24/7. El capitalismo tardío y el
fin del sueño
Jonathan Crary
Traducción de
Paola Cortés-Rocca
Editorial
Paidós
Buenos Aires, Argentina,
2015, 152 pp.
ISBN 978-950-12-0245-8
Pablo Andrés
Castagno
https://orcid.org/0000-0002-3009-5771
Universidad Nacional de La
Matanza, Argentina
pcastagno@gmail.com
Jonathan Crary
nos aporta una crítica crucial a la profundización del capitalismo en nuestras
vidas. Reconocido en el campo internacional por sus investigaciones sobre
cultura visual, desde su posición en la academia estadounidense, Crary argumenta
que el capitalismo coloniza el territorio del sueño para traspasar uno de los
límites naturales últimos a su permanente extracción y comercialización de nuestra
actividad vital. El objetivo de esta lógica política-económica es constituir sujetos
humanos afines a un mercado sin fin. Crary plantea que corporaciones y Estados
inician la apropiación de los tiempos del sueño desde el siglo XIX pero intensifican
este proceso en las últimas décadas. Su crítica retoma así explícitamente la mirada
histórica de Karl Marx (p. 90), quien demostró que el capitalismo acelera la
circulación del capital a través del espacio y el tiempo para acumular
ganancias de forma continua y reproducir su arquitectura de poder.
Originalmente publicado en inglés un par de años antes, el libro de Crary se
sitúa en el campo internacional de los estudios culturales, caracterizado por
una mayor preocupación reciente por conectar el análisis cultural y la crítica
de economía política (Smith 2011). Un énfasis similar podemos observar en el
contexto académico latinoamericano y español. Así, lectores en castellano encontrarán
de interés cómo Crary recupera el trabajo de Guy Debord (1995), quien sostuvo tiempo
atrás que la producción de espectáculo por la industria cultural implica la
subsunción de nuestras vidas a las ficciones de las mercancías. O cómo Crary dialoga
con las investigaciones de Fredric Jameson (1991), quien argumentó que el capitalismo
tardío absorbió los territorios vírgenes del llamado Tercer Mundo y del
inconsciente. Aunque, como Aníbal Quijano (2000) apuntó, necesitemos indagar también
cómo el capitalismo global produce, controla en la periferia, y digiere formas
de vida no integradas en relaciones salariales, superficialmente libres, de
trabajo y consumo. Un punto que Crary no elabora al enfocar su crítica sobre los
centros del Norte global.
De acuerdo con Crary el régimen temporal del capitalismo es de veinticuatro
horas, los siete días de cada semana. Crary demuestra que el intercambio de mercancías-signos
es omnipresente cada semana, incluso cuando nuestros dispositivos digitales están
en modo de reposo (p. 40). Esta “biodesregulación” –un término que adopta de
Teresa Brennan (2003)– pretende impedir que al dormir desactivemos nuestro suministro
de valor al modo electrónico capitalista. En contraste, según Crary, el sueño
constituye una pausa de solidaridad que implica el cuidado de otros (p. 53). El
régimen del 24/7 anula esta temporalidad, experiencia, y otredad compartida bajo
el leimotiv de acumular ganancias y desarrollar
intereses egoístas (p. 39). Así, a tono con otras críticas, Crary observa que nuestras
amistades están sujetas a una administración maquínica sostenida en la interfaz ubicua de las redes sociales
digitales (p. 83). Los agentes del capitalismo mercantilizan cada acción vital,
culpabilizando al durmiente como perdedor en la carrera global (p. 41). Desposeídos
de tiempo, Crary examina, solo podemos acceder al sueño si lo compramos (p.
44). Crary discute diversas prácticas de este régimen de control social. Por
ejemplo, los experimentos de Estados Unidos para producir soldados que realicen
acciones militares semanales sin pegar un ojo, la producción farmacéutica de neuroquímicos
para evitar dormir, y, sobre todo, la extensión de las conexiones digitales.
En esa perspectiva el autor refuta la presunción habitual de muchos
críticos sobre la novedad de la tecnología digital. Crary señala que lo crucial
de cada innovación capitalista no son sus características técnicas, sino comprometer
más nuestras vidas en los circuitos de intercambio (p. 62). Por caso, los chips corporales buscan sustituir a las
pantallas táctiles, pero con el objetivo mercantil idéntico de aquéllas. La
gestión de dispositivos digitales involucra así mutaciones en las formas de
control, pero Crary demuestra que a los agentes capitalistas históricamente les
importa más el sentido de sus aplicaciones técnicas que sus características.
Incluso, el punto fundamental de tales dispositivos no son sus contenidos, sean
historias falazmente contra-culturales o dramas de tele-realidad, sino
administrar nuestras acciones (p. 77). Siguiendo a Marx, Crary sostiene que la esencia
de la mercancía en el capitalismo es ser valor de cambio, producto de la
explotación de la fuerza y tiempo de trabajo de masas de personas por una clase
que apropia para sí los medios de producción, tales como los fondos de
inversión o las propiedades intelectuales cruciales. La tecnología digital intensifica
esa relación social al fagocitar nuestro trabajo como consumidores-productores,
como diversos autores elaboraron desde la teoría del valor de trabajo de Marx
(por ejemplo, Fuchs 2014). O, en interpretaciones neo-marxistas, desde
perspectivas que muestran cómo el capitalismo explota la vida social en su
totalidad (por ejemplo, Berardi 2007). En esta cuestión hubiera sido
interesante que Crary discutiera más los debates actuales en el campo
intelectual de la izquierda sobre las relaciones entre consumo y trabajo.
Crary no se adentra tampoco en una investigación empírica
detallada sobre el plusvalor que las corporaciones extraen de nosotros, aunque en
su mirada histórica teoriza las formas de control social implicadas. Concuerda así
con Gilles Deleuze (2006) sobre la emergencia de una sociedad de control
caracterizada por dispositivos abiertos, permanentes, e intensos que difieren
de los mecanismos de encierro típicos de la sociedad disciplinaria del siglo
XIX, estudiadas por Michel Foucault. Al mismo tiempo, en contraste con ciertas
lecturas recurrentes sobre Deleuze, Crary muestra de manera precisa que formaciones
híbridas de control y disciplina regulan el presente, un punto, a mi entender,
clave para pensar, entre otras, la situación política-social latinoamericana. Crary
observa que los regímenes de control suelen retroceder a mecanismos de confinamiento
absoluto. Por caso, elabora que la prisión estadounidense de Guantánamo limita
el sueño a sus prisioneros al impedir mediante su arquitectura espacial que aquéllos
distingan entre cada día y sus noches (p. 35).
En la llamada aldea global, en tanto, los dispositivos de control digitales
se alimentan de la circulación y los movimientos de los aparentemente libres. Crary
explica que el capitalismo constituye toda una “economía de la atención” (p.
100), un argumento donde resuena la crítica de Theodor W. Adorno y Max
Horkheimer (2000) a la industria cultural. Para Crary, el reclamo incesante de
atención consumista por las corporaciones funciona mediante su monitoreo constante
de nuestros comportamientos ópticos. En una contribución a los análisis de
cultura visual, Crary expone que en el capitalismo tardío el ojo deviene no un
órgano de crítica sino un elemento maquínico
que conecta los dispositivos digitales, como el teléfono celular, y nuestras reacciones
corporales inmediatas a sus notificaciones electrónicas (p. 100). Avasallados por
el flujo de signos-mercancías desechables perdemos la capacidad de discernir los
contornos y las relaciones sociales que los constituyen (p. 62), mientras las empresas
vigilan cómo navegamos entre los signos online
y cuantifican lo que hacemos.
El capitalismo entonces administra de una forma supuestamente personalizada
nuestra inmersión en las redes digitales. Para pensar esta cuestión Crary recurre
a la categoría de reificación, adelantada inicialmente por Georg Lúkacs y por
Adorno y Horkheimer después. Aunque Crary no recupera esos trabajos, sino la crítica
de Jean-Paul Sartre (1963) a la serialización capitalista. Con este término, durante
la época del denominado capitalismo fordista, Sartre sugirió que el capitalismo
confina a cada persona como individuo aislado o mónada en una serie masiva de
sujetos similares. Por ejemplo, observa Crary, mediante la expansión de la
industria cultural en las múltiples unidades de los hogares (p. 105). Crary explica
que la crítica de Sartre al dominio de lo “práctico-inerte” captó cómo la
industria cultural domestica nuestras actividades en rutinas seriales, narcóticas,
y narcisistas (p. 137). Según Crary nuestra producción de “identidades
electrónicas” caracteriza ahora este aislamiento individual en masa (p. 122). Por
eso Crary discute la afirmación de Bernard Stielger (2000) sobre el colapso del
narcisismo frente a una supuesta homogenización de contenidos culturales por la
industria. Crary apunta que la industria cultural, mediante su estandarización
de los atributos personales, produce identidades narcisistas frágiles, un punto
que Christian Ferrer nota al pasar en su prólogo a esta edición en castellano. Acá
hubiera encontrado fascinante leer una discusión mayor de Crary con otras
aproximaciones contemporáneas sobre narcisismo.
Como sea, de acuerdo con Crary el capitalismo succiona nuestra energía en
productos digitales. Sus lecturas notables de la novela Do Androids Dream of Electric Sheep? [¿Sueñan los
androides con ovejas electrónicas?] de Philip K. Dick (1968) y de su reformulación
cinematográfica Blade Runner por
Ridley Scott (1982), muestran que, en contraste con el texto original, al
sugerir la ilusión de encuentros sentimentales que borran las fronteras entre
humanos y androides, la película nos interpela a que nos reconciliemos con el
mundo fantasmagórico de las mercancías (p. 141). Crary recupera así el
argumento de Debord (1990) de que hemos pasado de una época de “espectáculo
difuso” a una de “espectáculo integrado”, iniciado con una derrota de las utopías
revolucionarias en el Mayo global de 1968 (p. 133). En este punto muchos
críticos de estudios culturales encontrarán apocalíptica la interpretación de
Crary. Quizás enfatizarán cómo decodificamos los tuits comprimidos de las corporaciones o empleamos nuestros
dispositivos de forma reflexiva. No obstante, Crary refiere más a la lógica de
inserción de nuestras prácticas en el sistema electrónico-mercantil que a los
significados de nuestras acciones. Si bien, con evidencia empírica escasa, el
autor alude a la presunta extensión de un autismo global que aplaca nuestra
reacción (p. 84).
En resumen, Crary defiende el momento del sueño como el tiempo de
imaginación de un mundo realmente en común. En este sentido su texto nos
recuerda las interpretaciones de críticos como Mark Fisher (2009), Richard
Dienst (2011), y Michael Hardt y Antonio Negri (2000). Estos autores recuperan a
Marx con investigaciones informadas también por lecturas post-estructuralistas,
especialmente de Deleuze. En sus palabras reverbera Marx cuando proponen una
política radical de solidaridad, sea argumentando contra la irracionalidad de
la competencia individual en el sistema educativo, demandando una estrategia de
defensa de los recursos comunes frente a la privatización de los servicios
públicos, o defendiendo la vitalidad colectiva. No obstante, en contraste con Marx,
tales críticas no sugieren la unificación de una clase latente en nosotra/os como
trabajadores, quizás por el temor de que este anhelo sea atrapado en otro slogan del 24/7. Aunque necesitemos
imaginar a su vez algún nombre para, en palabras de Crary, la fusión de nuestras
acciones. Por caso, en la academia digital.
Referencias bibliográficas
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Smith, P. (ed.) (2011). The Renewal of Cultural Studies. Philadelphia, Estados Unidos:
Temple University Press.
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Pablo Andrés Castagno
Argentino. PhD in Cultural Studies
(George Mason University, Estados Unidos). Se encuentra adscripto a la Universidad
Nacional de La Matanza, Argentina. Sus temas de investigación
destacan: estudios culturales, crítica de economía política, teoría crítica,
cultura y política en América Latina, industria global de la cultura. Entre sus
publicaciones más recientes se encuentran: Una lectura dialéctica de
Ernesto Laclau. en Pensar lo social:
pluralismo teórico en América Latina, ed. por Sergio Tonkonoff. Buenos
Aires: CLACSO Ediciones y Grupo de Estudios Sobre Estructuralismo y
Postestructuralismo, 2018; y The
Ideology of Media Policy in Argentina. En Marx and the Political Economy
of the Media, ed. por Christian Fuchs y Vincent Mosco. Chicago: Haymarket
Books, 2017, 433-469.