Vulnerabilidad
post-desastre en Cuyutlán, Colima 1900-1959
Post-Disaster Vulnerability in Cuyutlán, Colima 1900-1959
Raymundo Padilla Lozoya Erika Janneth Luna
Montes
https://orcid.org/0000-0001-8379-1212 https://orcid.org/0000-0002-1420-6566
Universidad de
Colima
Universidad
de Colima
rpadilla@ucol.mx
lunaeri@gmail.com
Resumen: El objetivo del
presente artículo es mostrar la recurrencia de impactos que han producido daños
y detonado desastres en Cuyutlán, Colima, México. Este problema se aborda de lo
general (México) a lo particular (Cuyutlán) con base en estudios recientes y se
explican conceptos clave. Por medio del método y técnicas de desastres se
recopilaron datos para conformar un documento ordenado cronológicamente y
mostrar las afectaciones que padeció la población entre los años 1900 y 1959.
Se contextualiza la cotidianidad y se explican las razones por las cuales
perduró el asentamiento. Se concluye que los cuyutlenses fueron vulnerables
principalmente ante sismos, tsunamis y ciclones tropicales. Se explica cómo los
recurrentes eventos destructivos limaron las capacidades sociales que
vulneraron a la población, pero, al mismo tiempo, la impulsaron a ser
resiliente para dar continuidad a su desarrollo.
Palabras clave: vulnerabilidad, desastre,
amenaza, Cuyutlán, Colima.
Abstract: This chapter aims to show the recurrence of impacts that
have caused damages and detonated disasters in Cuyutlán, Colima, Mexico. The
problem of disasters in Mexico and particular in Colima is presented on the
basis of recent studies and explains key concepts. Through the method and
techniques of disasters data were collected to form a chronologically ordered
document and to show the affections suffered by the population between 1900 and
1959. The daily life is contextualized and the reasons for which the settlement
continued. It is concluded that the cuyutlenses were vulnerable mainly to
earthquakes, tsunamis and tropical cyclones. And it explains how the recurrent
destructive events limiled the social capacities that violated the population,
but at the same time it impelled it to be resilient to give continuity to its
development.
Keywords:
vulnerability, disaster, threat, Cuyutlán, Colima.
Traducción:
Dr. Raymundo
Padilla, Universidad de Colima
Cómo citar:
Padilla,
R. y Luna, E. (2018). Vulnerabilidad
post-desastre en Cuyutlán, Colima 1900-1959. Culturales, 6, e371. doi:
https://doi.org/10.22234/recu.20180601.e371
Recibido: 19 de febrero
de 2018 Aceptado: 21 de junio de 2018 Publicado: 20 de diciembre de 2018 |
Introducción
y planteamiento del problema
El más actualizado
Atlas Estatal de Riesgos del Estado de Colima (2015) señala que la percepción
del riesgo en Cuyutlán, Colima es media. Este resultado se obtuvo al aplicar un
estudio basado en la metodología del CENAPRED (2006), la cual asigna el valor 0
a una condición de vulnerabilidad muy alta y a una muy baja el valor de 1; de
ahí deriva que la encuesta de indicadores cuantitativos arrojara una condición
de vulnerabilidad de 0.5. Según estos criterios, el 50% de la población
cuyutlense es consciente del riesgo local. Sin embargo, diversas
investigaciones han demostrado que la percepción es muy selectiva y representa
un problema muy complejo porque cambia conforme el individuo se considera más o
menos protegido en determinado entorno natural o contexto socioeconómico y
porque su historia de vida, así como su relación con la naturaleza son
determinantes para el proceso cognitivo que le permite emitir una opinión (Douglas,
1985; Ingold, 2000; Slovic, 2000).
Por lo anterior, se
considera que estimar la vulnerabilidad en función de indicadores cuantitativos
de percepción limita la comprensión de los problemas sociales que subyacen en
la vulnerabilidad; por tanto, se propone incorporar al debate los antecedentes
históricos de impactos destructivos que evidencian las consecuencias de una
condición vulnerable crónica. En este sentido, se plantea la hipótesis que los
antecedentes históricos de daños y desastres locales son tan significativos que
deben ser considerados como una variable determinante para evidenciar la
vulnerabilidad y las amenazas que han atentado contra la población y el
asentamiento.
Contexto natural
peligroso
Cuyutlán es un poblado
colimense que se encuentra ubicado en la costa occidental de México, entre las
coordenadas 18º55`06.10” de latitud norte y 104º04`12.94” de longitud oeste, en
una de las áreas más expuestas a los efectos e impactos de distintos fenómenos
naturales que se presentan en el estado de Colima, principalmente las
marejadas, tormentas eléctricas, tsunamis y huracanes que provienen del Océano
Pacífico con dirección hacia el norte del estado de Colima, véase imagen 1.
Imagen 1. Distancias y exposición entre sitios de Cuyutlán,
Colima.
Fuente: Digital Globe, Google Earth, consultado en junio de 2017.
Como se aprecia en la
imagen 1, la distancia entre las viviendas del pueblo de Cuyutlán y el oleaje
del mar varía entre 40 y 50 metros en función del ascenso y descenso de las
mareas. Es un área muy expuesta a las amenazas naturales de tipo
hidrometeorológico, pero también a los epifenómenos -como los tsunamis-
asociados a los sismos tectónicos originados en la franja de rompimiento de la
zona de subducción que se ubica frente a las costas del occidente mexicano
donde convergen la placa oceánica y la placa continental.
La
exposición del estado de Colima ante fenómenos hidrometeorológicos es similar a
la que se presenta en otras entidades del país. A nivel nacional existen otras
16 entidades estatales que cuentan con franja costera expuesta a los efectos de
diversos fenómenos meteorológicos que, en determinadas condiciones, adquieren
un potencial destructivo. Estas manifestaciones naturales son importantes
porque pueden afectar al 46% de los mexicanos que viven asentados en alguna de
esas zonas consideradas en riesgo, pues quedan expuestos a sequías y ciclones
tropicales en su magnitud de depresión tropical, tormenta tropical y huracán
categoría I, II, III, IV y V (Farfán, Prieto, Martínez-Sánchez y Padilla, 2015),
tormentas eléctricas, granizo, heladas, vientos intensos, marea de tormenta,
entre otros. Además, en la costa del Pacífico mexicano se suman peligros
geológicos como los tsunamis, lahares, deslizamientos de laderas, sismos y
erupciones volcánicas. Por lo anterior, Colima es una entidad especialmente representativa
en eventos destructivos y con frecuencia suma cifras a las situaciones que
ocurren en prácticamente todo el territorio mexicano, donde se han producido
afectaciones severas y se ha requerido la emisión de una declaratoria de
desastre para paliar los daños y recuperar el retroceso al desarrollo
económico, véase mapa 1.
Mapa
1. Declaratorias de desastre asociadas a fenómenos hidrometeorológicos a nivel
municipal entre 2000-2017.
Fuente:
Diseño propio con datos de la Subdirección de Estudios Económicos y Sociales
del CENAPRED
Como se observa en el
mapa 1, en casi todo el país se han reportado eventos destructivos asociados a
fenómenos hidrometeorológicos. Son notablemente pocos los municipios donde se
han presentado más de 11 declaratorias de desastres entre los años 2000 y el
2017. Todos los eventos reportados en esta imagen han superado la capacidad de
respuesta de las instituciones estatales y municipales, por lo cual, las
autoridades locales han solicitado el apoyo de la Federación para enfrentar la
crisis e iniciar la rehabilitación de los servicios públicos. Son escasos los
municipios mexicanos donde no se ha solicitado apoyo extraordinario. De acuerdo
con el mapa 2, en el estado de Colima han sido frecuentes las declaratorias de
desastre entre los años 2000 y 2017.
Mapa
2. Número de declaratorias de desastre en el estado de Colima, asociadas a
fenómenos hidrometeorológicos a nivel municipal entre 2000-2017.
Fuente:
Diseño propio con datos de la Subdirección de Estudios Económicos y Sociales
del CENAPRED
Entre
los años 2000 y 2017, en el municipio de Manzanillo, Colima, fueron solicitadas
nueve declaratorias de desastre asociado a algún tipo de fenómeno
hidrometeorológico, y cinco en los demás municipios del estado, incluido
Armería, donde se ubica Cuyutlán. En el mismo período también se aprobaron
recursos extraordinarios para atender el desastre asociado al sismo del 21 de
enero de 2003, la contingencia climática por la sequía de 2013 y las
emergencias por erupción volcánica en los años 2015 y 2016.
Según
datos de la Subdirección de Estudios Económicos y Sociales del CENAPRED, en el
estado de Colima los daños y desastres ocurridos entre los años 2000 y 2017 han
alcanzado la cifra de 4 mil 615 millones de pesos. El costo de tales eventos
excluye el valor de los enseres domésticos y otros bienes destruidos dentro de
las viviendas de cada familia debido a que es complejo cuantificarlo con
precisión. En conjunto, los frecuentes daños y desastres asociados a fenómenos
naturales son representativos de una condición vulnerable crónica, que se
manifiesta en costosos impactos. Por ejemplo, en Colima, en octubre de 2011, el
huracán Jova dejó daños superiores a los 2.278 millones de pesos en ocho de los
10 municipios locales y puso a la entidad entre los primeros lugares de
afectación nacional, véase tabla 1.
Tabla
1. Resumen de afectaciones en el ámbito estatal por desastres en 2011.
Fuente:
CENAPRED (2013, p. 10).
Así, las numerosas
pérdidas económicas hacen evidente una problemática muy extendida en el estado
de Colima y en México, por lo cual es pertinente investigar las causas que
subyacen a los eventos desastrosos, identificar las factores que permiten que
un fenómeno natural resulte amenazante y cause impactos ante los cuales cierta
población es más susceptible, como se leerá en este artículo. Para ello es
necesario incorporar a este estudio una teoría y conceptos que nombran y
definen los elementos que inciden en el objeto de investigación que es la
vulnerabilidad. Al respecto, la teoría del riesgo y los desastres ha
desarrollado un enfoque particularmente social y construccionista, desde el cual
se considera a los desastres como el resultado de un complejo proceso
multicausal y multifactorial en el que confluyen una amenaza y capacidades
locales que determinan las condiciones vulnerables construidas gradualmente
durante el devenir histórico de cada sociedad, como se explicará con mayor
profundidad en los siguientes apartados.
Marco
teórico y conceptual: el riesgo como antesala de los desastres
¿A qué se denomina
riesgo? Desde el enfoque técnico y cuantitativo se entiende que el riesgo es
resultado de la “combinación de tres factores importantes: el costo o valor de
los bienes expuestos a un evento, su nivel de vulnerabilidad o daño ante el
evento en acción, por la probabilidad de que el evento ocurra” (Secretaría de
Gobernación-CENAPRED, 2015, p. 744). En este sentido, el riesgo (B) es igual
(=) al costo (C) por probabilidad (B) y por vulnerabilidad (V). Con esta
fórmula se estima el riesgo cuantitativamente.[1]
Sin
embargo, en el presente artículo se considera al riesgo desde un enfoque
cualitativo, histórico e interpretativo, como la condición que antecede a la afectación.
Puede ser inferido en función de un perjuicio ocurrido, es decir, se asume que
en todo desastre hubo un riesgo que fue mal manejado y, por consecuencia, se
presentaron daños. En este enfoque el riesgo puede hacerse notar en función de
la recurrencia histórica de daños ante ciertas manifestaciones naturales que
fueron amenazantes. Por lo anterior, la perspectiva del riesgo adoptada en este
artículo es cercana a la desarrollada por el historiador Rogelio Altez (2016a,
2016b). La propuesta de Altez es adecuada porque se enfoca en analizar de
manera integral las condiciones, variables constituyentes y características que
disponen a una sociedad a un contingente daño (2016a, p. 32). Dichas variables
son observables en el procedimiento analítico que constituye la historización
del proceso en el que se construyen tales condiciones riesgosas como parte de
devenir de toda sociedad que padece un desastre.
Estimar el
riesgo no es el tema de este artículo porque se asume que esos riesgos existen
con base en estudios internacionales donde se muestra que el estado de Colima
comparte similitudes comparables con las de entidades ubicadas en otros países,
incluso del otro extremo del Océano Pacífico, como la India, Myanmar, Tailandia,
Filipinas y otros países (Shi y Kasperson, 2016). En el mapa 3 se representan en
tono más oscuro los sitios donde los especialistas han estimado una mayor
concentración de riesgo por desastre. Es notable que desde la escala de este
mapa gran parte del territorio mexicano, y especialmente Colima, se ubica en
los niveles más altos.
Mapa
3. Nivel de riesgo esperado por distintas amenazas, pérdidas y propiedad
afectada.
Fuente: Shi y Kasperson (2016, p. 296).
Los niveles de riesgo que
se aprecian en este mapa tienen correlación con las estimaciones de los más
recientes estudios de riesgo y desastres, como el Global Assesment Report on Disaster Risk Reduction (UNISDR, 2017). En tales
publicaciones los riesgos se asocian con la presencia de manifestaciones
naturales que superan las capacidades sociales para enfrentarlas, de tal manera
que un simple fenómeno se convierte en una amenaza, como se explicará con mayor
detalle en el siguiente apartado.
Las amenazas naturales
Las manifestaciones
naturales no son amenazas per se. Un
fenómeno deviene en una amenaza solamente cuando un individuo o una sociedad carece
de las capacidades (techo, capacitación, equipamiento, apoyo, movilidad y
protección) para reducir o mitigar los efectos que pueden convertirse en impactos.
Es decir, una tormenta tiene efectos como el viento, la lluvia y la humedad.
Pero tales efectos resultan impactantes cuando la vivienda es inadecuada para
soportar los vientos o cuando se ubica en una zona inundable por la lluvia y la
humedad daña las pertenencias. Así, por las distintas condiciones
socioeconómicas y por las dinámicas con la naturaleza que caracterizan a todas
las sociedades, unos individuos y ciertos grupos sociales son más propensos que
otros de padecer perjuicios ante un mismo fenómeno. Y cuando el humano percibe
cognitivamente cierta probabilidad de daño, entonces considera amenazante a un
agente perturbador.
En el
presente artículo se propone una perspectiva con enfoque diacrónico y se
considera amenazante al evento que con cierta recurrencia produce daños. Se
comprende a la amenaza como un fenómeno que rebasa cierto umbral de tolerancia,
pero, sobre todo, al que es reportado por las fuentes históricas debido a que
sus afectaciones fueron notablemente percibidas y se registraron los cambios
que produjo en el entorno natural o en impactos sociales.
En algún
momento toda manifestación de la naturaleza resulta amenazante cuando un
individuo o sociedad es vulnerable a ella. Por ejemplo, la irradiación solar
resulta disfrutable para quien descansa plácidamente en una playa tropical y se
cubre el cuerpo con bloqueador solar. Por el contrario, los rayos solares
pueden resultar amenazantes para un individuo si su piel es hipersensible. Esa
condición de susceptibilidad de ser afectado es denominada vulnerabilidad, y
siguiendo el ejemplo, el grado de vulnerabilidad es el causante de que el
individuo cuente con las capacidades para responder ante la amenaza
protegiéndose o enfrentándola. Así, la vulnerabilidad es la raíz donde se
origina un menor o un mayor daño, asociado a múltiples variables que ésta posee,
como el aprovechamiento del entorno, la creatividad para protegerse, la
disponibilidad de herramientas, la experiencia de vida, etcétera. En el
presente artículo, la condición de vulnerabilidad se hace evidente en la
recurrencia de daños que ocurren ante frecuentes impactos de fenómenos
naturales de los cuales da cuenta la historización, como ampliamente lo ha
expuesto Altez (2016b). En contrasentido, reconocemos que ha sido más
influyente el enfoque que estudia a la vulnerabilidad como diagnóstico en un
solo desastre y a partir de unos cuantos factores en una perspectiva
estructural funcionalista (Wisner, Blaikie, Cannon y Davis, 2004). Sin embargo, en
la presente propuesta, la vulnerabilidad se manifiesta en intrínseca relación
con los antecedentes históricos de la sociedad y de los daños y desastres
reportados en cada uno de los contextos que construyen los grupos e individuos.
En la palabras de Altez “La vulnerabilidad, como todas las condiciones
producidas por una sociedad, existe con y por la sociedad, transcurre con ella,
se produce y reproduce con ella, pero especialmente por ella” (2016b, p. 57), como
se leerá en los siguientes apartados.
Daños y desastres
Algunas empresas internacionales se han especializado en documentar eventos dañinos y desastres para promover sus servicios profesionales. Swiss Re (2017, p. 1), la mayor aseguradora internacional contra desastres reportó 327 eventos catastróficos en el año 2016, entre ellos, 191 asociados a fenómenos naturales, y 136 siniestros provocados por acción directa de los humanos. En conjunto, en estos desastres murieron o desaparecieron 11 mil personas y los daños alcanzaron los 175 mil millones de dólares, superando los 94 mil millones de dólares reportados en 2015. Cada año México sufre desastres que se suman a las cifras internacionales. Los fenómenos meteorológicos y los hidrológicos, como los ciclones tropicales, las inundaciones y las sequías detonan la mayor cantidad de desastres anualmente en México (García, et al., 2016, p. 7). En conjunto superan por mucho a los desastres que tienen por detonador a un evento geofísico, como los sismos o deslizamientos de laderas, como se muestra en la gráfica 1.
Gráfica 1. Desastres en México entre 1980 y 2010.
Fuente:
Cavazos (2015, p. 22), con datos de Munich
Re y NatCastSERVICE.
Como se aprecia en la
gráfica anterior, el registro de los daños que han dejado los desastres en
México a lo largo de 30 años da cuenta de la magnitud económica de ese
problema. Cada evento que produce perjuicios hace evidente que ciertas
manifestaciones naturales sistémicas son amenazantes porque existen condiciones
vulnerables que impiden enfrentarlas y mitigar sus efectos e impactos sociales
para reducir costos y riesgos de pérdidas humanas.
Ser
susceptible o vulnerable a sufrir daños y padecer un desastre no es lo mismo.
Aunque en todo desastre ocurre un daño, no todo daño es desastroso. Los daños
son las múltiples afectaciones que se producen en los edificios públicos o
privados, en los sectores productivos, servicios públicos, acondicionamiento
urbano y el físico de los individuos. Pero el desastre es una variable más
compleja, y cuya definición aún se debate en función de indicadores
cuantitativos y enfoques disciplinarios. Así, mientras que para la sociedad
colimense el huracán Jova detonó un desastre que produjo un impacto de 2 mil
278.7 millones de pesos al erario, colapso de 22 puentes, destrucción de
viviendas, daños en las vías de comunicación y transporte, afectación en los
sectores productivos y retroceso económico local, para instituciones nacionales
como la CONAGUA el suceso no fue un desastre porque no causó muchas muertes “sí
hubo daños (en 2011) pero no hubo pérdidas de vida” declaró Eleazar Castro Caro,
director de la Comisión Nacional del Agua de Colima (Morfín, 2017, 10 de mayo).
Por lo anterior, para efectos prácticos, en el presente artículo se utilizará
la clasificación de la UNISDR (2013) que caracteriza a los desastres como
“intensivos”, cuando se reportan 25 o más muertos y 300 o más viviendas
destruidas; y como “extensivos” cuando mueren menos de 25 personas y se dañan
menos de 300 viviendas.
Estudiar la
vulnerabilidad
Aunque la
vulnerabilidad ha sido estudiada por décadas, aún no existe consenso respecto
al significado del término, como lo han advertido algunos especialistas (Bankoff,
2003; Cardona, 2004; Einfield, 2008), incluso en una crítica compartida por
Altez (2016b, p. 53) y Aguirre (2004, p. 493) consideran que, a pesar de la
popularidad del concepto y de su innegable utilidad, la teoría científica de la
vulnerabilidad está en pañales. Por consecuencia se encuentran múltiples
definiciones entre las distintas disciplinas, sobre todo en los estudios
económicos y cuantitativos, en los cuales el diagnóstico se realiza con unos
cuantos factores y se excluyen otros. En cambio, para los historiadores y
antropólogos el humano siempre es vulnerable ante alguna amenaza y nunca es
invulnerable, por ello debe analizarse en su historicidad (Altez, 2006a, 2016b)
y comprender la vulnerabilidad como un producto histórico, cambiante y flexible
con relación a todo contexto y a las múltiples capacidades sociales para
enfrentar las amenazas (Padilla, 2016). Desde la antropología se ha observado
que ciertas dinámicas sociales con la naturaleza producen y reproducen
condiciones vulnerables (García-Acosta, 2005; Oliver-Smith, 2009). Desde la
sociología se ha notado que las sociedades, en su afán por desarrollarse,
producen riesgos y vulnerabilidades en ocasiones imprevistas, como ocurrió en
la modernidad (Beck, 1998; Giddens, 1990; Luhmann, 2006). Desde la geografía se
ha documentado que la vulnerabilidad tiene un componente social y otro físico
que deben analizarse en conjunto de manera cualitativa y cuantitativamente
(Cutter, 2000; Ruiz, 2012) y que incluso un espacio urbano como el zócalo de la
Ciudad de México puede ser vulnerable ante una amenaza como los tornados
(Macías, 2016). Así, la vulnerabilidad como categoría analítica y como
condición conceptual plantea un problema complejo con infinitas variables que
caracterizan a cualquier sociedad y su estudio requiere de la integración de
distintas perspectivas, una de ellas la histórica, porque documenta los
antecedentes de la condición vulnerable.
Por lo
anterior, en el presente artículo se comprende a la vulnerabilidad como una
condición históricamente construida en cada sociedad, que amplifica los
impactos sociales producidos por ciertos fenómenos naturales. Cuando es menor
la vulnerabilidad se presentan pocos daños y, por el contrario, en una
condición de mayor vulnerabilidad se magnifican los perjuicios que en conjunto
componen un desastre. En este sentido, donde existen reportes históricos de
recurrentes desastres se hace evidente que persisten condiciones vulnerables,
ya sea porque los individuos o la sociedad han sido vulnerados por las dinámicas
socioeconómicas endógenas o exógenas, o porque los individuos o la sociedad no
han desarrollado capacidades efectivas para enfrentar las amenazas.
Olvidar
los desastres hace vulnerables a los individuos y a las sociedades al evitar
que se preparen ante las amenazas que caracterizan a su entorno. Por esta razón
los daños de manifestaciones naturales o desastres deben ser documentados,
porque en conjunto muestran una problemática que debe atender la sociedad y sus
instituciones para garantizar el bienestar de los ciudadanos y el desarrollo en
armonía con el entorno natural, algo que los ecólogos han denominado desarrollo
sustentable y los antropólogos, “mutualidad” (Oliver-Smith, 2009, p. 81). En
este sentido, es pertinente recolectar y exponer los antecedentes de daños y
desastres que, en conjunto, muestran desde una perspectiva histórica los
perjuicios que ha padecido la sociedad. Así, reconociendo los antecedentes es
posible plantear opciones específicas que sean escalables a las políticas
públicas de gestión integral de riesgos y desastres, pero, sobre todo, promover
un enfoque que fortalezca las capacidades preventivas. Eso implica, en un
primer intento, recopilar de manera exhaustiva la evidencia con base en una
metodología y técnicas adecuadas, las cuales se explicarán en el siguiente
apartado.
Metodología:
búsqueda e integración cronológica de fuentes
La experiencia en la
búsqueda de información sobre desastres ha demostrado que la documentación
histórica se encuentra dispersa en diferentes fuentes y es necesario un trabajo
de integración para crear series más o menos completas.[2]
Con esta consideración en mente se consultaron fuentes primarias y secundarias.
Primeramente, las secundarias, como efemérides, monografías y crónicas locales.
De esas fuentes se extrajeron fragmentos, lo más completos posible y literales,
de relatos de manifestaciones naturales y especialmente de desastres. Los datos
recolectados sirvieron para crear una cronología de sucesos notables y con ella
en mano se acudió a las fuentes primarias, principalmente documentos e imágenes
históricas, a revisar la información disponible de esos acontecimientos en los
repositorios físicos históricos, véase tabla 2.
La
búsqueda de datos se ha realizado durante distintos momentos y por un largo
período, en función de los recursos disponibles y los proyectos específicos. La
primera búsqueda fue realizada durante 2007 y 2008 en el marco del proyecto Prensa y procesos de desastre en el estado
de Colima en el siglo XX, financiado por el Fondo Ramón Álvarez Buylla de
Aldana (FRABA) de la Universidad de Colima.[3]
La segunda etapa se realizó como parte del proyecto Los huracanes en la historia de México: catálogo y memoria financiado
por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), en la convocatoria
Ciencia básica 2007; y fue ejecutado en co-dirección con la doctora Virginia
García-Acosta, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, CIESAS sede CDMX.[4]
La tercera etapa se realizó como parte del trabajo de campo para la tesis
doctoral titulada Estrategias adaptativas
ante los riesgos por huracanes en San José del Cabo, Baja California Sur y
Cuyutlán, Colima. En los tres proyectos se realizó consulta de diversas
fuentes en repositorios ubicados en Colima, Jalisco y la Ciudad de México,
véase tabla 2.
Tabla 2.
Repositorios consultados. |
||
Repositorio |
Documentos revisados |
Período
consultado |
AHMC (Archivo Histórico del
Municipio de Colima) |
Actas de Cabildo Fototeca |
Distintas fechas |
AHEC (Archivo Histórico del Estado
de Colima) |
Periódico
Oficial el Estado de Colima Administración Secretaría de gobierno Municipios |
1900-1950 |
AHHUdeC (Archivo Histórico y
Hemeroteca de la Universidad de Colima) |
Ecos
de la Costa Diario
de Colima |
1933-1971 1954-1999 |
Archivo de la Comisión Nacional del
Agua – Colima |
Base de datos Carta del tiempo |
1949-1995 |
Biblioteca Pública del Estado de
Jalisco |
Las
Noticias |
1928, 1929 y 1930 |
Biblioteca del Archivo Histórico del
Municipio de Colima |
Biblioteca |
Distintos ejemplares |
HNDM (Hemeroteca Nacional Digital
de México) |
El
Informador El
Excélsior El
Pueblo |
Distintas fechas |
Mapoteca Orozco y Berra |
Mapas |
Distintas fechas |
Fuente:
Elaboración propia.
Proceso de sistematización
Los documentos
consultados en los archivos aportaron valiosa información que fue digitalizada
por medio de una cámara fotográfica y, gradualmente, fue integrada a la base de
datos Prensa y procesos de desastre en el
estado de Colima en el siglo XX. Las imágenes o fotografías
correspondientes a un mismo evento fueron colocadas en una carpeta electrónica
nombrada en función del año, mes, día y unas palabras relacionadas con el
acontecimiento. Con las informaciones recolectadas en las hemerotecas se siguió
un proceso similar. Se fotografió cada género periodístico relacionado con
algún caso de amenaza, riesgo o desastre. Así se recompilaron cientos de
imágenes y se les dio un orden cronológico, véase imagen 2.
Imagen
2. Sistematización de los documentos recolectados en hemeroteca.
Fuente:
elaboración propia.
La segunda etapa
consistió en relacionar cada evento con información recolectada en las
distintas fuentes. Se extrajo la información más significativa de cada
documento, es decir, aquella que aportara los datos descriptivos del suceso. La
transcripción de los datos se realizó de manera literal a como la refiere la
fuente que elaboró el documento para no alterar el mensaje original. De esta
manera, en conjunto, los datos complementaron una serie que aporta información
de eventos ocurridos durante la primera mitad del siglo XX, como se muestra en
la imagen 3.
Imagen
3. Integración cronológica de fuentes consultadas 1900-1959.
Fuente:
elaboración propia.
Se procuró que la
recopilación de información fuera exhaustiva para el período 1900 a 1960. Es
notable que los datos más abundantes y detallados corresponden a eventos que
fueron muy impactantes para la población, por ello los registró la fuente. Sin
embargo, en el devenir histórico se han presentado múltiples eventos que
pasaron desapercibidos porque su magnitud fue poco percibida y su área de
efectos fue muy restringida. Por lo anterior, es preciso destacar que los
eventos que serán referidos en los hallazgos son los que tuvieron mayor
magnitud e impacto específicamente en Cuyutlán, Colima.
Resultados:
daños y vulnerabilidad post desastre en Cuyutlán
Durante el
siglo XIX Cuyutlán fue un pequeño caserío -notable en muy pocos mapas-, el cual
formó parte de la hacienda de Cuyutlán, véase imagen 4. El 19 de diciembre de
1911 fue elevado a la categoría de pueblo y con esta consideración se delimitó
un período en la historia del poblado en función de la nueva denominación
oficial.
Imagen 4. Fragmento de plano que muestra la Hacienda de Cuyutlán
en 1900.
Fuente: Blanch L.B., Castell 1900. Plano topográfico de los terrenos salitreras y anexos de la Hacienda de
Cuyutlán pertenecientes al Sr. Coronel Francisco Santa Cruz. Clasificador
929-CGE-7233-A, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, Ciudad de México.
La primera
década del siglo XX fue un período marcado por eventos muy destructivos, entre
ellos el sismo del 19 de enero de 1900 que ocurrió a las 23:50 horas y causó
admiración por su gran intensidad y daños en viviendas. En el estado de Colima
se reportaron 600 fallecimientos, en la capital solamente 7 muertos, más de 70
heridos y daños en la mayoría de las viviendas y edificios públicos. La
información acerca de lo ocurrido en Cuyutlán en este evento es muy escueta,
quizás porque aún había muy poca población asentada. Como se observa en la
imagen 4, Cuyutlán es representado solamente con el casco de la hacienda, sin
más casas en el entorno.
Los
primeros años del siglo XX la extracción de la sal en Cuyutlán se vio afectada
por las precitaciones causadas por los ciclones de 1904 y 1906, ocurridos en
los meses de septiembre y octubre respectivamente, véase imagen 5. Al respecto,
la Carta del Tiempo de octubre de 1906 muestra con líneas perpendiculares el
área de afectación de las abundantes precipitaciones que fueron reportadas por
medio de la observación y los datos fueron enviados por telégrafo hasta la sede
del Observatorio Meteorológico Central en la Ciudad de México.
Imagen 5. Carta del tiempo del 3 de octubre de 1906.
Fuente: Observatorio Meteorológico Central, Carta del Tiempo. Representación de lluvias en el estado de Colima.
El primer
ciclón causó daños en toda la vegetación y huertas de la zona costera, y en el
segundo, las marejadas invadieron la ranchería y se inundaron los esteros. Las
amplias inundaciones en la Laguna de Cuyutlán disminuyeron la salinidad del
agua y por consecuencia se cuajó menos mineral y la cosecha de sal fue de unas
pocas toneladas.
El
asentamiento se había mantenido por siglos como un lugar económicamente sustentado
por la extracción de sal. Durante el período de la zafra, comprendido entre los
meses de enero y junio incrementaba la población a miles de personas entre
trabajadores salineros y sus familias, quienes se ubicaban temporalmente en
improvisadas terrazas de palos y hojas de palma a lo largo de la franja
costera. Su estancia terminaba con la llegada de la primera lluvia de junio,
pues se reducía el nivel de salinidad del agua y daba fin a la temporada anual
de cosecha de sal. Ese mismo año de 1911 la “Cooperativa Salinera”, logró
distintos acuerdos con las autoridades en turno para extraer el mineral de
manera legal, debido a que carecía de reconocimiento oficial. Fue así como el
23 de diciembre de 1912 el Gobierno del Estado adquirió el terreno de 15.000
metros cuadrados donde fue instalada la estación del ferrocarril y el pueblo de
Cuyutlán. Ahí se ubicó el primer hotel para los visitantes que viajaban en el
tren y deseaban disfrutar del paisaje cuyutlense. En 1910, “Richard M. Stadden,
vicecónsul y cónsul estadounidense suplente” (Ortoll, 1996, p. 42), señaló que
entre Manzanillo y Cuyutlán existía un buen tránsito de visitantes que gustaban
de hospedarse en Cuyutlán, pues “hay dos hoteles que se mantienen abiertos unos
cuatro meses al año, y hacen buen negocio” (Ortoll, 1996, p. 42).
Para
desgracia de los hoteleros, durante los meses de octubre, noviembre y diciembre
de 1918 y hasta marzo de 1919, la epidemia de Influenza AH1N1 impactó a la
población costera y ocasionó que las familias migraran en busca de atención a
los centros más poblados como las ciudades de Tecomán y Colima. La hacienda de
Cuyutlán, perteneciente a la municipalidad de Manzanillo, en el Distrito
Medellín, colindaba con la Hacienda de Cualata y con Armería. La propiedad,
entonces de Francisco Santacruz Ramírez, fue fraccionada en 30 lotes y en medio
de ellos quedó el terreno adquirido por el Gobierno del Estado para conformar
un poblado, pasando la línea horizontal de vía del ferrocarril que une a
Manzanillo con Guadalajara y sitios intermedios, véase imagen 6.
Imagen 6. Fragmento de plano que muestra el asentamiento de
Cuyutlán, Colima.
Fuente: Gutiérrez Santacruz, José M. 1918. Fraccionamiento de las
salinas y hacienda de Cuyutlán propiedad del señor Francisco Santa Cruz
Ramírez, clasificador 914-CGE-7233-A, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, Ciudad de
México.
A
un lado de la vía del tren fue construida una estación para el descenso de
pasajeros, pero sobre todo, para cargar los vagones con la sal para su
comercialización. Así, entre la vía del tren y el Océano Pacífico comenzó a
desarrollarse Cuyutlán, cuya urbanización inició de manera perpendicular a la
franja costera. La mayoría de las viviendas fueron construidas sobre la calle
principal, denominada Miguel Hidalgo, la cual fue empedrada al poco tiempo para
facilitar el tránsito, véase imagen 7. Las construcciones se realizaban con
madera -principalmente tejamanil- y estructura de troncos de árboles o palma de
cocos. Algunas viviendas más humildes tenían sólo techo de zacate para cubrir a
las familias de la insolación y las tempestades. Los constructores procuraban
edificar viviendas que permitieran refrescar el interior debido a las
características temperaturas superiores a 30 grados centígrados y la gran
humedad que impera en la franja más tropical durante casi todo el año.
Imagen 7. Pavimentación de la calle principal de Cuyutlán, 1926.
Fuente: AHMC, fototeca, fondo RPL.
Entre 1920
y 1930 el tren facilitó el desarrollo del turismo, convirtiéndose en una fuente
de ingresos muy importante para Cuyutlán. Esa oportunidad animó a varias
familias adineradas a construir hoteles. La familia Santa Cruz construyó dos
grandes hoteles, llamados el Número Uno y el Número Dos. Otros empresarios
construyeron el Hotel Cuyutlán, el Hotel Madrid, el Hotel Palacio, el Hotel
Ceballos y el Hotel Zapotlán, este último, propiedad de Rafael Agraz, un
empresario proveniente de Ciudad Guzmán, Jalisco. Todos ellos se impusieron
como meta convertir a Cuyutlán en el mejor destino turístico del estado y para
ello invirtieron grandes capitales.
La
riqueza y el orden parecían llegar por fin al pueblo. El 20 de febrero de 1925,
el gobierno de Plutarco Elías Calles decretó la nacionalización de las salinas
y otorgó a la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima S.C.L. un permiso
para la explotación de los yacimientos (Serrano, 1995, p. 166). La autorización
obligó a la cooperativa a extraer “un mínimo de 1,000 toneladas al año y pagar
al gobierno una cuota de $1.50, oro nacional, por tonelada de sal” (Ochoa,
1995, p. 161). El permiso fue efectivo por 20 años, en los que Santa Cruz
siguió pugnando y amedrentando a los salineros. Sin embargo, el gobierno carrancista
no cedió ante la resistencia de Santa Cruz, al contrario, respaldó a los
salineros y además aprobó la conformación del Ejido Cuyutlán, autorizado en la
resolución presidencial del 26 de febrero de 1925; la ejecución de ésta ocurrió
el 8 de abril de ese año y benefició a 90 campesinos. En 1924 el gobernador Gerardo
Hurtado Sánchez también respaldó al pueblo y lo dotó provisionalmente con una
“superficie de 1,036 hectáreas de tierras”, 334 de ellas tomadas de la hacienda
de Cuyutlán (Núñez, 2006, p. 153). Años después fueron expropiados terrenos que
eran parte de la hacienda de Cuyutlán de Francisco Santa Cruz Ramírez, también
terrenos de la hacienda Armería, propiedad de Isaura Vidriales de Núñez y de la
hacienda Cualata, que pertenecía a Aristeo Núñez. El pueblo se complementó con
varios predios de zona federal colindantes con el Océano Pacifico.
El
intenso corporativismo del sexenio del presidente Plutarco Elías Calles se
reflejó en Cuyutlán por medio de la lucha de poderes de los empresarios
herederos del porfiriato contra un sector del pueblo organizado en
cooperativas. Además de la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima S.C.L.,
posteriormente fueron otorgadas concesiones a las cooperativas El Progreso, El
Colomo y Productores de Sal de Villa de Álvarez. Además de la susceptibilidad a
sufrir impactos dañinos de ciertas amenazas naturales, también se presentaron
movimientos sociales que afectaron las dinámicas económicas y sociales,
tensando las relaciones y afectando las capacidades organizativas para
prepararse ante una manifestación natural. Un sector del pueblo se rebeló ante
el gobierno entre 1926 y 1929, en el conflicto político-religioso conocido como
La Cristiada, el cual perjudicó la comercialización de la sal. Los arrieros que
recorrían grandes distancias llevando en bestias distintos productos, como la
sal, fueron acosados por los militares para evitar el suministro de víveres a
los rebeldes católicos que se escondían en los cerros. Los salineros que
viajaban a Cuyutlán decidieron quedarse en sus poblaciones para no arriesgar
sus vidas, aunque esto afectaría la economía de sus familias y vulneraría las
capacidades económicas. Los viajes de los trenes cargueros también se veían
retrasados o cancelados por las amenazas y atentados, dejando casi incomunicado
al pueblo de Cuyutlán y desprovisto de apoyo ante una emergencia. Entre 1926 y
1929, el presidente Plutarco Elías Calles encabezó el enfrentamiento contra el
clero y los católicos mexicanos que se rebelaron ante sus disposiciones de enajenación
de bienes y restricciones de los cultos (Meyer, 1993). La Cristiada fue un gran
movimiento social que en Cuyutlán produjo disminución de la extracción y
comercio de la sal, además de migración hacia otras poblaciones, ciudades y
estados, con ello fue afectada la cooperativa pues sus integrantes abandonaron
de manera temporal los compromisos de producción ante el gobierno.
El
25 de marzo de 1932 el presidente de México, Pascual Ortiz Rubio, visitó en
Cuyutlán la casa de su amigo, el senador de la República José Domingo Aguayo
Cendejas. A la llegada de los funcionarios el pueblo se volcó a la calle para
recibirlos. Entonces los cuyutlenses vestían calzón de manta y en su mayoría usaban
el sombrero llamado “de cuatro pedradas”, mientras que los funcionarios
portaban traje y corbata a pesar del intenso calor de las tres de la tarde. La
visita presidencial tuvo como propósito el descanso, por ello acudieron las
esposas de los políticos. Sin embargo, durante la cena se abordaron asuntos
relacionados con la Cristiada, según atestiguó Enrique Aguayo Cotto.[5]
El conflicto cristero terminó sin acuerdos firmados en 1929, pero por varios
años después, muchos cristeros fueron asesinados, a pesar de la rendición.
La
tragedia social que causó La Cristiada afectó a las familias cuyutlenses y, por
si fuera poco, el día 3 de junio de 1932 se presentó un temblor muy fuerte que
produjo un leve tsunami observado en Cuyutlán, Manzanillo, Barra de Navidad y
Nayarit. Según las fuentes consultadas no causó destrozos en las viviendas,
pero puso en alarma a la población. Con este evento inició un “enjambre de
sismos” que continuó con pequeños sacudimientos poco perceptibles, pero con otros
muy intensos, como los reportados los días 8, 12 y 18, causando gran temor en
los cuyutlenses, quienes procuraban protegerse simbólicamente por medio de
rezos y rituales religiosos. La población se encontraba en plena conmoción
cuando ocurrió el sismo del 22 de junio, el cual no fue tan intenso, pero a los
pocos minutos los pobladores notaron que el oleaje se había retirado. Algunos
sabedores del inicio de los maremotos alcanzaron a alertar a la gente, pero la
mayoría de las mujeres fueron sorprendidas en sus frágiles hogares en compañía
de sus hijos, mientras los varones laboraban en la salinera. El tsunami causó
aproximadamente 50 muertes y destruyó la mayor parte del poblado. La ola
recorrió todas las calles y llegó hasta los rieles del tren. A su regreso la
ola introdujo al mar los cuerpos de las víctimas y todo lo que encontró en su
camino en la dirección de suroeste hacia el noroeste (Corona y Ramírez-Herrera,
2012). El paisaje pueblerino de viviendas de madera se convirtió en una
palizada que representaba ese desastre intensivo, véase imagen 8.
Imagen 8. Restos de las viviendas destruidas por el tsunami del 22
de junio de 1932.
Fuente: AHMC, fototeca.
A raíz del
tsunami del 22 de junio de 1932 Cuyutlán fue deshabitado casi en su totalidad y
aunque algunos hoteles quedaron en pie, pocos visitantes se atrevían a
hospedarse. Los salineros y sus familias migraron a Tecomán, Colima y Villa de
Álvarez y por años abandonaron la zafra de la sal.
Al
morir el hacendado Francisco Santa Cruz Ramírez quedaron intestadas la hacienda
y las salinas porque las tenía hipotecadas. Esta situación inició un largo
litigio para la cooperativa, y en 1936 Juan R. Sais recibió en remate las
propiedades. Si el pueblo se encontraba en riesgo ante un tsunami, las salinas
aún representaban buenas oportunidades económicas, por ello, en noviembre de
1937 Juan R. Sais las vendió a una “sociedad de propietarios de apellido
Echevarría [y de ellos] la Sociedad Cooperativa de Salineros obtuvo los
derechos de posesión, mediante pago y contrato de compra-venta, completando los
de explotación, de un total de 4,328 hectáreas en 1953” (Serrano, 1995, p.
167). La reconstrucción del pueblo fue notable hasta 1935, cuando algunas
familias se animaron a retornar para extraer sal. Dos años después inició la
construcción del malecón, para ello se contó con apoyo económico de los estados
del país y fue inaugurado en 1938, según refiere el cronista Miguel Chávez
Michel (2008).
Durante
la gestión de Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) fueron reconocidos los
derechos laborales de los trabajadores y la cooperativa se afianzó como un
pilar de la economía local porque daba empleo a un numeroso grupo de personas y
con ello favorecía en gran parte la existencia del pueblo de Cuyutlán. Entre
los beneficios les concedieron derecho al Seguro Social y al reparto de
utilidades. Las condiciones laborales comenzaban a mejorar para los salineros
cuyutlenses cuando ocurrió un sismo muy intenso el 15 de abril de 1941. Muchos
salineros que se encontraban trabajando corrieron asustados por sus familias,
pensando que se presentaría un nuevo tsunami. En ese evento no hubo tsunami y los
mayores destrozos ocurrieron en la ciudad de Colima, Tecomán y Manzanillo. Poco
a poco los salineros se fueron enterando de que sus viviendas en tales ciudades
habían sufrido daños o colapso. Este sismo fue el más destructivo de viviendas,
templos y edificios públicos en el estado de Colima durante todo el siglo XX.
Al
año siguiente, el 4 de octubre un ciclón sacudió y destechó varias viviendas de
madera y láminas de cartón. Pasada la emergencia los vecinos reconstruyeron lo
dañado, sin embargo, el 27 de agosto de 1944 otro ciclón impactó en las
viviendas y dañó con marejadas la franja costera. Pero el peor fue el huracán
del 5 de septiembre de 1944, el cual destruyó la mayoría de las viviendas de
madera, causó inundación y dañó las vías de comunicación. La escuela primaria
de Cuyutlán quedó destruida y a partir de ese evento fue reconstruida con
ladrillo y concreto, fue la primera construcción elaborada con materiales y
mampostería resistentes a los vientos huracanados.
Por
estos antecedentes es evidente que la exposición frente a los efectos de los
huracanes vulneraba las viviendas ante los ciclones tropicales. Pero los
antecedentes de 1900, 1932 y 1941 hacen notable que la localidad de Cuyutlán
también ha sido vulnerable ante los sismos. Ambos fenómenos naturales se
convirtieron en una amenaza para la población debido a sus impactos en la
economía de las familias cuyutlenses y de los salineros que acudían al pueblo
por la temporada de zafra.
Es
preciso destacar que algunos proyectos de desarrollo también han afectado a las
familias cuyutlenses y a la industria del turismo. Entre 1939 y 1949 se mejoró
la infraestructura carretera entre Cuyutlán y Manzanillo para facilitar la
comercialización de la sal y de diversos productos por medio de los
automóviles, pero, sobre todo, para atraer turismo hacia Cuyutlán y Manzanillo
para mejorar las condiciones económicas de los locales. En 1952 se inauguró la
carretera Colima a Cuyutlán y con esta vía se pensó que los turistas podrían ir
en auto propio en más ocasiones durante el año. Sin embargo, en poco tiempo fue
notable que las conexiones carreteras con ciudades vecinas importantes como
Tecomán, Manzanillo y Colima permitieron a los turistas visitar Cuyutlán, pero
durante el ocaso del día se retiraban para hospedarse en otros destinos. Esa
dinámica se extendió por décadas, se fortaleció la industria restaurantera,
principalmente a lo largo de la franja costera, pero se impactó negativamente a
la industria turística que ofrecía modestas habitaciones con ventiladores para
refrescar el ambiente.
Las
calles de Cuyutlán fueron iluminadas por medio de electricidad y lámparas a
principios de la década de los años cincuenta. Primero fue adquirido un
generador de electricidad de donde se instaló un cableado a lo largo de la
calle Miguel Hidalgo, y cada dos cuadras los vecinos colocaron una lámpara, la
cual solamente emitía iluminación de las 19:00 horas de la tarde a las 21:30 de
la noche. Cuando se presentaban tormentas o ciclones por la noche era
importante la iluminación artificial porque permitía salir y huir en caso de
ser necesario. En cambio, sin luz, debían quedarse y enfrentar el fenómeno
“como pudieran”.
Por
fin, en 1953 los salineros lograron ser concesionarios, propietarios y
poseedores de los derechos de las salinas, tras la compra de los mismos por
medio de un préstamo al Banco Nacional de Fomento Cooperativo, por una cantidad
de 250,000 pesos (Serrano, 1995, pp. 172-174). A partir de entonces los
salineros han contado con mayores opciones para comercializar su producto y
gestionar apoyos que requieren para iniciar la cosecha de sal. Sin embargo,
también han enfrentado sucesos muy destructivos, tal es el caso del huracán del
27 de octubre de 1959, que causó el mayor desastre en el estado de Colima en el
siglo XX (Padilla, 2006). Muchas viviendas fueron destrozadas por los intensos
vientos, las palmas fueron arrancadas del suelo, y se perdieron las huertas de
limón, papayos y cocos debido a la prolongada y amplia inundación. Específicamente
en Cuyutlán, todos los hoteles sufrieron daños muy serios y la franja de playa
fue azolvada, véase imagen 9.
Imagen 9. Hoteles de Cuyutlán impactados por el huracán del 27 de
octubre de 1959.
Fuente: AHMC fondo RPL.
En 1960
fue suspendida la cosecha de sal y hasta el año de 1961 se intentó nuevamente
obtener tal beneficio. La Cooperativa Salinera demostró ser una institución
resiliente capaz de enfrentar los impactos severos de los fenómenos naturales y,
a pesar de los daños recurrentes, mantenerse cohesionada para obtener
beneficios e incrementos en la cosecha de sal. De manera similar, la existencia
de la localidad Cuyutlán hace deducible la existencia de factores resilientes
que han fortalecido las reconstrucciones ante frecuentes daños severos y
desastres, que se muestran en la imagen 10.
En
conjunto, los eventos registrados por medio del método y técnicas históricas
permitieron documentar una considerable cantidad de eventos muy impactantes,
véase imagen 12, entre ellos nueve ciclones tropicales, la mayoría con una
categoría incierta debido a que durante el período de estudio aún no se
caracterizaba en Colima a cada evento de manera oficial con instrumentos que
permitieran identificar sus características físicas. Un caso particular fue el
ciclón del 27 de octubre de 1959, cuya severidad atrajo la atención de
especialistas, quienes lo caracterizaron como 5 en la categoría de
Saffir-Simpson, sin embargo, recientemente un reanálisis lo ubicó como categoría
4 (Hagen, Morgerman, Sereno y González, 2016).
Imagen 10. Daños y desastres asociados a amenazas naturales en
Cuyutlán 1900-1959.
Fuente: elaboración propia.
También se
documentó la presencia de 6 sismos y un tsunami el 22 de junio de 1932 como
epifenómeno de un evento sísmico, el cual produjo enormes daños en el pueblo.
Aunque los sismos de 1900 y 1941 no produjeron tsunamis documentados, su
intensidad fue muy percibida y causaron grandes daños en las viviendas de
Cuyutlán y de la región.
Especial
atención se requiere en la epidemia de 1918, de la cual se obtuvo muy poca
información en las fuentes consultadas, sin embargo, es sabido que se trató de
la epidemia más mortal del siglo XX y deben estudiarse a profundidad sus
impactos sociales en la población cuyutlense y colimense. Por los impactos
reportados es deducible que estos eventos afectaron a un gran número de
personas y al erario, aunque las cifras de daños y muertos no sea tan numerosas
en todos los acontecimientos.
Discusión
Según los
datos recolectados el riesgo fue alto en Cuyutlán durante la primera mitad del
siglo XX, considerando el dinamismo de los elementos que lo componen. Por un
lado, toda la población era vulnerable ante las amenaza naturales, en
específico, los empleados de las salineras quedaban desempleados por un largo
período cuando ocurrían impactos de manifestaciones naturales intensas o un
desastre. Las familias acaudaladas perdieron su patrimonio en distintas
ocasiones durante un corto período, sobre todo, ante el tsunami de 1932, el
sismo de 1941 y los huracanes de 1944 y 1959. Así, y ante la ausencia de
medidas preparativas y preventivas, los fenómenos naturales más recurrentes se
convirtieron en amenazas debido a las elevadas pérdidas y daños que produjeron.
Aun así, el pueblo cuyutlense continuó su desarrollo y puede argumentarse que esto
fue posible debido a ciertas prácticas adaptativas que fueron empleadas, no con
un sentido estratégico, sino más como una respuesta ante la situación.
Una
de las más notables prácticas es que, a partir del ciclón de 1944, cambiaron
gradualmente la construcción de viviendas de madera por materiales más
resistentes como el ladrillo, el concreto y la mampostería, resistentes a los
vientos huracanados en determinadas condiciones. Sin embargo, la evidencia hace
notar que persistieron en el mismo sitio a pesar de que el área es altamente
inundable y en caso de una inundación severa quedaban incomunicados por varias
semanas.
También
podría considerarse como práctica adaptativa el proceso migratorio de los
salineros que viajaban a Cuyutlán para obtener el beneficio de la sal, pero
terminada la temporada regresaban a las ciudades a emplearse en otro oficio.
Este dinamismo, más que una estrategia que requiere un plan, una frecuencia y
una amplia cobertura, es una práctica que reportó beneficios, entre ellos
mejorar gradualmente el proceso extractivo de la sal para incrementar la
producción. Es notable que se requirió de acuerdos entre los salineros y el
gobierno para formalizar y legalizar la extracción del mineral, pero al mismo
tiempo se aseguró el reconocimiento de los salineros adheridos a la cooperativa
para dar continuidad a la práctica extractiva de un recurso disponible en un
área peligrosa. Cuando
ocurre un desastre en una localidad el origen del suceso se encuentra en los
antecedentes históricos más remotos que explican las razones del asentamiento
en ese sitio. También son determinantes las dinámicas entre sociedad y
naturaleza, los usos que la sociedad hace del entorno natural, las prácticas
constructivas, así como los tipos de materiales y la ubicación de las
viviendas. En un mismo desastre, los daños están relacionados parcialmente con
la magnitud de la amenaza natural, aunque el impacto depende de los elementos
que inciden en la vulnerabilidad física y social ante determinada amenaza.
Actualmente
no existe acuerdo acerca de los indicadores de la vulnerabilidad ante
desastres. Se debate el tema de manera independiente en cada disciplina y
también de forma interdisciplinaria. Sin embargo, se acepta universalmente que
no existe amenaza sin vulnerabilidad y no existe vulnerabilidad sin amenaza.
Que todo desastre está vinculado a una condición de vulnerabilidad y devela las
principales vulnerabilidades. Por estas razones, los principales desastres
ocurridos en Cuyutlán, Colima, durante la primera mitad del siglo XX hacen notorias,
por un lado, las amenazas más frecuentes y por el otro, los impactos que se
producen debido a condiciones de vulnerabilidad que se han perpetuado de manera
“crónica”, por ello son reincidentes los daños y desastres a lo largo del
tiempo asociados a unas cuantas amenazas naturales.
Conclusiones
Con la
evidencia histórica se hace notable que los vecinos de Cuyutlán han construido
históricamente una condición de vulnerabilidad que se ha manifestado
materialmente ante los impactos de sismos, ciclones, epidemias y tsunamis
durante la primera mitad del siglo XX. Pero también es notoria cierta capacidad
resiliente para reponerse de la tragedia y dar continuidad al desarrollo,
teniendo tres bases, por una parte, el beneficio de la extracción de la sal, la
prestación de servicios turísticos y la persistencia para resistir en un mismo
sitio las adversidades asociadas a fenómenos naturales extremos. El número de impactos
en un período corto hace notar que tuvieron una condición vulnerable crónica
durante medio siglo. Y puede concluirse que un evento limaba las capacidades
sociales permitiendo que el siguiente fenómeno causara perjuicios. Por esta
razón hubo daños diferenciales en un evento tras otro, pese a ello, también
hubo resiliencia para reponerse de los impactos. Así, la historización destaca
que se puede ser vulnerable y resiliente a la vez durante un amplio período. La
vulnerabilidad y la resiliencia suelen verse como opuestos. Se asume que si
existe vulnerabilidad no hay resiliencia, sin embargo, es impreciso, porque la
historia muestra que ambas condiciones son complementarias y están anudadas al
desarrollo de las sociedades. Las ciudades que han sido destrozadas en
distintas ocasiones y que se perduran en el tiempo, como el caso de Colima,
Manzanillo y Tecomán, son muestra de esa dualidad complementaria que
representan la resiliencia y la vulnerabilidad como condiciones social y
culturalmente construidas.
El
desarrollo ha sido complejo en Cuyutlán porque los inversionistas y la
población residente han sorteado los efectos y los impactos de distintos
fenómenos naturales que han producido pérdidas en los sectores productivos y
provocado el retroceso del desarrollo, así como la pérdida del patrimonio
logrado con años de esfuerzo. La principal condición que dificulta su
protección es la exposición plena ante los efectos potencialmente destructivos
que caracterizan a algunas manifestaciones naturales.
En la
documentación histórica de principios del siglo XX, relacionada con el proceso
de asentamiento del pueblo de Cuyutlán, se omiten alusiones a las
características del entorno natural, a pesar de que los huracanes, sismos y
tsunamis habían causado daños muy severos durante el siglo XIX. La ausencia de
estas consideraciones fue un factor que favoreció el asentamiento de Cuyutlán
en una zona peligrosa y muy expuesta a ciertas amenazas naturales. Esto ocurrió
porque la preparación y la prevención de desastres aparecieron hasta la segunda
parte del siglo XX como temas vinculados al desarrollo de los pueblos. En este
sentido, los desafortunados sucesos que ocurrieron en Cuyutlán hacen notar que
en toda planeación del desarrollo urbano deben estudiarse los antecedentes de
impactos y desastres que ilustren las características del entorno para
construir con base en determinados requerimientos especiales que fortalezcan la
preparación y la prevención ante las recurrentes amenazas naturales.
La
vulnerabilidad en Cuyutlán es socialmente estructural y está presente en todos
los habitantes de manera diferencial. Por ello, fue indispensable explicar cómo
se articulan las dinámicas entre los actores y grupos más representativos que
inciden en el colectivo. Además, se describieron las principales amenazas y
desastres que han impactado porque existe una amplia exposición y
vulnerabilidad. Solamente es posible reducir los riesgos y mitigar los
impactos, modificando la estructura del sistema que produce la vulnerabilidad.
Sin un cambio de fondo seguirán repitiéndose los desastres y reproduciéndose
las condiciones que los producen riesgosas que son su antesala.
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Raymundo
Padilla Lozoya
Mexicano.
Licenciado en Letras y Periodismo y Maestro en Historia por la Universidad de
Colima. Doctor en Antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social (CIESAS), sede Ciudad de México. Profesor e investigador
de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. Miembro
del Sistema Nacional de investigadores, Nivel 1. Miembro del Comité Técnico
Académico de la Red Conacyt Sociedad, Vulnerabilidad y Riesgo:
http://sociedadyriesgo.red/ Áreas de investigación: vulnerabilidades ante los
efectos e impactos sociales de los fenómenos naturales, las prácticas y
estrategias adaptativas, las representaciones históricas, el capital social,
respuestas sociales e institucionales, la resiliencia, la construcción social
del riesgo y el desastre y la prevención desde el modelo de la Gestión Integral
del Riesgo y el Desastre. Últimas publicaciones: Padilla Lozoya, R. (2017). La
estrategia simbólica ante amenazas naturales y desastres entre España y México. Revista de Historia Moderna. Anales de la
Universidad de Alicante, 35, 116-148; Padilla Lozoya, R. (2017). Beneficios
y perjuicios del huracán de 1907, en Baja California Sur. Temas Americanistas, 38, 57-82.
Erika
Janneth Luna Montes
Mexicana.
Licenciada en Psicología por la Universidad de Colima y Maestra en Educación
por la Universidad Autónoma de Guadalajara. Estudiante de Doctorado en Ciencias
Sociales por la Universidad de Colima, donde realiza el proyecto de tesis titulado
“La resiliencia ante el desastre en tres casos del Estado de Colima”. Impartió
la conferencia Vulnerabilidad,
Reubicaciones y Resiliencia, dentro del Seminario Internacional
Vulnerabilidades en Perspectiva: Interpretaciones y Conceptos desde los
Estudios Históricos sobre Desastres en la sede CIESAS-DF en junio de 2015.
Asistió al Seminario Internacional Ciencias Sociales y Riesgo de Desastres en
América Latina: Un encuentro inconcluso en la ciudad de Buenos Aires en septiembre
de 2015. Participó como ponente con el trabajo Una Mirada Retrospectiva hacia las Reubicaciones en México,
realizado en el marco del Primer Encuentro Nacional de Literatura, Historia y
Cultura, realizado en Colima en septiembre de 2015.
Los estudios económicos del
riesgo y la vulnerabilidad abordan el riesgo desde un enfoque cuantitativo, sin
embargo, en historia y antropología se aplican otras alternativas analíticas,
cualitativas e interpretativas, como las expuestas en el presente artículo.
[2] El
procedimiento metodológico expuesto en este artículo ha imitado la metodología
aplicada en dos proyectos específicos: Los huracanes en la historia de México:
catálogo y memoria. En: http://huracanes.ciesas.edu.mx
y Landfalling tropical cyclones in the EPAC Basin En: http://met-bcs.cicese.mx/smn/iai/equipo.php
en ambos ha colaborado el autor principal de este documento.
[3] Colaboraron
en este proyecto los entonces estudiantes Ellianne Lizeth López Ortega, Alma
González Martínez, Mauricio Pérez Muñoz, Mariana Ochoa Anguiano y Alejandra
Aréchiga Cervantes.
[4]
Véase: http://huracanes.ciesas.edu.mx
[5]
R. Padilla (comunicación
personal, 13 de Agosto, 2011).