Violencia estructural e
institucional hacia mujeres rurales mixtecas: el caso del Programa de
Inclusión
Social PROSPERA en el estado de Guerrero, México
Xochitl Karina
Torres Beltrán
|
Olivia Tena
Guerrero |
Universidad
Nacional Autónoma de México
|
Universidad
Nacional Autónoma de México
|
Resumen: Las mujeres que
participan en el Programa de Inclusión Social PROSPERA en
México, tienen tareas
asignadas, que son extensión de las labores
domésticas. El objetivo del
presente trabajo es explorar la forma en que mujeres mixtecas, de una
comunidad
del estado de Guerrero, México, expresan su
relación con este programa
gubernamental, a partir de su propia experiencia y al mismo tiempo,
analizar
posibles expresiones de violencia estructural hacia ellas. Se
entrevistó a
mujeres participantes y se realizaron observaciones en la comunidad. Se
pudo
observar, con base en las narraciones de las experiencias de las
mujeres, que
el Estado, a través del PROSPERA, ejerce violencia
estructural que va desde el
discurso de pobreza hasta la violencia directa, percibida como
“maltrato” y
ejercida por quienes llevan a cabo el programa, lo que las pone en una
situación de dependencia y reproduce el papel que las ha
mantenido en
desventaja, vulnerabilidad y desigualdad.
Palabras clave: mujeres, mixtecas, programas sociales,
violencia estructural, violencia de
género
Abstract: Women
who participate in the PROSPERA Social Inclusion Program in Mexico have
assigned tasks, which are extension of domestic tasks. The objective of
this
paper is to explore how these mixtecas women, who live in a community
from the
mexican state of Guerrero, express their relationship with PROSPERA
based on
their own experience and, at the same time, to analyze potential
expressions of
structural violence towards them. Some interviews were applied to
mixtecas
women and ethnographic observations were made along the community. It
was
observed, based on the narrations of women´s experiences,
that the State,
through this program, exerts structural violence that ranges from the
discourse
of poverty to direct violence. Women named this direct violence as
"mistreatment”,
which is exercised by those in charge of carrying the program. All
these puts
women in dependency status and reproduces gender roles that have kept
them at
social disadvantage, vulnerability and inequality.
Keywords: women,
mixtecas, social programs, structural violence, gender violence.
Traducción:
Xochitl Karina
Torres Beltrán y Olivia Tena
Guerrero, Universidad Nacional
Autónoma
de México
Cómo citar:
Torres,
X. y Tena, O. Violencia estructural e institucional hacia mujeres
rurales
mixtecas: El caso del Programa de Inclusión Social PROSPERA en el
estado de Guerrero, México. Culturales,
7, e392. doi: https://doi.org/10.22234/recu.20190701.e392
Recibido:
26 de mayo de 2018
Aprobado:
18 de febrero de 2019
Publicado: 26 de junio de 2019 |
Introducción
A
lo largo de la historia del país han surgido programas
gubernamentales destinados
a la atención de problemáticas relacionadas con
la pobreza, algunos se han enfocado
en la alimentación, otros en la salud y otros en la
educación; pero en 1997, se
crea un programa denominado Progresa, en el que se conjuntaron esos
tres
componentes considerados básicos para la
superación de la pobreza, destinado a
comunidades rurales y focalizado hacia familias en pobreza extrema
(Secretaría
de Desarrollo Social SEDESOL, 2001). Su característica
principal es ser un
programa de transferencias monetarias condicionadas y, a partir de
ello, se
demanda una corresponsabilidad de las personas beneficiarias. Aunque
siempre ha
sido operado por la Secretaría de Desarrollo Social, este
programa ha tenido ajustes
y modificaciones respecto tanto a sus componentes como a lo que se
requiere de
la población beneficiaria para ingresar o permanecer en
él; también ha cambiado
de nombre, según el sexenio: en el año 2002 se
transformó en el Programa de
Desarrollo Humano Oportunidades y en el 2014 se le denominó
PROSPERA Programa
de inclusión social (Secretaría de
Gobernación, 2016).
En México, el PROSPERA. Programa de
Inclusión Social (en adelante la referencia a
éste será sólo como PROSPERA), –el
más popular del país–
consiste, según se afirma en sus
reglas de operación, en “Contribuir a fortalecer
el cumplimiento efectivo de
los derechos sociales que potencien las capacidades de las personas en
situación de pobreza, a través de acciones que
amplíen sus capacidades en
alimentación, salud y educación y mejoren su
acceso a otras dimensiones del
bienestar.” (SEDESOL, 2017, 29 diciembre). Dicho programa
está destinado a las
familias, pero en la práctica las mujeres –madres
de familia–
son quienes reciben directamente los productos o el dinero asignado y
quienes
tienen la responsabilidad de realizar ciertas actividades como
condición para
continuar en el programa.
Dentro de la población en
“situación
de pobreza” se encuentran las mujeres empobrecidas y, aunque
ellas son
mencionadas sólo algunas veces de manera
explícita en las reglas de operación
del programa, suelen ser, de manera mayoritaria, las titulares de
éste.
Vizcarra (2008), al respecto, expresa que las mujeres pobres son vistas
como
carentes de poder y libertad, así como incapaces de
incorporarse por sí mismas
a sectores productivos, lo que las pone en una situación de
vulnerabilidad y
las convierte en población objetivo de programas
asistenciales como éste, que
no resuelven la explotación, discriminación y
exclusión en que han permanecido
durante mucho tiempo.
A esa visión institucional sobre las
mujeres y a la asignación de tareas propias de su
titularidad en el programa,
se suma la histórica asignación de la
responsabilidad del trabajo doméstico, en
el cual están incluidas las tareas de crianza y cuidado de
los hijos y/o de los
demás integrantes de la familia. Se considera que ese tipo
de actividades van
de acuerdo con su naturaleza por su sexo, además, debido al
ideal materno de
que el cuidado debe ser relacional, emocional, de
disposición, altruista y
permanente (Flores & Tena, 2014).
El
cuidado es una parte fundamental
para que el mundo funcione ya que, sin éste,
difícilmente se podría subsistir
(Carrasco, 2006); sin embargo, el Estado y el mercado no asumen la
responsabilidad sobre los cuidados, así que éstos
recaen sobre los grupos
domésticos (Pérez, 2006). El trabajo de cuidado
representa un ahorro en el
gasto hacia el trabajo remunerado y ayuda a organizar las actividades
dentro de
las familias; sin embargo, esto no es reconocido, más
aún, es invisibilizado y,
por ello, no se da cuenta de lo que implica, por lo que ha sido tratado
como un
trabajo de reproducción que corresponde a las mujeres.
Desde PROSPERA existe y se reproduce
esta perspectiva de desvalorización e
invisibilización del trabajo de cuidado,
lo cual se expresa en la doble explotación de que las
mujeres son objeto al
cumplir con jornadas de trabajo dentro y fuera de casa por la
obligatoriedad de
cumplir con ciertas actividades a cambio de continuar en dicho
programa.
La intervención del gobierno
mexicano a través de PROSPERA, si bien resulta ser un
paliativo para las necesidades
más apremiantes de las comunidades, no ha resuelto el
problema de pobreza
(Auditoría Superior de la Federación, 2015) y
sí se ha documentado su
contribución a una mayor desigualdad y
fragmentación social, además de generar
mayor sobrecarga en las actividades domésticas, productivas
y comunitarias de
las mujeres e incluso disputas entre ellas (Vizcarra, 2008; Vizcarra
&
Guadarrama, 2008; Barón, 2016).
Todo lo anterior, bien puede ser
considerado como una forma de violencia estructural hacia las mujeres,
en el
sentido que la define Galtung (1969). De acuerdo con este autor, en la
violencia estructural no necesariamente hay un actor directo o personal
que
cometa un acto violento; este tipo de violencia existe cuando
algún evento que
dañe a las personas pueda ser evitable, pero, debido a las
condiciones en las
que están, no se evita y se manifiesta también
cuando el poder es inequitativo
y consecuentemente las oportunidades de vida también lo son.
El discurso de la pobreza emitido
por el gobierno mexicano a través de estos programas se ha
constituido en violencia
estructural: al designar a ciertos grupos sociales como
“pobres” los despoja de
derechos y niega su existencia como sectores productivos
(Suárez, 2016),
poniéndolos en un papel de dependencia y, por tanto, en una
situación de
desventaja y vulnerabilidad y como improductivos ante el resto de la
población.
Ha servido también para legitimar políticas
públicas y/o programas sociales
dirigidos hacia estos grupos (Ortiz, 2017), representados
así como sectores que
necesitan “ayuda” y que son
“ayudados” por el gobierno, a través de
lo que los
mismos actores gubernamentales determinan que necesitan (Dieterlen,
1988).
El Estado mexicano, a través de PROSPERA,
contribuye así a mantener a las personas en condiciones y
bajo el estigma de la
pobreza al reproducir un discurso paternalista de ayuda; contribuye
también a
mantener los roles de género tradicionales, que
perpetúan la inequidad entre
hombres y mujeres al interior de las familias al designar a las mujeres
como
titulares del programa y condicionarlas para realizar tareas que son
una extensión
de las domésticas.
En diversos estudios sobre esta
temática se ha incorporado la voz y la visión de
las mujeres titulares de PROSPERA,
donde aparece una perspectiva diferente a la que se plantea desde ese
programa
y que muestra en qué las beneficia y en qué las
afecta su participación (Pérez-Gil
& Romero, 2013; Vizcarra, 2005; Vizcarra, 2009; Vizcarra,
2012; Vizcarra & Guadarrama, 2008; González, 2014;
Espinosa, 2014).
En
estos estudios las autoras han encontrado que a las mujeres, ser
receptoras del
subsidio les puede beneficiar, ya sea porque algunas de ellas pueden
decidir
qué hacer con el dinero, porque acuden a un espacio de
reunión que les permite
salir de su casa o porque resuelven algunos problemas
económicos relacionados
con la escuela y la vivienda; sin embargo, ser receptoras también les puede
afectar en sus relaciones con la
familia (en algunos casos da
origen a la violencia por parte de su pareja)
y con el resto del grupo social y puede romper el tejido social por la
discrecionalidad –entre otras cosas–
en las percepciones o decisiones que toman los encargados en turno al
decir
quiénes pudieran ser candidatas a recibir el subsidio.
Recuperar
lo que las mujeres piensan sobre el programa y lo que hacen como
titulares de éste,
es sumamente importante porque permite conocer lo que sucede desde su
propia
realidad, que muchas veces discrepa de lo que está escrito
en el papel, tanto
en las reglas operativas como en las evaluaciones de los resultados.
Pero,
además, la propia enunciación de las mujeres
sobre lo que para ellas significa
el programa y las actividades obligadas por éste,
además de expresar sus
necesidades (Loza & Vizcarra, 2014), pudiera devenir en formas
sutiles de
autoconocimiento o incluso de resistencia ante la violencia estructural
ejercida hacia ellas.
Con base en estas reflexiones surge
la intención de explorar la forma como las mujeres mixtecas
de una comunidad
del Estado de Guerrero[1]
significan
su relación con PROSPERA a partir de su propia experiencia
y, con base en las
narraciones de esas experiencias, analizar posibles expresiones de
violencia
estructural hacia ellas en la aplicación del programa. Cabe
mencionar que este
trabajo forma parte de una investigación más
amplia, en la que se analizan las
prácticas y saberes sobre alimentación de las
mujeres mixtecas participantes en
el contexto del programa gubernamental PROSPERA, así como
sus posibles
tensiones identitarias derivadas de dicha intervención
gubernamental.
Método
La
comunidad
Todo
el
trabajo de campo de la presente investigación se
llevó a cabo durante el año
2016, en los linderos de un poblado cuyo municipio,
Alcozauca de
Guerrero, pertenece a la
región de La Montaña del estado de Guerrero.
En esta comunidad había,
hasta el año 2010, según el Instituto Nacional de
Geografía (2017), 60
viviendas habitadas y un total de 377 personas, 165 hombres y 212
mujeres. La
mayoría de la población habla lengua
indígena (mixteco). En promedio tienen tres
años de escolaridad, pero el 21% de los hombres y el 29% de
las mujeres son
analfabetas; el 51% de la población no habla
español y las mujeres tienen en
promedio cuatro hijos.
Este poblado es relativamente nuevo,
se fundó a finales de 1970 y su asentamiento
obedeció a un mandato religioso
católico, donde el portador del mensaje divino de
establecerse allí y quien
tiene el poder de decidir todo lo relacionado con la vida en comunidad
es un
hombre, a quien, según se asienta en la Carta de
Fundación del Pueblo, se le
apareció Dios y le dijo lo que debía hacer.
El
diseño de la investigación
La
investigación fue de carácter cualitativo con
enfoque etnográfico. A partir de
un contacto previo establecido con una persona clave de la comunidad se
logró
acceder a ésta y a algunas mujeres que estuvieran dispuestas
a conversar de
manera voluntaria sobre sus experiencias relacionadas con la
alimentación y con
el programa PROSPERA. Se hicieron observaciones en algunos hogares, en
la
clínica del pueblo, sus calles, etc. y se realizaron
entrevistas a las mujeres
participantes en sus casas y en el día y hora que ellas
establecieron, todo lo
cual se llevó a cabo durante sucesivas estancias en la
comunidad mixteca.
Las
técnicas de campo que se aplicaron para la
obtención de datos fueron: la
observación y la entrevista semiestructurada:
1.
La observación participante. En la
entrada al campo se optó por esta
técnica, en la que hubo una mayor tendencia a la
observación, con una
participación limitada a solo algunas prácticas
(véase Taylor & Bogdan,
1987), como fueron las relacionadas con la alimentación,
así como con la compra
y la limpieza, particularmente en el ámbito cotidiano de la
familia que brindó
hospedaje a la responsable de la investigación, cuya jefa de
hogar se
constituyó en informante clave. Las observaciones fueron
acompañadas por
diarios de campo con la finalidad de contar con registros relativos a
la vida
cotidiana de la comunidad de estudio.
Durante
las estancias en la comunidad, se realizaron observaciones en
diferentes
espacios donde se reunían las mujeres para llevar a cabo
prácticas relacionadas
con alimentación y con PROSPERA: espacios
públicos, viviendas donde se
realizaron las entrevistas y en el lugar de residencia de la informante
clave
donde, como antes se dijo, la investigadora fue hospedada en cada
visita a la
comunidad y durante todo el tiempo de estancia en ésta. Las
observaciones
estuvieron enfocadas principalmente a todo aquello relacionado con las
prácticas de alimentación y fueron complementadas
con charlas informales con
diferentes personas de la comunidad para un mejor conocimiento de
ésta, de las
actividades de las mujeres en general y en particular de todo lo
relacionado
con las prácticas de alimentación y su
relación con el programa PROSPERA.
2.
La entrevista semiestructurada. En las entrevistas
formales se abordaron
tanto los temas relacionados con las experiencias de las mujeres en sus
prácticas de alimentación como con sus
experiencias de participación en PROSPERA;
también temáticas relacionadas con tensiones
derivadas del tiempo invertido en
su trabajo realizado en casa, en la milpa, en el cuidado de los hijos,
etc. En
las entrevistas participaron, de manera voluntaria e informada, diez
mujeres
encargadas de las tareas domésticas y de las actividades
relacionadas con la
alimentación en sus hogares; todas vivían con su
pareja y con sus hijos en la
comunidad referida, ubicada en la Sierra de Guerrero,
México; todas ellas eran,
además, titulares de PROSPERA y encargadas de la
implementación de los
programas en su comunidad.
De acuerdo con los principios éticos
de la investigación, el consentimiento informado se
solicitó de forma verbal a
cada una de las participantes. Se explicó a cada una que la
información que
proporcionaran sería confidencial, que todo lo que dijeran
sería utilizado sólo
para los fines de la investigación y se acordó su
consentimiento para que las
conversaciones fueran grabadas. Todas las entrevistas y el
consentimiento
verbal fueron grabados con autorización de las
participantes.
Resultados
Galtung
(1969) expone que la violencia estructural es un tipo de violencia que
puede
denominarse también indirecta, en el sentido de que, aun
cuando se identifiquen
los daños ocasionados en las personas, no se identifica un
actor específico
como perpetrador de dicho daño; este tipo de violencia
existe cuando se
propician o se mantienen ciertas condiciones diferenciales o desiguales
para
con las personas, independientemente de si hay una relación
clara
sujeto-acción-objeto. Galtung (1969) se refiere algunas
veces a la condición de
violencia estructural como casos de injusticia social.
El caso de nuestra comunidad de
estudio es una clara muestra de la violencia estructural que el
gobierno ejerce
pues, al utilizar con y hacia las personas de la comunidad el discurso
de la
pobreza y de la ayuda necesaria, las coloca en una situación
de dependencia y
vulnerabilidad. Es entonces donde aparece PROSPERA como el programa que
les
ayudará a salir de esa pobreza. (SEDESOL, 2017, 29,
diciembre; Boltvinik, 2003;
Boltvinik, 2004).
A los operadores o encargados de
implementar el programa, se les demanda realizar ciertas actividades en
su
calidad de empleados del gobierno federal o estatal, lo que, a la vez,
les otorga
cierto poder sobre la población beneficiaria; en este
sentido, ellos reproducen
el discurso de la pobreza en su relación directa con las
mujeres titulares, lo
que contribuye a la desigualdad social y de género, producto
de la violencia
estructural. A continuación, se presentan algunos relatos de
las mujeres que
participaron en esta investigación, en donde se analiza la
reproducción de esta
narrativa y sus implicaciones a partir de su propia experiencia como
titulares
del programa.
“Si
aquí en este pueblo todos somos
pobres”: El discurso de la pobreza como estigma
Las
mujeres de la
comunidad relatan la forma como recibieron el discurso de la pobreza
por parte
del personal operativo de PROSPERA, desde quienes llegan a hacer las
primeras
visitas, hasta quienes van recurrentemente a la comunidad,[2]
(…) nos
preguntaron si queríamos estar, porque presidente nos estaba
ayudando dice, que
los pobres lo necesitan, dice, por eso este, nos ‘taba
ayudando dijeron. Así se
metieron algunas señoras, pues, antes y después
nos metimos nosotros (Delfina,
36 años).
Tal
como relata
Delfina, los operadores del programa no sólo las
señalaron como pobres, sino
que aludieron a la ayuda que les daría el presidente porque
lo necesitan. Con
ello, se oculta ante ellas la obligación del Estado de
garantizarles las
condiciones para un ejercicio pleno de sus derechos y las posiciona en
un lugar
de pasividad y agradecimiento al gobierno en turno por la ayuda
recibida para
su sobrevivencia alimentaria y la de sus familias:
Como toda
nosotra somo pobre y también la señora necesita
su apoyo… Pues cuando ´garran
[agarran] el ´poyo [apoyo] dentro de dos mese, ai compramo
alimentación, porque
nosotros somo pobre y no tenemos dinero, gobierno está
yudando un poquito y ahí
compramo alimentación (Jacinta, 32 años).
En
las observaciones
realizadas en el trabajo de campo en la comunidad, y a
través de entrevistas
informales, las investigadoras se percataron que el dinero que se
otorga a algunas
de las mujeres a través del programa, sólo les es
útil para comprar ciertos
alimentos básicos por dos días, a otras por
sólo unos pocos días más, –dependiendo
del nivel escolar de sus hijos, pues de eso depende el monto que se les
otorga–
después de lo cual, regresan a su situación de
carencia alimentaria hasta que
vuelven a recibir el apoyo económico después de
dos meses.
Aunque el programa lo considera en
sus reglas de operación (SEDESOL, 2014, 30 diciembre), en
esta comunidad las
mujeres no refieren haber sido incluidas en algún programa
productivo para
emprender una actividad que les permita la autosubsistencia y
más bien insisten
en la necesidad de ser ayudadas por ser pobres y porque ahí
“no hay trabajo”:
Ajá, dinero,
pues. Como somos muy pobre y no tenemos dinero y queremos que nos ayude
el
Gobierno para mandar como uniforme o zapato mochila, mi hija
está en la
escuela, mjm. Más que su beca pues, ajá, que le
mande para que nos ayude un
poco porque aquí no hay trabajo para trabajar y
¿onde van a salir dinero aquí?
No hay trabajo, ajá (Tania, 31 años).
Suárez
(2016) expresa que,
a las personas del campo, a lo largo de los años y con
reformas gubernamentales
que atienden a los intereses del capital, se les ha invisibilizado,
desvalorizado, excluido, despojado de sus derechos y se les ha
estigmatizado
como “pobres”, lo que tiene como
implicación que sean consideradas como
improductivas y que, por lo tanto, para satisfacer sus necesidades,
deban ser
ayudadas. Las mujeres de esta comunidad, a través de sus
narraciones, dan
cuenta de cómo el estigma de la pobreza es utilizado al ser
parte del programa
y cómo esa estigmatización fundamenta su
desvalorización, así como la
percepción de un gobierno ayudador y, a ellas, las posiciona
en el lugar de las
ayudadas, manteniéndolas así en una
situación de desigualdad que no favorece el
empoderamiento de las mujeres prometido a través del
programa.
“No,
no nos dijeron nada”:
La toma de decisiones en PROSPERA
Al
asignarles el
estigma de “pobres” se ignoran las necesidades de
las mujeres y, por tanto, no
se les toma en cuenta para la toma de decisiones, lo cual, al ser parte
del
discurso del mismo programa, es reproducido por las personas que lo
instrumentan a través de las actividades en que se
involucran en la comunidad,
tal como ellas lo relatan. Cuando llega el personal de PROSPERA al
pueblo, en
el mejor de los casos, “ofrecen” a las mujeres el
programa o les preguntan si
quieren ser inscritas, pero en general, se limitan a pedirles sus
documentos
para inscribirlas sin explicarles adecuadamente para qué es
y cómo funciona el programa,
con el único argumento de que es para ayudarlas. A pregunta
expresa, Beatriz
inicia diciendo “no nos dijeron nada” excepto que
era para la ayuda del
gobierno y añade que, hasta una siguiente visita, fue que
les dijeron el nombre
del programa y que luego vendría el
“producto”.
No, no nos
dijeron nada, nada más este, nos dijeron que usaban papeles,
acta y este CUR y
este, acta de los niños y ya (…)
Na´más es programa dicen, que es para que
llegue algo para ayudar el gobierno nos dijeron, por eso ya metieron
nuestro
papel y ya, para la otra ya vino el promotor y nos dijo que es programa
PAL Sin
Hambre, que es el puro produto que ya viene (Beatriz, 20
años).
En
este relato,
Beatriz también insiste en que el programa es una ayuda del
gobierno,
replicando el discurso y el estigma. No muy diferente fue el relato de
Diana,
quien recuerda el año en que se instauró el
programa “Progresa” en el pueblo a
partir de una encuesta que, como se sabe, es la evaluación
inicial que se suele
realizar para identificar la situación de pobreza de las
familias, condición
para ser beneficiarias del programa (SEDESOL, 2001, 15 marzo; SEDESOL,
2017, 29
diciembre), aunque esto no se les informó ni se les dieron
más detalles al
respecto en ese contacto inicial:
La primera vez
en ´98 empezaron a recibir el apoyo de Progresa,
ajá y este, pues así le
dijeron pues, “venimos a hacer una encuesta”, este
y después, este, a lo mejor
el gobierno le va a apoyar o nomás así le
dijeron, ajá, pero pues sí, ya llegó
este, la programa, ajá. Y después entramos
nosotros también, ajá. Pero ya
sabemos qué es la Pro… progresa (Diana, 34
años).
Estas
narraciones de las mujeres de la comunidad muestran cómo el
precio para obtener
o mantener la “ayuda” gubernamental, pasa por ser
despojadas de su derecho a la
información y a su toma de decisiones bajo el estigma de la
pobreza, que las
ubica en una situación similar a la de una
minoría de edad. Esta forma de
maltrato se ve agravada cuando, además, se les imponen
ciertas actividades no
acordadas como condición para mantenerse en el programa. Se
hablará de esto a
continuación.
“Cuando
habla vamos ir a barrer
allá”: Sobrecarga y estereotipos de
género
Dentro
de las condiciones de género que caracterizan la pobreza,
existe además la asignación
de ciertas tareas como parte de PROSPERA que son exclusivas para las
mujeres titulares,
lo cual, además de promover una mayor desigualdad, es una
muestra de injusticia
social; mientras las mujeres son las titulares, −por su
asignación histórica
como responsables del cuidado de los demás y del trabajo
doméstico, a partir de
lo cual se les imponen tareas relacionadas con dichos
deberes−, las
“beneficiarias” son las familias (SEDESOL, 2017, 29
diciembre).
Las personas encargadas de implementar
el programa en la comunidad, como parte de su trabajo, imponen a las
mujeres titulares
el hacer tareas específicas y supervisan su cumplimiento; se
trata de tareas
que reproducen los roles tradicionales, que forman parte de los
estereotipos de
género y que las sobrecargan de trabajo invisibilizado y no
reconocido, lo que
las confina a ciertos espacios y no les permite desarrollarse en otros.
Esas
tareas son extensión de las domésticas, tales
como barrer o limpiar, lo cual se
observa en las narraciones de las mujeres de la comunidad:
Namás este, cuando habla, vamos ir
a barrer allá (Beatriz, 20
años)
Eso es, ellos
quieren nomás que dan este, nomás así
les dan su apoyo, quieren pues, pero como
ellos nos piden que asemos [aseemos], asemos nuestros pueblo pues,
nuestro
pueblo y este, bueno, a mí sí me gusta este el
programa (Diana, 34 años).
La
permanencia de las mujeres en el PROSPERA está condicionada
tanto al
cumplimiento de esas tareas, extensión de las
domésticas, como a la utilización
“adecuada” del dinero o los productos que se les
dan, según lo establece el programa.
Ambos elementos denotan que la visión que se tiene desde la
institución
gubernamental desde donde se implementa el programa, es de que el papel
de las
mujeres consiste en responsabilizarse del cuidado y del bienestar de
los demás
miembros de sus familias, pero no como agentes, sino como quienes
tienen que
ser instruidas desde una posición de
subordinación. Si ellas no cumplen,
entonces serán responsables de que sus familias no tengan el
“apoyo” que el
Gobierno les “regala”. Esto es parte de la
violencia estructural que va
teniendo implicaciones emocionales en las mujeres, como el miedo a
dejar de ser
ayudadas, tal como se verá en el siguiente apartado.
“Hacemos las cosas
que nos piden porque
tenemos miedo”:
La manipulación como violencia
Galtung
(1969) expresa que también existe violencia estructural
cuando se manipula a
las personas, o bien, cuando los recursos son monopolizados por un
grupo o son
usados para propósitos diferentes al desarrollo de las
personas. El gobierno es
el que “tiene” y distribuye los recursos y, a
partir de esa posición, mantiene
a las comunidades en circunstancias particulares de pobreza,
dependencia y
miedo, en particular cuando hablamos de PROSPERA. En este sentido,
existe
violencia cuando se distribuyen los medios o recursos
“castigando” a quien desacate
lo que la instrucción disponga que se debe hacer; definiendo
lo correcto o
incorrecto de las prácticas para, en función de
eso, distribuir los recursos; o
bien, cuando se recompensa a las personas por hacer lo dispuesto como
correcto.
Esta clase de violencia se expresa de
manera clara en la comunidad de estudio: el miedo a perder el apoyo que
refieren las mujeres es una manifestación de los efectos de
la manipulación a
través de la amenaza por parte de los promotores del
PROSPERA, en representación
de quienes deciden sobre la distribución de los recursos. Al
atribuirles a las
mujeres un papel de “corresponsabilidad” se les
exige la realización de ciertas
tareas para continuar dentro del programa; al cumplir con estas
demandas son
recompensadas con su permanencia, pero si no lo hacen, se les amenaza
con
expulsarlas. Algunas de las mujeres entrevistadas refieren que tienen
miedo de
que las den de baja del programa, o bien, que “tienen
que” hacer lo que se les
dice, porque de lo contrario, les quitan el “apoyo”
que les dan:
Aaaah… no se,
no, pues siempre lo hacemo, siempre hacemos las cosas que nos piden
ellos
porque tenemos miedo que nos quiten el programa (Tomasa, 25
años)
Sí dicen que si
no vamos nos van a poner este… nos van a quitar los que nos
dan pues (Beatriz,
20 años).
La
manipulación a
través de generar miedo de perder la
“ayuda” fue relatada por la mayoría de
las
mujeres, como una explicación del por qué ellas
han estado dispuestas a
realizar cualquier actividad que les soliciten los promotores del
programa.
Esta forma de violencia estructural es implementada de manera directa
por
ellos, pero no debe olvidarse que forma parte de una lógica
gubernamental y que
ésta es una de sus expresiones. Cabe señalar que
las mujeres difícilmente le
dan el nombre de violencia o maltrato, aunque manifiestan su malestar
ante lo
vivido; sin embargo, existen casos en que las mujeres sí le
ponen nombre y es cuando
perciben la violencia o maltrato de manera más directa, como
lo muestra el
siguiente apartado.
“A
veces este, nos provechan, nos maltratan”: La violencia
directa
La
violencia
estructural que existe en PROSPERA facilita o promueve el uso de la
violencia
directa: los actores involucrados en los diferentes niveles del
programa están
sujetos a cumplir con las normas de operación, por lo que
tienen que llevar a
cabo ciertas actividades de supervisión y/o
revisión con el objetivo de
reportar o decidir quién continúa dentro del
programa y a quién se le da de
baja; esto parece darles la posibilidad de ejercer cierto poder que se
traduce
en violencia directa hacia las titulares. En esta comunidad las mujeres
expresan que son maltratadas por quienes implementan el programa en su
pueblo.
El personal de PROSPERA, los
promotores, las enfermeras y/o los médicos, maltratan
directamente a las
mujeres de la comunidad, ya sea al disponer de su tiempo sin
consultarlas; al
insultarlas o expresar algunas palabras despectivas directamente hacia
ellas o
frente a ellas, o bien al decirles que deben hacer cosas que ellas no
quieren
hacer o al “no darles permiso” para faltar a alguna
cita. El discurso de ser
pobres también es una herramienta para maltratarlas al
mencionarles que, debido
a eso, ellas deberán asumir lo que sea que se les pida, con
tal de recibir la
“ayuda” o el “apoyo” que
“el gobierno les da”.
Las mujeres de la comunidad narraron
que, con frecuencia, no les avisan cuándo
llegarán los promotores o los médicos,
o que les avisan sólo un día antes y ellas tienen
que estar en el momento que
se les diga en el lugar de reunión y deben dejar de hacer
sus actividades o
reorganizarlas, como lo menciona Tomasa:
Mmmmmm… siempre
nos avisa un día antes y, si tenemos trabajo lo dejamos un
ratito y vamos por
donde dicen de allá (Tomasa, 25 años)
Refieren
que, en otras ocasiones, aunque les convoquen con
anticipación a las reuniones,
siguen disponiendo de su tiempo sin respeto, porque las citan para no
darles
nada y para no hacer nada:
(…) porque hay
a veces que vienen, nomás nos citan y ya, nos sentamos
ahí y nomás revisan a
las mujeres embarazadas y no nos dan nada y nomás pasamos
una hora ahí sentadas
sin hacer nada (Tomasa, 25 años).
O
bien, tienen que
pedirle permiso al médico para que las deje faltar y
así, él hace uso de ese
poder para decidir si les otorga el permiso o no:
Este a vece voy
y hablo con el dotor, si me da permiso para ir, que tengo pues, trabajo
tengo…
a veces no quiere, el médico no me quiere dar, a vece
sí (Manuela, 25 años).
Esas
son las formas en
que los encargados del programa ejercen violencia sobre las mujeres de
la
comunidad, al disponer del tiempo y hacer uso del poder,
invisibilizando el
trabajo que ellas hacen en sus casas o en el campo y desvalorizando sus
actividades
cotidianas. Lo que narra Diana permite ver, además,
cómo el discurso de la
pobreza también es utilizado para obligarlas a cumplir con
la asistencia en el
momento que se los soliciten, en este caso, habla respecto al
médico:
(…)
porque como aquí trabaja pues, como ellos dicen,
aquí somos pobres y tenemos que
trabajar para comer y el doctor no dice nada. “Tiene que
estar aquí”, dice el
doctor y eso es lo que se enojan las señoras, pues, escucho
lo que dicen y pues
a mí también, porque cuando estamos luego
(…) pero a veces el doctor este nos
avisa cuando viene, pero a veces no, ay y ahí se,
sí se enojan las
señoras (Diana, 34 años).
A
pesar de las formas
que se utilizan para obligarlas a cumplir con la asistencia es
interesante
observar cómo ellas manifiestan su descontento. En la
narración que se presentó
arriba, Diana habla de que algunas mujeres se enojan, lo cual, aunque
ellas
obedezcan y cumplan, es una muestra de que, a pesar de todo, ellas
manifiestan
su inconformidad, por lo pronto, con el enojo. Otras veces, refieren
las
mujeres, se sienten maltratadas y son conscientes de que se
están aprovechando
de ellas y, ante la queja, se exponen al regaño como
castigo:
Sí dicen, sí
habla ellas, pero no, ¿cómo diré?... a
veces este, nos provechan, nos maltratan
(…) ajá, nos regañan (…)
Sí, sí nos queja y ya nos regaña y ya
todo eso
(Beatriz, 20 años).
También
valoran negativamente el que las obliguen a hacer cosas que ellas no
quieren
hacer:
Porque es mal,
por qué nos maltratan, por qué nos dice, nos
está obligando unas cosas que no
queremos hacer pues. Mjm, para mí es malo digo yo
(…) (Delfina, 36 años).
El
discurso de Delfina muestra, como lo han narrado otras mujeres, que
ellas se
percatan de que es incorrecto que les obliguen a hacer aquello con lo
que no
estén de acuerdo, independientemente de que al final lo
hagan. Puede observarse
en los discursos cómo algunas de ellas han desarrollado
conciencia de
desigualdad, de injusticia, de ser violentadas, aunque sólo
miren la violencia
directa a partir de las acciones del personal de PROSPERA y no que
ésta es
facilitada o perpetrada por el gobierno, que es la violencia
estructural que
está de fondo en la implementación del programa.
Para ellas, el gobierno es el
que otorga la “ayuda” por ser
“pobres”, pero es el personal con quien tienen
contacto directo, el que las maltrata.
Conclusiones
Los
estudios en los que se presenta en primera persona y como protagonistas
a las
mujeres encargadas del cuidado de los otros contribuyen a los esfuerzos
que,
desde el feminismo, se vienen realizando para que las mujeres en
general, y en
particular aquéllas que han sido vulneradas por
políticas gubernamentales, dejen
de ser vistas como seres pasivos, objetos y objetivos de acciones
de
políticas públicas o de estudios patriarcales que
perpetúan su papel
tradicional; estos estudios también muestran una manera de
ver y hacer las
cosas diferente porque permiten comprender la propia experiencia de las
mujeres
desde su propia voz.
El
presente trabajo pretendió contribuir a su
visibilización
a través de las experiencias de las mujeres titulares de
PROSPERA, en este caso
en lo referente a la violencia estructural. El objetivo fue explorar la
forma
como las mujeres mixtecas de una comunidad del Estado de Guerrero
experimentan
su papel como titulares de dicho programa ante la violencia que se
ejerce a
través de éste.
Es
importante mencionar que en las reglas
de operación de
PROSPERA se dice que éste fue diseñado con
perspectiva de género (SEDESOL, 2014,
30 diciembre) por incluir a las mujeres como titulares y
corresponsables del
programa, sin embargo, contar con la experiencia de ellas nos
permitió
identificar otras aristas. A través de sus relatos se
identificaron condiciones
de dependencia, violencia local, institucional y estructural que
contribuyen a
perpetuar el papel que las ha mantenido en desventaja y desigualdad.
Por
otro lado, pero no alejado del punto anterior,
cabe señalar que este programa explícitamente
señala haber sido diseñado para
el “combate a la pobreza” (SEDESOL, 2014, 30
diciembre) y ese discurso de la
“pobreza”, al igual que el de
“género”, parece contradecirse a partir
de la
experiencia de quienes son las “titulares” del
programa. Ellas, a
partir de su interacción con los
promotores de éste, se denominan a sí mismas como
“pobres” que necesitan
“ayuda”. Este discurso es promovido por el propio
gobierno mexicano y
reproducido a través de medios de comunicación,
además de ser repetido innumerables
veces de manera directa a las mujeres durante la
instrumentación del PROSPERA, como
una forma quizás de impactar en su subjetividad y
mantenerlas en condiciones de
dependencia y desigualdad respecto a otros grupos sociales y respecto a
los
hombres de sus comunidades.
Cuando desde el gobierno se designa
a las personas como “pobres” y cuando desde el
PROSPERA se promueve o facilita
el maltrato hacia las mujeres titulares “pobres”,
se puede decir que se está
ejerciendo violencia estructural en contra de ellas (véase
Galtung, 1969). Esto
es cierto también si, como ellas lo narraron, la
información respecto del
programa es incompleta y su participación es impuesta
más que acordada. También
relataron la obligación, impuesta por el programa, de
realizar tareas
diferenciadas que son extensión de las
domésticas, lo cual es otra expresión de
este tipo de violencia, pero también de una
reproducción clara de los patrones
de género que mantienen a las mujeres en una
posición de subordinación.
La
producción discursiva del Estado en relación con
las mujeres como “pobres” y, por tanto, necesitadas
de ayuda, provee de
etiquetas que, siguiendo a Villarreal (2000), se utilizan para definir
estatus
sociales y para establecer relaciones de subordinación.
Así, el Estado, al
etiquetar a las mujeres titulares del programa, al utilizar el discurso
de la
pobreza y al asignarles ciertas tareas, no sólo
está ejerciendo violencia, sino
también un poder sostenido institucionalmente.
También la
“corresponsabilidad” a
que están condicionadas las titulares para seguir siendo
parte del programa
representa un mecanismo de control y violencia sobre ellas y las obliga
a
ajustar sus actividades cotidianas en función de las
actividades de éste, utilizando
el miedo a ser expulsadas del programa si se oponen a cumplir con
alguna
condición. Este es un riesgo que no pueden correr dada su
condición de mujeres
que son mantenidas en condiciones de “pobreza” ante
un gobierno que controla
los recursos y los distribuye a discreción. Esto, sin contar
la mayor carga de trabajo producto de dichas
actividades, lo que les
obstaculiza, tanto en organización como en tiempo, la
realización de sus
actividades cotidianas en su casa y/o en el campo (Torres, Tena,
Vizcarra &
Salguero, 2018), no se diga su organización colectiva para
proponer formas
diferentes de apoyo o para emprender otro tipo de actividades, incluso
las productivas
remuneradas.
Por
otro lado, creemos que un programa que fuera diseñado con
perspectiva de género
tomaría en cuenta que las mujeres han sido y son a quienes
se les asigna el
trabajo de cuidado y que éste no se ha considerado como una
responsabilidad
social sino como un tema privado y como un asunto de mujeres (Carrasco,
2001). Así
que, un programa con perspectiva de género
contribuiría a transformar este
estado de cosas y no a su reproducción.
A partir de lo que las mujeres
narraron, se encontraron ciertas contradicciones e incluso un doble
discurso en
las bases mismas del programa bajo un análisis de
género. Por un lado, se les
asigna la titularidad por ser las encargadas del cuidado de sus
familias, pero
por otro, no se reconoce dicho trabajo, generándoles una
sobrecarga, al no
considerar sus múltiples actividades en la casa y en el
campo, que se ven
agravadas con las exigidas por el programa, con importantes
implicaciones en el
uso de su tiempo.
Todo lo anterior contribuye también
a confinar a las mujeres a ocupar sólo cierto lugar en la
comunidad y se
obstaculiza su entrada o participación en espacios
diferentes al doméstico. Con
base en ello y, como escribe Carrasco (2006), no se está
dando respuesta a un
tema fundamental que repercute tanto en dificultades de
organización del tiempo
y del trabajo de las mujeres, como en el bienestar de todas las
personas.
Sen (1997) menciona que las
experiencias con los programas destinados a combatir la pobreza pueden
ser
exitosos si se considera a las personas a quienes están
destinados, incluyendo
a participantes y colaboradores activos. Como la misma autora lo
menciona en su
explicación sobre el empoderamiento, el real acceso a los
recursos es uno de
los elementos que lo puede promover. Sin embargo, se podría
suponer que, en la
aplicación de esta clase de programas, existen otros
objetivos latentes, como
podría ser el mantenimiento del control sobre las
poblaciones históricamente
vulneradas, lo cual, a decir de Suárez (2016), es
conveniente para los planes
del capital y, se añadiría, del poder
político-electoral.
Si
bien es cierto que, como señala Villarreal (2000), las
mujeres del campo participan activamente en la producción de
su identidad como
sujetas-de-desarrollo, lo cual les permite abrir ciertos espacios de
maniobra y
acceso al poder, en el caso de las mujeres de esta comunidad,
encontramos que su
incidencia en la transformación del programa es limitada y
los espacios de resistencia
ante la violencia estructural son meramente discursivos. A
través del programa PROSPERA,
el discurso estatal reproduce el papel histórico de las
mujeres y, al ignorar
sus necesidades, su trabajo y el valor de sus actividades a
través del
ejercicio del poder y la violencia, mantiene circunstancias que
facilitan y/o
promueven situaciones en las que se les dificulta el margen de
movimiento y
toma de decisiones.
Algunas de las mujeres entrevistadas
para el presente trabajo resisten, por lo pronto de manera discursiva,
ante la
violencia y el poder ejercidos por el Estado, poniéndole el
nombre de
“maltrato” y a través de manifestar no
estar de acuerdo con muchas imposiciones;
otras mujeres, además, muestran una conciencia social al
reconocer lo inapropiado
de ciertas acciones del Estado hacia ellas. Aunque la
manipulación y el miedo
continúen, como forma perversa de violencia que les
dificultará y hará mucho
más lenta su posibilidad de organizarse y generar un cambio,
ellas continuarán
resistiendo y transgrediendo hasta la medida de poder mantener un poco
de eso
que refieren como “apoyo”.
Lo
cierto es que es indispensable continuar proponiendo
investigaciones que muestren a las mujeres en realidad como mujeres
que, bajo
ciertas condiciones, tienen la capacidad de organizarse, de tomar
decisiones y
de, en corresponsabilidad con hombres de su comunidad y del Estado
mismo, impactar
en la transformación de la situación vivida, en
aras de una mayor igualdad de
género y, como señala Vizcarra (2008), contribuir
a cambios importantes tanto
dentro de sus familias como de sus comunidades y de sus
países.
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Xochitl
Karina Torres Beltrán
Mexicana.
Licenciada en Psicología por la Facultad de Estudios
Superiores (FES) Iztacala
de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). Actualmente es doctorante
del Programa de Doctorado en Psicología de la UNAM. En el
campo laboral se
desempeña como Técnica Académica de
Tiempo Completo en la FES Iztacala, donde
es miembro del grupo de Investigación de
Educación para la Salud y Estilos de
Vida. Sus líneas de investigación son:
hábitos de alimentación y alimentación
y
feminismo en comunidad rural.
Olivia
Tena Guerrero
Mexicana.
Doctora en
Sociología por la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM). Investigadora
y profesora adscrita al Centro de Investigaciones Interdisciplinarias
en Ciencias
y Humanidades (CEIICH) de la (UNAM), en el Programa de
Investigación Feminista.
Fue Coordinadora del Programa de Investigación Feminista
(2007-2011) y del
Diplomado “El Feminismo en América Latina,
aportaciones teóricas y
vindicaciones políticas” (2009-2011) en el CEIICH
de la UNAM. Es autora de
diferentes publicaciones relacionadas con los estudios sobre la
condición
masculina desde una perspectiva feminista. Es miembro del Sistema
Nacional de Investigadores
nivel II. Entre sus publicaciones más recientes se cita:
Tovar-Hernández, D.M y
Tena, G. O. (2017). Mujeres nahuas: desapropiando la
condición masculina. Revista
Culturales, 5 (2). Pp. 39-65. e-
ISSN 2448-539X.
[1] Omitimos el nombre de la comunidad por un
acuerdo de
confidencialidad con las mujeres que participaron en esta
investigación, pues
algunas de ellas temen que al hablar del PROSPERA les quiten el
“apoyo” del
programa.
[2] Las autoras
decidimos respetar el habla de las mujeres, transcribiendo y citando
literalmente sus palabras, a sabiendas de que el español no
es su lengua
materna. Además, siendo nuestro interés que sean
ellas quienes se expresen,
consideramos que su narrativa, tal como se presenta, es parte misma de
sus
experiencias, de su identidad, de su contexto y de sus formas de vida.