Cultura
política y prácticas étnicas de
negociación en Sonora.
Dos ejemplos de
la primera mitad del siglo XIX
Political
culture and ethnics practices of negotiation
in Sonora.
Two examples of the first half of the nineteenth
century
Edna
Lucía García Rivera |
Aarón
Aurelio Grageda Bustamante |
Resumen: Esta
investigación explica la cultura política y las
prácticas de negociación de
yaquis y ópatas en Sonora, México; para ello se
busca revelar sus
características a través de los discursos y
mostrar cómo sus contenidos remiten
a un republicanismo de Antiguo Régimen. Se analiza la
correspondencia enviada
por el gobernador de Sonora, José Urrea, al Ministerio de
Relaciones
Exteriores, así como de jefes y capitanes generales
indígenas. Los resultados
muestran que los rasgos de la cultura política de los
indígenas remitían según
sus contenidos a un republicanismo clásico. Como parte de la
semántica empleada
predomina la exigencia de indultos, la declaración de
fidelidad al Estado y a
las leyes de la República. En este sentido se
negoció la paz con autoridades
estatales, lo que permitió que su existencia como grupo
diferenciado de la
sociedad mestiza perviviera, misma que implícitamente los
reconocía como grupos
con identidad e intereses particulares.
Palabras
clave:
Cultura política, prácticas de
negociación, discursos, republicanismo.
Abstract: This research explains the
political culture and
negotiation practices of Yaquis and Opatas in Sonora, Mexico; for this,
it
seeks to reveal the characteristics through discourses and show how
their
contents refer to a republicanism of Ancien Régime.
The correspondence
sent by the governor of Sonora José Urrea, to the Ministry
of Foreign Affairs
as well as from indigenous chiefs and Captain General is analyzed. The
results
show that the traits of the political culture of the indigenous people,
referred according to their contents to a classical republicanism. As a
part of
the semantics used the demand of pardons, the declaration of fidelity
to the
State and the laws of the Republic predominate. In this sense, peace
was
negotiated with state authorities, which allowed their existence as a
differentiated group of mestizo society to survive, which implicitly
recognized
them as groups with particular identity and interests.
Keywords: Political
culture, negotiation
practices, discourses, republicanism.
Traducción:
Edna Lucía García
Rivera, Universidad de Sonora
Cómo
citar:
García,
E. y Grageda, A. (2020) Cultura política y
prácticas étnicas de negociación en
Sonora. Dos ejemplos de la primera mitad del siglo XIX. Culturales,
8, e500. https://doi.org/10.22234/recu.20200801.e500
Recibido: 20
de noviembre de 2019
Aprobado: 24 de
septiembre de 2020
Publicado: 30 de
diciembre de 2020 |
Introducción
Un
tópico y problemática
común para los investigadores del
siglo XIX es dar con el hallazgo de relaciones documentales, informes o
fuentes
que permitan interpretar las acciones de individuos o grupos, en lo
particular
a lo que refieren sus ideas y prácticas
políticas. Para lo anterior, se han
establecido, por ejemplo, criterios historiográficos para
interpretar la
información existente en archivos, empleando para ello
categorías dicotómicas
como las de liberal-conservador, centralismo-federalismo, a lo que se
suma una
vasta historiografía sobre el liberalismo en diversas
vertientes. Muchos de
estos enfoques perciben las formas en que los grupos étnicos
participaban o
practicaban la política, entendiéndola como
acto-reflejo; es decir, cómo se
unían a determinado miembro de élite (caudillos)
para poder participar
políticamente o se oponían por el contrario
fervientemente a ideales liberales
que contrariaban sus intereses como comunidad, buscando que de esa
forma no se
afectaran sus formas de vida.
Para el
caso de Sonora, lo anterior quedó reflejado y estudiado
desde enfoques
antropológicos y sociológicos que, desde temprana
época, apuntaron a la
necesidad de realizar análisis más integrales de
la actuación política de los
grupos étnicos. En
las décadas de los ochenta y
noventa comenzaron a realizarse aproximaciones por parte de
antropólogos
norteamericanos como en el caso Los
Yaquis: historia de una cultura de Edward H. Spicer (1994),
donde el autor
explicó las transformaciones, tradiciones y valores que
impulsaron a los yoeme en su actuar
y resistir. Dicho
estudio se convirtió en un referente como
contribución etnohistórica,
describiendo las alianzas políticas que se dieron entre
éstos y los notables.[1]
De la misma manera, Spicer (1994)
adopta una concepción del liberalismo
que será transmitida a sus predecesores en el estudio de
dicho grupo indígena a
nivel regional: concibe el siglo XIX como aquel que trajo consigo un
nuevo
orden socio-económico, ocasionando el choque entre dos
sociedades incompatibles
en proyectos; por un lado, una sociedad que concebía al
hombre como un
individuo con derechos y propiedades, y por el otro una que se
concebía como
comunidad histórica y tradicional.
Por
otra parte, Hu-DeHart (1984) en Yaqui. Resistance and
Survival ofrece al
igual que Spicer, un análisis de las tradiciones, valores e
historia de los
yaquis; asimismo, su centro de interés radica en las
alianzas que se fraguaron
entre yaquis y la "gente de bien"[2] durante en el
período posterior
a la Independencia. Lo anterior lo concibe Hu-DeHart (1984) como
estrategia de
combate contra elementos del liberalismo que amenazaban las formas
tradicionales de vida que los yaquis mantuvieron desde la
época colonial, entre
otras: la propiedad colectiva y la obediencia superior a la ley interna
de la
tribu.
En
esta misma tónica se encuentran los estudios de
Cuauhtémoc Hernández,
intitulado Insurgencia y autonomía (1996),
y de Radding (1995), que
lleva por título Entre el desierto y la Sierra.
Las naciones O’odham y
Teguima de Sonora. En ellos se analizan los enfrentamientos
políticos que
sostuvieron los yaquis y ópatas durante el siglo XIX, y las
formas de resistir
ante los embates del liberalismo; mismos que desde su punto de vista
amenazaban
sus cosmovisiones y tradiciones económicas,
políticas y religiosas.
Ambas
miradas historiográficas permiten situar a los grupos
indígenas con un poder de
agencia más visible, caracterizado por su resistencia,
liderazgos y
levantamientos; sin embargo, ello no pone de relieve el trasfondo de la
cultura
política de dichos grupos. Asimismo, no permite explicar
qué prácticas de trato
con la élite política de la época
utilizaban al momento de negociar y
sobrevivir en un entorno cada vez más hostil para los grupos
indígenas. En este
sentido, la presente investigación busca rastrear las
huellas de una posible
convivencia cotidiana a través de lo expresado en las
negociaciones;
especialmente en las formas de deslindar su participación en
insurrecciones o
levantamientos, declarando el apego a las leyes de la nación
desde una visión
de cultura política particular.
En
el mismo tenor y con la finalidad de coadyuvar a comprender a los
grupos
indígenas como sujetos activos y analizar su presencia
social, política y
cultural en la historia sonorense durante el XIX, Raquel Padilla Ramos,
Dora
Elvia Enríquez, Zulema Trejo y Esperanza Donjuan Espinoza,
en su trabajo
intitulado Religión,
nación y territorio
en los imaginarios sociales indígenas de Sonora de 1767 a
1940 (2010),
retomaron los postulados de
Cornelius Castoriadis orientándolo principalmente al
ámbito de lo político.
Para lo anterior, acercan su mirada hacia los fundamentos de la cultura
de los
grupos étnicos en Sonora –yaquis, mayos y
ópatas– y la
definición-redefinición
de las relaciones establecidas al interior de su sociedad. A
través de los
postulados de Castoriadis dimensionan el grado de autonomía
individual y
colectiva con respecto a las representaciones sociales; es decir, la
conciencia
y responsabilidad de sus actos en un contexto social y cultural en
constante
transición. Asimismo, comparten el objetivo de rescatar la
participación
política pacífica dentro del imaginario
indígena del periodo de transición
colonial al liberalismo.
Asimismo, hemos analizado las
contribuciones de José Marcos Medina Bustos (2011) cuya obra
más significativa
al respecto se intitula “La representación
política del antiguo régimen y la
transición al liberalismo en una zona de frontera. Sonora
1620-1824”. De ella
pueden desprenderse varios temas, como lo son las legislaciones
liberales y sus
efectos; la privatización de tierras y sus consecuencias;
así como, finalmente,
las resistencias indígenas ante dichos procesos
estructurales al entendimiento
que entonces se tenía del Estado. Desde nuestra perspectiva,
lo destacable de
su propuesta tiene que ver con lo que compete a los “efectos
del liberalismo”
en el ámbito regional. Su visión es compartida
por corrientes de interés
temático nacionales, que prefieren entender el liberalismo
como expresión
política que permitió margen de
participación a los grupos étnicos, ya sea para
pactar o negociar ante las nuevas entidades y sujetos
políticos nacionales que
emergían a la escena pública y amenazaban sus
formas de vida. Asimismo, Medina
(2011) otorga especial cuidado al análisis de la figura de
los cargos militares
indígenas en la transición del Antiguo
Régimen al liberalismo, enfocando el
estudio de la figura del capitán general como el cargo de
mayor importancia dentro
de la estructura militar indígena de la época
(Medina, 2011, p.44).
Por otro lado, en la
historiografía latinoamericana diversos estudios han puesto
énfasis en la
participación del campesino y destacado la
intervención de intelectuales
locales que negociaron en nombre de sus colectividades con los Estados
republicanos. Tal es el caso de Florencia Mallon, en su estudio
comparativo del
campesinado en México y el Perú (2003). Asimismo,
el trabajo de Thurner (2006)
rescata la actuación de campesinos peruanos y una
“activa cultura política
republicana de origen colonial”, en donde éstos
reutilizaron sus derechos
coloniales y buscaron la aceptación de autoridades como los
Cabildos Indígenas
y Alcaldes de Vara (Pereyra, 2010, p.13); una característica
que destaca fue la
manutención de estructuras políticas virreinales
tales como los cargos e
instituciones de Antiguo Régimen que funcionaron como
instancias de poder en un
nuevo contexto político republicano.
En
este sentido, el objetivo de la presente contribución se
aboca en conocer, de
una manera revisionista si se desea, nuevas interpretaciones
historiográficas
que abordan la participación política de los
indígenas en el periodo
decimonónico. De la reflexión sobre la cultura
política de los grupos yaqui y
ópatas, misma que se logrará al analizar sus
discursos y lenguaje político, nos
remitiremos posteriormente a las fuentes del republicanismo
clásico, el cual
asentó sus bases en la estructura del Antiguo
Régimen.[3] Lo anterior se
realiza a través
de los siguientes cuestionamientos: ¿Cuál fue la
cultura política de los grupos
étnicos antes citados durante las primeras
décadas de vida independiente? ¿A
qué constructo político remitía el
lenguaje que utilizaban en sus
pronunciamientos? ¿Qué recursos de
negociación utilizaron y cómo ello les
permitió o no sentar las bases de convivencia con la
sociedad nacional mestiza?
La
negociación: cultura política a través
del discurso
Desde la
perspectiva de Peschard (2016) la cultura política hace
referencia a dos
conceptos sustanciales: la cultura, como el "conjunto de
símbolos, normas,
creencias, ideales, costumbres, mitos y rituales que se transmiten de
generación en generación, otorgando identidad a
los miembros de una comunidad y
que orienta, guía y da significado a sus distintos
quehaceres sociales" y
la política, entendida como "el espacio donde se adoptan las
decisiones
que tienen proyección social, es decir, donde se define
cómo se distribuyen los
bienes de una sociedad, o sea, qué le toca a cada
quién, cómo y cuándo"
(Perschard, 2016, p.11). En este sentido, la cultura
política hace referencia a
"los valores, concepciones y actitudes que se orientan hacia un
ámbito
específicamente político, es decir, el conjunto
de elementos que configuran la
percepción subjetiva que tiene una población
respecto al poder" (Perschard
2016, p.12).
Lo descrito por Peschard
(2016) se fundamenta en un estudio de cultura política
pionero e influyente,
realizado por Almond y Verba (1963) en la obra
The Civic Culture. Dicha aportación, realizada en
la década de los
sesenta, provee una consistente teoría sobre cultura
política, enmarcada en el
contexto de la Guerra Fría (De Diego, 2006, p. 235); lo
anterior se realizó a
través de un análisis comparativo de la cultura
política de cinco países: Gran
Bretaña, Estados Unidos, Italia, Alemania y
México. Sin embargo, la idea de
relacionar cultura y política provenía de
décadas anteriores a través de los
escritos de H. Laswell. Sus estudios analizaban cómo la
relación entre cultura
y política posibilitaba mostrar que los conflictos y
comportamientos políticos
eran ocasionados por una pugna de identidad, tanto individual como
colectiva.
A partir del
aporte de Almond y Verba (1963) sobre
cultura política, Samuel Beer y Adam Ulam argumentaron en su
obra, intitulada Patterns of Governement (1963), que la cultura
política
abordaba aspectos
generales de la cultura de una
sociedad, referidos a la forma cómo un gobierno
tendría que ser conducido y qué
debería intentar hacer para lograrlo. De tal forma, los
componentes principales
de la cultura política eran los valores, creencias y las
actitudes emocionales.
Abonando
a lo
anterior, Pye (1968) definió la cultura política
como los sentimientos
subjetivos, actitudes y consiguientes conductas hacia la forma en la
que están
siendo gobernados, que caracterizan a las orientaciones
políticas tanto
individuales como colectivas (Pye, 1968). De esta manera, se
necesitaban
entender y explicar los comportamientos o las conductas de los
ciudadanos de un
sistema político a través de las orientaciones
cognitivas, afectivas y
evaluativas.
Siguiendo
con la concepción de Almond y Verba (1963) que es la que
toma como base el
presente análisis, la cultura política hace
referencia a las orientaciones y
actitudes hacia el sistema político así como su
funcionamiento y forma de
actuar dentro del mismo sistema[4]
(Almond, 1965, p. 179).
Con base en este estudio clásico, la concepción
de cultura política que
retomamos en este trabajo refiere las orientaciones, valores,
concepciones
relacionadas hacia un ámbito específicamente
político; posturas relativas al
sistema, así como las actitudes sobre el rol que un
individuo ejerce dentro del
mismo. Los conocimientos, sentimientos y valoraciones de su
población en torno
a cómo es y debe ser gobernada.
Para aclarar lo
anterior relativo a los sentimientos y
valoraciones de una población hacia como está
siendo gobernada, Varela (2005)
propone que la cultura política está determinada
por unidades mínimas que
corresponden a signos y símbolos interrelacionados entre
sí (p. 80). Esos
signos y símbolos transmiten conocimientos e
información sobre algo y aportan
valoraciones sobre lo bueno y lo malo, lo debido y lo indebido, lo
correcto y
lo incorrecto (Varela, 2005, p. 81). Asimismo, suscitan sentimientos y
emociones, odios, amores, temores, deseos. Lo anterior, abona a la
cuarta
dimensión de la cultura política que Krotz (1986)
propone, desde la
antropología, para rescatar el valor subjetivo de los
actores sociales como
elemento fundamental de la cultura política.
Tejera (1998)
sugiere por su parte, que la cultura
política puede ser objetivada con el propósito de
legitimar la acción política.
Dicha objetivación se conforma como "el proceso mediante el
cual un grupo
social o individuo construye un discurso que insiste o exagera ciertos
aspectos
de su identidad, vida cotidiana, entorno social, convicciones y
creencias, con
el cual reelabora símbolos, espacios sociales y
autoafirmaciones (Norton en
Tejera, 1998, p. 151). Para lo que compete al estudio, dicha realidad
objetivada sirve de corolario para poner especial atención
en los discursos que
están construidos por los grupos indígenas a
través de sus jefes o capitanes
generales,[5] donde insisten
en aspectos de su identidad, de su vida
cotidiana, de sus creencias y expectativas del Estado y de la
función que ellos
mismos ejercen dentro del gobierno de la nación,
así pues, los discursos
dimensionan su actuar político y permite la
explicación de sus posibles
acciones sociales y políticas.
Cultura
política a
través del discurso
A partir de lo
anterior nos preguntamos ¿cómo podemos rescatar
la cultura
política de los grupos indígenas y hacerlo
precisamente a través de sus
prácticas discursivas? Baker (2006) propuso un enfoque
historiográfico basado en el concepto de cultura
política y su relación con el
discurso, caracterizando éste como “algo que tiene
que ver con la formulación
de demandas, es decir, la actividad a través de la cual los
individuos y los
grupos de cualquier sociedad articulan, negocian, implementan e imponen
demandas” (p. 94). Con base en el conocimiento de las
nociones de lenguaje
político, el autor asienta dicha
conceptualización en el “conjunto de
discursos, o prácticas simbólicas mediante las
cuales se realizan las demandas”
(Baker, 2006, p. 94).
Si bien el que
se deba considerar o no el hecho de que
los intereses reales de la sociedad se materializan siempre en meras
prácticas
discursivas ha sido objeto de debate, Baker (2006) argumenta que, de
primera
mano, el término interés
como
realidad social, también se halla circunscrito en un orden
simbólico y como
parte de una construcción de la sociedad. El autor hace
alusión a Marshall
Sahlins quien se remite al término interés, en
latín, que denota “importa
mucho, preocupa, interesa, es de importancia” (Baker, 2006,
p. 95); de tal
forma, el interés se convierte en un principio de
diferenciación entre la
sociedad. La dualidad entre los intereses de los privilegiados respecto
a los
no privilegiados resulta ser, desde la perspectiva de dicho autor,
“un
constructo simbólico y político, no simplemente
una realidad social
preexistente” (Baker, 2006, p. 95).
Sin
embargo ¿cómo determinar los “intereses
reales” de una sociedad a través de
meras prácticas discursivas? Para ello, el autor
señala que tanto el discurso
como el “interés” son constructos
sociales que circunscriben diferenciaciones
entre la sociedad, como se mencionó anteriormente. El
contenido de las
prácticas discursivas referentes a la identidades y acciones
humanas constituidas
lingüísticamente no niegan las condiciones
“reales” de dicha acción, siendo
estos agentes constituidos por el lenguaje y constreñidos a
él (Baker, 2006, p.
96).
Para comprender la
dimensión práctica de los discursos, es necesario
el análisis de los lenguajes
políticos que representan dicha dimensión y
posibilitan la comprensión de los
textos como acciones simbólicas. Por su parte, Skinner
(2004) sugería que los
discursos contribuyen a dar forma a la acción y a limitar
las acciones
posibles, ya que permiten conocer las circunstancias que estos actos
del habla
presentaron para que fuera posible su locución; desde su
perspectiva, “eso
significa que incluso si los principios manifestados no fuesen el
motivo, sino
una racionalización de la conducta, aún entonces
contribuirían a dar forma a la
acción y a limitar las acciones posibles”
(Skinner, 2004, p. 68).
El
análisis de lo anterior permitiría el
cuestionamiento de acciones que subyacen
a los discursos provenientes de indígenas, tales como la
solicitud de indulto y
cartas para mostrar arrepentimiento, demandar armamento para sus
propias
medidas defensivas, exigencias de respeto a sus cargos o la
búsqueda de una
representación. En correlación con lo anterior,
los discursos históricos son
representaciones primarias de las prácticas
políticas y sociales, y funcionan
como una herramienta que da sentido al accionar de los sujetos (Polo,
2010, p.
128); “refleja y traza las fronteras de lo que se considera
posible en
política” (Pani, 2001, p. 24) siendo el producto y
expresión de las ideas y
creencias de una sociedad.
Prácticas
y discursos en torno al republicanismo clásico
La pregunta que surge de esta manera es la siguiente: ¿Qué tipo de prácticas y discursos realizan los indígenas ante el poder estatal? Guerra (2008) en su texto De la política antigua a la política moderna. La revolución de la soberanía apunta a una hibridación entre un conjunto de ideas, imaginarios y nuevas prácticas políticas en la llamada “Modernidad”[6] del siglo XIX y los elementos heredados de ese otro orden social previo, al que el propio Guerra (2008) llamó Antiguo Régimen, en el cual la política se concebía como “al gobierno de la república, que trata y ordena las cosas que tocan a la policía, conservación y buena conducta de los hombres” (Guerra, 2008, p. 2). En este sentido y siguiendo a dicho autor, se rescatan a continuación algunos de los rasgos de la vida social y política vigentes en el Antiguo Régimen, entre ellos que:
Así entendido el orden de lo
político, la justicia remite entonces a respetar los
derechos de cada uno, de
las personas y los grupos; recompensar los méritos y
sancionar las faltas. De
esto depende la armonía del cuerpo político y el
“buen gobierno” como
administración de la justicia de un orden
político que manda, rige, ordena y
dirige en la consecución de fines. La ausencia de justicia o
“mal gobierno”
pone en peligro el orden social y hace imposible la
consecución del bien común
(Guerra, 2008, p. 10). En este sentido, la propuesta de Guerra refiere
a la
permanencia de una concepción clásica de
comunidad política, de la república
entendida como un mundo que transita a la modernidad, en contraste
evidente
entre actores y prácticas políticas previstas en
constituciones y leyes, y las
que se estaban dando en la realidad de ese momento (Guerra, 2008, p. 2).
La
concepción clásica de la república en
la política
decimonónica
La índole de
los lenguajes políticos expresados a través de
los discursos se relaciona, como
se mencionó anteriormente con el republicanismo
clásico,[7]
identificando el origen y
legitimidad de los intereses y acciones colectivas llevadas a cabo por
los
grupos indígenas. En este sentido, definimos este
republicanismo partiendo de
la concepción de sus orígenes
teóricos, hasta su formalización a
través de la
Escuela de Cambridge, buscando conocer el manejo de los recursos
discursivos
utilizados por los dirigentes indígenas al comunicarse con
las autoridades.
En
correspondencia con lo anterior, estudios revisionistas del tema,
nucleados en
torno al influyente trabajo de Pocock (1987), argumentan la existencia
de una
continuidad ideológica proveniente de las
repúblicas del Renacimiento, visible
en temas de ética, principios y lenguaje, cuyo rastro
conduce hasta la obra de
Maquiavelo (Aguilar, 2002, p. 69). ¿En qué
consistía por entonces la ideología
republicana clásica? Los pensadores del republicanismo
clásico tendieron a
exaltar la igualdad, la simplicidad, la prudencia, honestidad,
benevolencia,
frugalidad, patriotismo, integridad, sobriedad, abnegación,
laboriosidad, amor
a la justicia, generosidad, nobleza, activismo político
entre otros atributos
(Gargarella, 2001, p. 25). Así pues, un objetivo que destaca
dentro del
republicanismo es el compromiso del ciudadano para dar su vida en
nombre del
bien común; en este sentido, se necesitaba de estos
ciudadanos “dispuestos” a
servir su comunidad.
Desde
la perspectiva de Aguilar (2002), la república se sustentaba
en la virtud de
sus ciudadanos, se definía como “la capacidad de
cada ciudadano para poner los
intereses de la comunidad por encima de los suyos” (Aguilar,
2002, p. 69). A lo
anterior, Manin (2002) explica la concepción de la virtud
republicana a partir
del pensamiento de Montesquieu, desarrollado en Del
espíritu de las leyes, [8]
donde cita el pasaje referido a
favorecer siempre el actuar hacia el
bien público más que obrar por el bien propio. De
esta manera: “Se puede
definir esta virtud diciendo que es el amor a la patria y a las leyes.
Este
amor, prefiriendo siempre el bien público al bien propio,
engendra todas las
virtudes particulares que consisten en aquella preferencia”
(Manin, 2002, p.
18).
Para
el caso mexicano, la república se ligaba por su parte al
sistema representativo
de gobierno que limitaba el poder de los soberanos absolutos para
cohesionar a
los estados densamente poblados, mismos que harían prosperar
a las economías.
Sin embargo, desde la perspectiva de Aguilar, “más
allá de la epidermis” (2002,
p. 72) se encontraba una “república
densa”, misma que sugería la existencia de
una ideología republicana clásica y de un estado
libre que perduraría gracias a
la virtud al interior de la comunidad. De tal forma, existía
una hibridación
entre actores y prácticas políticas heredadas de
Antiguo Régimen, como la
concepción de la comunidad política de la
República y nuevas figuras, ideas e
imaginarios de la llamada “modernidad”.
Entre
los actores y prácticas políticas que
concebían “el buen gobierno
republicano”,
entendido como la buena administración de la justicia
conmutativa que regula,
manda, rige y ordena en consecución a un fin de
proporción entre las cosas, se
encontraban las autoridades indígenas como los capitanes
generales y
autoridades estatales que llevaron a cabo sus prácticas
políticas en la primera
mitad del XIX, mismos que se distinguen por establecer pactos y
alianzas con
los gobiernos sucesivos de José Urrea[9]
y Manuel María Gándara.[10]
De tal forma, en este
primer momento de la adopción de la república, no
se buscaba su fragmentación
como grupo sino integrarlos a los nuevos ideales de
república moderna que tenía
en este sentido la aportación liberal; así pues
integrarlos significaba el
desarrollo económico propuesto por este último.
El
lenguaje político de los capitanes generales ante las
autoridades estatales
Lo anterior se
percibe a través de la documentación emitida
tanto por autoridades mestizas
como indígenas. A continuación, se pone especial
atención en las fuentes de
información que tienen como remitente a José
Urrea y Manuel María Gándara,
ambos gobernadores en el período que analizamos. Asimismo,
se reflexiona
principalmente sobre los documentos emitidos por el capitán
general de los
ópatas Luis Tánori y el jefe Facundo Anselmo; en
igual medida los de Mateo
Marquín del valle del Yaqui y Mayo. Su cultura
política, referente a sus
orientaciones y actitudes hacia el sistema que los gobierna (Almond
1965, p.
179) los remite durante el ejercicio del cargo de Capitán
general, a estipular
en sus circulares apegarse a la ley y las legislaciones que las
autoridades
estatales convinieran en pos del bienestar de la nación.
En cuanto a su naturaleza
pactista,[11] su concepción de grupo como un
conjunto de individuos vinculados entre sí, y en virtud de
una justicia
conmutativa, los indígenas solicitaban indultos a las
autoridades estatales que
en un principio se contrapusieron. En el siguiente fragmento,
José Urrea,
gobernador del estado de Sonora, informaba al Gobierno Federal sobre la
tranquilidad pública recién lograda y
describía a los insurrectos como
"desgraciados" por haber sido engañados por cabecillas de
movimientos:
El 3. se me
unió esta seccion, y
el 4. al comenzar nuebas operaciones se me presentó un
embiado de parte de los
gefes del rio Yaqui, pidiendo que se les indultase sobre cuyo
particular habia
hablado uno de aquellos con el sr. Andrade despues de la accion que
tuvieron
con su seccion= Entré en relaciones con aquellos
desgraciados y =les concedí el
indulto que solicitaban con la condicion de debolver los ganados y
demas
efectos que tienen robados; con la de reunirse en sociedad en los
pueblos pues
se hallan y se han hallado hasta ahora diseminados en más de
cincuenta leguas,
sin reconocer autoridades(...) y por último les
ecsigí sugetarse en todo a las
leyes y a los mandatos de las autoridades (sic).[12]
A
través de sus discursos se establecen, por una parte, el
recurso del indulto y,
por la otra, sus condiciones, en este sentido negocian con las
autoridades su
perdón (Baker, 2006, p. 94). Los indígenas buscan
articular su apoyo político
hacia una facción que se encuentre en el poder,
aquí demuestran su orientación
y postura relativa al sistema hacia un ámbito
específicamente político (Almond,
1965, p.179). Negocian su perdón ante el Estado y
éste le impone condiciones
como devolver ganados y unirse en sociedad a los pueblos con
autoridades y
leyes que los regulen. Las acciones que pueden parecer individuales por
parte
de jefes y autoridades indígenas remiten, al analizarse de
fondo, a un grupo o
conjunto de grupos (Guerra, 2008, p.10); su acción implica
inexorablemente a
sus otros miembros, así como las acciones de los miembros
menos encumbrados,
son el reflejo de las estrategias de todo el grupo (Guerra, 2008, p. 9).
¿Qué
prácticas políticas subyacen en estos discursos?
Lo mencionado anteriormente
permite pensar que un comportamiento plausible para articular sus
demandas era
dirigirse a las autoridades estatales como lo hacían durante
el Antiguo
Régimen; declarando sumisión e indultos cuando
los objetivos que perseguían
contravenían al Estado y no resultaban ser los vencedores.
Retirando y
otorgando apoyo según convenía a sus intereses
como grupo y considerando que
tal como en el Antiguo Régimen, el objetivo principal del
Estado por parte de
las zonas habitadas por los grupos indígenas, era que
éstos se mantuvieran en
paz y control a través de autoridades cercanas a ellos,
respetando sus formas y
autoridades políticas. Este extracto es ilustrativo de lo
anterior:
Sor. D.
José Urrea, gobernador y
comandante general de este departamento. (...) hicimos un reclamo sobre
un
individuo que fue a informanos mal de estos pueblos.-primeramente que
estaban
todos sublevados y reunidos los cantores de cada pueblo pues de eso
digo que
todo es falso (...) de la acta que lebantaron estos señores
D. Pedro Romo, D.
Juan Muñoz, Ramon Orabuena y Hidalgo, tambien es falso que
reunieron todas las
autoridades todo eso es nulo (...). Lo que si decimos que amamos a nuestra familia, a nuestro
Rio y a
todo género humano y sobre todo a la tranquilidad en la que
preferimos estar
todos los pueblos (...) los hombres que acabamos de mentar ya les
dijimos que
se fueran para donde mejor les pareciera que nos estan haciendo muy mal
tiempo
y con eso se fueron muy disgustos (...). Mateo Marquín,
Enero 25 de 1845.
En
el testimonio anterior, dirigido al entonces gobernador José
Urrea, Mateo
Marquín capitán general del Yaqui, se deslinda de
los movimientos en contra del
poder estatal que se fraguan en la zona de su demarcación.
Transmite
valoraciones sobre lo debido y lo indebido suscitando emociones,
temores o
deseos abonando lo anterior a los planteamientos de la
dimensión política de
Almond y Verba (1963) así como a los de Esteban Krotz (1983)
respecto
orientaciones y actitudes específicamente
políticas: posturas, sentimientos y
valoraciones. Las sublevaciones, son adjudicadas a Pedro Romo, Juan
Muñoz,
Hidalgo y Ramón Orabuena, vinculados con Manuel
María Gándara y quienes les
están haciendo "muy mal tiempo" y a quienes se les que ha
pedido
salir de sus pueblos.
En
este sentido declaran su apoyo al gobierno constituido de Urrea negando
que
existan sublevados o reuniones de cantores en cada pueblo. Lo anterior,
guarda
rasgos de “virtud” mostrando “amor a la
patria y a las leyes” (Manin, 2002,
p.18); asimismo se percibe una preferencia mayor del bien
público al propio, lo
cual se muestra en la siguiente frase: “amamos nuestra
familia, nuestro Rio y a
todo género humano” y las preferencias de paz y
tranquilidad por parte sus
pueblos.
A
pesar de lo anterior, en un documento que se analiza posteriormente,
una vez
que suceden los cambios a nivel nacional y José Urrea
abandona el Gobierno del
Estado, Mateo Marquín anuncia en un comunicado a los pueblos
del Yaqui y Mayo
sobre la elección y trabajo realizado al nuevo gobernador y
comandante general
electo, Manuel María Gándara, con la misma
finalidad de pacificación y tomando
posición a su favor.
Esta informado
este gobierno el
Sor. Coronel D. Manuel María Gándara de los
grandes e interesantes servicios
que le ha hecho con todo el tiempo en que los pueblos del rio mayo y de
los
pueblos de arriba, han tenido insurrección doy a algunos
incautos de uno y otro
río. El gobierno estima en mucho estos servicios y los de
todos aquellos que le
han ayudado a restablecer la paz.[13]
El
fragmento del documento anterior abona a reconocer la naturaleza
pactista
(Foerster 2008, p.4) con un Estado que funciona a través de
una justicia
conmutativa, la virtud de dar a cada uno lo que le pertenece (Manin,
2002,
p.18), que "perdona" a las autoridades indígenas que en un
primer
momento no aceptaron a Manuel María Gándara. El
Estado entonces reconoce sus
derechos y deberes a través de "estimar" los servicios de
los
indígenas para ayudar a restablecer la paz. Dicha naturaleza
pactista, hace
alusión a un gobierno que trataba de poner fin a la
violencia y respetaba a las
autoridades indígenas, que a pesar de contraponerse en un
primer momento, son
libres de reconocerlos posteriormente, cuando detentan un cargo
legítimo.
Es
importante resaltar también, que los inconformes
continuamente preguntan a las
autoridades estatales acerca de los cambios políticos
existentes a nivel local
o nacional, y piden que se les mantenga informados
declarándose siempre en pro
del gobierno de la república, posiblemente entendido como el
gobierno de lo
público, del pueblo en su sentido de cuerpo;
noción y orden que remitía al
universo corporativo del Antiguo Régimen (Guerra, 2008, p.
3). En este sentido,
decidieron mejor estar a favor de la república y participar
de la defensa de la
nación con “ardor”, mostrando desde la
perspectiva del republicanismo clásico,
el objetivo del compromiso del ciudadano para dar su vida en nombre del
bien
común a través de ciudadanos dispuestos a servir
a su comunidad (Gargarella,
2001, p. 25).
Asimismo
se posicionaron en contra de lo que
identificaron como la mano de “un
déspota” (sic) que no respeta la ley sino su
capricho personal;[14]
lo anterior remite al
apego a la justicia y activismo político entre otros
atributos del
republicanismo clásico (Gargarella, 2001). En el siguiente
fragmento, Pedro
Romo escribe a Facundo Anselmo, jefe de los pueblos del río
Sonora, sobre lo
que acontece en la escena política nacional:
Guiribes, enero,
8 de 1845.- Sor.
Don Facundo Ancelmo= Querido amigo la ecsena politíca a
cambiado completamente
en la Republica. Estaba legitimamente constituido el sr. Santana y
nuestros
reprecentantes nos enseñaban quien era el que
debíamos conocer por Precidente: atacó
a la representacion nacional queriendo aserse un absoluto: El congreso
desconocio y nombró al sr. José
Joaquín Herrera
interinamente y toda la republica ha tomado con ardor la
defensa de sus derechos y el general Paredes que comensó a
defender el
cumplimiento de un articulo y derogacion de un decreto perjudicial para
la
nacion. hoy defiende a la patria en sus mas caros derechos toda le ha
seguido
(sic).= Pedro Romo
En
el fragmento anterior se percibe el conocimiento político de
lo que sucede a
nivel nacional y que se trata de transmitir a las autoridades
indígenas; en
este caso, a Luis Tánori. Si bien la correspondencia llega a
sus manos, éste no
reconoce la información ya que no proviene de
José Urrea, gobernador del estado
en ese momento. De tal forma, al reconocer la orientación
gandarista de Pedro
Romo, escribe a Facundo Anselmo, representante de los pueblos del
Río Sonora:
Los hombres que
nos an metido en rebolucion y que siempre
nos an engañado hasta que conocimos a nuestro general Urrea,
no pasan con sus
facultades y sus mentiras hoy le mando a V. La carta que me puso Romo
del Yaqui
y la contestacion que le doy para que se la mande y para que vea lo que
ase,
con esos hombres para que sepan de una ves no nos emos de separar de
nuestro
general.[15]
Como
anteriormente se mencionó, Pedro Romo estuvo vinculado con
Manuel María
Gándara, quien se contrapuso al gobierno de Urrea. Mediante
su persona llegaban
las noticias de la política y cambios a nivel nacional hacia
los pueblos del
Río Yaqui. Ante lo anterior, Facundo Anselmo, jefe de los
pueblos del Río
Sonora, responde desde Aconchi su posicionamiento ante lo que acontece
en el
ámbito local:
Sor. D. Pedro
Romo.- Aconchi, 19 de enero de 1845. Mi
querido amigo.- vi la que V. escribió en su carga de
Huirivis el día 8 de este
mes de enero y siento mucho todavia quiera V. engañarnos y
engañar a los
Pueblos con esas mentiras y sus cuentos y falcedades que siempre ha
usado v. y
sus compañeros y los que han traido de arriba para abajo y
nos han hecho
abandonar a nuestras familias y nuestras miserias y nos han llevado a
que nos
maten andando V.V. siempre huyendo pero siempre mintiendo ya conocemos
a
nuestro general Urrea ya estamos desengañados de que no es
nuestro enemigo, que
no nos quiere quitar nuestras tierras, ni robarnos como V. decian...
sepa v.
sor. Romo que todos los pueblos de Opatas y
principalmente
de este Rio y los de Cucurpe estamos desengañados y
obedientes a nuestro
sr. gral. Urrea que sostiene el
gobierno legítimo y defiende a Sonora.
Una
vez que las noticias llegan a Sonora, y la salida de José
Urrea se concreta
partiendo a la Ciudad de México, suceden también
la caída del gobierno de Santa
Anna y el desconocimiento de su gobierno por Mariano Paredes en
Jalisco. En
este tenor, fue designado de nueva cuenta José
Joaquín Herrera como presidente
de México, de diciembre de 1844 a 1845. Ante el panorama
político anterior,
autoridades indígenas, especialmente la de Mateo
Marquín, anuncian estar a
favor de aquello que se establezca legítimamente para la
nación, tanto en el
ámbito nacional como en el local. A lo anterior, las
autoridades indígenas de
Sonora declaran lo siguiente:
Reunidas
todas las autoridades, el apoderado de dicho rio, un comisionado
de algunos pueblos del interior y presidida por el capitán y
teniente de la
nación Yaqui con el fui de acordar lo conveniente para
salvar á estos pueblos
en cualquier seducion que pueda introducirse en ellos con respecto al
actual
movimiento político que ha hecho la nacion, y mediante
á que nadie mejor que
nosotros sabemos lo que pesa la mano de un despota que separandoce de
todo
derecho no respeta mas ley que su capricho, y si antes no habiamos
secundado el
grito salvador que dio en Jalisco el E.S gral. D. Mariano Paredes, fue
por que
se pretendia el que se pidiera para gobernador y comandante general de
este
departamento al general D. José Urrea, cosa que nunca
podríamos hir en contra
de nuestros sentimientos pero ahora que hemos visto el ataque que ha
recibido
la representacion nacional, lo que nunca beremos con calma y si
sacrificaremos
nuestros é intereses en defensa y sosten de dicha
representacion y leyes para
el efecto protestamos (sic)[16].
En esta primera
parte del documento existen alusiones
al republicanismo utilizado en el lenguaje político de la
época, que va desde
la virtud propuesta por Aguilar (2002) como la virtud de Montesquieu,
rescatada
en Del espíritu de las leyes por
Manin (2002). Inicialmente, como parte
de las dimensiones de la
cultura política, la orientación cognitiva
funciona como un referente del
conocimiento que los indígenas tienen, sobre los cambios
políticos sucedidos en
la nación. Asimismo, sus orientaciones políticas
incluyen concepciones de
valores y sus posturas relativas al sistema que los rige; explican que
lo que
contraria su sentir es el ataque que ha vivido la
representación nacional, por
la cual sacrificarán sus intereses para anteponer primero
los intereses de la
nación a los propios. Respecto a eso, Aguilar (2002) explica
como
característica de la virtud republicana la capacidad de cada
ciudadano para
poner los intereses de la comunidad por encima de los propios (Aguilar,
2002,
p. 69).
La
garantía de los intereses del bien común era
considerando el objetivo del “buen
gobierno”, ese que manda, rige y ordena la
consecución de la armonía del cuerpo
político. Por esa suerte, la impartición de
justicia remitía a respetar los
derechos de cada uno, de las personas y de los grupos: recompensar
méritos y
sancionar faltas (Guerra, 2008, p. 10). Así pues se
confeccionaba la ley
contraponiéndose a la imagen del
“déspota” que causa inestabilidad e
incertidumbre del orden público, y “gobierna el
soberano según su voluntad y
caprichos” (Manin, 2002, p. 21); lo anterior se ratifica en
el documento
anterior, enunciando que nadie mejor que ellos conocen la
“mano de un despota”
que no tiene más ley que la de sus
“caprichos”.
Siguiendo
con el análisis del
documento previamente citado, Mateo Marquín, Manuel F.
Aguilar y los
representantes y autoridades de los pueblos indígenas
declaran no reconocer a
Antonio López de Santa Anna, “sublevado contra el
orden constitucional”. En defecto,
reconocen al presidente interino, José Joaquín de
Herrera, así como a las
autoridades que dicho gobierno nombre para el Departamento de Sonora,
así como
sus órdenes y actos, lo cual sería respetado; se
garantizaba que dicho poder
estatal aplicara reglas estables y generales incluso en casos de
decisiones
particulares que implicaran resultados costosos o les ocasionaran
pérdidas así
mismas o a sus cercanos.
Un
ejemplo de lo anterior es lo
comunicado por el capitán general Mateo Marquín a
los pueblos del Yaqui y Mayo
sobre las acciones de Manuel María Gándara, una
vez que es nombrado Gobernador
y Comandante General, y las recompensas de seguridad y bienestar que
éstos
tendrán al estar dentro de la ley:
Esta informado
este gobierno el Sor. Coronel D. Manuel María
Gándara de los grandes e interesantes servicios que le ha
hecho con todo el
tiempo en que los pueblos del rio mayo y de los pueblos de arriba, han
tenido
insurrección doy a algunos incautos de uno y otro
río. El gobierno estima en
mucho estos servicios y los de todos aquellos que le han ayudado a
restablecer
la paz. Para consolidarla espera el gobierno de la actividad y eficacia
de V.
que persiga contudentemente a los cabecillas de la rebelión,
y a los que han
cometido los atroces asesinatos de Juan Maria Jusacamea, de Sacarias
Armenta a
fin de seducirlos a petición y aplicarles el castigo que las
leyes les señala
por tan horrendo crímenes es preciso que el malo pague sus
delitos para que los
buenos vean que al gobierno castigándolos procura
concervarles la paz y
tranquilidad de sus pueblos y de su familia, a si mismo que les asegura
sus
intereses (sic)[17].
Dichos
actores y prácticas se enfrentaron a nuevas figuras que
reorganizaban el campo
de lo político, sobre todo el relativo a la
concepción de cuerpos políticos,
nación y soberanía, entendidas como potestad
unificada absoluta, no limitada
por nadie y de la cual procede toda autoridad y nación,
considerada como una
asociación voluntaria de individuos iguales (Guerra, 2008,
p. 14-15). Es
perceptible entonces, en el aspecto teórico de leyes y
legislaciones, que, en
la caprichosa conjunción entre la concepción de
republica clásica y las nuevas
figuras políticas, no todos los cuerpos fueron
inmediatamente objeto de ataques
por parte del Estado; sin embargo, ya no existían
impedimentos para
considerarlos un obstáculo de la organización
nacional. (Guerra, 2008, p. 11).
La ley entonces se concebía como la expresión de
la voluntad general, en donde
los privilegios de los cuerpos eran considerados casos de naturaleza
privada
para ciertos estratos de la política estatal, mientras que
para otros eran
arbitrarios y contrarios a la ley. En este sentido figuraba la moderna
república liberal distinguida al menos en su forma
institucional, por gobiernos
electivos, separación de poderes, constituciones escritas,
derechos
individuales y de igualdad jurídica para sus ciudadanos
(Aguilar, 2002, p. 73).
En
el caso de Sonora posiblemente existieron distintas formas de entender
el
republicanismo y su posible hibridación propició
las circunstancias de pacto e
insubordinación y la constante amistad-enemistad con las
autoridades estatales;
por una parte, se encontraba la concepción tradicional
suscitada a principios
del siglo XIX, que buscaba integración de los grupos
indígenas a razón de su
virtud cívica e intereses en común; y por otra
parte, la nueva república
liberal caracterizada por la igualdad jurídica para sus
ciudadanos, derechos
individuales, separación de poderes, constituciones
escritas.
En
este sentido, los indígenas como grupo eran aglutinados por
un cargo como el de
capitán general, cuyo significado hacía
referencia al poder, autoridad y la
posibilidad de acrecentar su número de seguidores. Con
él era con quien
convenía pactar, negociar políticas como el
otorgamiento de territorio,
pronunciarse a favor de sus demandas (independientemente si se
encontraba en
gobierno José Urrea o Manuel María
Gándara), etcétera. Lo explicado
anteriormente representa una perspectiva diferente y ayuda a repensar
un
conflicto endémico en la época que, si bien
estuvo basado en la violencia o el
enfrentamiento, contó también con una
tradición republicana en donde las
colectividades negociaron su permanencia tribal y cultural. Lo
relevante en
este sentido es centrarse en los espacios complejos donde se dan las
relaciones
entre de la sociedad nacional mestiza y los grupos
indígenas, ahí donde se
efectúan los préstamos culturales; donde se
manifiesta la hibridez y al mismo
tiempo se constituyen identidades diferenciadas (Roulet, 2005).
Consideraciones
finales
La Cultura
política de Antiguo
Régimen se refleja para el caso estudiado de yaquis y
ópatas, a través de los
discursos de los grupos indígenas emitidos por jefes o
capitanes generales,
dirigidos al gobierno estatal, pero también a otras
autoridades indígenas. Su
naturaleza pactista, buscó negociar condiciones que se
relacionaban con poner
fin a la violencia en las zonas indígenas a cambio del
reconocimiento de las
autoridades constituidas en el Estado. En este tenor, la justicia
conmutativa
proveniente de una concepción de república
clásica de Antiguo Régimen, hacía
referencia a las solicitudes de sumisión e indultos por
parte de los grupos
indígenas cuando éstos sublevaban ante el poder
estatal. Al declarar su
arrepentimiento por dicha omisión, apoyaban a la
facción que gobernaba en ese
momento al menos en su discurso, acatando la condición
principal de su negociación:
mantenerse en paz y control en las zonas indígenas.
Los
jefes y capitanes generales funcionaron como intermediarios que
representaban o
remitían a un grupo o parcialidad, teniendo una
función importante para el
Estado ya que ellos estaban encargados del establecimiento de la paz y
la
tranquilidad en las zonas de su demarcación; en esta
cuestión radicaba su
concepción acerca del rol que ellos mismos
ejercían en el sistema político. Así
pues, se desligaban de las sublevaciones indígenas en contra
del poder estatal,
aceptando a la persona que detentaba el cargo en ese momento y
declaraban su
defensa con "ardor" y la representatividad de la nación que
portaban.
Lo anterior, lo transmitían a sus comunidades reflejando
orientaciones relativas
al sistema político, valores y concepciones de
éste, así como la información
que consideran fidedigna proveniente de las autoridades estatales.
Para
lograr sus objetivos como sujetos políticos, los jefes y
capitanes generales
indígenas desarrollaron un lenguaje político cuyo
análisis nos remite al
republicanismo clásico. En éste, el apego a las
leyes y la virtud cívica era el
distintivo fundamental para acceder al bienestar de la
nación, misma que
representaba la armonía de un cuerpo político
integrado por grupos
diferenciados. En términos de la documentación de
la época, ello se plasma en
la lucha por el orden y la tranquilidad en la zona de su
demarcación. Para
lograr el orden y apego a las leyes estatales, los capitanes generales
apelaron
a los pueblos indígenas que mostraron su apertura ante
políticas y
legislaciones especiales en los cuales se veían implicados.
Su cultura política
radicaba, principalmente, en entender al "buen gobierno" como aquel
que vela por el bien común, por la armonía y
convivencia de cuerpos políticos
diferenciados entre sí. En donde el compromiso del ciudadano
era estar
dispuestos a servir a su comunidad e intereses por encima de los suyos.
En
el caso de Sonora, aquí analizado y documentado a
través de fuentes de archivo,
existieron posiblemente distintas formas de entender el republicanismo;
por una
parte, un republicanismo clásico y su probable
“hibridación”, con nuevas
prácticas y actores de la llamada "modernidad" que
ponía énfasis en
el individuo como centro político. Ello hizo posible la
aparición de
circunstancias de pacto e insurrección y la constante
amistad-enemistad con las
autoridades estatales. Entre las prácticas
políticas heredadas del Antiguo
Régimen, se encontraron el otorgamiento de indultos a grupos
de indígenas que
se rebelaron contra el poder estatal; lo cual se obtenía de
cualquier
insurrección o movimiento generado por indígenas.
La figura del capitán
general, como un agente intermediario que bien se levantaba en armas,
lo mismo
que después pacificaba y controlaba; y la
negociación con un Estado que debía
de ejecutar leyes a través de una justicia conmutativa,
sustentada en la
virtud, en el pacto político y la frágil
convivencia de identidades étnicas y
tradicionales altamente diferenciadas, fueron rasgos de la inestable
cultura
política de la primera mitad del siglo XIX sonorense que
aquí ha sido tema de
análisis.
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Autónoma Metropolitana.
Edna
Lucía García Rivera
Mexicana.
Doctora en
Ciencias Sociales con especialidad en historia por el Colegio de
Sonora.
Actualmente se desempeña como profesora-investigadora del
departamento de
Historia y Antropología de la Universidad de Sonora. Sus
áreas de interés son:
historia política siglo XIX, liderazgos indígenas
y subalternidades. Es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores.
Publicaciones
recientes:
"La construcción de la
legitimidad en torno al cargo de capitán general en Sonora
1842-1856",
Intersticios Sociales, 2019, 17. "Sin medios de negociación:
las
insurrecciones de indios en Sonora de 1855-1859", Estudios de Historia
Moderna y Contemporánea de México, 2019, 57.
Aarón
Aurelio Grageda Bustamante
Mexicano.
Doctor en Historia
por la Universidad Witten-Herdecke, Alemania. Es profesor-investigador
del
departamento de Historia y Antropología de la Universidad de
Sonora. Sus áreas
de interés son: Historia
política siglo
XIX, Historia global, Historia y Sociedad. Es miembro del Sistema
Nacional de
Investigadores. Entre sus publicaciones destacan: (2018). Arizona
contra la
inmigración ilegal (ley SB1070); la bivalencia del concepto
“solución final” Región
y Sociedad, 30(71); (2016).
Diversidad y estructura. Articulación narrativa en tres
libros de historia
mexicana escritos para el 2010, Culturales,
4(2), 162-184.
[1] Caracterizados por
ser personas
de la sociedad blanca de relevancia social, cultural y
económica que se
encontraban en una posición social que les
permitía dirigir o administrar un
grupo. El nuevo tesoro lexicográfico de la RAE define el
término para el año de
1855 como “digno de nota, reparo, atención o
cuidado- Grande y excesivo por lo
que hace reparar en su línea”. Asimismo, hace
alusión al origen histórico del
término diciendo que “durante la
revolución francesa, ciertos ciudadanos elejidos
para representar una municipalidad en el consejo general o en los
procesos
criminales”. El mismo término es definido para el
año de 1895, añadiendo el
adjetivo de “distinguido, lo que merece ser atendido, se dice
con más
particularidad de las personas” (NTLLE 1895).
[2] Michael P.
Costeloe realizó una
interpretación de los "hombres de bien" a nivel nacional
para la
década de 1840; parte de la interpretación del
ascenso de Paredes al supremo
Poder Ejecutivo como "la culminación apropiada del decenio
centralista".
En dicho contexto, los hombres de bien, se distinguían por
sentir una nostalgia
por la estabilidad social y moral de la época colonial;
conservaban rasgos en
comunes en cuanto a cuestiones como la ley, orden y
educación. Así pues, el
punto medular que los distinguía era su
pertenecía a las "clases
acomodadas", aptas para gobernar y que despreciaban la democracia e
igualdad de derechos por considerar que ocasionaban falta de respeto a
la
autoridad, y el ascenso de las "últimas clases de la
sociedad" (Costeloe
2000, p.361).
[3] Desde la perspectiva de
François-Xavier Guerra, los valores supremos
que estructuraban al Antiguo Régimen "encontraban su origen
en la
historia, en los particularismos de grupos sociales o
geográficos, en la
religión y no en la razón de los ciudadanos que
elaboran en común una ley que
se impone a todos". La libertad, era sinónimo de privilegio:
de un reino,
de un cuerpo, de una corporación; citando a A. Cochin,
Guerra afirma
"todos los grados (de libertad) son posibles. Bajo el Antiguo
Régimen no
se decía la libertad, ni el pueblo, sino las libertades, los
pueblos"
(Guerra 1991, p.161). Las libertades eran derechos de una comunidad
particular
identificadas a través de leyes y costumbres propias.
[4] Roberto Varela (2005) se posiciona ante la
distinción de cultura y
comportamiento en donde el primero, hace referencia a un conjunto de
signos y
símbolos compartidos mientras que el segundo, a la
acción de los actores
sociales (Varela, 2005, p. 165). De tal forma, no necesariamente la
cultura
influye en el comportamiento sino, que éste
también influye y modifica la
cultura. En este sentido, la participación
política se explica como un fenómeno
de las estructuras de poder y no de la cultura (Varela, 2005, p. 166).
[5] El
cargo de capitán
general fue un cargo militar indígena ejecutado
principalmente entre yaquis y
ópatas en Sonora durante el siglo XIX. Según
Medina (2011) este tuvo sus raíces
a la llegada de los españoles, forjándose como un
frente militar ante las
incursiones apaches. Hernández Silva (1996) postula que toma
su preponderancia
y autonomía política a la salida de los jesuitas.
García Rivera (2019) propone
que entre sus características radicaba dos usos de poder a
través de la
autoridad con sus seguidores y el reconocimiento por parte del Estado
de su
poder legítimo.
[6] Desde la
perspectiva de Guerra (1991), la "modernidad" es ante todo una
"invención" del individuo. El individuo concreto ahora va a
convertirse en el "sujeto normativo de las instituciones" y de los
valores. A través de una serie de mutaciones que provienen
de finales del
XVIII, los valores individualistas se fueron imponiendo; este ocupa el
centro
de todo el sistema de referencias, remodelando a pesar de la inercia
social y
resistencias los valores, el imaginario y las instituciones. El avance
del
individualismo, como individuos iguales y homogéneos se
plasmará posteriormente
en las constituciones modernas del siglo XIX (Guerra, 1991, pp. 85-86).
Para
Polin Martínez (2015) basado en Constant y Berlin, la
irrupción del individuo
en la historia fue un “hito que inaugura la
modernidad” (Polín 2015, p.8); en
este sentido, su “figura y fundamento” propicia una
nueva forma de entender la
libertad radicalmente diferente a la “libertad de la sociedad
antigua” (Polín
2015, p. 9).
[7] Hasta hace algunas décadas, la fuente
certera del republicanismo se
remitía a analizar su asentamiento en América a
raíz de su internalización en
Estados Unidos; dichas bases daban por sentado que los revolucionarios
norteamericanos se circunscribían al pensamiento
individualista del
liberalismo. Sin embargo, el renacer del republicanismo y el rastreo de
sus
orígenes teóricos en la tradición
angloamericana, grupos de historiadores de la
Escuela de Cambridge fueron quienes socavaron las versiones que tomaban
como
fuente única y hegemónica al liberalismo,
asentando sus orígenes en la
filosofía política desarrollada por Maquiavelo
durante el Renacimiento (Aguilar,
2002, p. 59).
[8] Bernard
Manin en su artículo Montesquieu,
la
república y el comercio (2002) explica que resulta
difícil posicionarse en
la controversia de la virtud republicana con herencia renacentista y
los
partidarios de la sociedad mercantil moderna. Sin embargo, a
través de su
lectura de Del espíritu de las
leyes
de Montesquieu afirma que no existe una oposición tajante en
las dos últimas, y
la virtud republicana entendida como “el amor a las leyes y a
la patria” no es
antagonista del espíritu comercial que lleva consigo
“la sobriedad, economía y
el orden por la regla” (Manin, 2002, p. 29).
[9] José Urrea
(1797-1849) fue un militar de presidios en Sonora que
participó en la política
nacional y local desde el estallido insurgente de 1810. Fue gobernador
y
comandante militar del estado de Sonora de 1842 a 1845. Aparece
vinculado a los
liberales moderados y coincide, desde la perspectiva de Medina y Torres
Chon
(2017, p. 1) con el federalismo radical. Participó en la
defensa del territorio
texano y se opuso al gobierno de Manuel María
Gándara en Sonora. Para más
información ver "José Urrea: trayectoria
política y bases de poder
territorial en Durango y Sonora. 1821-1849" de José Marcos
Medina e Iván
Torres Chon.
[10] Nació en el mineral de
Aigame, intendencia de Arizpe
en 1801; su padre fue Juan Gándara, reconocido por el cargo
de Protector de indios
durante la colonia. Fue gobernador y comandante militar del
estado de
Sonora en periodos que van desde 1837 hasta 1856. Se le adjudica el
movimiento gandarista que comenzó como un conflicto
político entre Manuel María
Gándara y José Urrea por la candidatura del
Estado de Sonora. El origen del
conflicto nació en el año de 1837 cuando el
presidente Anastasio Bustamante
eligió para la primera gubernatura centralista del estado de
Sonora a Manuel
María de una terna entre éste, Simón
Elías Gonzáles y José Urrea. La
inconformidad de Urrea por dicha decisión se
reflejó en 1838, cuando destituye
a Gándara pronunciándose a favor del federalismo.
Esto trajo consigo un suceso
conocido en la historiografía sonorense como el conflicto
Gándara- Urrea o
gandarismo, que perduró de 1837 a 1846. De 1842 a 1844 el
general José Urrea es
designado como gobernador y Comandante Militar del Estado de Sonora
hasta su
salida en el año de 1845. A partir de este año y
hasta 1856 Gándara y sus
allegados suben a la gubernatura del Estado de Sonora, siendo
éste gobernador
durante los años de 1847, 1849, 1853, 1854, 1855 y 1856. A
pesar del ascenso de
Manuel María Gándara, las gavillas en su favor
conformadas mayormente por
indígenas, asediaron a la región hasta el
año de 1859, sobre todo, en momentos
políticos álgidos para este último.
[11] El Nuevo
Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española
(RAE-NTLLE) define pacto para el año
de 1846 como asentar o poner condiciones en que se convienen dos o
más partes y
cuya observancia se obliga a cada una. Rolf Foerster en su trabajo "Del
pacto colonial al pacto republicano" analiza el pacto colonial
referente a
los parlamentos, caciques y autoridades indígenas cuya
legitimidad radicaba en
un doble vínculo: con la comunidad mapuche y la autoridad
colonial. Así pues,
su naturaleza pactista permitió fluir del pacto colonial al
pacto republicano
para la década de 1840. En dichas medidas, el Estado
ponía fin a la violencia,
reconocía las propiedades indígenas,
respetaba-reconocía a las autoridades
indígenas, sus costumbres y tradiciones (Foerster 2008, p.
4). Por su parte,
los indígenas reconocían a las autoridades
reconocidas por el Estado, declaraban
su sumisión y sus objetivos de mantener la tranquilidad y la
paz en la zona de
su demarcación.
[12] Archivo
General de la Nación/México Independiente/
Gobernación y Relaciones
Exteriores/Gobernación: sin sección/ caja 0576
(269 sin sección) / Exp. 6.
Guaymas 11 de diciembre de 1842.
[13] AGES/ F.
Ejecutivo/Oficialía mayor/ caja 45/ tomo 160/ año
1846/ Ures noviembre 23 de
1846.
[14] Archivo
General de la Nación/México
Independiente/Gobernación y relaciones
exteriores/gobernación/caja 0576 (269 sin
sección) /exp. 6/ doc. 37/ Huíviris
enero 8 de 1845.
[15] Archivo General de la
Nación/México
Independiente/Gobernación y
relaciones exteriores/gobernación/caja 0576 (269 sin
sección) /exp. 6/ doc. 34
[16] AGES/ F.
Ejecutivo/Oficialía mayor/ caja 45/ tomo 160/ enero 8 de
1845.
[17] AGES/ F.
Ejecutivo/Oficialía mayor/ caja 45/ tomo 160/ año
1846/ Ures noviembre 23 de
1846.