Resistencia
e industria cultural en tiempos neoliberales.
El
caso de jóvenes hiphoperos mexicanos
The case of Mexican
Hip Hop Youngsters
Aczel Fernando
Cornejo Pérez |
María Elena Figueroa Díaz |
Resumen: El objetivo de este
artículo es explorar la experiencia de algunos jóvenes integrantes de la
cultura Hip Hop dentro de un contexto neoliberal que restringe sus
oportunidades educativas y laborales. Dicho contexto impide la construcción de
proyectos significativos fuera del mercado y del consumo. A través de un
trabajo de campo –que incluye entrevistas a profundidad realizadas a cinco
jóvenes, así como conversaciones informales, observación participante, análisis
de producciones culturales propias del movimiento, y la implicación de uno de
los autores de este texto como integrante del movimiento–, se observa una
tensión entre la resistencia y la crítica al sistema, y la necesaria
vinculación al mercado cultural con el fin de dar a conocer sus mensajes y sus
prácticas. Se observan salidas que apuntan a un emprendimiento que no niega la
crítica y la resistencia.
Palabras clave: industria cultural, mercado,
trabajo, movimiento juvenil
Abstract: The aim of this article is to explore the experience of some young men related to Hip Hop culture within a neoliberal context that restricts educational and employment opportunities. This context limits the construction of significant projects outside the market and consumption logics. Through a field research that includes in-depth interviews with five youngsters, as well as informal conversations, participant observation, analysis of the movement’s cultural productions, and the involvement of one of the authors of this text as a member of the movement, we found a tension between resistance and criticism of the system and the necessary linkage to the cultural market in order to publicize their messages and practices. There are some way outs to this tension, which lead to an entrepreneurship that does not deny criticism and resistance.
Key words:
cultural industry, markets, labour, youth movement
Traducción:
María Elena
Figueroa Díaz, Universidad Nacional Autónoma de México
Cómo citar:
Cornejo,
A. y Figueroa, M. (2020). Resistencia
e industria cultural en tiempos neoliberales. El caso de jóvenes hiphoperos
mexicanos. Culturales, 8, e454. https://doi.org/10.22234/recu.20200801.e454
Recibido: 14 de abril de
2019 Aprobado: 24 de julio de 2020 Publicado: 27 de octubre de 2020 |
¿Cuáles son las
estrategias creativas y las redes culturales de los jóvenes? Ante todo, yo no
estaría de acuerdo con la afirmación de que los jóvenes son el futuro. Los
jóvenes son el presente […] porque crean empresas innovadoras en áreas
específicas como las industrias creativas, y además, son los mayores
consumidores de las tecnologías avanzadas.
Néstor García
Canclini, 2012, p. 3
Introducción
Actualmente,
los jóvenes mexicanos (y del mundo) se enfrentan a varias contradicciones,
provenientes de un sistema capitalista neoliberal que agudiza la desigualdad y,
con ella, la pobreza, la marginación, la exclusión y la imposibilidad a acceder
a derechos básicos, tales como la educación o el trabajo.
A partir de la década de los setenta del siglo XX,
algunos jóvenes se han adscrito a la cultura del Hip Hop[1] que
se expresa a través de distintas prácticas ligadas a la música, el baile, la
literatura y la gráfica. Por un lado, el Hip Hop nace en Nueva York, Estados
Unidos, justo en el momento y el lugar que ve nacer movimientos sociales de
lucha por derechos de grupos minoritarios, en una explosión nunca vista de
resistencia activa y de visibilización de grupos hartos del racismo y la
discriminación estructurales. Al mismo tiempo, el Hip Hop se construye en torno
al desarrollo de las industrias culturales, que requieren cada vez más de la
tecnología para generar, reproducir y difundir las obras culturales gestadas
por los artistas y creativos. Así, el Hip Hop es crítico y resistente en su
génesis y, a la vez, requiere, desde sus inicios, de la industria cultural. Esa
tensión de base en el Hip Hop posibilita distintas biografías, diferentes
caminos, que se trazan entre la resistencia y la entrada al mercado cultural.
Esta tensión se manifiesta con sus
particularidades en el México actual, debido a la configuración de la política
cultural que ha imperado en las últimas décadas, y que es resultado tanto del
sistema neoliberal que se ha ido consolidando desde la década de los ochenta
del siglo pasado (y que toca incluso el campo de la producción artística y
cultural), como de las tendencias mundiales a valorar la cultura como fuente de
desarrollo y, concretamente, de recursos económicos que pueden disparar el
crecimiento. Aunado a ello, las industrias culturales ya han dejado de ser tan
criticadas en algunos sectores, como lo fueron a partir del trabajo de algunos
representantes de la Escuela de Frankfurt, y han pasado a ser, para amplios
sectores de artistas, que no de intelectuales críticos, un hecho que hay que
apreciar y aprovechar.
En el caso de los jóvenes hiphoperos mexicanos, esta
tensión es vivida de tal manera que cada uno opta por un camino más cercano o
lejano al polo de la resistencia o al polo del mercado cultural. Cerca de este
último encontramos a raperos más comerciales, cerca de la resistencia están los
raperos que producen de manera autogestiva y cuyas producciones circulan de
manera más restringida. Mientras unos entran de lleno a la producción comercial
(como la Banda Bastón) y carente de
sentido, otros se van al extremo de permanecer en la resistencia (como aquellos
que permanecen en la escena underground,
entre los que podemos mencionar el HC
Crew, que no tiene producción industrial alguna). Otros más encuentran un
difícil equilibrio entre una y otra, y asumen que se puede entrar a la
industria cultural y no por ello dejar de ser críticos y de dar su mensaje a quien
lo quiera escuchar.
El caso más reconocido es el de Bocafloja. Así, hay quienes están mejor posicionados en el mercado
(como Alemán), pero no son
reconocidos como hiphoperos críticos, y hay quienes son reconocidos por ganar
algún certamen internacional (como Aczino),
pero no se logran posicionar en el mercado cuando sacan sus discos. En este
texto, a partir de la experiencia de cinco jóvenes pertenecientes a esta
cultura (tres graffiteros y dos raperos), así como del análisis de graffitis y
canciones, y de observación participante en algunos crews, se analizan los posibles caminos que pueden ser transitados
por algunos jóvenes con talento y sueños, que se enfrentan a una realidad que
no les garantiza educación o trabajo, que no los apoya en la consolidación de
sus trayectorias, y que, para no abandonar su práctica cultural, tienen que
formularse un camino trazado entre la resistencia y el mercado.
En un primer apartado, reflexionamos sobre la realidad
actual de la condición juvenil en México. En un segundo apartado, se explican
los cambios que se han dado en la política cultural del país y cómo se ha
llegado a una fase de mercantilización de la cultura. Posteriormente, se hace
un breve recuento del nacimiento y el desarrollo del Hip Hop, así como su llegada
a México, con el fin de comprender esta cultura como industria cultural, y cómo
los jóvenes entrevistados se posicionan frente a las contradicciones de esta.
Se concluye que es posible entrar a la industria
cultural (como muchos hiphoperos y otros artistas alternativos lo han hecho)
desde la resistencia, el camino es difícil y no siempre se logra. Sin embargo,
ese es el ideal de muchos jóvenes que se niegan a perder su capacidad crítica a
cambio de la fama o el éxito.
La condición juvenil en la ciudad
de México
En
2017, México contaba con una población de 129.2 millones. De todos ellos,
alrededor de 30% eran jóvenes de 15 a 29 años (30.6 millones, y 38.3 millones
si contamos a los jóvenes de 12 a 15 años). De todos ellos, 50% estuvo
desempleado, el otro 50% empleado presentó un 60% ubicado en la economía
informal. De todos los jóvenes, solo 30% contaba con educación media superior;
20% de mujeres contaron con estudios universitarios, frente a 18.6% de los
hombres (INEGI, 2017). Estos datos dan cuenta de que la situación de los
jóvenes mexicanos no es fácil.
La ciudad de México contaba en 2015 con 82,918,653
habitantes y, en la zona metropolitana del Valle de México, constituida por 60
municipios (59 del Estado de México y uno del estado de Hidalgo) que rodean la
ciudad existían, en ese momento, más de 20 millones de habitantes (INEGI,
2015). La Ciudad de México es de los estados con menos jóvenes: solo 23.7% de
su población se encuentra entre los 12 y los 19 años; de hecho, hay un gradual
pero continuo proceso de envejecimiento en el país que se vuelve evidente en la
ciudad (SEDESOL, 2017). La juventud en la ciudad (y, por supuesto, en el país)
no solo es diversa y plural, sino que está constituida por mujeres y hombres
cuyas realidades varían de acuerdo con las profundas desigualdades existentes,
y que se manifiestan de forma fragmentada (Saraví, 2018), de manera tal que
deja de haber canales de comunicación y de interacción.
Si bien los jóvenes no son un grupo homogéneo, ni
viven la misma realidad, sí parten de las mismas condiciones y se ven afectados
más o menos por las mismas problemáticas vinculadas a la salud, la educación y
el trabajo, frente a las cuales se posicionan de maneras distintas de acuerdo
con la situación en la que se encuentren. Muchos de ellos, además, expresan su
identidad, su posición ante la vida y sus críticas al mundo que les tocó vivir
a través de diversas prácticas y manifestaciones culturales. La
condición juvenil no es vivida ni encarnada de igual manera por todos los
jóvenes; por el contrario, será diferente en cada joven según sea su situación
económica y social. Por ello, no podemos mirar la condición juvenil sin verla
en relación con la situación juvenil, es decir, los recursos con los que cuente
cada joven o grupos de jóvenes. Por lo mismo, ellos, en su camino a la vida
adulta, partirán de diferentes situaciones –en términos de capitales y de
acceso a recursos– cada vez
más distadas (Miranda y Otero, 2008).
Mientras
que por condición juvenil se entiende el marco estructural que sostiene el
tránsito de los jóvenes hacia la vida adulta, la situación social refiere a la
efectiva disponibilidad de oportunidades y recursos de jóvenes que pertenecen a
distintos grupos sociales, lo cual nos remite a cómo cada clase social vive y
experimenta su condición juvenil, en un espacio y un tiempo determinado
(Roberti, 2012).
En México, país profundamente desigual y ya inmerso de
lleno en un sistema neoliberal, el Estado, así como diversos sectores de la
sociedad, no asumen la responsabilidad ante las problemáticas que los jóvenes
presentan, y los responsabilizan de tener que encontrar una solución no solo a
sus propios problemas, sino también a las problemáticas que ellos no generaron,
pero que les afectan, sin la ayuda de ninguna institución y sin los medios para
lograrlo. Además, el Estado los enuncia como los responsables de
autocontrucciones que los distancian del mismo, cuando en realidad el Estado es
muy selectivo para apoyar a jóvenes, lo cual hace que la mayoría se quede al
margen.
De
acuerdo con Bajoit (2010), ha habido un cambio profundo en nuestras
subjetividades, lo que responde a las nuevas exigencias del sistema, de los
gobiernos y de las empresas. Los jóvenes dentro de esta mutación cultural,
[…] experimentan en su vida diaria el
desfase entre sus expectativas y su realidad. Y por lo tanto, muchos de ellos
(no todos) se sienten frustrados, disconformes con la vida que llevan. Muchos
de ellos (sobre todo entre los jóvenes), reaccionan a esta frustración de
diversas maneras: por la delincuencia, por la droga, por la rebelión, o por la
formación de nuevos movimientos sociales que reclaman estos derechos (Bajoit,
2010, p. 17).
Además,
en esta nueva realidad, se exacerba el individualismo al grado de hacer de cada
persona la responsable de su vida y, más que eso, se le exige que tenga un
proyecto de vida propio, y que alcance el éxito:
[…] el nuevo contrato social necesita de individuos
autónomos, que se tomen a cargo y no cuenten sobre la solidaridad pública
instituida, que se comporten dignamente y de manera cívica, que sepan cada día
‘inventar su vida’ y que sean responsables de ellos mismos (Bajoit, 2010, p.
16).
Muchos
jóvenes se enfrentan a profundas contradicciones; por un lado, se les exige y
presiona a convertirse en seres autónomos y capaces de lograr una vida
significativa y plena, y, por otro lado, se les retira todo apoyo que les
permitiría tener una base mínima para su desarrollo. De acuerdo con Saraví
(2018), “en sociedades profundamente desiguales como la de México, la
desigualdad social trasciende la variable económica o de ingresos, y permea
prácticamente todos los rincones de la vida individual y social” (p. 27). De
ahí que sea factible hablar de una dimensión cultural de la desigualdad que
“[…] se refiere a esa parte o espacio de significación y producción cultural
ligada directa o indirectamente a la desigualdad” (Saraví, 2018, p. 39). De
este modo, el proyecto de vida de algunos jóvenes en condiciones de exclusión,
desigualdad y vulnerabilidad puede ser posible y llega a tener sentido a través
de expresiones culturales que nacen de la desigualdad.
Expresiones
críticas y de resistencia se desarrollan a la par de un fuerte sentido de
pertenencia y de identidad colectiva; los jóvenes generan códigos y significados
a veces herméticos, mensajes para sus pares y para la sociedad, muchas veces
hostil hacia ellos. A la par, utilizan aquellos canales disponibles, en
ocasiones generados por ellos en su apropiación del espacio citadino, ya sean
muros públicos, música en espacios cerrados y, si tienen suerte, algunos foros
y tecnologías propias de las industrias culturales.
A partir del último tercio del siglo XX, con la
llegada del neoliberalismo, el papel del Estado se reduce, en el mejor de los
casos, a ser un mediador de las relaciones sociales. Se da un debilitamiento de
las instituciones, las condiciones laborales se ven modificadas en perjuicio de
los trabajadores y se afecta negativamente al mercado de trabajo, ya que
disminuye significativamente la contratación de mano de obra (Cavarozzi, 1999). A partir de ese momento,
las instituciones sociales se vuelven cada vez más deficientes y desaparece la
voluntad de trabajar por el bien común. En particular para los jóvenes estos
procesos resultan especialmente duros.
Desde la precariedad y la pobreza, los jóvenes urbanos
con necesidad económica viven con premura su preparación escolar, con la única
idea de poder acceder al mundo laboral y mejorar su situación (Bourdieu, 2002). Pero una preparación académica en la actualidad ya no
es garantía de acceso al mundo laboral, a la seguridad social y, mucho menos, a
la emancipación. No son pocos los jóvenes que han perdido el interés en la
institución escolar (Navarrete, 2011). No
todos buscan un trabajo estable y, si lo buscan, difícilmente lo encuentran.
De este modo, llegamos a inicios del siglo XXI, donde
se limita y se dificulta en mayor porcentaje el acceso y la permanencia en el
sistema educativo de sectores sociales más amplios. La metamorfosis en el
mercado laboral, los cambios en la composición familiar, las modificaciones en
las relaciones intergeneracionales provocan que las diferentes formas en que se
vivía lo juvenil sufrieran un cambio abrupto
(Miranda y Otero, 2008).
En el México actual, se ensanchan las desigualdades
entre las dos juventudes existentes por el fenómeno de polarización entre la
población juvenil: 1) la mayoritaria, precarizada, desconectada, no solo de la
información y sus medios, sino también de las instituciones y los sistemas de
seguridad (educación, salud, trabajo, seguridad), y 2) la minoritaria; que
cuenta con todos los accesos tecnológicos a la información y está incorporada a
los circuitos e instituciones de seguridad y en condiciones de elegir (Reguillo, 2010; Vázquez, 2011).
La política
cultural en la era neoliberal
La
culminación de la segunda guerra mundial, en conjunto con el efecto de la
modernización, dio paso a un proceso de expansión acelerada de la cultura de
masas. Con el abandono del campo y con la migración a las grandes ciudades
industriales, que se empezaron a desarrollar en torno a un centro que concentró
los recursos y las posibilidades laborales, se crearon barrios en la periferia
de la ciudad, que crecieron sin planeación alguna, sin servicios y con grandes
concentraciones de población marginada y excluida, bajo una lógica reproductora
de la desigualdad, que la ciudad necesitaba para subsistir. Es en este contexto
de periferia que se gestan las primeras organizaciones juveniles conocidas como
“bandas”, para cuyos integrantes la identidad y la pertenencia se volvieron
cruciales. Más tarde surge también la necesidad de diferenciarse unas de otras
y delimitar territorialmente su espacio de interacción (Rubio, 2013).
La necesidad de los jóvenes por diferenciarse
socialmente del núcleo familiar trasciende la institución escolar y la
agrupación entre amigos del mismo barrio; así, la industria cultural, regulada
en una primera instancia por el Estado (y luego a cargo de diversas empresas),
tiene una función cada vez más relevante en esta formación identitaria
(Calazans, 2000; Nateras, 2009). El
descubrimiento de la gran fuerza que significan, en términos socioeconómicos,
los mercados de consumo juvenil, se hace visible con la llegada del Rock and
Roll. Comienza así un proceso de mundialización del lenguaje, la estética, la
vestimenta y, sobre todo, la manera en que los jóvenes se agrupaban. Es aquí en
donde se encuentra la primera gran apropiación del consumo cultural, que dio
paso al concepto de “cultura juvenil”, acuñado por John Clarke, Stuart Hall, Tony Jefferson y Brian Roberts
(1975) en el trabajo titulado Subcultures,
cultures and class, que es compartida en buena medida por jóvenes de
distintas partes del mundo (Villa, Infantino y Castro, 2012).
Cabe destacar que
durante buena parte del siglo XX, en México, las políticas culturales
estuvieron controladas por el Estado, instancia hegemónica que proporcionaba
los recursos y decidía sobre qué se iban a invertir. En esta época también se
da una estrecha vinculación entre educación y cultura, ya que la política
cultural se ejerció, al menos en un primer momento, desde la Secretaría de
Educación Pública. Gran parte de la producción cultural fue apoyada y
financiada desde esa dimensión estatal. El Estado decidía qué era cultura y qué
no lo era, y bajo la valoración eurocéntrica dominante en ese momento, se
asumió que el arte y la cultura eran producto de una elite privilegiada; el
resto de las personas, a lo sumo, podían aspirar a ser dignos espectadores.
Así, el campo de las bellas artes ha sido el principal beneficiario de estas
políticas. A pesar de los cambios que ha sufrido la política cultural esta idea
hegemónica del arte sigue vigente, y gran parte de los recursos se siguen
destinando a manifestaciones del arte culto o de la alta cultura.
Hacia la década de los
ochenta del siglo XX hay un importante giro en la política cultural mexicana.
Aparece el proceso de institucionalización de la cultura regulada por el
Estado, a través del desarrollo de institutos y secretarías de cultura, así
como de casas de cultura, bibliotecas y museos (Giménez, 2005). Este giro
implica un mayor control por parte del Estado, pero también una apertura, desde
una concepción amplia de cultura, inspirada por las reflexiones de la
antropología, al apoyo a diversas manifestaciones artísticas y culturales que
salen de los confines de las bellas artes. Así, comienzan a multiplicarse
programas de apoyo a proyectos que involucran arte juvenil indígena, así como
proyectos de educación artística, de recuperación de expresiones artísticas de
pueblos originarios que tienden a la extinción, cultura popular, proyectos
editoriales para niños, entre otros. Cabe señalar que, aun en esta etapa, se
privilegia el apoyo a proyectos de la alta cultura.
Con el cambio de
siglo, la consolidación del sistema neoliberal que abre espacios al mercado
antes vedados, así como la presencia de los organismos internacionales que
enfatizan cada vez más la necesidad de valorar la cultura como fuente de
riqueza y de desarrollo, y de consolidar aún más las industrias culturales, hay
un segundo giro en la política cultural. Aparece la fase de la mercantilización de
la cultura, que implica que los bienes culturales se subordinen a la lógica de
mercado dentro del sistema capitalista.
Al respecto, Giménez (2005) afirma:
Lo cierto es que la cultura,
globalmente considerada, se ha convertido en un sector importante de la
economía, en factor de “crecimiento económico” y en pretexto para la
especulación y el negocio. Por eso tiende a perder cada vez más su aura de
gratuidad y su especificidad como operador de identidad social, de comunicación
y percepción del mundo, para convertirse en mercancía sometida en gran parte a
la ley de maximización de beneficios (p. 38).
A partir de este momento hay una gradual reducción del
presupuesto destinado a la cultura, así como más limitaciones en el apoyo a
manifestaciones de la cultura popular. Los apoyos que otorga el Estado se
destinan en buena medida a expresiones de arte culto, a programas que
posicionen internacionalmente a México, y que coloquen a la cultura como fuente
de ingresos. De este modo, comienzan, por ejemplo, las capacitaciones a
artistas emprendedores.
Es necesario precisar que esta
apertura que beneficia a los mercados culturales se da para diversos actores,
desde empresarios adinerados y bien colocados en el mundo de la industria
cultural, hasta personas y grupos pertenecientes a la sociedad civil que pueden
competir, posicionarse, capacitarse y expresarse. Todos tendrán, en principio,
las mismas oportunidades, aunque no el mismo capital ni el mismo punto de
partida para acceder a recursos y espacios.
Con el fortalecimiento
de las culturas juveniles (rock, punk, Hip Hop, entre otras), el campo de la
industria cultural tuvo un auge aún mayor, propiciado por este fenómeno, que no
pudo pasar desapercibido, de tal forma que aquello que en un principio nace
desde los jóvenes como una forma de rebeldía contestataria y protestante frente
a las medidas adulto-céntricas, opresoras, conservadoras y discriminatorias
expresadas en la ausencia de atención al sector juvenil por parte del Estado,
ahora es retomado por el este último y por la industria, para tratar de atenuar
las problemáticas que surgen en torno a lo juvenil, en el primer caso y, en el
segundo, para generar riquezas a través de la venta de mercancías propias de
las performatividades surgidas desde las diversas culturas juveniles. De este
modo, la cultura vista como generadora de riqueza, modela las políticas culturales
del país.
La política cultural
de la ciudad de México, desde la primera década de los años dos mil a la fecha,
ha sido diseñada para promover la creación artística-cultural de los jóvenes, y
busca atenuar el problema del desempleo a través de capacitaciones y talleres
que deriven en emprendimiento; sin embargo, esta finalidad también supone, en
algunos casos, un control en cuanto al contenido de estas producciones
(proyectos que podrán ser o no apoyados; énfasis en que sean proyectos que
generen recursos a partir de ofrecer productos atractivos para un público
amplio). Se corre el riesgo de que, en vez de crear y producir expresiones
genuinas y de calidad, se caiga en la lógica de la venta, en la
comercialización lucrativa, y se abandone la lógica cultural a favor de la
mercantil.
El tema es complejo;
por un lado, hay apertura y posibilidades de capacitación y de financiamiento
(aunque reducido), los jóvenes que antes no podían haber imaginado convertirse
en artistas lo pueden hacer; pero, por otro lado, el Estado resuelve
indirectamente el problema del empleo y de los subsidios culturales, y no todos
pueden acceder al éxito y la difusión de sus expresiones. Con esta política no
se logra abarcar el total de jóvenes artistas y, lo que resulta más grave, deja
al margen a los más necesitados de recursos para desarrollar sus producciones.
Muchos de ellos, además, son estigmatizados e, incluso, criminalizados.
Panorama cultural del Hip Hop
El
origen de la cultura Hip Hop se remonta a finales de los años sesenta del siglo
XX, en medio del contexto de violencia que se vivía en esa época en los guetos
de Nueva York, y de la segregación racial a la que se sometió a los habitantes
de esta región. La cultura Hip Hop nace en un escenario que fue el caldo de
cultivo para la conformación y confrontación de pandillas multiculturales de
jóvenes (Lara, 2018; Reyes, 2007; González, 2018). Este movimiento cultural
generalmente es asociado al rap y al graffiti; sin embargo, no se reduce a
dichas expresiones. Lejos de ser una mera expresión gráfica y musical, se
constituye como una cultura que tiene sólidas y profundas raíces, así como
principios, una cosmovisión y valores que dan lugar a un estilo de vida y a una
manera de estar en el mundo.
Los elementos centrales de la cultura Hip Hop son
cuatro: a) Djing (mixing, cutting, scratching de materiales grabados); b) Mcing
(rap); c) B-boying (break dance), y d) Graffing (graffiti). Sin embargo, en su
desarrollo, estas expresiones han traído consigo otras formas en que se expresa
la pertenencia a esta cultura, como la forma de vestir y el lenguaje. Krs One
(2009) enuncia como elementos de complementación al “Beat box, la moda
callejera, el lenguaje callejero, el conocimiento callejero y el espíritu de
emprendedor a través de las expresiones artísticas de los ciudadanos de esta
cultura” (p. 25). Las dos últimas expresiones son asociadas al conocimiento que
se genera a través del estudio de esta cultura en su contexto real (la calle) y
a la forma en que los artistas encuentran a través de sus expresiones
culturales las técnicas de autogestión que deriven en una forma de sustento
económico.
En la ciudad de México, la aparición del Hip Hop parte
de la hibridación de este movimiento con el contexto nacional, y se da con la
llegada musical de grupos punk como The
Sex Pistols, The Clash y The Ramones.
En este sentido, los jóvenes que comenzaron a realizar graffiti, escribir y
cantar rap, y bailar break dance, traían consigo la influencia del movimiento
cultural de los Sex Panchitos y de las bandas contemporáneas, gestado décadas
atrás. Es por esto que el contexto nacional del Hip Hop no solo emula el
movimiento gestado en Nueva York, sino que se nutre también de movimientos
culturales que se encontraban en el contexto juvenil mexicano.
Hasta ese
momento, la cultura Hip Hop tenía presencia en la escena nacional únicamente
por medio del rap; por lo tanto, no se tenía un pleno conocimiento de lo que
implicaba como movimiento cultural. Las agrupaciones que aparecían en la escena
comercial lo utilizaron como un medio de generar riqueza, de ganar posición en
la radio y no de propagación ideológica del movimiento. Por otro lado, se
fueron formando jóvenes raperos independientes, que han intentado rescatar la
esencia primordial de la cultura alejándose de las tendencias que los productos
culturales distribuidos a través de televisoras, radiodifusoras y canales de
videos musicales. Actualmente, difunden su música de manera diferente, cargan
con conciencia social y crítica política sus líricas, optan por hacer una
crítica al actual sistema capitalista neoliberal, y buscan expresar sus
descontentos sociales, sus demandas sociales, sus exigencias laborales y
escolares, sus repudios políticos y sus anhelos de libertad.
Actualmente, la escena de la cultura Hip Hop en México
presenta distintas vertientes. Algunas de estas son comerciales y carentes de
sentido:
Me gustas, me buscas, me encuentras, me tomas me usas/Me
gustas, me buscas, las cosas se vuelven confusas/ Pero me busca, me gusta, me
hace volar/ Luego me toma, me usa y nada es igual/ Pero me busca, me gusta, me
hace volar/ Luego me toma, me usa y nada es igual/ Porque me buscas solo voy
hacía ti/ Tú me gustas mucho, me entristezco si no te tengo aquí/ Soy tu
maniquí, eres mala pero me haces muy feliz/ Contenerte un rato en mis sueños
rotos, yo tras de ti tu detrás de otros/ Has vuelto locos a todos pronto, te
asomas por el brillo de sus ojos/ Me usas y después te vas hasta que te
necesite un poco más/ Pronto volverás y te comerás estas dudas y las horas de
paz/ Baby soy tu yonki, tú eres mi respuesta, respira el funky con olor de
fiesta/ Voy a quemarte de pies a cabeza, con esta muestra de música fresca (“Me
gustas”, 2013, La Banda Bastón).
Otras vertientes son profundas y críticas:
Bestia mira todo lo que tú arrastras/ El paso de
tu maquina cuántas vidas devasta/ Esto apesta y gira todo lo que resalta/
Comienza a correr porque la tensión es muy alta/ Porque tengo aquí a la prosa
oscura como una turbina/ No sabes de la potencia y tan solo la imaginas/ Ahora
para Al Intifada vaticina que va
quitarte el oro, autos y hasta tu piscina/Para ti te tengo una pregunta que aún
vive/ ¿Si el Hip Hop no es revolución entonces pa’ que sirve?/ Y si no sirve a
usted para pensar en los demás, no sirves para nada/ Y solo nada lograrás, es
colectividad mi cualidad de supervivencia/ El verme en lo demás no me
representa gran ciencia/ Que siempre me trasciendo a través de la apariencia/
De la generalidad he sacado yo mi esencia/ Poesía que no escribió ningún poeta/
Tan solo alguien diseñado para alcanzar su meta/ Y lo decía porque yo ya caí en
tu treta/ Y ya mi movimiento no te sigue ahora te reta/ Este frente combativo
ataca con su texto/ Busca revolución con el Hip Hop como pretexto/ De ti
detesto la posición de auto-desprecio/ De vender mi ideal y a mi vida ponerle
precio (“Internacionales tropas” 2005,
La prosa Oscura-Al Intifada).
De este modo, se ha consolidado en las últimas décadas
como un movimiento cultural con importantes figuras que atraen a los jóvenes a
una manera de pensar y de vivir, y también como una industria altamente
redituable. Muchos hiphoperos se han instalado, casi desde el principio, en las
industrias culturales (más o menos comerciales y mediatizadas), y han tenido
éxito. Otros han optado por el camino crítico y alternativo, pero siempre con
el deseo y el afán de hacerse escuchar, de ser tomados en cuenta en el
escenario cultural, de vincularse con otros jóvenes que piensan igual, en fin,
con el deseo de ser mensajeros.
El Hip Hop
y la industria cultural
La industria cultural aparece, de acuerdo con la UNESCO, “cuando los
bienes y servicios culturales son producidos, reproducidos, almacenados o
distribuidos de acuerdo a patrones industriales y comerciales; es decir, a gran
escala y de acuerdo con una estrategia basada en consideraciones económicas,
más que en una preocupación por el desarrollo cultural” (UNESCO, citado en
Nivón et al, 2012, p. 30).
De acuerdo con Gallino
(2011), la industria cultural está ligada a la cultura de masas, entendida como
el conjunto de producciones culturales (películas, espectáculos, programas de
radio, dibujos animados, música ligera, novelas policiacas, etcétera)
difundidas por los medios de comunicación masiva. Esto es posible por el
desarrollo de la tecnología que permitió reproducir las obras de arte (un
concierto por radio o con discos, la reproducción de una pintura en un tiraje
de libros, por ejemplo). El fenómeno en conjunto que se genera alrededor de
esta reproducibilidad propia del sistema capitalista se llama industria
cultural.
Las
industrias culturales fueron estudiadas por Adorno y Horkheimer en la década de
los cuarenta del siglo XX, como una expresión del capitalismo. El concepto de
industria cultural fue utilizado para describir el sistema de la cultura que
funciona de la misma manera que cualquier empresa capitalista: el cine, la
radio, la TV son un sistema de producción mercantil que lleva al orden y a la
estandarización (Szpillbarg y Saferstein, 2014, p. 63). Los pensadores de la
Escuela de Frankfurt veían como algo muy negativo a las industrias culturales,
como un medio de enajenar al ser humano y hacer que perdiera su capacidad
crítica y su emancipación. Esta idea permeó a los grupos de artistas e
intelectuales de muchos países, que oponían al arte y a la cultura de elite
estas producciones: “en México, durante muchos años, la cultura de
masas fue despreciada por los intelectuales y hubo géneros, como la llamada
“música tropical” o los “cuentos” o cómics, que navegaron a contracorriente
hasta ser reconocidos como expresiones culturales legítimas” (Nivón et al, 2012, pp.302-303).
Este concepto,
originalmente filosófico, se convirtió en un concepto más bien pragmático, cuyo
desarrollo en la realidad se instauró como parte de la cultura moderna global. Cabe destacar que, en cada lugar, los bienes culturales toman
elementos de la cultura local; así, como ya se ha mencionado, las prácticas
culturales del Hip Hop tienen elementos específicos y códigos propios de la
comunidad creadora y receptora de dichos significados, que le dan sentido a la
colectividad. Los autores de El Libro
Verde de la Cultura (Nivón et al,
2012), insisten en que, a nivel mundial, el fortalecimiento y la expansión de
las industrias ahora llamadas culturales o creativas, es fundamental como parte
del desarrollo de las sociedades, ya que generan recursos y permiten la
creación y el disfrute de muchos bienes culturales.
Es muy importante
recordar lo que ya se ha dicho antes: la cultura Hip Hop está completamente
ligada a las industrias culturales. A diferencia de otras expresiones que
nacieron antes que la cultura de masas y la industria cultural, y que son o no
susceptibles de ser reproducidas, el Hip Hop nace en esa realidad: el uso de la
tecnología, la posibilidad de reproducir y de divulgar, el dar a conocer la
propia obra a través de medios de comunicación masivos (a la vez que expandir
las expresiones en un proceso de apropiación del espacio público en el caso del
graffiti). El
Hip Hop no puede ser pensado ni realizado sin las
industrias culturales. Sus expresiones son contenidos culturales que surgen de
las identidades de quienes los producen, resultado de la creatividad de los
jóvenes hiphoperos, expresan el mundo mediatizado, capitalista mercantil.
La recuperación de la resistencia
A partir del hecho de que el Hip Hop nace como
una cultura de resistencia en el contexto de las industrias culturales,
presenta desde sus inicios una tensión que no es fácil de resolver. Por un
lado, requiere de los medios de comunicación y de la tecnología para poderse
desarrollar sus productos y divulgarlos; por otro lado, sus mensajes, en su
mayoría –no en todos los casos–,
son de crítica y resistencia, y de toma de conciencia. Sin embargo, no todos
los jóvenes resuelven de la misma manera dicha tensión.
Observamos, a partir
de entrevistas a profundidad realizadas a cinco hiphoperos, así como a partir
de conversaciones informales con otros jóvenes pertenecientes a esta cultura,
análisis de graffitis, canciones y observación participante, realizadas entre
febrero y octubre de 2018, que los jóvenes hiphoperos toman distintas rutas para
poder expresarse, ya sea más o menos ligados a las instituciones, al status quo, a las modas y a la lógica de
mercado que impera cada vez más en el campo de lo cultural. A continuación,
delineamos cuatro caminos que son alternativas de expresión y también de vida,
y con las cuales se resuelve la tensión entre mercado e industria, por un lado,
y crítica y resistencia, por otro.
El camino “institucionalizado”
Esta vía es tomada por los jóvenes hiphoperos
que no tienen problema alguno en participar en los proyectos ofertados por el
estado y algunas asociaciones civiles. Además de generar un capital cultural,
ya que aprendieron nuevas técnicas que benefician su práctica cultural y un
leve capital económico, también generan una red en conjunto con los demás
raperos o graffiteros, instituciones y colectivos que les permiten seguir en el
medio, es decir que se genera un capital social, que en algunos casos es el de
mayor importancia para el alcance de sus metas personales como artistas.
He dado muchos talleres para jóvenes y niños en las
periferias del Distrito Federal, en Iztapalapa en proyectos culturales en donde
el objetivo era hacer llegar el arte a los barrios y en proyectos de
autogestión comunales. El último fue en Cuautepec, que se llama “Jóvenes
Orquesta”, pero también institucionales como la asociación Diego Rivera y la
SEP, y neta me ha sorprendido esa colectividad comunal que presentan. […]el
camino del trabajo artístico me ha llevado a conocer mejor las políticas
culturales, como la del emprendimiento cultural, ya que he trabajado en
proyectos así, es una vía que igual también me gustaría tomar para poder
desarrollarme como artista, ese es uno de mis proyectos a futuro (Abret,
comunicación personal, 13 de febrero de 2018).
De esta forma tenemos
ejemplos de jóvenes hiphoperos que, gracias al establecimiento de estas redes,
ahora pueden gozar de un capital simbólico que les permite posicionarse dentro
del campo del Hip Hop de manera importante.
Sin embargo, no todos tienen éxito
en este camino. Como ya se mencionó, la política cultural en la actualidad está
dirigida a la capacitación de los jóvenes para que estos puedan generar su
propia empresa o negocio, así como también a conciertos, concursos y
financiamiento artístico. En el campo de estos programas focalizados, en el
caso de la cultura del Hip Hop, se capacita a los jóvenes graffiteros y raperos
sobre técnicas de pintura, uso de materiales y sobre la legalidad del graffiti;
a los raperos se les capacita sobre técnicas de composición y canto, también se
les instruye sobre el manejo de aparatos de grabación, filmación y producción
musical. En el caso de los graffiteros, al finalizar el curso se exponen sus
obras en alguna galería de arte, en donde algunos con suerte logran vender
alguna obra al estilo de Mr. Brainwash,
y se les otorga un incentivo económico para la generación de su propio taller.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, el apoyo no es suficiente y debido a
que estos jóvenes no trabajan, les es muy difícil utilizar los recursos
obtenidos en su proyecto. En el caso de los raperos, esto se torna mucho más
complejo, ya que este incentivo económico no alcanza para cubrir el costo en la
adquisición de los aparatos electrónicos necesarios para producir una canción y
mucho menos un disco, y las horas de grabación en un estudio de renta resultan
muy costosas.
El camino comercial
Existen jóvenes que se dedican a la producción
y venta de alguna expresión cultural propia del hip-hop (escrito en minúsculas
para referirnos a las expresiones externas y no a los preceptos de la cultura).
Tal es el caso del graffiti y el rap, realizado por jóvenes que no necesitan
insertarse en los programas antes mencionados, pues son producidos como
artistas de pop, es decir que tienen los recursos para estudiar artes, música,
pintura, etcétera, así como también para materializar sus obras y financiar las
estrategias que el mercado requiere para tener éxito, como por ejemplo sonar en
estaciones de radio populares aunque el contenido de sus líricas no sea del
todo bueno, o exponer obras de Street Art
aunque no sean pintadas en la calle[2].
Son estos exponentes
del hip hop los que obtienen un mayor reconocimiento social, los que ofrecen
grandes conciertos y exposiciones y, por ende, su obra llega a un mayor
público, los que ganan seguidores que más adelante reproducirán esta manera de
concebir la cultura. Sus producciones suelen ser planas y sin mensaje, vacías
de contenido, fáciles y alejadas del verdadero Hip Hop. Al respecto, Rojo
comenta:
Hay dos formas de venderse, una porque tu música
se escucha en muchos lados porque se lo ha ganado tu trabajo y otra es
venderse, no sé, cómo salir en comerciales de televisión haciendo cosas que tú
no quieras o cantando cosas que tú no quieras; sí hay mucha gente que vive del
rap y está muy chido, yo pienso que lograrlo es algo muy chingón (Rojo, comunicación personal, 11 de
marzo de 2018).
El camino independiente de las instituciones
En el caso de algunos jóvenes hiphoperos
radicales, existe un desencanto frente a las instituciones gubernamentales y
sus programas, así como también a cualquier tipo de iniciativa que intente
escolarizar y mercantilizar en términos neoliberales la cultura Hip Hop, pues
esta nace en las calles. Esto sucede con aquellos jóvenes que han logrado
desarrollar una visión crítica y que han hecho del Hip Hop una forma de vida,
siguiendo sus preceptos e ideología y aplicándola a los actos en su vida
cotidiana, lo que KRS One (2009) llamaría
los “verdaderos militantes del Hiphop”.[3]
Son estos jóvenes los
que graban sus discos y pintan murales con recursos propios, generados en
empleos alternos al trabajo que implica el perfeccionar una expresión cultural
de la índole del graffiti o del rap. Son ellos los que rechazan de manera,
consciente o no, los estímulos económicos y los cursos y talleres de
emprendimiento cultural y prefieren no prostituir
su arte. “No me enoja que el arte se convierta en una mercancía, pero lo que sí me
enojaría, es que tú estés vendiendo algo que no sea cierto algo que sea falso” (Mc Chente, comunicación personal, 3 de
marzo de 2018).
Acaban por tener un
trabajo más o menos absorbente y, por ello, corren el riesgo de tener que
abandonar o espaciar sus prácticas culturales.
El trabajo es algo importante, porque si no cómo
te solventas de alguna buena manera, cómo solventas tus gastos, y en este caso
ya teniendo una familia, cómo solvento los gastos de mi familia […] Mi trabajo
actual, económicamente, me ha ayudado bastante porque así he podido pagarme
bastantes talleres para hacer obra, actualmente puedo pagar cursos que me
pueden ayudar a que mi arte sea más elaborado, la calidad, los diseños (Scrop,
comunicación personal, 25 de enero de 2018).
Los ejemplos
enunciados en los párrafos anteriores nos dan pista de las diversas formas de
vivir la condición juvenil desde la cultura Hip Hop. Existen jóvenes que ni
siquiera necesitan de los programas gubernamentales para llevar a cabo estas
expresiones culturales, tienen el poder adquisitivo no solo para producir sus
obras, sino que incluso pueden pagar porque su música suene en las estaciones
de radio, a pesar de que estas expresiones anteriormente se catalogaban como de
“clase baja”; en medio de los dos extremos, se encuentran los jóvenes que
tienen acceso a estas políticas y que se convierten en los principales
benefactores de los programas y proyectos que de estas emanan; son jóvenes que,
si bien no pueden acceder a una producción y mercantilización de sus obras,
como en el caso de los primeros, están fuera de una condición de pobreza,
tienen sustento económico de sus padres para la compra de materiales y para el
goce de su tiempo libre, que resulta en un apoyo suficiente para lograr un
desarrollo significativo de las técnicas propias de su expresión además de un
mejor posicionamiento dentro del mundo del Hip Hop.
El camino precario y purista
En el extremo menos favorecido de la condición
juvenil, y muy cerca de los que han optado por el camino independiente, se
encuentran aquellos jóvenes que, por su propia situación, se ven
imposibilitados a acceder a estos programas, jóvenes que tienen que laborar,
incluso en dos empleos, para poder cubrir sus gastos personales y familiares.
Estos jóvenes toleran las condiciones precarias de trabajo para poder comprar
sus materiales o comprar horas en estudios de grabación y así poder llevar a
cabo su expresión cultural. En esta categorización se adscriben los militantes
de la cultura Hip Hop más puristas, los que llevan a cabo pioneras formas de
realizar sus producciones culturales, que no aceptan el financiamiento
empresarial ni estatal para producir, y que ven en estos programas una manera
contraria de ver el movimiento.
En muchos casos, los
jóvenes hiphoperos nacen y crecen en contextos que les ofrecen pocos recursos;
muchos de ellos no logran permanecer en la escuela, o no logran ingresar a la
universidad. Eso hace que los trabajos a los que pueden aspirar suelan ser
flexibles, temporales, mal pagados, o que les obligue a pasar muchas horas
haciendo tareas sin sentido. Esta situación agudiza la vivencia de los jóvenes,
que se ven presionados y en tensión. Muchos luchan, otros se dan por vencidos y
abandonan su práctica creativa.
En este sentido, y
como pasa en muchas otras expresiones culturales, no resulta descabellado
pensar que el hip hop que circula por la ciudad de México es diseñado y
mercantilizado no solo por las empresas culturales con fines lucrativos, sino
que también por el mismo Estado, pues a través de sus programas logra coptar a
los jóvenes y después les establece la forma en que producirán sus expresiones,
lo que pone en riesgo la prevalencia del movimiento Hip Hop puro y real.
Debido a que el Hip Hop, como cultura, nace en una
etapa en que la industria cultural está en pleno auge, tiene una relación
lícita con esta forma de mercantilización, de tal manera que algo
característico en esta cultura es que sus producciones culturales se crean con
la intención de ser vistas o escuchadas por los demás exponentes, por la clase
políticas, por las clases acomodadas, y basan la posibilidad de divulgar sus
mensajes en los medios de comunicación masificados e industrializados. Por
ello, el tema de la comercialización del Hip Hop se vuelve tan complejo, porque
puede tratarse de una meta genuina, auténtica y válida, o bien en la
apropiación de parte de actores ajenos al movimiento para fines no sólo lucrativos
sino de monopolio y hegemonía en el mercado. Y, por otro lado, esos canales
propios de las industrias culturales son la manera en que expresan sus
posiciones, luchas y resistencias; la crítica al sistema se hace a través de
los medios que el mismo produce. El uso y el sentido es lo que hace la
diferencia.
Ahora bien, ¿cómo se posicionan los jóvenes hiphoperos
que formaron parte de este estudio frente a las industrias culturales? Algunos
se insertan en alguno de los “caminos” mencionados; otros critican algunas vías
tomadas por jóvenes que asumen valores distintos a los suyos, o que tienen más
recursos para labrarse un sendero dentro de la práctica cultural que han
elegido dentro del Hip Hop.
En la época actual en donde el neoliberalismo hace que
el mercado genere estrategias de mercantilización de las culturas juveniles, el
Hip Hop tiene una expansión a nivel global, y ese mismo crecimiento marca una
clara relación con la mercantilización de sus expresiones; eso está implícito
en los jóvenes al producirlas:
Todo
se vende, eso es parte del capitalismo, absorbe la contracultura y te la
devuelve en un producto, eso les ha pasado a todas las contraculturas como el
rock y el punk, realmente todo se prostituye y el graffiti no podía escaparse
de eso (Pazion, comunicación
personal, 15 de febrero de 2018).
Sin embargo, la forma en que se lleva a cabo esta
mercantilización no se da de la misma manera entre los jóvenes que se adscriben
como militantes y que practican una de sus expresiones culturales. En este
sentido, existe un conflicto en el interior de este campo que gira en torno a
la forma en que esta mercantilización se suscita en el plano de la realidad o
incluso de la ficción.
No veo mal la idea de vivir del rap, lo que me disgusta es
vender algo que yo no siento, yo puedo venderte un estilo de vida, decir que
soy millonario, que tengo muchas mujeres y no es verdad, eso es en lo que yo
estoy en contra y eso veo que hay muchos personajes que nos venden en los
medios que son de esa manera, nos venden cierto estilo de vida y la gente, al
ver eso en los medios, piensas que quisiera ser así, pero en realidad es como
una fantasía. (Mc Chente,
comunicación personal, 3 de marzo de 2018).
La industria cultural es una realidad inevitable y de
la que no es fácil escapar. Sin embargo, los exponentes deberán poseer una
trayectoria que avale sus producciones, es decir que no solo se debe tener un
interés económico, sino que estas producciones deben brindar un aporte social
que surja desde el conocimiento obtenido dentro de este campo, no es aceptado
que solo se produzcan por interés económico.
El capitalismo tiene la función de masificar esta
parte productiva, el graffiti se masificó en cierto modo porque el capitalismo
lo sacó de su estado ritual para hacerlo una mercancía, y obviamente tú ves un
chingo de graffiteros que andan ganando mucho varo, pero ojo, también hay banda
que se hizo de la noche a la mañana, ahí está también esta crítica de decir qué
pedo con los pinches diseñadores actuales que están en los estudios de
tatuajes, o los nuevos graffiteros que hacen ilustraciones grandotas, neta esos
güeyes nacieron de la noche a la mañana porque descubrieron una fórmula,
nosotros no teníamos fórmulas para hacer esto. (Abret, comunicación personal, 13 de febrero de 2018).
De este modo, para los jóvenes hiphoperos, el entrar a
la industria cultural es algo poco extraño y que les resulta positivo, es algo
para lo cual se han estado preparando durante mucho tiempo y que, sin embargo,
se les presenta como poco viable. Aquí se refleja la ideología capitalista, en
donde los trabajos deben ser aquellos en donde se sufre y se desgasta el cuerpo,
donde lo sueños no tienen cabida.
De lo que yo tengo entendido solamente hay como tres MC´s que
viven totalmente del rap, o sea que no hacen otro tipo de actividades no
relacionadas al mundo del Hip Hop, […], son los que no tienen ninguna otra
actividad que les dé dinero, puro Hip Hop, de ahí en fuera hay gente que sí
recibe paga por los eventos, pero nada más, y como los percibo como un ejemplo
a seguir, si me gustaría vivir así, pero no espero tanto de eso ¿me entiendes? (Mc Chente,
comunicación personal, 3 de marzo de 2018).
El ingreso a la industria cultural deberá tener la
característica de ser real, es decir que las producciones de graffiti y rap
deberán contener un mensaje de las vivencias, sentimientos, deseos y lucha
social de quienes las crean, pero con apego a la realidad, siendo fieles a sus
ideales, para
aportar este conocimiento al desarrollo de la vida de las personas que escuchen
o vean sus producciones, por lo cual los jóvenes hiphoperos no están dispuestos
a adecuar su manera de pintar o escribir rap a cambio de una remuneración
económica, eso significaría para ellos “prostituir su arte”. Por lo tanto, el
dilema para ellos no está en entrarle o no al mercado de la industria cultural,
sino en la manera de hacerlo. Y ahí radica la posibilidad de la resistencia, y
de utilizar los mecanismos del sistema, materializados en las industrias
culturales, para reparar sobre ellas.
[…] una remuneración económica que me genera capital no me
enojaría, lo que me enojaría es que una empresa llegará y me dijera “tienes que
cantar esto, esto y esto, vístete así porque así vas a vender”, y tú ser como
un maniquí, eso es lo que a mí realmente no me latiría, pero si a mí llegan y
me dicen: “te vamos a producir, canta lo que quieras, te ponemos un estudio”,
adelante, pero no creo que eso pase. (Mc Chente, comunicación personal, 3 de
marzo de 2018).
En este sentido, la propagación de estas expresiones
es clave para el artista que las produce, pues en ella está implícito su
origen, sus demandas y su lucha social, por lo tanto, estas producciones son
intencionadas desde su génesis.
Si nos remontamos a los inicios o al punk, una
canción o un disco o una obra de arte no va causar revoluciones, no va hacer
que la economía mejore, que la gente tenga más ingresos, o que acabe con la
pobreza, ni ese tipo de cosas, pero sí puede ayudar a que se cuestionen un poco
su situación o que se identifiquen y aprendan un poquito de la experiencia que
uno les está transmitiendo (Mc
Chente, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).
El mensaje que se intenta transferir encuentra su
canal de trasmisión en la distribución del material auditivo y gráfico de estas
producciones; por consiguiente, es clave para el artista encontrar los medios
necesarios para que esta propagación se lleve a cabo de manera efectiva; de lo
contrario, para cualquier hiphopero que practique cualquiera de las expresiones
propias de la cultura Hip Hop (MC, B-Boy, DJ, Graffiti) será infecunda su
militancia.
El rap es el medio donde yo me siento más cómodo
para expresar lo que yo vivo, lo que yo pienso y lo que yo siento, es una
plataforma para que mucha gente me pueda escuchar dentro de un formato de una
canción (Mc Chente, comunicación
personal, 3 de marzo de 2018).
Conclusiones
Este
artículo ha tenido como propósito exponer la tensión entre la lógica del
mercado que impera en el ámbito cultural actual y que se expresa de una manera
muy evidente en las industrias culturales, con cada vez mayor fuerza, y la
necesidad de autonomía, crítica y resistencia de hiphoperos pertenecientes a
dicha cultura.
En la actualidad, parece que la
lógica del mercado ha cubierto todos los espacios posibles de producción
artística y cultural, y que las zonas de resistencia son cada vez más reducidas
y vulnerables ante la falta de medios para subsistir. En la medida en que el
Hip Hop nace como una cultura contestataria, de minorías sensibles al
surgimiento de movimientos sociales que luchan por los derechos de distintos
sectores, y a la vez se configura de la mano con la industria cultural, se
enfrenta a una tensión que cada uno resuelve de distinto modo; unos más
conscientes de dicha tensión, encuentran (o sueñan) la manera de hacerse
conocer, de difundir su obra, sin cambiar o diluir sus mensajes.
Más allá de la situación juvenil de la que cada joven
parte hacia la construcción de sus biografías, esta tensión vivida apunta a una
problemática de mayor dimensión. Si actualmente, la política cultural engloba
las distintas tendencias históricas que coexisten, aunque se centre en el
último giro mercantilizador, así como se vincula cada vez más con producciones
que dependen de las nuevas tecnologías, los jóvenes se enfrentan con un
panorama por un lado alentador y con posibilidades, pero a la vez restringidos
porque, sin la plataforma que otorga la industria cultural, sin recursos
económicos, sin “jugar al emprendedor”, resulta prácticamente imposible
sostenerse en el campo cultural, a menos que el sujeto joven desee seguir
practicando el graffiti “ilegal” o componiendo canciones para sí mismo. Algunos
jóvenes logran un equilibrio; generan sus propios recursos, ahorran, se vuelven
independientes, y son capaces de entrar y salir a su conveniencia del campo del
mercado cultural; pueden competir por espacios y se enfrentan al hecho de
pueden tener o no tener éxito.
Por otro lado, están aquellos que, sin recursos, y sin
la posibilidad, dada las condiciones del país, de acceder a educación media
superior o superior, o a un trabajo digno con seguridad social y con un salario
justo, se enfrentan no solo a espacios laborales precarios, sino a tener que
abandonar sus prácticas culturales. En esos casos, el apoyo del gobierno para
que emprendan un proyecto se vuelve un camino posible, pero siempre con el
riesgo de que sea únicamente un paliativo ante las contradicciones que el
neoliberalismo ha traído consigo.
Referencias
bibliográficas
Bajoit, G.
(2009). La tiranía del “Gran ISA”. Cultura
y Representaciones Sociales, 3(6), 9-24.
Bourdieu,
P. (2002). La juventud no es más que una palabra. Ciudad de México,
México: Grijalbo/CONACULTA.
Calazans, G. (2005). Cultura adolescente e saúde:
perspectivas para investigaçao. En M. C. Oliveira. (Ed.), Cultura,
Adolescencia, Saúde. Campinas, Brasil: Consorcio de Programas em Saúde
reproductiva e sexualidade.
Cavarozzi,
M. (1999). Modelos de Desarrollo y Participación Política en América Latina:
Legados y Paradojas. ESTUDIOS SOCIALES, Revista
Universitaria Semestral, IX(16), 131-148.
Clarke, J., Hall, S., Jefferson T. y Roberts, S.
(1975) Subcultures, cultures and class. Working Papers in Cultural
Studies, 7/8, Birmingham: Harper Collins Academic.
Gallino,
L. (2011). Diccionario de Sociología.
Ciudad de México, México: Siglo XXI Editores.
Giménez, G. (2005). Teoría y análisis de la cultura. Vol. 1. Saltillo, Coahuila:
CONACULTA/ICOCULT.
González, A. (9 de
Febrero de 2018). Así inició el rap en México (de ‘MC Aplausos’ a Caló). Local. Recuperado de:
https://local.mx/musica/inicios-rap-mexico/.
Instituto Nacional
de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). (2015). Estadísticas a
propósito del Día Internacional de la Juventud (12 de agosto). Aguascalientes, Aguascalientes: INEGI.
Krs One. (2009). The Gospel of Hip Hop. Brooklyn,
Nueva York: Power House Books.
Miranda,
A. y Otero, A. (2008). La Posibilidad de un Plan. En Tiramonti, G. (Coord.) La
escuela media en debate. Problemas actuales y perspectivas desde la
investigación (pp. 95-112). Buenos Aires: Manantial-FLACSO.
Nateras,
A. (2009). De Culturas e Identidades Juveniles Transnacionales. Bitácora 9,
42-45.
Navarrete,
E. L. (2011). Entre la inclusión y la exclusión: Los jóvenes ante el mundo
laboral y el educativo. En S. González Vázquez, y Garay Villegas, S. (Coords.),
Jóvenes. Inserciones y exclusiones a la escolarización y al trabajo
remunerado (pp. 79-112). Ciudad de México, México: Porrúa.
Nivón, E., Mesa, R., Pérez, C. y
López, A. (2012). Libro verde para la
institucionalización del sistema de fomento y desarrollo cultural de la Ciudad
de México. Ciudad de México, México: Secretaría de Cultura.
Reguillo,
R. (2010). La Condición Juvenil en el México contemporáneo. Biografías,
incertidumbres y lugares. En Reguillo, R. (Coord.), Los Jóvenes en México
(pp. 395-429). México: Fondo de Cultura Económica/ CONACULTA.
Reyes,
F. (2007). Hip hop, grafiti, break, rap, jóvenes y cultura urbana. Estudios
de Juventud 78, 125-140.
Roberti E. (2012). En el umbral del
trabajo y la educación: trayectorias juveniles des-institucionalizadas. VII Jornadas de Sociología de la UNLP.
Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación, La Plata.
Rubio,
M. A. (2013). La fragmentación social simbólica en las identidades
juveniles. Aproximación al diseño de la producción simbólica juvenil.
Alemania: Publicia.
Saraví, G.
(2018) Juventudes fragmentadas. Socialización, clase y cultura en la
construcción de la desigualdad. México: FLACSO/CIESAS.
Secretaría
de Desarrollo Social (SEDESOL). (2017). La juventud mexicana en cifras.
Recuperado de:
https://www.gob.mx/sedesol/articulos/la-juventud-mexicana-en-cifras
Szpilbarg,
D. y Saferstein, E. (2014). El concepto de industria cultural como problema:
una mirada desde Adorno, Horkheimer y Benjamin. Calle14: Revista de Investigación en el Campo del Arte, 9(14),
56-66.
Vázquez, S. (2011). El Empleo. Retos y Problemas de los Jóvenes en
Condiciones de Vulnerabilidad o Exclusión. En S. Vázquez González y S. Garay
Villegas (coords.), Jóvenes. Inserciones y exclusiones a la escolarización y
al trabajo remunerado. (págs. 11-42). Ciudad de México, México: Porrúa.
Vegas, G. (Productor) (16 de Agosto de 2015). 40 years of Hip Hop by KRS [Archivo de video]. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=qQ9mSjBb8sA
Villa, J. y Castro, G. (2012). Culturas juveniles. Disputas entre
representaciones hegemónicas y prácticas. Buenos Aires, Argentina: Noveduc.
Autores
Aczel Fernando Cornejo
Pérez
Mexicano. Licenciado y Maestro en Trabajo Social por la Universidad
Nacional Autónoma de México. Cuenta con una especialidad en Trabajo Social con
Jóvenes por la Escuela Nacional de Trabajo Social. Actualmente es profesor de asignatura de la Escuela Nacional
de Trabajo Social. Sus líneas de investigación abordan la inserción de la
postura crítica en el Trabajo Social mexicano; las problemáticas laborales de
los jóvenes en el sistema neoliberal, y la cultura Hip Hop como herramienta de
resistencia y cambio sociocultural.
María Elena Figueroa Díaz
Mexicana.
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma
de México. Maestra en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana.
Maestra y Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de
México. Actualmente se desempeña como profesora del Colegio de Geografía, del
Posgrado en Geografía y del Posgrado en Trabajo Social, en la UNAM. Asimismo,
es profesora en el departamento de Política y Cultura de la Universidad
Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. Sus áreas de interés e investigación
son: políticas culturales; visiones de futuro; género; desigualdad social;
cultura y territorio, imaginarios y representaciones sociales. Sus
publicaciones recientes son: Figueroa,
M. (2018) El futuro como dispositivo: la mirada de algunos estudiantes
universitarios. Política y Cultura 50,
179-203; Figueroa, M. y L. López (2017) Desarrollo, turismo y marketing
territorial: el caso de Zacatlán, Puebla. Espacialidades.
Revista de temas contemporáneos sobre lugares, política y cultura, 17(1),
ene-jun 2017, 36-64.
[1] Con
base en la conceptualización de la cultura Hip Hop propuesta por Krs One (2009),
asumimos que la connotación Hip Hop implicará no solo gusto por esta cultura o
la “praxis” de alguno de los cuatro elementos propios de su génesis, sino que
implica una inmersión a un nivel más profundo: es convertirse en activista y
promotor de sus valores en la vida cotidiana, académica y cultural, a través de
un quinto elemento, “el conocimiento”. La denominación “hiphopero” implica no
solo una asunción de pertenencia a una cultura, sino la apropiación de una
ideología y un estilo de vida basados en arte, libertad, hermandad, comunidad,
antinacionalismo, integracionismo, inclusión, respeto, tolerancia, crecimiento,
resistencia y revolución.
[2] Al
respecto puede verse el video: Te capital (19 de junio de 2018). #HelloMyNameisHipHop “Documental de Hip Hop
mexicano. https://www.youtube.com/watch?v=IIDlXcqlOis
[3] “Verdaderos militantes del Hiphop”
es una categoría propuesta por Krs One en su texto “The Gospel of Hip Hop”, la
cual es utilizada para diferenciar el sentido comercial del sentido cultural
por parte de un militante al elaborar producciones culturales propias de este
movimiento. Este concepto es utilizado también en diversas conferencias
impartidas por él en universidades de Estados Unidos, como “40 years of Hip Hop
by KRS”, que se encuentra en el sitio de YouTube https://www.youtube.com/watch?v=qQ9mSjBb8sA (Vegas, 2015).