Guerra
de castas y escasez de alimentos en la ciudad de Campeche. 1847-1850
Carlos
Alcalá Ferráez
https://orcid.org/0000-0003-3955-9437
Universidad
Autónoma de Yucatán
carlos.alcala@correo.uady.mx
Resumen: El artículo explora cuáles
fueron los
efectos de un conflicto armado en relación con la
distribución de alimentos en
la ciudad de Campeche. A partir de la utilización de
categorías teóricas como
calamidades, desastres y vulnerabilidad, así como de la
revisión de fuentes
documentales, se identifican las acciones de las autoridades
competentes para
mitigar los efectos de esta situación. Estos acontecimientos
son un detonante
para el análisis de las condiciones sociales y el
funcionamiento de sus
instituciones en coyunturas de crisis. Concluye que durante la guerra,
los
indígenas sublevados incendiaron unidades productivas en
diversos sitios,
situación que propició carestía de
alimentos y la emigración de sobrevivientes
a la ciudad de Campeche. Los funcionarios locales establecieron
diversas medidas
para mitigar el desabasto de granos. Sin embargo, la
distribución de víveres no
fue la adecuada debido a la especulación de precios y su
apropiación por parte
de las autoridades militares.
Palabras
clave: guerra,
calamidades, desastres, vulnerabilidad, escasez de alimentos.
Abstract: The present work explores the
effects of an armed
conflict in relation to the food distribution in the city of Campeche.
By means
of theoretical categories such as calamities, disasters and
vulnerability, as
well as documentary source revision, the actions by the competent
authorities
to mitigate the effects of this situation were identified. These events
are a
trigger to analyze the social conditions and institutional functioning
in
crisis junctures. It is concluded that during the war, the risen
natives set
fire to production units in various sites; which led to a price
increase of
food and migration of survivors to the capital city. Local officers
established
various actions to mitigate the grain shortage. However, the supply
distribution was inadequate due to price speculation and appropriation
by the
military authorities.
Keywords: war, calamities, disasters,
vulnerability,
food shortage.
Traducción:
Andrés
Escalante Tió, Universidad
Autónoma de Yucatán
Cómo
citar:
Alcalá Ferráez, C. (2019). Guerra
de castas y escasez de alimentos en la ciudad de Campeche. 1847-1850.
Culturales, 7,
e407. doi: https://doi.org/10.22234/recu.20190701.e407
Recibido: 23 de junio de
2018
Aprobado: 20 de
noviembre de 2018
Publicado: 28 de
junio de 2019 |
Introducción
La primera
mitad
del siglo XIX se caracterizó por la inestabilidad
política, económica y social
en el México independiente y Yucatán no estuvo
ajeno a este contexto. La
confrontación entre las facciones ideológicas
requirió el apoyo de los mayas a
cambio de reducir sus cargas fiscales (véase Flores, 2010). En
la
década de 1840, la península estuvo separada de
la república mexicana y declaró
su neutralidad durante la invasión norteamericana
(véase Campos, 2002). Sin
embargo, el incumplimiento hacia los indígenas
propició un enfrentamiento
armado conocido como la guerra de castas, cuyo periodo más
álgido se presentó
entre 1847 y 1850.[1]
Las tropas rebeldes
incendiaron los sembradíos de las unidades productivas por
lo que además de la
mortalidad en los campos de batalla, la escasez de maíz
incrementaba el riesgo
de una crisis de subsistencia y, por lo tanto, una hambruna
generalizada.
La
ausencia de productos agrícolas también fue
consecuencia de fenómenos
meteorológicos, enfermedades epidémicas[2]
y las
migraciones internas. Eran conocidos como calamidades[3]
e
incidieron en la evolución demográfica de la
península yucateca durante el
periodo colonial (Cook y Borah, 1977 y García, 1978). Nancy Farriss menciona que
“la región estaba
expuesta a huracanes que podían destruir toda la cosecha de
un año, así como a
periodos de sequía, que se producían cuando las
lluvias de verano eran
demasiado escasas o caían todas juntas; para complicar
aún más el panorama
colonial, las temporadas secas solían verse
acompañadas de plagas de langostas”
(1984, p. 106). Por lo general, las hambrunas se producían
por una distribución
ineficiente de víveres y, en ocasiones, se tenían
que importar granos, que
provenían tanto de la Nueva España, como de
poblados que formaban parte de los
Estados Unidos.[4]
Los principales receptores
de este producto se encontraban en Campeche y Mérida, pero
ante la escasez, los
tratantes de grano y las autoridades se dirigían al campo
para adquirir el maíz
disponible. Esto generaba el acaparamiento y otras prácticas
ilegales para la
venta del producto. Sin embargo, la gente que vivía en los
asentamientos más
populosos podía acceder a la caridad privada y a la entrega
pública del grano
(Farriss, 1984).[5]
Estas prácticas se
repitieron durante la primera mitad del siglo XIX.[6]
Además
de las causas naturales[7]
la
escasez de víveres puede darse por intervención
del hombre. Este artículo
analiza la reacción de las autoridades de la ciudad de
Campeche ante una crisis
agrícola causada por un conflicto armado. En primer lugar,
presentaré datos del
distrito y la ciudad de Campeche respecto a la población,
así como de sus
actividades económicas, las cuales estaban en riesgo. En
segundo lugar,
describiré los acontecimientos más destacados que
se suscitaron en el puerto,
la situación de alarma y las noticias del avance de los
rebeldes. Por último,
destacaré las medidas para contrarrestar la
carestía de granos, las fuentes de
abastecimiento y las dificultades para su distribución.
Se
parte del concepto de vulnerabilidad, entendido como el riesgo de
sufrir daños a partir de una serie de fenómenos
por acontecimientos de orden
externo, en este caso, un conflicto armado, que si bien, la
vulnerabilidad
disminuye en intensidad, los efectos pueden prolongarse y generar
desastres.
(Labrouneé
y Gallo, 2005). Sin embargo, estos sucesos pueden mitigarse con medidas
preventivas (Sánchez y Egea, 2011). La mitigación
burocratizada se define como
las acciones desarrolladas por los funcionarios del Ayuntamiento
campechano,[8]
quienes a través de comisiones y la creación de
Juntas de Auxilios “asumen como
parte de sus tareas dicha labor y que la ejercen de manera autoritaria
o
paternalista por encima de las creencias, convicciones y costumbres de
una
sociedad” (García, 2008, pp. 49-50), pero
solamente se realizaban en una
coyuntura de crisis. En un marco social,[9]
la
vulnerabilidad es un concepto dinámico en el que entran en
juego tanto las
circunstancias externas, como la capacidad de reacción de
los implicados
(Labrouneé y Gallo, 2005). [10]
Para
la elaboración de la investigación, en primer
lugar, utilicé información
relacionada con el distrito, el partido y el puerto de Campeche, que
permitió una
descripción de las actividades económicas de esta
zona, así como los
antecedentes inmediatos al conflicto. Los impresos, como las memorias
de
gobierno, reportes de estadística y testimonios de viajeros,
fueron esenciales
en estos apartados. En segundo lugar, revisé los expedientes
de los archivos
generales de Yucatán y Campeche, relativos a los
acontecimientos de la guerra
de castas en las inmediaciones del puerto, el apoyo a los refugiados y
las
disposiciones para mitigar la escasez de maíz.
El distrito de Campeche y el puerto
En 1846, Yucatán se dividía en 5 distritos y cada uno de ellos en partidos. El correspondiente a Campeche tenía 5 partidos: Campeche, Carmen, los Chenes, Hecelchakán y Sabancuy (mapa 1).
Mapa 1. Distrito de Campeche. 1861.
Fuente: Taracena y Pinkus (2010).
El
número de
habitantes se estimaba en 82 232 personas (tabla 1) y la mayor densidad
de
indígenas se registró en los Chenes (Lapointe,
1983). Según diversas
estimaciones, en 1832, la población del puerto de Campeche
fue calculada en 20
000 habitantes, aproximadamente Alcalá (2015).
Después de la epidemia de cólera, que
en 1833 afectó a gran parte de la república
mexicana, las distintas
estimaciones mencionaron cifras entre 12 000 y 16 000 personas
(Alcalá, 2015).
Tabla 1.
Población de los partidos del
distrito de Campeche, 1846.
Partidos |
1846 |
Campeche |
21
446 |
Hecelchakán |
22
656 |
Chenes |
25
869 |
Champotón |
6
296[11] |
Carmen |
5
965 |
Totales |
82
232 |
Partidos |
Unidades productivas |
Campeche |
41 |
Hecelchakán |
96 |
Chenes |
127 |
Champotón |
44 |
Carmen |
182 |
Total |
490 |
En
cuanto a las actividades económicas, la ganadería
era una importante fuente de
ingresos para los hacendados; se reportan la cría de
caballos, mientras que los
asnos, mulas y bueyes eran los necesarios para el trabajo y el
transporte de
productos (Bracamonte, 1993). El principal producto de
exportación de esta zona
era el palo de tinte, actividad que se realizaba principalmente en los
ranchos
forestales de los partidos del Carmen y Seybaplaya (Lapointe, 1983). En
relación con la agricultura, el maíz se cultivaba
para el comercio y el
abastecimiento del mercado interno, mientras que el principal granero
se
encontraba en la zona de los Chenes. El arroz, debido a su
procesamiento, no
podía competir con el que se producía en los
Estados Unidos (Bracamonte, 1993).
Respecto
a la caña de
azúcar, a partir de la independencia de México,
pese al cierre del comercio con
Cuba, las unidades productivas del partido de los Chenes fomentaron su
producción (Bracamonte, 1993). Esto se debió al
descubrimiento de fuentes de
aprovisionamiento de agua, lo que generó un incremento de
asentamientos en esta
zona durante las primeras décadas del siglo XIX (Lapointe,
1983). Por
consecuencia, durante la década de 1840, este producto fue
uno de los objetivos
de los comerciantes campechanos para su exportación, pero la
secesión con la
república mexicana dificultaba este proceso (Lapointe, 1983).
El
puerto de Campeche se encontraba en el partido del mismo nombre.
Contaba con un
recinto amurallado que, junto con los barrios de Guadalupe, San
Román y Santa
Ana, formaron parte de la parroquia del Sagrario, mientras que la de
San
Francisco abarcaba el suburbio del mismo nombre y el de Santa
Lucía (Alcalá,
2015). En el muelle se encontraba la pescadería y se
efectuaban las actividades
mercantiles; sin embargo, no podían atracar grandes
embarcaciones, estas
permanecían a cierta distancia del puerto o anclaban en un
sitio conocido como
el Pozo (Regil, 1853). Entre los principales edificios destacaban,
además de
las iglesias, el hospital San Juan de Dios, el colegio de San Miguel de
Estrada,
un teatro y la Casa de Beneficencia. Mientras que en el barrio de San
Román se
ubicaba el Hospital San Lázaro (Alcalá, 2015).
Las
principales actividades económicas del puerto eran el
intercambio de productos
tanto del interior como del exterior de Yucatán,
principalmente con los puertos
del Golfo de México, la recolecta de sal y la industria
naval. Entre 1821 y
1827, la política arancelaria de la república
mexicana le concedió privilegios
a este sitio; sin embargo, en 1837, estos se perdieron y junto con
otros
factores, tales como la epidemia de cólera de 1833 y la
guerra de castas,
dieron como consecuencia la decadencia de la ciudad (Sierra, 1991).
Hacia el
interior del partido de Campeche, los habitantes de los pueblos se
dedicaban a
la pesca, a la agricultura de subsistencia y al trabajo temporal en las
salinas. Los indígenas se encontraban acasillados por deudas
en las unidades
productivas (Lapointe, 1983). En
términos generales, la economía de la zona, tal
como en el resto de la entidad
y el territorio mexicano, era de carácter
agrícola. La importancia del partido
de los Chenes radicaba en el incremento de sus unidades productivas,
que se
dedicaron al cultivo de caña de azúcar y
maíz, por lo que eran el principal
distribuidor de grano hacia la ciudad de Campeche. Posición
estratégica ante un
eventual movimiento armado.
El puerto de Campeche durante la guerra de castas:
1846-1848
Desde la
década
de 1830, la pugna nacional entre las facciones federalistas y
centralistas también
se reflejó en territorio peninsular. A partir de 1835, el
centralismo dominó en
Yucatán, hasta que el 24 de mayo de 1839, Santiago
Imán (Taracena, 2013)
se levantó en
armas, pero ante las derrotas
iniciales buscó el apoyo de los indígenas,
ofreciendo la devolución de sus
tierras y la supresión de las obvenciones a la iglesia. En
febrero de 1840, sus
tropas tomaron Mérida, desconocieron el sistema centralista
mexicano y el 6 de
junio ocuparon el puerto de Campeche (Campos, 2002).
En
1841 el gobierno estatal proclamó una
constitución y las autoridades
nacionales prohibieron el intercambio comercial con los puertos
peninsulares.
En 1842 fracasaron las negociaciones para la reincorporación
al territorio
nacional y la entidad fue invadida; pero ante los reveses de sus
incursiones,
las tropas mexicanas se retiraron y el 14 de diciembre de 1843, la
península
aceptó reincorporarse a México con la
condición de mantener el libre comercio
(Campos, 2002). Un año después, este acuerdo fue
anulado y por lo tanto, se
presentó otra escisión.
Por otra parte,
el 13 de mayo de 1846, Estados Unidos le declaró la guerra a
México y ante la
necesidad de efectivos militares, se reconoció el sistema
federal y la anexión
de Yucatán. (Campos, 2002).
El
8 de diciembre, Domingo Barret, jefe político del distrito
de
Campeche, se pronunció contra las autoridades estatales para
que se
restableciese en la Constitución local de 1841 los acuerdos
de 1843, que
permitían la exportación de productos locales
hacia puertos mexicanos y que las
tropas yucatecas no salieran de la península. Este
levantamiento contó con el apoyo
de los indígenas, a quienes se les prometió la
eliminación de impuestos.
Después de un mes de lucha armada, los funcionarios
estatales dimitieron, Barret
asumió la gubernatura, proclamó la neutralidad en
la guerra contra los Estados
Unidos y retrasó la unión con México
(Campos, 2002). Sin
embargo, los mayas no depusieron las
armas y se dedicaron a saquear pueblos ante la ineficacia del
ejército para
someterlos.
Karl
Bartholomeus Heller, naturalista de origen alemán, estuvo en
el
puerto de Campeche durante este periodo y de acuerdo con sus
testimonios,[13]
las noticias sobre un levantamiento
de los indígenas era una constante y durante el primer
semestre de 1847:
[…]
llegó una noticia desoladora del interior, a saber, que
más de
mil indios se habían alzado contra la población
blanca y amenazaban con
aniquilar todos los lugares […] Esta guerra de castas apenas
comenzaba y ya
podía verse que los indios estaban decididos a ser
aniquilados antes que
vencidos. Su ejército alcanzó pronto los 8000
hombres y cometía las mayores
atrocidades […] Había llegado la hora de que las
dos ciudades rivales hicieran
la paz, si no querían ser víctimas de los indios
insurrectos, quienes ya se
habían adueñado de varios sitios y
habían asesinado a todos los blancos (1987,
p. 210).
Durante el segundo
semestre de 1847, Santiago Méndez envió a la
guardia nacional. De acuerdo con
Heller, en el puerto se formó un batallón en el
que se incluyó a los civiles y
extranjeros para mantener la seguridad del poblado: “Nadie
quedó exento y hasta
yo tuve que acomedirme, de acuerdo con el orden fijado, a patrullar
durante la
noche, lo cual no nos pesaba demasiado ya que lo hacíamos en
compañía de buenas
amistades” (1987, p. 247).
A
pesar de estas vicisitudes, durante el año de 1847, las
festividades como el
carnaval, la procesión del viernes santo y la feria de San
Román, no se
suspendieron e incluso, en el mes de octubre, una
embarcación norteamericana,
al mando del comodoro Matthew Perry, arribó al puerto.
Durante su estancia, que
fue de cinco horas aproximadamente, visitó a algunos
personajes importantes de
la ciudad, entre ellos, a los hermanos Camacho (Sellen 2010),
sacerdotes que
tenían un museo con una colección de objetos
mayas (El Comodoro Perry, 1847).
En
1848, y ante la falta de recursos económicos para sostener
la guerra,
Santiago Méndez, gobernador del estado, fracasó
en sus intentos de obtener
ayuda por parte de España, Inglaterra y Estados Unidos. Al
mismo tiempo, se
establecieron negociaciones con los rebeldes para finalizar el
conflicto; el 19
de abril se firmaron los Convenios de Tzucacab y Miguel Barbachano fue
nombrado
gobernador, pero los sectores radicales del movimiento no reconocieron
estos
acuerdos.
En
un principio se mencionaba que las malas noticias eran exageraciones,
pero las corrientes migratorias de los habitantes de los partidos de la
Sierra
y los Chenes (Ramos, 1848a)[14]
hacia el puerto de Campeche confirmaban la verdadera naturaleza del
enfrentamiento armado (Sobre nuestras cosas, 1848; Departamento de
Campeche, 1849).
En abril de 1848, la situación era delicada. Ante el avance
de los sublevados en
Hopelchén, los habitantes del pueblo de Hampolol se
trasladaron al puerto (Montejo,
1848). Los cuerpos militares prepararon su defensa y en mayo se
convocó a una
junta de vecinos para recaudar fondos que permitieran solventar
diversos gastos
relacionados con el conflicto (Ramos 1848a).
Mientras
tanto, los rebeldes tomaron los pueblos de Hecelchakán y
Tenabo
(Ramos, 1848b), por lo que, los indígenas residentes en
pueblos y unidades
productivas que no habían sido atacadas requerían
un pasaporte proporcionado
por el juez de paz, el alcalde o, en su caso, del mayordomo o el amo de
la
unidad productiva en la que residieran (Ramos, 1848c). El
cónsul francés
mencionaba la gravedad de los acontecimientos y afirmaba que el puerto
caería
en manos de los indígenas. Santiago Méndez
solicitó armas a los almirantes de
las embarcaciones norteamericanas, que habían decomisado al
ejército mexicano
en Veracruz, para los soldados que defenderían la ciudad
(Reed, 1985).
Las
unidades productivas del partido de Hecelchakán y las
cercanas a la
ciudad eran atacadas. Ante la inseguridad, las autoridades locales
solicitaron
al gobierno del estado, más efectivos militares para que se
trasladasen a poblados
cercanos y detener así el avance de los sublevados
(Martínez, 1848b). Ante el
fracaso de las gestiones de Santiago Méndez con potencias
extranjeras, se envió
una comisión a la ciudad de México para solicitar
apoyo económico, de armas y
municiones. Para este entonces, las autoridades mexicanas
habían firmado los
Tratados de Guadalupe Hidalgo finalizando así, la guerra con
los Estados
Unidos. Por lo que, el 17 de agosto, la península se
reintegró al resto del
país (Reed, 1985).
Las
fuerzas indígenas que se acercaron a las ciudades de
Mérida y
Campeche se replegaron, situación que permitió la
reorganización del ejército y
con el apoyo recibido del gobierno mexicano recuperó algunas
zonas ocupadas por
los rebeldes. Los dirigentes mayas estaban divididos y fueron
asesinados. Ante
el avance de las tropas yucatecas, en 1851 los rebeldes se trasladaron
hacia el
oriente y el sur del territorio, donde resistieron hasta 1901 (Reed,
1985). Sin
embargo, las unidades productivas del territorio campechano continuaban
expuestas
a las incursiones indígenas (Ramos, 1849a), y algunos
pueblos, como
Bolonchenticul, fueron asaltados nuevamente (Ibarra, 1850a).
Entre
1847 y 1849, los precios de los productos y artículos
comerciales
se incrementaron en el puerto campechano, a pesar de las disposiciones
de las
autoridades, quienes prohibieron a los pobladores que vendieran sus
pertenencias. El temor hacia los insurrectos propició que la
gente con
posibilidades económicas se dirigiese hacia las
embarcaciones norteamericanas o
al puerto del Carmen (Reed, 1985). En cuanto a los refugiados, las
fuentes
señalan que fueron aproximadamente 10 000 personas[15]
las
que arribaron por tierra y mar, “que estaban hacinadas en las
costas de
barlovento, en próximo e inminente peligro de ser
sacrificadas por la sedienta
sanguinaria cuchilla de los bárbaros”
(Martínez, 1849c, p. XXIII). A esto, se
le sumaba otra amenaza, la carestía de víveres,
principalmente el maíz, debido
a la destrucción de las unidades productivas en la zona de
conflicto. En este
escenario de vulnerabilidad, las autoridades locales realizaron una
serie de
acciones para mitigar los efectos de esta calamidad, tal como
analizaré en el
siguiente apartado.
Carestía de granos: 1848-1850
El 16 de
marzo
de 1848 el Ayuntamiento de Campeche propuso una comisión
para el abastecimiento
de granos y otros artículos de primera necesidad
“para favorecer a los
desgraciados huéspedes” (Álvarez, 1912,
p. 414). Se improvisaron juntas de
caridad para proporcionarles alimentos, ropa y alojamiento en las
“casas del
vecindario, intra y extramuros” (Martínez, 1849b,
p. 6). Ante esta situación,
Pedro Ramos, jefe superior político de Campeche,
mencionó que los víveres no
serían suficientes para atender la demanda de la
población, por lo que había
que limitar el ingreso de refugiados. Por ello, se determinó
que otros sitios,
como la Laguna y el territorio de Tabasco los recibieran (Ramos, 1848a).
Tres
sectores de la población eran los más
vulnerables: En primer lugar, los
emigrados, quienes huían de la zona de conflicto y
requerían tanto alojamiento como
manutención, principalmente, los pobres (Castelo, 1848a). En segundo lugar, las
familias de los
efectivos militares, quienes estaban bajo la responsabilidad de la
cuarta
división de operaciones (Lanz, 1848) y, en tercer lugar, las
personas con
escasos recursos que residían en el puerto (Ibarra, 1850a).
Términos como
pobres, desvalidos, menesterosos e indigentes, tal como
señala Jorge Castillo,
formaban parte del discurso asistencial de las autoridades (2002).
Había
que demostrar esa condición ante las autoridades por medio
de los comisarios de
cada cuartel,[16]
quienes elaboraban una
lista con las cabezas de cada familia y el número de
personas que las
componían:
Sin
modo de subsistencia u ocupación alguna, que sean real y
verdaderamente pobres y carezcan
absolutamente de socorro; para evitar que con posible trance,
participen con
grave perjuicio de los necesitados, los que no deben tener parte en los
auxilios, que la caridad pública pueda proporcionarles
(Castelo, 1848a, foja 1).
En este
documento estaban incluidos,
tanto los emigrados como los residentes del puerto. Para la crisis
alimentaria
que en 1833 se presentó en la ciudad de Mérida,
la persona debía acreditar su
condición de pobreza a través de un certificado
otorgado por el cacique del
barrio o el cabildo (Castillo, 2002). El
Ayuntamiento fue la institución responsable de mitigar los
efectos de la
escasez de víveres. Las Juntas de Socorros, en las que
participaban las
personas notables, realizaban acciones de caridad y, gracias a su
solvencia
económica, podían conseguir los productos de
consumo para la población
vulnerable. Era un contexto de incipiente secularización
mediante el cual, el
poder civil desplazaba a la Iglesia respecto a la asistencia de los
desvalidos,
en un marco de asistencia social, que solamente se presentaba en
situaciones de
crisis (Castillo, 2002).
El
maíz se obtuvo a través de las siguientes
instancias: En primer lugar, por una
donación proveniente de la Junta de Socorros de Nueva
Orleáns, quienes
solicitaron que el buque conductor de los granos estuviese libre de
impuestos
debido a que no estaban realizando operaciones comerciales y
“solo con el fin
de hacer caridad” (Castelo, 1848a, foja 1), lo cual fue
aprobado por el
gobierno del estado. Debido a la situación de conflicto en
el oriente de la
península de Yucatán, se acordó que
las dos terceras partes del producto fuesen
destinadas a Mérida, donde también,
había una carestía de alimentos (Castelo, 1848a).
Sin embargo, no se entregaron todas las cargas porque la persona
responsable de
recibirlas no se hallaba presente (Castelo, 1848b). En este caso, es
posible
que haya caído en manos de especuladores, quienes
incrementaban el precio del
producto.
En
segundo lugar, el gobierno estatal dispuso
que los indígenas sembraran en sus milpas y en las haciendas
que no hubiesen
sido atacadas por los rebeldes, “para que no se
experimente la calamidad
de la falta de ellos, sobre las que abruma el
país” (Martínez, 1848a). En
tercer lugar, a través de la importación porque
“durante la guerra, los
depósitos han sido incendiados y el maíz estaba
en mano de los sublevados” (Martínez,
1848a, p. 1). Para incentivar a los comerciantes, se les
comunicó que si
abastecían al ejército de
“víveres necesarios”
(Martínez, 1848d, foja 1),
tendrían la exclusividad de la introducción y
venta de harinas en la entidad
“con los
mismos derechos que causen aquellas de las cantidades que inviertan en
la
provisión de dichos productos”
(Martínez, 1848c, foja 1). En efecto, por
determinadas cargas de grano importado, no pagaban impuestos por la
misma
cantidad de harina que introdujeran al estado (Castillo, 2002). Esto
formó
parte de un acuerdo entre los comerciantes de Campeche y
Mérida con el gobierno
del estado y fue anulado por la federación en 1849 (Contrata
de víveres, 1849).
En
cuarto lugar, mediante los particulares, quienes se trasladaban a la
ciudad de
Campeche para repartir cargas de maíz a sus familiares
(Peraza, 1848). En
quinto lugar, desde las unidades productivas del partido de los Chenes
que no
habían sido atacadas por los rebeldes (Ramos, 1848d). En
sexto lugar, del maíz
que le arrebataron a los indígenas en conflicto y que el
jefe político, Pedro
Ramos, facilitó cargaduras para su traslado
(Martínez, 1849a). Por último, en
cuanto al abasto de carne, había una competencia por la
exclusividad, misma que
recayó en el tercer alcalde, Manuel de Lavalle
(Álvarez, 1912), a pesar del
descontento que manifestaron algunos hacendados (Castelo, 1848c).
Sin
embargo, se presentaron dificultades en la distribución de
los granos. Primero,
las personas que desearan entregar maíz a sus
familiares debían obtener unos
pasaportes a través de la secretaría de gobierno.
Aun así, en Hecelchakán, el
responsable del cantón militar impidió el paso de
los viajeros argumentando que
la comandancia era también la responsable de expedir esos
documentos a los
civiles, lo que se resolvió por orden del gobierno estatal
(Peraza, 1848). Segundo,
el embargo de bestias, por parte de los militares, para conducir
víveres a los
cantones del partido de los Chenes y, por lo tanto, los particulares se
negaban
a enviar a las suyas, a menos de que se les eximiera de impuestos
(Ramos, 1849b).
Los
funcionarios campechanos responsabilizaron de esta medida al gobierno
del
estado, cuyas autoridades negaron la situación. Al respecto,
afirmaron que los
militares no habían recibido el apoyo suficiente porque no
recibían a los
animales de carga, o se entregaban con retraso. En relación
con la exención de
impuestos, la respuesta fue contundente: “hoy no se les puede
abrir porque las
circunstancias de nuestro erario son tales que no solo a este gasto
sino a
otros no menos urgentes no es posible acudir como usted sabe muy
bien” (Martínez,
1849b). A pesar de
los impuestos que se
establecieron por el conflicto armado, la entidad no tenía
recursos económicos:
“impuestos, préstamos, socorros, todo es
imposible” (Castelo, 1848b).
Se
requirió del apoyo de la Iglesia a través de sus
objetos y alhajas. Una parte
de su valor sirvieron para la provisión de granos tanto para
civiles como para los
soldados encargados de la defensa del puerto: “seguro asilo
contra la
persecución y la muerte, y desde sus muros, donde se
estrellarán las acechanzas
del bárbaro” (Castelo, 1848b, foja 1). El gobierno
se comprometió a reponerlas,
si el ejército no era derrotado por los rebeldes. La
joyería recolectada fue
remitida a Nuevo Orleáns y La Habana; con el dinero que se
obtuvo, junto con
otros rubros de las rentas de la federación y de las
aduanas, fueron “socorridas
las familias de todos con raciones de maíz y carne para que
no perezcan de
necesidad” (Martínez, 1849c, pp. 19-20).
Otro
aspecto que considerar para la distribución del
maíz era el precio. En otros
episodios, el incremento de este generaba una carestía
generalizada, situación
aprovechada por los especuladores e intermediarios.[17]
En junio de 1848, la escasez del producto era un asunto prioritario
para las
autoridades del Ayuntamiento. Con la corriente migratoria se esperaba
que el
número de habitantes se incrementara y las cargas de
maíz provenientes de los
partidos de Seybaplaya y Hecelchakán no fuesen suficientes.
El objetivo
consistía en obtener granos para el segundo semestre del
año: “que aún será de
incertidumbre y agonía; pues para el entrante, tendremos
vital energía, o
habremos muerto” (Castelo, 1848b, fojas 1-2). Es decir, la
capacidad de resiliencia
estaba en duda.
Conservar
el precio de este producto se encontraba a término para los
comerciantes de los
partidos que surtían al puerto y que, en tiempos ordinarios,
la ley de los
mercados permitía la libertad de especulación,
pero ante este contexto de
guerra, no era posible que se llevara a cabo: “Es la
situación presente
excepcional, puesto que con la provisión y no muy lejos tal
vez de la
apremiadora necesidad, del hambre, quizá conserve nuestro
precioso grano el
nivel de sus ordinarios precios” (Castelo, 1848b, foja 2).
Algunos comerciantes
ofrecieron una tregua e incluso, se ofrecieron a importar el grano con
el
privilegio proporcional de la harina, lo cual
señalé en páginas anteriores.
A
pesar de estos esfuerzos, en agosto de 1849, el precio del
maíz se liberó y fue
excesivo para las personas sin poder adquisitivo; el estado de miseria
era
general. Se acordaron medidas para la importación y la
distribución del grano desde
las unidades productivas que no habían sido atacadas (Ramos,
1849a). El
escenario se repitió un año después y
si
bien, el conflicto había disminuido en su intensidad,
existía la amenaza de que
el cólera morbus, que
afectaba al
centro de la república mexicana, se presentase de nuevo
(Contreras 2014 y
Peniche 2016). Ante la falta de dinero por parte del erario
público se
dispusieron los fondos de la Junta de Socorros, que se formó
en 1848, los
cuales tendría que reponer el Ayuntamiento (Ibarra, 1850a).
La
enfermedad no afectó al puerto, y al disminuir la intensidad
del enfrentamiento,
así como de la crisis agrícola, las autoridades
del distrito plantearon la
recuperación de la agricultura a través de
proyectos de colonización, eje de
las políticas del futuro estado de Campeche.[18]
La vida cotidiana de la ciudad se restableció, los emigrados
retornaron a sus
lugares de origen y parte de la población residente se
desplazó hacia otros
puntos de la península y del Golfo de México,[19]
situación que produjo una caída de las
actividades económicas, lo que impidió
el desarrollo tanto del puerto, como de la entidad durante la segunda
mitad del
siglo XIX (Alcalá,
2018).
Conclusiones
Las crisis
agrícolas pueden desembocar en crisis de subsistencia y en
hambrunas. Desde el
periodo colonial estos eventos fueron conocidos como calamidades y
forman parte
del constructo desastre como categoría de
análisis. Generalmente estas
coyunturas son ocasionadas por fenómenos naturales o
enfermedades epidémicas,
pero también pueden producirse por acción del
hombre. En este caso, la guerra
de castas fue el acontecimiento que desencadenó estos
sucesos debido al
incendio de las unidades productivas, cuyo principal producto era el
maíz y que
en el territorio campechano concentraba al 30% de su
población total. De este
modo, el impacto de un conflicto bélico tendría
como uno de sus primeros
efectos, la carestía de granos.
Los
desastres, como detonante de una realidad muestra que, durante las
primeras décadas del siglo XIX, la zona de los Chenes tuvo
un importante
crecimiento económico gracias al cultivo de la
caña de azúcar y a su papel como
el principal granero de la región que abastecía
al puerto campechano. La ciudad
trataba de reponerse a los efectos de las políticas
arancelarias en la
industria naval. La inestabilidad política era una constante
y a los indígenas se
les prometía una reducción de la carga fiscal a
la que eran sometidos. Estas no
se cumplieron y, junto con otras causas, durante el segundo semestre de
1847,
inició un conflicto armado conocido como la guerra de
castas.
El
avance de los indígenas sublevados, el incendio de las
unidades
productivas del partido de los Chenes y de algunas cercanas al puerto,
generaron un estado de vulnerabilidad en tres aspectos: las corrientes
migratorias que buscaron la protección del recinto
amurallado y sus
alrededores, la amenaza de la destrucción de la ciudad y la
carestía de granos.
Por lo tanto, las autoridades fueron las responsables de mostrar la
capacidad
de resiliencia de los habitantes del puerto.
La
mitigación de los efectos de la guerra y sus consecuencias
se
convirtieron en un asunto prioritario. En estas acciones, las
disposiciones
relacionadas con la asistencia social y la participación de
los particulares se
convirtieron en un asunto del ramo civil, en un incipiente proceso de
secularización, que solamente funcionaba en ocasiones
extraordinarias. El
sector de la población más vulnerable eran los
pobres, tanto emigrados como los
residentes, pues tenían que demostrar su
condición y, así, prevenir la
apropiación indebida de víveres y la
especulación de los precios. Ante estas
medidas de mitigación burocrática se
establecieron mecanismos para la
distribución de granos. En primer lugar, por donaciones
extranjeras; en segundo
lugar, a través de la siembra del maíz en las
milpas de las unidades
productivas que no fueron atacadas; en tercer lugar, a
través de la importación
del producto y, por último, por medio de familiares de otros
sitios que
transportaran las cargas hacia Campeche.
Sin
embargo, la distribución de los granos tuvo dificultades
porque los
militares no permitían el libre tránsito por los
caminos y se apoderaban de
gran parte de las cargas para el sostenimiento de las tropas.
Además, la
especulación formaba parte de estos eventos y, aunque al
principio se mantuvo la
estabilidad del precio, posteriormente, el incremento fue
significativo, tal
como señalan las fuentes de la época.
También, la amenaza de una epidemia de
cólera, que afectaba al territorio mexicano,
generó alertas por parte de las
autoridades locales. Finalmente, a partir de la
reincorporación de Yucatán a la
nación mexicana, los rebeldes se replegaron hacia el oriente
de la península y
buena parte del territorio afectado recobraba la cotidianidad. Pero en
el
puerto, la emigración incluyó tanto a los
refugiados como a residentes, quienes
buscaron mejores condiciones de vida en otro sitio. La guerra de castas
agravó
la situación que vivía la ciudad respecto a sus
actividades económicas,
desembocando así, un periodo de estancamiento
económico.
En
resumen, esta investigación partió de un
conflicto bélico para el
análisis de unos de sus efectos inmediatos: la
carestía de alimentos, en este
caso, el maíz, principal producto de consumo de la
población indígena y la
manera en que las autoridades municipales abordaron el problema. A
pesar de que
la beneficencia formaba parte del discurso oficial, la
federación asumiría la
responsabilidad de estas instituciones durante la segunda mitad del
siglo XIX. Al
mismo tiempo, estos temas nos llevan a la revisión de las
dificultades que
existían para la distribución de los
víveres en tiempos de confrontación,
así
como la situación del mercado respecto a los precios y el
estímulo a los
comerciantes para colaborar con las autoridades.
Además
de la utilidad de este tipo de estudios por medio de
categorías de
análisis como desastres, calamidades y vulnerabilidad, es
necesario destacar
que estos eventos ponen de manifiesto las condiciones de una sociedad y
sus
transformaciones, así como el funcionamiento de las
instituciones que las
rigen. Asimismo, estos episodios forman parte de la historia social, la
cual
estudia todos los componentes políticos,
económicos, culturales,
institucionales y desde luego, a los actores que la conforman. Es por
ello, lo
interesante de la reducción de la escala de
observación, al indagar sobre los
efectos de un conflicto armado en una ciudad.
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Carlos
Alcalá Ferraez
Mexicano. Doctor en
historia por la Universidad de Barcelona, con especialidad en Historia
de
América Latina. Es maestro por la Universidad de Barcelona y
licenciado en
historia por la Universidad Autónoma de Campeche.
Actualmente se desempeña como
investigador en el Centro de Investigaciones Regionales “Dr.
Hideyo Noguchi”,
de la Universidad Autónoma de Yucatán. Sus
áreas de investigación son: La
historia de la salud pública, las enfermedades
epidémicas, las coyunturas de
crisis demográficas y estudios de población
durante el siglo XIX. Entre sus
publicaciones destaca: Cambios
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[1]
Al
respecto, la mayor parte de las investigaciones han estado enfocados en
esta
temporalidad, pero existen otras vertientes,
como
las de Teresa Ramayo (1996), quien ha trabajado la zona de los indios
pacíficos
del sur, zona conformada por la zona chenera y el entonces partido de
Champotón,
y Marie Lapointe (1983), quien investigó a los mayas
rebeldes que se replegaron después de la contraofensiva del
ejército yucateco,
así como también los trabajos de Don Dumond
(2005) sobre los cruzo ób
y la intervención federal para
reducir el conflicto en 1902. Respecto a los efectos
demográficos del conflicto,
véase Cook y Borah (1977).
[2]
Pedro
Canales señala que en la parroquia de Zinacantepec
“no hay correlación entre
las dificultades alimentarias de los pueblos coloniales y las crisis
epidémicas” (2006, p. 95). David Carbajal menciona
para el caso del poblado de
Bolaños: “la crisis de subsistencia de mediados de
la década de 1780, generaron
circunstancias favorables para que algunas enfermedades contagiosas se
difundieran
con rapidez entre la población y cobrasen un mayor
número de víctimas, como
evidencian los registros de entierros locales” (2010, p. 78).
[3]
Paola
Peniche menciona que el término calamidad, como
categoría de análisis, es una
combinación de estos fenómenos,
independientemente de los factores que desaten
las crisis, y que, como consecuencia, alteran el curso de la vida
ordinaria en
una sociedad (2010). Igualmente, María Campos explica esta
situación a partir
de la teoría de los desastres, en la que estos
acontecimientos son el detonante
de una realidad social (2011).
[4]
Esto
concuerda con el modelo FAD (Food Availibility Decline) en el que se
plantea
que la producción y disponibilidad de alimentos disminuye
por el incremento
poblacional, factores meteorológicos y las guerras (Peniche,
2010).
[5]
Situación similar ocurrió en el centro y
occidente del actual territorio
mexicano durante los años de 1784 y 1785: Morin (1979) y
Becerra (2010).
[6]
Jorge
Castillo analizó este episodio y la epidemia de
cólera a través de las ideas de
la pobreza y la asistencia social. Ambas se presentaron en la ciudad de
Mérida,
entre 1833 y 1835. (2002).
[7]
Entre
1847 y 1850, estos desastres o calamidades también se
presentaban en otros
sitios del territorio mexicano (Escobar, 2004).
[8]
En este periodo, los
ayuntamientos eran los responsables de la salubridad y todos los
aspectos
relacionados con la beneficencia pública (Tena, 1999).
[9]
Como
señala Asa Briggs, es una
prueba de la eficiencia y la resistencia de las estructuras
administrativas
locales. También muestra las deficiencias
políticas, sociales y morales (1977).
[10]
También se le llama resiliencia, es decir, “la
capacidad de resistencia ante
las amenazas y la capacidad de recuperarse tras un desastre o
calamidad”
(Campos, 2011, p. 9).
[11]
En 1846, la sede del
partido se
encontraba en Seybaplaya (Rodríguez, 1985).
[12]
En
términos generales, esa era la tendencia en la
península de Yucatán 1846,
(Patch, 1976; Machuca, 2011).
[13]
El
texto de Heller fue publicado por primera vez en 1853.
[14]
Al
respecto, las autoridades políticas y militares fueron
acusadas de abandonar
sus funciones para proteger a sus familias. Como consecuencia, se les
atribuyó
la responsabilidad de que las personas emigrasen hacia el puerto:
“pues la
cobarde rapidez con que la desampararon fue causa de la
emigración de las
familias y abandono de sus hogares”. (Ramos, 1848a, foja 1).
[15]
En
los años de 1848 y 1849 el número de bautismos y
entierros aumentaron de manera
considerable en la ciudad de Campeche
(Alcalá,
2015). Estos patrones demográficos muestran la tendencia
relacionada con las
curvas de natalidad y mortalidad que caracterizaron al siglo XIX. Tal
como
señala Robert Mc Caa, los conflictos armados y los problemas
de salud pública
ante las enfermedades epidémicas se convirtieron en factores
que retrasaban el
crecimiento demográfico en diversos puntos del
país (1993).
[16]
Las ciudades se
dividían en
cuarteles con el objetivo de levantar padrones y establecer mecanismos
de
control sobre la población. En este periodo, el recinto
amurallado agrupaba al
segundo y tercer cuartel. Situación similar
ocurría con los barrios (Alcalá,
2015).
[17]
Como
ejemplo tenemos lo sucedido en la ciudad de Mérida en 1833
(Castillo, 2002).
[18]
El
cólera se presentó en 1853, pero sin los efectos
devastadores que tuvo veinte
años atrás (Álvarez, 2012). Sobre la
formación del estado de Campeche, véase:
Rodríguez (2010).
[19]
El
crecimiento demográfico del distrito de Campeche fue mayor
respecto a las otras
zonas del territorio yucateco debido a las corrientes migratorias de
las zonas
del conflicto (Cook y Borah, 1977). Aun así, el partido de
los Chenes fue el
más afectado por la guerra. Gran parte de sus habitantes se
desplazaron hacia
la ciudad de Campeche y 62% de sus unidades productivas fueron
destruidas por
los indígenas rebeldes. Por consiguiente, esta
movilización permitió el
poblamiento de las zonas de Seybaplaya y del Carmen (Alcalá,
2018).