Corrección de “La escritura terapéutica como recurso de resiliencia
emocional
en escenarios juveniles de vulnerabilidad social” [Culturales, 6, 2018, e368]
Corrigendum to “The therapeutic writing as a resource of emotional resilience
in youth settings of social vulnerability” [Culturales, 6, 2018, e368]
Aideé
C. Arellano Ceballos |
Graciela
Ceballos de la Mora |
Universidad
de Colima |
Universidad
de Colima |
Resumen: El artículo "La escritura terapéutica como recurso de
resiliencia emocional en escenarios juveniles de vulnerabilidad social”
publicado en Culturales [6, 2018,
e368] presenta omisiones y errores de forma, sobre todo en lo que respecta a la
citación correcta de las fuentes utilizadas. La corrección atiende el uso no
referenciado ni citado en parte del artículo original (desde la página 6 a la
página 10). Esta versión ha sido revisada y aprobada por el Comité Editorial de
Culturales y por las autoras.
Palabras claves: corrección; Culturales,
6, 2018, e368
Abstract: This paper " The therapeutic writing as a resource of emotional resilience
in youth settings of social vulnerability" published in Culturales [6, 2018, e368] presents
omissions and errors of form, especially with regard to the correct citation of
the sources used. The corrigendum addresses the use not referenced or cited in
part of the original paper (pages 6 to 10). This version has been reviewed and
approved by the Culturales Editorial
Committee and by the authors.
Keywords: corrigendum; Culturales,
6, 2018, e368
Resumen: El objetivo del presente trabajo es analizar la herramienta
de la escritura terapéutica como recurso de resiliencia emocional para jóvenes
en condiciones vulnerables e instituirla como propuesta en otros contextos
similares. El análisis parte de un estudio de caso: un taller en una clínica de
tratamiento de adicciones en el estado de Colima. De manera inicial se abordan
cuestiones teórico-conceptuales de la escritura terapéutica, la resiliencia
emocional, la vulnerabilidad social y los jóvenes. En un segundo momento se
explica la estrategia metodológica y se da cuenta de algunas repercusiones del
taller. Los resultados ponen en evidencia que la escritura podría incidir de
manera positiva en el proceso de recuperación emocional de estos jóvenes.
Palabras claves: Escritura
terapéutica, vulnerabilidad social, resiliencia emocional, jóvenes.
Abstract: The objective of
the present work is to analyze the therapeutic writing tool as a resource of
emotional resilience for young people in vulnerable conditions, and to
institute it as a proposal in other similar contexts. The analysis is based on
a case study: a workshop in an addiction treatment clinic in the state of
Colima. Initially theoretical-conceptual issues of therapeutic writing,
emotional resilience, social vulnerability and young people are addressed. In a
second moment the methodological strategy is explained, and some impacts of the
workshop are reported. The results show that writing could have a positive
impact on the emotional recovery process of these young people.
Keywords: Therapeutic writing, social vulnerability, emotional
resilience, youth.
Traducción:
Aideé
Arellano y Graciela Ceballos, Universidad
de Colima
Cómo citar:
Arellano,
A. y Ceballos, G. (2018). Corrección
de “La escritura terapéutica como recurso de resiliencia emocional en
escenarios juveniles de vulnerabilidad social”. Culturales, 8, e368. https://doi.org/10.22234/recu.20200801.e368
Recibido: 01 de febrero de 2018 / Aprobado: 02 de agosto de 2018 / Publicado: 20 de diciembre de 2018 / Corregido: 19 de noviembre de 2019 |
Escribir es una
forma de terapia. A veces me pregunto
cómo se las arreglan los que no escriben,
los que no componen
música o pintan,
para escapar de la
locura, de la melancolía,
del terror y pánico inherente a la condición
humana.
Graham Greene
Introducción
En los
últimos 20 años los estudios sobre juventud evidencian que este grupo social es
uno de los más vulnerables, pues están insertos en distintas problemáticas como
elevadas tasas de migración, ausencia de oportunidades de empleo bien
remunerado, baja calidad educativa, niveles de escolaridad inferiores,
inexistencia de espacios de recreación, influencia inadecuada de medios masivos
de comunicación, incremento de adicciones, aumento de enfermedades de
transmisión sexual y un alto número de embarazos a temprana edad (Donas, 2001;
Fernández y Ávila, 1999; Lemos, 1996; Reguillo, 2010; Stern, 2004);
problemáticas sociales que los exponen a diferentes situaciones de riesgo.
Por otra parte, en la realidad mexicana se vive un momento
histórico: actualmente, el grupo etario entre 12 y 29 años representa la
tercera parte de la población total del país (Encuesta Nacional de Juventud,
2010). México es un país joven, en virtud de que la mitad de la población tiene
menos de 25 años. En este sentido es necesario tener en cuenta que los jóvenes
desempeñan un papel importante en el desarrollo social y económico de un país,
por tanto, si la sociedad brinda orientación apropiada, además de oportunidades
de desarrollo en áreas claves como educación, salud, empleo y recreación, los
jóvenes podrán transitar a la edad adulta y contribuir significativamente en
el desarrollo de sus contextos sociales.
En este tenor, la educación, la salud, el empleo y la recreación
son los principales activos para que los jóvenes alcancen su desarrollo
profesional y humano, por lo que se requiere que los investigadores sociales presten
atención a los escenarios en los que se encuentran los jóvenes, que conozcan las
condiciones de riesgo y vulnerabilidad a las que se enfrentan en su vida
cotidiana y analicen qué hacen frente una situación de crisis, cómo se
sobreponen, cómo salen adelante (a esto es a lo que llamamos resiliencia). Si
no se presta atención a los activos que colocan a la juventud en la línea principal
de arranque para su desarrollo, se les condenará no sólo a la exclusión, sino
probablemente al estancamiento estatal y nacional.
El presente trabajo expone una propuesta de escritura terapéutica
como recurso de resiliencia emocional en
ambientes de vulnerabilidad social para jóvenes y
adolescentes. La propuesta se desprende de un taller llevado a cabo en una
clínica de tratamiento de adicciones en el estado de Colima, México,[1] donde se
evidenció que la escritura puede incidir de manera positiva en el proceso de
recuperación y en la vida de estos jóvenes.
Las
condiciones de vulnerabilidad social que viven no sólo se manifiestan en su
adicción al consumo de drogas y/o alcohol, la precariedad de ellos y sus
familias, la falta de oportunidades para estudiar y desarrollarse, y en los
ambientes donde comúnmente impera la violencia y la inseguridad, sino que
además los espacios en los que se les recibe suelen no ser óptimos para cubrir
todas las necesidades de su tratamiento y rehabilitación. Si bien estos centros
hacen una labor muy loable y buscan, de la mejor manera posible, atender a los
jóvenes, están insertos también en escenarios de vulnerabilidad como grupo, por
la falta de recursos, personal y apoyo para hacer frente a esta compleja
problemática social.
Los
chicos provienen, en su mayoría, de familias disfuncionales en situaciones de
pobreza. Algunos abandonaron sus estudios en nivel básico o media superior y
otros no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela. Del estudio de caso que se
analiza en esta investigación, uno era analfabeta; otros eran papás a temprana
edad.
El objetivo consiste en analizar la herramienta de la escritura
terapéutica como recurso de resiliencia
emocional para jóvenes en condiciones vulnerables, e
instituirla como propuesta en otros contextos similares. Para responder a dicho
fin se da cuenta de los referentes teórico-conceptuales de la escritura
terapéutica, la resiliencia emocional, la vulnerabilidad social y los jóvenes; además se aborda la estrategia metodológica, algunos de
los principales hallazgos y una propuesta como parte de las reflexiones
finales.
Referentes teórico-conceptuales
La escritura terapéutica
Probablemente
todos han escuchado, o sido partícipes, de las bondades de la escritura como
medio de catarsis o ejercicio psicológico que
permite, entre otras cosas, el desahogo y la interiorización. Con diferentes términos se hace referencia a un tipo especial
de escritura: la terapéutica; también llamada: expresiva y reflexiva
(Fernández, 2013), literaterapia (De Lánz, 2012), terapia narrativa y
colaborativa (Reyes-Iraola, 2014).
La escritura expresiva es, en palabras de Fernández (2013), “una
herramienta de diálogo y transformación” (p. 28). La autora comenta que, en su
esfuerzo de conectar la escritura con la psicología, encuentra en la escritura
“el espacio de reflexión que logra sostener, activar y aliviar” (p. 28).
Explica Adorna (2013) que luego del proceso hace posible liberar el dolor y
tener la sensación de paz y calma.
Muchos son los beneficios y bondades
de esta escritura, según Escartín (2014), permite “encontrarse en las propias
palabras y repasar lo dicho, ayuda a hacer descubrimientos (…). Para
comprendernos nos hace falta tanto la proximidad como la distancia y eso lo
aporta la escritura” (p. 596). Es decir, brinda la oportunidad de ayudarnos a
reencontrar quiénes somos.
Asimismo, escribir puede llegar a convertirse en un
“un refugio para huir de la angustia” (Escartín, 2014, p. 593). Reyes-Iraola
(2014) explica que este recurso permite que cuando uno mismo escribe su
historia y sus experiencias de vida, los sucesos tomen un tiempo y un sentido;
esto es, “genera una percepción del cambio, una representación de significados
y promueve la autoeficacia al producir diferentes relatos de los eventos y la
experiencia” (p. 503). Además, de acuerdo a Adorna (2013), “parece no solo ser
útil a nivel psíquico, sino también físico” (p. 24), pues puede incidir
positivamente en nuestro estado de ánimo, bajar los niveles de estrés, calmar
la ansiedad y dotarnos de otros beneficios.
La escritura permite y posibilita la reflexión, el
orden y sentido a las experiencias, el encuentro con uno mismo, la posibilidad
de conocer y nombrar los sentimientos y emociones, y la resignificación de los
sucesos (Adorna, 2013; De
Lánz, 2012; Reyes-Iraola, 2014). Y, en este sentido, abre paso a la resiliencia
emocional de quienes la practican.
La resiliencia emocional
El concepto de
resiliencia comienza a utilizarse a inicios de los ochentas (los ochenta) como
una manera de hacer frente o contrarrestar a la vulnerabilidad. A 30 años de su
aparición aún no hay un consenso respecto a su definición, pues son muchos los
autores que lo incorporan en múltiples trabajos y desde diferentes
perspectivas.
De
manera inicial, el término proviene de la física y alude a la capacidad que
tiene un objeto de, después de habérsele ejercido cierta presión, volver a su
forma o estado original. Por tanto, en lo social, se habla de “la capacidad de
algunos sujetos para adaptarse exitosamente a pesar de los desafíos de
circunstancias amenazantes (…); de afrontar las contingencias y salir
fortalecido” (Omar; Paris; Uribe; Da Silva y Aguiar,
2011, p. 270).
Rutter (1993) menciona a la
resiliencia como “un fenómeno que manifiestan –particularmente– los sujetos
jóvenes que evolucionan de manera favorable, aunque hayan experimentado una
forma de estrés que implica un riesgo de consecuencias desfavorables” (citado
en González; Valdez y Zavala, 2008, p. 43). Para Vanistendael
(1996), por su parte, “la resiliencia es la capacidad de tener éxito –de modo
aceptable para la sociedad– a pesar de sufrir una adversidad” (citado en
González; Valdez y Zavala, 2008, p. 43). También hay quienes “la definen como un
constructo dinámico que incluye una amplia clase de fenómenos en las
adaptaciones exitosas en el contexto de amenazas significativas para el
desarrollo” (Villalva, 2003 citado en González; Valdez y Zavala, 2008, p. 43);
o bien, como “la capacidad de lidiar con una amenaza
no anticipada, la habilidad de recomponerse” (Pelling, 2003, p. 105).
Desde
la perspectiva de Aguirre (2004), la resiliencia
implica la capacidad de reaccionar apropiadamente en un momento de crisis que
no ha sido anticipado. “Es sinónimo de capacidad de adaptación y de reacción,
de poder enfrentarse positivamente y sin excesiva demora o dificultades, a las
demandas y los efectos no anticipados de desastres y crisis de todos tipos” (p.
489). “Desde un enfoque biopsicosociocultural ser resiliente permite al
individuo alcanzar el equilibrio y encontrar un estado de tranquilidad”
(González; Arratia y Valdez-Medina, 2005 citados en González; Valdez y Zavala,
2008, p. 43). Para González-Arratia (2007),
Con una visión más amplia, se ha
entendido a la resiliencia como el resultado de la combinación o interacción
entre los atributos del individuo (internos) y su ambiente familiar, social y
cultural (externos) que posibilitan superar el riesgo y la adversidad de forma
constructiva (citado en González; Valdez y Zavala, 2008, p. 43).
Como
se puede observar, a pesar de las diferencias en su definición, se coincide en
ver a la resiliencia como un proceso (González, Valdez-Medina y Zavala, 2008). En
este trabajo, se entiende a la resiliencia emocional como “la capacidad de los individuos, familias, comunidades
frente a situaciones traumáticas: no sólo las enfrentan, sino que pueden salir
(emocionalmente) fortalecidos de ellas” (Bruder, 2007, p. 12). Es decir, ante las dificultades o crisis emocionales que un joven tiene, éste va fortaleciéndose a nivel
emocional y evoluciona favorablemente ante estrategia(s) implementada(s) –en
este caso la escritura terapéutica–.
La vulnerabilidad social
El
término vulnerable tiene sus orígenes en el siglo XVII, de acuerdo al
diccionario de Oxford, y significa estar expuesto a la posibilidad de ser
atacado o dañado, ya sea física o emocionalmente. A la fecha el término
vulnerabilidad no cuenta con una definición teórico-conceptual universal,
porque es utilizado en diferentes enfoques, tanto en las ciencias sociales como
en las ciencias naturales, siendo los estudios sobre desastres con enfoque
social y las investigaciones sobre población, las que lo han definido y estudiado
con mayor extensión (Serratos, 2016). Para Stern (2004), la vulnerabilidad
social “es un concepto complejo, pues comprende la interacción de condiciones y
situaciones tanto estructurales como coyunturales, así como varias dimensiones:
la económica, la social y la cultural, y se manifiesta en diferentes niveles:
objetivo y subjetivo” (p. 131).
De acuerdo a Serratos (2016, p. 45) y basada en el trabajo de
Moser y Macllwaine (1997) sobre vulnerabilidad social, la pobreza se debe
analizar como un proceso que incluye la identificación de la amenaza de que se
trate, la “resiliencia” en las oportunidades de explotación y en resistir o
recuperarse de los efectos negativos de los cambios del entorno. Además en
Moser y Macllwaine (citadas en Serratos, 2016, p. 45), sugieren una definición
operativa de los elementos de ésta:
-
La
vulnerabilidad es un concepto dinámico referente a la inseguridad en el
bienestar de los individuos, hogares o comunidades frente a los cambios en el
medio ambiente.
-
Los
cambios ambientales que amenazan el bienestar pueden ser ecológicos,
económicos, sociales, o de carácter político, y toman la forma de crisis
repentinas, las tendencias a largo plazo o las variaciones estacionales
cíclicas. Estos cambios pueden producir un mayor riesgo, inseguridad,
incertidumbre y la disminución de la autoestima.
-
El
análisis de la vulnerabilidad tiene que ver no sólo con la identificación de la
amenaza de que se trate, sino también en la resiliencia para aprovechar las oportunidades
y la resistencia o recuperación de los efectos negativos de los cambios
ambientales.
-
Los
medios de la resistencia son los activos que los individuos, hogares o
comunidades pueden movilizar para hacer frente a la adversidad.
Puede verse que existen distintos modelos o acercamientos teóricos
para el estudio de la vulnerabilidad social. Algunos de estos resaltan la
importancia del desarrollo como un detonador en la creación de la
vulnerabilidad (Cuevas; Arellano y Serratos, 2016). Lewis (1999) afirma que el
desarrollo es un proceso que con frecuencia aumenta el riesgo y que agrava la
vulnerabilidad. Además, como sostiene Beck (1998), a mayor desarrollo más
vulnerabilidad.
Otro de los modelos que se abordan para entender la vulnerabilidad
social, es el modelo de presión y liberación (Wisner; Blaikie; Cannon y Davis, 2004),
en el cual se pretende entender cómo evoluciona o cómo se construye la
vulnerabilidad social a través del tiempo. Al respecto Cuevas; Arellano y
Serratos (2016), mencionan que:
(…) el modelo de
presión y liberación es desarrollado con mayor precisión en el llamado modelo
de acceso (Wisner et al., 2004). Aquí
se pretende explicar por qué los grupos marginados y las personas con mayores
desventajas en la sociedad sufren más cuando confrontan amenazas. Con esta
propuesta se entiende mejor el establecimiento, la trayectoria y la
variabilidad de la vulnerabilidad entre individuos y hogares; su análisis se
centra a nivel micro y examina la capacidad de agencia que tienen esos grupos
marginados o las personas para asegurar los medios de subsistencia (p. 49).
Para Serratos (2016), basada en Kaztman (2000, p. 281), la
vulnerabilidad social es:
(…) la incapacidad de
una persona o de un hogar para aprovechar las oportunidades, disponibles en
distintos ámbitos socioeconómicos, para mejorar su situación de bienestar o
impedir su deterioro. Sin embargo, como se expuso en páginas anteriores, las
personas no son incapaces, sino que se ven limitados por condiciones culturales
o educativas para proceder adecuadamente (p. 53).
Para fines de este trabajo, se va a entender vulnerabilidad social
como “las características de una persona o grupo y su situación que influyen en
su capacidad de anticipar, lidiar, resistir y recuperarse del impacto de una
amenaza” (Wisner et al., 2004, p. 11).
Es decir, hablamos de “la combinación
de factores sociales, materiales, culturales, económicos y educativos que
permiten o no que una persona, a partir de sus activos tangibles e intangibles,
logre un empoderamiento con sus estructuras de oportunidades” (Serratos, 2016,
p. 54).
En este caso, la vulnerabilidad social está presente en el grupo
de jóvenes del centro de adicciones, pues son chicos alcohólicos y drogadictos[2] que han
sido llevados a la clínica para recuperarse con la ayuda de expertos e
incorporarse posteriormente a sus contextos sociales. Es decir, estos jóvenes son
canalizados y llevados a este centro, en el que se busca ayudarlos a “aprender”
a vivir sin las adicciones y les ofrecen, como parte de su tratamiento,
talleres y apoyos de diversos tipos. Es importante tomar en cuenta que, algunos
de ellos no cuentan con un hogar o una familia que los respalde; otros más no
saben leer ni escribir, o tienen ciertos problemas de comunicación; algunos
también provienen de hogares donde se vive la violencia familiar, la pobreza u
otro tipo de carencias.
Los jóvenes
Los
jóvenes, de acuerdo a Arellano (2015),
(…) como categoría de estudio,
tienen una historia reciente; sólo hasta hace cincuenta años la idea de joven
se empezó a determinar por sí misma; el periodo juvenil se definía por su
referente adulto, o por su estado transitorio, que únicamente entendía la
condición juvenil como un paso entre la edad infantil y la condición adulta;
por lo tanto, no se le concedía un estatus propio (p. 196).
Para Wyn y White (1997), Pérez (2000 y 2002), Reguillo (2000 y
2010), Urteaga (2011), entre otros, lo joven –como sujeto empírico y como
objeto de investigación desde sus orígenes– ha sido de difícil definición. Hoy
en día, algunos estudiosos de la juventud como Medina (2000), Bucholtz (2002),
Pérez (2002), Marcial (2006), Valenzuela (2009), Reguillo (2010), Urteaga (2011),
le están apostando a construir un nuevo paradigma para la comprensión de lo
juvenil, basados en la idea de Feixa (1998) respecto de que la juventud puede
ser definida socioculturalmente.
La juventud para Freixa
(1998), aparece como una “construcción cultural” relativa en el tiempo y en el
espacio. Para que exista deben darse, por una parte, una serie de condiciones
sociales: como normas, comportamientos e instituciones que distinguen a los
jóvenes de otros grupos de edad y, por otra, una serie de imágenes culturales:
valores, atributos y ritos específicamente asociados a los jóvenes. Tanto unas
como otras dependen de la estructura social en su conjunto, es decir, de las
formas de subsistencia, las instituciones públicas y las cosmovisiones
ideológicas que predominan en cada tipo de sociedad (Feixa, 1998 citado en
Arellano, 2015, p. 196).
Para definir a la juventud no se considera ni la edad ni la
trayectoria, sino la identidad; entendida ésta como agenciable, flexible y
siempre cambiante, pero no más para la juventud de lo que es para el resto de
las personas de cualquier edad. Los estudios de juventud, desde esta
perspectiva, “enfatizan el aquí y el ahora de las experiencias de la gente
joven; esto es, en las prácticas sociales y culturales a través de las cuales
los jóvenes moldean su mundo” (Urteaga, 2011, p. 149). Bajo esta premisa y de
acuerdo a Urteaga (2011), se enumeran dos consideraciones para la construcción
de un nuevo paradigma en la comprensión teórica de la juventud (p. 150):
1) Una definición de
juventud contrapuesta a la definición esencialista del paradigma adolescente,
que la propone como una construcción sociocultural que cambia de forma y de
contenido a través del tiempo y el espacio.
2) Metodológicamente,
esta definición permite acercarse y concentrarse en un actor juvenil altamente
complejo y diverso en sus prácticas y percepciones sobre la vida.
Desde la propuesta antes descrita, se sugiere construir un
concepto de juventud a partir de formaciones discursivas generadas en cada
cultura, en diferentes momentos históricos. En este sentido, conocer a los
jóvenes, en sus propios términos, implica que lo hagamos desde las prácticas y
las visiones que los actores jóvenes en interacción social con adultos, niños y
otros jóvenes construyen sobre sí mismos y su entorno, sobre sus distinciones y
pertenencias identitarias, sin perder de vista los aspectos e intereses más
relevantes y particulares de sus vidas, “aquellos que ellos mismos ponen por
delante” (Urteaga, 2011, p. 154).
Para este trabajo se comprenderá y definirá a los jóvenes desde
los espacios sociales en los que se desenvuelven –en el centro de tratamiento
de adicciones–, desde lo que ellos mismos ponen por delante, desde sus
discursos respecto a su entorno y a las interacciones con los demás.
Estrategia metodológica
Para efectos de
esta investigación se da cuenta del taller como el estudio de caso que permitió:
analizar las problemáticas de vulnerabilidad en las que están insertos estos
jóvenes y valorar esta propuesta como un recurso de resiliencia emocional. Por
esta razón la descripción tiene un peso importante.
El taller “la escritura también cura” se impartió, en su fase
inicial, de junio a septiembre de 2015
a adolescentes y jóvenes en un centro de rehabilitación de adicciones en el
estado de Colima. El objetivo general fue incluir la escritura terapéutica como
herramienta de resiliencia emocional en el proceso de recuperación de los jóvenes
del centro.
Entre
los objetivos específicos destacaban los siguientes: 1) facilitar la expresión
de emociones y sentimientos por parte de los receptores del taller, 2)
favorecer el autoconocimiento y el manejo de problemas, 3) estimular el
afrontamiento de situaciones difíciles por medio de la escritura, 4) ayudar en
la búsqueda de un mayor sentido de la vida y los propósitos personales, 5)
crear consciencia en los jóvenes de la utilización de otros recursos para
sentirse mejor, 6) generar material que pueda ser analizado por los psicólogos
del centro y contribuya en el diagnóstico y tratamiento de los jóvenes, 7)
incentivar en los jóvenes el uso de la escritura como medio para liberar
emociones y sentirse mejor, y 8) combinar con otras
formas literarias y artísticas: la música, el cine, las fotografías, el teatro.
La finalidad, por tanto, era que los jóvenes y adolescentes
aprendieran a emplear la escritura como recurso terapéutico, dotándolos así de
una herramienta que les permitiera liberar sentimientos reprimidos, aportar en
su autoconocimiento, gestionar emociones y mejorar su comunicación
intrapersonal (con uno mismo), por medio de ejercicios prácticos y reflexiones
en torno a la escritura y, en algunos casos, la lectura.
Las
sesiones eran una vez por semana, tuvieron una duración aproximada de entre una
hora y hora y media, en las que se realizaban de uno a dos ejercicios prácticos
de escritura terapéutica. El hecho de llevarlo a cabo con periodicidad semanal
permitía que el joven no viera la escritura como un proceso asociado a lo
académico y formativo, sino como una actividad más de entre sus actividades
programadas en el centro, tales como carpintería, deportes, cocina, entre
otras. En total fueron nueve sesiones como parte de la fase inicial del taller.
De preferencia se procuraba un sitio tranquilo, sin
mucho ruido ni distractores. Se podían hacer combinaciones diversas o permitir
que ellos trabajaran de la forma en que se sintieran más cómodos: sentados, en
una silla o en el suelo, acostados, cerca de más compañeros, o un poco alejados
del resto.
También resultó importante, como sugiere Carla Ramírez (s/f),
autora del libro Use el lápiz y sea feliz,
que se motivara la combinación de elementos y recursos al escribir, por
ejemplo: la música, el incienso, los chocolates, la lluvia, entre otros. En
cuanto a los ejercicios de escritura, fueron adaptados de libros de escritura
terapéutica (Adorna, 2013; De Lánz, 2012; Ramírez, s. f.) y de experiencias
personales de la instructora.
Fue importante que no se obligara a los jóvenes
a compartir en público lo que escribían o a que alguien más leyera sus textos.
Al final de los ejercicios se preguntaba si alguien deseaba compartir lo que
escribió o contar cómo se sintieron, pero no se presionaba a nadie a que lo
hiciera, pues pese a ser trabajado como una terapia grupal, el ejercicio y la
interiorización eran individuales y, por tanto, confidenciales.
Cabe resaltar que también se hacía
énfasis en que no importa tanto el cómo se escriba; es decir, la ortografía y
la redacción pasan aquí a un segundo plano, para dar pie al contenido, no a la
forma (Adorna, 2013). Los ejercicios que se seleccionaban eran más bien
sencillos y cortos. Desde un principio se observó que la mayoría de ellos no
están acostumbrados a escribir con frecuencia; les resulta aburrido, o como
dijeron algunos en la primera sesión: “no saben sobre qué escribir”. Por estas
razones, y por lo cansado que puede ser para ellos, se buscaba iniciarlos en la
escritura con actividades fáciles y que no requirieran mucho tiempo.
Lo ideal era ir aumentando la intensidad de los ejercicios conforme pasaran
las semanas y que se familiarizan con el acto de escribir. Aun así, varios de
ellos hacían comentarios de que les gustaba el taller y estaban atentos a lo
que se realizaba en cada sesión. Al final, generalmente, pedían que cantaran
una canción o pudieran ver videos de música. También, conforme se desarrolló en
ellos la confianza, contaban cómo estuvo su día, qué hicieron y qué les gusta y
qué no les gusta de estar en el centro de rehabilitación.
Los materiales utilizados eran lápices y plumas, cuaderno u hojas,
cuaderno de bitácora para la tallerista, y recursos adicionales como grabadora,
libros, incienso u otros.
Es
importante mencionar que la sistematización de experiencias se llevó a cabo a
través de una matriz de registro y las observaciones por sesión se registraron
en un diario de campo.
La presente estrategia metodológica
permite además ser conscientes de los alcances del estudio. Se considera que el
número de sesiones y el tiempo invertido en cada una al momento de interactuar,
conversar y desarrollar los ejercicios, permitió observar cambios en el nivel
emotivo. Cabe señalar que la tallerista no cuenta con un perfil de psicóloga
clínica o áreas afines, sino que es comunicóloga. Aunque, como el centro sí
contaba con un psicólogo en turno, se le entregaban los ejercicios al finalizar
la sesión para que pudieran ser material de análisis como parte de los
expedientes de cada joven, esto se consideró también como un alcance.
Es necesario destacar que este análisis
no se aborda desde la psicología clínica, porque no se está inmerso en dicha
disciplina académica, lo que se hace es interpretar actitudes, comportamientos
y emociones de estos jóvenes y adolescentes desde una perspectiva
sociocultural. Desde una mirada fenomenológica y un ejercicio etnográfico se
tuvo la oportunidad de convivir y observar de manera directa los escenarios,
actitudes e interacciones entre los participantes. Como parte de la metodología
de trabajo para los talleres, la planeación consideraba un registro puntual de
cada sesión, para ir haciendo los ajustes pertinentes en el abordaje de cada
tema.
Resultados
Para comprender
cómo la escritura terapéutica es un recurso de resiliencia emocional para
jóvenes en situaciones de vulnerabilidad social los hallazgos se han organizado
en ocho dimensiones: 1) Características de los jóvenes estudiados, 2) emociones
y sentimientos expresados, 3) el autoconocimiento y el manejo de problemas, 4) estímulo
para el afrontamiento de situaciones difíciles por medio de la escritura, 5) ayuda
en la búsqueda de un mayor sentido de la vida y los propósitos personales, 6) uso
de otros recursos para sentirse mejor, 7) material que pueda ser analizado por
los psicólogos del centro, y contribuya en el diagnóstico y tratamiento de los
jóvenes y 8) uso de la escritura como medio para liberar emociones y sentirse
mejor.
1) Características de los jóvenes
estudiados
Los
adolescentes y jóvenes del centro de rehabilitación que asistieron al taller
eran, en su mayoría, menores de edad, casi todos de entre 13 y 17 años, todos
del sexo masculino. Algunos de ellos habían dejado la preparatoria, otros más
estudiaron hasta secundaria o primaria, y uno no sabía leer ni escribir. Tenían
diferente tiempo en el centro, desde semanas o meses, hasta años, y algunos
salieron o entraron a la clínica mientras el taller estaba en curso (es decir,
dejaron el taller o se incorporaron después de haberse iniciado). No todos eran
de Colima, algunos habían nacido en otros estados de la República y por alguna
razón habían llegado hasta allí. Unos tenían a ambos padres, otros más contaban
que sólo tenían a su mamá o a su abuela, o algún hermano o hermana; algunos
hablaban de su novia, que estaba afuera y que, a veces (el día de visitas), iba
a verlos; uno de ellos era papá, otros tenían hermanos pequeños.
A las sesiones generalmente asistían de 8 a 10 jóvenes. Todos
participaban. El joven que no sabía leer ni escribir se acercaba a la
instructora para pedirle que le escribiera y él le dictaba, aún con pocas
palabras, lo que quería escribir. Le costaba, quizá más que al resto, articular
una frase, pero se esforzaba por hacerlo e incluso decía: yo quiero aprender a leer. Algunos de ellos se burlaban de él, o de
otros compañeros cuando leían sus textos; se les explicaba por qué no debíamos
burlarnos y se buscaba la manera de generar un ambiente de respeto y de escucha
al otro. En la medida posible se logró conforme avanzaron las sesiones.
2) Emociones y sentimientos expresados
Desde
la primera sesión hubo movilización de emociones. Luego de presentarse la
instructora, de contar en qué consistiría el taller y de preguntar a los
jóvenes si les gustaba o no escribir y por qué, les leyó un cuento escrito por
ella, que causó su asombro, porque era la historia de la muerte de su hermano
menor, y ella lo contaba desde afuera, como si pudiera poner nombres a los
personajes y nombrar también todos sus sentimientos en torno al trágico suceso:
maestra, ¿de verdad es usted la de la
historia?, ¿por qué se quiso llamar Sofía?; ¿cómo le hizo para escribirlo?;
¿usted es escritora?; ¿su hermanito se murió?. Eso les impactó mucho y se
preguntaron si ellos también podrían hacer cuentos de sus propias historias.
Los ejercicios fueron haciendo lo suyo y, aunque al principio les
costaba trabajo escribir, muchos de ellos levantaban la mano o se ponían de pie
para leer lo que habían escrito, otros pedían a la tallerista o a alguno de sus
compañeros que lo leyera. En los textos se percibían emociones y sentimientos
diversos, tales como miedo, tristeza, alegría, amor, arrepentimiento, coraje,
impotencia, entre otros. Algunos eran nombrados y otros se intuían: Me arrepiento por haber entrado a las
drogas, mamá; muchas gracias a mi
abuela porque me sacó adelante y por cuidarme. Te amo.
Algunos ponían de manifiesto fuertes cuestiones de vida, eran
cartas donde se percibían las problemáticas que formaban parte de las historias
de vida de estos jóvenes; aquí un ejemplo de un fragmento, redactado por uno de
los chicos a una amiga, que no había podido volver a ver desde antes de entrar
al centro:
Aquí en la clínica me pongo a pensar que estuvimos en situaciones
parecidas desde que mataste a tu mamá y a tu hermana, ojalá te hubiera podido
ver días antes… como quisiera que tan siquiera pudieras leer esta carta para
que supieras que te recuerdo.
También
aparecían deseos, anhelos de lograr su recuperación, generalmente asociados con
personas importantes de su vida, como mamá, abuela o alguien responsable de
ellos:
Querida mamá,
te quiero dar las gracias por todo lo que me has ayudado. A pesar de todo lo
mal que me porto cuando estoy contigo, y hoy que estoy encerrado, te prometo
que ahora sí voy a cumplir con mi tratamiento...
Luego de escribir,
se les preguntaba cómo se habían sentido con el ejercicio, si podían nombrar
qué emociones experimentaron mientras lo escribieron, si creían que se sentían
mejor o peor luego de haberlo escrito, entre otras.
3) El autoconocimiento y el manejo de problemas
Algunos
ejercicios tenían como objetivo incidir en su autoconocimiento. Unos consistían
en listas donde describían cómo se consideraban, lo que les gustaba o no, lo
que les hacía enojar. Las drogas solían ser un tema recurrente: Me gustan algunas drogas, me gusta mi físico;
soy hiperactivo, soy serio, soy travieso,
era adicto al “ais” y al dinero.
También se hablaba de lo que ellos
consideraban sus defectos o cualidades:
soy
desesperante, soy enojón, soy atractivo; soy tranquilo, me gusta motivarme, no
me gusta que me hagan enojar, porque me prendo; no me gusta robar; soy feo, me
gustan los caballos, la banda…; no me gusta que me hagan enojar, me gusta
pelear con mis compañeros.
Se
buscaba también que pudieran relacionar a un animal, una comida o algo en especial
con ellos mismos; los ejercicios mostraban partes de su personalidad de las que
quizá no eran del todo conscientes, algunos les causaban risa o decían que no
lo hubieran pensado antes:
…si yo fuera
un animal sería un águila, porque puede volar; si yo fuera una comida sería un
sándwich, por sencillo; si yo fuera un animal sería león, porque es malo; si yo
fuera un animal sería un águila, para poder echar un buen vistazo a todo.
4) Estímulo para el afrontamiento de
situaciones difíciles por medio de la escritura
Las
historias de vida salían en forma de recuerdos, emociones y palabras e
intentaban ser expresadas, a veces de manera corta y con mucho esfuerzo, en el
papel. En el salón, en ocasiones había lágrimas de más de uno, o risas, o
preguntas a la instructora, tales como: ¿maestra,
lo puede leer?, ya no sé qué más ponerle; o ¡no sé qué escribir!; o maestra,
¿cómo qué tenemos que poner?; incluso,
¿lo puedo escribir más tarde y se lo entrego la próxima vez que venga?
En este sentido, consideramos que la dificultad de
estos jóvenes para expresarse es parte también de su vulnerabilidad. El no
contar con herramientas discursivas y no saber cómo comunicarse con los demás
los sitúa en desventaja respecto a los jóvenes que sí las tienen. Hacer fluir
las palabras era complicado, pero los jóvenes se mostraban atentos y estaban
dispuestos a participar. Entre las situaciones de las que hablaban, era recurrente
el tema de su recuperación:
Estar en la clínica me ha hecho reflexionar bastante sobre lo que
puedo lograr en la vida dándole tiempo al tiempo, olvidando las prisas y
enfocándome en mi tratamiento; aunque me deprima estar encerrado sé que podré
salir adelante.
Con estos ejercicios, tal como lo comenta Bruder (2007) “al
escribir (…) las situaciones más dolorosas que los sujetos hayan vivido (…) logran [recuperar] la autonomía perdida y así volver a encontrar nuevos proyectos de vida”
(p. 10).
5) Ayuda
en la búsqueda de un mayor sentido de la vida y los propósitos personales
Otro
tema común eran sus planes al salir del centro, se ponían de manifiesto
intereses como la escuela o el trabajo, o hasta cuestiones de recreación y
propias de su edad, como ir al cine y divertirse:
tengo
planeado internarme a estudiar en un plantel militar para prevenir recaer y
seguir adelante; quiero salir y poder estar con mi familia y mis amigos, para
disfrutar de la vida y ser feliz, ir al cine y salir a los jardines y de viaje.
A
veces también era evidente el deseo de recuperación:
pido a Dios
que me saque de aquí porque los extraño (a mi familia) y también ojalá me de
fortaleza de no drogarme para estar con mi familia; quiero tratar de no
drogarme, tratar de portarme mejor, agarrar un trabajo, no meterme en
problemas…
6) Uso de otros recursos para sentirse mejor
La
lectura fue un recurso complementario, y parece que fue útil porque despertó en
ellos el interés por leer; algunos pedían un libro prestado o le preguntaban a
la instructora que si iba a leerles algo, o pedían ellos mismos leer en voz
alta. Se les leían cuentos o fragmentos de historias cortas y al final se les
preguntaba qué habían entendido, qué enseñanza podían rescatar de la historia,
o si les gustaba o no y por qué.
La música era otro recurso. Les
gustaba mucho escuchar banda y corridos, pero como era muy poco el acceso a
internet y muchos de ellos no tenían música en su celular o no tenían celular,
no podían escucharla. Cuando sintieron confianza con la tallerista comenzaron a
decirle que querían escuchar música, que les pusiera tal canción o que llevara
la letra para cantarla. Esto hizo que el taller fuera aún más atractivo para
ellos, porque podían hacer otras cosas además de sólo escribir.
A los encargados del centro se les propuso
también llevarlos a otro tipo de eventos artísticos y culturales, como el
teatro, el cine, un museo, entre otros. Era difícil la gestión, pero se
contemplaban más actividades.
7) Material que pueda ser analizado por los psicólogos
del centro, y contribuya en el diagnóstico y tratamiento de los jóvenes
Los
ejercicios generalmente se realizaban en hojas recicladas que proporcionaban
los encargados del centro. Al terminar la sesión, la tallerista se llevaba las
hojas, registraba en una matriz y a la semana siguiente los entregaba en
dirección para que ellos se los hicieran llegar a los psicólogos del centro,
quienes podían analizar el material y ver la manera de trabajar lo encontrado con
los jóvenes cuando iban a terapia.
8) Uso de la escritura como medio para liberar
emociones y sentirse mejor
La
escritura también es un proceso y como tal puede movilizar emociones que
parecían dormidas o despertar recuerdos y sentimientos que no se habían tocado
anteriormente; como todo, en el momento puede generar tristeza, enojo, dolor,
pero conforme se avanza en el acto de escribir y se permite el desahogo, también
posibilita paz, calma, tranquilidad, sensación de liberación o de
interiorización. Algunos de sus ejercicios, en su mayoría los que eran en
formato de cartas, deseaban ser entregados: a mamá, una abuela, la novia, o una
amiga, por ejemplo. Se permitió en los casos que así se quiso. Otros más no
deseaban ser oídos, ni guardados; inmediatamente se escribían se entregaban a
la instructora y se pedía que no se leyeran. En cualquiera de los casos la
escritura cumplía con su función.
Cuando se estimula a
una persona ante una hoja en blanco a volcar sus dolores más profundos y si esa
escritura es impulsada a dar una vuelta positiva, elaborativa, más allá de las
circunstancias vividas, ello le permitirá encontrar nuevamente un sentido a la
vida (Bruder, 2007, p. 11).
Reflexiones finales
La
escritura puede favorecer la resiliencia; la escritura como la resiliencia son
constructos dinámicos que están en movimiento. “Frente a hechos traumáticos los
estudios muestran cómo el sujeto que fue atravesado por el mismo requiere del
paso del tiempo para poder enfrentarse en forma escrita con dicho acontecer” (Bruder,
2007, p. 12). Pero sin duda, la escritura con fines terapéuticos es una
estrategia positiva en el tratamiento emocional de jóvenes en situaciones de
vulnerabilidad social.
No hay que olvidar que la recuperación por completo de un joven
dependerá de su fuerza interior y del ambiente en donde se desarrolle para
enfrentar la adversidad y resistir las situaciones que se presenten haciendo
uso de la resiliencia.
El
tratamiento en los centros de rehabilitación suele ser una labor ardua y compleja
para la que, generalmente, se tienen pocos recursos tanto materiales y
económicos, como humanos. Si ya de por sí la recuperación ante los procesos de
adicciones son complicadas, cómo será que los jóvenes y adolescentes sean
canalizados, llevados a otro sitio que no es su hogar (o sumemos que hay
algunos que no cuentan con un hogar ni con una familia que los respalde), con
desconocidos, y en el que deben “aprender” a vivir sin drogas. Aquí se reconoce
la labor de los profesionistas que en estos centros trabajan por hacer más
llevadero este proceso y por ir dando pasos hacia las mejorías de ellos y sus
familias.
Se
considera que, tal como se puso de manifiesto en este taller, con el caso de la
escritura, el deporte, las artes y las expresiones culturales pueden resultar
sumamente útiles en estos tratamientos. Aprender a emplear la escritura como
recurso terapéutico permite que una actividad sencilla y práctica, como lo es
la escritura, pueda dar múltiples beneficios a los jóvenes: liberar
sentimientos reprimidos, permitir el autoconocimiento, gestionar emociones y
mejorar la comunicación intrapersonal (con uno mismo), por mencionar algunos.
Por medio de ejercicios prácticos es posible que el joven aprenda a identificar
que la escritura le permite sentirse mejor y hacer consciencia de emociones y
sentimientos que no se manifiestan al hablar, es decir, dotarlos de un recurso
que incide positivamente en su resiliencia emocional.
Como lo señalan González; Valdez y Zavala (2008, p. 43), el joven “tiene
que construir conscientemente su propia resiliencia, potenciar las
posibilidades y recursos existentes para encaminar alternativas de resolución
de las diferentes situaciones y, sobre todo, lograr desarrollar factores
resilientes para superar las situaciones adversas en su devenir cotidiano”. Pero
en este sentido, y considerando los escenarios juveniles de vulnerabilidad
social, la escritura terapéutica puede convertirse en una herramienta útil para
la vida y la recuperación de estos jóvenes.
Se
sabe que los talleres de este tipo son también medidas a corto plazo que pueden
quedar en el plano de la idealización, pero se cree que, aun con lo complejo
que puede ser determinar el nivel de impacto que tienen dichas acciones,
contribuyen de manera positiva en la resiliencia emocional de estos
jóvenes.
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Aideé C. Arellano Ceballos
Mexicana. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad
de Colima, México. Profesora-Investigadora de la Facultad de Letras y
Comunicación de la Universidad de Colima. Líder del UCOL-CA-67 Sociedad, Cultura y Significación.
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 1 y Perfil Deseable
Preferente en el Programa para el Desarrollo del Personal Docente para el tipo
Superior. Áreas de investigación: estudios socioculturales de juventud, consumo
cultural, significados culturales, imaginario y representaciones sociales, uso
y apropiación de medios y tecnologías de información y comunicación. Últimas
publicaciones: Arellano, A. (2017). El imaginario social de éxito y fracaso en
jóvenes de Colima. En Cervantes, M., Correa, E. y Macías, H. (Coords.), La construcción de comunidades juveniles
desde la tecnología, la cultura y el desarrollo (pp. 115-129). México: Universidad de Guadalajara
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Sociales y Humanidades: aproximaciones hermenéuticas (pp. 197-214). México: Práxis. Correos
electrónicos: aidee_a@hotmail.com y aidee@ucol.mx
Graciela
Ceballos de la Mora
Mexicana. Candidata a Doctora en Ciencias Sociales por la
Universidad de Colima, México; Máster en Servicios Públicos y Políticas
Sociales, por la Universidad de Salamanca, España. Investigadora y correctora
de estilo en el Centro de Investigación de Estadística Multivariante Aplicada
(CIEMA) de la Universidad de Colima. Áreas de investigación: consumo cultural,
prácticas lectoras, estudios socioculturales de juventud, identidad y
representaciones sociales, apropiación de medios y tecnologías de información y
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Social: España. Ceballos, G. y Arellano, A. (2018). El consumo de la lectura en
jóvenes mexicanos: Una revisión a las principales encuestas. Interpretextos, 20, 129-144. Correos electrónicos:
gracielaceballos@hotmail.com y gceballos4@ucol.mx.