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Indigenous
Media and Political Imaginaries Gabriela
Zamorano Villarreal
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En años recientes se ha visto un notable crecimiento
de publicaciones académicas sobre el tema de medios
indígenas en América Latina;
crecimiento que corresponde, sin duda, a la expansión del
objeto de estudio, es
decir, de los proyectos comunicativos identificados como medios
indígenas,
comunitarios, ciudadanos, y/u otros nombres y formas de
identificación aún por
definir. Aunque el término “medios”
puede abarcar muchas cosas, desde
periódicos y otros impresos hasta proyectos
radiofónicos y musicales, tan solo
circunscribiéndonos al campo audiovisual,
específicamente cine y video, encontramos
mucho material para alimentar la conversación. Una pieza
clave de esta
bibliografía emergente es Indigenous
Media
and Political Imaginaries in Contemporary Bolivia de la
antropóloga
Gabriela Zamorano Villarreal, profesora-investigadora en El
Colegio de Michoacán. Publicado por la editorial de la
Universidad de Nebraska,
el libro cuenta la historia de un proyecto sumamente importante, y
también aporta
puntos de reflexión y comparación.
El
libro gira en torno al
Plan Nacional Indígena Originario de Comunicación
Audiovisual, fundado en 1997.
Administrado por el Centro de Formación y
Realización Cinematográfica y la
Coordinadora Audiovisual Indígena Originaria de Bolivia, la
iniciativa ha funcionado
a través de cinco centros regionales en La Paz, Cochabamba,
Beni y Santa Cruz.
Los centros, a su vez, trabajan con organizaciones de medios en
colaboración
con cinco confederaciones nacionales campesinas e indígenas,
las cuales abarcan
agrupaciones con diversos intereses regionales y sectoriales (33-35).
Esta
compleja red sirve para capacitar en los diferentes aspectos de la
comunicación
audiovisual a miembros de las confederaciones, para avanzar los
objetivos de
sus respectivas organizaciones.
En
el presente siglo, el
proyecto tomó otro rumbo a la par con los procesos
políticos que lanzaron a un
sector del pueblo contra empresas y entidades neoliberales, en la
disputa por los
recursos naturales del país. Esta situación, como
es sabido, llevó al poder el
Movimiento al Socialismo (MAS) en las elecciones de 2005, y
desembocó en la
Asamblea Constituyente instalada bajo el gobierno de Evo Morales,
debatida
entre los pueblos indígenas a través del Pacto
por la Unidad. La investigación
de Zamorano se ubica en los años 2005-2007, un periodo de
transición
fundamental.[1]
Evitando el personalismo que a veces se ha recaído en
Morales como figura emblemática
de una nación en que la población
indígena logró asumir un papel
protagónico,
Zamorano mapea los pasos, las rutas, las organizaciones y las alianzas
que
fueron y siguen siendo la sustancia de esta transformación,
para destacar la
importancia de los medios audiovisuales y sus creadores en ella.
Como
explica la autora,
el Plan Nacional no es un proyecto gubernamental, pero
“tampoco cabe en los
modelos convencionales de la sociedad civil como algo aparte del
estado, puesto
que pueblos indígenas y otros grupos subordinados en Bolivia
han apropiado y
ocupado la figura del estado para situar sus demandas en el centro de
la agenda
política nacional”.[2]
Ha sido clave, en este sentido, para abrir espacios de
comunicación e
información así como educativos, de intercambio,
diálogo y participación. En
esto, ha aglutinado a personas y grupos que identifican como
indígenas,
originarios o interculturales, estos últimos en referencia a
los procesos de
migración y reubicación que también
forman parte de la experiencia de muchos
bolivianos. Cabe subrayar este punto, para romper con la idea
esencialista del territorio
indígena como algo siempre
ancestral, arraigado y geográficamente fijo. Zamorano, en su
exploración de los
usos y funciones de los medios indígenas, deja claro que el
territorio político
es un espacio en disputa, que bien puede asumir el nombre de
nación o de país
plurinacional, pero que siempre está dinámico y
siempre bajo construcción.
El
papel de los
comunicadores del Plan Nacional ha sido articular historias,
experiencias,
demandas y deseos de las colectividades participantes. En este sentido,
se
puede considerar un espejo, reflejando el sentir y pensar de estos
sujetos;
pero al mismo tiempo es activo, generador de actos cuyos impactos
pueden
sentirse en distintos niveles, desde transformaciones en las vidas de
quienes
participan en la producción, hasta la
intervención efectuada por su exhibición
en lugares lejos de sus puntos de origen. Una especie de empoderamiento
se
visibiliza en la experiencia, por ejemplo, de la persona que encuentra
su voz
para denunciar una situación de violencia de
género en su entorno, o para delatar
el despojo ilegal de parte de empresas en las tierras comunales. Sin
embargo,
la autora no lo deja ahí, como han hecho comentaristas menos
rigorosos al idealizar
las iniciativas culturales indígenas como si fueran empresas
utópicas y no
situadas. Al volver siempre al contexto más amplio y a las
relaciones de poder
que matizan los proyectos, nos obligan a verlos no como hechos sino
como
procesos desplegándose continuamente en espacios de
negociación y reinvención.
El
complicado panorama
que presenta Zamorano abarca múltiples niveles de
análisis e investigación:
desde la historia de determinadas organizaciones sociales; la
etnografía de
proyectos y producciones; la discusión de contenidos, en
términos de narrativa
y estética, por ejemplo; hasta, y con fina sensibilidad, la
discusión teórica
de las identidades e identificaciones indígenas, que no
queda en un plano
teórico, sino que se entiende de manera sumamente
situacional y performativa. Se
aborda el tema desde distintos ángulos, redoblando sobre
sí para volver al
mismo terreno con preguntas o matices diferentes. Entra,
además, en diálogo con
autores afines a su área de investigación, como
Jeff Himpele, David Wood o
Freya Schiwy. También invoca a teóricos como
Walter Benjamin o Roland Barthes, cuyas
ideas alimentan el análisis a pesar de haberse desarrollado
en contextos
lejanos de regiones amerindias como la sierra andina o la selva
amazónica.
El
uso de evidencias
anecdóticas e informales permite a Zamorano
señalar aspectos de la indigeneidad
que no siempre se expresan en palabras, y menos en los discursos
formales u
oficiales de las mismas organizaciones. Por ejemplo, durante dos
talleres que
ella misma organizó, observa las maneras en que sujetos
involucrados en la
producción de medios indígenas responden a
representaciones de sus culturas en
medios comerciales, populares, turísticos y
científicos. A veces éstas producen
indignación, pero a veces sirven como fuentes de placer,
diversión e
identificación. De este modo logra mostrar la diversidad de
opiniones y de
sentimientos que, al fondo, surge de la diversidad de las experiencias,
las muchas
maneras de vivir, sentir y expresar el ser indígena,
más allá de las
diferencias étnicas o regionales y las maneras en que
éstas han tenido
injerencia o no en los imaginarios políticos de la
nación boliviana
contemporánea.
En
el capítulo 4,
titulado “Las posibilidades políticas de la
ficción”, Zamorano aborda un
problema sumamente interesante para el estudio tanto de iniciativas de
comunicación indígena como del cine
contemporáneo en general: la porosidad de
las fronteras entre lo que se ha dado a llamar ficción
y lo que se considera no ficción o documental.
La autora demuestra que, si bien los realizadores del
Plan Nacional han desarrollado guiones que cuentan historias, filmados
con
personajes inventados y actuados por miembros de las comunidades, esto
conlleva
la reconstrucción de situaciones pensadas para potenciar su
fuerza narrativa y
a la vez aparecer como verosímiles.
¿Cómo se elabora una historia de este tipo?
A través de un laborioso y a la vez fértil
proceso colectivo, los equipos
realizadores primero deciden entre varias propuestas cuál es
la historia que
más vale la pena contar. De ahí, se busca la
forma de contarlo, eligiendo los
elementos más adecuados para expresar el mensaje que quieren
comunicar a sus
públicos. Por lo tanto, en muchas de las producciones hay
una confusión productiva
entre ficción y realidad. A veces los actores dramatizan
aspectos de sus vidas
reales; otras veces, la narrativa incluye eventos como carnavales y
fiestas que
se montan con miembros de la comunidad como evento
“real”, sin necesidad de dirección.
También puede ser que la inspiración de las
historias se encuentra en eventos
vividos por los mismos pueblos representados en ellos.
Por
ejemplo, El grito de la selva, cinta realizada en 2007 en
la comunidad moxeña
de Bella Vista, versa sobre el conflicto entre los habitantes y una
empresa
maderera involucrada en la tala o extracción ilegal de
recursos. Dicho
conflicto fue recreado para las cámaras al mismo tiempo que
continuaba en la
realidad, al grado que la reunión organizada para la
película también hacía las
veces de una asamblea en funciones para enfrentar la empresa (pp.
137-138).
Otras producciones combinan metraje documental con situaciones actuadas
para
mejor eficacia dramática. Sin embargo, esto no implica que
la visión de los
participantes sea una recreación directa de sus realidades
históricas y
cotidianas. De hecho, a menudo hay rechazo hacia la idea de dramatizar
una
muerte o recrear un ritual que se debe llevar a cabo bajo reglas muy
precisas,
ya que este tipo de uso casual de elementos culturales, fuera del
contexto,
puede desequilibrar el orden de las cosas con posibles consecuencias
negativas.
No obstante, Zamorano nota que los participantes en muchos casos
mantienen la
distancia entre la ficción y la realidad a través
del humor, bromeando sobre
las identidades ficticias de la gente real, fingiendo una
confusión entre ellas
para efectos de diversión.
Cabe
destacar en el libro
el buen manejo del humor, ya que, para Zamorano, la manera en que sus
sujetos
de estudio bromean o cuentan chistes sobre sí mismos y sus
semejantes es una
rica fuente de información. Los momentos en que se
ríen al ver una
representación cultural que consideran fallida –un
error en el vestimento u
otro detalle– revelan mucho sobre su noción de la
autenticidad. También es
significativo la burla dirigida a quienes sacan sus prendas
“indígenas”
(folclóricas) para lucir en festivales de cine u otros
eventos públicos, aunque
en la vida diaria no se visten así. Estos incidentes
constatan de la
autorreflexión en torno a la identidad cultural y, al mismo
tiempo, de los
conceptos de performance y espectáculo que son parte de la
producción y
reproducción de dicha identidad en territorios de
desigualdad y negociación. En
este sentido, el humor resulta un recurso eficaz para explorar la
construcción
consciente e inconsciente de los imaginarios, junto con el testimonio
más
formal de las organizaciones y sus participantes.
Es
precisamente por esta
riqueza etnográfica que Zamorano desarrolla en su
investigación que se antoja
leer el libro en español.[3]
Aunque la redacción es
fluida y accesible, la transcripción de la palabra oral a
veces exige una
migración mental al castellano para buscar los equivalentes
de estructuras
gramaticales o coloquiales que no son de todo inteligibles en
inglés. Eso se
complica aún más cuando recordamos que algunas de
las personas cuyas voces
contribuyen al libro hablan y piensan en un idioma que tampoco es el
español,
estando ellas mismas en una circunstancia de traducción
constante. A tal
circunstancia quizás le podemos llamar interculturalidad,
siempre y cuando
tomemos en serio la tarea del “inter” para crear
espacios dialógicos,
reconociendo que lo que llamamos “yo” siempre es
“otro” para los demás —o sea,
reconocer la otredad como posición situacional y no
condición cultural
estática. Zamorano destaca esta idea cuando retoma el
término de Erika Wortham
al describir la comunicación indígena como una
“postura”: un lugar desde donde
hablar, entender y enfrentar el mundo, un espacio de
intervención política, un
posicionamiento ante contextos históricos de corta y de
larga duración.
Volviendo
en conclusión
al contexto comparativo que mencionamos al inicio, es relevante
recordar que el
desarrollo del cine y video indígena en Bolivia ha sido
alimentado no sólo por los
procesos políticos ya señalados, sino por
experiencias comunes a toda América
Latina, destacando entre ellas el Nuevo Cine Latinoamericano. Este cine
surgió
a finales de los años cincuenta, inspirado en parte en
movimientos europeos
como el neorrealismo italiano, con el propósito de articular
perspectivas
locales y regionales. Frente a las dictaduras del siglo XX y las
secuelas
históricas y profundas de la condición colonial,
se devino un proyecto de
compromiso revolucionario, innovador en su forma y contenido y
también en sus
procesos de producción y exhibición. En Bolivia,
los nombres de Jorge Sanjinés
y el Grupo Ukamau encarnaban ese fenómeno. No es casual que
aparecen una y otra
vez en el libro de Zamorano, a veces como antecedente importante, pero,
también,
a veces como modelo cuyas formas de representación los
actuales medios indígenas
tienen que enfrentar y cuestionar, aunque no desmantelar totalmente.
Se
trata, como documenta
la autora, de procesos de larga trayectoria —en los
peculiares términos de los
medios audiovisuales, cuya historia cubre menos de un siglo y medio de
existencia—, que no se pueden considerar de manera aislada
del contexto
político. En especial, se relaciona con las historias de
lucha, resistencia y
negociación con el incipiente proyecto de una
nación que, en el siglo XXI, se
ha reconocido como pluricultural y plurinacional. En este proyecto, los
medios
de comunicación, reinventados juntos con otras
instituciones, representaciones
e imaginarios sociales, han jugado un papel privilegiado.
Indigenous
Media and Political Imaginaries in Contemporary Bolivia
es valioso tanto por su riqueza informativa como por su agudeza
teórica y
epistemológica que permite entender el caso del Plan
Nacional y también
contribuye al campo de estudios sobre medios audiovisuales y
movimientos
sociales contemporáneos. Dado la incertidumbre que enfrenta
la sociedad
boliviana en este momento, amén de las numerosas violencias
que amenazan a las
comunidades indígenas en América Latina y el
resto del mundo, las voces de sus
comunicadores, de las cuales Zamorano hace eco y análisis en
este libro, son
necesarias para seguir fraguando vínculos de
diálogo, reflexión y acción.
Elissa
J. Rashkin
Estadounidense.
Doctora en Estudios de la Comunicación por la
Universidad de Iowa, Estados Unidos. Actualmente
se desempeña como
investigadora y docente en el Centro de Estudios de la Cultura y la
Comunicación de la Universidad Veracruzana. Sus áreas
de
investigación son: historia
cultural mexicana, siglo XX; fotografía y cine mexicano y
latinoamericano; vanguardias históricas; la
participación de las mujeres y las construcciones
de género en las áreas mencionadas. Sus
publicaciones recientes son: “La
mirada instrumental: paisajes veracruzanos
a través de la fotografía, del Porfiriato a la
Posrevolución” en A Cuadro: ocho ensayos en
torno a la fotografía, de México y Cuba, (Coords.)
Juan Arturo Camacho Becerra y Julia Preciado. Guadalajara: Universidad
de
Guadalajara, Centro
Universitario de los Lagos, 2020. Pp. 87-113.
“La
ruta integral: la literatura proletaria
desde Veracruz”. Bibliographica
(UNAM), vol. 3 núm. 1, primer semestre 2020, pp.
65-102 (doi 10.22201/iib.2594178xe.2020.1.61).
[1]
En
2009, el Plan se convierte en el Sistema Plurinacional de
Comunicación Indígena
Originario Campesino Intercultural, reflejando los principios base de
la nueva
Constitución.
[2] “[…]
neither does it fit
conventional models of civil society as something apart from the state
because
indigenous peoples and other subordinated groups in Bolivia have
appropriated
and deployed the state’s figure in order to situate their
demands at the core
of the national political agenda” (Zamorano, 2017, p. 12)
[traducción propia].
[3]
En
el momento de escribir esta
reseña, la edición en español
está en proceso, con un posfacio que reflexiona
en torno a los años posteriores a la
investigación y en particular la
turbulencia poselectoral de 2019 a la fecha.