Vulnerabilidad
simbólica en los jóvenes:
la
amenaza potencial de la industria musical digitalizada
Symbolic
vulnerability in young people: the potential threat of the digitized
music
industry
Ana Isabel
Zermeño Flores
Amaury Fernández Reyes
Mabel Andrea Navarrete Vega
http://orcid.org/0000-0001-7371-8767
https://orcid.org/0000-0003-4607-2678
https://orcid.org/0000-0002-5290-3127
Universidad de Colima
Universidad
de Colima Universidad
de Colima
anaz@ucol.mx
amaury_fernandez@ucol.mx
mnavarrete@ucol.mx
Resumen:
El objetivo es construir, desde el enfoque de la
vulnerabilidad simbólica, una cadena de
explicación consistente sobre la
influencia de la industria cultural digitalizada de la
música en los jóvenes millennial.
El abordaje parte del modelo
de presión y liberación, desde el cual se teje la
relación entre causas
estructurales, presiones dinámicas y condiciones inseguras
que vuelven
vulnerables a estos jóvenes en México. Esto se
confronta con la potencial
amenaza de la industria musical que usa sistemas predictivos para la customización. Como resultado,
se logra
una aproximación teórica sobre el riesgo de
estandarización y atomización en
estos jóvenes que habrá de confrontarse
empíricamente. El valor del estudio
radica en adaptar un modelo estructural funcionalista de la
vulnerabilidad en
desastres naturales a un fenómeno sociocultural, en la
conceptualización de la
vulnerabilidad simbólica relacionada con la creciente
digitalización y en su
potencial aplicación a otras industrias culturales en la era
digital.
Palabras
clave: Vulnerabilidad
simbólica, millennial,
industria musical,
digitalización, usuario
cultural
Abstract: The objective is to build, from the
symbolic vulnerability approach to a consistent discussion chain on the
influence of the digitized cultural industry of music on millennials.
The
approach of the Pressure and Release Model (PAR), which deals with the
relationship between structural causes, dynamic pressures and
conditions that
affect Mexican young people. This is faced with the potential threat of
the
music industry that uses predictive systems for customization. As a
result, a
theoretical approach was achieved on the risk of standardization and
atomization in millennials that will have to be confronted empirically.
The
value of the study lies in adapting the functional structural model of
vulnerability in natural disasters to a sociocultural phenomenon, in
the
conceptualization of symbolic vulnerability related to the growing
digitalization and in its potential application to other cultural
industries in
the digital age.
Keywords:
Symbolic
vulnerability, millennial, music industry, digitization, cultural users
Traducción:
Guadalupe
Margarita Andrade, Instituto Tecnológico y de Estudios
Superiores de Monterrey
(ITESM)
Cómo
citar:
Zermeño,
A.; Fernández, A. y Navarrete, M. (2018).
Vulnerabilidad simbólica en los
jóvenes: la amenaza potencial de la
industria musical digitalizada. Culturales,
6, e366. doi:
https://doi.org/10.22234/recu.20180601.e366
Recibido:
22 de enero 2018
Aprobado: 10 de septiembre 2018
Publicado: 21 de diciembre de 2018 |
Hoy en
día,
ya no es importante el talento. Nos gusta un cantante, porque les gusta
a
todos. Nos gusta un cantante, porque suena en todas las radios, porque
todos lo
están escuchando, porque lo ponen en nuestro antro favorito,
porque es la
sensación del momento, porque es lo más nuevo que
ha salido. Pero sobretodo,
nos gusta porque es popular. Escuchar y disfrutar del mismo tipo de
música, de
las mismas canciones, del mismo cantante, se ha vuelto una moda entre
nosotros
los jóvenes.
Andrea (20
años, estudiante universitaria).
Introducción
Van
en el camión, en sus bicicletas,
deambulan por la calle, acomodan mercancías en las tiendas,
resuelven sus
tareas escolares o comparten con sus amigos en el café, son
jóvenes conectados
a sus audífonos que escuchan música que va
“desde rancheras hasta metal
sinfónico” (Madame web, 2008). Música
que antes organizaron en listas de
reproducción, que tomaron por recomendación del
melómano que siguen por iTunes,
YouTube, Spotify,
Google Music, Pandora,
The Hype Machine,
8tracks,
entre otras plataformas digitales; o bien, que reproducen
en streammig[1] —mayoritariamente de forma
gratuita— y
que comparten por redes sociales. La industria de la música
vinculada a
internet ofrece la anhelada personalización, en particular
para los jóvenes que
están en continua afirmación del yo
(Pedreira
y Álvarez, 2000): “Puedes
encontrar [música] en la radio y la televisión,
pero esas canciones [las que
encuentran en línea] son seleccionadas para ti. Internet te
permite encontrar
tu propia música. Es más personal”
(Imam, 7 septiembre 2012). ¿Qué
significa esta personalización? ¿Cómo
se produce? ¿Qué implica?
Mucho
se ha escrito desde la
academia sobre los jóvenes y las juventudes, tanto de sus
particularidades y
problemáticas como de sus potencialidades. Disciplinas como
la biología,
psicología, sociología, ciencia política y antropología, en las
últimas décadas
han abordado diversos aspectos sobre este grupo de población
(Rodríguez, 2001).
Entre los enfoques que se han probado está el de
vulnerabilidad social; que Cutter
y Emrich (2006) lo definen como la susceptibilidad de los grupos
sociales a
pérdidas, peligros o riesgos, así como a su
capacidad de resiliencia o de
recuperación adecuada y que deriva de las desigualdades
sociales.
Rodríguez
(2001) organiza tres tipos
de fuerzas que generan vulnerabilidad social en los jóvenes
sólo por el hecho
de ser joven: a) la dimensión vital, en la que se presentan
riesgos inherentes
al ciclo de vida; b) la dimensión institucional, que refiere
a las asimetrías
desventajosas para los jóvenes frente al posicionamiento
tradicional de los
adultos; y, c) la dimensión de inserción
socioeconómica, que implica las dos
formas en las que la sociedad moderna inserta a sus miembros: la
educación y el
mercado laboral. Además, este autor, hace un recuento de los
enfoques de otros
autores sobre la vulnerabilidad, quienes la observan en: la ausencia de
poder,
el sentimiento de indefensión y la base material que lo
sustenta, el riesgo de caer
por debajo de la línea de pobreza, rezagos
sociodemográficos, precariedad
en la tenencia o movilización de los
activos y el desajuste entre activos y estructura de oportunidades.
Si
se analizan las dimensiones
propuestas por Rodríguez (2001) se encuentra que no son
suficientes para
comprender otro tipo de riesgos que amenazan a los jóvenes
en la sociedad
actual y que se vinculan con la dimensión
simbólica. Al respecto, Mendoza
(2016) denuncia
que,
…el actual
sistema capitalista ha creado un
modelo de joven estándar, agenciado por una matriz
productivo-consumista que
los ha visibilizado a través de la cultura de la imagen, el
consumo estético
como promesa de identidad y el mayor acceso al consumo
simbólico (p. 80).
Esta
reflexión merece
estudiarse con cuidado porque implica potencialmente otro tipo de
riesgos para los jóvenes, ya no
relativos a sus condiciones materiales sino a su forma de estar en el
mundo, a
sus dinámicas, expectativas y significados.
La
perspectiva para acercarse al
problema de estudio no es el de la vulnerabilidad social sino la
simbólica, que
implica mayor exposición a los riesgos relacionados con la
producción y
circulación en la vida cotidiana de formas
simbólicas, muchas de las cuales son
producidas por las industrias culturales (Thompson, 2002). Por
vulnerabilidad simbólica se entiende la
susceptibilidad de las personas, grupos o comunidades a la
pérdida, disminución
o precarización de su capacidad de representación
o interpretación de
significados. Esta vulnerabilidad incide en la constitución
subjetiva y en las
formas en las que se comprende y actúa en el mundo.
Se
propone reflexionar sobre la
vulnerabilidad simbólica en los jóvenes
caracterizados como millennials
porque, como hace notar
Mendoza (2016), tienen un amplio acceso al consumo
simbólico. Los millennials son
una generación que Howe
y Strauss (2000) definen –con base en el peso que tiene la
memoria colectiva
para construir generaciones– como más
inteligentes, más industriosos, mejor
educados que cualquier generación anterior, se adaptan mejor
a los cambios y
han crecido en un mundo configurado por el uso creciente de las TIC, lo
que les
provee del acceso a un extenso mercado cultural, especialmente el de la
música.
La
llamada generación millennial
—también conocida como
Generación Y, Nativos digitales, Generación Net,
iGeneration entre otros—
refiere a los jóvenes nacidos entre el año 1980 y
el 2000, aproximadamente,
pues aún no existe consenso sobre los años
límite (Keeling, 2003). De acuerdo a
este rango se asume que en el 2018 esta generación
representa el 25% de la
población a nivel mundial
(Gutiérrez-Rubí, 2016) y, para el 2025,
conformarán
el 75% de la fuerza laboral del mundo (Lobera y Rubio, 2015). En
México, en el
2010, esta población constituía alrededor del 34%
(INEGI, 2010) y la proyección
para el 2020 que realizó CONAPO (2014) los posiciona en esos
mismos
porcentajes.
En
cuanto a sus características
generales se les asume como sujetos más listos,
rápidos y sociables, así como
optimistas, creativos, de mentalidad abierta y global,
tecnológicos y multitasking
(Keeling, 2003; León y
Vega, 2016; Medina, 2013). En contraparte, se les visualiza como
altamente
consumidores y con “poca habilidad para resolver problemas,
para mantener la
atención o hacer planes a largo plazo” (Tagliabue
y Cuesta, 2011, p. 51).
Coincidentes
con dichas
características generales, los estudios sobre millennials
mexicanos los describen como nativos digitales
altamente dependientes de sus smartphones,
más enfocados a la diversión y a mantener
relaciones personales sin compromiso
y con cierto rechazo al matrimonio (Gómez, 2015; Saucedo,
2016). A la vez, se
les reconoce como altamente consumidores y creadores de tendencias de
consumo
en línea (PROFECO, 2017) y en México, son la
generación que más se conecta, usa
las redes sociales (AMIPCI, 2018) y escucha música (IFPI,
2016); por lo mismo,
son los más proclives a la vulnerabilidad
simbólica relativa a esta industria
cultural en la era digital. Con esto, no se pretende desvalorizar
generacionalmente a los millennial
—no se les considera inactivos pero tampoco más
inteligentes que otras
generaciones—, simplemente se asume que viven tiempos
distintos.
El
objetivo de este artículo es
construir, desde el enfoque de la vulnerabilidad simbólica,
una cadena de
explicación consistente sobre la influencia de la industria
cultural
digitalizada de la música en los jóvenes millennial
para comprender los riesgos potenciales de la
estandarización y atomización de
este grupo de población. En este sentido, no se aborda el
problema ideológico
de la música (impacto de los significados en los
públicos), ni tampoco el de su
industrialización (producción, reproducción, distribución
y
comercialización), se busca identificar los mecanismos a
través de los cuales
la digitalización, mejor aún, la
personalización o customización
de los servicios de la industria musical impactan en
la pérdida de autonomía de los jóvenes.
La
disertación que se propone parte
de los siguientes supuestos que, aunque merecen una
discusión más amplia dada
su complejidad, por límites en la extensión del
documento se mencionan en
términos generales y se identifican las principales
autorías que los sustentan:
a) los jóvenes millennials
son altos
consumidores de música, que gestionan en plataformas online (Pew Research Center, 2010); b) la
música es una mercancía
cultural industrializada (Torres, 2012, Thompson, 2002); c) las TIC
representan
un vehículo favorable para la producción y
circulación de las formas simbólicas
que derivan de las industrias culturales (Torres, 2012); d) las
plataformas online, a
través de las cuales se oferta
la música, utilizan algoritmos predictivos para lograr un
consumo personalizado
(Abeillé, 2013); e) los jóvenes son actores
sociales con capacidad de agencia,
construyen sus significados en el fluir de la vida social (Benedicto,
2016), no
obstante, aunque la agencia es una de sus potencialidades,
ésta no es libre,
está condicionada por las estructuras sociales (Giddens,
1995); g) la autonomía
de las personas para la toma de decisiones es una condición
cognitiva básica que
constituye al ser humano e impacta en su desarrollo (Gough, 2017), de
ahí la
necesidad de comprender los riesgos asociados, por ejemplo, con la
personalización de la música en la industria
cultural digitalizada.
Modelo
de análisis
Para
el análisis del problema se
toma el modelo de presión y liberación (PAR)
propuesto por Blaikie, Cannon,
Davis y Wisner (1996), el cual se basa en la comprensión de
que los desastres
—que de forma simple refieren a impactos negativos,
afectaciones, pérdidas o
crisis—[2]
se
presentan por las condiciones estructurales que vuelven vulnerables a
las
personas. Es decir, la “vulnerabilidad está
arraigada en procesos sociales y
causas de fondo que finalmente pueden ser totalmente ajenas al
desastre”
(Blaikie et al., p. 27), pero que
colocan en estado de precariedad o indefensión a la
población. El modelo asume
que el riesgo —probabilidad de la ocurrencia de la
amenaza— es el resultado de
la interacción compleja entre la vulnerabilidad de la
población y la amenaza
—fenómeno que puede causar un grave
daño a los individuos o comunidades—; por
lo que no habría riesgo para las personas si
éstas no fueran vulnerables o
bien, si pese a su vulnerabilidad, no se presenta la amenaza.
El
modelo PAR es como un cascanueces
con dos fuerzas que presionan en direcciones opuestas y confluyentes:
por un
lado están las que generan vulnerabilidad y por el otro la
amenaza, por lo que
el desastre dependerá de las presiones y coincidencias de
una y otra fuerza.
Aún
con sus limitaciones,[3]
este modelo ayuda a entender y explicar las causas del desastre porque
favorece
tejer una cadena de explicación progresiva que va desde las
causas
estructurales hasta las condiciones de inseguridad de las personas. Las
causas
de fondo o subyacentes producen y reproducen vulnerabilidad, son
externas, de
tipo estructural y refieren a procesos económicos,
demográficos y políticos; en
este sentido, respecto a la vulnerabilidad en la dimensión
simbólica de los
jóvenes millennial, se
propone que
las causas de fondo son los procesos de globalización, el
mercado neoliberal y
la tecnologización que ha derivado en
digitalización (Beck, 2002; Terceiro y
Matías, 2001).
Las
presiones dinámicas, por su
parte, “son procesos y actividades que
‘traducen’ los efectos de las causas de
fondo en vulnerabilidad de condiciones inseguras” (Blaikie et al., 1996, p. 30); así,
para los jóvenes en estudio, las
presiones dinámicas que se identifican como relevantes son,
de acuerdo con
Rodríguez (2001), el crecimiento de la población
juvenil que se constituye en
un target para el mercado, la
creciente promoción y adopción de las TIC
especialmente entre los jóvenes y, la
ausencia de políticas públicas que resguarden los
derechos digitales de este
grupo de población .
En
un tercer nivel de especificidad,
las condiciones inseguras de los jóvenes millennial
radican en sus entornos de socialización, acceso y
uso de la cultura;
algunas de las condiciones que Rodríguez (2001) sugiere
pueden vulnerar la
capacidad simbólica de los jóvenes se localizan
en el ámbito del sujeto —etapa
de desarrollo y su disposición al consumo— y en
sus entornos inmediatos en los
que se favorece el consumo e intercambio de lo simbólico,
que ofrecen bajo
anclaje en lo local, que limitan la reflexión y la
crítica y que se organizan
en redes que favorecen el contagio (Figura 1).
Figura 1. Presiones que catalizan desastres: la estandarización y atomización de los jóvenes millennial
Fuente:
Adaptado del modelo PAR (Blaikie et al.,
1996, p. 29).
El
ensayo se organiza siguiendo la
lógica del modelo PAR, en el que se discuten, con base en el
análisis de otros
estudios, las diferentes presiones y amenazas que se proponen como
catalizadores del riesgo de la estandarización y
atomización en los jóvenes millennial
dada su vulnerabilidad
simbólica.
Causas
de fondo
Se
describen las causas de fondo que
inciden en la vulnerabilidad de los jóvenes millennial.
Primero se presenta la relación indisoluble de los
fenómenos macro
estructurales de la globalización con el sistema neoliberal;
enseguida, se
aborda la tecnologización que ha dado paso a la
digitalización.
Globalización
y neoliberalismo
Hablar
de vulnerabilidad simbólica
es exponer la fragilidad subyacente en el ámbito subjetivo
ante la fuerza
externa de la producción simbólica que ofrecen
los diversos mass media y las
industrias culturales,
como ya se ha mencionado. En este caso se trata del mercado cultural y
sus
destinatarios idóneos, los jóvenes millennial,
en un contexto de globalización
y
neoliberalismo que oferta una saturación de contenidos y
producciones de gran
alcance.
La
globalización representa un
fenómeno principalmente económico, que deviene
también cultural y que se nutre
de una globalidad práctica que implica una
interconexión efectiva
a nivel también internacional a partir de la
tecnología y que se afianza y legitima por medio de un
discurso ideológico
autorreferencial denominado globalismo (Beck, 2002). Con la
globalización
decrece la autonomía local, aumenta la extracción
de ganancias de las grandes
empresas transnacionales y ocasiona vulnerabilidades
económicas a través de las
grandes industrias que ponen en riesgo la diversidad de culturas
(Stiglitz,
2002).
De
esta manera, cuando se habla de
la globalización como fenómeno mundial y se
relaciona con el sistema económico
internacional se hace referencia también a una
producción de bienes ofertada y
“sobreofertada”, principalmente, a la
población joven a partir de las TIC, lo
que produce un mercado global de lo juvenil. En este sentido, Bleikie et al. (1996) reconocen los factores
dinámicos globales al proponer vinculaciones entre
vulnerabilidad y procesos
internacionales. De esta manera, la globalización no
solamente corresponde a
los aspectos económicos y políticos, sino
también se trata de las
interrelaciones sociales y culturales intensificadas por la
tecnología.
Tecnologización
Por
su parte, la tecnologización se
refiere a la expansión de la sociedad informacional
anunciada por Castells
(2000), que emerge en el último tercio del siglo XX y cuyo
centro son las TIC.
Se trata de una revolución tecnológica que vuelve
interdependientes a las
economías y a la geopolítica mundial. Es un
proceso dinámico que impacta no
sólo a la base material de las sociedades (Castells, 2000),
sino que instituye
una racionalidad tecnológica (Marcuse, 1993) que se concreta
en las formas de
producción de riqueza y reproducción social; es
decir, que se ha mimetizado en
la estructura misma de la sociedad.
Esto
significa que la tecnología no
es neutra, y que, como alerta Marcuse (1993), “La tecnología
como tal no puede
ser separada del empleo que se hace de ella; la sociedad tecnológica
es un
sistema de dominación que opera ya en el concepto y la construcción
de las
técnicas” (p. 26). Por lo que, comprender la forma en la que
ésta opera ayuda
a entender el proceso de dominación de consumo y
vulnerabilidad simbólica.
En
este sentido, el desarrollo
actual de las TIC parece cumplir el anhelo humano de “ser
visto” y atendido de
forma personalizada. Pareciera que estos adelantos
tecnológicos devuelven la
identidad individual que arrebató la era industrial en la
que se configuraron
masas alienadas por el trabajo repetitivo y la producción a
gran escala. Luego,
esto fue reforzado por los medios masivos de comunicación
que, a través de la
forma simbólica del tautismo (Sfez,
1995) –conjunción de tautología
(pleonasmo), autismo (aislamiento) y totalitarismo
(absoluto)– abonaron a esa sensación de borrado
del “yo”, doblegando lo
individual ante la masa.
Con
el arribo de la Web 2.0 se hizo
posible la personalización de mensajes, la horizontalidad en
el trato entre los
usuarios, la posibilidad de la innovación y la proactividad.
La personalización
consiste en la posibilidad técnica de generar la apariencia
deseada al avatar,
elegir el theme de preferencia,
armar
listas con las canciones predilectas o diseñar el entorno
digital en el que
invierten varias horas al día (correo, buscador, blog, redes
sociales,
plataformas musicales, etc.).
Con
la evolución hacia la Web 3.0 se
avanza en las potencialidades de la personalización al
analizar el
comportamiento de los usuarios a través de la
conformación de enormes bases de
datos relacionales, que se generan cuando el usuario imprime su huella
digital
–con cada click que
ejecuta– y que
mantienen un aprendizaje profundo y continuo (Deep
Learning). A esta tendencia de análisis de datos a
gran escala
(Big Data, Data Science, Data Mining)
se suma el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en
inglés) –posibilidad
de que los objetos cotidianos se conecten a internet (FIB, 2011), lo
que
incrementa exponencialmente la información–
generando la oportunidad de
regresarle al usuario una oferta adaptada a su gusto, es decir,
personalizada (customizada).
También
apoya a esta tendencia el
incremento de dispositivos personales como “extensiones del
hombre” –celular,
tabletas, laptops, principalmente– que favorecen la
impresión de la huella
digital. Las personas tienen sensores las 24 horas del día,
con los cuales, de
forma voluntaria, alimentan a quienes diseñan su
menú personal de consumo. Hay
que subrayar que la tendencia hacia el significado de
“personalización” rebasa
el entorno online. En este sentido,
hay diferentes iniciativas en la web desde las que se puede generar
personalización offline;
por ejemplo,
se pueden seleccionar por internet atributos deseados en zapatos, ropa,
accesorios, entre otros, para que se diseñen a medida y
luego recibirlos en
casa a través de mensajería convencional o drones.
Ahí
está la clave del éxito y la
trampa de la personalización: al acceder a los contenidos se
generan patrones
que identifican los gustos personales de los usuarios, pero que
también
prescriben y determinan usos y representaciones. Hilbert (2017)
subraya:
“tenemos tantos datos y tanta capacidad de procesarlos, de
identificar
correlaciones, que podemos hacer a la sociedad muy predecible. Y cuando
puedes
predecir, puedes programar” (citado en Hopenhayn, 19 de enero
de 2017,). Ante
este avance tecnológico viene la sospecha sobre la falsa
ilusión de lo
individual y lo colectivo; al respecto, Hilbert (2017) alerta que,
entre las
mayores preocupaciones del avance tecnoinformacional está la
fragmentación de
la sociedad al colocar a cada ciudadano en una burbuja distinta; con lo
cual
deviene el riesgo de la estandarización y
atomización.
Presiones
dinámicas
Incremento
de la población de
jóvenes: oportunidad para el mercado
La
población mundial de jóvenes en
la actualidad es la más numerosa, esto refleja un
fenómeno global y nacional
sin precedentes. De acuerdo con datos de las Naciones Unidas (2017),
respecto
al porcentaje de la población juvenil total a nivel global,
para el año 1985 se
contabilizaba más de 900 millones; para 1995, más
de mil millones y se calcula
que para el año 2025 llegarán a más de
mil doscientos millones, solamente
dentro del rango de edad entre 15 y 24 años de edad. Si se
amplía el rango
acorde con la edad juvenil en México y muchos otros
países que le consideran
entre los 12 y 29 años, habrá cerca de 2 mil
millones de jóvenes en el mundo,
es decir, más de la cuarta parte de la población
total.
Lo
anterior significa
un amplio sector poblacional de gran importancia para las industrias
culturales
globales y, por lo tanto, para la economía internacional.
Esto representa una
amplitud de la población rentable (target)
que se convierte en el objetivo por excelencia en el marketing
de la producción de bienes simbólicos y se
vincula con el
ocio y el entretenimiento, a través de una recursividad
discursiva para el
consumo de productos ofertados por el mercado (Mendoza, 2016;
Rodríguez, 2001).
Promoción
reduccionista de las TIC
en los jóvenes
Ante
la expansión de las TIC y las brechas
digitales consecuentes, los organismos internacionales, a
través de los Foros
Mundiales de la Sociedad de la Información que se realizaron
en 2013 y 2014,
marcaron directrices a los países, especialmente respecto a
la población
juvenil, a quienes reconocen
como
actores de desarrollo:
Reafirmamos el
papel fundamental de
los jóvenes y las organizaciones juveniles pues, como se reconoce en
el
párrafo 11 de la Declaración de Principios de la CMSI, "deben
fomentarse
sus capacidades como estudiantes, desarrolladores, contribuyentes,
empresarios
y encargados de la adopción de toma de decisiones. Debemos centrarnos
especialmente en los jóvenes que no han tenido aún la posibilidad de
aprovechar plenamente las oportunidades que brindan las TIC (...) El
papel que
desempeñan los jóvenes también se ha puesto de manifiesto en el
Programa de
Acción Mundial para la Juventud, donde se identifican las TIC como una
de las
15 esferas prioritarias, pues pueden dar a los jóvenes la oportunidad
de
superar los obstáculos que representan la distancia y las disparidades
socioeconómicas. Además, en la Cumbre Mundial de la Juventud de la
UIT,
celebrada en 2013, se declaró que la juventud es una fuerza de
progreso y se
insistió en cuán importante es su plena participación en los
procesos
decisorios para mejorar la democracia y cómo el acceso de los jóvenes
a la
información puede contribuir directamente a su empoderamiento y a la
innovación a escala mundial [...]. Aunque se han logrado ciertos
progresos, es
necesario invertir mayores esfuerzos en garantizar la materialización
de estos
programas y declaraciones y de otros del mismo cariz (WSIS, 2014, p. 3).
Cabe
decir, que aterrizar los
lineamientos de la CMSI para la transición de América Latina y el
Caribe hacia
sociedades de la información ha significado la
implementación de cumbres
ministeriales en la región (E-LAC), monitoreadas por la
CEPAL como secretaría
técnica (Valderrama, 2012). Destacan de este proceso al
menos dos aspectos que
interesan a la presente discusión; por un lado, la
expansión de una visión
hegemónica sobre un modelo de sociedad que sostiene sus
dinámicas productivas
neoliberales a través de las tecnologías
informacionales, de ahí que los
Estados diseñen políticas públicas que
promueven la disposición y acceso a las
TIC –con la idea reduccionista de progreso–. Por
otra parte, destaca que la
promoción de esta tecnología se realiza a
través de pactos con grandes
consorcios transnacionales de tecnologías “sin
reparar en los grandes problemas
estructurales y rezagos pendientes aún no
resueltos” (Alva de la Selva, 2015).
Es decir, “este proyecto se inscribe rotundamente en la
sociedad de mercado, el
neoliberalismo como telón de fondo y la desregulación del sector de
las
telecomunicaciones como estrategia clave” (Valderrama, 2012,
p. 17); donde los
jóvenes, dado su etapa de desarrollo, el bono
demográfico y su disposición al
consumo, son estratégicos para esa visión de
mundo. Por lo tanto, en términos
de políticas públicas, se diseñan
sujetos para esta sociedad:
“que
sepan pensar para la máquina”,
“entenderla”, adaptarse y ser proactivos ante las
exigencias de la flexibilidad
en la producción que, a su vez, atiende a la exibilidad de los
mercados. Este
es el perfil general del sujeto tecnológico que la SI le demanda a los
sistemas educativos (Valderrama, 2012, p. 21).
Las
presiones globales que resultan
de la expansión de la sociedad de la información
y el conocimiento (SIC)
afectan especialmente a los jóvenes; no sólo por
la amenaza de la exclusión
digital –que se traduce en exclusión social
(Zermeño, 2017)– sino por la idea
de que, al ser los actores paradigmáticos de esta sociedad,
una buena parte de
sus referentes culturales se gestionan y circulan por las TIC.
Políticas
públicas: precariedad en
los derechos de los jóvenes en una era digital
Mientras
avanza el proyecto
hegemónico de la SIC, los gobiernos son incapaces de normar
los alcances de lo
tecnológico permitiendo que se instale una suerte de
totalitarismo tecnológico
(García, 2016) que impacta no sólo en la
dimensión material del mundo de los
jóvenes, sino en la dimensión
simbólica.
Está
claro que hay un adelanto,
cuando en varios países del mundo se ha legislado para que
el acceso a internet
sea un derecho humano y en las leyes que garantizan el derecho de
propiedad
intelectual; no obstante, resulta curioso que ambos derechos promueven
más el
crecimiento del mercado que el de la población civil.
Así, la sociedad queda
desprovista porque se descuidan aspectos en los que las TIC juegan un
papel
fundamental al ser el medio de acceso pero también el
reconfigurador de lo
simbólico. Por lo que se vuelve necesario garantizar los
derechos a la
privacidad, al olvido, al consumo racional, a la transparencia sobre
las
lógicas de funcionamiento entre las industrias culturales y
las tecnologías, a
la cultura local (idioma, tradiciones, cine, música,
ideas...), entre otros
(Arellano y Ochoa, 2013).
Sumadas
a esta presión de descobijo
están las lagunas sobre las garantías de los
derechos de los jóvenes. Si bien
es cierto que en 1992 se crea la Organización Iberoamericana
de la Juventud
(Organización Iberoamericana de Juventud, 2005), organismo
internacional de
carácter multigubernamental del que México forma parte, que
organiza la
Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes (CIDJ) y a
través de la
cual se promueven 44 artículos para favorecer el
“respeto a la juventud y su
realización plena en la justicia, la paz, la solidaridad y el respeto
a los
derechos humanos” (Organización Iberoamericana de
Juventud, 2005, p. 9). No
obstante, las TIC sólo se mencionan en el Artículo
22. Derecho a la educación, como un bien al que
los jóvenes tienen derecho
a acceder, pero no como un factor del que se les debe proteger o
educar; sobre
todo porque éstas pueden poner en riesgo otros derechos,
como a la no
explotación, la identidad y personalidad propias; al honor,
intimidad y a la
propia imagen; a la cultura y al arte local.
Condiciones
inseguras
Entornos
que vulneran
De
la misma forma en que las
personas pueden ser vulnerables al riesgo material de un deslave al
ubicar su
casa en las faldas y laderas de un cerro o si, por la pobreza,
construyen sus
casas con materiales y técnicas no adecuadas para resistir
los huracanes o los
terremotos, así los jóvenes son vulnerables en la
dimensión simbólica, al vivir
en entornos donde se promueve, desde diferentes frentes y a
través de múltiples
estrategias, el consumo, donde no hay suficiente o adecuada oferta
local que
ancle sus identidades, donde se satura de información y
estímulos que infoxican
y limitan la calma para la reflexión crítica y
donde la organización reticular
digital favorece el contagio de lo simbólico (Mendoza, 2016;
Rodríguez, 2001).
El
consumo dejó de ser la lógica que
sostiene la producción, desde la segunda mitad del siglo XX
articula, con
bastante éxito, la “civilización del
deseo” que busca incesantemente el
confort, lo nuevo, el prestigio y que espera una apelación
personalizada. Se
trata del hiperconsumo posmoderno cuya razón de ser es:
comercializar
todas las experiencias
en todo lugar, en todo momento y para todas las edades, diversificar la
oferta
adaptándola a las expectativas de los compradores, reducir los ciclos
de vida
de los productos mediante la aceleración de las innovaciones,
segmentar los
mercados, fomentar el crédito para el consumo, fidelizar al cliente
mediante
prácticas comerciales diferenciadas [customizadas]
(Lipovetsky, 2007, p. 9).
El
consumo, como elemento funcional
de lo simbólico, resulta revelador en los entornos que
vuelven vulnerable a los
jóvenes porque, desde la teoría de las
prácticas sociales, éste no es una
práctica, sino un momento de todas las prácticas que, en la
civilización
actual, se han incrementado y diversificado ampliamente, por lo que el
consumo
también se ha disparado (Warde, 2005). Ante esa avalancha
del consumo como
cultura global ¿cuál es el espacio para lo local?
¿Dónde están los referentes
inmediatos y concretos del entorno que ayudan a estructurar y anclar
las
identidades de los jóvenes? ¿Dónde
está el lugar seguro que genera confianza?
¿Dónde está el hogar natural? a decir
de Bauman (Martínez, 2006).
La
construcción del self
Por
otra parte, el ciclo de vida en
el que están los jóvenes los coloca en una triada
particular de vulnerabilidad
porque, a decir de Rodríguez (2001), se trata de una etapa
vital en la que se
presentan: una maduración psicosocial incompleta, incertidumbre sobre
la
identidad y la inserción social y, la propia inexperiencia de vida. En
este
período es cuando se busca definir el yo
–como conciencia de quién es uno mismo y hacia dónde se
va–, se afianza la
autoestima y el sentido de pertenencia en términos del
ajuste a las demandas
sociales de los otros como complemento de la identidad (Pedreira y
Álvarez,
2000).
La
conformación identitaria también
es un fenómeno socialmente situado, por lo que los
contextos, las formas de
interacción y las herramientas de sociabilidad cobran
especial relevancia en
cada época (Howe y Strauss, 2000). Por ejemplo, hoy en
día la interacción
social está cada vez más mediada por la
tecnología, el consumo cultural global
y el marketing digital:
Como
consumidores, nuestras
identidades digitales son cada vez más marcadas y
objetivizadas por las
empresas que emplean estrategias de marketing online para captar
audiencias.
Los usuarios de Internet dejamos huellas o migas a través de
las cookies, que
recogen nuestra actividad de navegación. Se trata de una
tecnología de la
subjetivación aplicada a estrategias publicitarias
customizadas, es decir, si
pasamos un rato navegando en la web comenzaremos a ver anuncios
publicitarios
relacionados con nuestras búsquedas e intereses, en
definitiva, con una
identidad virtual que construimos tras nuestro paso por la red
(Abeillé, 2013,
p. 125).
Tratándose
de jóvenes, internet se
ha convertido en el entorno que los conecta, proyecta y les permite
expresarse;
por tanto, es un medio que favorece sus identificaciones y la
construcción de
identidades porque “pueden contar acerca de sus vidas, de lo
que piensan y
sienten sobre los temas que más les preocupan, pueden diseñar lo que
quieren
que otros sepan de sí mismos y evaluar los comentarios que reciben
sobre lo
que cuentan” (Morduchowicz, 2012), pueden inventarse perfiles
e intercambiar
significados que los integra en grandes redes sociales.
En
esas redes, uno de los recursos
de intercambio simbólico preferentes por los millennial
es la música (Pew Research Center, 2010), de hecho, se
les considera un grupo altamente consumidor de música, no
sólo por el placer
que les produce esta expresión artística, sino
por su disponibilidad de tiempo
libre y su socialización activa (Abeillé, 2013) y
porque el mercado ha encontrado
un nicho particular en este grupo y lo atiende con especial
interés.
Amenazas
A
todo lo anterior, una de las
amenazas que se visualizan y se propone como ejemplo de vulnerabilidad
simbólica hacia los jóvenes millennials
es el caso de la mercantilización juvenil a
través de las industrias culturales
digitalizadas. En particular, la industria musical de la
producción simbólica
ofrecida por los diversos mass media y
las TIC. De esta manera, los mass media
y las industrias digitalizadas influyen en el consumo y viceversa,
modifican
gustos, crean patrones de consumo y tendencias marcadas muchas veces
por las
grandes mediaciones y lo que se ha conocido como hegemonía
cultural,
mercantilizada en diversos países por los grandes majors y las grandes empresas
transnacionales expertas en
tecnología como Google music, Itunes o Spotify,
entre otras (Torres, 2012). Se refiere a una cultura
dominante, que oferta productos con ciertos patrones de consumo, es
decir,
representa un aspecto clave en la producción de bienes
culturales, lo que
repercute en las formas de consumir, pero también de pensar
en esta generación.
En
este sentido los mass media ofrecen
y crean productos
para el consumo masivo del cual se deriva el musical. Y es desde los
hábitos de
consumo de esta generación, influidos por las tendencias en
el comportamiento
como usuarios, donde la música se transforma como un
servicio mas que como
producto (ya no es el LP o el CD, ahora es el sencillo de
éxito digitalizado);
así, los “servicios de
música” online
han puesto en cuestionamiento los tres pilares del modelo de negocio
actual de
la industria de la música: el control de los derechos de
autor, el poder sobre
las estrategias monopolizadas de marketing y promoción, y el
control de los
canales de distribución.
Asimismo,
el profundo
cambio en los hábitos de consumo de las nuevas generaciones
de oyentes exige
revisar los modelos teóricos sobre el comportamiento de las
audiencias y sobre
la comunicación entre los productores y los consumidores de
la música popular.
No todo el mundo escucha lo mismo, pero hay una parte muy significativa
de
grupos de personas que está muy condicionada por lo que se
le ofrece, sin
implicarse en la búsqueda de alternativas. Aunque
también hay un público que sigue
buscando el elemento de diferenciación en la
música como lo hacían las
generaciones anteriores. La accesibilidad que genera Internet puede
romper con
esta cadena que implicaba que alguien te introdujese en el mundo de la
música,
o en un estilo particular, pero no se puede afirmar que el
vínculo afectivo con
la música haya desaparecido. Los valores y la
manifestación de un gusto musical
particular siguen conectándose con la vida emocional de los
consumidores e
influyen en la relación social con los demás a
través de las formas de
identidad colectiva que definen quiénes somos y lo que
hacemos (Abeillé,
2013, p. 121).
En
este sentido, pese al elemento de
diferenciación de la música y la
ilusión de una gran oferta y diversificación
cultural, lo que está predominando es el mainstream
–gusto hegemónico– como lo ha observado
Abeillé (2013) en las generaciones
actuales. Desde
esta
perspectiva, se postula la existencia de intereses
económicos y culturales en
una época de tendencias que impactan de manera directa en
los consumos, ideologías
e identidades culturales de los jóvenes.
La
cultura mediática permite a los
medios en unión con las TIC modelar conductas, consumos y
prácticas sociales.
Así, con la llegada de la era tecnológica, el
consumidor de música expandió sus
vías de recepción: “Internet ofrece la
posibilidad de desarrollar una red de
relaciones sociales […] Se trata de un tipo de comunidad en
la que los
individuos pueden sentirse profundamente implicados a nivel personal y
emocional” (Busquet, 2012, p. 26).
A
lo anterior se suma la influencia
del star system,
creación o sistema
de estrellas, que Edgar Morin (1972) define como figuras:
“Elevadas a la
categoría de héroes y divinizadas, las estrellas
son algo más que objetos de
admiración. Son también objetos de culto.
Alrededor suyo se constituye una
religión embrionaria. Esta religión difunde sus
fermentos por el mundo” (Morin,
1972, citado en Busquet, 2012, p. 17). La estrellas musicales
“Son motivo de
emulación e imitación por parte de otros
individuos y especialmente por parte
de los jóvenes y adolescentes que, al vivir un periodo
crítico de transición,
buscan referentes personales” (Busquet, 2012, p. 13).
Al
respecto, Jenkins (2008) afirma
que el mundo de los fans puede tornarse positivo, activo y
crítico, pero
también negativo, exagerado y, en ocasiones, irracional.
Además, continúa el
autor, esta sociedad está inclinada a establecer prototipos
basados en belleza,
talentos, vidas soñadas o estatus sociales que satisfacen
carencias, es decir:
Los
fans
constituyen el segmento más activo del público
mediático, que se niega a
aceptar sin más lo que le dan e insiste en su derecho a la
participación plena.
Nada de esto es nuevo. Lo que ha cambiado es la visibilidad de la
cultura de
los fans (Jenkins, 2008, citado en Busquet, 2012, p. 20).
La
cultura mediatizada de la música
se nutre, además, por otros fenómenos, tales como
los trend topics, el uso de hashtags,
además del fenómeno de los denominados fans y fandoms, y la autocomunicación
de masas que, en el mejor de los
casos y en menor medida, ubica a los jóvenes consumidores de
música digital
también como participantes activos, inmersos en una
democratización cultural
que influye en la autoafirmación identitaria (Selva y Caro,
2014). Sin embargo,
los medios, además de mediadores, tienen una
posición influyente, debido a que
pueden dictar tendencias respecto a estilos de vida y gustos
particulares a
estas comunidades virtuales.
En
este sentido, la música influye
en identificaciones e identidades culturales de los jóvenes millennial y su industria es controlada
por las grandes corporaciones del entretenimiento y de
tecnología. Como
ejemplo:
En Google
tenemos un dicho que
usamos a menudo: 'Los datos le ganan a la opiniones'. En el panorama
actual de
hiper-competitividad en los negocios, los marketeros [especialistas en
mercadotecnia] están obligados a tomar este camino en lugar
de seguir confiando
en la sabiduría popular, reglas de oro o la
intuición que bien pudo haber sido
suficiente en el pasado (Lecinsky citado en Farris, 2010, p. 1).
Por
ejemplo, la
manera en que industria musical
aprovecha o utiliza las plataformas digitales se clarifica en el
análisis
realizado por Santamaría (2017) al identificar
estos mecanismos y
abordar el caso de Spotify, al que
identifica como un servicio de música digital y
aplicación (app) multiplataforma que
sirve, principalmente,
para reproducir canciones en tiempo real. Debido a su amplia
disponibilidad se
puede usar en diversos sistemas operativos tales como: Microsoft
Windows, Windows Phone, Mac OS X, Linux, iOS, Android y
BlackBerry. Para su difusión utiliza un sistema
denominado streaming, mismo que se
usa para
optimizar descargas y reproducciones multimedia. Respecto a la manera
en que se
da la distribución por medio de este sistema, se basa
principalmente en un
modelo de negocio que se conoce como freemium,
al ofrecer al inicio un servicio gratuito básico y que
integra publicidad
diversa acorde con la región donde se escucha, a partir de
la ubicación
georreferencial.
Además,
dice este autor, integra
características adicionales en caso de poder pagar por ello
a través de
suscripción, lo que permite escuchar audios de mejor calidad
y gestionar el
servicio. Funciona en "modo radio", que ayuda a poder buscar
artistas, géneros musicales, álbumes o listas de
reproducción creadas por los
propios usuarios o amistades a manera de red social. Es decir, hablamos
de
música que se puede compartir, de grupos que sobresalen en
determinados países,
y de los cuales se construyen playlist (listas
de canciones) para cada momento de
la
vida, lo que va marcando estilos de vida y gustos
específicos.
Para
ello, la empresa sueca ha
firmado acuerdos con las mayores casas
discográficas a nivel mundial: Universal
Music, Sony BMG, EMI Music, Hollywood
Records, Interscope Records y Warner Music entre otras
empresas
que se conocen también dentro de la gran industria musical
como majors, lo que la ubica como
una empresa
global, utilizando la World Wide Web, ya que a mediados del
año 2015 presentaba
ya un sorprendente crecimiento que sumaba 75 millones de usuarios
activos, en
la actualidad son más de 100 millones de usuarios,
principalmente jóvenes entre
12 y 35 años de edad, siendo la tercera parte de ellos
usuarios de pago, es
decir, cuentan con suscripción, lo que ejemplifica una
hegemonía en la oferta
musical.
Spotify
ha creado necesidades de escucha y para ello cobra por su uso; tiene
apartados
de trend topics
(medición de
tendencias) en diversos países, para distintos momentos y
emociones (música
para el trabajo, para viajar, música indie,
música de relajación, las nuevas
propuestas, etcétera), muchas veces preelaborados y con
comerciales, que si no
se desean escuchar se paga por ello; e integra interactividad con el
consumidor
al poder votar, intercambiar música o crear sus playlist y generar tendencias y
seguidores, nutriendo géneros
particulares para las diversas culturas juveniles, a manera de
dependencia cultural
(Cruces, 2012). Al respecto, basta recordar que México es el
primer lugar en
latinoamérica desde hace algunos años, respecto
al número de sitios digitales
de música (plataformas), incluso sobre países
como Argentina, Brasil y Chile (El Financiero,
2014, 26 de febrero).
Riesgo
El
riesgo es la probabilidad de
ocurrencia de un desastre el cual resulta de la interacción
compleja entre la
amenaza y la vulnerabilidad (Blaikie et
al., 1996). En este sentido, el recorrido sobre el
encadenamiento de circunstancias
que producen vulnerabilidad simbólica en el joven por un
lado, y la presión que
ejerce la industria musical digital por el otro, ayuda a comprender
mejor el
riesgo que subyace en esa complicada interacción. Cabe
subrayar que esta cadena
progresiva de discusión constituye la propuesta del presente
artículo, en la
cual el desastre que se avizora implica dos consecuencias no deseadas:
la
estandarización y la atomización del joven; no
obstante, como se discute más
adelante, en ese proceso de riesgo emerge una tercera consecuencia
latente y
desafortunada, la predeterminación.
Para
entender cómo opera este tipo de estandarización
simbólica en los jóvenes es
necesario comprender el alcance de la música a nivel
neurológico. Primero, ha
de considerarse que la música está presente en
todas las culturas desde tiempos
prehistóricos, que en términos evolutivos
surgió simultáneamente con el
lenguaje como dispositivo de comunicación y
colaboración, que para percibirla y
producirla intervienen considerables capacidades cognitivas y
–especialmente–
que produce respuestas emocionales en las personas (Soria-Urios, Duque
y
García-Moreno, 2011).
Enseguida,
ha de observarse la
siguiente paradoja: mientras la música es una
manifestación artística, con
valor estético (Fubini, 2004), emocional (Soria-Urios, 2011)
y hasta
emancipador (Marcuse, 1993); por otro lado, al pasar ésta
por el tamiz de la
industrialización digital, adopta una condición
contraria gestando al mismo
tiempo que la fruición, el riesgo de la
estandarización.
Los
jóvenes quedan expuestos a la
alienación simbólica cuando, en su
búsqueda del yo, en su
interacción con los otros y en la construcción de
su
conciencia, la industria musical –gracias al desarrollo de la
digitalización–
le ofrece casi de forma gratuita y en múltiples
dispositivos, acceso a un
creciente repertorio musical y a un trato personalizado. Esta customización se organiza
algorítmicamente en paquetes de
“similares” que derivan, sí, en
múltiples tipos
de consumidores pero, en resumidas cuentas, siguen siendo
tipos/estándares.
Este
tipo de estandarización en el
joven no refiere a la metáfora marxista del proletariado
replicado y alienado,
sino a la alienación que resulta más sutil y
peligrosa por cuanto se anida en
la conciencia humana, pasa desapercibida y resulta difícil
desprogramar
(Marcuse, 1993). El placer que ofrece la música, su
asociación a múltiples
prácticas cotidianas y, particularmente, su valor
simbólico en las
interacciones y preferencias entre los jóvenes millennial, vuelven inadvertido el riesgo
y, por lo mismo, más
peligroso.
Por otra parte, mientras se oferta diversidad y exuberancia musical, algorítmicamente se le empaqueta en estilos, gustos, listas, etiquetas, grupos (Abeillé, 2013). Este “empaquetado de similares”, se refuerza en la interacción offline y online entre pares. Estos paquetes los atomizan reduciendo las posibilidades de diálogo, coordinación y resistencia. A esto se suma que la huella digital que el joven deja en sus selecciones –no sólo de música– se retroalimenta una y otra vez por los algoritmos, además los “amigos” marcando rutas que facilitan encontrar los estímulos favoritos pero también, reduciendo la posibilidad de toparse con nuevos estímulos. Así, como en la lógica propagandística goebbeliana de que una mentira mil veces repetida se transforma en verdad, las selecciones se vuelven tautológicas, al punto de predeterminar las futuras selecciones de los jóvenes. Esta es la intríngulis de la paradoja.
El
modelo PAR resultó ser una
herramienta viable y pertinente en la tarea de tejer una cadena de
explicación
amplia, integral, progresiva y consistente sobre la posible
vulnerabilidad
simbólica de los jóvenes millennial
mexicanos ante la potencial amenaza de la digitalización de
la industria
musical. Este modelo favorece ordenar en diferentes niveles (macro,
meso y
micro) la compleja urdimbre de incidencias en la vulnerabilidad
simbólica de
estos jóvenes, a la vez permite identificar los mecanismos
de comercialización
de la industria de la música (los cuales operan mediante
algoritmos
predictivos) y, ayuda a inferir los riesgos asociados (para el caso, la
estandarización y atomización de los
jóvenes).
No
obstante las potencialidades del
modelo, el ejercicio también ha vuelto evidente dos
necesidades que conviene
atender para fortalecer el planteamiento y la aplicación del
modelo en
fenómenos socioculturales. Por un lado, se sugiere
complementar el marco de
estudio desde la perspectiva del actor; es decir, tomar en cuenta las
capacidades y recursos del joven para reflexionar, resistir y negociar
ante las
formas y procesos simbólicos, aquí
habrá que preguntarse sobre ¿cuál es
el
alcance de esas capacidades y agencia de los jóvenes ante la
amenaza? Por el
otro, se requiere probar el modelo aplicando el planteamiento a nivel
empírico,
es decir, en jóvenes específicos que viven en
condiciones tempo-espaciales
particulares, sólo así se podrá
avanzar en su fiabilidad.
Además,
la conceptualización de la
vulnerabilidad simbólica puede aplicarse al
análisis de otras amenazas y
riesgos asociados a industrias culturales que están
permeadas por la
racionalidad digital, como son las industrias del cine, videojuegos y
televisión (sobre todo aquellas que operan a
través de internet con servicios streaming
y bajo demanda).
Investigaciones al respecto abonarían a la
comprensión de los alcances (riesgos
y potencialidades) de la personalización mediada por
algoritmos en la sociedad.
Como
se ha venido discutiendo, los
riesgos de la estandarización y la atomización de
los jóvenes millennial
se asocian a la customización
que provee el algoritmo predictivo que aprovecha la industria
digitalizada de
la música para comercializar sus servicios. Este algoritmo
prediseña las rutas
que los usuarios transitan gracias a una recursividad de las
selecciones que
los mismos usuarios realizan. Estas selecciones son
“más de lo mismo” porque la
predicción algorítmica
“salva” al usuario de toparse con lo que no le
gusta,
con lo extraño, con lo que no coincide con su
cosmovisión; en cambio, le
presenta lo que refuerza las variadas –pero no
contrarias– identificaciones y
predilecciones. En la ilusión de la libertad –como
consumidores– los usuarios
navegan despreocupadamente porque asumen que las selecciones que
realizan son
libres e irrestrictas; la amenaza latente está, en que en la
lógica del
algoritmo predictivo, sumada a la repetición tautista del
menú personalizado,
puede convencer al usuario de una selección que al inicio no
le resultaba tan
convincente. Esto significa que no sólo predice sus
preferencias sino que las
determina.
Lo
que está en juego es la autonomía
del sujeto, su capacidad de comprender su contexto para decidir sobre
las
opciones más convenientes, quizá no las que
más le gusten, pero sí las que le
permiten actuar para lograr mejores condiciones en su existencia. El
valor de
lo simbólico es el entramado de significaciones que dan
sentido a la vida, a
las expectativas como horizontes de lo posible. En este orden de ideas,
para
los jóvenes, la autonomía de pensarse, ser y
estar es fundamental para que
elijan rutas de florecimiento humano; para la sociedad en general, que
sus
ciudadanos desarrollen y ejerzan su autonomía significa
avanzar en calidad de
vida y justicia social. En resumen, la autonomía
está vinculada a la libertad:
La
autonomía es el ejercicio
práctico del mayor don que puede poseer un ser humano: la
libertad. Libertad
para pensar,
para dudar, para disentir, para
entender y comprender, para crear y construir, para actuar, para ser
sí mismo,
pero con un pequeño detalle: en relación con los
demás, quienes también tienen
libertad y son sujetos de derechos (Díaz 2009, citado en
Mazo, 2011, p.
24).
El
desarrollo del joven implica,
entre otras características, la capacidad de construir y
reconstruir
continuamente su identidad, este aspecto que se moldea de acuerdo a lo
que
resulta significativo y de valor para el joven, hoy en día
pareciera inclinarse
hacia la instauración de identidades uniformes. Las
diferencias son cada vez
más abarcadas por lo global y los discursos que distribuyen
las industrias
culturales sobre lo que implica “ser joven”. Este
escenario es lo que dio pie
al concepto de vulnerabilidad simbólica que se ha puesto
sobre la mesa en este
trabajo.
En
el ánimo de trazar rutas posibles
para atender la vulnerabilidad simbólica en los millennial, en correlato al modelo PAR,
se considera complejo y
poco factible intervenir a nivel macro (causas de fondo), pero
sí parece
posible impactar a nivel meso (presiones dinámicas) y a
nivel micro
(condiciones inseguras). Esto supone trabajar en dos frentes: a nivel meso, con política
pública
educativa (educar para los medios, para el consumo, gestión
informacional) y
acciones legislativas (derecho de las audiencias, derecho al olvido,
derecho a
la privacidad, derecho a la transparencia en las lógicas de
funcionamiento entre
las industrias culturales y las tecnologías, derecho al
acceso a la cultura
local); a nivel micro, con acciones
familiares y comunitarias –ingeniería
social– que fortalezcan la capacidad
crítica-reflexiva y de resiliencia que les permita
comprender el contexto
social, los riesgos a los que se enfrentan, sus fortalezas y
vulnerabilidades
para resistir, recuperarse y florecer.
Finalmente,
se subraya que las
dimensiones simbólicas de la existencia de esta
generación de jóvenes dentro de
la actual sociedad de consumo multimedial, a partir de la
vulnerabilidad
simbólica, puede llegar a tener un gran costo social y
cultural en caso de no
prevenir y educar para la construcción de usuarios
críticos e informados en el
uso de los medios tecnológicos y digitales y mitigar
así el peso de la
sobreoferta que pretende cumplir con los deseos de
bienestar y libertad. En este sentido, la conceptualización
de la
vulnerabilidad simbólica complementa las tres fuerzas de
vulnerabilidad social
de los jóvenes según Rodríguez (2001),
dimensión económica, la dimensión
institucional y la dimensión vital.
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[1]
Forma de consumo multimedia sin necesidad de descargar los
contenidos completos antes de verlos o escucharlos.
[2]
"Cuando, por múltiples razones, la comunidad es
incapaz de transformar sus estructuras, adecuar sus ritmos y redefinir
la
dirección de sus procesos como respuesta ágil,
flexible y oportuna a los
cambios del medio ambiente; cuando los diseños sociales (los
qués y los cómos
de una comunidad) no responden adecuadamente a la realidad del momento
que les
exije(sic) una respuesta, surge el desastre" (Wilches-Chaux, 1993, p.
16).
[3]
Según Baikie et al.,
(1996), este modelo “Exagera la separación de la
amenaza de los procesos
sociales con el fin de hacer énfasis en la
causación social de los
desastres" (p. 52).