Prácticas
alimentarias de adolescentes rurales en
Santa María Tecuanulco, México
María
Eugenia Chávez-Arellano
https://orcid.org/0000-0003-1149-706X
Universidad
Autónoma Chapingo
chavez.arellano@correo.chapingo.mx
Resumen: Las
prácticas alimentarias en el medio rural de la
región de Texcoco guardan relación con los
hábitos de consumo alimentario local
—basados en el maíz y sus derivados,
principalmente—; sin embargo, en ellas
influyen una serie de determinantes socioculturales que imponen las
formas de
consumo urbano-dominantes, como resultado de la constante
interacción de las
culturas originarias con la vida urbana y su acceso a diversos medios
de
comunicación. En este documento se presentan avances de una
investigación sobre
la cultura alimentaria de adolescentes de Santa María
Tecuanulco. A partir de
su experiencia cotidiana, los participantes —estudiantes de
entre 12 y 15 años
de edad— aportaron información sobre el
conocimiento que tienen acerca de
diversos productos locales comestibles (animales y vegetales) y de la
forma en
que los consumen.
Keywords:
food practices, rural,
teenagers, culture.
Traducción:
María Eugenia Chávez Arellano (Universidad Autónoma Chapingo)
Cómo
citar:
Recibido:
4 de octubre de 2017 / Aceptado: 7
de noviembre de 2017 / Publicado: 17
de mayo de 2018 |
Introducción
Las cuestiones
alimentarias se han
convertido en objeto de interés de estudiosos de diversas
áreas del
conocimiento, como ciencias de la salud, disciplinas
agronómicas, economía,
sociología o antropología, debido a su
relación con la salud, la producción y escasez
de alimentos o su significado cultural. De hecho, la
alimentación se ha
reconocido como un factor determinante en la evolución de la
humanidad, por lo que
ha existido interés en indagar el aporte de esta
práctica al bienestar de las
personas en las diferentes sociedades.
La
diversidad
de estudios sobre el tema, desde múltiples disciplinas y
posiciones teóricas, ha
demostrado que la alimentación no puede ser abordada de
manera unidimensional, pues
además de ser una forma esencial de satisfacer una necesidad
primaria, está
rodeada de elementos que la convierten en una expresión
cultural —con todo lo
que ello implica—, en relación con las
preferencias de la gente respecto a lo
que come o los significados que atribuye a los alimentos. El tipo de
productos comestibles
que los individuos consumen e ingieren regularmente refleja una forma
de vida
que estos asumen y reproducen de manera constante. No existen patrones
invariables de alimentación, por el contrario, continuamente
se modifican al
incorporar nuevos elementos que agradan y satisfacen a los distintos
grupos
humanos.
Los aspectos
socioculturales que
influyen en las formas de alimentación son un referente
necesario para la
comprensión de este comportamiento. En circunstancias de
bajo poder adquisitivo,
lo que se come puede estar definido con base en para
lo que alcanza, pero aun cuando lo económico
guíe la elección de
quien se encarga de la tarea familiar de preparar los alimentos,
éste puede escoger
lo que es mejor aceptado por los miembros de su familia. La
aceptación y el
rechazo hacia lo que se puede comer o a lo que el mercado ofrece pasan
por un
tamiz cultural y social que regulará, por así
decirlo, la preferencia por uno u
otro producto, así como por aprender nuevas formas de
preparación, conservar
otras o incorporar nuevas propuestas a las viejas formas de cocinar y
de comer.
Con base en
estas ideas, el
objetivo de este documento es exponer y analizar los resultados
parciales de
una investigación sobre cultura alimentaria en una comunidad
rural-indígena de
la región montañosa del municipio de Texcoco, en
el Estado de México.
Específicamente, interesa dar cuenta de la manera en que los
adolescentes
identifican las diversas formas en que se consumen los alimentos en su
localidad, así como algunas de sus preferencias de consumo
alimentario. Los adolescentes
participantes estudian la secundaria y representan un importante grupo
de
población que —por su edad y condición
estudiantil— tiene acceso al
conocimiento de diversas propuestas de consumo que se aprenden en la
interacción con grupos diferentes al familiar.
Sobre lo
alimentario:
de la nutrición a la cultura
El estado de
nutrición de los
pueblos como indicador de desarrollo ha sido tema de constante
atención. De
acuerdo con la Organización
Mundial de la Salud (oms),
la
malnutrición es —en
general— una
condición provocada por las carencias, excesos o
desequilibrios en la ingesta
de nutrientes. En condiciones de desnutrición, la carencia
de nutrientes afecta
el crecimiento de las personas y puede llevarlas a la muerte. Cualquier
caso de
malnutrición implica que no existe una ingesta adecuada de
nutrientes y
calorías que permitan una condición saludable (oms,
2017).
Aunque
la alimentación es una de las necesidades
básicas de los humanos, la forma de realizarla no siempre es
adecuada en términos
nutricios. En muchas
ocasiones el consumo de
alimentos poco tiene que ver con su calidad nutricional, y se justifica
más por
los valores y las creencias culturales. La antropología ha
ofrecido muchas y variadas
visiones al respecto, desde Malinowski (1975), al describir
minuciosamente las
formas de consumo alimentario de los trobiandeses; Harris (1985), quien
basándose en una perspectiva materialista de la cultura
logra dar una
explicación económica a las formas y decisiones
de consumo de alimentos en
algunas culturas o, en la misma línea teórica, el
texto de Sahlins (1976),
sobre el significado simbólico de las prácticas
culturales.
En
México, los antecedentes de estudios y
diagnósticos sobre la situación alimentaria
datan de 1958, cuando el equipo del Instituto Nacional de
Nutrición Salvador
Zubirán (ahora Instituto Nacional de Ciencias
Médicas y Nutrición Salvador
Zubirán), en colaboración con otros organismos —como
la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (conocida como fao,
siglas en inglés de Food and Agriculture Organization of the
United Nations),
la oms
y el Fondo Internacional de
Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (cuyas siglas en
inglés son unicef:
United Nations International
Children's Emergency Fund)—
comenzó un seguimiento sistemático sobre el tema,
con el fin de proponer
acciones que lo solucionaran (Chávez, 1980, 1982). Por otra
parte, a raíz de la
crisis de la agricultura nacional en la década de los
años ochenta del siglo xx, se
crearon programas dirigidos a
superar el hambre y la mala alimentación. Uno de ellos fue
el Sistema
Alimentario Mexicano (sam,
en 1980),
cuyo objetivo fundamental era elevar el nivel nutricional de la
población más
pobre a través del logro de la autosuficiencia en la
producción de granos
básicos. Durante la misma década vieron la luz el
Programa Nacional de
Alimentos (1983) y el Programa Nacional para el Desarrollo Integral
(1985).
Los
resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición
(Ensanut) de 2012
evidencian un muy ligero descenso en problemas de salud relacionados
con la
alimentación, tales como anemia, sobrepeso y obesidad, por
lo que una y otros siguen
considerándose focos de atención para la
población en general. Si bien la
desnutrición es un problema de salud a resolver, el
sobrepeso y las
enfermedades asociadas (como la diabetes) también han tenido
que ser
reconocidas como problemas de salud relevantes. Lo anterior significa
que los padecimientos
de la población relacionados con la alimentación
no sólo tienen que ver con la
falta de nutrientes y comestibles, sino también con los
excesos y las
deformaciones (causa y efecto, respectivamente).
Las
décadas de los años ochenta y
noventa del siglo xx
y los inicios
del presente siglo han sido escenario de importantes contribuciones
antropológicas al respecto, a través de trabajos
como los Adler y Lomnitz
(1987), Contreras (1995), y Vargas y Long (2005). Bertran y Arroyo
(2006)
coordinan una obra que ofrece una compilación interesante de
trabajos sobre el
tema, desde un panorama de los estudios de nutrición y
alimentación bajo el
enfoque de la salud y la antropología, hasta estudios
particulares sobre Brasil,
España, mujeres o regiones indígenas como la de
Yucatán.
En otras
fuentes se encuentran
aportaciones que también permiten acercarnos a las formas
particulares —locales
o regionales— de alimentarse, como el trabajo sobre rituales
indígenas
relacionados con la manera de compartir comida (López,
2001); el que aborda los
significados y representaciones de las preferencias respecto a lo que
se come
en Sonora (Sandoval-Godoy, Domínguez y Cabrera, 2009), o los
realizados en
torno a mujeres rurales y sus prácticas alimentarias, la
percepción de sus
cuerpos, y los significados de la comida en diferentes regiones de
México (Pérez-Gil
y Gracia-Arnaiz, 2013; Pérez-Gil y Romero, 2010;
Pérez-Gil, Vega-García y
Romero-Juárez, 2007).
No
obstante, aunque en México persisten muchas formas de
alimentación que se
derivan de prácticas ancestrales, es imposible negar el
papel que la economía y
los procesos de modernización han jugado en las diversas
formas de consumo,
tanto general como alimentario en particular. En este sentido, autores
como
Contreras y Gracia (2005) y Rebato (2009) han señalado la
importancia de la
globalización en la conformación de una especie
de nuevo orden alimentario que, por
un lado, ha generado —en
determinados
lugares y entre ciertos grupos de población—
el rescate y reivindicación de las comidas regionales,
locales y autóctonas; pero que, por otro, ha desplazado
formas locales o, en el
mejor de los casos, ha llevado a un sincretismo
de las formas alimentarias, originando en muchos casos efectos
alimentarios
notoriamente negativos para la salud (García, 2010;
Montoya-Sáez, 2012).
En
México, las modificaciones en el consumo de alimentos en los
últimos años se
asocian, en algún sentido, a la incorporación del
país al Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (tlcan),
toda vez que éste no sólo repercutió
en una modificación
de la oferta de alimentos relacionada con la apertura
comercial, sino con
la caída de precios de los productos mexicanos. La
competencia en precios, que
ha favorecido la importación de granos básicos
como el maíz o frijol, trae consigo
el abandono del cultivo comercial de esos productos, pero
también,
consecuentemente, los diversos productos que se ofertan se han ido
incorporando
a las dietas populares (Santos-Baca, 2014).
En
este
sentido, la producción de alimentos industrializados, su
amplia presencia en el
mercado y su alto consumo indican una predilección por parte
de los
consumidores, no sólo por lo práctico que estos
productos puedan ser, sino porque
se han ido incorporando a los estilos de vida de la gente tanto en el
medio
urbano como en el rural. La oferta y demanda de comida
rápida e industrializada
es diversa, y en gran medida responde a las necesidades creadas en
diferentes ambientes,
por ejemplo a través de los medios de
comunicación y su presencia cada vez
mayor en supermercados, tiendas de conveniencia, expendios y tiendas
locales,
como el caso de las sopas instantáneas, cuyo consumo es alto
entre diversos
sectores de la población (Páez, 2015).
Metodología
Esta
investigación se concibió como un trabajo
descriptivo y analítico que dará cuenta de los
elementos que conforman
prácticas y comportamientos de grupos de
población, desde una perspectiva
cultural e interpretativa, es decir, de comprensión de
sentido.
Debido a la
complejidad de los
acontecimientos sociales, para el logro de esta propuesta se ha
planteado una
estrategia mixta de recopilación de información,
la cual se lleva a cabo
mediante instrumentos cuantitativos y cualitativos, de acuerdo con las
necesidades de cada etapa.
Con base en la
idea de que lo
cultural está conformado por una serie de elementos que dan
forma y sentido a
las prácticas sociales que en las acciones cotidianas
objetivan creencias,
valores, significados —entre otras cosas—, he
partido de la importancia de
atender la parte fenomenológica de las acciones sociales (en
este caso,
comportamientos alimentarios) para tratar de hallar el sentido que la
gente da,
en un espacio y tiempo determinados, a la elección y el
consumo de productos
alimentarios. Si se asume que la alimentación es una parte
sustancial de las prácticas
de la vida cotidiana, necesariamente representa una
objetivación de creencias y
valores con gran significado. De esta manera, se puede afirmar que para
activar
el pensamiento y la memoria de los sujetos —adolescentes, en
este estudio—
acerca de lo que comen o de los alimentos que conocen, así
como de su
importancia, accesibilidad, aceptación o desprecio, se puede
recurrir a
identificar las representaciones sociales en torno a los alimentos en
relación
con los aspectos señalados.
Entre las
actividades iniciales que se han realizado
hasta el momento, se encuentran: 1)
Recorridos por los mercados y tiendas locales para identificar el tipo
de
productos ofrecidos; 2)
Conversaciones con habitantes de la localidad; 3)
Grupo de discusión con personas de la tercera edad, durante
una
reunión celebrada como parte de las actividades promovidas
por el municipio con
este grupo de población; 4)
Encuesta
a 117 hogares, con el fin de recabar información sobre la
adquisición y consumo
de los diversos productos alimentarios que permiten a la familia
preparar sus
comidas, así como los lugares donde los compran, la
frecuencia y la proporción
del ingreso familiar que se gasta en comida; 5)
Talleres y grupos de discusión con adolescentes que asisten
a escuelas secundarias
de Santa María Tecuanulco (realizamos tres talleres con 120
niñas y niños de
entre 12 y 15 años de edad).
Durante los
talleres con estudiantes
de secundaria se aplicaron dos tipos de instrumentos
de asociación de palabras con un
término inductor cada uno, para conocer la
forma en que los jóvenes identificaban las diversas maneras
de preparación de
alimentos, su consumo y algunas predilecciones. En uno de los
instrumentos los
términos inductores fueron nombres de algunos productos
vegetales y animales,
para que señalaran por escrito las formas en que los comen
(algunos hicieron
dibujos). En otro instrumento se les proporcionaron algunos conceptos,
como antojo, hambre,
sabroso, caro,
barato, nutritivo
y otros
(siempre relacionados con alimentos). Debajo del concepto, cada persona
debió
escribir tres palabras que éste le evocara, y jerarquizarlas
por orden de
importancia (del 1 al 3). Posteriormente se elaboró una red semántica natural
(Hinojosa, 2008).
La
información obtenida se vació en
un archivo de Excel, y se realizó un tratamiento
estadístico que consistió en
multiplicar la frecuencia de las palabras definidoras (aquellas
escritas por
los estudiantes) por el valor ponderado (vp)
y obtener el peso semántico (ps)
de cada una, con la intención de tener un acercamiento a una
interpretación de
lo importante y lo significativo que para los participantes tienen los
alimentos que forman parte de su entorno cotidiano. El presente trabajo
se
desarrolla con base en los datos obtenidos en los talleres descritos
(los
realizados en febrero de 2016 aportaron las cifras que se muestran en
los
cuadros y figuras, salvo que se indique lo contrario).
Santa
María
Tecuanulco, Texcoco
Santa
María Tecuanulco (en adelante smt) forma
parte del municipio de
Texcoco y se localiza en la parte montañosa del mismo
—a 2 639 metros sobre el
nivel del mar (msnm)—, a 19.5º latitud norte y
98.5º longitud oeste. De acuerdo
con los datos más recientes del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (Inegi,
2010), esta comunidad, de marginalidad media, tiene una
población total de 2 773
habitantes, de los cuales 1 339 son mujeres y 1 414 son hombres. smt, junto
con otras localidades de la
zona montañosa de la región, tales como San
Jerónimo Amanalco, Guadalupe
Amanalco, San Miguel Tlaixpan, Santiago Ixayoc y Santa Catarina del
Monte,
registran —al menos desde los criterios censales— a
2 144 personas bilingües
(náhuatl y español) mayores de tres
años (Comisión Nacional para el Desarrollo
de los Pueblos Indígenas [cdi],
2010; Inegi, 2010). Cerca de 16% de estas personas son habitantes de smt, la cual
ocupa, de estas seis
comunidades de la montaña, el cuarto lugar en
población.
Los datos
anteriores son relevantes dado que, aunque
todo el municipio tiene una tradición histórica
desde la época precolombina, se
considera que las comunidades de la montaña texcocana forman
parte de los
pueblos originarios que perduran entre costumbres y tradiciones desde
antes de
la conquista. De hecho, 38.83% de la población de smt es
identificada como indígena, es decir, se define como
tal a partir de su sentido de pertenencia, arraigo o conocimiento de la
lengua
originaria (cdi,
2010).
Palerm (1993,
p. 34) señala que la
comunidad de smt
se halla en un
área del Estado de México que durante la
época prehispánica perteneció al
llamado señorío de Texcoco, es decir, estamos
ante una población que ha
pervivido a lo largo del tiempo, no sin haber sido activa
partícipe de los
cambios y transformaciones que se imponen históricamente. En
este contexto,
adquiere relevancia tratar de conocer cómo la gente ha ido
incorporando
elementos de consumo alimentario diverso en sus prácticas
alimentarias
cotidianas. Combinación y transformación de
prácticas y comportamientos que no
necesariamente se dan en términos de conflicto cultural,
sino que, por el
contrario, en la mayoría de los casos se presentan de manera
imperceptible,
pero firme.
El acceso a smt desde la
cabecera municipal de Texcoco se ha vuelto de
fácil tránsito, tanto por la carretera que va a
Veracruz como por el camino que
atraviesa el Parque Nacional Molino de Flores (en coche, el viaje se
realiza en
aproximadamente 20 o 30 minutos, dependiendo del flujo vehicular en el
centro
de Texcoco). En la actualidad, en ambos casos los caminos se encuentran
perfectamente pavimentados, con muy pocos problemas en el asfalto. La
cercanía
con la ciudad de Texcoco (13 kilómetros desde el centro) y
el fácil acceso —tanto
en transporte público como en coche— hacen que la
población del lugar mantenga
una amplia y dinámica movilidad hacia las zonas con
más equipamiento urbano del
municipio. Sin embargo, no es el actual fácil acceso en
transporte ni la mejora
en los caminos lo que ha promovido la movilidad de la gente de smt.
De hecho, y de
acuerdo con los
testimonios de algunos habitantes, los originarios de Santa
María desde hace
mucho tiempo han mantenido relación no solamente con el
resto del municipio,
sino con la Ciudad de México y otros municipios del mismo
Estado de México,
mediante la comercialización de productos de la localidad.
Inicialmente, desde las
décadas de los años veinte o treinta del siglo xx
—dicen— salían a pie a vender a
Chiconcuac o al centro de Texcoco. Para las
décadas de los años cincuenta y sesenta
comenzaron a vender en el Mercado de
Jamaica, en la Ciudad de México, a donde llevaban escobas de
perlilla (de varas
recogidas del monte) y algunos productos agrícolas.
En el trabajo
realizado por Palerm
(1993) en la década de los años ochenta del siglo
xx,
la autora ya lograba un acercamiento a los cambios en la
alimentación de la comunidad como resultado de las
transformaciones en las
ocupaciones de la población. Para entonces, la autora ya
daba cuenta de
importantes transformaciones en la alimentación, asociadas
no sólo a “la
creciente sustitución de autoabasto por productos
comprados” (Palerm, 1993, p.
104) y a la aparición de pequeñas, pero
numerosas tiendas de abarrotes, sino a que algunos productos, otrora
cultivados
en la comunidad, como el trigo o la papa, no se producían
más.
En agosto y
septiembre, cuando se llega a la comunidad
por el camino procedente del Molino de Flores es posible observar los
cultivos
de maíz, especialmente a los lados de la carretera, antes de
llegar al centro, donde
está la iglesia. Esta
carretera atraviesa la comunidad y pasa frente a la iglesia y la casa
de la
delegación. Hacia la derecha se levanta la parte
más alta de la comunidad;
hacia la izquierda, el paisaje de calles y casas se aprecia hacia
abajo. Si uno
camina hacia la derecha, por las calles que suben, es posible mirar
hacia abajo
y observar terrazas donde se cultiva maíz y crecen
árboles frutales, principalmente
de duraznos, peras, manzanas, tejocotes. Ya en ninguna época
del año se verán
cultivos de trigo o papa. La cantidad de locales expendedores de
abarrotes,
verduras, pollo, alguna carnicería y la presencia de un
mercado itinerante —los
miércoles—, son muestra de lo importante que estos
comercios se han vuelto para
el abastecimiento de insumos para la preparación de las
comidas diarias de
muchas familias de la comunidad.
En la
actualidad, smt
es una localidad cuyas actividades
económicas más importantes son la venta de flores
y la música. Sin dejar de
lado que hay gente que realiza actividades remuneradas de diversos
tipos en la
Ciudad de México o en otros municipios del estado,
así como personas que han
abierto diferentes pequeños comercios en el lugar. La
vocación agrícola de la
población ha quedado limitada a los árboles
frutales y algunos cultivos, fundamentalmente
para autoconsumo, como el maíz y un poco de frijol,
según testimonios de los
habitantes.
Los
adolescentes y
los alimentos
Los organismos
de salud y educación que atienden a población
adolescente señalan la importancia que tienen las personas
en esta etapa de la
vida en términos de desarrollo físico y salud. La
adolescencia resulta de
interés porque se considera que el periodo comprendido entre
los 10-19 o 12-18
años de edad corresponde a aquella parte de la vida en que
los seres humanos
presentan los cambios orgánicos, sociales y emocionales
más acelerados. Por esta
razón, se dice: “La alimentación del
adolescente debe favorecer un adecuado
crecimiento y desarrollo y promover hábitos de vida
saludables” (Marugán,
Monasterio y Pavón, 2010, p.
307). Más
allá de la relatividad de la clasificación
etaria, resulta interesante
acercarse a la manera en que los jóvenes estudiantes
—que efectivamente están
en diversos procesos de lo que podríamos llamar socialización secundaria, a
través de la escuela y grupos de amigos
fuera del hogar— perciben y clasifican los alimentos que
forman parte de su
vida diaria, dentro y fuera de casa.
En
México son pocos los trabajos que abordan lo que los
adolescentes prefieren comer o con base en qué orientan sus
formas de
alimentación. La preocupación fundamental y los
escritos sobre este sector de
población se centran en describir las necesidades y formas
que deben seguirse
para una alimentación adecuada en el periodo de edad
definido como
adolescencia. Se parte de una necesidad particular de ingesta de
nutrientes que
apoyen esta etapa de crecimiento, especialmente ante los crecientes
problemas
de obesidad que se han generado en México
(Jiménez, 2015).
Sin embargo,
encontramos algunas
aportaciones interesantes al respecto: la primera de ellas es una
investigación
realizada con estudiantes de bachillerato en la Ciudad de
México, para identificar
el riesgo de anorexia en razón de sus hábitos
alimentarios (Sámano,
Flores-Quijano y Casanueva, 2005). Por su parte, Alvarado y Luyando
(2013)
realizaron 710 entrevistas a adolescentes en la ciudad de Monterrey,
para
conocer cómo percibían la alimentación
saludable. Los autores destacan la poca
claridad que los estudiantes tenían en torno a
ésta y que se identificó una
tendencia a un mayor consumo de alimentos chatarra
asociada a un menor nivel de ingresos familiar. Otro trabajo sobre las
representaciones sociales relacionadas con la alimentación
escolar en la Ciudad
de México (Théodore, Bonvecchio, Blanco y
Carreto, 2011), que incluye entre los
sujetos de estudio no únicamente a jóvenes, sino
también a profesores y madres
de familia, llega a identificar que existe un discurso de la
“alimentación
saludable científica” entre los actores, que
reconoce a la comida chatarra como
dañina en oposición a la
comida casera, pero que, no
obstante,
este tipo de alimentos sigue a disposición de los chicos en
las escuelas.
En el caso de
la región de Texcoco,
donde se localiza la comunidad objeto del presente análisis,
en la mayoría de
las escuelas de educación básica se ha puesto en
marcha un programa de apoyo a
la alimentación, para mejorar las formas de consumo
alimentario. Por esta razón
se consideró que los alumnos de secundaria eran una rica
fuente de información.
Además, como grupo de población, los estudiantes
adolescentes por lo general aún
dependen directamente de la familia de origen en cuanto a su
alimentación en el
hogar, pero al mismo tiempo están en una etapa en la cual se
intensifican las
relaciones con sus pares fuera de casa. La educación formal,
los medios de
comunicación y las redes sociales ponen al alcance de los
jóvenes una gran
cantidad de información, que incorporarán de una
u otra manera a su
cotidianidad y que contribuirá en la conservación
o modificación de diversas
pautas culturales, entre las que por supuesto están las
maneras de comer.
Como se
mencionó, uno de los
objetivos de los talleres era que los jóvenes distinguieran
los diversos
productos por grupo de alimentos; por ejemplo, los de origen animal,
cereales,
vegetales, frutas o tubérculos. Se les proporcionaron 19
hojas, cada una de las
cuales tenía como encabezado el nombre de un producto
(maíz, trigo, nopal,
pollo, etcétera) y ellos tenían que escribir la
manera en que lo habían comido;
algunos hicieron dibujos.
Como resultado
de esa actividad,
conocimos 501 diferentes formas en que se consumen o preparan 19 productos comestibles: dos cereales,
tres leguminosas, seis vegetales, un tubérculo, tres frutas,
cuatro animales. El
cuadro 1 muestra la cantidad de formas de preparación que
los jóvenes pudieron
identificar para cada producto.
La
elección de los productos fue
realizada con base en una serie de visitas a la comunidad y a las
tiendas, y
mediante la identificación de los productos cultivados en la
región y ofrecidos
a la venta en mercados y expendios.
Como se puede
observar, se solicitó información sobre
la preparación de dos cereales (trigo y maíz),
ocho vegetales (nopal, calabaza,
ejote, papa, quelite, jitomate, tomate y cebolla), dos leguminosas
(frijol y
haba), tres frutas (manzana, pera, tejocote) y cuatro animales
(borrego, res,
pollo y cerdo).
Cuadro 1. Formas de
consumo de 19 productos
comestibles.
Producto |
Número
de formas de consumo |
Frijol |
41 |
Nopal |
38 |
Pollo |
38 |
Haba |
32 |
Calabaza |
32 |
Manzana |
32 |
Cerdo |
32 |
Papa |
31 |
Cebolla |
28 |
Verdolaga |
27 |
Res |
24 |
Trigo |
23 |
Maíz |
22 |
Pera |
20 |
Jitomate |
20 |
Borrego |
17 |
Ejote |
16 |
Tomate |
16 |
Tejocote |
12 |
Total |
501 |
Fuente:
Elaboración propia.
Destacan, por
la variedad en que se
comen o preparan: una leguminosa (frijol); un vegetal (nopal),
así como pollo,
cerdo y manzana. En cuanto al maíz, si bien los estudiantes
no mencionaron una gran
variedad de formas de comerlo, su consumo es alto, puesto que forma
parte de
preparaciones indispensables en las comidas diarias de la gente, como
el caso
de las tortillas, atole, tamales y un conjunto de bocadillos de
frecuente
consumo, como las quesadillas, los sopes y los tlacoyos. De esta
manera, aunque
las variedades de consumo de este cereal parecen pocas en
comparación con
otros, incluso con las del trigo, al mencionar combinaciones o guisos
de otros
productos los tacos y las quesadillas ocupan un lugar preponderante; es
decir, en
esta forma de consumo el maíz es un ingrediente principal de
la dieta
cotidiana.
El caso del
trigo también merece
mención especial: su alto consumo en la localidad no
sólo se debe a que el pan
es una de las formas principales en que se come en México,
sino a que en la
época colonial este cereal fue introducido a smt,
y se había cultivado hasta fechas recientes[1].
De acuerdo con los testimonios recabados, en la actualidad este cereal
se compra
a los proveedores que llegan al pueblo a surtirlo. Aún puedo
recordar la
sorpresa que me produjo —en las primeras visitas a Santa
María— el hecho de que
me ofrecieran atole y tamales de trigo y no de maíz, como
originalmente son
elaborados. Existe incluso, en el centro del pueblo, una
tortillería que
prepara y vende tortillas de maíz combinado con trigo. Los
cuadros 2 al 5 muestran
las respuestas más destacadas de los adolescentes que
participaron en el taller
en cuanto a las diversas formas de preparación o consumo de
algunos alimentos;
el porcentaje corresponde a las menciones de cada variante.
Del consumo de
otros productos se
identificaron menos variantes. Tal es el caso de las frutas cuyos
árboles se
cultivan en la comunidad, como peras, tejocotes y manzanas; estas
últimas
comúnmente se preparan en dulce. Se identificó un
muy bajo consumo de quelites,
o al menos los jóvenes los reconocen poco; de los productos
animales, la leche
y el queso ocupan un lugar importante (48% de menciones). Al cerdo lo
identifican
preparado en forma de carnitas y
longaniza; del pollo, la mención más recurrente
fue rostizado (16%), y el
borrego en barbacoa y consomé (42% y 17%, respectivamente).
Cuadro 2. Formas de
consumo de dos
cereales.
Maíz |
% |
Trigo |
% |
Tortillas |
12.9 |
Tortillas y
tostadas |
33 |
Atole |
12.2 |
Atole |
21 |
Tamales |
12.2 |
Pan |
20 |
Esquites |
11.8 |
Sopas (pastas) |
9 |
Elotes |
11.0 |
Tlacoyos,
sopes y gorditas |
5 |
Tlacoyos |
8.6 |
Cereal |
4 |
Sopes |
5.9 |
Frituras |
3 |
Palomitas |
5.5 |
Otras |
5 |
Quesadillas |
2.7 |
|
|
Otras |
17.2 |
|
|
Total |
100 |
Total |
100 |
Fuente:
Elaboración propia.
Cuadro 3. Formas de
consumo de dos
vegetales y un tubérculo.
Nopal |
% |
Calabaza |
% |
Papa |
% |
En tlacoyos,
sopes o huaraches |
30 |
Con guisados |
26 |
Frituras |
22.4 |
Con huevo |
13 |
En tlacoyos |
16 |
A la francesa |
15.1 |
En caldo |
11 |
En caldo |
12 |
Combinadas |
14.7 |
Refritos |
10 |
En salsa |
9 |
Tacos dorados |
8.0 |
En ensalada |
8 |
Con nopales |
5 |
Con longaniza
o chorizo |
7.3 |
Con tostadas |
7 |
En tamales |
5 |
Puré |
5.3 |
Con chorizo o
con mole |
5 |
En tostadas |
5 |
Tortitas |
3.9 |
En tortas |
4 |
En sopa |
5 |
Tacos |
3.3 |
Con arroz |
4 |
Con chile de
árbol |
4 |
En salsa verde |
2.6 |
En tacos
dorados |
3 |
En mole |
4 |
Otras |
17.4 |
Otras |
5 |
Otras |
9 |
|
|
Total |
100 |
Total |
100 |
Total |
100 |
Fuente:
Elaboración propia.
Cuadro 4. Formas de
consumo de tres
leguminosas.
Frijol |
% |
Haba |
% |
Ejote |
% |
Refritos |
12.6 |
En tlacoyos |
16 |
Con huevo |
36.2 |
En tlacoyos |
12.2 |
En caldo |
16 |
En caldo |
27.4 |
Combinados |
11.2 |
Con chile |
13 |
Con chile |
15.9 |
Enfrijoladas |
9.8 |
Con nopales |
5 |
En tacos |
7.2 |
En caldo |
8.9 |
En sopa |
5 |
Cocidos |
7.0 |
Con huevo |
8.5 |
En tamales |
5 |
Con esquites |
4.3 |
En tostadas |
7.3 |
En tostadas |
5 |
Otras |
2.0 |
En sopes |
4.9 |
En mole |
4 |
|
|
Con arroz |
4.5 |
Otras |
31 |
|
|
En tortas |
3.7 |
|
|
|
|
Otras |
16.4 |
|
|
|
|
Total |
100 |
Total |
100 |
Total |
100 |
Fuente:
Elaboración propia.
Cuadro 5. Formas de
consumo de dos animales
y sus derivados.
Pollo |
% |
Cerdo |
% |
Rostizado |
16 |
Carnitas |
20 |
En caldo y con
verduras |
10 |
Longaniza |
11 |
Huevo |
7 |
En tacos |
9 |
Relleno en
barbacoa |
6 |
Embutidos |
8 |
En salsa |
5 |
En bistec |
6 |
Asado |
4 |
Chuleta |
5 |
Empanizado |
4 |
En salsa |
5 |
Alitas |
3 |
Cueritos |
4 |
Enchilado |
3 |
Chicharrón |
4 |
Con mole |
3 |
Barbacoa |
4 |
Patittas |
3 |
Otras |
24 |
Al
carbón |
3 |
|
|
Pescuezos |
3 |
|
|
Otras |
30 |
|
|
Total |
100 |
Total |
100 |
Fuente:
Elaboración propia.
El
conocimiento de los jóvenes sobre las comidas que
con más frecuencia se preparan y consumen en sus hogares
parece amplio, y de
alguna manera coincide con lo reportado por los adultos en la encuesta
respecto
al consumo de carne, que es bajo, aunque este producto se ubica entre
los
cuatro alimentos que consideran sabroso
(48% de los encuestados expresó que “casi
nunca” come carne —o menos de una vez
al mes—).[2]
Asimismo, cuando se calculó el peso semántico de
la expresión alimentos caros,
éste se concentró en
los productos de origen animal (83.21%).
Como parte de
las actividades del
taller con los estudiantes de secundaria, al final les ofrecimos
frituras y
golosinas variadas, incluidos algunos dulces tradicionales, como
palanquetas de
amaranto (alegrías), cocadas, tamarindos enchilados,
mazapanes, así como agua
natural, refrescos de cola y de sabores variados. Los
jóvenes debían escoger
una golosina y una bebida. La primera elección de todos
fueron las frituras y
los refrescos de cola. En un segundo momento se les permitió
elegir libremente.
Llamó la atención que en la elección
de frituras optaron por la marca comercial
más conocida (que se anuncia en televisión) y las
otras no las quisieron ni en
la segunda opción. Los dulces tradicionales
sí fueron escogidos en la segunda oportunidad. Un dato a
destacar es que las
respuestas que proporcionaron un peso semántico mayor
respecto de las bebidas
que consumen cuando tienen sed fueron los refrescos embotellados, el
agua de
fruta y el agua natural: 26.34%, 21.51% y 32.08%, respectivamente.
Percepción
y
significado de algunos alimentos
Los
adolescentes que participaron
en este ejercicio pertenecen a una comunidad de origen
étnico (náhuatl) con una
larga tradición cultural desde la época
prehispánica. Aunado a ello, la
colonización introdujo —en la región en
general y específicamente en la
comunidad— una serie de cultivos, animales y actividades que
incorporaron a su
vida cotidiana y fueron conservados hasta el presente, pero los
procesos de
modernización también han contribuido con lo
propio y los habitantes de esta
comunidad han sido partícipes de aceleradas
transformaciones, asociadas a la
llegada de la tecnología y la educación formal,
por ejemplo.
La
preferencia, aceptación o
rechazo de los individuos hacia los alimentos pueden identificarse como
pautas
de comportamiento aprendidas que se construyen con base en un
significado
culturalmente determinado; es decir, conforme a lo que consideran
importante o
no de acuerdo con valores específicos que le dan sentido a
las prácticas de
consumo alimentario. Provocar la mención de alimentos o
productos comestibles a
partir de sensaciones como sed, hambre o antojo;
de frases como comida
nutritiva, comida dañina;
o
adjetivos como sabrosa, desagradable, cara,
escasa, permitió
identificar una serie de valoraciones sobre los alimentos de consumo
cotidiano o
poco frecuente entre la población estudiantil adolescente de
esta comunidad.
Como resultado
de lo anterior,
ahora sabemos que los adolescentes reconocen a los vegetales, frutas y
cereales
en general como los alimentos más nutritivos, y a la comida
rápida, refrescos, bebidas
alcohólicas y aditivos (sal, principalmente) como los
más dañinos (ver figuras 1
y 2). Sin embargo, el peso semántico para la
expresión antojo recae
en dulces, golosinas y la llamada comida rápida
(26.62% y 17.81%). Evidentemente esto no significa que los consuman
siempre que
tengan antojo, a veces por el costo o por falta de acceso, a la comida
rápida
(pizza o hamburguesa), por ejemplo, pues ésta es escasa en
su comunidad.
Respecto a la
percepción que se
tiene sobre los alimentos nutritivos, vemos que en tercer lugar de
importancia
están otros cereales.
Resulta
pertinente subrayar que para la obtención del peso
semántico se aglutinaron en
este rubro palabras definidoras como trigo, arroz y cereal. Sobre este
último,
los estudiantes explicaron que escribieron cereal
—aparte de los otros— porque se referían
a los de caja (Corn Flakes y
similares), y fue la palabra con más menciones (56%) para
este apartado. Es de
suponerse que la asociación de este producto con una
cualidad nutritiva está en
gran medida determinada por la publicidad que se realiza mediante
anuncios
televisivos, en los cuales le son atribuidas propiedades
vitamínicas
adicionadas. El hecho de que las supuestas ventajas nutricionales de
estos
productos estén ubicadas por encima de las del
maíz, que es un cereal local y
ampliamente consumido, es relevante en términos de la
valoración que se hace de
lo propio. En especial si lo contrastamos con los antojitos mexicanos
—como
tortillas, chilaquiles, tlacoyos, tamales, a base de
maíz—, que son
considerados como los productos más baratos, pero
también con poco valor
nutritivo (apenas alcanzaron 3.45% del peso semántico en
cuanto a alimentos
nutritivos). Pareciera que perciben una correspondencia de lo caro con
lo más
nutritivo y de lo barato con lo que aporta menos nutrientes (comparar
figuras 1
y 6).
Figura
1. Peso
semántico
sobre alimentos nutritivos.
Fuente:
Elaboración propia.
Figura
2. Peso
semántico
sobre alimentos dañinos.
Fuente:
Elaboración propia.
La
percepción que tienen los
estudiantes de los alimentos escasos se concentra en lo que
denominé alimentos
exóticos, los cuales comprendían chinicuiles,
chapulines, huevos de tortuga,
entre otros, con muy pocas menciones. Le siguieron los pescados,
mariscos y la
comida rápida. La carne y el pescado destacaron como comida
escasa y de poco consumo,
pero también la consideran sabrosa.
Entre los
alimentos
caros destacan los de origen animal y, muy por debajo de ellos, la
comida
rápida, lo cual hasta cierto punto se relaciona con lo que
muestra la figura 6,
donde este tipo de comida ocupa el segundo lugar de las baratas, aunque
con una
notable diferencia respecto a los antojitos mexicanos.
Figura 3. Peso
semántico sobre la palabra antojo.
Fuente:
Elaboración propia.
Las
representaciones
sociales que los jóvenes tienen sobre lo nutritivo o
dañino de algunos
alimentos demuestran que hay cierto conocimiento adquirido, muy
probablemente
en la escuela. El hecho de que puedan distinguir acertadamente lo
nutritivo de
lo que no lo es, no significa que sea un conocimiento que forme parte
de sus
prácticas cotidianas de alimentación, ya sea
porque las costumbres familiares
no corresponden con este parámetro o porque no hay una
verdadera apropiación de
dicho conocimiento formal. Por un lado, reconocen a los vegetales como
alimentos nutritivos, y la comida rápida ocupa el primer
lugar de los que
consideran dañinos. Sin embargo, la asociación
que puede establecerse entre lo
que valoran como sabroso, caro y escaso, otorga un lugar importante a
algunos
alimentos de comida rápida —como las
pizzas— o a los de origen animal.
Figura 4. Peso
semántico sobre la frase comida
escasa.
Fuente:
Elaboración propia.
Figura
5. Peso
semántico
sobre la palabra cara.
Fuente:
Elaboración propia.
Sobre los
alimentos
sabrosos, el peso semántico se concentra en los tacos
(10.75%), seguidos de
pizzas, frituras, carne, pescado. Excepto las frituras, que pueden
conseguirse
en todas las tiendas de abarrotes de la comunidad, el resto de los
alimentos de
este grupo es poco consumido, por la escasez de su oferta en
ésta. No obstante,
son objetos de deseo que pueden
adquirir ocasionalmente si salen del pueblo. Así, por un
lado, la pizza es
parte de las comidas rápidas que identificaron como
dañinas pero sabrosas; y,
por otro, los adolescentes consideran que la carne, cuyo consumo es
bajo, es un
alimento poco accesible para la dieta diaria.
Figura 6. Peso
semántico sobre la frase comida
barata.
Fuente:
Elaboración propia.
Retomando lo
señalado
por Théodore y colaboradores (2011), las chicas y chicos de
este estudio
también muestran tener conocimientos sobre qué
alimentos son saludables y
cuáles no. De acuerdo con estos autores, se despliega una
interesante y a veces
contradictoria forma de expresar las preferencias, como resultado de la
incorporación de los discursos formales
—aprendidos en la escuela— y las
prácticas que se dan en su contexto social, con las
limitaciones culturales y
económicas que las van definiendo.
Con base en la
teoría de las
representaciones sociales, he de subrayar que no se hurgó en
el concepto que
los jóvenes pudieran tener acerca de qué son alimentos saludables
y alimentos dañinos.
Interesó fundamentalmente captar la idea evocada a partir
del concepto inductor y, por tanto, la manera en que tales ideas se
objetivan
en los adolescentes mediante un alimento al que le atribuyen tal
cualidad. Lo
cierto es que no se percibe claridad respecto a lo saludable y lo no
saludable,
pues en el discurso de los estudiantes estos conceptos se reducen a lo
que hace
o no daño, sin que puedan precisar la razón.[3]
En cambio, lo sabroso y lo desagradable resultaron mucho
más
claros, pues ambas nociones corresponden con las percepciones
sensoriales de
cada persona (ver figuras 7 y 8).
En este
sentido, de acuerdo con
resultados similares obtenidos por Alvarado y Luyando (2013, p. 16),
cuando los
adolescentes deciden gastar en golosinas o comida rápida
—si les es posible y
por lo general fuera de casa—, se asume que la idea de lo
saludable o dañino no
forma parte de una preocupación central en su forma de
alimentarse, quizá
porque corresponde a conceptos emitidos por la escuela mediante
contenidos
oficiales que se han abordado científicamente,
y no han sido incorporados de manera significativa por los
adolescentes. Sin
embargo, los contenidos de los programas oficiales de
enseñanza también han
sido utilizados para fortalecer la identidad regional a
través de la comida.[4]
Figura 7. Peso
semántico sobre la frase comida
sabrosa.
Fuente:
Elaboración propia.
Los
estudiantes
adolescentes de smt
mostraron un
comportamiento alimentario que mantiene una fuerte relación
con las formas de
alimentación familiar, las cuales se entremezclan con
aquellas que se sugieren
a través de los medios de comunicación (el
más presente, la televisión) y que
están a su alcance en tiendas locales y puestos callejeros.
Resultó notorio
que, al salir de la escuela, los jóvenes se dirigieran
siempre en grupo a sus
casas, haciendo una parada obligada
en la tienda más cercana para comprar golosinas y frituras,
puesto que en la
escuela no se ofrecen ese tipo de mercancías. A la hora del
receso, una persona
llega a vender comida preparada en casa, como chilaquiles, tacos y
similares,
así como agua de sabor, atole o café, de manera
que esas comidas y bebidas son
la única oferta de alimentos para estudiantes y profesores
dentro del plantel.
Figura
8. Peso
semántico
sobre la frase comida desagradable.
Fuente:
Elaboración propia.
La
intención del
presente trabajo ha sido mostrar una parte de lo que conforman los
comportamientos alimentarios de un sector de población en
una comunidad
indígena cercana a grandes ciudades, como Texcoco y la
Ciudad de México, en las
que existe una gran oferta de productos, los cuales —aunque
no sean parte del
consumo regular o frecuente de la población en
cuestión— están presentes mediante
la televisión, los comercios o la información
escolar. Con los resultados
obtenidos podemos explorar cómo los adolescentes perciben
sus formas de
alimentación cotidiana (las ofrecidas por su familia) y la
manera en que las
clasifican y valoran de acuerdo con su accesibilidad, costo, sabor,
forma de
preparación.
Conclusiones
Con base en lo
expuesto, se considera que existe un
amplio conocimiento de la población adolescente acerca de
los productos de
consumo regional que forman parte de su dieta cotidiana, y aunque no es
posible cuantificar la proclividad
de los
estudiantes adolescentes a elegir productos industrializados (de marcas
reconocidas) por sobre productos tradicionales o de
elaboración limitada, sí se
puede afirmar que entre ellos prevalece una tendencia a consumir
golosinas
industrializadas, al menos al terminar los horarios escolares. Esta
afirmación
se basa en lo observado y registrado al final de los talleres, donde
ofrecimos
golosinas diversas, que iban desde dulces tradicionales y fruta, hasta
frituras
de marcas regionales y marcas trasnacionales, así como
varias bebidas, que
incluyeron agua natural, de fruta y refrescos: prefirieron los dulces
industrializados y las bebidas embotelladas, con énfasis en
las de cola.
Las frutas que
incorporamos como parte
de los productos identificados por los adolescentes corresponden a las
que se
cultivan en la región, entre las que destacan los tejocotes
(que son de
temporada), cuyo consumo es reducido y con pocas variantes.
El
maíz, en sus diversas formas de
preparación, pero especialmente como tortillas, conforma un
elemento sustancial
de consumo alimentario. La introducción del trigo en la
comunidad como cultivo
alternativo —desde la época colonial— ha
modificado un poco la ingesta del
cereal básico (maíz), dando origen a una
combinación de ambos en la elaboración
de atoles, tamales y aun tortillas. No obstante, el resultado obtenido
respecto
a la variedad de productos derivados del maíz encuentra eco
en el trabajo de
Théodore y colaboradores (2011), quienes a partir de la
jerarquización de los
alimentos por parte de los niños consideran “los
tacos, tortillas, tamales y
hasta tortas, alimentos profundamente arraigados en la cultura
mexicana”
(Théodore et al., 2011, p. 225). Recordemos que tacos fue la palabra definidora con
más alto peso semántico para
los alimentos sabrosos. Sin
embargo,
aunque se identificó el consumo elevado de productos de
maíz y sus derivados,
como tamales, ninguno de ellos fue identificado por nuestra
población de
estudio como sabroso.
Por
último, la percepción que
tienen los jóvenes sobre los alimentos que escasamente
consumen se relaciona
con su costo, como la carne, y a veces con el hecho de que no se
encuentran en
la comunidad, como la comida rápida: pizzas
o hamburguesas. Pero también es posible percibir una
valoración diferenciada
para los productos locales en contraste con otros que se consideran
más
nutritivos y no son necesariamente de bajo costo, como los cereales de
caja.
Pareciera ser que hay una relación directa de lo local y
originario con lo
atrasado y poco nutritivo, y de lo caro con lo mejor, con alimentos a
los que
atribuyen mayor aporte nutricional. A partir de los significados
contenidos en
las respuestas de los estudiantes adolescentes de la localidad de smt, se puede
dar cuenta parcial de una cultura
alimentaria propia, quizá no sólo de una
región, sino de una generación que
representa un comportamiento alimentario peculiar en México.
Agradecimientos
El
trabajo realizado con la población estudiantil de smt fue
posible gracias al apoyo incondicional de la Dra.
Amanda Yaollin Díaz Anguiano, profesora de la Universidad
Autónoma Chapingo,
quien estuvo en las etapas del diseño de instrumentos, la
aplicación de los
mismos y en el apoyo logístico. El diseño de los
talleres con los estudiantes
de secundaria fue posible gracias a la asesoría de la M. C.
Ángeles Palma,
entonces estudiante de la Maestría en Estudios del
Desarrollo Rural del Colegio
de Postgraduados, quien además nos
acompañó en la realización de los
talleres.
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L. y Long, J. (2005). Food culture in Mexico.
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María
Eugenia Chávez-Arellano.
Mexicana.
Doctora en Antropología por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Maestra
en Ciencias en Estudios de Desarrollo Rural por el Colegio de
Postgraduados y
Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Se
desempeña como profesora-investigadora de tiempo completo en
la Universidad
Autónoma Chapingo. Sus áreas de
investigación se centran en cuestiones étnicas
y culturales, género y educación. Entre sus
publicaciones más actuales
destacan: (2015). Migración
femenina.
Experiencias y significados. México: Gernika;
(2016, diciembre).
Socialización y cultura política de las mujeres
en puestos de elección popular.
Presidentas municipales en Tlaxcala, México. Ciencia
Política, 11(22),
161-188; y (2016). Cumplir un sueño. Percepciones y
expectativas sobre los
estudios profesionales entre estudiantes indígenas en la
Universidad Autónoma
Chapingo. Revista Mexicana de
Investigación Educativa, 21(71),
1021-1045.
[1] De acuerdo
con el texto de Palerm
(1993) y con testimonios obtenidos recientemente, este cereal se ha
dejado de
cultivar para la venta y el autoconsumo, pero forma parte importante en
el
consumo cotidiano. Incluso se conserva la costumbre de elaborar pan
para
eventos importantes, como el Día de Muertos.
[2]
Me refiero a la
encuesta mencionada en la parte metodológica. Salvo esta
referencia, la
información obtenida mediante este instrumento no se ocupa
en el presente
documento.
[3] Esta
afirmación se realiza con base en información no
cuantificable que obtuvimos en
los talleres durante la interacción con los estudiantes
—hombres y mujeres—
durante una exposición de productos comestibles diversos.
[4] La
directora de la escuela en la que se realizó parte del
trabajo comentó que,
como los contenidos de la materia de Ciencias le permitían a
la profesora
abordar cuestiones sobre procesos biológicos,
alimentación y salud, ella solía
organizar eventos escolares en los cuales los estudiantes participaban
cada año
con guisos que les preparaban sus madres o abuelas para mostrar las
“tradiciones” y darles continuidad.