bien es el que ella vea que pues estoy
más al tanto de cualquier cosa que suceda con sus materias,
o con sus
compañeros (Rosita, comunicación personal, 13 de
marzo, 2014).
La
responsabilidad de la crianza y el
trabajo doméstico recae casi completamente en la madre. En
ninguno de estos
casos hay referencia de que los padres se involucren regularmente. En
alguno de
los casos, cuando la participación de la madre en el negocio
es muy necesaria y
exige mayor tiempo de su parte en esta tarea se paga a una persona para
que
realice las labores domésticas. En los tres casos las madres
refieren que los
hijos asumen como una responsabilidad definida, la limpieza de sus
recámaras.
Cuando tenemos más trabajo
lo que es en la oficina […] sí
tratamos a veces de contratar a una persona [para el trabajo
doméstico] pero
muy general nada mas así como muy superficial en el tiempo
que yo apoyo a mi
esposo para lo que es su trabajo. […] Sí, ellas
[las hijas] tienen una
asignación, tienen que recoger lo que es su cuarto, ayudan
en algo sencillo y
poco a poco ¿verdad? tienen que ir aumentando. Él
[esposo] también cuando
quiere me ayuda (Lorena, comunicación personal, 15 de marzo,
2014).
Enseñanzas
sobre ser niño o ser niña
De
manera general se mantiene la socialización con base en
estereotipos de género
tanto en los preparativos previos al nacimiento como
decoración, vestimenta,
etc., así como en fomentar el juego y la práctica
de actividades de acuerdo a
lo que tradicionalmente está etiquetado para uno u otro
sexo. No obstante,
llama la atención que algunas madres hacen referencia a
motivar y reconocer el
que los niños aprendan a realizar ‘cosas de
niñas’ y las niñas aprendan a hacer
‘cosas de niños’,
considerándolo positivo. En el caso de algunos padres se
mantiene la postura del grupo anterior donde a los niños se
les reprende y a
las niñas se les reconoce cuando realizan actividades
‘del sexo opuesto’.
Mi
esposo decía, —los hombre no
hacen cosas en la casa—, yo decía,
—¿por qué no? yo cuando era una
niña, mis
padres, me pusieron a hacer cosas de hombre y, y no me pasó
nada— […]. Mi hijo
tiene que aprender, va a lavar trastes, va a trapear y va a hacer lo
mismo que
mis hijas. […] Que aprendan, si, ya cuando llegue su
momento, que éste ya no lo
haga, pero que él aprenda también las cosas de
una mujer (Hortensia, comunicación
personal, 9 de abril, 2014).
Mi
esposo le ha enseñado algunas
partes de lo que es el carro [a la hija], pero mi esposo le ha
platicado y dice
—bueno de algo les va a servir, para cuando se les quede el
carro ¿no? —
entonces ya saben algo sencillo, que moverle, sí, ustedes
están listas (Lorena,
comunicación personal, 15 de marzo, 2014).
Se
puede observar que existen arreglos
patriarcales en la división del trabajo
doméstico, la crianza y las relaciones
de poder. El rol productivo es compartido aunque de manera desigual, ya
que
esta labor sigue siendo primordialmente una tarea masculina, y es el
varón quien
funge como dueño o responsable del negocio familiar y, por
tanto, el ingreso
femenino sigue estando en función de la unión
conyugal.
Dentro
del negocio familiar la
participación de las mujeres juega un papel secundario,
parecido al de un
empleado. No tienen autoridad, ni se consideran responsables del
funcionamiento
del negocio por lo que invierten una menor cantidad de tiempo en
él para poder
cumplir con las labores domésticas y de la crianza. En estas
parejas se acentúa
la desigualdad genérica, pues mientras las mujeres llevan
una doble carga al
ser responsables por completo, sin ninguna participación
masculina, del trabajo
doméstico y la crianza de los hijos también
dedican parte de su tiempo al
trabajo en el negocio familiar. Como un reflejo de la sobrecarga
femenina,
ellas hacen participes y asignan algunas tareas domésticas
menores a los hijos.
La
socialización se da de manera
estereotipada por sexo, fomentando la vestimenta, el juego y las
actividades
consideradas para niños o niñas. No obstante, se
puede observar cómo se refleja
de manera positiva el efecto del trabajo de las mujeres, pues muestran
cierta
apertura e incluso defienden ante el padre la curiosidad de los hijos
por las
actividades o juegos considerados del sexo opuesto, mientras que los
padres
mantienen el esquema patriarcal. Esto pudiera ser reflejo de una
inconformidad
por parte de ellas ante la sobrecarga de trabajo, de tal manera que
perciben de
manera positiva cuando los hijos varones muestran interés
por juegos que
reflejan la participación masculina en las labores
domésticas.
Familias
donde la madre
cuenta con un ingreso que no depende de la relación conyugal
Jerarquía
y relaciones de poder en el hogar
Aunque
de nuevo parece mantenerse esta dinámica en la que la madre
es quien
principalmente ejerce la disciplina sobre los hijos, es posible
observar que en
algunos aspectos existe mayor participación del
varón en comparación con los
grupos anteriores. En tres de los cinco casos se hace referencia a que
los
esposos o cónyuges se involucran constantemente en el
ejercicio de la
disciplina, además que discuten y acuerdan las reglas y
medidas disciplinarias
en pareja, respetando la autoridad del otro si una medida disciplinaria
ya ha
sido tomada. Relata una entrevistada: “Ni yo le resto
autoridad, ni él me resta
autoridad a mí, pero cuando sí hay algo como que —¿sabes
qué? cómo que te pasaste de la raya—,
hay que saber cuándo
pedir perdón” (Lucia, comunicación
personal, 22 de marzo, 2014)
En
otro de los casos se hace alusión a que el esposo las
‘regaña’ cuando no
concuerda con algunos aspectos de la educación, aunque no
hay referencia de una
actitud autoritaria: “Ay mira, ahí sí
estoy yo bien mal, […] según yo los
castigo, pero no sé, como, Enrique [esposo] siempre me
regaña, porque dice que
cedo muy fácil.” (Irma, comunicación
personal, 21 de marzo, 2014)
Y
finalmente existe un caso particular en
el que en el hogar
vive un niño que solo
es hijo del esposo por lo que la disciplina de ese niño en
particular es
ejercida por el padre, mientras que la de las hijas mutuas es ejercida
por la
madre, como se lee a continuación: “Entones la
disciplina con el niño [hijo del
esposo] yo no la tomo, la lleva mi
esposo […] Por eso es que mis hijas tienen una
educación y el niño tiene otra
educación” (Montse, comunicación
personal, 20 de marzo, 2014).
De
manera notoria, las mujeres de este
grupo hacen referencia a poner límites a cualquier intento
de violencia o ante
actitudes autoritarias de los esposo (no permitirles hacer algo, etc.),
y en la
mayoría de los casos, menos uno, se procura el
diálogo y la toma de acuerdos en
paraje en la vida cotidiana, en uno de los casos se recurrió
al apoyo profesional,
mediante terapia de pareja.
Mi
suegro dice —me voy a bañar— y
mi suegra tiene el calzón, los zapatos y todo en la cama y
dije —él quiere
hacer lo mismo conmigo—, dije —no,
permíteme, yo no soy tu criada, soy tu mujer,
soy tu compañera, no me gusta, si nos vamos a tratar
así veme diciendo de una
vez porque si no esto se acaba— (Cristina,
comunicación personal, 21 de marzo,
2014).
Respecto
a cómo resuelven las diferencias de pareja, una participante
mencionó:
“Platicando, exponiendo cada uno su punto y llegando a un
acuerdo —ok,
para mi es así, para mi es esto—
y encontramos una media”
(Alma, comunicación personal, 16 de marzo, 2014). En otro
relato se expresa lo
siguiente: “De hecho tuvimos que ir también a
terapia matrimonial, fuimos
porque si ya había varias cositas ya como que no estaban
bien y ahí pues nos
enseñaron a cómo platicar, cómo
escucharnos” (Lucia, comunicación personal, 22
de marzo, 2014).
División
del trabajo doméstico, la crianza y el trabajo remunerado
A
pesar de que las entrevistadas reconocen que en la actualidad ambos
juegan el
papel de proveedores, algunas destacan la responsabilidad principal del
varón
en esa tarea. El trabajo remunerado de la mujer ya sea que constituya o
no como
una parte importante de la economía del hogar es visto por
la mayoría de las
entrevistadas como una ‘ayuda’ al varón
en su rol de proveedor. Cristina
cuenta: “Él feliz, a él le gusta que yo
trabaje. […] siento que puedo ser útil
en otras cosas, en otras cuestiones, igual por ejemplo ayudarle a mi
marido […]
por ejemplo cuando hay una emergencia” (Cristina,
comunicación personal, 21 de
marzo, 2014).
Por
otra lado la postura de ellos ante el
trabajo remunerado femenino no es uniforme, según la
información proporcionada
por las mujeres, mientras para una parte de los varones el trabajo de
su esposa
es visto de manera positiva, para otra resulta conflictivo, pues
consideran que
esto disminuye la atención que ofrece la madre a
él y a los hijos, además de
ser percibido como un síntoma de la incapacidad del
varón para cumplir con el
rol de proveedor. Cabe
resaltar que en
estos casos, cuando el esposo expresa su descontento, los hijos
también reclaman
la ausencia y/o supuesta desatención de la madre, a su vez
provocando
sentimientos de culpa en ella. Ambas posturas se ponen en manifiesto en
los
relatos:
Mi
marido es muy bueno en la casa
y es muy hogareño. Yo soy muy mala en la casa y me gusta
andar de vaga, si yo
ganara más, él fuera de los
—¿qué onda? yo me quedo en la casa a
cuidar a los
niños, hacer de comer, a limpiar la casa, hacerlo todo y tu
vete a trabajar —.
(Montse, comunicación personal, 20 de marzo, 2014)
A
veces es un poquito celoso de mi
trabajo —oye, trabajas mucho, y a veces cuando yo tengo
tiempo libre y quiero
hacer algún actividad, tú es cuando
más trabajo tienes y no inventes, o sea
párale, párale tantito, atiéndenos,
atiéndenos, anda con nosotros—. (Lucia,
comunicación personal, 22 de marzo, 2014)
Él
[esposo] se siente mal de no
poder proveer y que yo no esté en casa atendiendo a los
niños, […] ellos son lo
más importante y es descuidarlos. [Más adelante
refiriéndose al hijo] Me dice —¡ay!
mami pues si me la paso solo—. […] Haz de cuenta
que me hicieron el corazón así,
[…] se me empezaron a rodar las lágrimas,
sentí tan feo. […] Igual el bimestre
pasado sacó 9.1 de promedio y ahora bajó a 8.6
entonces yo sé que es parte de
que no estoy en casa (Alma, comunicación personal, 16 de
marzo, 2014).
En
la mayoría de los casos, sin que la aprobación o
desaprobación del trabajo
femenino denote una diferencia, en estas familias existe una mayor
participación
y división de las tareas domésticas entre sus
miembros, sin que ésta deje de
percibirse como ‘ayuda’. En 4 de los 5 casos, ambos
miembros de la pareja e
hijos tienen responsabilidades definidas en el hogar, aunque con carga
menor a
la de la madre. Solo en uno de los casos el padre no se involucra en
tareas
domésticas y exige más a las niñas que
a los niños el cumplimiento de dichas
labores.
Cosas
del patio y los perros es
cosa de los niños y de mi esposo […]. Cada uno de
mis hijos es responsable de
su cuarto […]. De los trastes, el que tenga ganas
-¡ah! yo-, entre todos. Todo
lo demás en la casa pues lo hago yo, la ropa la lavo yo, en
veces mi esposo me
ayuda con la lavadora. (Alma, comunicación personal, 16 de
marzo, 2014).
Es
importante resaltar que 3 de las madres
manifiestan que son ellas las principales responsables de la crianza;
educación
y cuidado de los hijos. Lucia por ejemplo, quien atiende su negocio
personal menciona:
“vamos a la casa, regresamos y todo eso, casi siempre es
después de la comida,
llegamos, hacemos tarea o comemos, hacemos tarea y fuga”
(Lucia, comunicación
personal, 22 de marzo, 2014).
Otro
relato dice: “Siempre ha sido de
que, yo los castigo, los regaño, hasta les he llegado a
jalar las orejas o
darle unas nalgadas en las pompas, y aun así siempre
están conmigo.” (Irma, comunicación
personal, 21 de marzo, 2014).
Enseñanzas
sobre ser niño o ser niña
Aunque
de manera general,
también en este grupo los preparativos previos al nacimiento
de los hijos
responden a la práctica de utilizar colores e
imágenes decorativas por sexo, las
madres parecen no hacer tanto énfasis en ello y algunas
refieren preferencia
por colores ‘neutros'. Por ejemplo: “Al principio
fue como colores neutrales y
todo eso, pero ya cuando nos enteramos que era niño pues ya
nos enfocamos más
en las cosas de niño” (Lucia,
comunicación personal, 22 de marzo, 2014). Así
mismo, respecto a la decoración para su hija una de las
entrevistadas comentó:
Le
compramos del pollo ese,
ahorita lo ve y dice —mira mami el pollo, el patito ese que
me decoraste— y le
encontré un pollo y todo, incluso ese mismo pollito se lo
dimos al sobrino de
mi marido que nació, se lo regalamos el mismo patito.
(Cristina, comunicación
personal, 21 de marzo, 2014)
Aunque
en este grupo como en los anteriores
se observa la promoción del juego y las actividades
estereotipadas por sexo. Llama
la atención una mayor promoción hacia las hijas
del juego educativo o
encaminado a actividades laborales por parte de las mamás y
como en los casos
anteriores del ‘juegos de hombres’ por parte de los
papás.
Las
muñecas que le he comprado
tienen termómetro y cositas así, ella
también se pone a ver programas de
medicina, por ejemplo ve libros, le he comprado muchos libros, como por
ejemplo
del cuerpo humano y se pone a leer y
—¿sabías que la pipi de este
color…?— y
empieza a ver y me empieza a revisar (Cristina, comunicación
personal, 21 de
marzo, 2014).
Ella
[hija] le gustaba siempre
dibujar y rayar y me agarraba libretas, carpetas, todo lo que fuera
lápiz y
papel ella lo agarraba y dibujaba y se sentaba conmigo o
jugábamos a los
jueguitos que son de niños, de bloquecitos o no
sé. […] Mi esposo es entrenador
de un equipo de futbol soccer y mi hija siempre lo vio, siempre lo vio
y ella
está en la selección estatal de futbol soccer
(Montse, comunicación personal,
20 de marzo, 2014).
En
comparación con los otros tipos de
familia, parece presentarse en los hijos varones una mayor inquietud
por juegos
del sexo contrario. Al respecto las entrevistadas relatan:
A
veces sí le agarra [a la hija] una
bebé, le gustan mucho los bebés a él,
como tiene una que parece de verdad la
agarra y dice —la leche del bebé—
[…] pues como todo ¿no? agarra igual y quiere
hacer de comer con los trastecitos de ella (Lucia,
comunicación personal, 22 de
marzo, 2014).
Yo
siempre los dejé porque dije
bueno ellos no saben, o sea, porque vamos a decir, —eso no
porque es de niña— o
por ejemplo ahorita, es el caso como con mis sobrinos que el
niño juega con los
trastecitos de la niña y la niña luego con los
carritos y dice —no juegues con
los trastecitos son de niña— o sea, no pasa nada y
así es lo mismo con mis
hijos o sea, como no hubo tanto problema porque eran puros
niños (Irma, comunicación
personal, 21 de marzo, 2014).
Aunque
de manera moderada se muestra una
mayor aceptación más no de promoción a
que los hijos sientan interés en juegos
‘de niñas’, no obstante se hace la
referencia que son juegos propios del sexo
femenino. Una de las entrevistadas refiere: “No hay juguetes
para niños pero sí
creo que hay juguetes para niñas, las
‘barbies’, las muñequitas que las
abrazan
y les dan de comer, que les cambian los pañalitos, esas
así de bebé, esos dos”
(Montse, comunicación personal, 20 de marzo, 2014).
De
manera general se ha podido constatar
que las parejas con doble ingreso muestran relaciones más
equitativas de poder
y en la división del trabajo, aunque esto no implica que
estén completamente
libres de estereotipos y desigualdades de género. Si bien
los roles son
compartidos de manera más equitativa, las tareas
aún son consideraras de hombre
y mujeres respectivamente, por lo que el trabajo remunerado femenino es
visto
como un apoyo al rol del varón y las tareas
domésticas siguen siendo
consideradas una responsabilidad principalmente de la madre aunque el
padre
tengan una participación constante en ellas. Ante esta
manera de compartir los
roles se pueden observar dos tipos de efectos distintos en las parejas,
quienes
los han aceptado y se han adaptado de manera positiva a ellos y para
los que esta
dinámica es percibida como una desventaja e incumplimiento
del rol tradicional
lo cual por ende genera conflictos en la pareja. Otro hallazgo
importante es
que las madres de este grupo se muestran más orientadas
hacia no permitir
ningún tipo de violencia en sus relaciones de pareja y poner
límites cuando
esto sucede.
Una
parte de la socialización se mantiene típicamente
por sexo, sobre todo en lo referente a colores de la vestimenta y los
juguetes
que se les proporcionan a los hijos aunque con una actitud mucho
más flexible.
Las madres parecen tener una mayor apertura a modificar el esquema
rígido en la
elección de los juguetes, incentivando en las hijas, las que
a su vez se
muestran interesadas, juegos educativos y orientados a las actividades
laborales, lo cual pudiera ser reflejo del trabajo de la madre. Y, por
otro
lado, muestran una mayor apertura y ven de manera positiva que los
hijos sientan
curiosidad por los juegos considerados femeninos, curiosidad que
pudiera ser
incentivada por la participación masculina en las labores
domésticas y de la
crianza que los hijos observan en casa. Es claro que además
del discurso, lo
que los hijos observan en cuanto a tareas realizadas y actitudes
manifestadas
en casa, hace parte importante en la socialización, lo que
también se refleja de
manera negativa en reclamos por parte de los hijos a una supuesta
desatención materna
cuando el trabajo remunerado de la madre resulta conflictivo para el
padre.
Discusión
y conclusiones
Los
resultados obtenidos en este estudio
permiten concluir que, la percepción de un ingreso
económico independiente por
parte de las madres puede tener un efecto positivo para la
generación de
relaciones de pareja más equitativas en las familias y que,
esto, a su vez, influye
en los aprendizajes de los hijos e hijas en cuanto a como
‘ser niños’ o ‘ser
niñas’, vía su socialización
de género en la casa u hogar familiar. Esta influencia
puede darse tanto de manera directa, a través de las reglas
y valores enseñados
a los hijos e hijas en el discurso e, indirectamente, a
través de la dinámica
familiar y división sexual del trabajo que los hijos y las
hijas observan en el
hogar.
Aunque
persisten
arreglos patriarcales en los hogares, en algunos de éstos se
han empezado a dar
pasos hacia arreglos más equitativos donde la
participación femenina en el
trabajo productivo, pero sobre todo el ingreso económico
independiente entre
las madres está jugando un papel importante. No obstante,
también importa resaltar
que la participación de los padres en el trabajo
reproductivo no se manifiesta
en la misma medida que la participación de las madres en el
trabajo productivo.
Persiste la concepción de que las labores reproductivas son
en esencia tareas
femeninas, y que las tareas productivas son para los hombres. Esto es
sin
importar que en la práctica cotidiana exista una
participación de ambos
miembros de la pareja en los dos ámbitos. Esto quiere decir,
que si bien las
condiciones han dado los elementos para que los roles se compartan, e
incluso algunas
parejas acepten de manera positiva esta distribución,
persiste la concepción
fuertemente arraigada de que las labores productivas y las
reproductivas son
responsabilidades de los hombres y de las mujeres, respectivamente de
acuerdo
al modelo de organización patriarcal. Por tanto la
participación de las mujeres
en la producción y la de los padres varones en la
reproducción continúan
teniendo el carácter de ‘ayuda’ a las
tareas del otro sexo.
Podemos
afirmar
que la independencia del ingreso económico tiene un efecto
importante en las
relaciones de pareja y la socialización de género
en los hijos y las hijas; así
como también podemos
concluir que la
participación de las mujeres en el
trabajo productivo por sí solo no genera cambios en las
relaciones de poder, al
interior de la
pareja, si el ingreso económico
materno depende de la relación conyugal, pero
si puede llegar a tener un efecto en lo
que las madres buscan transmitir a sus hijos
e hijas, vía el proceso de socialización.
Asimismo,
se
observó que las parejas con acuerdos patriarcales parecen
mantener una cierta armonía
en sus relaciones, donde los roles son claramente diferenciados;
aparentemente ambos
miembros los han aceptado y pueden “apoyarse”
esporádicamente uno y otro. Esto
pudiera mantenerse así siempre y cuando ninguno de los dos
rompa con el esquema
preestablecido socialmente. No obstante, dado que el ingreso
económico de la madre
es proporcionado por el varón, éste depende de la
existencia de la relación de
pareja y por tanto coloca a la mujer en un papel de
subordinación. Entonces, esa
aparente armonía conyugal está en
función de la aceptación de relaciones
desiguales de poder.
Por
otro lado, el
trabajo productivo en pareja, a través de un negocio
familiar aumenta la
desigualdad y la sobrecarga de las mujeres, pues mientras el rol
productivo es
compartido por ambos miembros de la pareja, el rol reproductivo sigue
siendo
tarea exclusiva de ellas. El papel de estas últimas en el
trabajo productivo y
la combinación con el reproductivo está en
función de las necesidades del hogar.
Por ejemplo, si hay mucho trabajo en el negocio, se puede pagar para
que
alguien más realice las labores domésticas, o si
hay necesidad de atender alguna
situación respecto a los hijos es ella quien hace a un lado
el trabajo en el
negocio para dedicarse a su rol reproductivo.
Dado
que el
ingreso económico que la madre pueda llegar a percibir por
su trabajo en el
negocio familiar está dado en función de la
relación conyugal, y se encuentra en
un espacio de subordinación respecto al poder y mayor
autoridad masculina en el
trabajo productivo, la desigualdad parece generar cierta inconformidad
en las
mujeres.
En
el grupo de mujeres
que generan un ingreso económico independiente en cambio se
observaron relaciones
de pareja más equitativas. En este caso, ambos miembros de
la pareja comparten
las tareas productivas y reproductivas, muestran formas más
equitativas en las
relaciones de poder, y tienden más a la
negociación que al ejercicio del poder
de uno sobre el otro. No obstante, importa señalar que
también puede observarse
el surgimiento de conflictos en algunas parejas cuando los varones no
han
aceptado esta combinación de roles, o bien ninguno de los
dos miembros de la
pareja está satisfecho con tal arreglo y solo ha sido
producto de dificultades
económicas. Las mujeres de este grupo suelen ser
más reactivas ante
manifestaciones de violencia por parte del varón.
Otro
aspecto
importante de señalar sobre el trabajo de la madre es que
este último puede no
tener efecto en las relaciones de pareja si no hay independencia del
ingreso
económico. No obstante si llega a tener efectos en la
socialización de género
de los hijos e hijas. Por un lado, las madres que no trabajan
transmiten unos
valores más ligados a los acuerdos de tipo patriarcal, lo
cual puede ser
manifestación de la conformidad que ellas sienten hasta ese
momento con este
tipo de acuerdo. Mientras
que las madres
que trabajan en el negocio familiar, a pesar de no tener un ingreso
económico independiente
muestran apertura a que los hijos de ambos sexos rompan el esquema
tradicional
en la división sexual del trabajo. Esto puede estar
relacionado con la
inconformidad manifiesta de la desigualdad y la sobrecarga de trabajo
que
experimentan. En el caso de las familias de las cuales se pudiera decir
que
manejan patrones de mayor modernidad, es notorio que el trabajo de las
madres las
lleva tanto a incentivar a las hijas al juego encaminado al trabajo
productivo,
como a ser más proclives a aceptar el interés que
pudieran tener los hijos
varones respecto al juego encaminado hacia las labores
domésticas.
Por
su parte, los
padres varones se mantienen con una postura tradicional. Con reacciones
punitivas hacia los hijos cuando trastocan el esquema de los roles
masculinos,
mientras que se reconoce y refuerza a las hijas cuando ellas se
insertan en
actividades reconocidas generalmente como masculinas. Es así
como se puede concluir
que los padres incentivan a sus hijos de ambos sexos hacia la
reproducción de
actividades consideradas masculinas, las cuales son consideras
positivas y como
de mayor prestigio.
Por
último, no se
debe olvidar que la socialización de género de
los hijos y las hijas no solo se
da a través de lo que los padres les transmiten de manera
directa mediante el
discurso. Las dinámicas observadas por parte de los hijos e
hijas en el hogar
son también una fuente importante de
socialización de género. Por tanto, no es
de sorprenderse que las niñas con madres que participan en
el trabajo productivo
muestren intereses por el juego encaminado hacia el trabajo remunerado
y los
niños hacia los juegos encaminados hacia las tareas
domésticas cuando el padre
participa en ellas. Así como tampoco es de sorprendernos que
en las parejas
donde el trabajo femenino está generando conflicto,
éste lleve a que los hijos
perciban una supuesta desatención materna. Esto lleva a
pensar que los hijos
serán capaces de adaptarse a estos nuevos patrones de
división sexual del
trabajo, si primero el padre y la madre se adaptan a ellos.
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CEPAL.
María
Eugenia Aguilar Jiménez
Mexicana.
Maestra en
Estudio de Población por El Colegio de la Frontera Norte y
licenciada en
Psicología por la Universidad Autónoma de Baja
California. Trabaja como técnico
académico en El Colegio de la Frontera Norte. Sus
áreas de especialización son
en temas de género y salud sexual y reproductiva. Su trabajo
“La agencia de las
mujeres y la interrupción del embarazo en contextos
penalizados” esta aceptado
para su publicación en libro especializado.
Norma
Ojeda de la Pena
Mexicana.
Doctora en Sociología con especialidad en Estudios
de Población por la Universidad de Texas en Austin. Maestra
en Demografía por
El Colegio de México y licenciada en Sociología
por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Actualmente se
desempeña como profesora del Departamento de
Sociología en la Universidad Estatal de San Diego y es
investigadora asociada
del Departamento de Estudios de Población en El Colegio de
la Frontera Norte.
Sus áreas de investigación son familia,
género y salud reproductiva. Tiene más
de sesenta publicaciones. Entre sus últimas publicaciones
están: 1) Norma
Ojeda. (2017). Práctica y Percepciones
acerca de la Unión
Libre entre las Mexicanas Jóvenes: un estudio de caso. TlA-MELAUA – Revista de ciencias
Sociales No. 42. 2) Julieta
Pérez Amador
y Norma Ojeda (2016). Una Nueva
Mirada a los Factores Predictivos de la Disolución Conyugal
en México. En: Marie-Laure
Coubes, Patricio Solís and Ma. Eugenia
Zavala (coordinadores), Generaciones, Curso de Vida y Desigualdad Social
en México. El
Colegio de
México y Colegio de la Frontera Norte, pp. 10- 42.
Dra.
Julieta Yadira Islas Limón
Mexicana.
Doctora en
Ciencias de la Salud por la Universidad Autónoma de Baja
California. Maestra en
Psicoterapia Psicoanalítica en la Universidad Complutense de
Madrid, España y
licenciada en Psicología por la UABC. Actualmente es
profesora - investigadora
en la Facultada de Medicina y Psicología en la Universidad
Autónoma de Baja California.
Ha publicado dos artículos en revistas
científicas, dos capítulos de libro y es
co-editora del libro de Textos en
Psicología. Cultiva las líneas de
investigación de adicciones, evaluación
de la personalidad e identidad fronteriza.
[1] Las
dimensiones de las relaciones
de género consideradas para el estudio de García
y Oliveira en 2004 fueron:
Participación del cónyuge en las tareas
domésticas, participación del cónyuge
en el cuidado de los hijos, participación de la esposa en la
toma de
decisiones, libertad de movimiento de la esposa y ausencia de violencia.
[2]
Este
trabajo es parte del
proyecto “Socialización de niños y
adolescentes respecto a los roles de género
y la sexualidad temprana en las familias jóvenes de la
frontera norte de
México”. Realizado
bajo la
responsabilidad de la Dra. Norma Ojeda de la Peña con
financiamiento del
Programa de Ciencia Básica del CONACYT.