Género
y clase social: discursos sobre maternidad y
crianza en Maule, Chile
Gender and class: Discourses on motherhood and
upbringing in Maule, Chile
Resumen: El artículo
caracteriza los discursos de mujeres jóvenes en
relación con la
paternidad/maternidad en la región del Maule, sur de Chile.
La importancia de
este análisis radica en el hecho de que la
maternidad/paternidad involucra -más
allá del hecho biológico del nacimiento- un
conjunto de prácticas normadas en
clave de género que, históricamente, han tenido
un rol clave en la definición del
lugar de la mujer en la sociedad y en la asignación de
responsabilidades por la
reproducción social. Se utiliza un enfoque cualitativo
basado en entrevistas semiestructuradas
y analizadas aplicando los principios de la codificación
temática. Nuestros resultados indican que dichos discursos
están en
constante (re)negociación en la vida cotidiana, con
diferencias relevantes por
nivel de educación formal como proxy de clase social, lo
cual sugiere una
estratificación social de creencias y prácticas
en torno a la maternidad.
Palabras clave: maternidad, género, discursos,
jóvenes, cambio social.
Abstract: This article characterizes
young women’s discourses on motherhood/fatherhood in the
Maule region,
central-south Chile. The relevance of this analysis is given by the
fact that
parenthood implies -beyond biological birth- a set of practices and
norms
organized around gendered criteria. Historically, these norms and
practices
have been crucial in helping define women’s role in society
and in socially
allocating responsibilities over social reproduction. We use a
qualitative
approach, based on semi-structured interviews which were analyzed
following the
principles of thematic coding. Our results indicate that such discourses are
constantly
being renegotiated in women’s daily lives, with notable
differences by level of
formal education taken as proxy for social class. This suggests a
stratification of beliefs and practices regarding motherhood.
Key
words: motherhood, gender, discourses, young people,
social
change.
Traducción:
Verónica Gómez Urrutia, Universidad
Autónoma de Chile
Gómez-Urrutia, V. y Herrera, L. (2019). Género y clase social: discursos sobre maternidad y crianza en Maule, Chile. Culturales, 7, e450. doi: https://doi.org/10.22234/recu.20190701.e450
Recibido: 29 de marzo de 2019 Aprobado:
10 de julio de 2019 Publicado:
13 septiembre de 2019 |
Introducción
El presente trabajo[1]
asume
como premisa que la noción de maternidad muestra una
evolución histórica,
particularmente en relación con la imagen de mujer y las
nociones de crianza (Oiberman,
2004; Solè y Parella, 2004). Se trata un constructo social
que ha tenido
impacto en la definición de la identidad de la mujer y su
posición en la
comunidad, dado el rol fundamental que se asigna a las mujeres en la
reproducción biológica y cultural de una
sociedad. En este contexto, la
literatura plantea que las concepciones de maternidad/paternidad
están
experimentando un cambio significativo marcado por dos tendencias
centrales: a)
el cuestionamiento, por parte de las generaciones más
jóvenes, del lugar de la
maternidad y la paternidad en los proyectos de vida, particularmente
para las
mujeres (Aguayo, Correa y Cristi, 2011;
Gallardo,
Gómez, Muñoz y Suárez, 2006; SERNAM, 2012), y b) la
reapropiación de la experiencia biológica,
psicológica y emocional de la
gestación, parto y crianza como un espacio en el cual se
toman decisiones y se
ejercen derechos.
Este artículo busca caracterizar los discursos que mujeres
jóvenes (menores de 30 años) tienen sobre
maternidad y crianza, identificando sus
elementos clave y los principales puntos de convergencia/divergencia
con narrativas
y normas hegemónicas como, por ejemplo, las referidas a la
“maternidad
intensiva”, que supone la centralidad del vínculo
entre madre e hijo, y altos
niveles de compromiso emocional y de trabajo de cuidados por parte de
las
mujeres (Myers, 2017). Ello, considerando que la maternidad y,
particularmente,
las exigencias de la crianza implican para las nuevas madres negociar
estas
normas en un contexto social cambiante, en términos de la
diversificación
progresiva en las formas de hacer pareja y familia (Salvo y
Gonzálvez, 2015) y de
la inestabilidad económica que, si bien parece ser
endémica en América Latina,
hoy va acompañada de una mayor aspiración de las
mujeres a tener independencia financiera
(Gómez-Urrutia, Royo y
Cruz, 2017). Metodológicamente,
el trabajo utiliza un diseño de investigación
cualitativo, basado en los
principios del análisis del discurso. El corpus se compone
de 24 entrevistas
semi-estructuradas individuales a mujeres jóvenes que han
tenido hijos
recientemente, de la región del Maule (centro-sur de Chile),
una región que se
caracteriza por las marcadas diferencias educacionales en la
población joven,
lo cual tiene evidentes implicaciones para sus proyectos de vida,
incluyendo la
perspectiva de hacer pareja y familia (Aninat,
Cox y
Fuentes, 2018; Gómez-Urrutia, Royo y Cruz, 2017).
En
un momento histórico en el cual se valora cada vez
más el respeto a la
diversidad de proyectos personales y familiares, creemos que es de gran
trascendencia
investigar las representaciones que mujeres jóvenes tienen
sobre la familia, la
maternidad/paternidad y la crianza.
El contexto: cambios sociodemográficos
y culturales
Como institución, la
familia es uno de los lugares donde más claramente puede
advertirse el peso
social y cultural de los roles socialmente atribuidos a hombres y
mujeres. Allí
opera claramente la lógica binaria del género,
particularmente en lo referido a
la reproducción -biológica y cultural- de las
sociedades, que se realiza en el
contexto de la familia. De ahí su potencial para transformar
radicalmente las relaciones de
género o, por el contrario, para perpetuarlas, y el
interés investigativo por
explorar su funcionamiento interno más allá de
las redes de parentesco (Nussbaum,
2000).
Históricamente, el matrimonio era el
lugar legitimado
para el ejercicio de la sexualidad y la procreación, que
además se suponía una
aspiración casi universal, especialmente para las mujeres.
Sin embargo, el
lugar del matrimonio y la maternidad/paternidad en el imaginario y en
las
prácticas sociales es también
históricamente situado, por ejemplo, datos internacionales
(Lippman y Wilcox 2015) muestran que la edad promedio al primer
matrimonio se
ha retrasado, siendo el fenómeno especialmente notable en
los países que
presentan mejores indicadores económicos. En Chile, la
convivencia ha ido
ganando espacio como una forma legítima de hacer pareja
(UC-Adimark, 2016) y
quienes todavía optan por el matrimonio lo hacen a una edad
mayor: 32 años para
las mujeres y 35 para los hombres, una de las más
tardías de América Latina. Tampoco
se ve el matrimonio como el lugar único para la
procreación. Según cifras del
Registro Civil chileno, en 2017 más de un 70% de los
nacimientos ocurrió en
parejas no casadas, aunque en su mayoría se trataba de
uniones estables, las
cuales sólo han sido reconocidas en el orden
jurídico chileno a partir de 2015.
La díada matrimonio e hijos
también está cambiando. La caída
en las cifras sobre fertilidad en las mujeres adultas y el aumento de
la edad
promedio al nacimiento del primer hijo/a sugiere que la maternidad no
necesariamente constituye la aspiración principal. Asimismo,
el número de hogares
biparentales en Chile ha disminuido a la par que aumenta el
número de hogares
monoparentales, principalmente de jefatura femenina (Ministerio de
Desarrollo
Social, 2017). Estos no son fenómenos aislados ya que
cambios similares se han
verificado en toda América Latina (Juárez y
Gayet, 2014), siguiendo una
tendencia ya manifiesta en los países industrializados.
Con estos datos como telón de fondo,
cabe preguntarse por
la mirada que tiene sobre la maternidad/paternidad un grupo
específico de la
población: las mujeres menores de 30 años. Este
grupo resulta interesante desde
una doble perspectiva: por una parte, se trata de la
generación que, habiendo
nacido en la década de los noventa, creció en una
sociedad en la cual el orden
de género tradicional estaba siendo crecientemente
cuestionado, con impulso de
las agendas gubernamentales. En Chile, como en otros países
del Cono Sur, la
recuperación de la democracia en los años 90
propició la oportunidad de
cuestionar las desigualdades de género imperantes en la
sociedad. Al mismo
tiempo, esta generación fue testigo de la
diversificación de formas familiares
en Chile (Ministerio de Desarrollo Social, 2017). En las generaciones
más
jóvenes, esto se ha expresado en el cambio progresivo en la
forma en que
hombres y mujeres jóvenes enfrentan la paternidad y la
maternidad (Olavarría,
2014; Valdés, Castelain-Meunier y Palacios, 2005). Para muchas mujeres
jóvenes,
la importancia de ser madre está siendo crecientemente
relativizada frente a
otras aspiraciones, como estudiar y tener un ingreso propio
(Gómez-Urrutia,
Royo y Cruz, 2017; SERNAM, 2012). Los hombres jóvenes, en
tanto, le dan mayor
importancia al aspecto emocional de la paternidad, reclamando una mayor cercanía emocional
con sus
hijos/as y un lugar más importante en la crianza, pero sin
asumir una parte
equitativa del trabajo doméstico y de cuidado que ello
implica (Aguayo, Correa
y Cristi, 2011; Gallardo,
Gómez, Muñoz y Suárez, 2006). Este cambio se
corresponde con la pérdida de límites precisos de
los roles de género
tradicionales, pero no ha significado, necesariamente, la
transformación
radical de los mismos.
Se
trataría, así, de una renegociación
–tanto en el sentido de significados como
de prácticas y, por ende, de las relaciones de poder
asociadas a ellas– que
hombres y mujeres jóvenes están haciendo de los
sentidos asociados a la
maternidad/paternidad. Como
observa Amparo Moreno (2009), la biología ha dotado a la
especie de cuerpos
sexuados y un mecanismo de reproducción
específico, pero no provee fórmulas
para las prácticas asociadas al mismo. Esto sería
producto de un aprendizaje
social que, en cuanto tal, está estrechamente vinculado con
el contexto social
en el cual la experiencia se despliega, tanto a nivel micro (la familia
y la
comunidad de referencia) como a nivel de macroestructuras (los sistemas
económicos y culturales) (Taylor, 2011; Yopo, 2013).
Así, la sexualidad y la reproducción
estarían en el centro de la discusión respecto de
los límites entre lo que es
puramente biológico –por ejemplo, la capacidad
física de embarazarse y
amamantar– y lo que es socialmente construido: los
significados asociados a los
procesos biológicos. Estos últimos han sido
definitorios en la estructuración
de oportunidades de vida para hombres y mujeres, ya que ocurren en un
contexto
de relaciones de poder asimétricas que implica que,
históricamente, dichos
significados han excluido, en gran medida, a las mujeres de las esferas
de la
vida social que no están conectadas directamente con el
trabajo reproductivo (Carrasco,
Borderías y Torns, 2011).
Como observan Murray (2012), Salvo y
Gonzálvez (2015),
Taylor (2011) y Yopo (2017), lo que estaría en juego
aquí serían los procesos
de individuación, entendida como el mayor espacio de
autonomía que tienen los sujetos
para decidir frente a las limitaciones impuestas por la
tradición, las
instituciones y otros sistemas normativos, lo cual llevaría
a la pluralización
de referentes en este plano (Yopo, 2013). Los procesos de
individuación no son consistentes
y uniformes y están condicionados por la estructura social,
que influencia los
horizontes normativos que aparecen como viables y posibles para los
individuos.
Por ello, los márgenes de negociación de sentido
que los sujetos tienen -su
capacidad de ejercer agencia- están también
condicionados por su lugar en la
estructura social. La maternidad, como práctica social,
estaría dentro de este
campo de negociación entre las normas e ideología
dominantes y la capacidad de
agencia de las mujeres para reinterpretar y subvertir esas normas,
según los
grados de libertad de que dispongan (Taylor, 2011; Yopo, 2016). Murray
(2012),
por ejemplo, ha mostrado cómo las creencias y
prácticas sobre la maternidad
están estratificadas en Chile, en tanto Myers (2017) muestra
cómo las
tecnologías de reproducción asistida han
permitido a las mujeres desafiar la
idea de la “edad fértil” o el
“reloj biológico”, pero sólo
para quienes tienen
los recursos económicos para costear dicha
tecnología. Por su parte, Salvo y
Gonzálvez (2015) muestran cómo la idea de
monoparentalidad se ha ido
legitimando como algo que puede ser el resultado de una
elección, por lo cual
las autoras concluyen que “la maternidad se ha convertido en
un significante flotante en las
narrativas
culturales contemporáneas donde más que nunca se
evidencian las múltiples
brechas en torno a esta noción” (Salvo y
Gonzálvez, 2015, p. 42. Subrayado en
el original).
Metodología
Considerando
la naturaleza social y simbólica de nuestro objeto, este
estudio privilegiará
un abordaje cualitativo. Como señala Santander (2011), las
consideraciones que
justifican el interés por analizar y reconstruir el
análisis de los discursos
que se producen y circulan en nuestra sociedad se refiere a la
información que
proporcionan sobre el sustento simbólico de creencias y
prácticas sociales (Santander,
2011). Santander también señala la importancia de
analizar los discursos que
circulan en y son generados por la sociedad civil,
calificándolos como una
“pista” importante para categorizar
sociológicamente las visiones movilizadas
por los sujetos en sus prácticas cotidianas. En este caso,
como indicamos, la
negociación –de sentido y de poder– sobre maternidad y crianza. Para este
propósito, se aplicaron
entrevistas semiestructuradas a mujeres entre 18 y 30 años,
que ya hayan tenido
al menos un hijo/a. Como técnica de selección de
informantes se utilizó el
muestreo teóricamente intencionado según los
criterios siguientes: a) género,
privilegiando informantes mujeres, dado que los procesos
biológicos asociados a
la reproducción ocurren en los cuerpos femeninos y a que,
socialmente, se
espera que tengan un rol preponderante en la crianza; b) Edad del
último hijo/a
o proceso de gestación/parto, definiendo como
límite 4 años desde el último
alumbramiento, y c) contar o no con educación
superior, ya que la
evidencia sugiere que las personas con mayores niveles de
educación tienden a
cuestionar los órdenes de género tradicionales en
mayor medida que los
segmentos menos educados (Arellano, 2010).
Sobre la base de estos criterios, durante 2017 se
realizaron 24 entrevistas semiestructuradas a madres en el rango etario
definido, 14 de ellas con educación superior completa o
incompleta, y 10 sin
educación superior. Las participantes fueron reclutadas a
través de una
invitación abierta, hecha en las Universidades de la VII
Región para estudiantes
y egresadas y a través de la Junta Nacional de Jardines
Infantiles de Chile,
JUNJI[2],
que nos permitió invitar a las participantes en actividades
de sus Jardines a
esta investigación. Se escogió la entrevista
semiestructurada por ser un instrumento que busca permitir al
investigador/a
acceder a la perspectiva del sujeto estudiado, sin llegar a la
identificación:
comprender sus categorías mentales, sus interpretaciones,
sus percepciones y
sus sentimientos, los motivos de sus actos sobre la base de un
cuestionario que
tiene una secuencia lógica, pero que es no-estandarizado y
flexible (Wengraf,
2004). En todos los casos, las participantes recibieron una
explicación
detallada de los objetivos de la investigación y un
formulario de
consentimiento informado, en el cual se señalaban las
condiciones de
voluntariedad, anonimato y confidencialidad de la
información entregada.
Una vez levantado el corpus,
se procedió al examen y análisis discursivo de
los textos a través de la
identificación de categorías recurrentes en el
discurso, que fueron definidas
teóricamente a partir de la literatura examinada sobre
cambios en las
representaciones y prácticas asociadas a la maternidad. En
un segundo momento,
se recogieron aquellas ideas que habían probado ser
recurrentes en el discurso,
pero que no había sido contempladas teóricamente,
las cuales fueron agrupadas
como categorías emergentes (Pérez Serrano, 2004).
La
categorización, en este contexto, es
entendida como una operación que tiene la particularidad de
agrupar o
clasificar conceptualmente un conjunto de elementos (datos o
códigos) que
reúnen o comparten un significado. Por tanto, es concebida
en un nivel de
abstracción superior que está más
próxima a un nivel relacional-conceptual, que
a un nivel de datos brutos (Martinic, 2006).
El análisis estuvo orientado a
identificar los principios
de organización de los discursos de las informantes en el
nivel subtextual (van
Dijk, 2012), esto es, la estructura simbólica de su
producción. Para ello, se
realizaron las siguientes operaciones: a) levantar y describir aquellas
categorías que fueran recurrentes en el discurso y que, por
ello, pudieran ser
asumidas como ejes del mismo; b) identificar
“realidades” o temas, que se
asocian entre sí a través de relaciones de
oposición y de equivalencia o
complementariedad, a través de un procedimiento de
codificación abierta primero
y teóricamente orientada después
(Saldaña, 2009; Santander, 2011), y c)
identificar las relaciones que existen entre esas categorías
y la valoración
que de ellas hace el sujeto. Este tercer momento consiste en la
representación
de las oposiciones y asociaciones identificadas en un modelo que
permita
representar los puntos de continuidad y quiebre de los discursos en
relación a
lo señalado, ya sea por generaciones anteriores o por los
expertos/as, o bien
las categorías que son renegociadas (en el sentido de que
son reapropiadas a
partir de la experiencia propia del/a informante) para darles un nuevo
sentido.
Ello, considerando que esas renegociaciones están
también atravesadas por
relaciones de poder (entre géneros y generaciones y la
díada
expertos/no-expertos). El proceso consideró tanto las
categorías a priori
(esto es, desde la teoría, que
dio origen a la codificación inicial) como las emergentes.
El análisis concluyó
con una interpretación global que posibilitó
reconstruir el modelo simbólico
subyacente a textos que pueden ser en apariencia muy diferentes, pero
que,
analíticamente, responden a los mismos principios
ordenadores.
Resultados
Uno
de los cambios más evidentes verificado en
términos de discursos sobre
parentalidad fue la disociación de la relación
tradicional entre matrimonio e
hijos/as. Entre nuestras informantes, la gran mayoría (17 de
24) reportó haber
tenido su primer embarazo en una relación de pareja estable,
aunque todavía sin
perspectivas de tener descendencia y sin una planificación
previa al respecto. Sin
embargo, las mujeres con mayores niveles de educación
reportan, en general,
embarazos más tardíos, lo cual es consistente con
los datos que señalan que
mujeres con más años de estudio tienden a tener
su primer hijo/a más tarde, mientras
que las mujeres con menores niveles de educación se
convierten en madres a una
edad más temprana (Aninat, Cox y Fuentes, 2018). Las mujeres
con educación
superior también tienden a distinguir entre ambas
situaciones (maternidad y
constitución de pareja estable) más marcadamente
que quienes no han continuado
con su educación más allá de la
secundaria. Quienes tienen más educación no
necesariamente vinculan la maternidad con el matrimonio o la
convivencia
(aunque éste puede ser un estado deseable),
vínculo que sí establecen las
jóvenes con menos años de estudio formal, como
muestran los siguientes
extractos:
Nosotros [mi pareja y yo] no habíamos
hablado
de casarnos ni de vivir juntos ni nada, aunque llevábamos
tiempo juntos, igual
llevábamos tres años, pero ahí yo
quedé embarazada y fue como ya, ahora hay que
empezar a pensar en otra cosa [matrimonio o convivencia] porque ya no
somos dos
no más, hay otra personita. Estaba claro que no
podíamos seguir así no más, yo
en mi casa y tú en la tuya…
(Vendedora de comercio minorista, sin
educación superior, 22 años, primera hija a los
20 años).
Yo no había pensado tener guagua
[bebé]
todavía, pero ahí estaba la rayita [positivo del
test de embarazo]. Igual no me
asusté, igual tal vez quería, pero no estaba
segura del cuento de irme a vivir
con él [pareja]. Él es harto mayor que yo y somos
los dos como mañosos, estamos
acostumbrados a vivir solos, a tener los espacios, y a mí
como que no me
tincaba [parecía]. Pero no me asusté porque tengo
un buen trabajo y dije ‘en
el peor de los casos, tengo como
criarlo sola’
(Profesional, 29 años, primer hijo a
los 28).
La última cita nos reenvía a
un tema recurrente en las
narrativas analizadas frente al embarazo, especialmente cuando
éste no es
planificado: la cuestión de la (in)dependencia
económica. Las mujeres que
vislumbran la posibilidad (presente o futura) de generar ingresos
propios la
plantean como un factor que permite mayores márgenes de
decisión en el ámbito
personal. Es, también, un elemento de negociación
posible frente a la familia
de origen y/o la pareja, que se define por la posibilidad de
“poner sobre la
mesa” un ingreso que influencie los grados de
autonomía que se tienen frente a las
decisiones referidas a la vida personal. Por ejemplo, una misma
circunstancia
–un embarazo no planificado– en mujeres sin
perspectivas educacionales más allá
de la secundaria fue descrito como un pasaje más bien
abrupto a la vida adulta,
marcado -paradojalmente- por una pérdida relativa de
autonomía frente a los
padres y a la pareja. Para quienes ya habían concluido la
educación superior o tenían
perspectivas concretas de continuar estudios, el embarazo inesperado
fue descrito
más bien como un conflicto relacionado con la viabilidad de
la relación de
pareja o de insertarse en el mundo laboral de modo que les permitiese
asumir
los desafíos de la crianza, como muestran los siguientes
extractos:
Me asusté, claro [con la noticia del
embarazo]
porque yo era chica y aunque igual tenía claro que iba a ser
difícil que yo
siguiera estudiando por cuestiones de plata, como que se me vino el
mundo
encima. Como que dejé de ser joven de un día para
otro porque de ahora en
adelante mi vida estaba toda decidida, por lo menos hasta que K [hija]
fuera
grandecita.
(Dueña de casa, sin
educación superior, 25
años, primera hija a los 17 años).
[C]uando quedé embarazada ella [mi
madre] se
molestó mucho, a pesar de que estábamos casados,
estábamos viviendo solos, y
teníamos buena situación económica,
porque de hecho él es profesional. Pero
igual [mi familia] se enojó, porque toda mi familia
tenía el entendido de que
yo iba a estudiar, me casaba, pero tenía que estudiar,
tenía que trabajar [en
el futuro], no podía depender de él toda la vida.
(Estudiante universitaria, 24 años,
primera
hija a los 20 años).
Lo primero que pensé cuando
quedé embarazada
fue muy particular, porque ya tenía casi treinta
años, pero me sentí casi una
madre adolescente, dije… como yo tan joven voy a tener un
hijo… pero claramente
me di cuenta de que ya no era ni tan joven ni tenía una vida
de joven, vivía
hace unos buenos años sola, tenía sustento
económico. Yo estaba en una relación
de 10, 11 años en la cual no tenía
relación de convivencia, pero estábamos ad portas de convivir, debido a esto,
decidí dejar de tomar anticonceptivos. Bueno, se
dio…fue medio planificado,
medio no…
(Profesional universitaria, 34 años,
primera
hija a los 29).
La maternidad ya no parece ser el hecho que define
el pasaje
a la vida adulta para las mujeres con educación superior, ya
que en las
narrativas aparecen muy frecuentemente otros marcadores como el haber
obtenido
un título o estar en proceso de hacerlo y, en particular, la
capacidad de
generar ingresos propios, capaces de sustentar una vida independiente,
ya sea
en pareja o no. Aquí aparecen dos cuestiones importantes: la
primera, bastante
explícita, es la valoración de la independencia
económica como base de
proyectos personales y familiares. Para quienes estaban estudiando al
momento
de ocurrir el embarazo, el apoyo de redes familiares para el cuidado
fue
crucial para continuar con sus estudios, porque para la familia de
origen
también era importante un proyecto de vida que no se agotara
en la maternidad. “Te
la cuido, pero no te puedes echar
[reprobar] ni un ramo [asignatura]”, fue la
condición que le puso su madre a
una de nuestras informantes para apoyarla con el cuidado de su hija, de
modo
que pudiera continuar con su carrera universitaria.
La segunda es que el nuevo sentido de
responsabilidad o
cambio de prioridades generada por la llegada de un hijo/a es,
frecuentemente,
presentada en un contrapunto con las propias historias familiares. En
otras
palabras, la crianza se concibe desde y en una relación
crítica con lo que
ellas vivieron en sus propias infancias, recreando aquello que se
interpreta
como adecuado, pero también distanciándose de
aquellas prácticas o actitudes
que se considera inadecuadas, incluso cuando éstas son
avaladas por el discurso
experto de médicos, psicólogos y otros
especialistas.
Una
idea recurrente en los discursos es el carácter construido
–y no biológico– del
apego entre madres y sus hijos/as. Aquí, nuevamente hay
diferencias según
niveles de educación: quienes tienen educación
superior, y alejándose de la
noción de “instinto maternal”, resaltan
la construcción de los lazos de afecto
como un proceso activo que tiene aspectos muy gratificantes, pero que
también
impone costos y desafíos. En suma, la idea de que tanto el
afecto como el
asumir el rol paterno o materno son producto de decisiones y
elaboraciones
subjetivas. Quienes tienen menos años de estudio lo plantean
como una visión
más ambigua, donde se mezcla el
“instinto” con las circunstancias personales. Los
siguientes extractos ilustran esta idea:
Me costó, me costó asumirme
como mamá, aparte
de todos los problemas que había tenido con él
[pareja], no me sentí mamá hasta
que le pusieron la vacuna de los tres meses y lloró,
ahí me puse a llorar y
sentí como un cariño, pero después
sabía que tenía una responsabilidad, que
tenía que cuidarla, que mudarla y todo, como cuando
tenía como un año recién,
sentía que daba mi vida por ella… antes no, como
que no… (Ex estudiante
universitaria, 25 años, primera hija a los 23
años).
A mí nunca me gustaron los
niños, yo era mala
con los niños, a mí me pasaban una guagua
[bebé] y se ponía a llorar [risas],
decía no, no, no…yo no sé
qué decirle a las guaguas, no tengo comunicación,
no
la hay… no lo logro…Yo recuerdo el olor que
tenía mi guagua, tenía un olor bien
malo, como a la placenta, yo lo recuerdo bien, el olor y el sabor,
porque yo le
di hartos besitos, y era un sabor extraño, pero lo recuerdo
[…] pero entonces
ahí empezó la tortura, porque todos te dicen, te
exigen el tema de la
lactancia, y mi guagua no hubo caso que aprendiera a tomar leche del
pecho […]
ahora yo adoro a mi hijo, claro, pero te digo, fue toda una historia.
(Profesional universitaria, 31 años,
primer
hijo a los 29).
A mí me habían dicho [las
mujeres de la
familia]: ‘apenas lo tengas en brazos vas a sentir que lo
quieres más que a
nada’. Pero a mí no me pasó
eso…yo creo que tuvo que ver con que en ese momento
yo ya no estaba con el papá de L [hijo]. Después,
claro, lo ves como super
indefenso y es imposible no sentir ternura, que depende enteramente de
ti y
eso, ahí como que te sale la cosa de mamá al 100%.
(Trabajadora familiar sin remuneración,
sin
educación superior, 27 años, primer hijo a los
23).
Como muestran las citas arriba, nuestras
informantes
plantean una visión poco idealizada de la maternidad. La
conexión entre madre e
hijo no es instantánea, sino parte de un proceso normal que
no debería
despertar sentimientos de inadecuación, a pesar de las
presiones sociales
respecto de cómo “debe” sentirse la
maternidad. Socialmente, por ejemplo, se
espera que la lactancia sea un soporte natural para el establecimiento
de
vínculos entre madre e hijo/a; por tanto, las madres que
enfrentan dificultades
para amamantar están sujetas a la presión por
parte de familiares, pero también
del personal de salud, por hacer “todo lo posible”
por ajustarse al
comportamiento que se considera normal; por ejemplo, tomar medicamentos
para
aumentar la secreción láctea, que muchas mujeres
preferirían no consumir.
Asimismo, se reconoce que hay un proceso en el cual la mujer debe
aprender a
comunicarse con su bebé, a reconocer sus necesidades (y las
propias) y
sentimientos sin que ello signifique que no se es una buena madre.
Algunos
discursos expertos en esta materia han sido reapropiados: la
teoría psicológica
del apego, por ejemplo, aparece mencionada por la mayoría de
nuestras
informantes como un elemento clave para entender las relaciones entre
padres/madres e hijos/as de una forma más flexible. Por
supuesto, no asumimos
que se manejen necesariamente los aspectos técnicos de la
teoría con precisión.
El punto es, más bien, que la teoría se conoce y
es parte del acervo con que
padres y madres cuentan para dirigir y hacer sentido del proceso de
crianza. Así,
puede entenderse que no hay “una” forma de entender
el desarrollo del vínculo
entre madre e hijo/a, y que la evidencia científica puede
ser movilizada para
explicar y justificar lo que se siente como la forma
“correcta” de experimentar
la maternidad (Faircloth 2010 y 2011).
Negociar el
cuidado
En
el plano de la crianza las narrativas son matizadas y mezclan la
experiencia de
la propia familia de origen, aspectos técnicos obtenidos de
los discursos
expertos y negociaciones con la pareja (cuando ésta
está presente) y con otros
cuidadores/as, principalmente abuelas o suegras. Cabe
señalar que sólo 3 de
nuestras informantes están dedicada por completo a la
crianza, ya que las demás
estudian o trabajan fuera del hogar. Por ello, deben contar con apoyo
de otras
personas para el cuidado de sus hijos e hijas. Habitualmente se trata
de redes
familiares: madres o suegras. La relación de las mujeres con
sus propias
historias familiares de crianza es tematizada de manera
explícita, puesto que
son ellas quienes negocian los temas de cuidado con otras mujeres que
las
apoyan en esta tarea. En algunos casos, este proceso se da como una
negociación
abierta, particularmente en el caso de las mujeres que ya tienen
independencia
económica; en otros, se escuchan opiniones en una actitud
diplomática, para luego
hacer aquello que se considera conveniente, particularmente cuando se
plantea
la cuestión de la (in)dependencia económica, como
muestran los extractos
siguientes:
Desde que nació A [hijo], [mi madre me
decía]
que no tenía ni pies ni cabeza lo que yo estaba haciendo
[para cuidar al bebé],
comentarios así como: ‘si tú te sacas
cinco mamaderas de leche, yo me llevo a A
[hijo] el fin de semana, y te lo quito’… yo fui
súper tolerante… hasta que en
un momento la paré […] y ahí ella se
sentó, y me dijo, tienes razón, no tengo
por qué ser como mi mamá. Y de ahí en
adelante, desde que lo reconoció
sinceramente, mi mamá ha reconocido que yo soy una buena
mamá. No sabe si soy
la mejor mamá, porque solo tiene su experiencia y mi
experiencia, ¿cómo
saberlo?… pero piensa que soy una buena mamá.
(Profesional universitaria, 25 años,
primer
hijo a los 20 años)
A mí no me gustaban las cosas que
hacía mi
suegra, es como súper machista y yo no quería que
le pusiera esas ideas en la
cabeza a mi hija […]. Pero mientras yo no trabajé
[remuneradamente] y teníamos
que vivir con mis suegros, él [pareja] me decía:
‘no te pelees con mi mamá, por
favor’. Y yo tenía que agachar el moño
[obedecer], aunque después yo igual
hacía lo que a mí me parecía bien. Ya
después cuando empecé a ganar mi plata y
nos fuimos [a vivir de manera independiente], recién
ahí le pude decir [a mi
suegra]: ‘no le meta esas cosas en la cabeza a la
niña’ (Vendedora de comercio
minorista, sin educación superior, 22 años,
primera hija a los 20 años).
Las tensiones entre cuidadoras/es suelen
intensificarse
en las narrativas en las que hay algún tipo de dependencia:
económica (vivir
con los padres, por ejemplo, o recibir dinero de ellos) o cuando el
apoyo de
las abuelas (madres o suegras) es indispensable para que las mujeres
jóvenes
puedan estudiar o trabajar. En esos casos, los roles –esto
es, quién es la
cuidadora principal– son difíciles de separar. Y
también está el conflicto
abierto que significa delimitar roles de madre e hija y legitimar las
decisiones de las mujeres más jóvenes, que se
encuentran en una posición de
menor poder. Más allá de la realidad de la
maternidad biológica, la tensión se
prefigura como una de crianza y de los valores y disposiciones que se
quiere
transmitir. Aquí es donde aparece la negociación
de sentido respecto de la
propia crianza, donde se marcan una distancia crítica
respecto de la historia
personal, como muestran los siguientes extractos:
[En
mi familia] a veces dan consejos sin que uno pida, pasa mucho que dan
consejos
que son muy antiguos […] que yo le di tal cosa, empiezan con
que no, yo no creo
que tal cosa [un aspecto de la crianza] sea así. Pero
siempre los consejos que
uno no pide y no le parecen llegan, sobre todo de las personas
más cercanas,
con las que uno tiene más confianza. Por ejemplo, porque no
la reto [a mi hija],
porque no me gusta gritarle y espero que la gente no lo haga. Pero mi
mamá era,
es súper gritona, yo le digo, abuelita no la rete, y muchas
veces me ha dicho
que no le voy a crear límites, que yo la estoy malcriando
porque no la reto.
Entonces son consejos que uno no quiere, pero hay que escucharlos, y yo
trato
de explicarles que no la quiero retar porque creo que no es necesario.
(Profesional
universitaria, 29 años, primera hija a los 22).
Yo por algo estoy estudiando, para darle el
ejemplo a ella [hija], lo ideal es que ella estudie, si no estudia, que
emprenda. Pero igual siempre le trato de enseñar que sea
autovalente, más
autónoma, que no dependa de nadie, que por eso tiene que
estudiar, lograr
cosas… las metas que se proponga y trato de no ser tan
sobreprotectora como fue
mi mamá, mi mamá no me dejaba ni salir a comprar.
Era muy sobreprotectora,
entonces con A [hija] quiero cambiar esa visión. Que sea
más autónoma, y no
dependa de nadie […]. Yo por eso [sobreprotección
materna] cuando estaba sola
en la calle, me sentía muy insegura.
(Estudiante universitaria, 23 años,
primer
hijo a los 17 años).
Las citas precedentes muestran como algunas formas
tradicionales de crianza son cuestionadas por las mujeres
jóvenes en la
relación con sus propios hijos/as. En estos cuestionamientos
se mezcla la idea
que las circunstancias ha cambiado –por ejemplo, la demanda
por eliminar las
diferencias de género en la crianza– con una
apropiación reflexiva de discursos
expertos sobre la materia. La cuestión de poner
límites a los niños/as,
enseñarles a ser independientes y a manejar la
frustración son ejemplos
paradigmáticos donde, en las narrativas, lo que se califica
como prácticas
“antiguas” aparecen en contraste con lo nuevo,
definido principalmente por la
idea de individualidad de los niños/as y el respeto a los
ritmos y creencias personales
sobre lo que es correcto (Faircloth, 2011). La sabiduría
convencional de
generaciones anteriores puede ser considerada ineficaz o simplemente
inadecuada
para los tiempos que corren. El momento adecuado para suspender la
lactancia
materna, enseñar a los niños/as a ir al
baño solos o esperar que desarrollen
lenguaje son cuestiones en las cuales se integran selectivamente
elementos del
discurso experto, que es apropiado desde la experiencia personal
(Faircloth,
2010 y 2011). El peso de las historias familiares aparece claramente
aquí en
términos del contraste que se establece con la propia
crianza, ya sea porque se
quiere repetir aquello que se considera deseable, o bien porque hay
cosas que
evitar. En los casos en que se narran discrepancias en la forma de
enfrentar
estas cuestiones cotidianas –por ejemplo, si los
niños/as deben dormir en la
cama de los padres o no– en general nuestras informantes
reportan negociar con
sus parejas asumiendo que la opinión de ellas
tendrá más peso, porque son las
madres (y eventualmente las abuelas) las responsables principales del
cuidado.
Sobre este punto el discurso es ambivalente: por
una
parte, se enfatiza la necesidad –y también la
justicia– de asumir una postura
de corresponsabilidad entre padres y madres. En general, las
informantes
declaran desear una participación más activa de
los padres en el proceso de
crianza y en las decisiones sobre aspectos cotidianos que implica,
tales como
los horarios de alimentación y descanso, los
límites de la disciplina impuesta
a los niños y niñas, tipos de juego permitidos y
la responsabilidad por tareas
como alimentar o bañar, entre otras. Se enfatiza,
también, la oportunidad de que
los padres tengan una relación mucho más cercana
emocionalmente con sus hijos e
hijas. Esto se plantea como algo nuevo en términos
generacionales, que se
releva como gratificante, pero que también impone
negociaciones de sentido con
la paternidad tradicional que resalta el rol de proveedor y de quien
impone la
disciplina, como muestran las citas siguientes:
Al final soy yo la que decide qué y
cuándo se
come, a qué hora se acuestan los niños y esas
cosas. Él puede decir muchas
cosas, pero al final la que se banca [asume la responsabilidad] a M
[hijo] soy
yo […] Pero desde que nació M él
[pareja] ha cambiado un montón, es mucho más
cariñoso, aunque yo le digo ‘no se te vaya a
olvidar que tú eres el papá, tienes
que tenerlo derechito’ [bien disciplinado]…
(Vendedora de seguros, sin
educación superior, 26 años, primer hijo a los
23).
Él hace de todo [tareas
domésticas], pero hay
que decirle: ‘hay que hacer esto, hace falta lo
otro’. A él no se le ocurre
solo…Pero tú le puedes dejar a los
niños un rato y quedarte tranquila, no como
mi suegro, que no sabía ni sonarles la nariz [a sus hijos]
[…] Pero él también
puede ser súper duro [firme] con los niños y
aunque lloren es no, no más, yo
soy mucho más corazón de abuelita.
(Profesional universitaria, 27 años,
primer
hijo a los 25).
Así, aún se espera que los
padres impongan disciplina,
pero también se desea establecer una relación
más lúdica y afectuosa que la que
era la norma en los padres en el pasado. Al mismo tiempo, se reconoce
en las
mujeres (incluso cuando son madres primerizas) una capacidad mayor para
tomar
las decisiones cotidianas y ejercer el rol doméstico. La
mayoría de las
informantes define el rol de sus parejas como
“colaborador” en las labores de
crianza y domésticas, asumiendo como natural que las mujeres
tomen el liderazgo
en este ámbito. Sin embargo, también subyace a
este discurso la noción de que el
principal aporte paterno pasa por la provisión
económica, traducida en la
recurrencia de la idea de que los padres
“naturalmente” priorizarán su trabajo
por sobre el cuidado en situaciones como la enfermedad de un hijo/a y
que por
ello el cuidado se negocia -primero- entre mujeres. Así,
aunque plantean
esperar una participación mucho más activa de los
padres, al mismo tiempo
reafirman el carácter único del rol materno.
Discusión y conclusiones:
Negociaciones, ¿nuevos
sentidos?
Nuestros
resultados aportan al cuerpo de evidencia que sugiere que los discursos
de
paternidad/maternidad, y las prácticas que justifican,
están sujetos a una (re)
negociación constante del sentido de los roles tradicionales
de género y su
supuesto fundamento en la biología. No obstante, se trata de
un movimiento
ambivalente en términos de relaciones de poder: si bien por
una parte se
cuestionan ideas como el instinto y el imperativo de la
díada pareja-hijos, el
cuidado sigue siendo una negociación primero entre mujeres,
que incluye a los
hombres de manera subsidiaria. Como señalamos al inicio de
este trabajo, ello
se relaciona con la diferente posición que los sujetos
tienen en la estructura
social, y que les permite márgenes distintos de
negociación. Ello explicaría,
por ejemplo, las diferencias encontradas por niveles de
educación, que operan
por la vía de proporcionar mayores recursos personales para
cuestionar los
roles de género tradicionales. Pero también es
posible plantear la hipótesis de
que la posibilidad (presente o futura) de generar un ingreso permite a
las
mujeres situarse en un plano distinto en esta negociación
que, como todo
proceso cultural, presenta ambivalencias. Lo anterior ayuda a entender
también
que para quienes tienen mayores niveles de educación formal
(y por ello,
mejores perspectivas económicas) sea más
fácil distinguir entre la formación de
pareja y la maternidad como cuestiones que no necesariamente van
juntas, pues
se ven a sí mismas como más capaces de suplir -en
el día a día- el aporte
económico de una pareja.
Desde ese punto de vista, la
distribución de poder y
prestigio no se ha alterado todavía, ya que aunque el
trabajo de cuidado que
implica la maternidad/paternidad se valora discursivamente, en la
práctica es
un elemento de discriminación en otros espacios, como el
trabajo remunerado. Ello
también aportaría a entender el que muchas
mujeres reafirmen la preponderancia
del rol materno frente al paterno, bajo el supuesto de que ellos no
saben
desenvolverse en los espacios domésticos y emocionales tan
bien como ellas: el
espacio doméstico y particularmente el materno, aunque
sujeto a crítica
reflexiva, es aún un espacio donde las mujeres encuentran
reconocimiento
social. Nuestras informantes reconocen que la división
tajante entre hombres
proveedores y mujeres cuidadoras, que muchas de ellas vieron en sus
familias de
origen, está hoy mucho más sujeto a
negociación. Pero todavía no se ha
producido una alteración radical de los roles y ellas deben
negociar la crianza
en el plano de género, y también el
intergeneracional, en la medida en que
requieren el apoyo de redes familiares, con resultados variables en
términos de
la capacidad de gestionar sus tiempos y tomar decisiones. Desde nuestro
objeto
de estudio, lo relevante es que los espacios de
reapropiación de conocimiento y
discurso son mayores, puesto que se presentan muchas más
opciones que en el
pasado, donde la crianza solía ser un asunto que implicaba
la movilización de
saberes (principalmente femeninos) pasados de generación en
generación,
mientras que hoy existe una apropiación selectiva del
conocimiento experto que
permite a las jóvenes sustentar lo que ellas sienten que es
correcto en el
plano de la crianza.
Asimismo, y como una limitación de este
estudio, llama la
atención que la mayoría de los primeros embarazos
no fueron planificados, por
lo cual no nos fue posible explorar la posible negociación
referida a la
decisión de tener hijos/as o cómo las informantes
se verían a sí mismas, como
madres, en la eventualidad de haber podido decidir el momento en que se
haría la
transición a la maternidad. Esta es una cuestión
que podrá ser explorada por
futuras investigaciones respecto de cómo y bajo
qué condiciones es posible
decidir, el ser madre o no, y en qué momento de la vida.
Referencias bibliográficas
Aguayo, F. Correa,
P. y Cristi, P. (2011). Encuesta IMAGES Chile. Resultados de
la encuesta
internacional de masculinidades y equidad de género. Chile:
CulturaSalud –
EME.
Aninat, I., Cox, L.
y Fuentes, A. (2018). Maternidad y desigualdad: ¿no hay
mejor anticonceptivo
que un futuro brillante? Puntos de
Referencia (489). Recuperado de: https://www.cepchile.cl/maternidad-y-desigualdad-no-hay-mejor-anticonceptivo-que-un-futuro/cep/2018-08-31/113701.html
Arellano, R. (2010). Valores e ideología: el comportamiento
político y económico de las nuevas clases medias
en América Latina. En A.
Bárcena y N. Serra (Eds.), Clases
medias
y desarrollo en América Latina (pp. 210- 236).
Santiago: CEPAL/Fundación
CIDOB.
Carrasco, C.,
Borderías, C. y Torns, T. (2001). Introducción.
En C. Carrasco, C. Borderías y T. Torns (Eds.), El trabajo de cuidados: Antecedentes
históricos y debates actuales
(pp. 13-95). Madrid:
Los libros de la Catarata.
Faircloth, C. (2010). What
science says is best: Parenting practices, scientific authority and
maternal
identity. Sociological Research Online, 15(4),
1-14. Doi: https://doi.org/10.5153/sro.2175
Faircloth, C. (2011). “It
feels right in my heart”: Affective accountability in
narratives of attachment.
Sociological Review, 59(2), 283–302. https://doi.org/10.1111/j.1467-954X.2011.02004.x
Gallardo,
G., Gómez, E., Muñoz, M. y Suárez, N.
(2006). Paternidad: representaciones
sociales en jóvenes varones heterosexuales sin hijos. Psykhe 15(2), 105-116.
Gómez-Urrutia,
V., Royo, P. y Cruz, M. A. (2017). Imagining Families: Gender, Youth, and
Diversity in Chile. Affilia -
Journal of Women and Social Work, 32(4),
491–503.
Juárez,
F. y
Gayet, C. (2014). Transiciones a la
vida adulta en países en desarrollo. The Annual Review of Sociology 40, 1-18.
Lippman, L. y Wilcox, B. (2015). World Family Map 2015 Report. Mapping Family Change and Child Well-being Outcomes. New York/ Barcelona: Child Trends and The Social Trends Institute. Recuperado de: http://www.socialtrendsinstitute.org/publications/family/the-world-family-map-2015-mapping-family-change-and-child-well-being-outcomes
Martinic, S. (2006). El estudio de las representaciones y el análisis estructural del discurso. En M. Canales (Ed.), Metodologías de investigación social (pp. 299-317). Santiago: LOM.
Ministerio de Desarrollo Social (2017). Síntesis de resultados Encuesta de Caracterización Socioeconómica CASEN – Equidad de Género 2015. Recuperado de: http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/casen-multidimensional/casen/docs/CASEN_2015_Resultados_equidad_genero.pdf
Moreno, A. (2009). Los debates sobre la maternidad: maternidad y maternidades. En C. Bernis, M. López y P. Montero (Eds.), La maternidad en el siglo XXI: mitos y realidades (pp. 3-20). Madrid: Ediciones Universidad Autónoma de Madrid/ Instituto Universitario de Estudios de la Mujer.
Murray, M. (2012). Childbirth in Santiago de Chile: Stratification, Intervention, and Child Centeredness. Medical Anthropology Quarterly, 26(3), 319–337.
Myers, K. (2017). “If I’m Going to Do It, I’m Going to Do It Right”: Intensive Mothering Ideologies among Childless Women Who Elect Egg Freezing. Gender and Society, 31(6), 777–803. https://doi.org/10.1177/0891243217732329
Nussbaum, M. (2000). Women and human development: Nueva York: C.U.P.
Oiberman, A. (2004). Historia de
las madres en Occidente: repensar la maternidad. Psicodebate
5, Psicología, Cultura y Sociedad. Argentina:
Universidad de Palermo. Recuperado de: http://dspace.palermo.edu/dspace/handle/10226/326
Olavarría,
J. (2014).
Transformaciones de la familia conyugal en Chile en el
período de la transición
democrática (1990-2011). Polis (Santiago),
13(37), 473-479.
Saldaña,
J. (2009). The coding manual for
qualitative researchers. Londres:
SAGE.
Santander, P. (2011). Por
qué y cómo hacer Análisis de Discurso.
Cinta
de Moebio 41, 207-224.
Salvo, I., y Gonzálvez, H. (2015).
Monoparentalidades electivas en Chile:
Emergencias, tensiones y perspectivas. Psicoperspectivas.
Individuo y
Sociedad, 14(2), 40–50.
Servicio Nacional de la Mujer [SERNAM] (2012). Estudio sobre las principales preocupaciones y anhelos de las madres de hoy en Chile - Informe final de resultados. Santiago de Chile: Autor – Demoscopica.
Solè, C. y
Parella, S. (2004). Nuevas expresiones de la maternidad. Las madres
con
carreras profesionales “exitosas”. RES 4, 67-92.
Taylor, T. (2011).
Re-examining Cultural Contradictions: Mothering Ideology and the
Intersections
of Class, Gender, and Race. Sociology Compass, 5(10), 898–907.
https://doi.org/10.1111/j.1751-9020.2011.00415.x
Valdés, X., Castelain-Meunier, C. y Palacios, M. (2006). Puertas adentro: Femenino y masculino en la familia contemporánea. Santiago: LOM Ediciones.
Universidad
Católica – Adimark
(UC-Adimark) (2016). Encuesta Nacional
Bicentenario. Familia. Recuperado de:
https://encuestabicentenario.uc.cl/resultados/#2016
Van Dijk, T. (2012). Discurso
y contexto. Un enfoque
sociocognitivo. Barcelona: Gedisa.
Wengraf,
T. (2004). Qualitative research interviewing:
biographic narrative and semi-structured methods. Londres: SAGE.
Yopo, M. (2013). Individualización en
Chile: Individuo y
sociedad en las transformaciones culturales recientes. Psicoperspectivas, 12(2), 4–15.
Yopo, M.
(2016). Enacting motherhood: time and social change in Chile. Journal
of
Gender Studies, 27(4), 411–427. https://doi.org/10.1080/09589236.2016.1223619
Yopo, M.
(2017). Revisiting individualization: The transitions to marriage and
motherhood in Chile. Current
Sociology, 66(5), 748–768. https://doi.org/10.1177/0011392117737819
Verónica
Edith Gómez Urrutia
Chilena. Doctora por la Universidad de
Sussex, Reino Unido, con
especialidad en políticas sociales en el área de
género y familia. Es maestra
en ciencia política por la Universidad Federal de Minas
Gerais (Brasil) y
Periodista por la Universidad de Chile. Actualmente
se desempeña como investigadora en la Facultad de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Chile.
Sus áreas
de investigación
e interés son: teoría de género,
procesos de individuación y su relación con
imaginarios familiares y de maternidad/paternidad y el rol del Estado
en las
decisiones de los sujetos en la interfase trabajo-familia.
Ha sido investigadora responsable de proyectos
de investigación financiados por la Comisión
Nacional de Investigación
Científica y Tecnológica de Chile, Conicyt. Entre
sus publicaciones más recientes destacan: Gómez-Urrutia, V. y
Jiménez-Figueroa, A. (2019).
Género y trabajo: hacia una agenda nacional de equilibrio
trabajo-familia em
Chile. Convergencia
–Revista de
Ciencias Sociales, pp. 1-24. DOI: https://doi.org/10.29101/crcs.v0i79.10911; Gómez-Urrutia, V., Royo, P. y
Cruz, M.
(2017) Imagining Families: Gender, Youth, and Diversity in Chile. Affilia, Journal of Women and Social Work. DOI: https://doi.org/10.1177/0886109917718232
Luis
Herrera Vásquez
Chileno. Magíster en docencia
universitaria por la Universidad
Autónoma de Chile. Es profesor de español y licenciado
en
educación. Se desempeña como coordinador de
español y cultura en la Universidad
de Talca, Chile y coordinador de español para migrantes en
Cartagena. Ha
publicado libros y artículos científicos
en el área de la lingüística, la
literatura y la educación. También ha sido
evaluador de proyectos científicos de carácter
nacional y papers en revistas
especializadas. Entre sus publicaciones más
recientes destacan: Herrera, L. (2019) Procesamiento cerebral del
lenguaje:
Historia y evolución teórica. Fides et
ratio, 17. Index: Scielo,
Bolivia; Herrera, L.; Díaz, M. (2018) Experiencia de escuela
comunitaria kandan:
análisis y reflexión. Papeles de
Trabajo – Centro de estudios
interdisciplinarios en etnolingüística y
antropología sociocultural, 36,
pp. 15-45.
[1]
Este
artículo fue elaborado en el marco del proyecto
“Nuevas miradas hacia la
maternidad/paternidad: discursos emergentes sobre embarazo, parto y
crianza,
VII Región del Maule”, financiado por la
Universidad Autónoma de Chile (DIP
52-2015).
[2]
Agradecemos a la Junta
Nacional de Jardines Infantiles de Chile, JUNJI, por habernos permitido
acceder
a las madres usuarias de sus jardines infantiles en Talca.