La brujería
a finales del siglo XVII: el caso de “la
Chuparratones” en Querétaro, México
The witchcraft at the end of the 17th century: the case of "La Chuparratones" in Queretaro, Mexico
https://orcid.org/0000-0002-1874-4169
https://orcid.org/0000-0002-6584-3354
Universidad
de Guanajuato
Universidad de Guanajuato
felipe.canuto@ugto.mx
ang5429@yahoo.com
Resumen:
El
presente artículo analiza las características de
las brujas
novohispanas que eran “del género de las de
España”, a diferencia de las de
raigambre mesoamericana. Con
base en el
expediente del proceso contra Josefa Ramos por los delitos de
hechicería y
brujería se estudia, por una parte, la
representación de la bruja en el
imaginario colonial, que fue una réplica de la conocida en
Europa; por otra,
cómo se construía socialmente su figura, el
estatus que adquiría y cuáles eran
las acciones y poderes sobrenaturales que se le atribuían. El
caso de “la Chuparratones” muestra cómo
la acusada, cuando menos en
el nivel discursivo, llegaba a meterse en el papel que le
habían forjado y
actuar como tal; por tanto, se considera que, debido a las ideas que le
habían
inculcado los religiosos, comenzó a recrear realidades muy
parecidas a las que
se registraron en el continente europeo.
Palabras
clave:
brujería,
época colonial, hechicería,
imaginario colectivo, Santo Oficio
Abstract: In this article, we analyze the
characteristics of the witches from the New Spain, who in fact belonged
to the
“genre of witches from Spain”, unlike those of
Mesoamerican tradition. Based on
the record of the proceedings against Josefa Ramos on charges of
sorcery and
witchcraft, we study, on the one hand, the representation of the witch
in the
colonial imaginary, which was a replica of the representation known in
Europe;
on the other, the status that acquired the person considered as such
and the
actions and supernatural powers that were attributed to her. Josefa
Ramos’
story shows how the accused, at least at a discursive level, took the
assigned
roll and started to act as a witch; therefore, it is considered that as
a
result of the ideas inculcated by the friars, the accused of witchcraft
began
to reproduce similar realities to those registered in Europe.
Key words: colonial era, collective
imagination, Inquisition, sorcery, witchcraft.
Traducción:
Ángel
Serrano Sánchez (Universidad de
Guanajuato)
Cómo citar:
Canuto, F. y Serrano, A. (2018). La
brujería
a finales del siglo XVII: el caso de “la
Chuparratones” en Querétaro, México. Culturales, 6, e338. https://doi.org/10.22234/recu.20180601.e338
Recibido:
16 de agosto de 2017 / Aceptado: 21 de diciembre de 2017 /
Publicado: 22
de mayo de 2018 |
Introducción
Cuando
los frailes católicos llegaron a
tierras mesoamericanas se encontraron con una realidad denominada nahualli que, para poder aprehenderla,
la asociaron con lo que, en su parecer, era semejante: la bruja. Aunque
nahualli refiere a un doble o alter ego animal, estrechamente unido al
destino humano y a un especialista ritual con capacidad para
transformarse, y,
en cambio, la bruja era una persona que había realizado un
pacto con el
demonio, tenía poder para dañar a los
demás y presentaba un comportamiento
antisocial. Lo que permitió a los religiosos identificarlos
como seres
semejantes fueron los poderes sobrenaturales que poseían,
ajenos al catolicismo
(Martínez, 2007); desde luego, en su visión
éstos eran otorgados por Satanás
para atentar contra el cristianismo (Báez-Jorge, 1998).
Para
los frailes, nahualli y bruja eran
semejantes y en sus escritos aparecen como
uno solo, por ejemplo, Ruiz de Alarcón (1988) menciona en su
texto a una india
de quien en su pueblo todos decían que era “bruja
nahualli”; por su parte,
Sahagún (1989) señala, respecto de los
“hechiceros y trampistas”, a los nanahualtin,
que eran propiamente brujos
que espantaban en la noche a los hombres y chupaban la sangre a los
niños. Sin
embargo, los propios religiosos notaron que la “bruja
nahualli” era diferente
de la bruja que habían conceptuado en Europa; Ruiz de
Alarcón (1988) declaró
que el “género de brujos” de esta tierra
era diferente del de las brujas de
España. Donde parece que sí fueron
unánimes fue en atribuir también a las
mujeres su proclividad a estas actividades pecaminosas, debido a que el
diablo
podía engañarlas más
fácilmente (Olmos, 1990).
Durante
la época colonial las creencias y
prácticas ligadas a la religión
prehispánica fueron prohibidas, por lo cual, se
siguieron numerosos procesos contra quienes, según el
catolicismo, eran
idólatras o apostataban de la nueva fe. Una de las
consecuencias del
desprestigio al que fueron sometidos los sacerdotes mexicas,
según López Austin
(1967), fue quedar al nivel de brujos y ser confundidos con
éstos. Cabe
mencionar que, durante el periodo novohispano y en el México
independiente, los
nobles indios que detentaron poder político se valieron de
sus virtudes
mágicas, ya asociadas entonces con la
“brujería”, como parte del ejercicio de
éste
y, en cuya base, se encontraban representaciones y conceptos heredados
del
tiempo prehispánico (Arnauld y Dehouve, 1997).
La
brujería y la hechicería fueron
prácticas prohibidas por la religión
católica y consideradas delitos; la
primera de ellas consiste en la “expresión de un
poder maligno en el cuerpo de
una persona” y, la segunda, en “la
utilización de una habilidad o un
conocimiento mágico para beneficiar o perjudicar a
otros” (Stewart y Strathern,
2008, p. 11). En juicios llevados a cabo contra brujas durante la
Colonia (Alberro,
2013; Ruiz, 2013) se puede observar la presencia de un
“género de brujas” que
eran como las de España. A las acusadas se les
atribuían habilidades
extraordinarias que obtenían por un contrato con el demonio
quien las convertía
en sus servidoras o esclavas y, con la ayuda de éste,
provocaban daños; a la
postre, éstas terminaban creyendo que realmente
poseían virtudes sobrenaturales
para maleficiar, de las que estaban conscientes que eran pecado y por
eso se delataban.
El
documento de archivo[1]
que se aborda en este
artículo es el proceso seguido a partir de 1686 contra
Josefa Ramos, alias
Josefa de la Cruz, Josefa de San José o “la
Chuparratones”; ella era vecina de
la ciudad de Querétaro; mestiza según unos,
coyota o mulata[2]
según otros; de aproximadamente
20 años y que se encontraba casada con Juan de la Cruz,
indio, zapatero,
avecindado en Celaya. Los delitos iniciales que se le imputaron fueron
los de
hechicería y brujería a los que se sumaron toda
especie de pacto con el
demonio, apostasía y denegación de la fe
católica.
Los
casos de brujería, maleficio y posesión en
Querétaro a fines del XVII ya han
sido abordados en estudios previos desde diversas perspectivas. En su
texto, el
objetivo de Bieñko (2008) es relacionar los elementos
comunes en el imaginario
acerca de la posesión demoniaca en la tradición
europea y en la práctica
novohispana. Por su parte, Ruiz (2013) aborda los casos de
posesión que
mantuvieron en desasosiego e incertidumbre a la población de
Querétaro a fines
de 1691 y principios de 1692, y en su trabajo “intenta dar
una respuesta” a
preguntas sobre si la posesión demoniaca en las doncellas
eran delirios o “histerias
de adolescentes”, discursos del demonio adecuados por los
franciscanos o ambas,
entre otras; de la lectura de los testimonios de quienes participaron
en los
procesos bosqueja las complejas redes sociales en torno a la
posesión y el
papel de los agoreros y curanderos indígenas
“junto con las pretendidas brujas
mestizas”. Por último, Alberro (2013) dedica la
sexta parte de su libro a tres
beatas del siglo XVII, entre ellas Juana de los Reyes, una de las
doncellas
poseídas, como casos representativos del funcionamiento del
Santo Oficio y de
los contextos social y mental en que se inscribían y su
articulación con lo
institucional.
Por
otra parte, Buelna Serrano (1997) aborda los casos de las
doncellas poseídas de Querétaro para analizar el
discurso de los religiosos que
se encontraban a favor de la explicación de estos
acontecimientos a causa de
una posesión demoniaca y el de aquéllos que
estaban en contra de esta
posibilidad. Entre las conclusiones a las que llega esta autora destaca
que la
persuasión que ejercían personas reconocidas
llegó a crear una situación de
histeria colectiva; además, considera que los embustes y la
espiritualidad
fingida de las jóvenes endemoniadas había sido
promovida por los franciscanos,
quienes al final se vieron exonerados de toda culpa.
En
el proceso seguido contra Josefa Ramos se observa la
conmoción popular que se
podía originar a partir de acusar a una persona como bruja:
lo que inició como
su propia denuncia por maleficio a su amante y a la cuñada
de éste, devino en
una serie de acusaciones en las que figuró como una de las
principales
sospechosas de haber causado posesión demoniaca en
“vírgenes virtuosas”. El
Santo Oficio dedicó el tiempo necesario para averiguar
acerca de sus
actividades y recogerlas en un voluminoso expediente donde se encuentra
la
información que permite conocer, a partir de lo que se
menciona en las
declaraciones, el imaginario de la época en torno a la bruja
de “tipo europeo”
y su construcción social.
El
estudio que se presenta aborda, en
primer lugar, la recreación de la bruja que hicieron los
religiosos en tierras
novohispanas a partir de la que se conocía en Europa y la
manera cómo se integró
en el imaginario colonial; segundo, la personalidad que se
atribuía a quienes
contaban con estos poderes sobrenaturales y las actividades
maléficas por las
cuales se les acusaba; finalmente, la manera cómo se
divulgaban los rumores y
chismes en torno a ellas, así como el poder que
adquiría en su medio y lo que
éste representaba en una sociedad dividida según
el origen étnico.
El
análisis del documento de archivo, como
un discurso, se realiza a partir de considerar que los actos de habla
no son
sólo estructuras de sonidos, oraciones y formas
esquemáticas, sino acciones
sociales que comunican “situaciones sociales” que
se encuentran dentro de una sociedad
y una cultura; debido a la interacción entre las personas,
éstas emplean
estrategias con el fin de lograr sus metas comunicativas: convencer,
demostrar
arrepentimiento, reclamar cortésmente, etcétera,
y apelan a ciertas
representaciones socioculturales compartidas; por tanto, se estudia el
“contexto situacional del hablante, es decir, sus
intenciones, sus
conocimientos o sus opiniones” (Dijk, 2008, p. 38).
La
lectura de las declaraciones de los
participantes en el proceso (autoridades, acusada y testigos)
permitieron
conocer la concepción que se tenía de la bruja en
Querétaro a fines del siglo
XVII. En general, en el estudio se buscaron las unidades de
información a
partir de las enunciaciones a favor y, sobre todo, las acusatorias
contra “la
Chuparratones” por ella misma y los demás actores.
Entre los aspectos que se
destacan se encuentran las categorías valorativas que le
adjudicaron a Josefa
Ramos a partir de su condición “pública
y notoria” de bruja; también, se puso
énfasis en las acciones que permitieron distinguir a
cuál “género de brujas” se
le asociaba para observar la diferencia entre aquéllas de
raigambre
mesoamericano y las que eran como las de España.
Para
diferenciar entre “bruja
mesoamericana” y “bruja europea” se
cotejó lo que se ha señalado acerca de los
poderes y hechos de los magos en tiempo prehispánico
(López Austin, 1967) y los
del “brujo nahualli” en la época
colonial (Olmos, 1990; Ruiz de Alarcón, 1988;
Sahagún, 1989; Serna, 1953) en oposición a los
que se atribuían a las brujas en
Europa (Donovan, 1989; Harris, 2011; Levack, 1995; Stewart y Strathern,
2008).
Por
su parte, los términos (conceptos o
categorías) empleados en torno a la figura de Josefa Ramos,
ofrecen una visión
del estatus de ésta en su ámbito social. La
manera cómo cada participante en el
proceso reconstruía los hechos y se expresaba de la acusada
contribuían al
tejido de una historia aparentemente contradictoria, pero que en su
conjunto
permite observar la realidad social de una época:
cómo se construyó en “la
Chuparratones” el estigma de bruja y la fama que se le
creó, el poder simbólico
que alcanzó por esta razón (que llegó
a provocar miedo en los vecinos) y la
búsqueda de respuestas a situaciones cotidianas a partir de
los referentes que
la religión católica enseñaba, entre los
cuales se creía y vivía en un mundo plagado de
seres malignos que obraban
contra los fieles y estaban al acecho de sus vidas y sus almas.
La
conmoción que provocó en la sociedad
queretana de fines del siglo XVII la manifestación de lo
sobrenatural ligada
con lo demoniaco, que “a pocos días se hizo tan
ruidosa [la noticia] en esta
ciudad por las muchas circunstancias que pasaron […] que no
se hablaba de otra
cosa en ella” (f. 256),[3]
se analiza a partir de los
rumores y chismes que circularon en torno a Josefa Ramos. De acuerdo
con
Stewart y Strathern (2008), el “rumor es una
información no confirmada, cierta
o falsa, que va de boca en boca”, mientras que “los
chismorreos son noticias
que desacreditan a las personas contra las que se dirigen”
(p. 40).
Historias
de maleficio y posesión demoniaca
El
lunes cuatro de febrero de 1686, por la
tarde, se presentó Josefa Ramos, sin ser llamada, ante el
comisario del Santo
Oficio de la ciudad de Querétaro; para descargo de su
conciencia y pedir piedad
se denunció “por los delitos de
hechicería y brujería, con toda especie de
pacto y apostasía y denegación universal de toda
la fe católica” (f. 255), como
los consideró el fiscal. Relató que el
miércoles 30 de enero había entrado en
su casa una mujer española llamada Josefa, de la cual no
sabía el apellido,
sólo que era soltera, vecina de la ciudad y de quien se
sabía usaba yerbas y
bebidas nocivas; ésta le dijo “ya se casa tu
amante”, a lo que ella le
respondió “Dios le haga bien casado que yo
también soy casada”; sin embargo, la
visitante agregó que si quería, le
daría una yerba para que lo ligara y no
pudiera “usar de actos en el matrimonio”, lo cual
consintió. Enseguida le dio
unos polvos blancos que no supo qué eran y
también le dijo que le enviaría un
hombre “el cual le sacaría de aquel cuidado o de
otro cualquiera”.
Al
día siguiente, jueves, Juan Patiño,
quien “trataba y comunicaba” con Josefa Ramos, fue
a la casa de ésta; “la
Chuparratones” aprovechó para darle de los polvos
en el chocolate que le
preparó; él lo bebió, sin recelo,
porque las ocasiones que había estado allí
“nunca vio o sospechó de cosas”. El
viernes, en la noche, la mujer cerró su
puerta y se acostó. Enseguida oyó una voz que la
llamaba por su nombre, pero
“sin percibir sujeto”, y le dijo que la enviaba
“su camarada” Josefa; además,
le informó que iría a casa de Juan, su amante, y
que, si ella quería ser su
criada o esclava, haría por ella lo que mandara. Y no
volvió a verlo más, según
dijo.
El
sábado oyó decir Josefa Ramos que
Catalina de Ribera, hermana de la mujer de Juan Patiño,
estaba muy enferma
porque aquélla había ido a su casa y la
había abrazado y, por este motivo,
había quedado fuera de sí; por su parte, el
hombre “estaba con el impedimento
que dichos polvos habían causado”. El
“sujeto invisible” que visitaba a “la
Chuparratones” también le comunicó la
situación anterior y le dijo que había
ido representando su persona, “en tu mismo traje e hice el
daño que sabrás”;
sin embargo, la acción contra la doncella no fue del agrado
de Josefa, pues
ella quería el daño para su rival en amores:
“cómo abrazaste a la hermana y no
a la desposada”, a lo cual él respondió
“porque la desposada se llama Gertrudis
y yo no llego a las que tienen este nombre” (f. 258).
Josefa
Ramos no tardó en darse cuenta de
que “el dicho hombre” que la visitaba era el
demonio y cuáles eran sus
intenciones. Cuando éste le pidió que fuera su
esclava y a cambio él haría todo
lo que le pidiera, ella se negó inicialmente y en nombre de
Dios le solicitó
que se fuera y la dejara; sin embargo, finalmente accedió a
realizar un pacto y,
para sellarlo, Satanás le dio como prenda un perrito de
color prieto y Josefa,
a su vez, un rosario que el diablo rechazó, desde luego.
Unas de las
condiciones del contrato fueron que “la
Chuparratones” no rezara, no fuera a
misa ni se encomendara a Dios.
En
la familia de los afectados no se
hicieron esperar las reacciones al ver la situación de los
enfermos y los
padres de la doncella preguntaron a Juan, su yerno, si sabía
cuál podía ser la
causa de sus males; él respondió a su suegro que
había tenido trato con una
mujer coyota y que ella le había causado aquel mal; por lo
cual, acudió ante la
justicia eclesiástica para que procediera contra Josefa
Ramos; sin embargo,
tomaron la iniciativa de llevar antes a “la
Chuparratones” a su casa para que,
con sus artes, pudiera curarlos lo más pronto posible.
Allí, con ruegos y
promesas, le pidieron que se compadeciera de Catalina y de Juan, pero
ella
respondió que no podía hacer nada porque no
tenía la facultad sino “el diablo
que cada y cuando yo quiero hablo con él en mi
casa”.
Decidida
a acceder a lo que mandara “la
Chuparratones”, con tal de obtener la sanación de
los enfermos, Gertrudis de
Mireles, tía de la doncella, junto con Francisca de Ribera,
una de sus
sobrinas, fueron a la casa de Josefa Ramos, con rosarios y reliquias
para su
protección, por el perro prieto y una yerba que les
daría la madre de ésta.
Cuando regresaron, entregaron el animal a Josefa y, cuando
ésta apretaba al perro
entre sus manos, el animal hacía ciertos movimientos y, al
mismo tiempo, “la
niña y el dicho Juan de León [Patiño]
sentían en sus cuerpos los dolores”; por
lo cual, le pidieron que no lo matara. Enseguida, molió la
yerba que le habían
traído en un metate y la frio con sebo, y
solicitó que la dejaran sola con
Catalina y con Juan a quienes les untó el menjurje en las
piernas, brazos y
pecho, pero no tuvieron alivio sino se sintieron más
atormentados. Al ver que
la situación se complicaba aún más, el
padre de la doncella fue a buscar al
juez para solicitarle actuara contra Josefa Ramos, pero a lo
único que éste se
limitó fue a ordenarle que tomara su ropa y se marchara,
pero ella no quería
salir de la casa porque era de noche y el fiscal debió
sacarla.
El
Santo Oficio también fue tras la
presunta otorgante de los polvos maléficos. En San Juan del
Río, ante mucha
gente,[4]
se procedió a carear a
Josefa Ramos y a Josefa de Melo.[5]
Ésta última declaró
conocer a “la Chuparratones”, pero no a su marido
ni sabía de la relación que
tenía con Juan Patiño; además, le
reclamó por levantar falsos testimonios en su
contra, pues ella no le había dado los polvos, sino
había sido otra persona y
que supo del revuelo que se había producido porque se
había vuelto público y
notorio en la ciudad de Querétaro. Ante estas declaraciones,
la autoridad quedó
más confundida y llena de dudas respecto de a
cuál de las dos Josefas dar
crédito: a la Melo se le notificó que
debía confesarse y tocante a “la
Chuparratones”
se dijo que “en la verdad, la dicha Ramos parece
grandísima embustera porque en
muchas cosas se contraría” (f. 295v).
La
situación para “la Chuparratones”
pareció no ir más allá de, por un
lado, ser acusada de maleficiar a su amante y
a la cuñada de éste y, por otro, de reconocer que
había hecho pacto con el
demonio, aunque ya tenía cierta fama de dedicarse a estas
actividades
pecaminosas. Durante un tiempo anduvo en aparente libertad,
“paseando [en] las
calles públicamente y [viviendo] en [la] casa de Lorenzo de
Solís, maestro de
boticario” (f. 299), y yendo y viniendo continuamente a
Celaya a ver a su
marido; pero la justicia seguía tras ella y,
parecía, se había vuelto ojo de
hormiga hasta que, según el fiscal, “quiso Dios
que pareciere”. Una de las
órdenes que se dieron en torno a ella fueron la
petición de aprisionarla en las
cárceles secretas del Santo Oficio y que se embargaran sus
bienes que, debido a
su pobreza, eran pocos.
En
ese tiempo comenzaron a presentarse en
Querétaro los casos de “posesión y
obsesión del demonio” en mujeres
españolas
tiernas de edad “reputadas en estado virtuoso”;
esta situación era causada por
maleficios con la ayuda de diablos, en figura de negros, que
respondían a los
nombres de Guatzin, Gorra, Mosca y Jefe, entre otros, y colaboraban con
las
hechiceras.[6]
Los frailes de la orden de San Francisco, entre ellos fray Pablo
Sarmiento,
guardián del convento, se encargaron de asistir a las
doncellas, exorcizarlas
y, también, dialogar con los demonios que hablaban a
través de ellas.
En
este tiempo se hablaba de varias
mujeres que se encargaban de maleficiar a las doncellas y no
tardó Josefa Ramos
en ser considerada, por vox populi,
“el principal instrumento y causa de los
maleficios” y acusada por las propias
enfermas; además, su madre, que hacía pocos
días había fallecido, también
pasó
a ser considerada hechicera y, se decía, la había
instruido en cuestiones de
brujería y era copartícipe en la
realización de sus fechorías. En los
interrogatorios hechos por los franciscanos a los demonios,
éstos dijeron que
habían maleficiado a catorce doncellas y que
habría más debido a que
“irían cundiendo
mientras duraran las hechiceras”.
En
el proceso contra Josefa Ramos se
mencionan dos doncellas a quienes, presumiblemente, había
hecho maleficio:
Francisca Mejía y Juana de los Reyes. Según se
decía, los métodos que habían
empleado “la Chuparratones” y otras mujeres para
hacer el daño eran rasgar los
vestidos de las jóvenes cuando salían de misa,
perseguirlas por las calles de
la ciudad y aventarles piedras; también les clavaban tres
alfileres en la
garganta, y varios más en diferentes partes del cuerpo
según otra versión, y Josefa
Ramos los colocaba en la zona genital (se deduce que en una imagen de
las
maleficiadas); además, usaban solimán crudo[7]
para que a través del
“paño del rebozo” el demonio entrara
“en forma de aire por los cabellos”.
Se
decía también que el maleficio había
sido por medio de una manzana envenenada que habían dado a
una de las doncellas,
porque en cuanto la probó sintió que la lengua y
los labios se le adormecían y,
al instante, también se le hinchó el vientre.
Siguiendo el mismo procedimiento
de dañar con la comida, se decía que Antonia, la
mujer del boticario, envió en
una ocasión un presente a una de las enfermas con Josefa
Ramos quien aprovechó
para hacerle el mal a través de los alimentos. Se menciona
que cuando
exorcizaban a las posesas arrojaban fuera de sí objetos y
animales.
Las
acusaciones contra “la Chuparratones”
se sustentaban en las visiones de las posesas. Según
Francisca, veía a la mujer
que le hacía el mal y ésta llevaba delantal y
faldellín; la identificó como la
que asistía en la única botica de la ciudad, la
de Lorenzo de Solís; además,
era la misma que le había roto el hábito
franciscano y sus vestidos en una
ocasión cuando salía de misa del templo de san
Francisco. Por su parte, los
demonios que hablaban por boca de Juana dijeron que ella no se
encontraba
posesionada sino maleficiada y que quienes le había hecho el
mal habían sido
Josefa Ramos, que trabajaba con el boticario, y su madre, quien ya
había
fallecido.
A
Josefa Ramos se le siguió juicio en dos
ocasiones por los mismos motivos. En el primero fue absuelta. La
segunda vez
que compareció ante el comisario del Santo Oficio se
encontró que había faltado
a la verdad, pues había variado, añadido y
disminuido su declaración en
relación con la que había dicho la primera vez,
con lo cual se verificaba su
falsedad. El primer delito por el cual se le acusaba era por maleficiar
a su
amante y la cuñada de éste, además de
haber realizado pacto con Satanás; el
segundo era el de provocar posesión diabólica en
doncellas con la asistencia de
diversos demonios.
En
la segunda vez que fue juzgada, “la
Chuparratones” fue encontrada culpable de los delitos que se
le imputaban y se
le sentenció a oír misa mayor en la iglesia del
convento real de Santo Domingo,
en forma de penitente, con una vela de cera encendida en las manos,
coroza con
insignias de bruja hechicera y con una soga al cuello donde se
leía su sentencia.
Al siguiente día sería sacada, sobre una bestia,
desnuda de la cintura hacia
arriba, con la soga y la coroza, y llevada por las calles acostumbradas
de la
ciudad con pregoneros que publicarían sus delitos;
además, se le darían 200
azotes. La pena mayor sería el destierro de
Querétaro “y [de la] villa de
Madrid, corte de su majestad”, a 20 leguas en contorno por
espacio de 10 años;
los primeros cinco los pasaría en el Hospital del Amor de
Dios, de la ciudad, y
serviría a los pobres enfermos sin salir de él;
los siguientes cinco se le
señalarían posteriormente de acuerdo con el
arbitrio de la justicia.
El
lunes 16 de enero de 1696 se ejecutó la
sentencia pública contra Josefa Ramos y el día 25
del mismo mes la llevaron a
servir al hospital. Allí era maltratada por el administrador
y debía soportar
que la consideraran hechicera, por lo que una noche huyó y
fue a quejarse con
la autoridad y pedir que la cambiaran a otro lugar donde cumpliera su
condena;
sin embargo, la regresaron al mismo sitio, pero advirtieron al
encargado que la
tratara bien. En ese lugar tuvo “mala amistad” con
un sirviente al que
despidieron por esta causa. El 13 de enero de 1701 el
sacristán mayor del
hospital expidió un certificado donde constaba su estancia
allí durante cinco
años. Lo último que se menciona en el expediente
es su solicitud de asignación
del sitio donde cumpliría los cinco años que le
faltaban de su sentencia.
Los
dos géneros de brujas
La
“bruja a la mesoamericana”, el ser
extraordinario que los frailes perfilaron a partir del nahualli,
poseía características particulares heredadas de
la
cosmovisión prehispánica; por su parte, la
“bruja a la europea” fue la
recreación de la que se había conceptuado en
Europa y conservó, en esencia, los
atributos con que se le había definido. La
evangelización introdujo a la “bruja
europea” entre los mesoamericanos, como señala
Martínez (2007) y, de esta
manera, ambas compartieron el espacio en el imaginario colonial y
terminaron,
en ciertos casos, por confundirse y poseer atributos semejantes.
En
su lista de “magos en el mundo azteca”,
López Austin (1967) agrupa en cinco clases a los personajes
especializados en
los procedimientos sobrenaturales: primera, los tlatlacatecolo,
personas que practicaban la magia en perjuicio de
los hombres; segunda, “los hombres con personalidad
sobrenatural”, de los que
sólo menciona dos tipos: los nanahualtin
y
los que adquirían poderes de alguna divinidad y dedicaban su
vida a
representarla; tercera “los dominadores de
meteoros”, quienes se encargaban de
proteger las milpas; cuarta, los tlaciuhque,
dedicados a conocer los acontecimientos futuros; y, quinta, los ticiti, médicos que echaban
mano de
saberes empíricos en relación con la medicina o
empleaban procedimientos
mágicos.
A
los nanahualtin
se les relacionó con los brujos durante la Colonia porque
con sus poderes
podían transformarse y su labor podía ser
benéfica o maléfica. Según
Sahagún
(1989), además de espantar de noche a los hombres y chupar
la sangre a los
niños, como ya se mencionó, el brujo –
nahualli podía entender cualquier cosa
de hechizos con los cuales podía “aprovechar y no
dañar” o “sacar de juicio y
aojar”, y podía metamorfosearse en fuego o
animales con apariencia anormal.
Por
su parte, la bruja europea hacía pacto
con el diablo para lograr sus poderes, se dedicaba a hacer
daño a los demás y se
reunía en aquelarres (Harris, 2011). Una de sus virtudes era
la capacidad de
vuelo y, en un principio, lo realizaban montadas en animales (el diablo
bajo la
figura de macho cabrío) y, a la postre, en escobas; otra era
la transformación,
generalmente en animal, y se valían de ungüentos
para adoptar estas formas; se
les acusaba, entre otros delitos, de provocar fenómenos
naturales destructores
(Donovan, 1989).
Se
ha señalado que en Europa las personas
que practicaban la brujería (o que eran acusadas de este
delito, más bien) eran
mayoritariamente de sexo femenino, pobres, que pertenecían
al pueblo llano
(Donovan, 1989) y caían en la tentación del
demonio porque les ofrecía
recompensas materiales o placer sexual (Levack, 1995). La
aceptación de culpabilidad
por parte de estas mujeres vulnerables se obtenía a
través de formas sutiles de
terror que empleaban los examinadores y jueces, y las llevaban a las
confesiones
espontáneas (Harris, 2011); la tortura o amenazas de
ésta lograban que la
supuesta bruja dijera lo que el verdugo deseaba oír (Levack,
1995; Donovan,
1989).
Según
Donovan (1989), la sospecha de
brujería partía de una desgracia ocurrida o de la
negación de un favor y su
posible venganza; por otra parte, Harris (2011) señala que
la acusación podía
tener su origen en la pretensión de desplazar una
responsabilidad. En Europa,
las creencias en las brujas eran propias de los letrados y bastaba con
que
éstos las afirmaran para que el pueblo las aceptara (Levack,
1995) y así
influyeron en las ideas y temores populares (Stewart y Strathern,
2008).
Hasta
hoy se puede observar en las
creencias que se tienen en los pueblos indígenas acerca de
las personas con
poderes sobrenaturales la conjunción de las
características del
“brujo – nahualli” y la bruja del
“género de las de España”.
Por ejemplo, en lo
que corresponde a la visión mesoamericana, desde tiempos
antiguos se decía, por
un lado, que el tlacatecolotl daba
muestras de su naturaleza desde pequeño y, por otro, que
dependiendo del día de
su nacimiento existía una división entre quienes
usaban la magia para beneficio
o perjuicio de su comunidad (López Austin, 1967).
Actualmente, en el pueblo
otomí de San Cristóbal Huichochitlán,
México se dice que quienes nacen con el
don de acceder a lo sobrenatural lo descubren y desarrollan desde
niños;
además, existe una tendencia innata para inclinarse al
ejercicio de este en
sentido positivo o negativo.
Entre
los zapotecos de San Juan Teitipac,
en los valles centrales de Oaxaca, los relatos en torno a las brujas
cuentan
acerca de los portentos llevados a cabo por éstas, de
“maldades” que realizan,
de mujeres cuyo poder es el máximo que se puede lograr y se
transforman hasta
en siete maneras diferentes; los hombres brujos (“perro
negro”), en algunos
casos, son copartícipes en las andanzas de
aquéllas al convertirse en los
animales que las transportan a otros lugares (no se menciona al
diablo), pues se
señala que no pueden cometer maldades en sus propios pueblos
y deben ir a otros.
Montemayor
(2011) menciona que en los
“cuentos de transformación y
hechicería” que escuchó en varios
pueblos
indígenas se hablaba de personas que se transformaban en
otros seres,
celebraban reuniones diabólicas y dañaban a
distancia; allí oyó también relatos
acerca de la relación vital que se establece entre los
hombres con un animal
[el nahualli], la cual es
consciente,
sobre todo, entre “los brujos o curanderos
poderosos”. De acuerdo con este
autor, los relatos están afectados por la
“perspectiva cristiana”, pero no
existe una condena o enjuiciamiento doctrinal, cristiano.
En
lo que toca a las manifestaciones
sobrenaturales que realizaban las brujas en Europa desde la Edad Media
y ahora
comparten con las mesoamericanas son el “mal de
ojo”, también llamado
“fascinación”, que consiste en embrujar
o encantar por medio de la mirada; el
“vuelo” por medio del cual las brujas son
transportadas por el diablo en forma
de animal (también vuelan con la ayuda de una escoba); y la
“transformación”,
que consiste en adoptar otras figuras, generalmente de animal (Donovan,
1989).
La
construcción social de la bruja
Las
sociedades se han encargado de crear
figuras públicas en torno a sus integrantes; uno de estos
casos es el de
quienes transgreden las reglas que se les imponen o de los que las
asumen de manera
incondicional y, a partir de estas situaciones, se les suele considerar
en
ciertas categorías que se construyen desde los diferentes
niveles con que se gradúan
las mismas. Este proceso se podría explicar de acuerdo con
lo que señalan Stewart
y Strathern (2008) respecto de la “imaginación
moral” que muestran las
estructuras de poder y busca explicaciones y orden.
La
figura de “la Chuparratones”, como
bruja, se perfila a partir de habladurías en torno a su
transgresión a ciertas
normas dictadas por la iglesia y la sociedad en cuanto a la manera de
comportarse en términos considerados
“correctos”; los rumores que se
esparcían
alrededor de su modo de vida fueron circulando entre la gente, la cual
no se
concretó a repetir lo que había oído,
sino enfatizaba, magnificaba o minimizaba
ciertos detalles; como suele ocurrir en las recreaciones orales, se
agregaba o
suprimía lo que parecía pertinente o no y, de
esta manera, se entretejía la
historia con las “contribuciones” de cada uno de
los participantes de la cadena
de comunicación y así, como suele decirse,
“se iba haciendo el chisme”.
Parece
ser que el detonante para que
Josefa Ramos comenzara a ser considerada bruja fue el hecho de
transgredir el
orden en cuanto a su condición de casada y su manera de
vestir. En lo que
corresponde a la primera situación, su marido
vivía en Celaya y, por tanto, no
estaba sujeta a la “autoridad de un
varón” y, probablemente, este hecho dio pie
a habladurías acerca de una supuesta infidelidad; el apodo
con que se le conocía,
“la Chuparratones”, pudiera sugerir que
seducía a los hombres y de allí se le
creó mala fama. Respecto de la segunda, dos de las doncellas
posesas la
identificaban en sus visiones por la forma como se ataviaba: delantal y
faldellín; esta última prenda, una falda corta,
contrastaba con los largos
vestidos que solían usar las mujeres de su tiempo.
Si
se toma como cierta la edad que dijo
tener Josefa Ramos, aproximadamente 20 años (más
tarde dijo que 30), y debido a
la lejanía de su marido, se puede conjeturar que se
encontraba en una situación
de vulnerabilidad (y de “tentación”) y
por esta causa se hizo amante de Juan
Patiño. Este hecho la marcó en la sociedad que la
convirtió en el blanco de
habladurías. Su condición de amante de
Patiño, tal vez “pública y
notoria”,
confirmaría que era una mujer que no acataba las
convenciones de su tiempo en
lo que correspondía a la condición de esposa fiel
que debía ser.[8]
En
el caso de Josefa Ramos parece
confirmarse que “el punto de partida de las sospechas es
invariablemente una
desgracia que se atribuye a la brujería o a la
hechicería” y “recaen sobre
familias consideradas pobres o anormales” (Stewart y
Strathern, 2008, pp.
23-24). La impotencia sexual que no permitió a Juan
Patiño consumar su
matrimonio la noche de su boda lo llevó a buscar una
explicación en su
estructura mental, impregnada de hechos sobrenaturales, la cual lo
remitió a su
amante con quien sí podía realizar
“cópula ilícita”. Si a lo
anterior se agrega
que le dio chocolate o huevos con culantro por los días de
su boda, en los
cuales puso los polvos maléficos, se tiene un cuadro de un
hechizo.
A
continuación, se presentan algunas
variaciones y “ampliaciones” de los hechos que los
testigos mencionaron sobre
las actividades de Josefa Ramos para observar la manera cómo
se construyó la
historia de sus delitos y su calidad de bruja. Cuando el Santo Oficio
se puso a
investigar acerca de los “delitos sobre cosas de la
fe” que cometía “la
Chuparratones”,
acudió inmediatamente Gertrudis de Mireles, tía
de la primera doncella
maleficiada y la desposada, “no por odio sino por descargo de
su conciencia”.
Llama la atención que su denuncia se basó en lo
que supuestamente le había
referido Juan Patiño. Éste le había
contado que el martes, después de su boda,
había ido a buscar a una mujer con quien “trataba
y comunicaba antes del dicho
matrimonio” ya que sospechaba era la causante de su mal; la
había reconvenido
por el maleficio que le había hecho y la mujer le
pidió que la perdonara y le
dio a beber un huevo para que se curara y él, deseoso de la
sanidad, accedió;
sin embargo, cuando volvió a su casa
“reconoció hallarse más imposibilitado
que
antes”. Por otra parte, en otra versión acerca de
los hechos, Gertrudis
mencionó que su sobrina Catalina se encontraba en la puerta
de la casa cuando
pasó Josefa Ramos y ésta únicamente le
dijo “qué preciosa niña” y
“al punto
quedó atormentada y fuera de sí”.
Por
su parte, Francisca de Ribera,
“hermana de la maleficiada”, mencionó
algunos aspectos particulares en relación
con los hechos; el primero, en cuanto a la forma cómo la
doncella fue
hechizada: se encontraba afuera de su casa cuando Josefa Ramos la
abrazó y
enseguida “comenzó a desvariar y a decir razones
de quien estaba fuera de sí”;
al ver esta escena, sus padres la corrigieron y reprendieron, pero ella
no
hacía más que llorar “y hacer las
dichas demostraciones como que estaba fuera
de sí”; el segundo, que “la
Chuparratones” aclaró que no había sido
ella quien
abrazó a la joven sino que había sido el diablo
en su persona; y, el tercero,
la reticencia de Josefa Ramos a moler la yerba en un almirez, porque no
era
apropiado, y solicitar en su lugar un metate.
Otra
de las hermanas de la maleficiada,
María de Ribera, también acudió ante
al Santo Oficio para denunciar a Josefa
Ramos y refirió, por una parte, que Juan Patiño
le había contado que “no había
podido consumar el matrimonio porque estaba ligado” y, por
otra, que a la
doncella moribunda habían tenido que
“sacramentarla y otearla”. Mientras su
tía
y su hermana iban a la casa de “la Chuparratones”,
María entró al aposento
donde se encontraba ésta y la encontró asustada,
con las manos en el pecho y
tomando el rosario, porque el diablo estaba enojado “porque
traigo el rosario y
este escapulario de la virgen que me dio el padre
José”. Según esta versión,
Josefa Ramos le aseguró que veía al demonio todas
las noches en traje de hombre
con una máscara como figura de toro.
Un
familiar más que acudió casi dos meses
después, éste sí citado por el
comisario, fue Juan Sánchez Gutiérrez, yerno de
Manuel de Ribera (no se menciona de quién era esposo), padre
de la doncella. En
su declaración señaló que se le
encomendó averiguar acerca de Josefa Ramos y
solicitarle, con ruegos y dádivas, que curara a los
enfermos. Según señaló,
ésta le confesó, bajo promesa de guardar el
secreto, haber hecho el mal a Juan
Patiño con los polvos en el chocolate. También
dijo que le habían encargado
buscar a Josefa Melo para confrontarla con “la
Chuparratones” y su reclamo
había sido acerca de por qué había
declarado su presunta participación en los
hechos y la había involucrado.
Otra
particularidad más que relató Juan
Sánchez fue que lo enviaron, entre las cuatro y cinco de la
mañana, a la casa
de la hechicera para pedir más yerba a la madre de
ésta para curar a los
maleficiados; “la Chuparratones” deshizo la
medicina en una olla con agua, la
hirvieron y dieron a Catalina y a Juan, pero les cayó mal y
comenzaron a hacer
“demostraciones de muerte”. Ante los ruegos de la
familia para que los salvara,
Josefa Ramos envió por más yerbas y
procedió de igual manera; sin embargo,
antes de darles el brebaje Juan Sánchez le pidió
que “les echase unas
bendiciones y rezase el credo”, con lo cual ya no hubo
daño sino, según
declaró, “ha visto que el dicho Juan
Patiño está libre del achaque, [pero] la
dicha Catalina de Ribera está padeciendo y sin esperanza de
sanidad” (f.
267-267v).
No
podía faltar la declaración de uno de
los principales implicados, Juan Patiño, quien dijo que
cuatro días antes de su
casamiento había ido con Josefa Ramos; él
aclaró que durante el trato que tuvo
con ella nunca vio o sospechó de cosas, pero que por el
maleficio no pudo
consumar su matrimonio en la noche de su boda. A los tres
días de estos hechos
fue a reclamar a su amante por el agravio, pero ella entró
en un aposento y al
cabo de un tiempo le dijo que podía irse, que ya se
encontraba bien; por lo
cual, regresó a su casa y esa noche pudo cumplir su deber
marital; sin embargo,
dos días después le resultó
“un accidente que le provenía del
corazón, que le
subía para la garganta, como que quería
ahogarle” (f. 269) y fue hasta cuando “la
Chuparratones” le untó medicamentos en el
corazón y en las piernas, igual que a
Catalina, y entones “sintió mejoría en
su achaque y ha quedado libre de él”.
Pasó
el tiempo y continuaron las
declaraciones. Debido a que la doncella Catalina no podía
atestiguar porque
seguía “privada de juicio”, su madre,
Elena Montañez, declaró que hacía un
año,
aproximadamente, que Juan Patiño vivía en las
minas de Tlalpujahua, junto con
su mujer, Gertrudis de Ribera, y que continuaba padeciendo
“los achaques del
maleficio”, pues su hija le había contado que
“el dicho su marido, Juan Patiño,
estaba como si no fuera hombre y que saben actualmente está
padeciendo cada día
más” (f. 299).
Creada
la fama de bruja alrededor de Josefa Ramos, los males que se
presentaban en
personas de ciertos sectores de la sociedad, y que podían
dañar su reputación,
comenzaron a ser relacionados con hechos de maleficio, con un algo que
se
encontraba más allá de sus posibilidades de
dominio, ocasionados por “la
Chuparratones”. Se buscó un culpable y se
encontró en la figura de una mujer
que no vivía de acuerdo con las normas de su tiempo y que,
de tanto repetirse
lo relativo a su maldad, se terminó creyendo que
ésta era cierta y, por esta
causa, se le temía:
según
lo público de esta ciudad, es
miedo [lo] que todos tienen en ella a la dicha Josefa Ramos, [pues] es
quien
con pacto del enemigo ligó a dicha Catalina de Ribera y al
dicho Juan Patiño
con quien tenía la susodicha amistad por cópula
ilícita, y hoy vive en esta
ciudad con fama de hechicera y que lo tiene por costumbre (f. 296).
Como
se puede observar, parte del discurso
que los testigos presentaron contra Josefa Ramos se basaba en los
decires,
contradictorios, que ponían en boca de otros y, a partir de
que se afirmaba en
la ciudad que ésta se dedicaba a la brujería, las
acusaciones se sustentaron en
esta certeza popular. Por ejemplo, las visiones que las posesas
tenían se acomodaban
a las circunstancias; así, en ocasiones Juana
veía entrar tres hechiceras y, en
otras, dos y, posteriormente, sólo una. A las
últimas dos las identificaba como
Josefa Ramos y su madre, Teresa; por eso, cuando ésta
última falleció en
ocasiones sólo veía una y cuando mencionaba que
veía a las dos y se le
preguntaba por qué seguía viendo a la finada si
había muerto hacía cuatro o
seis días y estaba en el cielo, el demonio, a
través de ella, respondía que “ya
la tenía en el hornito”; también,
había dicho a los frailes que si prendían a
“la Chuparratones” y a su madre sanarían
dos criaturas y lo mismo sucedería si
moría la mamá.
Como
se mencionó, a los pocos días de que
inició el proceso se hizo tal alboroto y
escándalo en la ciudad que no se
hablaba de otra cosa. La imaginación popular era el
pábulo que alimentaba una
serie de ideas acerca del carácter brujeril de Josefa Ramos
y la manera cómo llevaba
a cabo sus actividades. Se buscó en el imaginario religioso,
insuflado por
ideas de los franciscanos acerca de lo demoniaco, las respuestas a esta
situación; debido a su condición de bruja, se
consideró a Josefa Ramos responsable
de los hechos de maleficio y posesión. La justicia la
apresó y publicó y
divulgó en Querétaro “que esta rea era
hechicera”, aunque ella declarara que
nunca lo había sido ni sabía de “esas
cosas”. Su fama ya estaba hecha.
A
manera de conclusión
Al
Santo Oficio le interesó conocer los
detalles acerca de los delitos en los cuales incurría Josefa
Ramos. Como parte
del proceso se le preguntó acerca de las señas
específicas y la figura como se
le apareció el demonio el dos de febrero de 1686, si
había dejado de rezar con
el rosario e ir a la iglesia y si no oía misa ni se
encomendaba a Dios como le
había ordenado Satanás. A los representantes de
la justicia eclesiástica les
interesaba saber cuántas veces más se le
había presentado el diablo, a qué
hora, bajo qué forma, qué le había
comunicado y obrado con su ayuda y mandato,
y si sabía de algunas personas más que
conocían del empleo de los polvos y
bebidas. También se le preguntó por el contenido
de la escritura que hizo el
demonio cuando hicieron el pacto (“la
Chuparratones” era analfabeta), a dónde y
cada cuándo la llevaba en sus travesías,
qué había visto en esos lugares y en
qué se transformaba para poder transportarse hasta esos
lugares.
La
propia Josefa Ramos llegó a meterse en
el papel de la bruja que le habían construido la iglesia y
la sociedad y,
seguramente, llegó a creer que lo era y a actuar como tal:
dijo haber realizado
actos que correspondían a los que figuraban en el perfil que
le habían creado y
delató a sus supuestas compañeras de andanzas;
las historias fueron verosímiles
y de acuerdo con lo que los jueces deseaban escuchar a partir de
preguntas que,
más que obtener una confesión propia, la
inducían a reproducir lo que en su
imaginario le habían construido en torno a lo sobrenatural
ligado con lo
demoniaco.
Para
obtener una declaración acorde con lo
que quería escuchar, la justicia se valió de los
recursos ad hoc con que contaba
para estos casos. Josefa Ramos mencionó que
se había contradicho en sus declaraciones porque la
habían maltratado y
aporreado; además, las voces y disparates de los jueces
“la tenían aturdida y atarantada
de la cabeza” que no sabía que responder. En un
principio dio una versión
acerca de cómo había maleficiado a Juan
Patiño y posteriormente otra; al final,
negó todo completamente y atribuyó el
daño a otra mujer.
Debido
a las amenazas de tormento que
profirieron los jueces en su contra y a las ideas que le
habían inculcado los
religiosos acerca de las bruja, probablemente Josefa Ramos
comenzó a inculpar a
otras personas y a crear relatos de sus andanzas muy parecidos a los
que se
registraron en Europa; así, por ejemplo, dijo que quien
había dirigido el mal
contra Francisca Mejía había sido Juana, una
mestiza; en la casa de ésta le
había untado una sustancia en su cuerpo para poder ir por el
aire a la casa de
la doncella a tirar piedras y terrones, y causar alboroto.
A
semejanza de las brujas europeas, se
decía que las de Querétaro también se
confederaban y reforzaban los hechizos “con
ayuda de los demonios”; Pascuala, Micaela, Agustina y
Catalina, indias,
hechiceras, junto con una mestiza llamada Juana, una
española de nombre
Constanza y su hija María (éstas dos de Celaya),
“se juntaban en los muladares
de la ciudad”; desde luego, la justicia también se
encargó de confrontar a las
acusadas y habiéndolas puesto frente a Josefa Ramos,
ésta “las reconoció en mi
presencia de que doy fe”. Lo señalado en los
párrafos anteriores corresponde a
la dinámica de una persecución brujeril al estilo
de la que se produjo en
Europa.
En
el proceso contra “la Chuparratones” se
observa, también, una oposición
étnica, pues, por un lado, se encuentran Juan
Patiño, Catalina, Juana y Francisca, españoles,
y, por otra, Josefa Ramos y sus
compinches, quienes eran mestizas o indias; sólo se habla de
Josefa Melo,
Constanza y su hija, que también eran españolas,
como participantes en los
hechos de posesión. Buelna Serrano (1997) señala
que el padre de Juana de los
Reyes consideraba que “la mestiza del lugar”
era el origen de todos los males,
debido a que era vista con desconfianza por los españoles y
criollos y, en esta
situación, “se percibe también la
estratificación racista y clasista” (p. 117).
Por
otra parte, el fundamento de la
estigmatización de Josefa Ramos como bruja en
Querétaro en el siglo XVII fue la
ideología católica, la cual consideraba a todos
aquéllos que salían de la
ortodoxia o se desviaban de las normas establecidas como potencialmente
peligrosos. Desde el XVI la iglesia había iniciado la
configuración de Satanás
en el imaginario de los fieles novohispanos; este personaje,
antagónico del
dios cristiano, contaba con legiones de demonios que lo
acompañaban en sus
atentados contra las almas de los fieles; desde luego, no faltaban los
humanos
que estaban a su servicio, entre los cuales figuraba la bruja.
A
“la Chuparratones” la convirtieron en
bruja en virtud de que era una mujer de la clase baja y, aunque era
casada,
vivía sola, lo cual la hacía vulnerable y
expuesta a las habladurías; el
comportamiento que los demás observaban en ella se
interpretaba según la época
y sus normas morales y religiosas, que eran los referentes
señalados como los
que debían seguirse. Al no llevar una vida acorde con estos
preceptos,
comenzaron las suspicacias entre sus vecinos y de allí
inició la construcción
de su mala fama.
Los
hechos de la bruja, claramente
tipificados por los códigos de la Iglesia
Católica, sirvieron para identificar
como tal a Josefa Ramos: se dijo que cuando Francisca salía
del templo, cuatro
bultos negros se juntaron con las brujas y la estorbaron, le rompieron
el
hábito y la ropa de vestir, con estos hechos “se
confirma el pacto explícito
que esta rea tiene con el demonio”. Así
también pretendieron creerlo las
doncellas que decían estar poseídas y el resto de
la población, pues cuando a
una persona se le considera de cierta manera, reiteradamente, pasa a
serlo, se
convierte en tal a los ojos de la sociedad. A Francisca y a Juana no
les fue
difícil encontrar a la causante de sus males, pues ya
existía una figura
pública en quien podía recaer la culpa y
coincidieron en señalar a “la mujer
con delantal y faldellín” que trabajaba en la
botica.
Lo
señalado sobre que la sospecha de ser
bruja se suscita a partir de una desgracia ocurrida parece confirmase
con “la
Chuparratones”, pues Juan Patiño
atribuyó su impotencia sexual a su amante
quien, se supone, lo habría hecho por despecho;
además, la pretensión de
desplazar una responsabilidad fue el caso de Juana de los Reyes quien
quiso
evadir la culpa de su embarazo atribuyendo a las brujas un maleficio
que
permitió que el demonio la preñara. De esta
manera, la población queretana sólo
hizo uso del constructo que socialmente ya se había hecho de
Josefa Ramos como
bruja y, a partir de entonces, surgieron las acusaciones en su contra,
pero
también se evidenció el miedo que se le
tenía en la ciudad debido a los poderes
con que contaba.
Al
final del juicio Josefa Ramos negó
haber llevado a cabo los hechos que se le imputaban y dio una nueva
versión de
ellos, pero la autoridad y la voz popular no la escucharon ni le
creyeron
debido a su estigma de bruja. “La Chuparratones”
preguntó a la justicia cómo
sabían que era “bruja hechicera” o
“donde la había[n] visto en tal
ejercicio”;
asimismo, aclaró que su mala fama se debía que
algunos “malvados vecinos de la
ciudad” habían dado en decir que era hechicera y
que, aunque ante el alcalde
había declarado que era cierto lo que decían de
ella, “fue por los golpes,
palos y malos tratamientos que dicho alcalde le
hacía”.
En
determinado momento del juicio se
observa que Josefa Ramos dejó a un lado la
búsqueda de respuestas en el plano
de lo mágico y trató de hallarlas a partir de
atar cabos de una realidad que no
se quería ver por parte de las posesas. Así, le
parecía que todo lo que decía
Juana de los Reyes “era quimera y embuste suyo para disimular
el parto que
tuvo” porque corría la voz que cierto hombre la
había embarazado[9]
y, para evadir su
responsabilidad, culpaba a las brujas. Desde luego, no se dio
crédito a lo que
señaló “la Chuparratones”
porque “la bruja pasa a ser alguien secundario a
quien nadie escucha, y si la escuchan, seguramente la
malinterpretarán”
(Stewart y Strathern, 2008, p. 51).
Al
parecer, tampoco se hizo caso a lo que
expresó el fraile carmelita Manuel de Jesús
María, por medio de cartas
dirigidas al Santo Oficio, acerca de su preocupación por las
“misiones” que realizaban
los franciscanos, donde asistían mujeres y hombres que
salían de noche produciendo
“desórdenes” y, como
resultado, “cada día
había más mujeres que se sentían
poseídas y causaban gran alboroto dando gritos
horribles”; también, los acusaba de “que
cuidaban poco de las formas cuando
conjuraban a las mujeres, acariciándoles la cara, el pecho y
otras partes menos
decentes”; además, señaló
que “actuaban
con
ligereza con las hijas de confesión, pues
las veían a solas” (Buelna Serrano, 1997, pp. 133,
138, 139).
Como
se puede observar, Josefa Ramos era
una “bruja a la europea”; es decir, la
construcción que socialmente se hizo de
ella como tal partió de los patrones que se siguieron en
Europa: era una mujer
pobre y vulnerable, sospechosa de realizar un pacto con el demonio
quien le
prometió riqueza y llevarla a Roma y a muchos otros sitios;
así, obtuvo
poderes, entre ellos el de volar con la ayuda de ungüentos, y
se dedicó a hacer
mal a su amante, la cuñada de éste y a, cuando
menos, dos doncellas. La
confesión de sus delitos se logró, inicialmente,
por los mecanismos de presión
con que contaba la iglesia que la llevaron a delatarse; las
declaraciones
siguientes se lograron con la ayuda de “golpes y
palos”.
Y,
así como en Europa la “manía de las
brujas” fue un mecanismo de defensa de la estructura
institucional que empleó
la Iglesia Católica para desplazar su responsabilidad de las
crisis creando demonios
con forma humana (Harris, 2011), en el caso de las posesas queretanas
lo que se
observa es un intento de los franciscanos de defender sus intereses, no
espirituales, de las otras órdenes religiosas que se
instalaron en la ciudad y,
para tal efecto, deliberadamente forjaron un clima de
tensión en el que se conjuntaron
prácticas hechiceriles, la presencia de grupos
indígenas y el comercio de
peyote y la yerba pipiltzitzintli,
que
tienen propiedades alucinógenas, al que añadieron
el discurso popular de la
demonología que no tardó en producir la epidemia
de posesas, que fue el
contexto en el cual se desarrolló el proceso contra Josefa
Ramos (Alberro,
2013).
En
el Chile colonial también se llevaron a
cabo procesos por delitos semejantes a los de la Nueva
España. Valenzuela
(2011) presenta el caso del mulato Domingo Rojas quien con sus hechizos
diabólicos alborotó Talca. Su perfil se define
por vagancia, no asistir a misa
y cometer incestos con las hermanas de su mujer (solía
encantar mujeres para
dormir con ellas). Entre las yerbas que empleaba para llevar a cabo sus
maleficios se encontraba el solimán crudo y, cuando los
enfermos eran
exorcizados, también arrojaban objetos y animales.
¿Muchas coincidencias? Parecer
ser que el patrón que se sigue es el que se creó
en torno a la hechicería y sus
practicantes en el mundo hispanoamericano; de otra manera, la posible
explicación sería que, efectivamente, los brujos
podían recorrer grandes
distancias con la ayuda del diablo y, de esa manera, entrar en contacto
y
compartir sus secretos de profesión.
El
análisis de las declaraciones en torno a la persona y los
hechos de Josefa
Ramos, realizadas por ella misma y por los demás
participantes en el proceso,
han permitido, por un lado, observar cómo se le
construyó fama como bruja y,
por otro, conocer las explicaciones que se daban a los asuntos de la
vida
cotidiana. También, el
caso de “la Chuparratones”
muestra, de manera general, las respuestas de una sociedad ante un
acontecimiento notorio y en ellas se observa la visión del
mundo y cómo éste se
reflejaba en el imaginario colectivo, lo cual también
señala Buelna Serrano
(1997).
El
presente artículo, a diferencia de los textos citados acerca
de las poseídas queretanas de finales del siglo XVII, se
centró en ciertos
aspectos de la biografía de una “bruja”,
Josefa Ramos, con lo cual fue posible,
en parte, reconstruir su personalidad y, como individuo representativo,
observar
las características de un estrato social en determinado
periodo histórico, como
señala Ginzburg (2011) en el caso del molinero Menocchio. Los
resultados obtenidos en este trabajo, en conjunto con los de otras
investigaciones, han permitido sistematizar algunos aspectos de los
delitos de
magia y hechicería, y conocer a sus actores, durante la
época colonial a pesar
de la mezcla de elementos desconcertantes que, según Ruiz
(2013), aparecen en
ellos.
Fuente
documental
Archivo
General de la Nación (AGN), Inquisición,
volumen 523, expediente 3
Referencias
Alberro,
S. (2013). Inquisición y sociedad
en México. México: Fondo de Cultura
Económica.
Arnauld,
C. y Dehouve, D. (1997). Poder y magia entre
los pueblos indios de México y Guatemala. Tiempos
de América. 1, 25-41.
Báez-Jorge,
F. (1998). Entre los naguales y los santos.
Xalapa: Universidad Veracruzana.
Bieñko, D. (2008). El cuerpo de la posesa. Discurso y práctica en torno a la posesión demoniaca en la Nueva España. Destiempos. Revista de curiosidad cultural. 3 (14), 142-149. [En línea]. Disponible en www.destiempos.com. Fecha de consulta: 30 de agosto de 2016.
Buelna
Serrano, M. E (1997). Las endemoniadas de Querétaro. En
Buelna Serrano, M. E.
(coord.), Heterodoxia e
Inquisición en
Querétaro (pp. 93-179). México:
Universidad Autónoma de Querétaro /
Universidad Autónoma Metropolitana.
Dijk,
T. (2008). El estudio del discurso. En Dijk, T. (comp.). El
discurso como estructura y proceso 1. Estudios del discurso:
introducción
multidisciplinaria (pp. 21-65). Barcelona: Gedisa.
Donovan,
F. (1989). Historia de la brujería.
México: Alianza Editorial.
Ginzburg,
C. (2011). El queso y los gusanos. El cosmos
según un molinero del siglo XVI.
Barcelona: Océano / Península.
Harris,
M. (2011). Vacas,
cerdos, guerras y brujas. Madrid: Alianza Editorial.
Levack,
B. (1995). La
caza de brujas en Europa moderna. Madrid: Alianza.
López
Austin, A. (1967). Cuarenta clases de magos en
el mundo azteca. Estudios de Cultural
Náhuatl. 7, 87-118.
López
Austin, A. (1996). Cuerpo humano e
ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas. México:
Universidad Nacional Autónoma de México. vol. 1.
Martínez,
R. (2007). Los enredos del diablo: o de cómo
los nahuales se hicieron brujos. Relaciones.
Estudios de historia y sociedad. XXVIII (111), 189-216.
Montemayor,
C. (2011). Arte y trama en el cuento
indígena. México: Fondo de Cultura
Económica.
Olmos,
A. (1990). Tratado
de hechicerías y sortilegios. México:
Universidad Nacional Autónoma de México.
Ruiz,
C. (2013). Locuciones del demonio en una
criatura. Discursos e imaginarios religiosos populares en
Querétaro, 1691-1693.
En Carranza, C. (Ed.), La
ascensión y la
caída. Diablos, brujas y posesas en México y
Europa (pp. 59-89). San Luis
Potosí: El Colegio de San Luis.
Ruiz
de Alarcón, H. (1988). Tratado de
las supersticiones y costumbres gentilicas que hoy viven
entre los indios naturales desta Nueva España.
México: Secretaría de Educación
Pública.
Sahagún,
B. (1989). Historia general de las cosas de
la Nueva España, México: Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes – Alianza Editorial.
Serna,
J. (1953). Tratado
de las idolatrías,
supersticiones, dioses, ritos, hechicerías y otras
costumbres gentílicas de
las razas aborígenes de
México. México: Fuente Cultural.
Stewart,
P. y Strathern, A. (2008). Brujería,
hechicería, rumores y habladurías.
Madrid: Akal.
Valenzuela,
E. (2011). Rei de los brujos. Introducción
y transcripción del documento. Proceso a Domingo Rojas,
mulato, por hechicero y
vago. 1765. Universum. Revista de
Humanidades y Ciencias Sociales. 1 (26), 139-150.
Felipe Canuto Castillo
Mexicano. Maestro y Doctor
en Estudios Mesoamericanos
por la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado
en Lengua y Literaturas Hispánicas por la
Universidad Nacional Autónoma de México.
Actualmente se desempeña como profesor
– investigador en el Departamento de Estudios Culturales, de
la Universidad de
Guanajuato, campus León. Sus áreas
de investigación e interés son la
sociolingüística, las lenguas y literaturas
indígenas y la historia colonial
otomí.
Sus publicaciones
recientes son “Estamos
en el mundo, pero no somos de él. Los otomíes de
la iglesia El Buen Pastor en
Temoaya”, en Los pueblos
indígenas del
Estado de México. Atlas etnográfico,
México: INAH / Gobierno del Estado de
México, 2016, y “Españoles
descendientes de aquéllos [indios]. Nietos
españoles
de caciques indios”, en
Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Débats,
2017.
Ángel Serrano Sánchez
Mexicano. Doctor
en Sociología por la
University of Windsor.
Maestro en Ciencias por el Colegio
de Postgraduados en
Ciencias Agrícolas.
Licenciado
en Biología por la
Universidad Nacional Autónoma de México.
Actualmente se desempeña como profesor
– investigador en el Departamento de
Gestión Pública y Desarrollo
de la Universidad de Guanajuato,
campus León. Sus áreas
de investigación e interés son la
migración y la salud.
Sus publicaciones recientes son: “‘How
am I going to work?’ Barriers to employment for immigrant
Latinos and Latinas
living with HIV in Toronto”. Work.
51:
365-372, 2015 y “Una mirada sobre la
migración”, en Cuadernos
de Territorio y Desarrollo Local. 1:27-32, 2016, en
colaboración con Brigitte Lamy.
[1] Archivo
General de la Nación
(AGN), Inquisición, volumen 523, expediente 3. Las citas del
proceso han sido
transcritas actualizando la ortografía y la
puntuación, y desatando las
abreviaturas.
El proceso
contra Josefa Ramos, que sucedió en un
clima de terror y tensión creado y desarrollado por los
padres apostólicos,
como señala Alberro (2013), se articula con los casos de las
doncellas poseídas
en ese tiempo. Otros documentos que abordan estos sucesos son el vol.
527, exp.
8; vol. 539, exp. 26 y 26 bis (Buelna Serrano, 1997; Alberro, 2013).
[2] En el sistema
de castas de la
época colonial, se consideraba que una persona mestiza era
descendiente de
español e indio, coyota de indio y mestizo, y mulata de
español y negro.
[3]
Sólo se mencionan las referencias
al expediente cuando las citas son mayores a una línea.
Todas corresponden al
ramo Inquisición, volumen 523, expediente 3.
[4] “Se
verificaba la simulación y
falsedad con que ésta procedía, pues
habiéndola careado en casa de
dicho su amante con cierta mujer que […] en
primera denunciación le había dado los polvos
[…] respondió que no era ella
[Josefa de Melo] sino otra la que se los había
dado” (f. 523-523v). Las
cursivas son nuestras.
[5] En esta
declaración Josefa de Melo
dijo que su padre era José de Melo, español, y su
madre María de Monroy,
mulata; tenía 25 o 26 años y era de oficio
“costurera de lo ajeno”. Además de
morisca, se decía que esta Josefa era española o
“castiza muy blanca”.
[6]
Según los diferentes testimonios,
eran cuatro mujeres las que llevaban a cabo los maleficios con la ayuda
de los
demonios; algunos decían que eran indias, otros que mestizas
y, en ocasiones,
se les unían una española y su hija.
[7]
Se relaciona al
solimán con una fanerógama venenosa cuya savia
fresca puede producir reacciones
cutáneas alérgicas (Valenzuela, 2011).
[8] Alberro
(2013) señala que la única
manera que tenían las mujeres para definirse personal y
socialmente era
mediante el estatus civil y una de sus preocupaciones eran las
cuestiones del
amor; un aspecto que destaca es que entre las jóvenes se
registraron más casos
de denuncias por cuestiones de magia amorosa. Los hombres, en cambio,
gozaban
de permiso para buscar solución a sus problemas sexuales
fuera del matrimonio y
“se divertían” con mujeres de las castas
o indígenas.
[9]
Se dijo que por
disposición del demonio “parió Juana de
los Reyes una criatura siendo doncella”
porque era posible que el demonio tomara el semen de un
varón y lo aplicara “en
la parte generativa” para formar la criatura y que
ésta tuviera “parto
natural”. En otra versión del hecho, se dijo que
el diablo la había embarazado
introduciendo un malacate de fierro con punta de madera en sus
genitales.
Por
otra parte, en la causa que se siguió a Juana
negó haber intentado abortar
introduciéndose objetos de fierro en gran cantidad, pero
admitió que trató de
matarse tomando solimán; se menciona también que
el hijo de Juana era producto
de relaciones con su hermano: fue un cuadro de incesto y tentativas de
aborto y
de suicidio (Alberro, 2013).