Género y clase social: discursos sobre maternidad y crianza en Maule, Chile
Gender and class: Discourses on motherhood and upbringing in Maule, Chile


Verónica Gómez-Urrutia

http://orcid.org/0000-0002-2399-7566

Universidad Autónoma de Chile

gomezver@gmail.com

Luis Herrera Vásquez
http://orcid.org/0000-0002-3742-5788

Universidad de Talca

luis.herrera@gmail.com

 

Resumen: El artículo caracteriza los discursos de mujeres jóvenes en relación con la paternidad/maternidad en la región del Maule, sur de Chile. La importancia de este análisis radica en el hecho de que la maternidad/paternidad involucra -más allá del hecho biológico del nacimiento- un conjunto de prácticas normadas en clave de género que, históricamente, han tenido un rol clave en la definición del lugar de la mujer en la sociedad y en la asignación de responsabilidades por la reproducción social. Se utiliza un enfoque cualitativo basado en entrevistas semiestructuradas y analizadas aplicando los principios de la codificación temática. Nuestros resultados indican que dichos discursos están en constante (re)negociación en la vida cotidiana, con diferencias relevantes por nivel de educación formal como proxy de clase social, lo cual sugiere una estratificación social de creencias y prácticas en torno a la maternidad.

 

Palabras clave: maternidad, género, discursos, jóvenes, cambio social.

Abstract: This article characterizes young women’s discourses on motherhood/fatherhood in the Maule region, central-south Chile. The relevance of this analysis is given by the fact that parenthood implies -beyond biological birth- a set of practices and norms organized around gendered criteria. Historically, these norms and practices have been crucial in helping define women’s role in society and in socially allocating responsibilities over social reproduction. We use a qualitative approach, based on semi-structured interviews which were analyzed following the principles of thematic coding. Our results indicate that such discourses are constantly being renegotiated in women’s daily lives, with notable differences by level of formal education taken as proxy for social class. This suggests a stratification of beliefs and practices regarding motherhood.

 

Key words: motherhood, gender, discourses, young people, social change.

Traducción:

Verónica Gómez Urrutia, Universidad Autónoma de Chile

 

Cómo citar:

Gómez-Urrutia, V. y Herrera, L. (2019). Género y clase social: discursos sobre maternidad y crianza en Maule, Chile. Culturales, 7, e450. doi: https://doi.org/10.22234/recu.20190701.e450

                                     

 

Recibido: 29 de marzo de 2019      Aprobado: 10 de julio de 2019      Publicado: 13 septiembre de 2019

 

 


Introducción

El presente trabajo[1] asume como premisa que la noción de maternidad muestra una evolución histórica, particularmente en relación con la imagen de mujer y las nociones de crianza (Oiberman, 2004; Solè y Parella, 2004). Se trata un constructo social que ha tenido impacto en la definición de la identidad de la mujer y su posición en la comunidad, dado el rol fundamental que se asigna a las mujeres en la reproducción biológica y cultural de una sociedad. En este contexto, la literatura plantea que las concepciones de maternidad/paternidad están experimentando un cambio significativo marcado por dos tendencias centrales: a) el cuestionamiento, por parte de las generaciones más jóvenes, del lugar de la maternidad y la paternidad en los proyectos de vida, particularmente para las mujeres (Aguayo, Correa y Cristi, 2011; Gallardo, Gómez, Muñoz y Suárez, 2006; SERNAM, 2012), y b) la reapropiación de la experiencia biológica, psicológica y emocional de la gestación, parto y crianza como un espacio en el cual se toman decisiones y se ejercen derechos.

Este artículo busca caracterizar los discursos que mujeres jóvenes (menores de 30 años) tienen sobre maternidad y crianza, identificando sus elementos clave y los principales puntos de convergencia/divergencia con narrativas y normas hegemónicas como, por ejemplo, las referidas a la “maternidad intensiva”, que supone la centralidad del vínculo entre madre e hijo, y altos niveles de compromiso emocional y de trabajo de cuidados por parte de las mujeres (Myers, 2017). Ello, considerando que la maternidad y, particularmente, las exigencias de la crianza implican para las nuevas madres negociar estas normas en un contexto social cambiante, en términos de la diversificación progresiva en las formas de hacer pareja y familia (Salvo y Gonzálvez, 2015) y de la inestabilidad económica que, si bien parece ser endémica en América Latina, hoy va acompañada de una mayor aspiración de las mujeres a tener independencia financiera (Gómez-Urrutia, Royo y Cruz, 2017). Metodológicamente, el trabajo utiliza un diseño de investigación cualitativo, basado en los principios del análisis del discurso. El corpus se compone de 24 entrevistas semi-estructuradas individuales a mujeres jóvenes que han tenido hijos recientemente, de la región del Maule (centro-sur de Chile), una región que se caracteriza por las marcadas diferencias educacionales en la población joven, lo cual tiene evidentes implicaciones para sus proyectos de vida, incluyendo la perspectiva de hacer pareja y familia (Aninat, Cox y Fuentes, 2018; Gómez-Urrutia, Royo y Cruz, 2017).

En un momento histórico en el cual se valora cada vez más el respeto a la diversidad de proyectos personales y familiares, creemos que es de gran trascendencia investigar las representaciones que mujeres jóvenes tienen sobre la familia, la maternidad/paternidad y la crianza.

 

El contexto: cambios sociodemográficos y culturales

Como institución, la familia es uno de los lugares donde más claramente puede advertirse el peso social y cultural de los roles socialmente atribuidos a hombres y mujeres. Allí opera claramente la lógica binaria del género, particularmente en lo referido a la reproducción -biológica y cultural- de las sociedades, que se realiza en el contexto de la familia. De ahí su potencial para transformar radicalmente las relaciones de género o, por el contrario, para perpetuarlas, y el interés investigativo por explorar su funcionamiento interno más allá de las redes de parentesco (Nussbaum, 2000).

Históricamente, el matrimonio era el lugar legitimado para el ejercicio de la sexualidad y la procreación, que además se suponía una aspiración casi universal, especialmente para las mujeres. Sin embargo, el lugar del matrimonio y la maternidad/paternidad en el imaginario y en las prácticas sociales es también históricamente situado, por ejemplo, datos internacionales (Lippman y Wilcox 2015) muestran que la edad promedio al primer matrimonio se ha retrasado, siendo el fenómeno especialmente notable en los países que presentan mejores indicadores económicos. En Chile, la convivencia ha ido ganando espacio como una forma legítima de hacer pareja (UC-Adimark, 2016) y quienes todavía optan por el matrimonio lo hacen a una edad mayor: 32 años para las mujeres y 35 para los hombres, una de las más tardías de América Latina. Tampoco se ve el matrimonio como el lugar único para la procreación. Según cifras del Registro Civil chileno, en 2017 más de un 70% de los nacimientos ocurrió en parejas no casadas, aunque en su mayoría se trataba de uniones estables, las cuales sólo han sido reconocidas en el orden jurídico chileno a partir de 2015.

La díada matrimonio e hijos también está cambiando. La caída en las cifras sobre fertilidad en las mujeres adultas y el aumento de la edad promedio al nacimiento del primer hijo/a sugiere que la maternidad no necesariamente constituye la aspiración principal. Asimismo, el número de hogares biparentales en Chile ha disminuido a la par que aumenta el número de hogares monoparentales, principalmente de jefatura femenina (Ministerio de Desarrollo Social, 2017). Estos no son fenómenos aislados ya que cambios similares se han verificado en toda América Latina (Juárez y Gayet, 2014), siguiendo una tendencia ya manifiesta en los países industrializados.

Con estos datos como telón de fondo, cabe preguntarse por la mirada que tiene sobre la maternidad/paternidad un grupo específico de la población: las mujeres menores de 30 años. Este grupo resulta interesante desde una doble perspectiva: por una parte, se trata de la generación que, habiendo nacido en la década de los noventa, creció en una sociedad en la cual el orden de género tradicional estaba siendo crecientemente cuestionado, con impulso de las agendas gubernamentales. En Chile, como en otros países del Cono Sur, la recuperación de la democracia en los años 90 propició la oportunidad de cuestionar las desigualdades de género imperantes en la sociedad. Al mismo tiempo, esta generación fue testigo de la diversificación de formas familiares en Chile (Ministerio de Desarrollo Social, 2017). En las generaciones más jóvenes, esto se ha expresado en el cambio progresivo en la forma en que hombres y mujeres jóvenes enfrentan la paternidad y la maternidad (Olavarría, 2014; Valdés, Castelain-Meunier y Palacios, 2005). Para muchas mujeres jóvenes, la importancia de ser madre está siendo crecientemente relativizada frente a otras aspiraciones, como estudiar y tener un ingreso propio (Gómez-Urrutia, Royo y Cruz, 2017; SERNAM, 2012). Los hombres jóvenes, en tanto, le dan mayor importancia al aspecto emocional de la paternidad, reclamando una mayor cercanía emocional con sus hijos/as y un lugar más importante en la crianza, pero sin asumir una parte equitativa del trabajo doméstico y de cuidado que ello implica (Aguayo, Correa y Cristi, 2011; Gallardo, Gómez, Muñoz y Suárez, 2006). Este cambio se corresponde con la pérdida de límites precisos de los roles de género tradicionales, pero no ha significado, necesariamente, la transformación radical de los mismos.

Se trataría, así, de una renegociación –tanto en el sentido de significados como de prácticas y, por ende, de las relaciones de poder asociadas a ellas– que hombres y mujeres jóvenes están haciendo de los sentidos asociados a la maternidad/paternidad. Como observa Amparo Moreno (2009), la biología ha dotado a la especie de cuerpos sexuados y un mecanismo de reproducción específico, pero no provee fórmulas para las prácticas asociadas al mismo. Esto sería producto de un aprendizaje social que, en cuanto tal, está estrechamente vinculado con el contexto social en el cual la experiencia se despliega, tanto a nivel micro (la familia y la comunidad de referencia) como a nivel de macroestructuras (los sistemas económicos y culturales) (Taylor, 2011; Yopo, 2013). Así, la sexualidad y la reproducción estarían en el centro de la discusión respecto de los límites entre lo que es puramente biológico –por ejemplo, la capacidad física de embarazarse y amamantar– y lo que es socialmente construido: los significados asociados a los procesos biológicos. Estos últimos han sido definitorios en la estructuración de oportunidades de vida para hombres y mujeres, ya que ocurren en un contexto de relaciones de poder asimétricas que implica que, históricamente, dichos significados han excluido, en gran medida, a las mujeres de las esferas de la vida social que no están conectadas directamente con el trabajo reproductivo (Carrasco, Borderías y Torns, 2011).

Como observan Murray (2012), Salvo y Gonzálvez (2015), Taylor (2011) y Yopo (2017), lo que estaría en juego aquí serían los procesos de individuación, entendida como el mayor espacio de autonomía que tienen los sujetos para decidir frente a las limitaciones impuestas por la tradición, las instituciones y otros sistemas normativos, lo cual llevaría a la pluralización de referentes en este plano (Yopo, 2013). Los procesos de individuación no son consistentes y uniformes y están condicionados por la estructura social, que influencia los horizontes normativos que aparecen como viables y posibles para los individuos. Por ello, los márgenes de negociación de sentido que los sujetos tienen -su capacidad de ejercer agencia- están también condicionados por su lugar en la estructura social. La maternidad, como práctica social, estaría dentro de este campo de negociación entre las normas e ideología dominantes y la capacidad de agencia de las mujeres para reinterpretar y subvertir esas normas, según los grados de libertad de que dispongan (Taylor, 2011; Yopo, 2016). Murray (2012), por ejemplo, ha mostrado cómo las creencias y prácticas sobre la maternidad están estratificadas en Chile, en tanto Myers (2017) muestra cómo las tecnologías de reproducción asistida han permitido a las mujeres desafiar la idea de la “edad fértil” o el “reloj biológico”, pero sólo para quienes tienen los recursos económicos para costear dicha tecnología. Por su parte, Salvo y Gonzálvez (2015) muestran cómo la idea de monoparentalidad se ha ido legitimando como algo que puede ser el resultado de una elección, por lo cual las autoras concluyen que “la maternidad se ha convertido en un significante flotante en las narrativas culturales contemporáneas donde más que nunca se evidencian las múltiples brechas en torno a esta noción” (Salvo y Gonzálvez, 2015, p. 42. Subrayado en el original).

 

Metodología

Considerando la naturaleza social y simbólica de nuestro objeto, este estudio privilegiará un abordaje cualitativo. Como señala Santander (2011), las consideraciones que justifican el interés por analizar y reconstruir el análisis de los discursos que se producen y circulan en nuestra sociedad se refiere a la información que proporcionan sobre el sustento simbólico de creencias y prácticas sociales (Santander, 2011). Santander también señala la importancia de analizar los discursos que circulan en y son generados por la sociedad civil, calificándolos como una “pista” importante para categorizar sociológicamente las visiones movilizadas por los sujetos en sus prácticas cotidianas. En este caso, como indicamos, la negociación de sentido y de poder sobre maternidad y crianza. Para este propósito, se aplicaron entrevistas semiestructuradas a mujeres entre 18 y 30 años, que ya hayan tenido al menos un hijo/a. Como técnica de selección de informantes se utilizó el muestreo teóricamente intencionado según los criterios siguientes: a) género, privilegiando informantes mujeres, dado que los procesos biológicos asociados a la reproducción ocurren en los cuerpos femeninos y a que, socialmente, se espera que tengan un rol preponderante en la crianza; b) Edad del último hijo/a o proceso de gestación/parto, definiendo como límite 4 años desde el último alumbramiento, y c) contar o no con educación superior, ya que la evidencia sugiere que las personas con mayores niveles de educación tienden a cuestionar los órdenes de género tradicionales en mayor medida que los segmentos menos educados (Arellano, 2010).

Sobre la base de estos criterios, durante 2017 se realizaron 24 entrevistas semiestructuradas a madres en el rango etario definido, 14 de ellas con educación superior completa o incompleta, y 10 sin educación superior. Las participantes fueron reclutadas a través de una invitación abierta, hecha en las Universidades de la VII Región para estudiantes y egresadas y a través de la Junta Nacional de Jardines Infantiles de Chile, JUNJI[2], que nos permitió invitar a las participantes en actividades de sus Jardines a esta investigación. Se escogió la entrevista semiestructurada por ser un instrumento que busca permitir al investigador/a acceder a la perspectiva del sujeto estudiado, sin llegar a la identificación: comprender sus categorías mentales, sus interpretaciones, sus percepciones y sus sentimientos, los motivos de sus actos sobre la base de un cuestionario que tiene una secuencia lógica, pero que es no-estandarizado y flexible (Wengraf, 2004). En todos los casos, las participantes recibieron una explicación detallada de los objetivos de la investigación y un formulario de consentimiento informado, en el cual se señalaban las condiciones de voluntariedad, anonimato y confidencialidad de la información entregada.

Una vez levantado el corpus, se procedió al examen y análisis discursivo de los textos a través de la identificación de categorías recurrentes en el discurso, que fueron definidas teóricamente a partir de la literatura examinada sobre cambios en las representaciones y prácticas asociadas a la maternidad. En un segundo momento, se recogieron aquellas ideas que habían probado ser recurrentes en el discurso, pero que no había sido contempladas teóricamente, las cuales fueron agrupadas como categorías emergentes (Pérez Serrano, 2004).  La categorización, en este contexto, es entendida como una operación que tiene la particularidad de agrupar o clasificar conceptualmente un conjunto de elementos (datos o códigos) que reúnen o comparten un significado. Por tanto, es concebida en un nivel de abstracción superior que está más próxima a un nivel relacional-conceptual, que a un nivel de datos brutos (Martinic, 2006).

El análisis estuvo orientado a identificar los principios de organización de los discursos de las informantes en el nivel subtextual (van Dijk, 2012), esto es, la estructura simbólica de su producción. Para ello, se realizaron las siguientes operaciones: a) levantar y describir aquellas categorías que fueran recurrentes en el discurso y que, por ello, pudieran ser asumidas como ejes del mismo; b) identificar “realidades” o temas, que se asocian entre sí a través de relaciones de oposición y de equivalencia o complementariedad, a través de un procedimiento de codificación abierta primero y teóricamente orientada después (Saldaña, 2009; Santander, 2011), y c) identificar las relaciones que existen entre esas categorías y la valoración que de ellas hace el sujeto. Este tercer momento consiste en la representación de las oposiciones y asociaciones identificadas en un modelo que permita representar los puntos de continuidad y quiebre de los discursos en relación a lo señalado, ya sea por generaciones anteriores o por los expertos/as, o bien las categorías que son renegociadas (en el sentido de que son reapropiadas a partir de la experiencia propia del/a informante) para darles un nuevo sentido. Ello, considerando que esas renegociaciones están también atravesadas por relaciones de poder (entre géneros y generaciones y la díada expertos/no-expertos). El proceso consideró tanto las categorías a priori (esto es, desde la teoría, que dio origen a la codificación inicial) como las emergentes. El análisis concluyó con una interpretación global que posibilitó reconstruir el modelo simbólico subyacente a textos que pueden ser en apariencia muy diferentes, pero que, analíticamente, responden a los mismos principios ordenadores.

Resultados

Uno de los cambios más evidentes verificado en términos de discursos sobre parentalidad fue la disociación de la relación tradicional entre matrimonio e hijos/as. Entre nuestras informantes, la gran mayoría (17 de 24) reportó haber tenido su primer embarazo en una relación de pareja estable, aunque todavía sin perspectivas de tener descendencia y sin una planificación previa al respecto. Sin embargo, las mujeres con mayores niveles de educación reportan, en general, embarazos más tardíos, lo cual es consistente con los datos que señalan que mujeres con más años de estudio tienden a tener su primer hijo/a más tarde, mientras que las mujeres con menores niveles de educación se convierten en madres a una edad más temprana (Aninat, Cox y Fuentes, 2018). Las mujeres con educación superior también tienden a distinguir entre ambas situaciones (maternidad y constitución de pareja estable) más marcadamente que quienes no han continuado con su educación más allá de la secundaria. Quienes tienen más educación no necesariamente vinculan la maternidad con el matrimonio o la convivencia (aunque éste puede ser un estado deseable), vínculo que sí establecen las jóvenes con menos años de estudio formal, como muestran los siguientes extractos:

Nosotros [mi pareja y yo] no habíamos hablado de casarnos ni de vivir juntos ni nada, aunque llevábamos tiempo juntos, igual llevábamos tres años, pero ahí yo quedé embarazada y fue como ya, ahora hay que empezar a pensar en otra cosa [matrimonio o convivencia] porque ya no somos dos no más, hay otra personita. Estaba claro que no podíamos seguir así no más, yo en mi casa y tú en la tuya…

(Vendedora de comercio minorista, sin educación superior, 22 años, primera hija a los 20 años).

 

Yo no había pensado tener guagua [bebé] todavía, pero ahí estaba la rayita [positivo del test de embarazo]. Igual no me asusté, igual tal vez quería, pero no estaba segura del cuento de irme a vivir con él [pareja]. Él es harto mayor que yo y somos los dos como mañosos, estamos acostumbrados a vivir solos, a tener los espacios, y a mí como que no me tincaba [parecía]. Pero no me asusté porque tengo un buen trabajo y dije ‘en el peor de los casos, tengo como criarlo sola’

(Profesional, 29 años, primer hijo a los 28).

 

La última cita nos reenvía a un tema recurrente en las narrativas analizadas frente al embarazo, especialmente cuando éste no es planificado: la cuestión de la (in)dependencia económica. Las mujeres que vislumbran la posibilidad (presente o futura) de generar ingresos propios la plantean como un factor que permite mayores márgenes de decisión en el ámbito personal. Es, también, un elemento de negociación posible frente a la familia de origen y/o la pareja, que se define por la posibilidad de “poner sobre la mesa” un ingreso que influencie los grados de autonomía que se tienen frente a las decisiones referidas a la vida personal. Por ejemplo, una misma circunstancia –un embarazo no planificado– en mujeres sin perspectivas educacionales más allá de la secundaria fue descrito como un pasaje más bien abrupto a la vida adulta, marcado -paradojalmente- por una pérdida relativa de autonomía frente a los padres y a la pareja. Para quienes ya habían concluido la educación superior o tenían perspectivas concretas de continuar estudios, el embarazo inesperado fue descrito más bien como un conflicto relacionado con la viabilidad de la relación de pareja o de insertarse en el mundo laboral de modo que les permitiese asumir los desafíos de la crianza, como muestran los siguientes extractos:

Me asusté, claro [con la noticia del embarazo] porque yo era chica y aunque igual tenía claro que iba a ser difícil que yo siguiera estudiando por cuestiones de plata, como que se me vino el mundo encima. Como que dejé de ser joven de un día para otro porque de ahora en adelante mi vida estaba toda decidida, por lo menos hasta que K [hija] fuera grandecita.

(Dueña de casa, sin educación superior, 25 años, primera hija a los 17 años).

 

[C]uando quedé embarazada ella [mi madre] se molestó mucho, a pesar de que estábamos casados, estábamos viviendo solos, y teníamos buena situación económica, porque de hecho él es profesional. Pero igual [mi familia] se enojó, porque toda mi familia tenía el entendido de que yo iba a estudiar, me casaba, pero tenía que estudiar, tenía que trabajar [en el futuro], no podía depender de él toda la vida.

(Estudiante universitaria, 24 años, primera hija a los 20 años).

 

Lo primero que pensé cuando quedé embarazada fue muy particular, porque ya tenía casi treinta años, pero me sentí casi una madre adolescente, dije… como yo tan joven voy a tener un hijo… pero claramente me di cuenta de que ya no era ni tan joven ni tenía una vida de joven, vivía hace unos buenos años sola, tenía sustento económico. Yo estaba en una relación de 10, 11 años en la cual no tenía relación de convivencia, pero estábamos ad portas de convivir, debido a esto, decidí dejar de tomar anticonceptivos. Bueno, se dio…fue medio planificado, medio no…

(Profesional universitaria, 34 años, primera hija a los 29).

 

La maternidad ya no parece ser el hecho que define el pasaje a la vida adulta para las mujeres con educación superior, ya que en las narrativas aparecen muy frecuentemente otros marcadores como el haber obtenido un título o estar en proceso de hacerlo y, en particular, la capacidad de generar ingresos propios, capaces de sustentar una vida independiente, ya sea en pareja o no. Aquí aparecen dos cuestiones importantes: la primera, bastante explícita, es la valoración de la independencia económica como base de proyectos personales y familiares. Para quienes estaban estudiando al momento de ocurrir el embarazo, el apoyo de redes familiares para el cuidado fue crucial para continuar con sus estudios, porque para la familia de origen también era importante un proyecto de vida que no se agotara en la maternidad. “Te la cuido, pero no te puedes echar [reprobar] ni un ramo [asignatura]”, fue la condición que le puso su madre a una de nuestras informantes para apoyarla con el cuidado de su hija, de modo que pudiera continuar con su carrera universitaria.

La segunda es que el nuevo sentido de responsabilidad o cambio de prioridades generada por la llegada de un hijo/a es, frecuentemente, presentada en un contrapunto con las propias historias familiares. En otras palabras, la crianza se concibe desde y en una relación crítica con lo que ellas vivieron en sus propias infancias, recreando aquello que se interpreta como adecuado, pero también distanciándose de aquellas prácticas o actitudes que se considera inadecuadas, incluso cuando éstas son avaladas por el discurso experto de médicos, psicólogos y otros especialistas.

Una idea recurrente en los discursos es el carácter construido –y no biológico– del apego entre madres y sus hijos/as. Aquí, nuevamente hay diferencias según niveles de educación: quienes tienen educación superior, y alejándose de la noción de “instinto maternal”, resaltan la construcción de los lazos de afecto como un proceso activo que tiene aspectos muy gratificantes, pero que también impone costos y desafíos. En suma, la idea de que tanto el afecto como el asumir el rol paterno o materno son producto de decisiones y elaboraciones subjetivas. Quienes tienen menos años de estudio lo plantean como una visión más ambigua, donde se mezcla el “instinto” con las circunstancias personales. Los siguientes extractos ilustran esta idea:

Me costó, me costó asumirme como mamá, aparte de todos los problemas que había tenido con él [pareja], no me sentí mamá hasta que le pusieron la vacuna de los tres meses y lloró, ahí me puse a llorar y sentí como un cariño, pero después sabía que tenía una responsabilidad, que tenía que cuidarla, que mudarla y todo, como cuando tenía como un año recién, sentía que daba mi vida por ella… antes no, como que no… (Ex estudiante universitaria, 25 años, primera hija a los 23 años).

 

A mí nunca me gustaron los niños, yo era mala con los niños, a mí me pasaban una guagua [bebé] y se ponía a llorar [risas], decía no, no, no…yo no sé qué decirle a las guaguas, no tengo comunicación, no la hay… no lo logro…Yo recuerdo el olor que tenía mi guagua, tenía un olor bien malo, como a la placenta, yo lo recuerdo bien, el olor y el sabor, porque yo le di hartos besitos, y era un sabor extraño, pero lo recuerdo […] pero entonces ahí empezó la tortura, porque todos te dicen, te exigen el tema de la lactancia, y mi guagua no hubo caso que aprendiera a tomar leche del pecho […] ahora yo adoro a mi hijo, claro, pero te digo, fue toda una historia.

(Profesional universitaria, 31 años, primer hijo a los 29).

 

A mí me habían dicho [las mujeres de la familia]: ‘apenas lo tengas en brazos vas a sentir que lo quieres más que a nada’. Pero a mí no me pasó eso…yo creo que tuvo que ver con que en ese momento yo ya no estaba con el papá de L [hijo]. Después, claro, lo ves como super indefenso y es imposible no sentir ternura, que depende enteramente de ti y eso, ahí como que te sale la cosa de mamá al 100%.

(Trabajadora familiar sin remuneración, sin educación superior, 27 años, primer hijo a los 23).

 

Como muestran las citas arriba, nuestras informantes plantean una visión poco idealizada de la maternidad. La conexión entre madre e hijo no es instantánea, sino parte de un proceso normal que no debería despertar sentimientos de inadecuación, a pesar de las presiones sociales respecto de cómo “debe” sentirse la maternidad. Socialmente, por ejemplo, se espera que la lactancia sea un soporte natural para el establecimiento de vínculos entre madre e hijo/a; por tanto, las madres que enfrentan dificultades para amamantar están sujetas a la presión por parte de familiares, pero también del personal de salud, por hacer “todo lo posible” por ajustarse al comportamiento que se considera normal; por ejemplo, tomar medicamentos para aumentar la secreción láctea, que muchas mujeres preferirían no consumir. Asimismo, se reconoce que hay un proceso en el cual la mujer debe aprender a comunicarse con su bebé, a reconocer sus necesidades (y las propias) y sentimientos sin que ello signifique que no se es una buena madre. Algunos discursos expertos en esta materia han sido reapropiados: la teoría psicológica del apego, por ejemplo, aparece mencionada por la mayoría de nuestras informantes como un elemento clave para entender las relaciones entre padres/madres e hijos/as de una forma más flexible. Por supuesto, no asumimos que se manejen necesariamente los aspectos técnicos de la teoría con precisión. El punto es, más bien, que la teoría se conoce y es parte del acervo con que padres y madres cuentan para dirigir y hacer sentido del proceso de crianza. Así, puede entenderse que no hay “una” forma de entender el desarrollo del vínculo entre madre e hijo/a, y que la evidencia científica puede ser movilizada para explicar y justificar lo que se siente como la forma “correcta” de experimentar la maternidad (Faircloth 2010 y 2011).

 

Negociar el cuidado

En el plano de la crianza las narrativas son matizadas y mezclan la experiencia de la propia familia de origen, aspectos técnicos obtenidos de los discursos expertos y negociaciones con la pareja (cuando ésta está presente) y con otros cuidadores/as, principalmente abuelas o suegras. Cabe señalar que sólo 3 de nuestras informantes están dedicada por completo a la crianza, ya que las demás estudian o trabajan fuera del hogar. Por ello, deben contar con apoyo de otras personas para el cuidado de sus hijos e hijas. Habitualmente se trata de redes familiares: madres o suegras. La relación de las mujeres con sus propias historias familiares de crianza es tematizada de manera explícita, puesto que son ellas quienes negocian los temas de cuidado con otras mujeres que las apoyan en esta tarea. En algunos casos, este proceso se da como una negociación abierta, particularmente en el caso de las mujeres que ya tienen independencia económica; en otros, se escuchan opiniones en una actitud diplomática, para luego hacer aquello que se considera conveniente, particularmente cuando se plantea la cuestión de la (in)dependencia económica, como muestran los extractos siguientes:

Desde que nació A [hijo], [mi madre me decía] que no tenía ni pies ni cabeza lo que yo estaba haciendo [para cuidar al bebé], comentarios así como: ‘si tú te sacas cinco mamaderas de leche, yo me llevo a A [hijo] el fin de semana, y te lo quito’… yo fui súper tolerante… hasta que en un momento la paré […] y ahí ella se sentó, y me dijo, tienes razón, no tengo por qué ser como mi mamá. Y de ahí en adelante, desde que lo reconoció sinceramente, mi mamá ha reconocido que yo soy una buena mamá. No sabe si soy la mejor mamá, porque solo tiene su experiencia y mi experiencia, ¿cómo saberlo?… pero piensa que soy una buena mamá.

(Profesional universitaria, 25 años, primer hijo a los 20 años)

 

A mí no me gustaban las cosas que hacía mi suegra, es como súper machista y yo no quería que le pusiera esas ideas en la cabeza a mi hija […]. Pero mientras yo no trabajé [remuneradamente] y teníamos que vivir con mis suegros, él [pareja] me decía: ‘no te pelees con mi mamá, por favor’. Y yo tenía que agachar el moño [obedecer], aunque después yo igual hacía lo que a mí me parecía bien. Ya después cuando empecé a ganar mi plata y nos fuimos [a vivir de manera independiente], recién ahí le pude decir [a mi suegra]: ‘no le meta esas cosas en la cabeza a la niña’ (Vendedora de comercio minorista, sin educación superior, 22 años, primera hija a los 20 años).

 

Las tensiones entre cuidadoras/es suelen intensificarse en las narrativas en las que hay algún tipo de dependencia: económica (vivir con los padres, por ejemplo, o recibir dinero de ellos) o cuando el apoyo de las abuelas (madres o suegras) es indispensable para que las mujeres jóvenes puedan estudiar o trabajar. En esos casos, los roles –esto es, quién es la cuidadora principal– son difíciles de separar. Y también está el conflicto abierto que significa delimitar roles de madre e hija y legitimar las decisiones de las mujeres más jóvenes, que se encuentran en una posición de menor poder. Más allá de la realidad de la maternidad biológica, la tensión se prefigura como una de crianza y de los valores y disposiciones que se quiere transmitir. Aquí es donde aparece la negociación de sentido respecto de la propia crianza, donde se marcan una distancia crítica respecto de la historia personal, como muestran los siguientes extractos:

[En mi familia] a veces dan consejos sin que uno pida, pasa mucho que dan consejos que son muy antiguos […] que yo le di tal cosa, empiezan con que no, yo no creo que tal cosa [un aspecto de la crianza] sea así. Pero siempre los consejos que uno no pide y no le parecen llegan, sobre todo de las personas más cercanas, con las que uno tiene más confianza. Por ejemplo, porque no la reto [a mi hija], porque no me gusta gritarle y espero que la gente no lo haga. Pero mi mamá era, es súper gritona, yo le digo, abuelita no la rete, y muchas veces me ha dicho que no le voy a crear límites, que yo la estoy malcriando porque no la reto. Entonces son consejos que uno no quiere, pero hay que escucharlos, y yo trato de explicarles que no la quiero retar porque creo que no es necesario.

(Profesional universitaria, 29 años, primera hija a los 22).

 

Yo por algo estoy estudiando, para darle el ejemplo a ella [hija], lo ideal es que ella estudie, si no estudia, que emprenda. Pero igual siempre le trato de enseñar que sea autovalente, más autónoma, que no dependa de nadie, que por eso tiene que estudiar, lograr cosas… las metas que se proponga y trato de no ser tan sobreprotectora como fue mi mamá, mi mamá no me dejaba ni salir a comprar. Era muy sobreprotectora, entonces con A [hija] quiero cambiar esa visión. Que sea más autónoma, y no dependa de nadie […]. Yo por eso [sobreprotección materna] cuando estaba sola en la calle, me sentía muy insegura.

(Estudiante universitaria, 23 años, primer hijo a los 17 años).

 

Las citas precedentes muestran como algunas formas tradicionales de crianza son cuestionadas por las mujeres jóvenes en la relación con sus propios hijos/as. En estos cuestionamientos se mezcla la idea que las circunstancias ha cambiado –por ejemplo, la demanda por eliminar las diferencias de género en la crianza– con una apropiación reflexiva de discursos expertos sobre la materia. La cuestión de poner límites a los niños/as, enseñarles a ser independientes y a manejar la frustración son ejemplos paradigmáticos donde, en las narrativas, lo que se califica como prácticas “antiguas” aparecen en contraste con lo nuevo, definido principalmente por la idea de individualidad de los niños/as y el respeto a los ritmos y creencias personales sobre lo que es correcto (Faircloth, 2011). La sabiduría convencional de generaciones anteriores puede ser considerada ineficaz o simplemente inadecuada para los tiempos que corren. El momento adecuado para suspender la lactancia materna, enseñar a los niños/as a ir al baño solos o esperar que desarrollen lenguaje son cuestiones en las cuales se integran selectivamente elementos del discurso experto, que es apropiado desde la experiencia personal (Faircloth, 2010 y 2011). El peso de las historias familiares aparece claramente aquí en términos del contraste que se establece con la propia crianza, ya sea porque se quiere repetir aquello que se considera deseable, o bien porque hay cosas que evitar. En los casos en que se narran discrepancias en la forma de enfrentar estas cuestiones cotidianas –por ejemplo, si los niños/as deben dormir en la cama de los padres o no– en general nuestras informantes reportan negociar con sus parejas asumiendo que la opinión de ellas tendrá más peso, porque son las madres (y eventualmente las abuelas) las responsables principales del cuidado.

Sobre este punto el discurso es ambivalente: por una parte, se enfatiza la necesidad –y también la justicia– de asumir una postura de corresponsabilidad entre padres y madres. En general, las informantes declaran desear una participación más activa de los padres en el proceso de crianza y en las decisiones sobre aspectos cotidianos que implica, tales como los horarios de alimentación y descanso, los límites de la disciplina impuesta a los niños y niñas, tipos de juego permitidos y la responsabilidad por tareas como alimentar o bañar, entre otras. Se enfatiza, también, la oportunidad de que los padres tengan una relación mucho más cercana emocionalmente con sus hijos e hijas. Esto se plantea como algo nuevo en términos generacionales, que se releva como gratificante, pero que también impone negociaciones de sentido con la paternidad tradicional que resalta el rol de proveedor y de quien impone la disciplina, como muestran las citas siguientes:

Al final soy yo la que decide qué y cuándo se come, a qué hora se acuestan los niños y esas cosas. Él puede decir muchas cosas, pero al final la que se banca [asume la responsabilidad] a M [hijo] soy yo […] Pero desde que nació M él [pareja] ha cambiado un montón, es mucho más cariñoso, aunque yo le digo ‘no se te vaya a olvidar que tú eres el papá, tienes que tenerlo derechito’ [bien disciplinado]… (Vendedora de seguros, sin educación superior, 26 años, primer hijo a los 23).

 

Él hace de todo [tareas domésticas], pero hay que decirle: ‘hay que hacer esto, hace falta lo otro’. A él no se le ocurre solo…Pero tú le puedes dejar a los niños un rato y quedarte tranquila, no como mi suegro, que no sabía ni sonarles la nariz [a sus hijos] […] Pero él también puede ser súper duro [firme] con los niños y aunque lloren es no, no más, yo soy mucho más corazón de abuelita.

(Profesional universitaria, 27 años, primer hijo a los 25).

 

Así, aún se espera que los padres impongan disciplina, pero también se desea establecer una relación más lúdica y afectuosa que la que era la norma en los padres en el pasado. Al mismo tiempo, se reconoce en las mujeres (incluso cuando son madres primerizas) una capacidad mayor para tomar las decisiones cotidianas y ejercer el rol doméstico. La mayoría de las informantes define el rol de sus parejas como “colaborador” en las labores de crianza y domésticas, asumiendo como natural que las mujeres tomen el liderazgo en este ámbito. Sin embargo, también subyace a este discurso la noción de que el principal aporte paterno pasa por la provisión económica, traducida en la recurrencia de la idea de que los padres “naturalmente” priorizarán su trabajo por sobre el cuidado en situaciones como la enfermedad de un hijo/a y que por ello el cuidado se negocia -primero- entre mujeres. Así, aunque plantean esperar una participación mucho más activa de los padres, al mismo tiempo reafirman el carácter único del rol materno.

 

Discusión y conclusiones: Negociaciones, ¿nuevos sentidos?

Nuestros resultados aportan al cuerpo de evidencia que sugiere que los discursos de paternidad/maternidad, y las prácticas que justifican, están sujetos a una (re) negociación constante del sentido de los roles tradicionales de género y su supuesto fundamento en la biología. No obstante, se trata de un movimiento ambivalente en términos de relaciones de poder: si bien por una parte se cuestionan ideas como el instinto y el imperativo de la díada pareja-hijos, el cuidado sigue siendo una negociación primero entre mujeres, que incluye a los hombres de manera subsidiaria. Como señalamos al inicio de este trabajo, ello se relaciona con la diferente posición que los sujetos tienen en la estructura social, y que les permite márgenes distintos de negociación. Ello explicaría, por ejemplo, las diferencias encontradas por niveles de educación, que operan por la vía de proporcionar mayores recursos personales para cuestionar los roles de género tradicionales. Pero también es posible plantear la hipótesis de que la posibilidad (presente o futura) de generar un ingreso permite a las mujeres situarse en un plano distinto en esta negociación que, como todo proceso cultural, presenta ambivalencias. Lo anterior ayuda a entender también que para quienes tienen mayores niveles de educación formal (y por ello, mejores perspectivas económicas) sea más fácil distinguir entre la formación de pareja y la maternidad como cuestiones que no necesariamente van juntas, pues se ven a sí mismas como más capaces de suplir -en el día a día- el aporte económico de una pareja.

Desde ese punto de vista, la distribución de poder y prestigio no se ha alterado todavía, ya que aunque el trabajo de cuidado que implica la maternidad/paternidad se valora discursivamente, en la práctica es un elemento de discriminación en otros espacios, como el trabajo remunerado. Ello también aportaría a entender el que muchas mujeres reafirmen la preponderancia del rol materno frente al paterno, bajo el supuesto de que ellos no saben desenvolverse en los espacios domésticos y emocionales tan bien como ellas: el espacio doméstico y particularmente el materno, aunque sujeto a crítica reflexiva, es aún un espacio donde las mujeres encuentran reconocimiento social. Nuestras informantes reconocen que la división tajante entre hombres proveedores y mujeres cuidadoras, que muchas de ellas vieron en sus familias de origen, está hoy mucho más sujeto a negociación. Pero todavía no se ha producido una alteración radical de los roles y ellas deben negociar la crianza en el plano de género, y también el intergeneracional, en la medida en que requieren el apoyo de redes familiares, con resultados variables en términos de la capacidad de gestionar sus tiempos y tomar decisiones. Desde nuestro objeto de estudio, lo relevante es que los espacios de reapropiación de conocimiento y discurso son mayores, puesto que se presentan muchas más opciones que en el pasado, donde la crianza solía ser un asunto que implicaba la movilización de saberes (principalmente femeninos) pasados de generación en generación, mientras que hoy existe una apropiación selectiva del conocimiento experto que permite a las jóvenes sustentar lo que ellas sienten que es correcto en el plano de la crianza.

Asimismo, y como una limitación de este estudio, llama la atención que la mayoría de los primeros embarazos no fueron planificados, por lo cual no nos fue posible explorar la posible negociación referida a la decisión de tener hijos/as o cómo las informantes se verían a sí mismas, como madres, en la eventualidad de haber podido decidir el momento en que se haría la transición a la maternidad. Esta es una cuestión que podrá ser explorada por futuras investigaciones respecto de cómo y bajo qué condiciones es posible decidir, el ser madre o no, y en qué momento de la vida.

 

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Verónica Edith Gómez Urrutia

Chilena. Doctora por la Universidad de Sussex, Reino Unido, con especialidad en políticas sociales en el área de género y familia. Es maestra en ciencia política por la Universidad Federal de Minas Gerais (Brasil) y Periodista por la Universidad de Chile. Actualmente se desempeña como investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Chile. Sus áreas de investigación e interés son: teoría de género, procesos de individuación y su relación con imaginarios familiares y de maternidad/paternidad y el rol del Estado en las decisiones de los sujetos en la interfase trabajo-familia. Ha sido investigadora responsable de proyectos de investigación financiados por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile, Conicyt. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Gómez-Urrutia, V. y Jiménez-Figueroa, A. (2019). Género y trabajo: hacia una agenda nacional de equilibrio trabajo-familia em Chile. Convergencia –Revista de Ciencias Sociales, pp. 1-24. DOI: https://doi.org/10.29101/crcs.v0i79.10911; Gómez-Urrutia, V., Royo, P. y Cruz, M. (2017) Imagining Families: Gender, Youth, and Diversity in Chile. Affilia, Journal of Women and Social Work. DOI: https://doi.org/10.1177/0886109917718232

 
Luis Herrera Vásquez

Chileno. Magíster en docencia universitaria por la Universidad Autónoma de Chile. Es profesor de español y licenciado en educación. Se desempeña como coordinador de español y cultura en la Universidad de Talca, Chile y coordinador de español para migrantes en Cartagena.  Ha publicado libros y artículos científicos en el área de la lingüística, la literatura y la educación. También ha sido evaluador de proyectos científicos de carácter nacional y papers en revistas especializadas. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Herrera, L. (2019) Procesamiento cerebral del lenguaje: Historia y evolución teórica. Fides et ratio, 17. Index: Scielo, Bolivia; Herrera, L.; Díaz, M. (2018) Experiencia de escuela comunitaria kandan: análisis y reflexión. Papeles de Trabajo – Centro de estudios interdisciplinarios en etnolingüística y antropología sociocultural, 36, pp. 15-45.



[1] Este artículo fue elaborado en el marco del proyecto “Nuevas miradas hacia la maternidad/paternidad: discursos emergentes sobre embarazo, parto y crianza, VII Región del Maule”, financiado por la Universidad Autónoma de Chile (DIP 52-2015).

[2] Agradecemos a la Junta Nacional de Jardines Infantiles de Chile, JUNJI, por habernos permitido acceder a las madres usuarias de sus jardines infantiles en Talca.