Grupos Yumanos de Baja California.
Los Cochimí

 
 

Everardo Garduño
Universidad Autónoma de Baja California
Colección Monografías
Mexicali, México, 2019
ISBN: 978-607-607-530-2

 

Blanca Alejandra Velasco Pegueros
https://orcid.org/0000-0002-3030-2240  
Universidad Autónoma Metropolitana
ale_town@hotmail.com

 

    

Aunque hasta hace poco tiempo los/as cochimí del desierto central bajacaliforniano fueron considerados un pueblo extinto debido al choque cultural y la debacle demográfica que vivieron durante el periodo Colonial, en los albores del siglo XXI descendientes de este milenario grupo re-emergieron para exigir su reconocimiento como un pueblo vivo e iniciaron un interesante proceso de revitalización cultural y reivindicación identitaria.  Precisamente, sobre este pueblo y su devenir se enfoca la última monografía de Everardo Garduño, la segunda de una serie dedicada a los cinco pueblos originarios de la península, la cual forma parte de la Colección Monografías del Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la Universidad Autónoma de Baja California.

En éste su más reciente trabajo, este investigador y escritor incansable –sin duda, uno de los más notables en torno al estudio de los pueblos indígenas de Baja California– se interesa en dilucidar las siguientes preguntas: “¿Quiénes eran y qué características tenía la cultura de los antiguos habitantes del Desierto Central? ¿Por qué se extinguieron los hablantes del cochimí? ¿Quiénes son y cuál es la cultura de quienes actualmente se asumen como cochimís?” (Garduño, 2019, p 8). Para responder a las cuestiones planteadas, a lo largo de esta resumida, pero muy completa monografía, el autor realiza un recorrido histórico en el que nos introduce al arribo y la conformación de este complejo cultural en el desierto central, la región más inhóspita de la península por cierto,  y nos muestra cómo a pesar de ello los/as antiguos/as cochimí desarrollaron prácticas propias de su contexto geográfico como el nomadismo, la caza, la pesca, la recolección de frutos y semillas así como su organización en shumules, es decir, grupos de clanes, además de prácticas como “la maroma”, “la segunda cosecha” y algunos ritos ligados a su peculiar cosmovisión y forma de vida.

De igual manera, aborda hechos trascendentes acaecidos durante la Colonia, como la implantación del sistema misional en estas áridas tierras hacia finales del siglo XVII, época en la que la vida indígena comenzó a trastocarse ante las imposiciones occidentales de la moral católica, que reconfiguró los espacios, las relaciones y la cultura cochimí. Como bien da cuenta el sociólogo y antropólogo mexicalense, este encuentro fue de gran envergadura y tuvo repercusiones tanto en lo biológico como en lo cultural, pues fue durante esta época cuando murió la mayor parte de la población nativa, no sólo cochimí sino de otras regiones del sur de la península (es decir,  los grupos pericú, guaycura, monquis, coras, entre otros que cohabitaban este espacio), a raíz de  enfermedades como la tuberculosis, el tifo, el sarampión, la viruela, la sífilis y las subsecuentes epidemias que ellas causaron. Además, como bien explica, el tornaviaje y los traslados forzosos transformaron sus estrategias de supervivencia, y la lengua cochimí así como sus distintas variantes dialectales se fueron paulatinamente dejando de hablar, pues hacerlo suponía crueles castigos y vejaciones para los/as nativos/as por parte de los sacerdotes.

Debido a los cambios socioculturales y las catástrofes demográficas, el autor da cuenta de cómo al término del periodo misional –por ahí de finales del siglo XIX– la población cochimí era muy poca y se concentraba particularmente en las ex misiones de Santa Gertrudis, San Borja, San Ignacio y algunas rancherías aledañas. En estas localidades los/as descendientes que lograron sobrevivir a las transformaciones continuaron reproduciendo algunas prácticas de su ancestralidad cazadora-recolectora combinadas con otras aprendidas del sistema misional hasta las primeras décadas del siglo XX, que fue cuando tuvieron que salir de sus lugares de origen en busca de trabajo y de una vida más digna debido a las agrestes condiciones de las comunidades. De este modo, comenzó un proceso de diáspora y asimilación, según lo define Garduño, que respondió a dos rutas migratorias: una extractiva, con su ocupación en empresas mineras, y otra agrícola, con el trabajo en ranchos ganaderos (2019, p. 41). Estas circunstancias abonaron para reforzar el discurso sobre su extinción, pues además de ser muy poca la población y de no hablar su lengua materna, no vivían ya en sus comunidades de origen por lo que, desde la historia y la antropología, fueron declarados como un pueblo prácticamente inexistente en las primeras décadas del siglo XX.

Empero, más allá de exponer algunos elementos de la antigua “nación” cochimí –que era como los misioneros se referían a esta unidad cultural y lingüística– y ciertos hechos trascendentes de su historicidad, con base en investigaciones recientes cuestiona la extinción de este grupo y da cuenta de su cultura actual, así como del proceso de reivindicación identitaria que en los últimos diez años han venido encabezando los y las descendientes cochimí organizados en la asociación Milapá.[1] Esta asociación se conformó en el 2008 por alrededor de 85 personas quienes compartían el objetivo de obtener apoyo para la recuperación de su lengua y su cultura, pero también de los derechos agrarios de los que injustamente fueron despojadas algunas familias (particularmente de la comunidad de Santa Gertrudis) a raíz de la conformación de los ejidos en esta región, situación que fue el detonante para su organización y la emergencia de su identidad por tantos años silenciada.

En este sentido, y yendo más allá de categorías consanguíneas, fenotípicas y lingüísticas, Garduño resalta los elementos que configuran la “identidad colectiva y combativa” (2019, p. 49) de este pequeño pueblo como su relación afectiva con el territorio; la convicción de que son herederos y guardianes del patrimonio cultural de la región, como las misiones y las pinturas rupestres; y el conocimiento tradicional que han resguardado a través de los años en prácticas como la cacería, la recolección, la herbolaria y la habilidad de huellear, es decir, de identificar las huellas de animales o personas que andan por su territorio. Asimismo, da cuenta de algunos saberes y prácticas adoptadas del sistema misional como las fiestas patronales, la religión católica, la producción de vino artesanal y otras aprendidas en su interacción con la cultura vaquera y ganadera de la región, elementos también importantes de su cultura e identidad contemporánea.

De este modo, además de mostrar los componentes actuales de la etnicidad cochimí y la importancia del territorio y el patrimonio cultural en su identidad, comparte algunos elementos para la reflexión y pone a debate un par de temas por igual polémicos como interesantes o lo que él considera dos “enigmas” aún indescifrables. Por una parte, se refiere a la ambigüedad que ha existido y se ha reproducido por lo menos desde 1980 acerca de que las comunidades de La Huerta y San Antonio Nécua, al norte de Ensenada, son cochimí, aunque su filiación lingüística es el kumiay, como bien han confirmado estudios e investigaciones sociolingüísticas. Al respecto, y siguiendo al antropólogo Jesús Ochoa Zazueta, Everardo Garduño brinda algunas pistas para entender esta confusión nominal e infiere que los kumiay de estas comunidades heredaron de los misioneros esta adscripción, es decir, que tiene que ver con una confusión histórica heredada de la Colonia ya que los españoles nombraron como “gente del norte” a los grupos cochimí y de esta manera llamaron también de forma genérica a las colectividades que las órdenes franciscanas y dominicas se encontraron a su arribo al norte de la península, es decir, los pueblos kumiay, paipai, kiliwa y cucapá. De este modo, concuerda con los estudios lingüísticos que dan cuenta de la filiación kumiay de las personas de estas localidades del norte de la península.

Un segundo punto de gran relevancia que el autor pone sobre la mesa tiene que ver con la ascendencia indígena de las personas que en la actualidad se auto-adscriben como cochimí, una cuestión que ha generado diversas opiniones y posturas desde las más esencialistas que, con base en una supuesta pureza biológica y cultural, continúan negando su existencia y son escépticas de los reclamos de sus descendientes dado que ya no hablan la lengua y su fenotipo no “parece” indígena –según los estereotipos creados por el Estado-nación–, hasta otras más analíticas, desde mi punto de vista, como la de Garduño que conciben a las culturas y a los pueblos en constante dinamismo y tratan de entender los elementos que giran en torno a los fenómenos socioculturales para, entonces, dar cuenta de la complejidad de una situación o hecho concreto, antes de negar o descalificar algo en lo que no se ha profundizado. No obstante, la diversidad de opiniones, es un hecho que a través de su emergencia en el ámbito indígena las y los descendientes de este pueblo lograron, como bien indica el autor de esta monografía: “1) subvertir la imagen estereotipada del indio, 2) redefinir los elementos que deben ser considerados como centrales en su reconocimiento como indígenas y 3) combatir la tan difundida y aceptada idea de que son un grupo completamente extinto” (Garduño, 2019, p. 46).

En este sentido, el proceso del pueblo cochimí estudiado en esta monografía abre una veta para el debate y la reflexión acerca de los fenómenos de etnogénesis, entendidos como “un proceso de unificación de segmentos de un mismo grupo que en algún momento de su historia fueron divididos o invisibilizados […] Esto como una forma de resistencia frente al colonizador” (Garduño, 2019, p. 9) los cuales, a su vez, nos permiten dar cuenta de que la invisibilidad de un grupo no es irreversible y que la identidad es mucho más que un conjunto de elementos materiales o innatos. De igual manera, los/as descendientes cochimí nos exhortan, aunque implícitamente, a redefinir teórica y metodológicamente las identidades étnicas, a repensar qué es ser indígena, cómo y quién lo determina, con base en qué, y a mirar desde otros lentes la indigeneidad de los pueblos bajacalifornianos –tan distintos y distantes al imaginario creado desde la centralidad del país– para, entonces, entender y dar cuenta de las singularidades de sus procesos, historicidades, respuestas y acciones.

Ello nos invita a replantearnos nuestros propios prejuicios y estereotipos sobre lo indígena y nos apela a comenzar a ver la diversidad desde distintos ángulos que nos permitan tener una mirada más amplia de las múltiples formas de ser, de asumirse y de vivir no sólo del pueblo cochimí sino de las diversas colectividades que cohabitan en nuestro país y en el mundo entero. Sin duda, este trabajo es un valioso aporte que brinda la pauta y los elementos para repensar las identidades étnicas por lo que además de las reflexiones que sobre la diversidad y la etnicidad puedan surgir, celebro que el Doctor Garduño haya incluido dentro de su serie monográfica a este pequeño pueblo del desierto central, pues brinda visibilidad a las demandas de sus descendientes por seguir siendo reconocidos y hace que su voz y su existencia –por tantos años invisibilizadas– sigan resonando, algo no menor para un grupo al que tanto le ha costado persistir y ser reconocido de nuevo.

 

Referencias

Garduño, E. (2019). Grupos Yumanos de Baja California. Los Cochimí [col. Monografías]. Mexicali, México: Universidad Autónoma de Baja California.

 

Blanca Alejandra Velasco Pegueros

Mexicana. Doctoranda en el Posgrado en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana. Etnóloga egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en Desarrollo Rural por la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco. Ha sido profesora en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y ha publicado artículos académicos y de divulgación sobre culturas campesinas y saberes locales, así como acerca de las identidades étnicas de los pueblos bajacalifornianos, de sus territorios y problemáticas, específicamente del pueblo cochimí del desierto central.



[1] En lengua cochimí se llamaba de esta manera al árbol Fouquieria columnaris, el cual abunda en el desierto central, pero, a su llegada, los españoles lo denominaron cirio. En realidad, es difícil precisar qué significa Milapá en lengua cochimí, sólo se sabe que de esa manera se referían a esta planta en particular.