Construcción del empoderamiento de
mujeres en
contextos inseguros: análisis de caso en
Chimalhuacán, Estado de México
Women´s
empowerment construction in insecurity
environment: Analysis of a case study in Chimalhuacán,
Estado de México
Mariana
Becerra
Sánchez
https://orcid.org/0000-0002-6312-7645
El
Colegio de Sonora
mbecerrasa@conacyt.mx
Resumen: El
artículo
analiza las prácticas cotidianas de un grupo de mujeres de Chimalhuacán,
Estado de México, para
afrontar los riesgos a los que están expuestas en el espacio
público y la
manera en que éstas prácticas fueron
útiles para la construcción de su
empoderamiento. Se trató de un estudio descriptivo tipo
cualitativo desde la
perspectiva de género. Se efectuaron diez entrevistas
semiestructuradas.
Mediante el análisis de contenido, se encontró
que, pese a que el contexto
presentaba altos niveles de violencia y delincuencia inhibiendo la
apropiación
del espacio público y los papeles tradicionales de
género estaban arraigados en
sus subjetividades y prácticas, las mujeres lograron
reconfigurar estas
condiciones para actuar en favor de su seguridad y de sus familias;
alcanzando
una fase inicial del proceso de empoderamiento al trabajar por
intereses
prácticos que pueden transformarse en intereses
estratégicos.
Palabras
clave:
Inseguridad pública; violencia
de género; empoderamiento.
Abstract: This paper analyzes the
everyday practices of a group
of women living in Chimalhuacán, Estado de
México, as they deal with the risks
they are exposed to in public space and investigates how their
practices were
useful in the development of their own empowerment. This is a
descriptive and
qualitative gender-based study. They were carried out ten
semi-structured
interviews. Through content analysis, it was found that, despite the
fact that
the environment exhibits a high level of insecurity and violence that
inhibits
the appropriation of public space, and also that traditional gender
roles are
deeply rooted in their identity and practices, these women nevertheless
have
reconfigured these conditions to favor their own security and that of
their
families. This accomplishes a preliminary phase in the process of
empowerment
in order for them to work for their practical interests which may be
transformed into strategic interests.
Keywords: Public
insecurity, gender-based violence, empowerment.
Traducción:
Mariana Becerra Sánchez, El
Colegio de Sonora
Cómo citar:
Becerra,
M. (2020). Construcción
del
empoderamiento de mujeres en contextos inseguros: Análisis
de caso en
Chimalhuacán, Estado de México. Culturales,
8, e413. https://doi.org/10.22234/recu.20200801.e413
Recibido: 09 de marzo de 2019
Aprobado:19 de
diciembre de 2019
Publicado: 10 de
febrero de 2020 |
La
violencia y la inseguridad pública se han convertido en
temas prioritarios para
estudiar y atender en México por los enormes impactos que
han tenido en toda la
población. Desafortunadamente, éstos han venido
al alza, colocando a varios estados
de la República dentro de las zonas más
peligrosas en América Latina, el Estado
de México es una de ellas. De acuerdo con la Encuesta Nacional de
Victimización y
Percepción sobre Seguridad Pública divulgada en
2017, en este estado el 90.7%
de la
población entrevistada mayor de 18 años
señaló que
la inseguridad fue el principal problema que enfrentaron (Instituto Nacional
de Estadística y Geografía, 2017).
Los
delitos que victimizan directamente a las mujeres, si bien no
están entre los
más frecuentes en la entidad, sí figuran entre
los más altos en comparación con
otras entidades de la República mexicana. El Observatorio
Ciudadano Nacional
del Feminicidio (2015), situó al Estado de México
como un lugar sumamente
inseguro para las mujeres, por el riesgo que tienen de morir o de ser
agredidas,
tanto en el interior de sus domicilios como en el espacio
público, por razones
de género, por lo que en el año 2015 se
declaró la alerta de género en
Chimalhuacán y otros diez municipios que conforman el estado.[1]
La existencia de casos de
feminicidio, además de denotar una fuerte
descomposición social, coloca a las mujeres en
situación de vulneración
constante, incrementando el riesgo objetivo, así como su
percepción de inseguridad,
tanto en los espacios públicos como en los privados, mediante lo que se ha
denominado
victimización indirecta (Fowler, Tompsett, Braciszewski,
Jacques-Tiura &
Baltes, 2009).
En la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las
Relaciones en los Hogares (ENDIREH) (Instituto Nacional de
Estadística y
Geografía, 2016), se encontró que el Estado de
México, fue la segunda entidad
con mayor proporción de violencias contra las mujeres en
ámbitos públicos y
privados con el 75.3%. Concretamente, en el ámbito
público, las encuestadas
habían sido agredidas con acciones relacionadas con la
intimidación, abuso sexual y agresiones
físicas.
Varias investigaciones
(Falú, 2009; Guevara, 2004 y Lagarde, 1997)
señalan
que las causas de violencia hacia las mujeres en espacios
públicos están
relacionadas estrechamente con condiciones de poder desigual que se
ejercen en
el ámbito privado. Por lo que estas prácticas que
generan inseguridad pueden
ser denominadas violencia de género de acuerdo con lo que explica
Ward (2002), cuando menciona
que la violencia en espacios públicos es el resultado de las
desigualdades
genéricas de poder que explotan la distinción
entre hombres y mujeres.
En este sentido,
también se explica por
qué las agresiones y delitos reportados en el espacio
público guardan similitud
con los que se presentan en el espacio privado. Ejemplo de esto es lo
que
menciona De la Cruz (2008) sobre que el
miedo de las mujeres a la noche está relacionado con el
riesgo de ser violadas,
aunque evidentemente esto no excluye el miedo a otras agresiones. Esta
situación no se presenta en hombres, cuyos temores son a las
agresiones físicas
(Liebnitz
y Montero, 2013), lo que confirma que los riesgos son
diferenciados, además de ser experimentados de manera
distinta dependiendo de
los grandes ordenadores sociales tales como la edad, origen
étnico y estrato
socioeconómico.
De la misma manera en que las
agresiones y la exposición a éstas son
diferenciadas, también lo son las consecuencias. En las
mujeres se puede
observar una mayor repercusión en la restricción
y no apropiación del espacio
público (Falú, 2009). Por ejemplo, existen lugares en que las
mujeres se sienten vulnerables y
prefieren evitar esos espacios, principalmente los que son socialmente
ocupados
por hombres, pues consideran que pueden ser agredidas o sufrir
algún tipo de
acoso (Soto, 2012).
Ahora bien, la
producción académica desde la perspectiva de
género,
si
bien ha denunciado la desigualdad y violencia de la que
históricamente las
mujeres han sido objeto en espacios públicos y privados,
también ha resaltado
que las mujeres han podido erigirse en agentes activos para
contrarrestar estas
situaciones (Massolo, 1992), ya sea a través de actos de
resistencia (Scott,
2000) o del empoderamiento para afrontar y modificar ciertas
condiciones que
las vulneran.
Este viraje
teórico y conceptual lleva a
considerar a las mujeres desde un enfoque de agencia (Giddens, 1995) y,
por tanto,
intenta superar la situación de subordinación en
el que se les ubica y valorar
sus acciones y esfuerzos como menciona Massolo (1992):
La
focalización sobre la presencia de las mujeres ha superado
la etapa
de verlas como víctimas del medio ambiente urbano, sufriendo
pasivamente las
restricciones, para verlas y conceptualizarlas como actores del espacio
urbano
que contribuyen a edificar, modificar y reestructurar el entorno
físico- social
en que viven (p.12).
De
esta manera, en esta se investigación se
recurrió al concepto de empoderamiento como herramienta
analítica que condensa
discusiones teórico-metodológicas, las cuales han
llevado a debatir el uso que
se le ha dado al término y que, en ocasiones, ha redundando
en una postura
acrítica y carente de significado (Bacqué y
Biewener, 2015). León
(2001) menciona que se debe de tener
cuidado con la visión individualista del término,
la cual no toma en cuenta las
estructuras de poder y los contextos sociopolíticos e
históricos, desconociendo
las prácticas relacionales y solidarias. Entonces, el
empoderamiento debe ser
entendido como una práctica que inicia de manera personal,
pero que debe pasar
por la acción
colectiva; es
decir, la autoconciencia deberá verse reflejada en
prácticas solidarias en la comunidad,
por lo que los tres niveles del empoderamiento (individual,
relacional y
colectivo) deben de analizarse.
El
concepto de empoderamiento fue retomado de
los trabajos de Sen y Grown (1985) y es concebido como un proceso en el
que se
puede identificar cuando comienza, pero no cuando termina, pues
permanece en
constante evolución (Towsend, 2002), y hace referencia a la
capacidad de
transformación de las relaciones de
subordinación. El concepto está sustentando
en las discusiones que se han realizado sobre el poder en su sentido
relacional.
En
la investigación feminista (Molyneux, 1994 y
Moser, 1993 citado en León 2001), en un principio, se
identificaron dos grandes
tipos de poder: el poder llamado suma-cero,
en el que el aumento de poder por un grupo implica la
pérdida del mismo en el otro,
también se le reconoce como poder
sobre
en el sentido de imposición, y el poder denominado suma-positivo o poder
para, en
el que retomar el poder por parte de un grupo no implica la
pérdida de éste que
ejerce el otro grupo.
Towsend
(2002) menciona que,
además, se pueden reconocer otros tipos de poder que
interactúan entre sí: El poder
desde adentro, que es una toma de
conciencia bajo la cual se puede reinterpretar la realidad y comprender
las
condiciones que han permitido el ejercicio de las violencias sobre uno
mismo, y
el poder con, cuando el poder se
usa
en colaboración con otras personas para lograr objetivos
comunes.
En
este trabajo se consideró el empoderamiento como un proceso
participativo y local, por el cual las mujeres pueden desarrollar una
conciencia
crítica que las conduzca a la obtención de
capacidades para actuar de manera
particular y colectiva.
Acorde
a esta definición el empoderamiento
será diferente para cada persona y/o grupo, y esto
dependerá de sus condiciones
de vida y el contexto socio-histórico, político y
económico en el que se
desarrollen, por lo que, dependiendo de esto, se
establecerán objetivos de distinto
alcance. Massolo (2003), distingue por lo menos dos tipos de intereses
que
deben entenderse como vinculados uno al otro.
Caracteriza a los primeros como los intereses
prácticos de género,
derivados de los papeles de género socialmente asignados a
las mujeres, y que
han sido definidos como un conjunto de normas y prescripciones sobre lo
que se
considerarían comportamientos femeninos o masculinos,
además de variar con la
cultura, también cambian con la clase social, la edad y el
grupo étnico (Lamás,
2000).
Sin
embargo, para Massolo
(2003), estos intereses no hacen un cuestionamiento real a la inequidad
de
género ni a la subordinación que viven las
mujeres, pero dan pie a otros
procesos participativos que están relacionados con el
siguiente tipo interés
que la autora denomina intereses estratégicos; en estos
sí hay una toma de
conciencia que conduce a la transformación de las posiciones
y las relaciones
de género “Participar por intereses
estratégicos de género ayuda a las mujeres
a adquirir libertad, igualdad real, autoestima y empoderamiento,
según el
contexto sociopolítico y cultural de donde emergen y se
expresan” (Massolo,
2003, p. 44).
También es necesario
destacar
distintas etapas en el proceso de empoderamiento, las cuales van desde
el
reconocimiento de una imagen positiva de sí misma y la
autoconfianza, pasando
por el pensamiento crítico, la participación en
grupo y acción colectiva para
el cambio social.
Tomando
en cuenta el aspecto situado del
empoderamiento, la evaluación de las estrategias no puede
ser considerada de la
misma manera si se habla de mujeres que tienen una trayectoria en
actividades
organizadas, que de aquellas que están comenzando a
organizarse. De igual
manera, no es factible comparar las acciones que hacen las mujeres en
contextos
en donde su seguridad no está en riesgo, con las mujeres que
viven en contextos
violentos. Derivado de lo anterior, en este artículo se
analizaron las
prácticas sociales que pueden llevar a procesos de
empoderamiento a mujeres que
sobreviven en una localidad peligrosa definida así, en
términos objetivos.
Método
Tipo
de estudio
Se
trató de un estudio de caso simple (Yin,
1994) conceptualizado desde lo intrínseco y no desde lo
instrumental
(Gundermann, 2004), por lo que el interés se
centró en la unidad de la entidad
que fue estudiada; es decir, en el grupo de mujeres que fueron
entrevistadas,
ya que al ser vecinas comparten un espacio físico y
contribuyen a la generación
de estrategias para construir su empoderamiento. Así, el
caso fue seleccionando
por su potencial explicativo en el proceso de empoderamiento en
contextos violentos.
Este
estudio partió de la perspectiva de
género, la cual implica metodológicamente el
reconocimiento en la diferencia de
representaciones, ideas, creencias y prácticas que provocan
relaciones
jerárquicas y desiguales entre las personas
(Ríos, 2010). Esta perspectiva
también implica la relación directa y reflexiva
del investigador con el objeto
y el sujeto de investigación. Por su alcance, se trata de un
estudio
descriptivo analítico y se recurrió a un enfoque
metodológico cualitativo, por
lo que se priorizan las experiencias, las prácticas y
vivencias de las mujeres (Cortés,
Escobar, González de la Rocha, 2008 y Tarrés,
2004).
Participantes
Colaboraron
diez mujeres residentes en una colonia con altos niveles de inseguridad
pública
en el municipio de Chimalhuacán, en el Estado de
México. El rango de edad de
las participantes fue 14 a 46 años, cabe mencionar que la
adolescente colaboró de
manera voluntaria y con la anuencia de su madre. Los criterios de
inclusión
fueron: a) que hubieran participado por lo menos en alguna
acción comunitaria
para su seguridad; b) que tuvieran un año mínimo
de residencia en la colonia o localidad
y c) que aceptaran participar voluntariamente. La técnica de
muestreo fue
mediante bola de nieve (Lee, 1998 citado en Berg, 2001) hasta que se
llegó a la
totalidad de las participantes más activas; consideradas
así, por el mismo
grupo.
Instrumentos
Se
construyó una guía para la entrevista
semiestructurada
basada en una investigación anterior realizada en el
año 2012 (Becerra, 2013) y
su primera versión fue sometida a una validación
con mujeres de la comunidad de
estudio. Los ejes temáticos se derivaron del marco
teórico de referencia y
fueron los siguientes: 1) creencias sobre los papeles de
género; 2) percepción
de inseguridad y uso del espacio público y 3) estrategias y
proceso de
empoderamiento. Es importante mencionar que se decidió
utilizar este tipo de
entrevista con algunas preguntas detonadoras que fueron variando de
acuerdo con
cada participante, esto permitió incluir temas que eran
relevantes, tanto para
el investigador, como para las participantes en la
co-construcción de la
investigación.
Procedimiento
El
trabajo de campo se llevó a cabo en el
periodo de junio a noviembre de 2017, las entrevistas se realizaron en
el domicilio
de las mujeres; en primer lugar se pensó así para
que ellas se sintieran
cómodas; sin embargo, las participantes reconocieron que
también por medida de
seguridad era necesario que fuese en sus domicilios.
Todas
las mujeres fueron informadas de los
objetivos de la investigación cuyos fines fueron
estrictamente académicos.
También se les solicitó autorización
para audiograbar las entrevistas y se les
aseguró su anonimato, tomando en cuenta todas las
consideraciones éticas de la
investigación. Las entrevistas fueron transcritas en su
totalidad. La
información se analizó mediante el
análisis de contenido, el cual permite
interpretar textos y discursos situados en un contexto especifico
(Krippendorf,
1990), y permite dar cuenta de significaciones y prácticas
de determinada
realidad. Se definieron las unidades de análisis a partir de
la teoría y de
resultados de investigaciones previas (González-Teruel
& Barrios, 2012),
quedando subdivididas de la siguiente forma (Tabla 1).
Tabla
1. Unidades
de análisis y subcategorías del
análisis de la información
Unidades de análisis |
Subcategorías |
Estereotipos de género |
Prácticas de las mujeres en el
espacio privado. |
Prácticas en el espacio
público. |
|
Exposición a las violencias por
condiciones de género. |
|
Percepción de inseguridad |
Percepción de riesgo en su colonia. |
Uso del espacio público. |
|
Percepción de
degradación del espacio público. |
|
Confianza en la policía. |
|
Proceso de empoderamiento |
Dimensión personal. |
Dimensión relacional. |
|
Dimensión comunitaria. |
|
Tipos de objetivos y niveles de las
estrategias de empoderamiento en contextos de inseguridad. |
Resultados
Para
poder
entender cómo se construye el proceso de empoderamiento en
mujeres que viven en
contextos peligrosos, es necesario situarlas y así
comprender sus lugares de
enunciación. En la Tabla 2 se presentan las
características generales de las
participantes, así como el tipo de victimización
de las que habían sido objeto
o de las que están en riesgo[2].
Tabla 2. Características de las participantes en el estudio
N |
Seudónimo |
Edad |
Escolaridad |
Casadas y/o hijos |
Víctima de algún delito |
1 |
Dany |
14 |
Secundaria |
Soltera |
Acoso sexual en la calle y robo con arma blanca. |
2 |
Olga |
32 |
s/d |
5 hijos |
No ha sido víctima, pero sí tiene miedo. |
3 |
Marcia |
23 |
Secundaria |
Casada sin hijos |
Acoso sexual y víctima de agresiones por los vecinos. |
4 |
Rocío |
42 |
Secundaria |
Casadas con 3 hijos |
Extorsión por parte de policías municipales. |
5 |
Alejandra |
23 |
Bachillerato |
Soltera |
Robo de celular a mano armada. |
6 |
Norma |
32 |
Licenciatura |
Soltera |
Víctima de robo con arma blanca. |
7 |
Sofía |
27 |
Licenciatura |
Casada con hijo |
Secuestro exprés. |
8 |
Paty |
46 |
Secundaria |
Cuatro hijos |
No ha sido víctima, pero sus hijos sí |
9 |
Sandra |
35 |
Secundaria |
Casada un hijo |
Acoso sexual e intento de robo. |
10 |
Elizabeth |
38 |
Bachillerato |
Casada con 3 hijos |
Intento de asalto a su casa. |
Fuente: Elaboración propia
Una
característica crucial de este grupo es que todas
participan, en algún grado, con
una organización política que opera a nivel
nacional, agremiando a personas de
niveles socioeconómicos bajos para demandar a los gobiernos
apoyos de distinta
índole (económico, social y político).
La organización –que por fines éticos
no
será nombrada– está relacionada con el
Partido político Revolucionario
Institucional (PRI) y ha sido cuestionada por esta
vinculación, además de sus
métodos e intereses políticos (Godoy, 2014).
Por
otro lado, la colonia en donde
residen se trata de un asentamiento irregular, que se encuentra en el
límite
territorial de los municipios de Chimalhuacán y Los Reyes.
Los servicios
básicos como drenaje, agua potable, escuelas, alumbrado
público, pavimentación son
precarios. Para ir adquiriendo sus terrenos se incorporaron a la
organización
política que gestionó ante las dependencias
estatales y municipales estos
servicios y, a su vez, condicionó su otorgamiento a la
comunidad a cambio de su
asistencia a mítines o marchas.
Es
importante mencionar que sus viviendas
están
muy próximas a dos factores de riesgo: una mina abandonada y
un tiradero
de basura. Por
la profundidad de la mina, se han
registrado accidentes mortales, además
de que se ha
convertido en una zona usada para cometer delitos como violaciones,
asaltos,
feminicidios y homicidios.
El basurero a
cielo abierto no sólo
es un riesgo para la salud –si
se considera la fauna nociva, así
como
los gases
y olores que se desprenden–,
sino es un riesgo para la integridad por la violencia que el negocio
de la basura ha traído, esto se ha manifestado en
enfrentamientos y en el
hostigamiento que hacen los trabajadores del basurero, específicamente
contra estas mujeres. De esta
manera, que cuando se les preguntó por la inseguridad, todos
sus discursos
hacían referencia a este tipo de prácticas
ejecutadas no sólo por los hombres
que viven y trabajan en el basurero, sino por otros hombres que
están presentes
en las calles.
En
el análisis de la encuesta
“Ciudad, Espacio Público y
Género” que se llevó a cabo en Ciudad
Juárez,
Fuentes y Peña (2012) refieren que la principal
razón por el que las mujeres no
usan los espacios públicos es la inseguridad y otras
conductas asociadas con la
violencia; por ejemplo, que los hombres les dicen groserías
en la calle o por
temor a ser víctima de una violación. Estas
respuestas son muy similares a lo
encontrado en este estudio, en donde se corroboró que el
riesgo objetivo está vinculado
a la percepción de inseguridad y que, la peligrosidad de los
espacios públicos
representa una limitante importante para que las mujeres se apropien
por
completo de ellos.
La
mayoría de las
entrevistadas permanece en el hogar realizando trabajo de cuidado y
trabajo
remunerado, en algunos casos, a través de la costura y venta
de productos. Al
permanecer una parte importante de su tiempo en la colonia se enfrentan
de
manera más frecuente a los problemas y riesgos que en ella
se vive. Las mujeres
más jóvenes que estudian también se
dedican a apoyar en las labores del hogar,
a la par, acuden a sus centros escolares. Ellas aún
mantienen creencias basadas
en papeles tradicionales de género, tales como la
responsabilidad del cuidado
de sus hermanos y/o hijos, y los relacionados con su deber de
permanecer dentro
del ámbito privado para proteger a los integrantes del hogar.
Sin
embargo, aunque algunas
de las entrevistadas tienen creencias tradicionales, éstas
se han flexibilizado
y han comenzado a cuestionarse estos papeles y a realizar acciones para
mantener su presencia en el ámbito público a
pesar de la alta incidencia
delictiva de su colonia.
Como
se observó en la Tabla 2,
ocho de las diez mujeres han sido víctimas directas de
algún acto delictivo. Llama
la atención que cuatro participantes manifestaron que
habían sido acosadas en
la calle y otra de ellas narró que su hija había
sido víctima de acoso sexual.
Las otras cinco mujeres que no mencionaron haber sido
víctimas de este tipo de
agresiones, tenían conocimiento de casos de mujeres y
niñas que habían sido
secuestradas o asesinadas muy cerca de sus viviendas, lo que
contribuyó a su
sensación de inseguridad.
En
este sentido, la forma más
común con la que ellas se relacionan con el espacio
público –además de las
acciones comunitarias– es a través de su vida
cotidiana y lo vinculado a lo
“doméstico”; por ejemplo, ir por los
hijos e hijas a la escuela, ir al mercado,
acompañar a los hijos a la parada del autobús.
Es
importante mencionar que,
si bien parte de las entrevistadas comparten este miedo a salir solas,
no ven a
sus parejas, hijos o hermanos como los únicos cuidadores,
sino que apelan a la
red que han creado entre vecinas para defenderse. Todas las
entrevistadas
afirmaron que, si se encontraran en riesgo y solicitaran la ayuda de
sus
vecinas, contarían con su apoyo, como lo menciona Marcia.
Totalmente
me ayudan, yo ya lo viví. Haz de cuenta a los
trabajadores del tiradero [se refiere al basurero a cielo abierto que
está a
dos cuadras de sus hogares] no les puedes decir nada porque viene toda
la bola
a echarte montón, a balacear tu casa o a pegarle a tu
esposo. A mí se me
ocurrió reclamarles porque se apropian de la avenida y ya me
estaban haciendo
un relajo en mi casa. Casi querían tirar la puerta porque me
querían golpear. Yo
con miedo pensé no voy a esperar a mi esposo a que venga y
me defienda,
entonces le avisé a Gloria, mi vecina, y ella que llama a
las otras. Ya las
otras le hablaron a la policía y otras se fueron corriendo
afuera de mi casa y
amenazaron a los del tiradero que los iban a acusar con el licenciado
[uno de
los líderes de la organización a la que
están agremiadas] y se fueron (…). Me
asusté, pero sí me ayudaron a pesar de que se
estaban poniendo bien pesados
(Marcia, 23 años).
Este
grado de confianza es
difícil de observar en las comunidades y más en
donde los niveles de
descomposición social son elevados. Ahora bien, con el
análisis de contenido
realizado, se pudo diferenciar aquellas estrategias de
autoprotección, por
ejemplo, no transitar por la calle en la noche, caminar en sentido
contrario de
los vehículos o avisarse entre ellas si ven algo sospechoso,
de aquéllas que sí
pueden conducir al proceso de empoderamiento.
En
la Tabla 3 se resumen las
estrategias que las entrevistadas realizaban, y aunque no estaban
reconocidas por
ellas con el nombre de empoderamiento, se pueden considerar como
estrategias
que pueden conducir a éste por el contexto en el que fueron
llevadas a cabo,
así como el grado de satisfacción que les
generó y el impacto que tuvieron en
otras esferas de su vida.
Tabla
3 Acciones
de empoderamiento de las entrevistadas
Estrategia |
Tipo de poder |
Ejemplo |
Empezar a reconocer la importancia de su
trabajo para el mejoramiento de sus condiciones de vidas. |
Desde adentro |
“Yo sé que si yo no me
muevo no tendríamos, por ejemplo, el drenaje o simplemente
la casa. En ocasiones mi marido no lo reconoce [risas] pero pues
sí, gracias a lo que hago estamos un poquito
mejor” (Rocío, 42 años). |
Empezar a reconocer su derecho a estar
presentes en el espacio público. |
Desde adentro |
“La otra vez iba en calle y un tipo
de un coche me gritó peladeces, me enojó mucho,
¡mi calle, es mi calle! Voy a tener que caminar del otro lado
[de la calle], pero
me gusta salir” (Dany, 14 años). |
Cuestionar las agresiones sexuales y
físicas de las que han sido objeto por ser mujeres. |
Desde adentro |
“¡Es un abuso! Deben de
respetar, no porque sea mujer, soy de ellos…
Están mal, a mí me respetan, a mí, a
mis hijas y a las mujeres” (Elizabeth, 38 años). |
Organizarse para vigilar a sus hijos y
mantener los espacios de convivencia. |
Poder con |
“La delincuencia aquí es
bien alta, entonces nosotras decidimos que nuestros hijos deben de
crecer bien, sin miedo, entonces los llevamos al parque, pero nos
turnamos en los cuidados, yo le echo el ojo a mis hijos y a los de las
compañeras” (Olga, 32 años). |
Organizarse para cuidarse entre ellas,
mediante a red de vecinas. |
Poder con |
Cuando vamos a los mítines nos
vamos juntas y ahí platicamos que hay que cuidarnos, no es
fácil vivir aquí. Así que es mejor
salir y echarle la mano a las compañeras o que cuando me
pase algo, nadie me ayude (Sofía, 27 años). |
Apoyarse en su grupo cuando se detectan casos
de violencia en el espacio privado. |
Poder con |
“Ya no solamente nos juntamos que
para ir los mítines, nos conocemos, chismeamos,
fíjate que hasta nos ayudamos si alguien le pegan le
decimos, que se vaya a hacer la denuncia” (Paty, 46). |
Utilizar los conocimientos adquiridos dentro
de la organización para gestionar apoyos por su cuenta para
la mejora de sus condiciones de vida, incluyendo la seguridad. |
Poder para |
“(…) ya conocemos gente
del municipio, ya sabemos hacer oficios, ya sabes cómo
decirle a la gente que firme o se organice para pedirle al
municipio… Estamos tratando de que rellenen la mina [se refiere a una en mina de tepetate en
desuso en la que se comenten delitos que van desde el robo, hasta
homicidios y violaciones] para evitar
accidentes a ver si nos hacen caso” (Rocío,
42 años). |
Fuente: Elaboración propia.
Como
se observó, el grupo
trabaja principalmente por objetivos de tipo práctico a
partir de sus
identidades como cuidadoras, para afrontar las condiciones de
inseguridad y de
precariedad en las que viven. De esta manera, en varias de las
participantes se
observó el uso del poder para y
poder con, adicional al
empoderamiento desde adentro que
cada una de ellas ha
ido desarrollando en distintos niveles a partir de su historia
personal, de su
incursión en el movimiento político y de su
participación comunitaria con otras
mujeres y que, aunque esto no las ha llevado del todo a la
transformación en
sus relaciones de subordinación, sí les ha
permitido cuestionar algunas
creencias relacionadas con su uso
del
espacio público y su derecho para transitar de manera segura.
Las
acciones de vigilancia y protección
contra la inseguridad, así como las vinculadas a la mejora
de sus viviendas y
de su colonia, están relacionadas con sus papeles de
género, y quizá esto pueda
explicar por qué a pesar de que estas actividades son de
suma importancia para
la comunidad, sus familias y para ellas, aún no se
consideran como piezas
centrales del movimiento. Ellas mencionan que no toman papeles
más activos y de
poder, entre otras cosas, por su falta estudios y la falta de control
sobre su
tiempo libre como se observa en el fragmento de la entrevista.
(…) en una
ocasión fuimos al municipio a pedir
(…) bueno nosotros en esa época
creíamos que todo era fácil verdad, que
juntándonos íbamos a solucionar lo del tiradero
[de basura], pero después empezamos
a ver que no. Había muchos intereses ahí, que por
mucho que nos juntáramos, no
iban a mover un dedo ahí y era cuando estaba un funcionario.
Él claramente nos
dijo que no, que no se podía hacer nada y que nos
regresáramos. Hasta
que entró otra vez el licenciado [esta
persona pertenece al movimiento político y es el que convoca
a estas mujeres a
las marchas] y él nos había dicho que nos iba a
ayudar ya que estuviera de
diputado, ya iba a ser más fácil. (Olga 32
años).
En
el estado del arte que realizó Ibarra
(2015) sobre las acciones colectivas de mujeres, identificó
que en los estudios
que se realizaron en movimientos populistas se encontró que
había una
articulación entre el discurso sobre la modernidad y
mujeres, pero al mismo
tiempo se reforzaba la identidad mujer/madre, fortaleciendo el
maternalismo que
varias de las mujeres representan sin cuestionamiento (Luna, 2003
citado en
Ibarra, 2015). También analizó que esta
situación representó una de las
modalidades de acción que ha sido destacada por conjuntar a
más mujeres por el
interés del cuidado de sus hijas e hijos, pero no deja tan
claro hasta qué
punto estas acciones, realmente conducen a un empoderamiento de las
mujeres.
Esta misma situación se presentó en el estudio y
será discutida a continuación.
Discusión
Con
base en las definiciones sobre
empoderamiento y de acuerdo con los discursos y experiencias de las
entrevistadas, surge uno de los primeros debates sobre la existencia
del
proceso de empoderamiento cuando sólo se trabaja por
intereses de tipo práctico
y no se cuestiona de manera específica los papeles y
estereotipos de género.
En
este sentido, Massolo
(2003) al analizar la participación de las mujeres en lo
público desde lo
local, puntualiza que las mujeres viven constantemente en una paradoja,
ya que
a pesar de que han estado presentes en acciones colectivas dentro del
espacio
local, operacionalizado como el barrio, éstas
están asociadas a la vida
cotidiana y en muchas ocasiones vinculadas con la familia, por lo que
una vez
más se puede observar la reproducción y
legitimación de los papeles
diferenciados por género, sin que éstos
necesariamente contribuyan a la mejora
en sus propias condiciones de vida y por lo tanto, a la
disminución de las
desigualdades de género.
Molyneux
(1984) consideraba
que solamente los intereses estratégicos de las mujeres
pueden alcanzar a ser
feministas por considerarlos un cambio real en las relaciones de
opresión,
mientras que los intereses prácticos estaban vinculados a la
falsa conciencia. Sin
embargo, si consideramos al empoderamiento como un proceso en donde se
puede
ubicar el inicio, pero no su término, lo que menciona la
autora podría resultar
inoperante, principalmente, cuando consideramos contextos como el de
las
mujeres que participaron en este estudio.
Por
lo tanto, es fundamental retomar
los discursos de las entrevistadas, aunque estos pudieran parecer
paradójicos entre
sus creencias, percepciones y acciones, ya que por un lado, ellas saben
que
tienen un papel importante en su autocuidado, en el de sus familias y
en sus comunidades;
pero por el otro lado, siguen reproduciendo papeles tradicionales de
género al
interior de sus familias, como menciona Lauretis (1990 citado en
Zúñiga, 2015)
“viven una contradicción real dentro de un mundo
diseñado y gobernado por los
hombres; una contradicción conceptual y experiencial en la
que las mujeres
necesariamente están atrapadas como seres
sociales” (p.291).
Al
respecto, Rauber (2001), en su escrito
sobre las mujeres que se manifiestan en la plazas públicas
en la Argentina,
concluyó algo muy similar a los anteriores estudios, pues
aunque las mujeres
luchan, participan, se organizan y protagonizan su propia historia,
todavía
parece haber un aparente divorcio de su vida social con sus vidas
privadas,
pero también notó, que a partir de ese momento,
estas mujeres comenzaron a
sentirse más fuertes y empezaron a modificar sus
concepciones, principalmente
de la libertad y la solidaridad. Justamente
esto se observó en este estudio en donde las mujeres
experimentaron, a partir
de esta experiencia de grupo, formas distintas de relacionarse con lo
público,
con su comunidad y con ellas mismas.
Sin
negar la existencia de condiciones estructurales que han colocado a las
mujeres
en distintas situaciones de subordinación y han posibilitado
las violencias
sobre sus cuerpos, sí se observó en este estudio
que existen estrategias que
indican que las mujeres están en construcción del
empoderamiento, lo cual les
permitió ganar espacios para revertir ciertas condiciones
que las limitan.
Pudieran tratarse de prácticas micro-políticas
como las definió Lauretis (1990
citado en Zúñiga, 2015), porque a
través de ellas las mujeres pueden o intentan
resistir la violencia. Por ejemplo, en el trabajo de
Zúñiga (2015) con
trabajadoras jornaleras, se encontraron algunas estrategias de
resistencia como
la renuncia o el despido ante las negativas de éstas
–ya sea de manera directa
o indirecta– a ser acosadas sexualmente. Aunque estas formas
de enfrentar esas
violencias no tienen grandes impactos para transformar esos entornos
violentos,
sí lo hacen en la autoconcepción de las mujeres
como sujetos de derechos, como
lo menciona Zúñiga (2015):
Sin
embargo, un cambio transcendental se está operando en las
últimas décadas, y es la percepción
que tienen las mujeres sobre sí mismas: su
autopercepción como actoras que buscan decidir su vida, que
asumen que tienen
derecho a tener derechos, a tomar la calle y ganar la noche; que se
reconocen
como individuos con capacidades para transformarse a sí
mismas como sujetos de
su propio devenir (p. 274).
Y
más adelante menciona “Las
acciones de estas mujeres contra las distintas formas de
dominación pueden ser
múltiples, y no necesariamente presentarse como formas
explicitas de
resistencia.” (p.275). A pesar de las críticas a
este tipo de prácticas, el empoderamiento
es un proceso deseado y como se observó en las entrevistadas
ya está en
construcción al realizar este tipo de estrategias. Sin
embargo, hay que tomar
este análisis con sumo cuidado, pues no necesariamente esta
participación, en
un principio, conduce a mejores condiciones para las mujeres, como lo
apunta Massolo
(2003), pero cuando se está en camino de la toma de
conciencia se pueden
construir ciudadanas que estén en posibilidades de revertir
las condiciones de
subordinación.
En
una investigación realizada por Varela
(2005) en un municipio de Argentina con problemas manifiestos de
pobreza y
exclusión social, se entrevistaron a mujeres que
participaban en un programa
gubernamental llamado Plan Jefas de Hogar. La investigación
tenía el objetivo
de conocer sus historias de participación, así
como sus estrategias de
resistencia ante los problemas que les afectaba directamente a ellas y
sus
familias. Se encontró que el pertenecer a este plan
“pervertía” su
participación, pues la confinaba a ser simplemente
reproductoras de los modelos
tradicionales y generaba, en algunos casos, conflicto porque el partido
político en cuestión las utilizaba, de modo tal,
que quien tenía más contactos
sacaba más provecho del programa.
No
obstante, a pesar de estas situaciones, la
autora concluyó que estas experiencias les permitieron a las
mujeres
organizarse y formular demandas específicas.
Además, también establecieron
lazos de solidaridad entre las participantes y pudieron prevenir
algunos casos
de violencia en el ámbito doméstico. Incluso
llevó a algunas a cargos públicos
en lo local. La autora consideró que “La fuerza de
sus acciones colectivas
presentes no es menor: trabajan en favor de un lento proceso de
empoderamiento
como sujetas sociales.” (Varela, 2005, p. 193).
Por
su parte, Morales (2004),
en su estudio con mujeres taxistas de una comunidad en Oaxaca,
comprobó que
cuando el trabajo tenía que ver con algo distinto al rol
asignando, podían
tener presencia en otros espacios públicos dominado por
hombres, como el automóvil
y la calle. Y concluye que, a diferencia de esos trabajos, los que
tienen que
ver con el ámbito doméstico, permiten el
empoderamiento, aunque éste resulta
más tardado o con menos impacto que los otros.
Si
bien, las mujeres de este estudio no
vislumbran su aportación desde una apuesta por la
deconstrucción de los estereotipos
de género, su práctica se presta para ser una
posibilitadora de acciones
colectivas de mayor magnitud y reivindicadora de derechos, por lo que
será
indispensable conducir estas acciones mediante grupos de autoconciencia
que les
permitan analizar la condición de género y
cuestionar las creencias, además de
los dispositivos socioculturales,
que posibilitan
las distintas violencias hacia las mujeres.
Conclusiones
La
importancia de conocer las prácticas
cotidianas que llevaron a este grupo de mujeres a implicarse en un
proceso de
empoderamiento estribó en que, con el tiempo, ellas
podrán alcanzar objetivos
estratégicos que las impulsen, no sólo a realizar
acciones coordinadas en
materia de prevención del delito para el cuidado de
sí mismas y de sus
comunidades, sino a transformar las relaciones de poder a su alrededor.
Pero, para
ello, es
fundamental una dinámica de concientización.
Bacqué y Biewener (2016) consideran
que el desafío principal es desarrollar y facilitar una toma
de conciencia que
conduzca a construir “subjetividades de
resistencia”, al mismo tiempo, es fundamental
trabajar en las posiciones sociales y de género como
subjetividades situadas en
las relaciones sociales.
Lo
anteriormente dicho conlleva transcender los intereses
prácticos, robusteciendo
el poder desde adentro y el poder con, a fin de tener un poder para con mejores cimientos en su
construcción. No obstante, uno obstáculo para
lograr esto es el clientelismo
político, el cual no fue cuestionado de manera
explícita por ninguna de las
entrevistadas, pues a pesar de que generaba cierta incomodidad en su
vida cotidiana
(principalmente por la asistencia obligatoria a mítines y a
marchas),
reconocieron que, por el momento había sido un medio para
obtener servicios básicos
o ser escuchadas en sus demandas.
Freidenberg
(2017) en un estudio sobre los vínculos clientelares a nivel
local en México, observó que los individuos que
participaban en esta relación
no eran actores pasivos, sino que detrás de sus actuaciones
había una
planeación para beneficiar a sus comunidades mediante el
empleo de las
relaciones clientelares, justificadas por la ineficacia de otras
alternativas.
Pese a esto, los individuos mostraban tensiones, pues eran conscientes
de que
atentaban contra la democracia, pero también
tenían que enfrentarse
cotidianamente a un contexto de desigualdad y carencia.
Por
lo anterior, desnaturalizar las prácticas clientelares tanto
materiales como simbólicas, será fundamental para
poder seguir en el proceso de
empoderamiento. Sin embargo, no se puede perder de vista que, aunque
este tipo
de relación impida momentáneamente la
trascendencia a otro tipo de objetivos de
orden estratégico, esto no inhibe el esfuerzo, ni los
aprendizajes, ni anula el
incipiente empoderamiento.
Finalmente,
es importante resaltar que, en un
tema que puede poner en riesgo la integridad de las personas, como la
inseguridad, es fundamental que los estudios sobre empoderamiento
partan desde
una vertiente crítica, ya que se correría el
riesgo de pensar que los actores son
responsables de su propia (in) seguridad, negando con esto, la
raíz estructural
de la problemática. En otras palabras, empoderar a las
mujeres no debe implicar
de ningún modo exponerlas a mayores riesgos con el objetivo
de defenderse, sino
por el contrario, debe conducir a garantizarles su seguridad tanto en
los
espacios públicos como privados.
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Mariana Becerra
Sánchez.
Mexicana.
Doctora
en Psicología Social
y Licenciada en Psicología por la Universidad Nacional
Autónoma de México
(UNAM). Cuenta con un diplomado sobre derechos humanos y seguridad
pública de
la Universidad Iberoamericana. Se encuentra adscrita a las
cátedras del Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología en El Colegio de Sonora.
Actualmente colabora
en el proyecto de investigación “Niñas,
niños y adolescentes en entornos
violentos. Prevención- erradicación de la
violencia” y es miembro del
Observatorio por los Derechos de la Infancia (ODIN) del Colegio de
Sonora.
Además, se encuentra desarrollando la
investigación sobre “Seguridad de las
mujeres desde la perspectiva de género”. Entre sus
publicaciones destaca Ordoñez, A.;
Becerra, M. y Monroy, Z. (2018). La beneficencia del médico
en el tratamiento
del enfermo con cáncer terminal desde la experiencia del
familiar. Acta Bioethica, 24(1),
57-65 y Becerra, M. y Trujano. P. (2011).
Percepción de
inseguridad pública y legitimación de la
violencia de estado en un grupo de
habitantes del Estado de México: análisis de
argumentos. Acta Colombiana de
Psicología, 14(12), 35-43.
[1] La
Alerta de violencia de género es “el conjunto de
acciones gubernamentales de emergencia para enfrentar y erradicar la
violencia
feminicida en un territorio determinado, ya sea ejercida por individuos
o por
la propia comunidad” (Diario Oficial de la
Federación, 2010). La Comisión
Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos,
A.C. (CMDPDH) y El
Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) solicitaron a la
Secretaria de Gobernación, se declarara la alerta de
violencia de género en
esos municipios ante la evidencia documentada de éstos.
[2] La
preservación del anonimato de las
participantes es necesaria para no ponerlas más en riesgo
(Figueroa, 2014).
Adicionalmente, garantizó que ellas se pudieran expresar de
una manera más
libre para opinar sobre organizaciones políticas que operan
en el territorio.