De
inclusiones excluyentes.
Desierto, otredad indígena y territorialidad
nacional en las primeras
producciones geográficas de Argentina
On
inclusions that exclude.
Desert,
indigenous otherness and national territoriality in the first
Argentinian cartographic
productions
Julio Leandro Risso
https://orcid.org/0000-0002-8583-2767
Universidad Nacional de Tierra del
Fuego
jlrisso@untdf.edu.ar
Resumen: Las
representaciones territoriales han sido fundamentales en la
formación de los
Estados-Nación modernos. El presente trabajo analiza los
modos por los que
destacadas producciones cartográficas difundidas durante la
formación del
Estado-Nación argentino, contribuyeron a articular una
imagen hegemónica del
país. Específicamente, indaga los mecanismos por
los cuales dichas
representaciones fueron definiendo al espacio
pampeano-patagónico como desierto
y, consecuentemente, como un
espacio diferenciado de la Nación. Considerando la tesis de
que,
históricamente, en Argentina la pregunta por el desierto envuelve un modo
histórico y político de indagar sobre la
relación con los pueblos indígenas, se reflexiona
sobre los procesos de
desmarcación de la mismidad argentina y marcación
de la otredad indígena que
dichas representaciones contribuyeron a articular. De este modo, se
busca
contribuir con el reconocimiento y contextualización de los
procesos
espacio-temporales de identificación colectiva y de control
político de la
diversidad sociocultural producidos históricamente en
Argentina.
Palabras
claves: desierto;
otredad indígena; territorio nacional; mapas;
Estado-Nación argentino.
Abstract: Territorial
representations have been fundamental for the formation of modern
Nation-State.
This article analyzes the ways some cartographic productions
disseminated
during the Argentine Nation-State formation and contributed to create
hegemonic
image of the country. More specifically, it studies the mechanisms by
which
those representations defined the Pampean-Patagonian region as a desert, that is to say, as a
differentiated space of the nation. This work reflects on the process
of
unmarking Argentinian identity and marking indigenous otherness by
considering
the thesis in which the concept of desert
in Argentina involves an historical and political way of
asking about the
social relationship with indigenous people. In this way, it seeks to
contribute
to the recognition and the historical contextualization of the
Argentine space-temporal
process of collective identification and control of sociocultural
diversity.
Keywords: desert;
indigenous otherness; national territory; maps; argentine Nation-State
Traducción:
Julio Leandro Risso, Universidad
Nacional de Tierra del Fuego-Argentina
Risso, J.
(2020). De
inclusiones excluyentes.
Desierto, otredad indígena y
territorialidad nacional en las primeras
producciones geográficas de Argentina. Culturales,
8, e517. https://doi.org/10.22234/recu.20200801.e517
Recibido: 15 de abril de 2020
Aprobado: 08 de
octubre de 2020
Publicado: 30 de diciembre de 2020 |
Introducción
Las
representaciones y definiciones territoriales han sido
históricamente
fundamentales en la formación de la “matriz
estado-nación-territorio” (Delrio,
2005) de los Estados-Nación modernos, implicando
hegemónicas formas y
categorías –tanto identitarias como
espacio-temporales– de identificación
colectiva, esto es, de
desmarcación/invisibilización de mismidades
y marcación de otredades.[1]
En
cierto modo, esa relevancia se explica en que el ejercicio de la
soberanía
estatal involucra la definición de un territorio sobre el
cual aquella se
ejerza (Foucault, 2006). Pero, conjuntamente, la
representación hegemónica de
ese territorio articula, y permite situar y controlar
espacio-temporalmente,
sentidos de pertenencia e identificaciones colectivas a
través de los cuales se
constituye una Nación como “comunidad
política imaginada como inherentemente
limitada y soberana” (Anderson, 1993, p. 23).
En este sentido, históricamente las
exploraciones
geográficas y producciones cartográficas
constituyeron medios imprescindibles
para los procesos de
“territorialización” (Deleuze y
Guattari, 2004) estatal
inherentes a la formación de los Estado-Nación
modernos. Así, la geografía –en
tanto forma de conocimiento y control del espacio– se
desarrolló como una
disciplina científica cada vez más apreciada e
impulsada por los Estados-Nación
modernos (Anderson, 1993; Escolar, 1996) favoreciendo, efectivamente,
la configuración
de matrices espacio-temporales de definición,
organización y regulación estatal
de los espacios.
A mediados del siglo XIX la Argentina, como
comunidad
política unificada, era todavía un proyecto
difuso. No obstante, desde la
Independencia e incluso durante el período de
organización
político-institucional que siguió a la batalla de
Pavón (1861),[2]
las
diversas exploraciones y producciones geográficas que
constituyeron unas de las
formas iniciales de imaginar geográficamente la incipiente
Nación, sus
mismidades y otredades fueron realizadas casi exclusivamente por
extranjeros y
promovidas principalmente por potencias europeas. Situación
que se transformó
notoriamente, asumiendo un sello estado-nacional, a partir de la
década de 1870
y, particularmente, con las acciones militares pergeñadas
por Julio A. Roca, históricamente
conocidas como “Conquista del Desierto”, las cuales
desde 1878 (con la sanción
de la Ley 947) y, al menos oficialmente, hasta 1885 (con la
rendición de
Sayhueque), implicaron ataques brutales contra los indígenas
de la región
pampeano-patagónica y el consecuente sometimiento e
incorporación forzosa de los
mismos a la matriz Estado-Nación-Territorio (Delrio, 2005).
En todo ese proceso, mientras los territorios
controlados
por el aparato estatal en formación fueron progresivamente
in-formados
(intervenidos y ordenados) por variadas representaciones narrativas y
visuales
sobre el país, aquellos espacios aún no
capturados por la lógica estatal o
imperial, zonas parcial o totalmente desconocidas por la sociedad
mayoritaria,[3]
se
habían diferenciado bajo el nombre de desierto.
Este término, lejos de usarse para nombrar zonas
estériles y/o abandonadas,
aludía (imprecisamente) a regiones que –como el
espacio pampeano-patagónico–
eran representativas de una tensión política
progresivamente proyectada como un
irresoluble problema nacional: la cuestión de las
“fronteras interiores” –la
más importante de las cuales era la que aislaba, hacia el
sur del país, a la
Patagonia y parte de la región pampeana– y, con
ella, las relaciones entre
“blancos” e “indios” (Quijada,
1999, p. 677).
Detectar los desiertos
del globo históricamente constituyó un modo de
comenzar a conocerlos y
controlarlos. Por ello, tanto a nivel local como mundial, las diversas
producciones geográficas, y específicamente los
mapas, constituyeron
dispositivos (Deleuze, 1990) de territorialización,
efectivos para detectar los
“vacíos” y
“llenarlos” de sentidos, ordenando su
configuración y posibilitando
así su posterior exploración,
ocupación y explotación.
Aunque a lo largo del siglo XIX en Argentina el
significante “desierto” asumió variables
significados, desde la década de 1830
la primera literatura nacional lo identificó como paisaje de
la Nación y,
proyectándolo alternativamente como
“Infierno” y
“Paraíso”, como “tierra de
nadie” y “tierra prometida”, de ese modo
halló en él un objeto predilecto para
imaginar la Nación (Risso, 2007; 2020). Progresivamente,
tanto en las
producciones literarias como así también en las
geográficas, el desierto
se transformó en un término que
aludía a una espacialidad imprecisa y, por ende, ajena,
peligrosa y
perturbadora. En este sentido, al indicar un espacio aún no
colonizado,
desconocido, incontrolado, inmenso y misterioso (Rodríguez,
2010), las
referencias al mismo también aludían una compleja
y cambiante realidad
fronteriza, una “zona de contacto” (Pratt, 2010)
signada por diversidad de
flujos, circulación, interacciones, encuentros y choques
entre “lo mismo” y “lo
otro”; un mundo de influencias recíprocas e
intercambios (materiales y
simbólicos, de cuerpos y también de violencia)
entre “criollos”, “indios” y
“mestizos” (Quijada, 1999, p. 677).[4]
De cara a estas cuestiones, en el presente
trabajo
analizamos los principales mapas que, la mayoría de las
veces entramados con
destacadas obras geográficas, entre las décadas
de 1830 y 1880 operaron en
Argentina sobre la compleja realidad fronteriza y contribuyeron a
ordenar y proyectar
una singular imagen de país. Específicamente,
indagamos sobre los mecanismos
hegemónicos por los cuales durante la formación
del Estado-Nación argentino, el
espacio pampeano-patagónico fue representándose,
a través de esos dispositivos
de territorialización, como un desierto
y, consecuentemente, como un espacio-otro de la Nación.
Asimismo –y sosteniendo
la tesis antes señalada de que, históricamente,
en Argentina la pregunta por el
desierto implicó siempre
un modo
(velado) de indagar sobre la relación con los pueblos
indígenas–, reflexionamos
sobre los modos hegemónicos de desmarcación de la
mismidad argentina y
marcación de la otredad indígena que dichos
dispositivos contribuyeron a
articular.
Ahora bien, como diversa
bibliografía especializada lo
ha demostrado, la “Conquista del Desierto”
implicó importantes transformaciones
para la formación estado-nacional. A partir de entonces los
modos de
producción, difusión y ordenamiento de las
representaciones e intervenciones
estatales sobre el espacio, y con él sobre el desierto
y la otredad indígena, resignificaron sus
límites,
ampliaron sus alcances e intensificaron sus sentidos homogeneizadores y
mecanismos diferenciadores. Con base en esas transformaciones, en
Argentina se
naturalizó y afirmó durante mucho tiempo el
supuesto de que aquella avanzada
constituyó el indiscutible punto de llegada y
consumación del proceso de consolidación
de la matriz Estado-Nación-Territorio cuando, en realidad,
se trató más bien de
un firme punto de partida (Ruffini, 2011). Por ello, contradiciendo
dicho
supuesto, al
analizar ciertos
mapas como dispositivos de
territorialización estatal
sobre el desierto, lejos estamos de
proponer la idea de un aparato estado-nacional consolidado con
anterioridad a
su expansión sobre ciertos espacios desconocidos y marginales (Delrio y Pérez,
2011). Pensamos, por el contrario, que
fue precisamente la expansión hacia esos escenarios
–acompañada e impulsada por
la producción de dispositivos geográficos que,
definiendo y ordenando
(simbólica e imaginariamente) los espacios fronterizos
nutrían formas de control
sobre los mismos– la que contribuyó a
la creciente afirmación del “Estado como
idea” (Abrams, 1988), marcando los
centros y periferias (espacio-temporales y sociales) de la
Nación y
sedimentando y consolidando, así, diversos mecanismos de
control sobre los
espacios y sujetos capturados por la lógica estatal.
Al respecto, consideramos necesario sintetizar
algunas
precisiones conceptuales, cardinales para este trabajo, reapropiadas de
ciertas
contribuciones teóricas que provienen, principalmente, de
enfoques teóricos
constructivistas y posfundacionales, de la geografía
política y los estudios de
la cultura.
En primer lugar, al hablar de espacio
lo concebimos no en términos de superficie sino como una
construcción social y política, un
producto-productor que, en tanto dimensión
co-constitutiva e inseparable del tiempo, es una
constelación de trayectorias
(Massey, 2005; 2010). Por otra parte, pensamos al territorio
como espacio apropiado y representado (Segato, 2007;
Raffestin, 2011). Entendemos que todo territorio implica, a su vez,
diversos
niveles de territorialidad, es
decir,
formas y posibilidades (siempre en disputa) de definir, identificar (se
con),
ordenar, expandir, habitar y conservar el espacio apropiado.
Finalmente,
entendemos por lugar la instancia o
asentamiento en que las representaciones territoriales se mojonan,
sedimentan y
sitúan así sentidos y praxis
(Segato,
2007).
Con base en todo lo antedicho, el presente
trabajo se
propone como un análisis político que, centrado
en el proceso de formación del
Estado-Nación y a través del abordaje de mapas y
obras geográficas de la época,
busca contribuir al reconocimiento y contextualización de
los procesos
espacio-temporales de identificación colectiva y de control
político de la
diversidad sociocultural, producidos históricamente en
Argentina.
Re-tratos
británicos en
torno al “desierto”: John Arrowsmith y Woodbine
Parish sobre las Provincias
Unidas del Río de la Plata
En
1839 Woodbine Parish, quien fuera cónsul
británico y Encargado de Negocios en
las Provincias Unidas del Río de la Plata, editó Buenos Ayres and the provinces of the Rio de la
Plata,[5]
obra que
se considera el primer manual de geografía y
estadísticas sobre Argentina
(González, 1998). Respondiendo a la pretensión de
un control sobre las nuevas
naciones americanas que garantizase el crecimiento económico
de Gran Bretaña
(Roman, 2010), Parish había recopilado
información geográfica sobre la
región,
la cual sistematizó a los fines de publicar dicha obra. En
ese proceso, puso la
información relevada a disposición del
cartógrafo John Arrowsmith, quien
realizó con ella "…an
entirely new
map of the Provinces of the Rio de la Plata and the adjacent Countries"
(Parish, 1852, p. xxiv), el cual muy pronto se destacó como
referente de la
mayoría de las cartas geográficas que,
posteriormente, re-trataron estas
latitudes.
Además de integrar la segunda edición, muy ampliada, de
la obra de Parish publicada en
1852 (Navarro Floria, 1999), en 1838 el mapa de Arrowsmith fue incluido
en un
atlas universal (Arrowsmith, 1838, p. 50). La edición de
1844 de este atlas
renovó aquel mapa (Arrowsmith, 1844, p. 50). Aunque en esta
nueva versión
también se retrataba la extensión territorial
comprendida entre los paralelos
20 a 42 de latitud sur, a diferencia del mapa publicado en 1838 donde
la
Patagonia había sido excluida completamente de la
representación, en la carta
geográfica publicada en 1844 dicha región se
incorporaba en un pequeño recuadro
lateral, en la parte inferior derecha de la misma. Allí se
muestra un contorno
territorial en el que, debido al desconocimiento de la zona, solo se
destacan
los nombres de “Patagonia”, “Tierra del
Fuego” y “Falkland”
enmarañados con
otros que indican puertos, accidentes costeros y algunos
ríos.
De todos modos, tanto en los mapas de
Arrowsmith como en
las letras de Parish, la Patagonia era incluida en la
representación
territorial del joven país, pero por fuera de los
límites de éste,
diferenciándosela de manera notoria. Es que, hasta mediados
del siglo XIX, para
la mirada europea y particularmente británica resultaba “…perfectamente sostenible la
idea de que la Patagonia constituía un
territorio no sometido a la soberanía de ningún
Estado” (Navarro, 1999, “La
ausencia de la Patagonia”, párr. 12).
Por consiguiente, aquella
continuaba identificándose, como en tiempos
preindependentistas, en términos de
“Tierra de Indios” o simplemente “Tierra
de Nadie” (Risso, 2007).
A través del mapa de Arrowsmith, y
las palabras de
Parish, el desierto se incorporaba
entonces como un adentro-afuera del
país re-tratado. Al perfilar el territorio de las Provincias
Unidas, esos
trabajos no solo reafirmaban una imagen sobre los límites
territoriales del
joven país sino que también, con
relación a éste, sitiaban y situaban
geográficamente la idea de desierto,
haciendo legible y visible aquel presunto vacío que, desde
la Independencia, y
a través tanto de relatos y paisajes de viajeros y artistas
extranjeros como de
la primera literatura nacional, venía poblándose
de sentidos.
El mapa de Arrowsmith diferenciaba, de modo
notorio, las
áreas conocidas, transitadas y/o pobladas por la sociedad
mayoritaria de
aquellas poco o completamente desconocidas por esta. Así
pues, mientras en la
representación de las primeras, en el mapa se apelotonan y
entrecruzan nombres
de localidades, ríos, lagunas y accidentes
geográficos; las segundas se
presentan, en cambio, como grandes claros que solo se llenan con alguna
mención
–general o singular– de grupos
indígenas. Llamativamente, la representación
cartográfica desplaza así el registro de la
presencia indígena hacia los
márgenes territoriales del país. Las menciones
sobre los “indios” parecieran
funcionar como indicadores del “vacío”
ya que las mismas se inscriben, en todos
los casos, o bien por fuera de las provincias, aunque al interior del
país –en
zonas interprovinciales, poco conocidas o sin población
blanca–, o bien más
allá del
país, en el gran espacio
blanco con el que, al sur del río Negro, se muestra la
Patagonia.
Como vemos, el antedicho mecanismo de inclusión-excluyente por el
cual el mapa
de Arrowsmith rodeaba y contorneaba el desierto
opera, del mismo modo, con respecto a los indígenas.
Así pues, a ellos también
se los incorpora a la representación cartográfica
pero sola y exclusivamente
como referencia característica de las zonas aún
inexploradas y/o desconocidas
por la sociedad mayoritaria. Sin menciones de
“indios” en los territorios
provinciales, lo indígena aparece entonces,
explícitamente, por fuera del
país. De este modo, el orden
territorial articulado por el mapa los incorpora pero
excluyéndolos, al
consustanciarlos con el vacío.
Ahora bien, las producciones
cartográficas que siguieron
(y tuvieron como referencia) al mapa de Arrowsmith, intentaron
completar, de
modo progresivo y con datos aleatorios, los espacios en blanco
presentes en
aquél.[6]
De este
modo, los mapas comenzaron a gobernar simbólicamente ese
espacio, rodeándolo de
referencias y señalando en cada caso, por la
combinación de imagen y palabra,
una mayor precisión de sus contornos. Tal como la
composición estética
(pictórica y sobre todo literaria) del desierto
lo había venido poblando de sentidos y
proyectándolo como paisaje nacional
(Rodríguez, 2010; Risso, 2020), ahora también era
cartografiado como un espacio
disponible; como una región que se presumía
vacía de contenidos al mismo tiempo
que se la incorporaba, por sus bordes, a las primeras representaciones
cartográficas del país en construcción.
Los mapas de Arrowsmith, con la obra de Parish,
habían
comenzado así a re-tratar, como nunca antes, el territorio
de las “Provincias
Unidas del Río de la Plata”, incluyendo-excluyendo
el desierto. En este orden de
cosas,
ambos científicos contribuyeron, efectivamente, con la
ampliación e
intensificación de la “visualidad”
(Giordano, 2018) europea, afinando su mirada
imperial. Pero, al mismo tiempo, al conjugarse con otras producciones
narrativas y visuales de exploradores y viajeros europeos (Prieto,
2003), sus
trabajos se convirtieron también en destacadas referencias
para la
intelectualidad y dirigencia criollas. Por consiguiente, ellos
articularon
formas específicas de producir una primera territorialidad
nacional que, por
sus perdurables efectos imaginarios y simbólicos a uno y
otro lado del Atlántico,
no solo constituyeron elementos de proyección cultural,
estética y/o científica
sino, sobre todo, política.
Rodeos franceses
sobre el
desierto. Martin De Moussy y sus descripciones geográficas y
estadísticas de la
Argentina
Tras
la batalla de Caseros (1852), y como productos de retazos
político-administrativos y territoriales que, heredados de
la Colonia, venían
reagrupándose aleatoriamente entre guerras civiles, Buenos
Aires y la
Confederación se transformaron en dos Estados
autónomos y enfrentados. Como
tales, necesitaban precisar su soberanía territorial y
afirmar sus “atributos
de estatidad” (Oszlak, 1982).[7]
En este contexto, el citado manual de Parish
–cuya
primera edición en castellano se publicó en dos
volúmenes, en 1852 y 1853– se
convirtió en un instrumento de legitimación y
difusión del autonomismo porteño
(González, 1998; Lois, 2007). Así, mientras dicha
obra favorecía la reinvención
territorial e identitaria de Buenos Aires, la Confederación
Argentina buscó
fabricar también una territorialidad propia produciendo
“…una contraescritura
científica, capaz de aprovechar de igual manera, la imprenta
como herramienta
política” (González,
1998). Consiguientemente, en 1855
el francés
Jean Antoine Victor Martin De Moussy –miembro de la Academia
de Ciencias de
París– fue contratado por el presidente Justo
José de Urquiza para que, como
geógrafo oficial de la Confederación, realizara
una redefinición territorial
del país que actualizara sus características y
potencialidades y sirviera,
consecuentemente, como medio para promocionar la inmigración
europea. Posteriormente,
el francés llevaría adelante un plan de
exploraciones a partir del cual
produciría “… un tableau exact du pays,
de ses richesses naturelles, et des
ressources immenses qu'il offre à l'agriculture,
à l'industrie, au commerce, à
l'immigration” (De Moussy, 1860, I, p. 1).
Luego de un extenso recorrido, De Moussy
realizó
observaciones geológicas, meteorológicas y de
historia natural del país,
conjuntamente con cálculos astronómicos y
registros sobre las costumbres de las
poblaciones visitadas. Como resultado, confeccionó su Description Géographique et Statistique
de la Confédération Argentine,
obra editada en tres volúmenes a los que se sumó
un Atlas de la
Confédération Argentine, considerado el
primer atlas
argentino. Todo ello fue publicado en idioma francés y del
otro lado del
Atlántico.[8]
Con sus ensayos, conferencias y la Description..., De Moussy no
pretendía tanto la rigurosidad
científica como la presentación de un
país tangible y habitable para sus
lectores. Tal como él mismo lo señalara en el
“Préface”, su trabajo no buscaba
relatar impresiones de viaje sino describir, desde un punto de vista
práctico y
efectivo, la vida agrícola e industrial del país (De Moussy, 1860, I, p. 5). En
este sentido, y
aunque reiteradamente su autor pareciera asumir un posicionamiento
puramente
científico, y por ende objetivo y neutral, la Description…
en realidad no solo respondía a inquietudes
geográficas sino, sobre todo, económicas y
políticas, vinculadas principalmente
con el hecho de atraer población, trabajo y capitales
europeos, lo cual
constituía uno de los objetivos principales del gobierno de
Urquiza. Sin
embargo, según De Moussy, tal objetivo no iba a resultar
factible si no se
afianzaba, ante todo, la imagen de “unidad” y
“orden” de un país que, como
él
mismo sostuviera, había sido tantas veces mal juzgado en
Europa (De Moussy,
1860, I, p. 1).
En este contexto, el francés
buscó representar en
términos histórico-geográficos aquella
“unidad” que el general Urquiza había
pretendido efectivizar jurídicamente con la apertura del
Congreso Constituyente
de 1852. Por lo tanto, como –según el criterio
compartido entre el geógrafo y
el mandatario entrerriano– la unidad era un producto de la
política y no de la
naturaleza, para in-formar un
país la
geografía debía ponerse, estrictamente, al
servicio de la política. En ese
sentido, el perfil político de la obra de De Moussy
resultaba manifiesto.[9]
Ahora bien, además del objetivo
publicitario de
desmitificar la fragmentación interprovincial mostrando un
país unificado, la Description…
planteaba también que para
lograr el progreso nacional era indispensable poblar
los “vacíos” del nuevo país.
Así, inexorablemente, aparecía
una vez más el desierto
como
problema: “Lorsqu'on jette les yeux sur une carte de
l'Amérique du Sud, on
remarque, au centre de ce continent, un grand espace, en partie presque
vide,
en partie signalé par d'assez rares indications de villes et
de villages…” (De
Moussy, 1860, I, p. 13).
En la Description…
no se refiere al desierto como
zonas
inhóspitas y/o estériles sino que se introduce la
idea de un “désert
fertile” (De Moussy, 1860, I,
p. 10), un espacio que se muestra virgen y a la espera de ser puesto a
producir; naturaleza pura y disponible para ser poblada de manos
industriosas
que, según la perspectiva dominante, debían venir
desde ciertas zonas de
Europa. Así pues, al detallar los límites de la
Confederación, en las letras de
De Moussy, y al igual que en los mapas de Arrowsmith, el desierto
aparecía una vez más como un entre,
un adentro-afuera
del país.
En el tomo I de
la Description… el
límite sur del
país se fija, como en Arrowsmith y Parish, por la
“demarcación natural” del río
Negro. Buenos Aires se muestra incorporada al país
–con base en explicaciones
históricas y caracteres geográficos
compartidos– aunque no sin exponerse el
egoísmo y las hostilidades que la misma sostenía
en detrimento de la
Confederación. La Patagonia, por su parte, es incluida
en la división regional que presenta la obra
(“Mesopotamia”, “Pampasia”,
“Región Andina” y
“Patagonia”) pero, al mismo
tiempo, es totalmente excluida de
la
Argentina en las descripciones de los límites que definen el
territorio
confederal. Esta inclusión-exclusión
se reitera visualmente en la edición del Atlas…
de 1873 (De Moussy, 1873). Allí la Patagonia se incorpora en uno de los mapas con los que el Atlas individualiza provincias y
territorios del sur continental,
pero se la excluye del mapa
representativo del país: la Carte
de la
Confederation Argentine divesée en ses diferentes provinces,
avec les pays
voisins.
Como vemos, la inclusión-exclusión
de la Patagonia –que de modo similar se produce
también con el Chaco–,[10]
revela
la condición del desierto
como un adentro-afuera del cuerpo
de la patria.
Un espacio que, entre pasado,
presente y futuro, entre nomadismo
y
sedentarismo, representaba una materia en formación, cuya
inconclusa
territorialización se iba componiendo,
hegemónicamente, orientada hacia Europa.
Por dentro y fuera de la Description,
y como sucediera con la narrativa de viaje de
aventureros extranjeros o la primera literatura nacional (Prieto, 2003;
Pratt,
2011), el desierto
envolvía un
espacio de tensiones y conflictos. Descripto en términos de
un no man's land, al sur del
paralelo 34,
De Moussy (1860,
I, p. 243) lo
identificaba como
“territoire
indien du sud”, en tanto se trataba de
“…le domaine de l'Indien nomade qui occupe tout ce
qui est au delà du 34'
degré”.
Una vez más, e inscripto en una
larga tradición
narrativa y visual, el desierto se
consustanciaba con lo indígena proyectándoselo,
consecuentemente, como problema
sociocultural y político. En la Description…,
entonces, “desierto” no constituía un
mero topónimo sino que –en línea con lo
señalado al introducir este trabajo– se trataba de
un modo ensortijado de
representar y gestionar la cuestión de la frontera interna y
la otredad
indígena.
Si bien podría plantearse como un
contrasentido el hecho
de que De Moussy denominara “tierra de indios” a
los espacios que suponía aún
no apropiados y vacíos de humanidad, en su perspectiva ello
lejos estaba de
constituir una contradicción. Al respecto, en diversos
pasajes la Description…
produce un constante
movimiento de inclusión-exclusión
y
de afirmación-negación
de la
existencia indígena. Por un lado, el hecho de referir a los
espacios en
cuestión como “tierra de indios” o
“territorios indígenas” en cierto
sentido incluye a los
indígenas en la
representación y así pareciera afirmar
su presencia, inclusive mediante individualizaciones
toponímicas de ciertas parcialidades
indígenas tanto en el texto como en el mapa del
país (Lois, 2007, p. 111).[11]
Sin
embargo, en esas denominaciones, ni la preposición
“de” ni la adjetivación
“indígenas” aluden, en modo alguno, a la
posesión (y menos aún al derecho de
propiedad) de los indios sobre las tierras que esos términos
refieren. Allí “de
indios” e “indígena” indican,
más bien, una mera cualidad natural o dato
geográfico que caracterizaría la
región, tal como lo hace el adjetivo
“arcillosas” con respecto a las tierras del
nordeste. De este modo, aquella inclusión
nominal cosifica a los
indígenas (de modo indiferenciado) y así la
representación se desdobla en una exclusión
de su carácter humano, negando
su condición de real otredad, es
decir, de un otro-como-nosotros.
Pero además, al
mostrárselos (narrativamente) como
nómades y salvajes, en la Description…
los indios no se identifican ni como miembros de la
población nacional ni de
población extranjera alguna.[12]
Su
exclusión de la población
argentina
se naturaliza, entonces, tanto en términos
demográficos como
jurídico-políticos.
Con respecto a dicha exclusión
demográfica, ésta se
produce en tanto las diversas parcialidades indígenas se
presentaban como extrañas
para la geografía. Es decir, en un contexto de desarrollo de
los estudios sobre
las poblaciones en el que la geografía se
comprendía como una actividad
descriptiva de los elementos fijos en el espacio, el
carácter nómade de los
indígenas de la región imposibilitaba su
valoración demográfica en tanto los
geógrafos no podían sostener la
observación de los mismos (Navarro, 1999). Por
otra parte, y en relación con la mencionada
exclusión jurídico-política, al
percibirlos y mostrarlos, como lo hiciera De Moussy, en
términos de seres
salvajes y difícilmente asimilables a la
civilización, aquellos eran puestos
también hors-la-loi y hors-l'humanité (Schmitt
1984). Con
todo, identificados como salvajes, no-argentinos y no-extranjeros,
quedaban por
fuera de todo gobierno, de la ley y la soberanía nacionales,
revelándoselos
como una amenaza (problemática) para la población
argentina, la única beneficiaria del progreso que iba a
garantizar la
inmigración europea (De Moussy, 1864, III, p. 524).
De uno u otro modo, el
“indio” aparecía entonces como si
no formase parte de ese “[…] sujeto-objeto
colectivo que es la población, como
si se situara al margen de ella […]” (Foucault,
2006, p. 64) y fuera a provocar
el desarreglo de toda la sociedad. Identificados con el nomadismo, con
una
anárquica e indisciplinada violencia y con la inmoral
ociosidad, De Moussy
planteaba necesaria –“d'une manière
toute spéciale” (De Moussy, 1864, III, pp.
23-24)– la constante vigilancia del gobierno sobre los
indígenas, en pos de la
seguridad y prosperidad nacionales. En este sentido, el
francés asociaba la
figura del “indio puro” –diferenciada del
“indio a medio civilizar” habitante
de los poblados criollos– estrechamente con el desierto;
espacio que, a la vez, se describe como impreciso, sin
puntos fijos ni lugares, atravesado
de permanentes desplazamientos nómades y adonde el tiempo
–concebido como
lineal y escalonado, en movimiento ascendente, hacia estadios
culturales
superiores–, pareciera haberse estancado hasta perder su
sentido.[13]
De este modo,
así como por su carácter nómade
los “indios” quedaban al margen de la población
y se volvían ajenos a la geografía, al
concebírselos como seres detenidos en el
tiempo se naturalizaba, también, su expulsión de
la historia.
Sobre esta trama, la antes señalada
doble exclusión
demográfica y jurídico-política de los
indígenas, se muestra pasible de
radicalizase en ciertos pasajes de la Description…donde,
al afirmarse la futura extensión de la población
argentina sobre el desierto, se
revela natural (y así
legitima) la guerra contra los “indios”:
“Mais il viendra un jour où la
population s'étendra sur des portions occupées
jusqu'alors par les Indiens, et
des chocs doivent probablement avoir lieu alors avec ces hommes du
désert.” (De
Moussy, 1860, II, p. 352).
De este modo, si bien en tiempos en que De
Moussy
produjera y publicara su obra la realidad de la frontera implicaba
diversas
formas de intercambios, alianzas políticas y reagrupaciones
entre diversas
parcialidades indígenas entre sí y con sectores
europeos y criollos,[14]
consideramos que la obra del francés operó
efectivamente sobre esa compleja
realidad en tanto comenzó a trazar y proyectar marcaciones
de alteridad cuya
radicalización, décadas después y
desde concepciones positivistas y racistas,
mostrarían a los indígenas como único
“otro” de la frontera, de modo
indiferenciado y absolutamente distanciado del
“nosotros” nacional, vinculado
al desierto y la prehistoria, es
decir, más allá
–espacio-temporalmente– de la
civilización y la población
argentinas.
Entre enunciados y mapas,
ordenando (e invisibilizando) la complejidad de las
relaciones
fronterizas, incluyendo-excluyendo
el
desierto, re-creando y
cartografiando
imágenes en torno al mismo y revelando así su
disponibilidad y posible transformación,
De Moussy –que a diferencia de Parish sí exploraba
al servicio directo de un
poder local– había comenzado a d-escribir
un país y, así, a avanzar en la visualidad y
legibilidad, para Europa y el
mundo, de las vastedades territoriales del sur.
Hacia una
geografía
nacional: el primer mapa-logotipo
de
la Argentina
Durante
el proceso de “organización nacional”
argentino, emprendido a partir de 1862,
la geografía se proyectó como una disciplina cada
vez más apreciada
políticamente. Transformada, incluso, en un discurso
apologético sobre la
unidad del territorio nacional y sus recursos naturales (Navarro y Mc
Caskill,
2004, p. 101), la importancia de esa disciplina llegó a ser
tal que la
currícula escolar devino progresivamente uno de los
principales ámbitos de
difusión de la misma (Quinteros, 1995).
En este contexto, la obra de De Moussy
comenzó a ser muy
criticada, particularmente en lo relativo a cuáles y
cómo habían sido trazados
los diversos límites geográficos del
país, la localización de los pueblos y los
elementos geográficos incorporados a sus descripciones
(Lois, 2007, p. 112). Si
bien esas críticas coincidían en afirmar la
necesidad del apoyo estatal para la
realización de nuevas exploraciones geográficas y
la actualización
cartográfica, la producción de una
“geografía estatal” no fue posible sino
hasta 1869, año en que se organizó la Oficina de
Ingenieros Nacionales, una de
las primeras instituciones estatales que, como repartición
del Ministerio del
Interior, realizó y coordinó producciones
geográficas desde el Estado
(González, 1998; Lois, 2007).
Una de las importantes tareas que
debió realizar dicha
repartición fue la confección de un nuevo Mapa
de la República Argentina, el cual se
realizó en 1875 bajo la supervisión
del ingeniero prusiano Arthur von Seelstrang y de A. Tourmente.
Más tarde, ese
mapa se incorporó a un manual oficial estadístico
y geográfico de la Argentina
que, encargado al prusiano Richard Napp –entonces profesor en
la Universidad de
Córdoba–, se publicó en 1876 bajo el
título de La República
Argentina.[15]
Ese mapa mostraba al mundo la imagen de un
nuevo y
unificado país. Por primera vez se proyectaba una imagen del
territorio
nacional que integraba no solo a Buenos Aires sino también a
toda la Patagonia.
En este punto, la obra de Napp en general y dicho mapa en particular,
daba un
salto cualitativo respecto de la Description…
(Navarro y Mc Caskill, 2004, p. 109). Asimismo, no solo se actualizaba
la
imagen territorial del país afirmando –como lo
hiciera De Moussy– sus
potencialidades económicas a fin de
atraer inmigración e inversiones extranjeras, sino que
también se pretendía
lograr un posicionamiento político favorable ante EE.UU. y
Europa, demostrando
que Argentina era una Nación unificada y encaminada al
progreso (Lois, 2007, p.
115).
El primer “mapa-logotipo”
(Anderson, 1993, p. 245)
oficial de la Nación incorporaba definitivamente el desierto, más allá
del río Negro. Si bien esa incorporación era, en
rigor, solo del orden imaginario –puesto que para 1876 el
aparato estatal en
construcción aún no conocía ni
controlaba la mayor parte de esas tierras– la
misma detentaba implicancias tanto económicas como
socioculturales y políticas
sobre la Patagonia.
Con respecto a los intereses
económicos, esa carta
geográfica comenzó a visibilizar, encuadrar y
sustentar, las proyecciones de
los grandes estancieros argentinos, para quienes la
apropiación del desierto
pampeano-patagónico se fue
transformando en un propósito cada vez más
valuado y factible. Por otra parte,
y en relación con los efectos socioculturales y
geopolíticos, al configurar y
difundir los límites del territorio nacional, el mapa
contribuía también con la
naturalización y legitimación, hacia adentro y
afuera del país, de la soberanía
territorial argentina sobre la Patagonia. De hecho, la
incorporación de la
Patagonia y Tierra del Fuego a la obra de Napp afirmaba la
posesión argentina
sobre esos espacios (Navarro y Mc Caskill, 2004, p. 109), frente a las
pretensiones de expansión territorial que había
venido manifestando Chile
(Bandieri, 2005, pp. 120-121).
A mediados de la década de 1870, una
geografía oficial
fue levantándose alrededor del desierto.
Y aunque ese espacio continuaba representando una fuerza imprecisa,
contingente
e indomable detrás de la cual latían un
sinnúmero de cuestiones fronterizas,
ahora la idea de desierto
condensaba,
de modo renovado y a diferencia de otras coyunturas, una serie de
significativas cuestiones sociales, económicas y
políticas que progresivamente
se mostró necesario y urgente resolver.
En este contexto, la pregunta por
cómo incorporar el desierto
a la matriz
Estado-Nación-Territorio constituiría, en
realidad, un modo de situar
espacio-temporalmente otra cuestión aún
más inquietante: la de cómo dominar y
controlar la otredad que lo habitaba.
“Conquista
del Desierto” y
ordenamiento cartográfico del territorio nacional
Al
efectivizarse el proceso de ocupación y
apropiación estatal del espacio
pampeano-patagónico a finales de la década de
1870, el desierto
comenzó a poblarse de datos cuantificables.
“Conquistar”
ese espacio implicaba también medirlo, marcarlo y
segmentarlo según una
geometría estatal que produjese conocimiento
geográfico sobre el mismo a fin de
controlarlo. La avanzada roquista de 1879
se proyectó, entonces, en términos de
una campaña tan militar como
científica: como nunca antes, conquista y
observación científica
confluían, sobre el desierto,
impulsadas conjuntamente por el Estado-Nación.
Desde los inicios de la expedición,
el general Roca se
mostró convencido de la necesidad de que la misma estuviera
integrada por una
comisión científica con personal competente en
diversas áreas (Torre, 2010, p.
69). El ministro sostenía (como se citó en
Walther, 1964, p. 645) que las
deducciones, clasificaciones y resultados obtenidos, “...por
si sólos podrían
dar importancia á la espedición ante nosotros
mismos y en el exterior”.
Consecuentemente, diversos profesionales de la Academia Nacional de
Ciencias de
Córdoba fueron convocados para formar parte de aquella
comisión.[16]
La “Conquista” se
proyectó entonces como un hecho
histórico y glorioso; una empresa estatal cuyas
pretensiones, vinculadas
(discursivamente) con el final de la cuestión fronteriza y
el progreso de la
Nación, le conferían trascendencia universal. Se
trataba, según los decires
hegemónicos, de la apertura a un nuevo orden y el definitivo
cierre al drama
histórico entre civilización y barbarie
(Viñas, 2003). Así, componiendo el
“...último eslabón de una serie
técnica” (Rodríguez, 2010, p. 395),
dicha
expedición articulaba intereses bélicos,
políticos y económicos con diversas
prácticas y piezas
científico-tecnológicas (el fusil Remington, el
telégrafo, el
ferrocarril, la cámara fotográfica, el teodolito,
etc.) que buscaban ganarle
terreno a seres que “....hasta entonces soberanos del
desierto, [ahora] eran
amenazados por aquella formidable avalancha de hierro que los
empujaba” (Prado,
1961, pp. 113-114).
En este contexto la geografía
cobró gran protagonismo,
al punto de convertirse en la “...disciplina rectoral del
nuevo orden”
(Andermann, 2000b, p. 107) y en un medio privilegiado para ordenar el
imaginario territorial de la Nación. Había que
estudiar y describir los nuevos
espacios, generando mapas que no solo adecuaran sus diseños
con la unidad
territorial que el ejército en marcha buscaba garantizar
sino que también
afirmaran a nivel internacional las pretensiones territoriales
argentinas
(Minvielle y Zusman, 1995).
En este sentido, diversos intelectuales y
políticos
plantearon la necesidad de vincular a los científicos con el
Estado y de que
los conocimientos geográficos venideros fuesen ya no solo
estatalmente
gestionados sino también nacionalmente producidos. De ese
modo, por ejemplo, lo
expresaba Estanislao Zeballos en su informe para la
“Conquista”, citando un
documento de 1875 emitido por la Sociedad
Científica Argentina (SCA):
[...]
diariamente palpa la República Argentina la
necesidad de contar con un cuerpo de ingenieros geógrafos,
que produzcan mapas
exactos y útiles. La falta ha sido sentida desde largo
tiempo atrás y es esta
la causa de que los Gobiernos hayan adoptado oficialmente cartas
geográficas
que olvidan lamentablemente los derechos argentinos á la
Patagonia. Un cuerpo
de exploradores y de geógrafos mas vinculados al
país nos pondrá á cubierto de
estas lijerezas. (Como se citó en Zeballos, 1878, pp. 91-92)
La necesidad de una geografía
completamente nacional se
debía tanto a los latentes conflictos internacionales por
los límites
territoriales del país como al hecho de que, hasta la
década de 1870, los
avances geográficos habían provenido casi
exclusivamente de indagaciones y
exploraciones extranjeras. En este sentido, las nuevas producciones
geográficas
y cartográficas debían funcionar como medio de
cohesión social y política hacia
el interior y exterior del país.[17]
En tal contexto, las obras
geográficas precedentes
comenzaron a ser cuestionadas y desautorizadas, principalmente, bajo el
argumento de que sus inexactitudes se fundaban en la falta de
compromiso de sus
autores (extranjeros) con respecto a la causa nacional (Lois, 2007;
Mazzitelli,
2008). Se planteó que los nuevos exploradores fueran
argentinos y/o asumieran
un auténtico compromiso nacional(ista), de modo de
garantizar la conjugación
entre intereses científicos, sentimiento
patriótico y objetivos estatales.
Consecuentemente, frente a la
incorporación de nuevos
territorios y a la ausencia de un importante desarrollo civil de las
disciplinas geográficas, el ejército nacional se
transformó en la primera
agencia estatal encargada de definir los perfiles territoriales de la
Argentina. Tras el proceso de organización que, desde el
gobierno de Sarmiento
(1868-1874), se había iniciado en dicha
institución, la misma transitaba el
diseño de un modelo corporativo que, fundado en una
rígida organización
jerárquica y burocrática, una firme base
técnica y una misión civilizadora (Privitellio,
2010), excedía
el plano estrictamente bélico.
En tanto brazo estatal más
profesionalizado del Estado y
conjuntor de actividades tanto militares como científicas, los hombres del
80 percibían al Ejército nacional como el gran
posibilitador de la disciplina
geográfica en Argentina (Olascoaga, 1880/1974, p. 159).
Por lo tanto, con el avance militar hacia nuevos espacios, esa
institución se
fue multiplicando sobre el desierto desplazando o eliminando todo
aquello que
obstaculizara su expansión ordenadora.
Atacar a los indígenas en sus
tolderías y,
conjuntamente, producir mojones (militarizados) interconectados, fue el
modo de
territorialización estatal de ese espacio.
Estriándolo, generando posiciones
fijas sobre su lisura, produciendo continuidad en la discontinuidad y
codificando
estatalmente el movimiento, el ejército buscó
suprimir los desplazamientos
flexibles e imprevistos del desierto.
Así, al producir mapas, indicar y ocupar
lugares, designar nombres y establecer cuadriculaciones y
distancias, la
lógica estatal generó progresivamente una
rígida segmentarización del espacio y
un marco de previsibilidad y control en el que cada segmento se
homogenizaba
con respecto a sí mismo y a los demás, en “...una
sustitución del espacio por los lugares y las
territorialidades” (Deleuze y
Guattari, 2004, p. 216). Pretendiéndose capturar
así la extensión del desierto
e inhibir los márgenes del
libre movimiento indígena, se fueron realizando mapas que integraron
crecientes publicaciones académicas, políticas y
diplomáticas (Lois, 2007)
ofreciendo una imagen inédita y totalizante del nuevo
territorio nacional.
Como efecto de la ocupación y
control estatal de “...lugares
que eran geográficamente desconocidos, porque no
habían sido sometidos á una
exploración anterior” (Avellaneda citado en
Magrabaña, 1910, III, p. 503), el
año 1879 marcó la multiplicación de
exploraciones y publicaciones geográficas,
al punto de que pronto se consideraría a la
“Conquista del Desierto” como
un gran hito en la historia
territorial del país (Lois, 2004). El interés en
los asuntos geográficos
convocó con tal intensidad a los hombres del 80 que para
estos las
instituciones geográficas se convirtieron en lo que para sus
antecesores de
1837 había sido el Salón Literario (Andermann,
2000b, p.111).
En torno a los espacios anexados se
constituyeron,
progresivamente, Sociedades
Geográficas
que, promovidas y financiadas por el Estado, buscaban
organizar expediciones, recopilar información y
sistematizarla, articulando
intereses nacionales, militares y económicos, a fin de
producir una cartografía
nacional y difundir internacionalmente la representación
oficial del territorio
argentino (Minvielle y Zusman, 1995). Así, en 1879 y 1881,
respectivamente, se
fundaron el Instituto Geográfico Argentino (IGA) y la
Sociedad Geográfica Argentina
(SGA), entre cuyos miembros se destacaban tanto ingenieros y abogados
como
marinos y militares (Minvielle y Zusman, 1995; Lois, 2007; Navarro,
2007).
Entre las nuevas instituciones
geográficas, en 1879 el Gobierno
nacional también creó la Oficina
Topográfica Militar (OTM), nombrándose como su
jefe al Tte. Cnel. Manuel J. Olascoaga.[18] Dicha Oficina
estaba encargada de dirigir y centralizar tareas de reconocimiento
marítimo en
las costas del sur y del relevamiento topográfico que, a
cargo de oficiales de
la Marina y del Ejército respectivamente, serían
fundamentales para
delimitar la
jurisdicción
territorial del Estado-Nación (Bragoni,
2010).
En este contexto, se destacó la actividad de jóvenes
científicos y/o militares argentinos que, interesados en el
estudio de regiones
como la Patagonia, comenzaron a registrar los datos obtenidos en sus
exploraciones produciendo voluminosas obras de autoría
individual mediante las
cuales se proponían llenar los vacíos
científicos de la Nación. Asimismo, sus
investigaciones también abonaron diversas publicaciones
científicas tales como la de los Anales
de la Sociedad Científica Argentina (desde 1876), los Anales Científicos Argentinos
(1874-1876), el Boletín del
Instituto Geográfico Argentino
(desde 1879) y la Revista Argentina de
Geografía (1881- 1883), entre otras.
Siendo
mayormente autodidactas, dichos hombres eran considerados
“...los primeros
argentinos que se ocupan de las indagaciones concernientes á
la naturaleza y á
nuestro suelo” (Avellaneda citado en Fontana, 1881, p. X). Y
como su actividad
científica se consideraba, al mismo tiempo, una
acción patriótica, sus trabajos
fueron concebidos como innovaciones científicas que
venían a resignificar, en
términos nacionalistas, a las obras precedentes realizadas
por extranjeros, en
“...una relación entre el presente y el
pasado” (p. X) que
reordenaba el mapa geográfico, histórico y
natural de
la Nación.
Pero
si en el vasto esquema científico de esos exploradores la
vinculación del
presente con el pasado llenaba de sentidos la idea de
Nación, en lo que
respecta al diseño cartográfico operaba, en
cambio, una perspectiva orientada
hacia el futuro. Por ello, los nuevos mapas se componían
marcando lugares e
itinerarios, indicando vías férreas,
telégrafos, poblados, colonias y líneas de
fortines cuya existencia era, en varios casos, apenas una
proyección (Andermann,
2000b; Lois, 2007).
El
roquismo instalaba, así, un orden geográfico que
además de in-formar e
intervenir el territorio nacional, contribuía efectivamente
con la
naturalización de un proyecto hegemónico de
nación, articulado sobre las ideas
de patria, civilización y progreso; del latifundio como
unidad productiva
fundamental y de la producción de materias primas como
vía fundamental de
inserción al capitalismo global. Ese orden negaba y
excluía, consecuentemente,
las formas originarias y precedentes de concebir, nombrar y habitar los
espacios incorporados, borrándolas y/o
sustituyéndolas por interpretaciones y
expresiones nacionalmente articuladas.
En
ese contexto, la alteridad indígena se transformó
en una interdicción nacional,[19] considerándoselos seres fuera del
espacio-tiempo: pertenecientes a un no-lugar (el desierto)
y a un no-tiempo (pasado remoto), destinados a
extinguirse del presente (por razones bélicas o evolutivas)
y, por ende, a
habitar la margi-Nación.
En el ámbito
geográfico, dicha interdicción
nacional resulta
notoria en obras contemporáneas a
la “Conquista” tales como el Plano del territorio
de la Pampa y Río Negro…[20] y el Estudio
Topográfico de la
Pampa y Río Negro,
de
Manuel
Olascoaga (1880/1974) –las que fueron publicadas
reiteradamente en conjunto–.
Con respecto al Estudio…,
signos de la antedicha interdicción
se avizoran cuando, al inicio del mismo, se presenta un
“Vocabulario
explicativo del significado de los nombres indígenas de
lugares que se citan en
la obra” (1880/1974, pp. 9-13). Esto, en palabras de Carla
Lois (2007, p. 118),
implica al menos dos efectos: “…se apropia de los
topónimos indígenas mediante
la traducción y deshistoriza la presencia
indígena (cuyos rastros quedan
reducidos a la información geográfica que pueda
aportar para la comprensión del
territorio por parte del hombre occidental)”.
En sintonía con esa operatoria, el Plano… impuso –en tanto
constituyó un mapa de referencia para sus
contemporáneos– una nueva matriz territorial que
alteró notoriamente la
información indígena con la que, hasta entonces,
se habían re-tratado los
territorios de Pampa y Norpatagonia. De este modo, en dicho mapa las
referencias de (y sobre) indígenas de la región
asumía un carácter totalmente
subsidiario e interdicto, ya que el mismo proyectaba una idea de
territorio
nacional cuya planificación privilegiaba una infraestructura
comunicacional
modernizante, centrándose en la demarcación de
los itinerarios del ejército
sobre la región y el trazado, real y potencial, de
líneas férreas y
telegráficas. Así pues, si, por un lado, este
hecho afirmaba explícitamente el
control estatal sobre el territorio representado, por el otro, la
ausencia de
referencias sobre la presencia indígena en el
título del plano y la completa
desaparición de los términos “tierra de
indios” o “campos inesplorados
inesplorados” que solía utilizarse en la
cartografía precedente, lo hacían de
manera implícita. Estos gestos interdictivos
también se reiteran en los
contenidos del cuadro de referencias que, ubicado sobre el margen
inferior
derecho del plano, orientan la lectura del mismo.[21]
Finalmente, y en la
línea con la operatoria anterior, la interdicción
espacio-temporal sobre las
representaciones indígenas se muestra absolutamente
radicalizada en un mapa de
Estanislao Zeballos de 1881.[22]
Allí la
presencia de lo indígena deviene pura ausencia, sin implicar
siquiera la
inscripción subsidiaria que tenía en el plano de
Olascoaga. De hecho, en el
cuadro de referencias del mapa (margen inferior derecho) no existen
menciones
sobre las parcialidades indígenas de la región:
el mismo se centra en la
presencia militar, el avance de la línea de frontera, el
recorrido de la línea
telegráfica militar y, finalmente, el itinerario de Zeballos
durante sus
exploraciones como manifestaciones visibles de la soberanía,
logros, capacidades
y transformaciones nacionales que operaban (y operarían)
sobre el territorio
representado. Así, en esa representación
cartográfica de Zeballos, la
afirmación del protagonismo estatal y su gran control
territorial se desdobla
en una absoluta negación de la existencia
indígena: borradura sobre el espacio
territorializado que, como tal, se condecía con su
exclusión absoluta de la
historia y el proyecto de Nación que entonces se estaba
configurando.
Luego de 1879, los mecanismos de
territorialización que antes
de la “Conquista” habían re-tratado el desierto
(y los indios) mediante su inclusión-exclusión
nacional, se desenvolverían ahora, sin
ambigüedades, como pura negación
y ocultamiento de esas otredades.
Ese desenvolvimiento, posibilitado
por la operatoria política de dispositivos de
territorialización estatal como
las producciones geográficas abordadas en este trabajo,
implicó que desde
entonces, y por mucho tiempo, “desierto” e
“indios” se proyectaran socialmente
como elementos minoritarios
(subordinados), pertenecientes a un espacio-tiempo ya superado y, por
ende,
legítimamente apropiables, controlables e incluso
extinguibles.
A modo de cierre
Durante
el proceso de territorialización estatal desenvuelto en
Argentina hacia la
segunda mitad del siglo XIX, el desierto
fue representándose, a través de
múltiples producciones (literarias,
pictóricas, geográficas, políticas,
etc.), como un elemento siempre difícil de
precisar. Si bien, en dicho proceso, las estrategias y dispositivos
que,
progresivamente poblaron de sentidos ese espacio-otro de la
Nación, eran
disímiles entre sí, todas parecen haber
coincidido en algo: el desierto
jamás pudo significarse,
hegemónicamente, desde el mismo desierto.
Es decir, sin lograr definirlo per se, siempre se necesitaron
líneas, bordes y
pliegues significativos que produjeran una diferenciación
de ese espacio y que, al aprehenderlo así por sus contornos
y exterior, lo
volvieran de algún modo representable. En este sentido, esa
diferenciación no
pudo afirmarse más que como reflejo negativo de la sociedad
mayoritaria, es
decir, como “falta” o
“incompletitud” con respecto a su mismidad. El desierto, principalmente identificado
con las vastas extensiones de la región
pampeano-patagónica, se concibió y
proyectó entonces en términos de una suerte de
basurero de la civilización, una
zona de riesgos permanentes, depositaria de lo abyecto, in-humano y
peligroso.
Sobre esa línea significativa, y en
lo que a las
producciones geográficas y particularmente
cartográficas respecta, a partir de
la década de 1830 ese espacio constituyó, tal
como vimos, un adentro-afuera de
las representaciones
del país. Si bien su inclusión-exclusión
asumió rasgos diversos según cada obra,
paradójicamente la distancia y
negatividad con que se concebía dicho espacio fue nutriendo
un campo de
posibilidades (promesa política) para la
afirmación de una identidad y
territorialidad argentinas. Así pues, a partir de
la segunda mitad del
siglo XIX la “apercepción” del desierto
dio paso, en términos de Andermann (2000a, p. 40) a su
creciente “apreciación”
hasta que, finalizando la década de 1870, se
decidió su definitiva
“apropiación”.
Partiendo de la tesis de que
históricamente toda
representación del desierto
en
Argentina implicó un re-trato (velado) de los conflictos con
pueblos indígenas,
al sur de este escrito consideramos necesario recapitular algunas
cuestiones.
En primer lugar, si antes de la avanzada
roquista el desierto se
había incluido-excluido
del territorio nacional (como reverso negativo y
condición de posibilidad de la Nación), en los
diversos re-tratos geográficos
de ese espacio los indígenas aparecían casi
exclusivamente como elementos
variables de una naturaleza poco conocida que, como
señalamos en base a los
mapas, permitían identificar y llenar de sentidos el
vacío. Con la
“apropiación” territorial del desierto,
esa proyección subsidiaria fue reconvertida y, con impulsos
y progresos
geográficos estatalmente codificados, como vimos, nuevos
sentidos definieron
aquel espacio. Con ellos, la presencia indígena fue
progresivamente
uniformándose como alteridad y desplazándose de
la representación hasta homologársela
con la nada al punto de que ni
siquiera –como sí sucedía con
anterioridad– se la inscribiera al menos como
mero “indicador” geográfico. En este
sentido, tras la “Conquista del Desierto”,
esa operatoria de subalternización[23]
del
otro-indígena presente en las producciones
geográficas, a la que aquí
denominamos interdicción nacional,
se
tocó con su margi-Nación
real en
tanto, a partir de entonces, se les asignó
“…un
lugar subordinado en la sociedad hegemónica” (Lenton, 2011, p. 56).
Ahora bien, los cambios producidos con la
“Conquista” en
lo relativo a la representación del desierto
se correspondieron con el reordenamiento no solo
cartográfico sino también
jurídico-administrativo sobre ese espacio y sus sujetos.
Así pues, en 1884 se crearon
nueve Territorios Nacionales (TTNN) –Chaco, Formosa,
Misiones, La Pampa,
Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra
del Fuego– según un formato que
pervivió por casi setenta años, bajo la excusa de
necesaria provisionalidad
para asegurar la provincialización de esos espacios
(Ruffini, 2011). En este
contexto, si bien entre las formas hegemónicas de la nueva
territorialidad
nacional la inclusión-exclusión
del “desierto”
y el “indio” no desapareció
completamente como operatoria para re-tratarlo
geográficamente,
el nuevo ordenamiento sobre los espacios y sujetos incorporados con la
“Conquista” los inscribió como márgenes de
la Nación asignándoseles un rango
jurídico-político y administrativo inferior
al del resto del territorio y la ciudadanía nacionales.
Así
pues, mientras los mapas y discursos del 80 perfilaban un proyecto de
país
blanco, uniforme y homogéneo que, al decir alberdiano,
se constituía por “europeos en
América”, la realidad nacional se componía de una
negada
diversidad sociocultural cuyo ordenamiento espacial implicaba, de un
lado
provincias con autonomía política, consideradas
piezas centrales de la
República y, del otro, TTNN tutelados por el
gobierno nacional que, como tales, resultaban marginales.
En este sentido, en la configuración
de una
territorialidad estado-nacional, la incorporación del
desierto bajo la figura
de TTNN se produjo mediada por un absoluto control político
de esos espacios.
Esto fue así porque el margen constituye “...aquello que le
falta al Estado para completar su dominación, es una
latencia de peligro e
inestabilidad que le permite reafirmar la necesidad de su poder para
mantener
el orden y aspirar al bien común” (Delrio y
Pérez, 2011 p. 240). Por ello, mientras en el
plano geográfico se ordenaba
cartográficamente la
Nación y uniformaba su territorio según
tendencias desmarcatorias de lo
argentino, en
el plano jurídico-político –gestionado
desde Buenos Aires– el nuevo
orden de los TTNN implicó acciones selectivas (no siempre
uniformes) y
categorías de margi-Nación
y
diferenciación subalternizantes que se
legitimarían, por ejemplo, a partir de
la supuesta “...minoridad e incapacidad cívica de
sus habitantes” (Ruffini,
2011).
Como vemos, las campañas militares
de 1878-1885 marcaron
un punto de inflexión con relación a los modos
hegemónicos de representar
geográficamente y controlar políticamente
“indios” y “desiertos”. A
partir de
esos modos, la elite intelectual y dirigente implicaría
importantes debates y
concretas decisiones políticas sobre el
“territorio nacional” y la
“población
argentina” en general, y el desierto
y los indígenas, en particular. Decisiones y acciones de
exclusión, muertes y
olvidos cuyos efectos aún perviven y supuran injusticias.
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Julio Leandro Risso
Argentino.
Doctor por la Universidad de Buenos Aires, con especialidad en Ciencias
Sociales. Licenciado en Ciencia Política
(orientación análisis político) y
profesor de grado universitario en Ciencia Política por la
Universidad Nacional
de Rosario. Actualmente se desempeña como docente e
investigador en el
Instituto de Cultura, Sociedad y Estado (ICSE) de la Universidad
Nacional de
Tierra del Fuego (UNTDF). Sus áreas de investigación e
interés son: ciencias sociales interdisciplinarias, estudios
sobre el Estado y
la diversidad sociocultural en Argentina. Sus publicaciones recientes son: "Estado. Del monstruo a la máscara:
algunas reflexiones" en Juan
Acerbi (comp.) Diez conceptos (no tan)
básicos de Ciencias Sociales. Ushuaia: UNTDF
Editora. 2018; "Otros-Nos. Algunas reflexiones (sobre)
lenguaraces y cautivas más allá de las dualidades
identitarias", en TEFROS: Facultad
de Humanidades.
Universidad Nacional de Rio Cuarto, 2017, 15 (1), pp. 98-127.
[1] A
partir de perspectivas constructivistas sobre las configuraciones
identitarias,
sostenemos que la formación de un Estado-Nación
involucra procesos hegemónicos
de identificación colectiva que, como tales, implican
proyectos totalizadores y homogenizadores cuyos efectos de poder
contribuyen a producir
conciencia grupal, espacio-temporal y estatal. No obstante, y
paradójicamente, tales
proyecciones se conjugan al mismo tiempo con imaginarizaciones particularizantes que producen
“…formas
jerarquizadas de imaginar colectivos a los que se asignan diversos
grados de
estima social, así como privilegios y prerrogativas
diferenciales dentro de la
comunidad política” (Briones, 1998, p.122). Es al
calor de esa dinámica que se producen
identificaciones colectivas regenerándose diversas
categorías de mismidad y
otredad, esto es, de identidad nacional y alteridades en tanto,
mediante la
antedicha conjugación proyectiva, la marcación
particularizante de otros garantiza
y contribuye a afirmar,
en parte, la existencia de un nosotros nacional
que tiende a permanecer desmarcado, en tanto al generalizarse y
naturalizarse
invisibiliza su propia particularidad.
[2] La
batalla de Pavón se produjo el 17 de septiembre de 1861,
entre los que por
entonces constituían dos Estados independientes: Buenos
Aires, gobernada por
Bartolomé Mitre, y la Confederación Argentina,
presidida por Justo José de
Urquiza. La definición del conflicto en favor de Buenos
Aires –debido a la
retirada de Urquiza del combate– significó el
inicio de la organización
institucional y territorial del Estado-Nación argentino,
bajo la hegemonía
porteña. Tal como lo afirma Oszlak (1982), a partir de dicha
batalla ciertos
intereses comunes a los sectores dominantes devinieron, crecientemente,
objeto
de “interés general” al tiempo que,
buscándose instaurar un orden estable para
la nueva República, el aparato estatal argentino
comenzó a crecer mediante la
creación y expansión de instituciones que, en
movimientos centrípetos
articulados desde Buenos Aires, comenzaron a regular progresivamente
diferentes
aspectos de la vida social, apropiándose de diversos
ámbitos y materias de
actuación.
[3]“Mayoritaria”
no se refiere a una cantidad sino al carácter dominante de
un tipo humano, en
tanto cierto grupo desmarca sus particularidades,
proyectándolas y
afirmándolas, hegemónicamente, como un sistema
constante y homogéneo, “un
metro-patrón con
relación al cual se evalúa”
(Deleuze y Guattari, 2004, pp.
107-108).
[4] Aunque,
como lo indicamos anteriormente, hacia la segunda mitad del siglo XIX
la
“cuestión fronteras” se
proyectó crecientemente como un escollo para la
organización nacional, históricamente las
relaciones fronterizas constituyeron
un catalizador de vinculaciones, alianzas y negociaciones que,
favoreciendo
ciertos intereses eurocriollos dominantes durante el proceso de
organización
nacional, intentaron ser controlados por el aparato estatal en
formación. Tal
fue el caso de los intercambios, alianzas y colaboraciones de ciertas
parcialidades indígenas con los grupos eurocriollos tanto
para la producción
hegemónica de elementos simbólicos y materiales
como para la realización de
exploraciones territoriales y la resolución de contiendas
políticas y militares
que, desde la Independencia y durante todo el proceso de
consolidación
nacional, fueron fundamentales para la formación
estado-nacional. De hecho, si
bien las narraciones oficiales de la Nación han insistido
históricamente en
marcar al “indio” como el único y
exclusivo “otro” de la frontera durante el
período de consolidación estado-nacional, tal
situación no fue así sino hasta
el contexto de la “Conquista del Desierto”. Fue
entonces cuando las diversas
parcialidades indígenas se presentaron
hegemónicamente, y de modo
indiferenciado entre sí, como única y
antagónica otredad de la frontera. A
partir de entonces el “indio” se
proyectó como un enemigo común y ajeno a la
Nación, lo cual no solo implicó negar la historia
de relaciones, intercambios y
alianzas fronterizas sino también simplificar e
invisibilizar la diversidad sociocultural
de esas relaciones, silenciando así la relevancia e
incidencia de las mismas en
el proceso de configuración del Estado-Nación.
[5] Para
los títulos y citas textuales relativas a las obras
referidas en este trabajo,
se respetan y mantienen los idiomas y ortografía originales
de las mismas.
[6] Ello es
evidente, por ejemplo, en un mapa
realizado, en base al de Arrowsmith, por el italiano Benedetto Marzolla
(1856,
p. 44).
[7] A
partir de la Independencia y en un contexto
de contiendas en las que se oponían proyectos
(económicos y políticos)
“unitarios” y “federales” con
respecto a la constitución del país, se
estableció entre 1835 y 1852 un sistema político
de confederación que, impuesto
desde Buenos Aires, se ordenó bajo la hegemónica
figura de Juan Manuel de
Rosas. En febrero de 1852 el “Ejército
Grande” –al mando del caudillo
entrerriano Justo José de Urquiza y compuesto por las
provincias de Entre Ríos
y Corrientes en alianza con proscriptos políticos
argentinos, Brasil y Uruguay–
derrotó, en Caseros, a las fuerzas lideradas por Rosas. A
partir de entonces,
se planteó la necesidad de una definitiva unidad del
país y su organización
constitucional. En un intento orgánico por crear un Estado
nacional (Oszlak,
1982), Urquiza obtuvo el consenso necesario para convocar un Congreso
Constituyente, del cual la provincia de Buenos Aires se
autoexcluyó. En mayo de
1853 el Congreso Constituyente aprobó, sin
representación de Buenos Aires, la
Constitución Nacional. Consecuentemente, hasta 1861 Buenos
Aires y la
Confederación Argentina coexistieron como dos Estados
independientes y
enfrentados entre sí.
[8] La
primera edición castellana de dicha obra es del
año 2005. En cuanto a las
ediciones originales en francés –que son las
citadas en este trabajo–, los
tomos I y II
fueron publicados en 1860, el tomo
III en 1864 y el atlas en
1869,
reeditándose este último en 1873.
[9]
Funcional al gobierno de Urquiza, en su Description…
De Moussy expresaba, con reiteradas lisonjas, su respeto por la figura
y la
política del entrerriano, a quien presentaba como una suerte
de Licurgo
sudamericano, pacificador de las provincias, organizador de la
Confederación y
propiciador de la Ley y de la postergada unidad
nacional (De Moussy, 1860, I, p. 1).
[10] Considerada por De Moussy (1860, I, p. 50) como
un área casi imposible
de delimitar positivamente, a causa de sus características y
difícil acceso,
esta región no fue destino de sus exploraciones ni objeto
principal de sus
descripciones.
[11] El tomo III de la Description…
detalla una gran variedad de parcialidades indígenas en una
sucesión caótica de
nombres que, presentada como una inmensa numeración de datos
incomprobables, no
tenía validez clasificatoria y, tal como lo
señala Pedro Navarro Floria (1999),
se habrían planteado con el objeto de apabullar al lector y
demostrar
erudición.
[12] En la obra de De Moussy las referencias a la
“población argentina” no
solo refiere a los habitantes del territorio confederacional (en cuyo
caso el
término “población” funciona
como sustantivo) sino que también tiene una clara
inscripción proyectiva que apunta al futuro (la
“población” por venir). El
término “población”,
entonces, desdobla así su sentido sustantivo aludiendo, al
mismo tiempo, a la acción de poblar.
[13] De Moussy representa a los indígenas
como seres movedizos en relación
con el espacio pero inmovilizados con respecto al tiempo. Es decir, si
por un
lado se trata de grupos que, en el presente, se desplazan sobre el
espacio liso
de modo constante e imprevisible, por el otro, se destaca que, desde la
llegada
del europeo a América, han vivido sin cambios culturales a
lo largo del tiempo
(De Moussy, 1860, II, pp. 174-175). De hecho, solamente el caballo
–cuya
proveniencia europea se remarca en el texto– se identifica
como único cambio
significativo para la vida indígena (1860, II, p. 163).
[14] De
hecho, en este contexto resaltó la figura de Juan
Calfucurá quien, instalado en
cercanías de las Salinas Grandes desde 1834 y a
través de la alianza con
diferentes caciques y parcialidades indígenas,
logró una Confederación
Indígena y mantener la
hegemonía indígenas durante largos
años. Así pues, lideró
estratégicamente
importantes negociaciones con los sucesivos gobiernos criollos, lo cual
se
tradujo en un permanente ida y vuelta de favores políticos y
socioeconómicos.
Sin embargo, en los primeros años de la década de
1870 comenzaron a producirse
serias divisiones en el seno de la Confederación
Indígena. Así fue que tras la
derrota de las fuerzas de Cafulcurá en la batalla de San
Carlos de 1872 y su
muerte un año después, se inició el
definitivo repliegue y decadencia de la
Confederación Indígena.
[15]A fin de ser
presentado en la Exposición
Internacional de los Estados Unidos de 1876 en Filadelfia (Lois, 2007 y
2012),
ese manual fue publicado entonces (en español,
inglés, francés y alemán) en
Buenos Aires por el Comité Central Argentino para la
Exposición de Filadelfia.
Luego se distribuyó también en los diversos
consulados argentinos en el
extranjero. Cf. Napp (1876).
[16] Entre los miembros
de la
Academia que en 1879 formaron parte de la comisión
científica de la “Conquista
del desierto”, se contaban: el botánico Pablo F.
Lorenz, el zoólogo Adolfo
Döring, el naturalista Gustavo Niederlein y el preparador
zoólogo Federicho
Schultz. Por otra parte, también integraron esa
comisión el ingeniero francés
Alfredo Ébelot y el topógrafo Manuel Olascoaga.
Tras la expedición, los
resultados científicos obtenidos compusieron una obra de
cuatro tomos, titulada
Informe Oficial de la Comisión
Científica agregada al Estado Mayor General
de la Expedición al Río Negro (Patagonia)
realizada en los meses de abril, mayo
y junio de 1879, bajo las órdenes del General D. Julio A.
Roca.
[17]
En este
contexto, la necesidad de una cartografía oficial se
exigiría enfáticamente,
sobre todo a partir del conflicto desatado cuando, utilizando los mapas
publicados por Napp, Chile y Brasil fundamentaron pretensiones
territoriales
sobre espacios que Argentina reivindicaba propios. Esa
situación condujo a que,
durante la presidencia de Juárez Celman (1886-1890), se
objetara esa
cartografía decretándose quitarle todo tipo de
carácter oficial (Minvielle y
Zusman, 1995).
[18] Luego de diversas
reorganizaciones, en 1901 la OTM adoptó el nombre de
Instituto Geográfico
Militar (IGM) y, desde entonces, tuvo
“el monopolio y control de toda la cartografía
producida e impresa en el
país” (Privitellio, 2010, p. 137).
[19]
Con interdicción nacional
nos referimos a la
privación y/o exclusión –en tanto se
pone “entredicho” (interdictum)–
de toda representación espacio-temporal y/o
identificación colectiva que sea diferente de las mayoritarias, ejercida mediante
mecanismos de subestimación,
anulación y/o reemplazo que, dentro de la
hegemónica comunidad imaginada,
inhiben la diversidad sociocultural o la transforman en tabú.
[20] Título: Plano
del
territorio de la Pampa y Río Negro y las once provincias
chilenas que lo
avecindan por el oeste. Comprende el trazo de la batida y
esploración general
hecha ultimamente en el desierto hasta la ocupación
definitiva y
establecimiento de la línea militar del Río Negro
y Neuquén por el Ejército
Nacional a órdenes del Sr. Gral. D. Julio A. Roca.
Construido en vista de
planos, croquis parciales, itinerarios de los jefes de las divisiones y
cuerpos
espedicionarios de
los ingenieros militares que los
acompañaron y según exploraciones y estudios
propios por el Tte. Cnel. Manuel
J. Olascoaga, Jefe de la Oficina Topográfica Militar.
[21] En él la mención de los
indígenas es prácticamente accidental y
responde exclusivamente tanto a la lógica del avance militar
(clasificándose su
presencia entre “toldos habitados” y
“toldos abandonados”,
sin ningún otro señalamiento) como al proyecto de
homogeneización
nacional del espacio (desaparece el registro de circuitos terrestres
que,
diferentes de los mayoritarios, en la cartografía precedente
se indicaban como
“Rastrilladas” o “Caminos de
Indios”, ahora codificados nacionalmente y
con-fundidos con los caminos nacionales, como “Caminos
Generales y de Indios”).
[22] Título: Carta construida bajo la dirección del
Doctor Dn.
Estanislao S. Zeballos según datos propios y principalmente
de los Sres.
Villegas, Olascoaga, Hort, Wisocki, etc. Para ilustrar el I Tomo de la
obra
"Descripción amena de la República ARGENTINA. [Cf. Zeballos (1881)].
[23] Concebimos a la “subalternización”
como un proceso (Mignolo, 2015) que, constitutivo de la
construcción de
hegemonía y desmarcación de mismidades inherentes
a las lógicas estatales y
capitalistas colonial modernas, produce –mediante diversos
dispositivos y
operatorias– condiciones de emergencia de
prácticas y formas de visibilidad y
decibilidad, a través de las cuales no solo ciertos sujetos,
territorialidades,
decires, saberes y sentires son marcados como
“otros” sino que, conjuntamente, se
los particulariza deslegitimando su existencia, según
categorías y prácticas de
negación, invisibilización y exclusión
que contribuyen efectivamente a garantizar
su subordinación con respecto al
“nosotros” y, consecuentemente, legitimar sobre
ellos formas de (ab)uso, apropiación, explotación
y/o desaparición.