Masculinidad
repudiable y conyugalidad inapropiada en el folklore
norteño:
un
estudio del relato de Juan Oso
Despicable Masculinity and Inappropriate
Conjugality in Northern Mexico Folklore:
The Story of John the Bear
Guillermo
Núñez Noriega |
Koldovike
Ibarra Valenciana |
Resumen:
Este
artículo parte del trabajo de compilación y
análisis de los relatos de Juan Oso en
el norte de México. Se analizan
diez relatos orales y dieciocho relatos escritos, con el fin de
entender la
manera en que articulan concepciones y valores de género,
particularmente de
masculinidad, con relación a las formas de construir la
conyugalidad, la
reproducción y la paternidad.
Concluimos
que las versiones norteñas de esta tradición oral
difieren de las europeas,
pues se centran en el rapto de la mujer (la madre de Juan
Oso) y no en sus aventuras, y con ello identifican y alertan
contra una noción de masculinidad peligrosa y antisocial,
construyendo así un
mensaje moral de gran relevancia en la cultura de género del
norte de México.
Palabras
Clave:
Folklore, estudios de género, masculinidad, conyugalidad,
norte de
México
Key Words:
Folklore, Gender Studies, Masculinity, Conjugality, Northern Mexico
Traducción:
Guillermo
Núñez Noriega, Centro de
Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C.
Cómo
citar:
Nuñez,
G. e Ibarra, K.
(2020). Masculinidad
repudiable y
conyugalidad inapropiada en el folklore norteño: un estudio
del relato de Juan
Oso. Culturales, 8, e526. https://doi.org/10.22234/recu.20200801.e526
Recibido:
26 de mayo de 2020
Aprobado: 05 de
agosto de 2020 Publicado: 27 de octubre de 2020 |
Introducción
Dentro
de la
tradición oral del norte de México se encuentra Juan
Oso, uno de los
relatos con mayor difusión en el mundo. Su
trasmisión se ubica en Europa, en
América (Norte y Latinoamérica), en Oriente
Medio, en África del norte y en
India (Thompson, 1946, pp. 33, 11, 193). Es un texto
folklórico de tradición
europea que se puede rastrear desde el siglo XVI[1]
hasta nuestros días. Su
transmisión fue muy popular en México entre las
distintas lenguas indígenas[2]
y en diferentes regiones
del país.[3]
Sin embargo, en el
norte de México encontramos que
las versiones que se mantienen vivas en la oralidad
contemporánea presentan
diferencias (sintagmáticas y paradigmáticas)
significativas con las versiones
europeas, que nos parecen dignas de estudio.
En
términos generales, el relato de Juan Oso
cuenta la historia de
un oso que rapta a una mujer y la lleva a vivir a una cueva en donde la
mantiene cautiva. Ahí procrean un hijo (Juan
Oso), mitad humano, mitad oso, quién posee una
gran fuerza, poder que
simbólicamente es asociado al oso. Al crecer el hijo logra
la liberación de la
madre y se van a vivir al pueblo cercano. Ya en el pueblo el hijo tiene
dificultades para adaptarse a la vida pueblerina. En las versiones del
norte de
México el relato termina aquí, en cambio en las
versiones europeas, esta parte
es apenas el preámbulo de las hazañas del cuento
maravilloso[4]
de Juan Oso.
Las
preguntas de investigación de las que partimos son las
siguientes:
¿En qué consiste la diferencia en las versiones
norteñas del relato de Juan Oso
con respecto a las europeas? ¿Qué
significados sexualidad y género se textualizan en las
versiones norteñas de
este relato folklórico?
Estudios
de folklore y estudios de género
Este
estudio
se inserta dentro de los estudios del folklore y de los estudios de
género. Los
estudios del folklore son un campo de planteamientos
teóricos-conceptuales, así
como de metodologías en las que convergen diversas
disciplinas, particularmente
la lingüística, la antropología, la
semiótica y la sociología, entre las
más
importantes. Lo que define a los estudios de folklore como un campo
distinto es
su objeto de estudio: el folklore. Con ese término nos
referimos a expresiones
culturales de tipo informal, no institucional, transmitidas de persona
a
persona, preferentemente por vía oral, visual o a
través del ejemplo (esto es,
a través de su realización). Se comparte y
reproduce entre dos o más personas,
esto es, los grupos sociales, de forma regular en el tiempo y el
espacio, por
medio de las cuales generan cohesión e identidad como grupo,
pues a través de
esas tradiciones culturales el grupo expresa elementos que los unen:
ideas, actitudes,
percepciones, emociones, que son producto de su interacción
social (ver Toelken,
1996, Sims y Stephens, 2011, McNeil, 2013, Bonner, 2017), o en palabras
de
Dundes (2000) son elementos de una “visión del
mundo”.
Los
autores Sims y Stephens (2011), clasifican las expresiones
comunicativas que se suelen llamar folklore en tres amplias
categorías: 1) el verbal,
2) el material y 3) el de costumbre (2011, p. 12). Aquí nos
abocamos a una
producción folklórica verbal: los relatos orales.
Los relatos orales son una
expresión folklórica en la medida en que se
confiere a la situación narrativa un
modo o estilo particular que identifica a un grupo al narrar y en lo
narrado. Son
tradiciones textuales, expresiones comunicativas (Toelken, 1986) que se
emplean
en la vida cotidiana de las personas como parte constitutiva de su
saber
cotidiano en sus distintas y variados contextos (Pérez,
2015, 24). Los relatos
folklóricos expresan una mirada propia de parte de los
grupos sociales (también
llamados grupos folk) de vivenciar y valorar las relaciones sociales
(como las
de género y otras), así como de expresar sus
emociones y percepciones sobre la
cotidianeidad de sus vidas.
Los
estudios de género, por su parte, son una
expresión del feminismo
como tradición de reflexión y de lucha
política (Tong, 2017) que tiene al
género como concepto teórico-analítico
clave para entender la organización
social, así como las identidades, prácticas y
relaciones entre las personas y
las instituciones. Toda sociedad humana tiene una forma de significar y
organizar
los cuerpos, los sexos, las prácticas y las relaciones
sexuales y
reproductivas, y a esto le llama Gayle Rubin, sistema
sexo-género: “El sistema
de relaciones sociales que transforma la sexualidad
biológica en productos de
actividad humana y en el que se encuentran las resultantes necesidades
sexuales
históricamente específicas” (Rubin,
1975). En la medida en que el sistema
sexo-género es consustancial a toda sociedad humana, es
comprensible que ésta
se exprese en valores, concepciones, percepciones, actitudes,
subjetividades,
identidades, normas e instituciones, así como en problemas y
preocupaciones
específicas, las cuáles a su vez
adquirirán una representación en su folklore.
En
este artículo retomamos la definición de la
feminista Joan Scott (1996)
quien define el género a partir de dos proposiciones
interconectadas: “que el
género es un elemento constitutivo de las relaciones basadas
en las diferencias
que distinguen los sexos” y que “el
género es una forma primaria de relaciones
significantes de poder”, esto es, que el género
“es el campo primario dentro
del cual o por medio del cual se articula el poder” (Scott,
1996, p. 289). Scott
propone considerar varias dimensiones analíticas para el
estudio del género: 1)
los símbolos, 2) las normas, 3) las instituciones y la
organización social y 4)
la identidad/subjetividad.
Una
aportación fundamental del ensayo de Scott (1996) radica en
haber
introducido el concepto de género en el campo de los
sistemas de significación,
con lo que superó las perspectivas esencialistas para
entender la
subordinación/opresión de las mujeres a partir de
su biología, así como haber
enfatizado su dimensión relacional en el plano de la
significación, en los
procesos de construcción de identidad y en la
organización social. Por esta
razón nos apoyamos en el planteo teórico de Joan
Scott, para estudiar los
procesos de significación de género que se
textualizan en los relatos norteños
de Juan Oso.
Los
estudios de folklore han venido mostrando la dimensión de
sexualidad
y género en la diversidad de los productos
folklóricos, sean estos orales,
materiales o costumbres (Radner, 1993, Brandes, 1980, Herzfeld, 1985,
Bronner,
2005), aunque no con la sistematicidad y profundidad que se quisiera.
Por
nuestra parte, identificamos dos aproximaciones de género en
el relato de Juan
Oso y sus versiones en México y en Europa (Taggart, 1997,
Ibarra, 2014). Dichos
abordajes, sin embargo, no han ofrecido un planteo teórico
comprensivo sobre el
estudio de género de la producción
folklórica. El de Ibarra (2014), por ejemplo,
no interpreta en términos estructurales la
construcción simbólica del género,
particularmente de la masculinidad, a lo largo del texto. Taggart
(1997) por su
parte: 1) se limita el estudio de las aventuras de Juan Oso y no al
aspecto que
aquí abordamos: el rapto de la madre y su
liberación, 2) no analiza la
estructuración simbólica del género en
el relato, y 3) se conforma con explicar
las variantes de los actos “masculinos” de Juan Oso
a partir de referencias
extra-textuales, esto es, referencias a la sociedad que cuenta ese
relato, a sus
modelos de crianza y persona.
Para
suplir esta carencia, en este artículo proponemos que se
estudie la
dimensión de género del folklore, a partir de su
inserción en un sistema
sexo-género, como sistema que construye identidades,
prácticas y relaciones,
con sus dinámicas de poder, acomodamiento y resistencia
(Núñez, 2016). Esto es,
proponemos que la dimensión de sexualidad y
género de la producción folklórica,
sea estudiada sí 1) como producto de la división
por género de las actividades
productivas y reproductivas de hombres y mujeres, pero
también 2) como expresiones
comunicativas tradicionales que reproducen, expresan o delinean las
formas
idealizadas de ser hombre y mujer en la sociedad, así como
la masculinidad o la
femineidad, 3) los miedos y prejuicios a la diversidad sexual y de
género o a
la transgresión de las identidades sexo-genéricas
dominantes, 4) los dilemas
que hombres y mujeres enfrentan en el día a día
en el cumplimiento de esas
formas establecidas de masculinidad y femineidad, 5) las
críticas y
resistencias a esas formas dominantes o extremas de género y
6) la afirmación
de formas alternativas a las dominantes, de masculinidad y de
femineidad, de
ser hombre y de ser mujer, y más allá de eso, de
vivir el cuerpo, el sexo, el
género y el deseo.
Nuestra propuesta analítica parte, como hemos mencionado anteriormente, de la consideración de que los relatos son productos de una cultura específica que textualiza preocupaciones, concepciones, valores, actitudes que caracterizan al grupo social que los recrea y transmite, y con ello reproduce su identidad cultural (con su dimensión sexualidad y género). Esa textualización se expresa en formas simbólicas, en un campo semiótico donde los términos adquieren sentido no sólo por las convenciones de sentido del lenguaje, sino también por la manera en que se estructuran en el relato, en un juego de diferencias y oposiciones (Toelken, 1996; Hall, 1976). Nos parece que, en el caso de los relatos norteños de Juan Oso, se textualizan preocupaciones, concepciones, valores y actitudes centrales en la organización del sistema sexo-género, aquellas relativas a los significados de ser hombre y mujer, de la masculinidad y la femineidad, de las formas socialmente correctas de emparejamiento, de reproducción, de construcción del hogar, de trato en la pareja, de la maternidad y la paternidad.
Metodología
Con
respecto
a la investigación folklórica de los relatos,
Pérez (2015) señala que tiene al
menos dos ámbitos muy claros: el primero es la
búsqueda del folklore ya
conservado en textos; el segundo, el folklore vivo, cuando la
investigación de
campo recopila los textos in situ. Teóricamente
hablando, para estudiar
el folklore textual, se pueden seguir los planteamientos de la escuela
llamada
Historia de las Formas, la cual consiste en los siguientes pasos: 1)
Encontrar
elementos folklóricos prexistentes en textos ya escritos, 2)
describir de
manera minuciosa la forma folklórica inserta en un texto, es
decir las
palabras, la sintaxis y los estereotipos que reproduce, 3) determinar
la
intención textual de la forma, es decir, describir la
función ilocutiva y
social que el texto cumple, y 4) determinar el contexto
histórico-cultural en
el que surgió el relato folklórico. Con estos
cuatro pasos metodológicos se
pueden perfilar toda una serie de análisis de la textualidad
folklórica. De lo
que generalmente se trata es de conservar y recuperar la textualidad,
para
después dar a pie a los análisis culturales
(Pérez, 2015, pp. 26-27).
Para analizar las versiones de Juan Oso es importante acotar las dos dimensiones del análisis folklórico, la textual y la sociocultural. Ello implica, primero, recopilar un corpus de textos en sus distintas versiones para trabajar en la distinción de cada una de ellas y analizar de manera detallada los elementos que conforman al relato folklórico. Esto nos lleva a un segundo momento: la crítica textual, que nos permite ver la transmisión del relato, su estructura y variación, es decir, cómo se conforma y ordena el texto oral. Finalmente, el tercer momento es el análisis semiótico de los contenidos, que nos permite entender los significados y funciones del relato folklórico dentro de la cultura de enunciación. (Ibarra, 2014, p.150). En el apartado III de este artículo presentaremos cómo hemos realizado estos dos primeros momentos y en el apartado IV, V y VI desarrollaremos el análisis semiótico.
EI
Corpus norteño de Juan Oso y la crítica textual
a)
El corpus
Para
este
trabajo analizamos los 28 textos folklóricos de Juan
Oso, encontrados en
dos estados del norte de México: Nuevo León (NL)
y Chihuahua (CH) que Koldovike
Ibarra (2014) ha recopilado de fuentes orales y escritas, y que
además ha clasificado.
También hemos incluido a la taxonomía del corpus
las versiones de Camarena y
Chevalier (1995), Taggart (1997), Guelvenzu (1997) y Pastoureau (2008),
que nos
permiten contrastar las versiones de NL-CH, con las versiones europeas.
Antes
de proceder al análisis textual, nos parece pertinente
mostrar al
menos dos variantes neolonesas (v5NL y v7NL)[5]
y una variante
chihuahuense (v3CH) que servirán de texto base para la
versión Nuevo
León-Chihuahua (V NL-CH), fundamental para nuestro
análisis. Se eligieron estos
tres textos por ser las versiones más completas y que
presentan más rasgos de
filiación textual a la versión completa del
cuento maravilloso europeo Juan
Oso (Camarena, 1995, 24). A continuación, los tres
textos seleccionados
para este artículo:
v5NL[6]
Nos gustaba
subirnos al cerro
a buscar ramas, y entonces decía mamá:
¡si andan por allá de marotas en el
cerro se las va a llevar un oso! Como a la que se la llevó
el oso, ¿cómo decía,
¿cómo se llamaba la señora? No se
acuerda usted como se llamaba, ¿no se lo
platicaron? [le pregunta a su comadre, ella responde: no, sí
lo he oído, pero
no sé cómo se llamaba]
Entonces estaba
recién casada la señora, a según. Y
luego bajó el oso de
arriba del cerro, tiene una cueva que… ¡Y se la
llevó!, ¡Se llevó a la
muchacha! Recién casada –así me la
platicó mamá-. Entonces dice que, antes
había… que le decían los arrieros
porque antes manejaban las mulas, los burros,
todo. Trabajaban con esta, ¿cómo se llama?
Bajando madera o candelilla, pita de
palma, iban lejos a traer. Les decían arrieros porque iban a
traer. Fue a la
casa, al rancho donde vivía la muchacha y se la
llevó. Le dijeron al esposo que
se había llevado el oso.
Arriba en el cerro estaba una cueva y
ahí la tenía. Nadie se arrimaba a la cueva porque
había varios osos. Pasó el
tiempo y los suegros dijeron que en el cerro habían visto a
Juanita, así se
llamaba, pero no traía ropa, entonces llegó el
animal y la metió a la cueva. El
oso le puso una piedra grande en la entrada para que no pudiera salir.
Había
tenido dos hijos, el primero era mitad oso mitad humano, el segundo era
un oso
entero, animal de a tiro. La muchacha quería mucho al
animalito.
Un día su hijo el osito abrió la
puerta
de la cueva y la muchacha bajó del cerro a la carrera y sus
hijos la siguieron.
Iban pasando unos arrieros con sus atajos de mulas, la vieron y la
subieron al
guayín. Juanita iba en cueros. Pudo subir al
guayín a su hijo mayor, el que era
mitad oso mitad hombre. Al otro animalito lo alcanzó el oso
y se lo enseñaba a
la muchacha para que regresara, le pegaba contra las piedras para ver
si se
regresaba, pero no regresó. Cuando ya bajaron del cerro no
volvió a subir. A su
hijo le habían puesto Juan Oso. Eso fue lo que me platicaron.
v7NL[7]
¡Ah!,
sí me acuerdo… Decía, decía
mi papá que, en
ese rancho era un rancho grande verdad que ´taba mucha gente,
que ´ta muy cerquita
cómo se llama. El cerro. Y era entonces en ese tiempo, eran
guayines, le dicen
guayín es una, un carro de cuatro ruedas de madera y, lo
arrastraban cuatro
mulas. Las mulas son de cómo se dice… las mulas
son, cuatro mulas… Y dicen que
traían, venían cargadas de una parte a otra y que
decía la gente, tengan
cuidado porque hay muchos osos, ¡muchos osos!, y les
tenían miedo y ay dios si
sería cierto, eso es la historia. Entonces que un oso
bajó acá al pueblo y
había una muchacha ¡muy bonita!, y luego este, que
esa muchacha se casó, se
casó con un muchacho y luego dicen que
pasó… el carretón y la vio que iba, el
guayín la vio que iba. Y luego dicen que el animal ese los
veía pos ´taba
cercas del cerro bajaban así por el cerro y daban vuelta al
rancho y dicen que
cuando llegaron a la casa los recién casados el animal vino.
Ante
éste, se bajaron del guayín y agarró a
la muchacha y se la llevó, se la llevó
pa´ allá pa´ arriba él solo.
Y luego dicen que la gente ¡pos desesperada!, ¡y
vamos a matarlo! Y no, ¡no! La matamos a ella
también y no pos se fue la muchacha
con el oso, con el oso, se la llevó. Y luego dicen que
allá había una cueva,
una cueva muy grande y ahí estaba la muchacha. Entonces
decían que él, que el
oso salía afuera pa´ ver y la muchacha no la
dejaba salir, ¡no!, la tenía en la
mera, en la mera cueva. Y luego dicen que la muchacha tuvo un osito, un
osito
del oso de allá de arriba. Y que la muchacha pos
quería venirse como quiera al
pueblo y pos el oso no la dejaba, [ella] ¡le tenía
miedo!
Entonces
dicen que cuando, con el tiempo verdad, duró tiempo y luego
dicen que, que pasó
el guayín y, el oso se pos se calmó yo creo un
poco y ya no le hacía mucho, ya
no la cuidaba mucho. Y dicen que se fue a buscar de comer, yo creo por
ahí. Y
luego dicen que, que cuando la muchacha le dio chanza, le
dejó abierta la
cueva, se vino la muchacha pa´ abajo, pasó el
guayín, y no pos la vio [el oso],
[los del guayín] ya la conocían,
sabían. Pasó el guayín y se
subió arriba, y el
animal la vio que se subió [al guayín] y se
bajó. Dicen que se metió a la cueva
y que le sacaron al muchachito mitad de oso y mitad, de muchacha. Y le
sacaba,
le agarraba el oso, el oso al osito de la mano pa´ que lo
viera que lo iba a
matar si no se venía. Dicen pos que llegó el oso
y que lo azotó entre las
piedras y ¡la muchacha qué se iba a venir! Que se
vino pa´ cá [al pueblo] en el
guayín.
Y
dicen que cuando, que cuando llegó a la casa la muchacha,
este, ya después
quería irse con él pa´ arriba, porque
ya no la quería el muchacho.
Y que tuvo un, un osito, que era la mitad de
oso y la mitad de gente; por acá de gente verdad [de la
cabeza a la cintura] y
de aquí [de la cintura] para debajo de animal. Y entonces
luego que dijo no pos
a ver qué le hacemos a este y ya está embarazada
y ahora qué hacemos con éste y
no hombre ¡es de animal! Y dicen que cuando nació,
nació con la mitad de oso y
la mitad de gente y luego dijeron vamos a ponerle Juan al muchachito,
le
pusieron Juan Oso, pos como era de, acá [señala
los pies] tenía patas de oso. Nada
más de aquí [de la cintura] para acá
[la cabeza] tuvo la suerte de gente, de la
muchacha. ¡No hombre” después dicen que,
el muchacho le habló otra vez a la
muchacha y, se casó otra vez con ella, pero con el
niño ese… Y estaba… que no
tenía nada que ver nada porque era, traía
pantalón y de acá para arriba era
gente, pero dicen que actuaba, como animal, como musa el tiraba andar
solo,
pero como quiera quedó, se quedó con la mujer.
Nos
contaba papá eso, porque nos gustaba mucho andar en cerros,
nos gustaba el
domingo y le decíamos a papá:
“Papá nos da chanza de ir al cerro”.
Decía:
“Vayan, en domingo cuando no había trabajo, y
tengan cuidado no se las vaya a
llevar un oso”, y de ahí nos platicaba la historia
del oso.
v3CH
El
oso y la muchacha[8]
Érase
una muchacha joven y bonita que entre los
quehaceres que acostumbraba tener, uno era el de acarrear agua del
arroyo a su
casa. Ella iba a diario por agua, pero una vez en el aguaje se
encontró a un
oso; éste se la llevó por la fuerza,
cargó con ella y la escondió en su cueva
por muchos meses.
El oso se
ingeniaba para dar
de comer a la muchacha y para ello se dedicaba a robar comida en las
casas de
la gente. Conseguía para la muchacha, tortillas, carne
cruda, cuando no la
encontraba cocida, elotes que robaba de las siembras, pinole y todo
aquello que
el oso pensaba que le gustaría comer a la muchacha.
Al principio, la
muchacha se
resistía a probar lo que el oso le llevaba. La carne cruda
no la quería porque
no estaba acostumbrada a comerla así. Pero a medida que
pasaba el tiempo
aprendió a comer todo lo que el oso le llevaba.
Una vez el oso
se descuidó y
la muchacha se dio cuenta de que tenía oportunidad de
escapar. Tan pronto pudo,
corrió hacia su casa. El oso, al regresar a la cueva, vio
que la muchacha había
desaparecido y siguió sus huellas para obligarla a que
volviera a vivir con él.
La muchacha logró llegar a su casa. El oso, en cambio, fue
descubierto en el
camino por unos arrieros quienes lo persiguieron, le dieron alcance y
lo
mataron. Pasaron algunos meses y la muchacha dio a luz a un ser que era
mitad
oso y mitad humano.
b)
Análisis textual
Nuestro
análisis consistió en identificar los diferentes
elementos facultativos, esto
es, los diferentes elementos o aspectos del relato que pueden o no
aparecer en
el mismo, tanto de las versiones orales y escritas de Nuevo
León, como de las
siete versiones de Chihuahua que también analizamos. Por la
extensión de ese
análisis y las exigencias editoriales de la revista, no
podemos ofrecer todos los
detalles de este análisis aquí, por lo que hemos
preferido concentrarnos en mostrar
sólo uno de los análisis, el del corpus
de las versiones orales de Nuevo
León, a guisa de ejemplo. A continuación de
manera abreviada presentamos la
figura 1, donde mostramos la comparación detallada de las
distintas versiones
de la oralidad neolonesa.
Figura
1.
Elementos facultativos de los relatos orales Versión
Nuevo León (VNL).
Fuente:
elaboración propia.
Una
vez analizados de esa manera el corpus del norte de
México,
incluyendo las versiones escritas de Nuevo León como las
versiones escritas de
Chihuahua, procedimos a compararlas con las versiones europeas. A
continuación,
en la Figura 2, presentamos la comparación de ambas
versiones.
Figura 2. Análisis comparativo de las versiones norteñas con las europeas.
Fuente:
elaboración propia
A
través de esta comparación identificamos una
diferencia fundamental: mientras
las versiones del norte de México se centran en el rapto de
la mujer y el
cautiverio y no refieren a las hazañas de Juan Oso (Ibarra,
2014, p.160); las
versiones europeas no se centran en el rapto y el cautiverio, sino en
las
hazañas de Juan Oso, el hijo de la mujer y el oso;
hazañas que lo convierten en
un personaje con tintes heroicos debido a su valentía,
decisión y fuerza
descomunal.
Con base en el análisis de las
versiones y variantes textuales (NL-CH; Camarena/Chevalier, 1995;
Taggart,
1997; Guelvenzu, 1997 y Pastoureau, 2008) distinguimos una estructura
general
para la versión norteña NL-CH, organizada en la
siguiente secuencia narrativa:
a) introducción, b) “rapto”[9]
de la mujer por parte del
oso, c) cautiverio de la mujer, d) liberación de la mujer;
e) regreso y/o
desenlace. (Ibarra, 2014, pp. 162-163), aunque cabe mencionar, que
algunas
versiones neolonesas, tienen incluso como clímax del relato
la muerte de su
hijo osezno a manos del oso, como amenaza y chantaje para hacer
regresar a la
mujer y como castigo por su huida.
En las versiones NL-CH del norte de
México se establece la unidad de sentido del rapto a
través de la secuencia
narrativa del texto. Para ello, se ofrece un proceso
narratológico que inicia
con una acción (el rapto), seguida de un acontecimiento
(cautiverio) que es
producto de la acción previa, para luego cerrar el proceso
produciendo un
resultado (liberación y retorno). Este proceso estructura el
texto, hace
posible su trasmisión y permanencia en la oralidad
contemporánea del norte de
México; además, esclarece la función
que el relato instruye: la sanción social
al rapto, a la extracción por la fuerza de la mujer del
ámbito social y la
representación simbólica de las relaciones de
género permitidas y repudiables, como
veremos más adelante para la masculinidad.
Nos parece que estas características
de las versiones del norte de México lo vuelven un corpus
singular, que
justifica su análisis como un punto de entrada para conocer
mejor la cultura
norteña en una de sus múltiples manifestaciones
de sentido, como lo es, la
oralidad. Después de todo, la teoría del folklore
nos dice que la tradición
oral es una parte integral de
la cultura en la que se transmite.
En este artículo, proponemos una
profundización en los aspectos simbólicos que
configuran significados de
género, particularmente de masculinidad, en
relación con las formas socialmente
establecidas de conyugalidad, reproducción, paternidad y
trato en la pareja,
temas centrales de las versiones norteñas.
Análisis
semiótico de las relaciones sexo-genéricas de la
versión norteña de Juan Oso
La
expresión
comunicativa que llamamos folklore ha pasado por el filtro del tiempo.
En ese
período, las variaciones que se han suscitado han pasado por
un consenso grupal
alrededor de su significado y su pertinencia. La sola existencia y
vitalidad de
la expresión folklórica es señal del
consenso que la población tiene alrededor
de un núcleo de ideas, valores, actitudes, sentimientos y
percepciones que
comparten y que definen su vida e identidad (Toelken, 1996).
A
continuación, analizaremos cuáles son los
significados de género que
se articulan en estos relatos a partir de la propuesta de Toelken
(1996) sobre
la importancia de entender la organización estructural de
símbolos y
significados en el relato y de la propuesta de Hall (1976) sobre el
carácter
simbólico del espacio y el tiempo en la
estructuración de los relatos. En el
caso del relato que nos ocupa, por su dimensión moral y
ejemplarizante, la
organización estructural de los significados y
símbolos es binaria, a partir de
la distinción sociedad-naturaleza como distinción
central.
La
construcción del vínculo de pareja y la unidad
doméstica
a)
Conyugalidad y unidad doméstica vs
“robo”
En
las
versiones norteñas del relato de Juan
Oso,
el “robo” es siempre el punto de partida. El
“robo” de la mujer se da en tres
tipos de situaciones diversas: 1) la mujer está
recién casada (aún se llama
“novio”, al marido); 2) la mujer está
casada, es de suponer desde hace tiempo,
aunque no se mencionan hijos; 3) no se conoce el estatus marital de la
mujer,
pero forma parte de un grupo doméstico, a veces se menciona
la existencia de un
padre (v15, v21, v25) o de familiares (v13, v26).
El “robo” se da en
oposición a la
pertenencia de la mujer a un grupo doméstico, en la
mayoría de los casos esta
pertenencia se dramatiza con la referencia al estatus matrimonial de la
mujer,
como estatus recién adquirido. En los casos en los que no se
menciona el
estatus matrimonial, la mujer vive en una casa en la que tiene una
serie de
tareas domésticas, como acarrear el agua, cuidar las chivas
o las vacas. La
existencia de dichas tareas domésticas supone pues, un
estatus en un sistema
doméstico de repartición de tareas por
género, por lo que se puede suponer que
existen otras personas, incluyendo hombres, dentro de ese grupo
doméstico del
que forma parte, y en el que existe dentro de un sistema de relaciones
sexo-genéricas.
Se trata de una mujer que forma parte de una unidad
doméstica, de un hogar, en
el que existen formas socialmente sancionadas de construir la
conyugalidad, sea
por la vía civil o religiosa.
En
los relatos en los que la mujer es una muchacha recién
casada, que
viene en una carreta hacia su casa con el “novio”
recién casado (v10), esta situación
dramatiza aún más la oposición entre
construcción socialmente sancionada de la
conyugalidad y el “robo”, pues la
representación de la novia y el novio en la
carreta, recién casados, contrasta abruptamente con el
“robo”, como forma no
legítima de construir una relación de pareja. En
el caso de los relatos en los
que la mujer tiene ya un marido que la manda por las vacas, que por
descuido
salieron al monte, el “robo” existe en
oposición a la conyugalidad, que no solo
establece relaciones de división del trabajo por
género, sino también relaciones
de autoridad del marido sobre la mujer. Relaciones ambas que, por otra
parte,
configuran una situación de riesgo, en el marco de la cual
se da el “robo”
(v21).
}b)
Hogar/rancho vs
cueva/cerro
De
manera
paralela a esta oposición estructural entre
domesticidad/conyugalidad y “robo”,
existe otra oposición de gran simbolismo en el relato:
casa/rancho y cueva/cerro.
En
todas las versiones la mujer que es objeto del
“robo” vive en un
rancho, término que significa dos cosas, al menos, un hogar
y una extensión de
tierra para la cría de ganado. También hay
versiones que hacen alusión a un
pueblo, por ejemplo, a una iglesia, una escuela, o gente, esto es, un
espacio
social. En contraste y oposición simbólica con el
hogar de residencia de la
mujer, el oso que rapta a la mujer, la lleva y la encierra en una
cueva, la
cual existe en un cerro, esto es, en un espacio natural.
La
casa, sea que esté en el pueblo o en un rancho, existe en
oposición a
la cueva. El “robo” es el que posibilita la
transición del hogar/rancho/pueblo
a la cueva/cerro/espacio de la naturaleza. Sociedad y naturaleza son
así
semantizados y simbolizados de manera dramática en los
relatos en la oposición casa/rancho/pueblo
– cueva/cerro.
Ahora bien, el “robo” mismo se da en
un espacio liminal entre el hogar y la cueva, entre el pueblo y el
cerro, entre
la sociedad y la naturaleza: el aguaje a donde se va para abastecerse
de agua
(v22, v24), el arroyo donde va a bañarse (v13) el monte
donde andan las
chivas/vacas (y por lo tanto es una extensión de la
actividad productiva del
rancho [v15, v21, v25]), o el rancho mismo, el cual se encuentra
“muy cerca del
cerro” (v10), esto es, cerca de la naturaleza, en los
límites de la sociedad.
En la medida en que en estos
espacios liminales se da el “robo”, adquieren la
significación de ser espacios
de peligros, esto es: la construcción de una vida sexual y
reproductiva con
violencia y sin sanción social, sin conyugalidad,
propiamente dicho, pero también
como veremos más adelante, la construcción de una
relación de pareja basada en
el cautiverio, la fuerza y el temor.
c)
Bajar del guayín vs
subir el cerro
Algunas
versiones norteñas de Juan Oso
incluyen una oposición adicional que dramatiza
aún más el “robo” como un
tránsito del espacio social al espacio de la naturaleza, del
ámbito de la
conyugalidad sancionada por la ley civil o religiosa al emparejamiento
forzado,
al margen de dicha sanción social. Nos referimos a aquellas
versiones que
refieren a la mujer como novia o recién casada (v5, v7), que
viene junto con su
novio en una carreta, un carretón o un guayín y,
al bajarse, es raptada por el
oso, el cual se la lleva “debajo del sobaco” (v25)
o cargada (v24) al cerro. La
imagen de la novia recién casada transportada por su
novio/futura pareja sexual/reproductiva
en carreta o carruaje, contrasta con la imagen de una mujer llevada por
su raptor/futura
pareja sexual/reproductiva corriendo con ella debajo del brazo, o
cargada, cerro
arriba. Se trata de un contraste con una clara implicación
estética. Un contraste
estético y moral que en una versión incluso se
dramatiza aún más cuando se
señala que la mujer era “nueva”,
“virgen” (símbolo de pureza sexual y de
moralidad) o que en la cueva vivía desnuda, sin ropa, en un
simbolismo que
representa el despojo de su condición social, como mujer y
como cónyuge y el
establecimiento de una vida sexual/reproductiva en el espacio de la
naturaleza.
Un espacio que como se verá más adelante, es en
realidad un cautiverio.
El
cautiverio de la mujer: la cueva como encierro
femenino
Como
establecíamos líneas arriba, la cueva existe en
el relato en oposición
simbólica con el hogar del rancho/pueblo. Ahora bien, en
todas las versiones la
cueva se convierte en el lugar donde el oso vive con la mujer raptada.
Es
también el lugar donde se desarrolla la vida
sexual/reproductiva de ambos. La
cueva es un espacio de cohabitación, así como un
espacio para la vida sexual y
reproductiva de la pareja formada por el oso y la mujer, al mismo
tiempo, un
espacio donde el oso reproduce el papel masculino de proveedor y la
mujer, una
vez que dio a luz a un hijo, el papel femenino de madre. Por estas
funciones,
la cueva es simbólicamente similar al hogar de una pareja
casada, de hecho,
algunas versiones hablan de que el oso “la hizo su
mujer” (v26) y que le
llevaba cerillos a la mujer para que ella “le hiciera su
comida” (v21),
referencias que aluden claramente a este imaginario de
vínculo de pareja
estructurado según papeles de género
tradicionales.
La cueva, sin embargo, es un espacio
de encierro, es un cautiverio. La mujer desea salir de ese cautiverio,
pero el
oso se lo impide. Es un cautiverio para la mujer, porque ella no
sólo no entró
allí por voluntad propia, tampoco puede salir a voluntad, a
diferencia del oso
que entra y sale para proveer de comida a la mujer. La mujer se
encuentra
limitada de manera estricta al espacio privado, por el contrario, el
oso
transita libremente entre ese espacio y el espacio abierto del cerro,
el monte,
la naturaleza, incluso merodea en las casas del pueblo. El cautiverio
se
reproduce en el día a día, dicen las versiones,
porque el oso, la “cuida”, esto
es, la vigila, está pendiente de sus pasos y no la deja
marcharse.
El cautiverio es representado en las
versiones por una piedra enorme que bloquea la entrada de la cueva, que
la mujer
no puede mover, sólo el oso; asimismo, por el miedo que le
tiene la mujer al oso,
el miedo a su fuerza si intenta huir. La inducción del miedo
por parte del oso
es un elemento importante del cautiverio en el que se encuentra la
mujer.
La cueva es espacio precario como se
nos da a entender a través de diferentes versiones. Dos
símbolos de esta
precariedad son 1) la carne cruda que provee el oso para que ella coma
y 2) la
desnudez en la que vive la mujer. Estos símbolos de la
precariedad se pueden
entender también como ejemplos del papel como mal proveedor
de parte del oso. Un
oso que, en una de las versiones, sale al monte a buscarle comida y, a
menudo,
baja al pueblo para robar alimentos como elotes y pinole, de otras
casas. El
oso desarrolla el papel masculino de proveedor de la mujer y su hijo (o
hijos,
según otra versión), pero lo hace de manera
insuficiente (mantiene a la mujer
sin ropa), mal (le lleva carne cruda) y de forma indigna, esto es, a
través de
robo.
La cueva es un espacio de vida
sexual y reproductiva y entre el oso y la mujer existe una
división de
trabajos, masculino en tanto que proveedor, y femenino en tanto que
madre. Es al
mismo tiempo un espacio de jerarquía en el que el oso,
masculino, tiene mayor
fuerza y autoridad sobre la mujer, femenina. Una fuerza y una
jerarquía que
produce en la mujer raptada miedo y que la mantiene sometida y cautiva.[10]
Ahora bien, el deseo de huir de
parte de la mujer cautiva, encerrada, supone que existe un espacio de
no
cautiverio, de no encierro, un espacio en oposición a la
cueva, ese espacio
sería justamente el del hogar con su esposo, en las
versiones en las que así se
plantea, o su padre (ninguna versión menciona una madre), en
fin, el hogar, el
rancho y el pueblo, con su escuela y su iglesia. Frente a la cueva como
cautiverio, estos espacios, son espacios de “no
cautiverio”,[11]
de no encierro, esto es, un lugar en el que se entra (y
se sale) a voluntad y no se vive con miedo, y ofrece mejores
condiciones de
vida que el cautiverio en la cueva. Un espacio donde existen otras
formas de
emparejamiento, de vida sexual y reproductiva, de hogar, donde se vive
sin
encierro y sin miedo.
La
liberación, el tránsito al mundo social
a)
Cautiverio en la cueva vs
parentesco/conyugalidad
Una
parte
importante del relato es el escape. En las versiones
norteñas el escape se da
1) porque el oso se distrae de la vigilancia y ella encuentra la
oportunidad de
escapar, 2) porque el hijo mitad oso y mitad humano (Juan Oso) le
ayudó a su
madre a mover la piedra que bloqueaba la puerta y ambos huyeron. En
varias
versiones, unos arrieros, un leñador o unos soldados ayudan
en esta huida. El
escape es el clímax del relato, implica la
culminación de una resistencia por
parte de la mujer raptada y la expresión de la voluntad de
liberarse del
cautiverio en el que la tiene su pareja/captor, así como el
triunfo de la
sociedad (representados por el leñador, los arrieros, los
soldados, la gente
del pueblo) que la ayudan a escapar y/o a matar al oso.
El escape también expresa la
voluntad de la mujer de regresar a casa, sea con su padre, sea con su
esposo;
de regresar al pueblo, al mundo social, y no permanecer en el
cautiverio de la
cueva con el oso/captor/pareja sexual y reproductiva y proveedor. Se
trata de
una voluntad y una acción de escape en la que la mujer
expresa el deseo de no
estar encerrada, así como su deseo de estar cerca de otro
tipo de masculinidades:
sea la de su esposo, la de su papá, la de los arrieros y de
la gente del
pueblo. Como
veremos más adelante, se
trata de una elección que, en el mundo fantástico
del cuento, no se explica
simplemente porque se trata de un animal no humano, en el sentido
literal, pues
al menos en una versión, como veremos más
adelante, la mujer considera la
posibilidad de regresarse a vivir con el oso, pues al parecer, se nos
dice: “ya
no la quería el muchacho” (su esposo), aunque
más adelante “el muchacho le
habló otra vez a la muchacha y, se casó otra vez
con ella” (v7). Se trata de
una elección que se explica, por lo tanto, por el repudio a
vivir con miedo,
bajo amenaza, con precariedad y en cautiverio.
El escape revela una voluntad y la
decisión de la mujer de transitar entre los dos espacios y
mundos simbólicos
que estructuran el cuento: del espacio del cautiverio, la cueva, en
donde vive de
forma precaria y con miedo, al lado de su raptor y pareja
sexual/reproductiva,
quien desempeña un papel masculino de proveedor inadecuado,
a un espacio social
(casa/rancho/pueblo), en donde habitan hombres como su padre, su novio,
esposo,
los arrieros o los soldados (según la versión)
que la ayudan a escapar o que la
buscan y la esperan. Un espacio donde participa de una domesticidad y
de una
vida conyugal (en algunas versiones) sancionada socialmente y que, en
virtud de
su deseo de escapar, se entiende que es mejor que la del cautiverio y
que en
diferentes versiones simplemente es referido como “su
casa”.
b)
El hijo como fortaleza para resistir y escapar del
cautiverio: Juan Oso
En
el proceso
de escape, en algunas versiones juega un papel activo el hijo que
engendró con
el oso raptor/pareja sexual-reproductiva y que es mitad oso y mitad
humano. En otras
versiones, el hijo Juan
Oso, nace ya fuera del cautiverio. Asimismo, en algunas versiones se
mencionan
dos osos, ambos mitad hombre y mitad oso y en otra versión
uno es mitad oso y
mitad humano y el otro es oso. En cualquier caso, resulta interesante
que en
las versiones en que Juan Oso ayuda a escapar a su madre,
éste juega un papel
activo en la fuga debido a su fortaleza, pero también porque
padece junto a su
madre el yugo del padre oso. El hijo planea con su madre la huida y la
concreta
moviendo la piedra que bloquea la salida de la cueva/cautiverio. En
dicha
versión el hijo/niño oso/humano dialoga con su
madre y le promete que él
logrará que ambos puedan escapar. Después de
todo, se trata de un humano/oso,
humano de la cintura para arriba y oso de la cintura para abajo.[12]
Juan Oso, ya grandecito
dice: “Ora sí, nos vamos a ir, si viene
papá ya no le tengo miedo, mire qué brazo
tengo, qué me hace” (v21).
El niño/hijo oso, llamado Juan Oso,
es pues un aliado de la madre frente al oso raptor y captor, pues
él mismo
también ha vivido con miedo. Para que se pueda dar el escape
del encierro, la
mujer se apoya pues en la fuerza física de su hijo, Juan
Oso, quien se
convierte de esa manera, en un recurso para su liberación.
Es finalmente en la
condición de maternidad que la mujer encuentra el recurso
que en última
instancia le permite recuperar su libertad. La maternidad es
representada en el
relato como una fortaleza de la mujer, para superar las condiciones
adversas con
la pareja sexual/reproductiva y para salir del cautiverio.
c)
La venganza del padre: la violencia como amenaza y
castigo a la mujer/madre
Un
elemento
narrativo fundamental del relato de Juan
Oso es la reacción violenta del oso ante la fuga
de la mujer/pareja sexual-reproductiva/madre
de su hijo. En la mayoría de las versiones
norteñas, el oso trata de dar
alcance a la madre y su hijo y al ver que no lo logra, utiliza como
recurso la
amenaza de la violencia contra su otro hijo oso (o su único
hijo en la versión
en la que la mujer huye embarazada) y, ante la negativa de la mujer de
regresar,
azota contra las piedras al hijo/osezno hasta matarlo, como venganza
hacia la
madre/pareja sexual-reproductiva.
La negativa de la madre/mujer de
regresar, a pesar de las amenazas del oso, puede ser vista como una
decisión
radical de la mujer/madre de huir de su captor junto con su otro hijo o
sola, o
como un resultado fatal no previsto. Lo relevante en el relato es, en
todo
caso, el drama de la violencia de la que es capaz este oso/padre por
recuperar/castigar a la mujer que huye de su condición de
pareja
sexual-reproductiva, y por el abandono de su cueva/hogar, en el que
él
desempeña el papel masculino de proveedor/captor.
Nos parece que podemos ver en la
violencia de la que es capaz el oso contra su hijo y contra la mujer
con el fin
de hacerla volver y castigarla por su huida, la violencia misma que
construyó
la relación del oso con la mujer desde el inicio del
“robo” y durante el
cautiverio, una violencia, fincada en la fuerza física, que
producía miedo en
ella y le impedía escapar. Podemos decir que el rasgo
distintivo y
caracterizador del oso en el relato es la fuerza usada de manera
violenta
contra su hijo y contra su pareja mujer. Es a través de la
fuerza que el oso construye
su relación de pareja sexual-reproductiva con la mujer, es a
través de la
fuerza que el oso la mantiene en cautiverio, es a través de
la fuerza que el
oso intenta mantenerla a su lado y, finalmente, es la fuerza el recurso
último que
el oso utiliza para castigarla por desafiar su autoridad y querer huir
de su
lado.
d)
Paternidades no violentas / masculinidades
honorables
Frente
a la
violencia infanticida del oso, las distintas versiones del relato
también
codifican otras formas de paternidad, por ejemplo, la del padre de la
mujer que
busca afanosa e infructuosamente a su hija después del
“robo”, y que se alegra (hasta
el llanto) por su regreso (v15, v21, v25); también la del
esposo que, aunque al
principio se resiste, finalmente la “recibe”,
“a pesar” de tener un hijo que no
es suyo (v7).
Padre y esposo son personajes del
relato, por encima de la madre de la mujer que nunca aparece, porque el
relato
tiene como finalidad asentar un valor ampliamente documentado en las
culturas
de origen mediterráneo, como las hispanas: el honor
masculino (Peristiany, 1968;
Alonso, 1995). Un honor que depende fuertemente del mantenimiento de la
pureza
de las mujeres de su círculo familiar y de formas
“honorables” de que estas mujeres
contraigan matrimonio. En este sentido, el “robo”
de las mujeres, esto es, la
toma de mujeres por parte de otros hombres sin mediar una
“petición”, un
proceso culturalmente establecido de presentación, cortejo,
petición y entrega
formal, institucional, de la mujer en la ceremonia matrimonial, se
convierte en
una afrenta al honor de los hombres: padres, hermanos, en primer lugar.
El
“robo” de la mujer a un hombre recién
casado en el relato, puede ser leído,
como una forma de maximizar la transgresión moral que
significa todo “robo” de
mujeres en sí mismo. El retorno de la mujer con un hijo o
embarazada (según
otra versión) de otro, plantea un dilema de honor al esposo
que finalmente
resuelve aceptándola con ese hijo que no es suyo, o como
dice una versión:
“recibiéndola”. Se trata de un dilema
que no ha de haber sido fácil, pues según
una versión (v7), la mujer llegó incluso a pensar
en la posibilidad de regresar
con el oso, esto es, al cautiverio.
Estos dilemas y esta ideación del
retorno por parte de la mujer, no deja en claro que el relato de Juan Oso es un relato que surge y
textualiza dilemas que son propios de un sistema de sexualidad y
género, que
construye ciertas formas posibles, deseables y honorables de
conyugalidad y
parentesco, de sexualidad y reproducción, así
como ciertas posibilidades de
existencia para los hombres y para las mujeres. En el marco del relato,
al
menos en una versión, la deshonra del
“robo” sufrido por la mujer se expresa en
un hijo mitad oso y mitad humano, un hijo que trae consigo la impronta
de la
naturaleza, o como se decía hasta hace poco y
todavía en algunos contextos en nuestro
país, “un hijo natural”. Una deshonra
que en una pequeña comunidad puede
significar la muerte social, frente a la cual, el regreso a la
naturaleza y al
cautiverio pesa como un trágico y último recurso,
que no se realiza gracias a la
decisión del esposo de “recibirla”.
Masculinidad/es
diversas: el hombre bestia vs. el
hombre social
El
relato dibuja
masculinidades diferentes. Por un lado, la del oso, una masculinidad
que habita
en el espacio de la naturaleza y que construye su vida sexual y
reproductiva
fuera de la sociedad y sus reglas, esto es, de forma
ilegítima y violenta, que
no sigue las formas socialmente establecidas de acceso a las mujeres y
de construcción
del vínculo conyugal, sino que recurre a la fuerza que, como
oso, tiene mucha.
Una masculinidad que, si bien se expresa como capacidad sexual y
reproductiva a
través del embarazo de la mujer y el engendramiento de un
hijo, es deficiente
como proveedor, pues tiene a la mujer en condiciones de vida precaria y
adquiere los productos de forma indigna (anda desnuda, vive en una
cueva, come
carne cruda y roba para proveer). Una masculinidad que mantiene su
vínculo de
pareja a través de la amenaza de la violencia y el encierro
de la mujer, además
de que como padre es cruel y despiadado, hasta el infanticidio.
Por
otro lado, la masculinidad de los hombres que habitan el espacio
social (casa, rancho, pueblo). Estas masculinidades se definen, en gran
medida,
por el contraste con el oso. Se trata de masculinidades diferentes y
opuestas a
la del oso: la del padre que llora la pérdida de su hija y
se alegra con su
regreso, la del novio quién recurrió al
matrimonio para construir el vínculo
con la mujer y no la robó, la del esposo que tiene un
sentido del honor, pero
también de compasión, la del leñador
que es empático con la mujer y su
condición de cautiverio, o la de los arrieros y los soldados
que ayudan en su
escape y enfrentan con valentía al oso.
A estas alturas del análisis,
podemos decir que el oso, con su masculinidad fincada en la fuerza, la
amenaza,
la capacidad de infundir miedo, el recurso a la violencia, incluso la
violencia
homicida e infanticida, es el símbolo de una forma
socialmente impropia, inadecuada,
repudiada de masculinidad.[13]
El hombre oso roba
mujeres, incluso mujeres ya casadas, en vez de seguir los caminos
sociales (y
honorables) de acceso a la conyugalidad; impone una vida sexual y
reproductiva
a las mujeres que ha robado; las mantiene cautivas bajo amenaza de
violencia,
las vigila, las controla; es un mal proveedor, tiene a la mujer en
condiciones
de vida precarias; es un mal padre, incluso es capaz de matar a los
hijos para
retener o castigar a la mujer que decide escapar de su yugo.
El hombre-oso es una metáfora de una
masculinidad que, si bien reproduce comportamientos deseables en la
construcción de la masculinidad de todos los varones, como
la fuerza, la
heterosexualidad, la capacidad reproductiva, comportamientos que las
ideologías
dominantes consideran “naturales” de la
hombría, estos comportamientos no se
construyen en el marco de las concepciones, los valores, las actitudes,
las
costumbres socialmente establecidas de género y de
conyugalidad, en particular.
El oso, es una metáfora creada
culturalmente para representar una forma inadecuada y repudiable de ser
hombre.
Una metáfora que se construye desde la alusión a
lo animal, a lo salvaje, al
mundo de la naturaleza. El oso es un tipo de hombre-bestia que
contrasta con
las otras formas sociales de ser hombre, tanto la del novio o esposo
que
recurre al matrimonio para construir su hogar, como la del padre que
sufre por
la pérdida de su hija, o la de los arrieros, que conducen
guayines y que
trabajan y de esa manera proveen de forma honorable a sus familias y
que ayudan
a la mujer en su escape.
El oso es una metáfora de una forma
de hombría peligrosa, que amenaza el orden social, el orden
sexual y
reproductivo, la vida y la integridad de las mujeres, una afrenta al
honor de
padres y esposos, pero también una fuente de sufrimiento
para las mujeres y
para sus familias, es una amenaza al orden social que se expresa
también en los
hijos. Los relatos en sus distintas versiones (v7, v26) dejan entrever
que el
hijo de un hombre con esas características corre el riesgo
de no ser capaz de
controlar su fuerza y su violencia, todo lo cual lo puede llevar a
tener una
vida solitaria y desadaptada, como es el caso de Juan Oso. En otras
versiones,
la inviabilidad social de esas formas de ser hombre y de
construcción de la
vida sexual y reproductiva (a través del
“robo”), se expresan en la muerte
misma de los descendientes a manos del padre.
En cualquier caso, queda claro que,
a diferencia de las versiones españolas e
indígenas del sur de México,
consignadas por Ibarra (2014), por Taggart (1997), Martínez
y Lugo (2009) o
Reynoso (2019), en la gran mayoría de las versiones
neoleonesas y norteñas,
Juan Oso, el niño/oso producto del
“robo”, no se vuelve héroe, sino por el
contrario 1) muere, 2) es un desadaptado o 3) no se dice qué
pasa con él. Sólo
en una versión (v21) se consigna que “Juan Oso y
su hermano crecieron,
estudiaron, eran hombres fuertes y buenos”, final que, si
bien no es trágico,
dista de ser heroico como en las versiones europeas.
El
oso como metáfora de una masculinidad inadecuada,
repudiable, toda vez que se
finca en la fuerza y desprecia los valores y las instituciones
sociales,
aparece también en otros relatos y en dichos populares del
norte de México. Uno
de ellos, escuchado en la sierra de Sonora es el siguiente, contado por
un
hombre de 41 años del pueblo serrano de Nátora,
municipio de Sahuaripa, Sonora,
y compilado por Guillermo Núñez Noriega:
Mi
mamá me contaba que eran dos hijos que estaban
cansados de lidiar al padre que ya estaba mayor y fueron a dejarlo al
campo. El
papá les hizo una maldición la cual hizo que se
convirtieran en osos durante el
trayecto de regreso a casa. Y entonces, ellos rondaban el pueblo
después y
hacían daño a la gente, hasta que un
día el papá se dio cuenta y les dijo que
eran sus hijos, que él los iría a ver para que no
hicieran más daño. Y que va y
los encuentra y les dice que no hagan más daño
porque se las verán con él. Y
así termina el cuento (Héctor Jiménez
Bermúdez, 41 años, Nátora, Sahuaripa,
Sonora 07/01/2020).
El
contexto norteño: referencias etnográficas
Si
como
dijimos en el planteo teórico, los productos culturales
folklóricos expresan
preocupaciones, valores, concepciones, dilemas morales del grupo
cultural que
los crea y reproduce, ¿cuál es el mensaje moral
que se comunica a través del
relato de Juan Oso? Aparentemente,
por lo que dicen las propias mujeres que han contado los relatos, se
trataba de
“cuentos” que sus papás o sus
mamás les contaban para que no anduvieran solas
en el monte y para que tuvieran precaución. Nos parece, sin
embargo, que sin
menoscabo de que el relato cumpla la función de advertencia
sobre los peligros
que pueden enfrentar las niñas y los niños al
andar en el monte, el relato transmite
otro mensaje: el del peligro que representa para las mujeres ser
raptada o
fugarse con un hombre, esto es, el construir la vida sexual y
reproductiva a
partir del “robo” y no de las formas socialmente
establecidas, las cuales permitirían
no sólo una forma ordenada y segura de domesticidad para las
mujeres, sino
también, la reproducción de formas honorables de
masculinidad.
Se
trata de un mensaje moral que tiene un claro contenido de
género, una
representación de una masculinidad inadecuada, repudiable,
representada por la
metáfora del oso: un hombre 1) que no respeta las costumbres
que acompañan la
construcción de la conyugalidad, esto es, no respeta a las
mujeres, ni a otros
hombres, pues en vez de “pedir” a la novia, la
“roba”, 2) que fuerza un vínculo
sexual y reproductivo, 3) que mantiene a la mujer encerrada y con
miedo, 4) que
es mal proveedor, 5) que es un mal padre y violento hasta el homicidio.
Es,
para decirlo, un hombre-bestia, un hombre-animal pues, aunque tiene
muchos
elementos de la hombría socialmente esperados (fuerza,
heterosexualidad, y capacidad
reproductiva) carece de la formalidad, del respeto por las costumbres,
del
sentido del honor, entre otros rasgos de
“civilidad”.
Las versiones norteñas del relato,
lejos de proponer para Juan Oso o para su padre Oso atributos de
masculinidad
constitutivos de una hombría heroica, como las versiones
españolas e indígenas
del sur de México (referidas
por
ejemplo, en el análisis de masculinidad ofrecido por
Taggart, 1997), exhiben
de manera metafórica, los atributos de una
hombría inadecuada, reprobable y
repudiable: la fuerza, por más grande que sea, como la de un
oso, no es por sí
mismo suficiente para construir una hombría ejemplar y
cuando se aplica para el
“robo” de una mujer, es aún
más reprobable, parecieran decirnos las versiones
norteñas de Juan Oso.[14]
Nos parece que la interpretación
hasta ahora ofrecida de las versiones norteñas del relato
que nos ocupa puede
enriquecerse con información de campo que pudieran ayudarnos
a explicar esta
particularidad del relato. A continuación, presentamos
algunas notas de campo
recopiladas por Núñez en diferentes momentos en
la sierra de Sonora entre 1997
y 2002 y de las cuáles ha dado cuenta en dos de sus libros
(2007, 2013).
1. Una mujer nacida en 1919 en el
municipio serrano de San Pedro de la Cueva, Sonora, se refiere a una
pareja que
“se fue” después del baile y se juntaron
sin casarse en los siguientes
términos: “va… se fueron como los
animales, así nomás, al monte, como los
animales se llevó a la muchacha, así
nomás se juntaron, así lo hacen los
animales, sin leyes, ni religión, sin respeto por los
padres, por nadie”.
Nos
parece que el comentario expresa con claridad que en la cultura la
serrana
sonorense y en otras regiones del norte de México el
“robo” (ya no digamos el
rapto) de la pareja, sin mediar la costumbre de petición de
visitar a la novia
y luego de petición para el casamiento, con la
aceptación del padre y la familia,
era (y es para algunos todavía) una práctica que
un sector amplio de la
sociedad asociaba con el “comportamiento de la
naturaleza”, con lo “animal” de
tal manera que el respeto a las reglas para la formación de
la conyugalidad es
en esta cultura un marcador de distinción entre Naturaleza y
Sociedad.[15]
2.- La segunda anécdota, tiene que
ver con un chiste contado por un hombre de 45 años a
Guillermo Núñez Noriega, en
el municipio serrano de Arizpe, Sonora, en los siguientes términos:
Este era un
chavalo que este, se llevó a la
muchacha después del baile, se la llevó al monte,
se le robó pues… este, y ahí
estuvieron haciendo el amor, y este el chavalo hizo así una
enramadita cerca
del río, para allá para el cerro, para acostarse
ahí debajo con la muchacha. Entonces
en la mañana ya los andaban buscando los familiares de la
novia y la policía. Entonces
el policía los divisó y se acercó y le
dijo: bueno y tú qué estás haciendo
aquí
y el chavalo contestó: “¡ah,
allanamiento de morada! (Agustín, 45 años,
Arizpe,
Sonora 20/03/1998).
Como
muchos productos folklóricos, los chistes sólo
provocan su cometido
cuando se forma parte de la cultura que los produce y reproduce, con
sus
sistemas de significados y valores que construyen lo que cuenta como
absurdo,
ridículo o risible (Dundes, 1987). En este caso, lo risible
estriba en la
pretensión del joven de considerar que su
“enramada” en el monte fuera
considerado una “morada”, “un
hogar”, o una “casa”, toda vez que su
propia
relación se había constituido al margen de las
convenciones sociales de
conyugalidad. La pretensión de que su enramada fuera
considerada una morada era
tan absurda, como la noción de que su relación de
pareja fuera considerada
legítima.
Es importante mencionar que este
repudio por “el robo” como forma
legítima de construir pareja y domesticidad no
existe en todas las culturas y regiones en México, ni
acarrea la misma
concepción y valoración negativa de esas formas
de hombría. El antropólogo Cruz
López (2010), relata que, entre los tojolabales de La
Cañada, en Chiapas,
“jalar” a una mujer, esto es, raptarla
(violentamente), es un signo de hombría
que es sancionado positivamente, esto es, produce prestigio entre los
hombres.
Nada más lejana esta concepción que las versiones
norteñas de Juan Oso y
el repudio al rapto en la
cultura norteña.
A
manera de conclusión: El relato de Juan
Oso y el “tráfico de mujeres”
En
su ya
clásico artículo de 1975, “El
tráfico de mujeres”, Gayle Rubin, ofrece una
propuesta teórica y conceptual para entender la
opresión histórica de las
mujeres, como el producto del control social de sus cuerpos, de su
sexualidad y
su reproducción, en el marco de un sistema de parentesco,
económico y político
articulado. El término “tráfico de
mujeres”, alude al planteo del antropólogo
Lévis-Strauss, que considera que el intercambio de mujeres
entre los hombres de
distintos grupos domésticos y sociales, para la vida sexual,
sexual
reproductiva y doméstica en general, fincado en el
tabú del incesto, participa
de manera central en la constitución de la sociedad misma, a
través de la creación
de alianzas familiares, económicas y políticas.
Para Rubin (1975), el control
de los cuerpos de las mujeres, de su sexualidad y
reproducción a través de un
sistema de vigilancia, de prohibiciones y de valores e instituciones
(como el
valor de la virginidad o el matrimonio) participan en la
reproducción de este
sistema social de supremacía masculina, también
llamado sistema sexo-género, o
patriarcado.
En este artículo ofrecemos un
análisis de las versiones norteñas del relato de Juan Oso, que evidencia la importancia
que para la cultura norteña
ha tenido la regulación de las formas de ser hombre y el
repudio de aquellas
propuestas de masculinidad que no respetan las convenciones sociales
relativas
a la constitución de la conyugalidad y el honor, sino que,
fincadas en la
fuerza y la violencia, recurren al “robo” de las
mujeres.
Las versiones norteñas de Juan
Oso al poner el acento en “el robo”
de las mujeres por una masculinidad “al margen de la
sociedad”, “propia de los
animales”, pone en evidencia el papel que tienen las
convenciones sociales de
la conyugalidad en la reproducción ordenada de las
identidades de hombres y
mujeres, de la familia y de la sociedad misma, un orden que, desde la
teoría de
género, es ciertamente patriarcal.
Una revelación de este análisis es
que el sistema social (con todo y sus rasgos patriarcales), esto es, la
casa,
el pueblo, es un espacio mucho más seguro y ofrece mejores
condiciones de vida
para las mujeres que la cueva y el monte, esto es, esas formas de
emparejamiento
y domesticidad, fincadas desde el origen en la violencia (literal o
simbólica)
del “robo” de una mujer y en formas de
hombría basada en la fuerza y no en el
honor que acarrea el respeto de las convenciones sociales relativos al
matrimonio, la sexualidad y la reproducción, la
proveeduría, la paternidad, el
trato no violento en la pareja.
Finalmente, nos planteamos la
siguiente pregunta: ¿Cómo podemos entender este
énfasis en las versiones
norteñas de Juan Oso y
qué nos dice
de la tradición cultural norteña? Creemos que el
relato de Juan Oso de la
región norte de México que vehicula significados,
valores y preocupaciones alrededor de la construcción
legítima de la
conyugalidad y la reproducción, enfatiza el
importantísimo papel de estas
concepciones y valores en la cultura norteña, en sus
definiciones morales, pero
también en sus definiciones étnicas y
civilizatorias, al grado tal en que participan
en la distinción misma entre Sociedad y Naturaleza.
Esta distinción ha sido objeto de
interés académico. La investigadora
norteamericana Ana Alonso (1995) señaló que,
en el norte de México, en un contexto de guerra contra los
apaches y otras
tribus, vivir de acuerdo con las costumbres consideradas cristianas o
civilizadas, se convirtió en una distinción
fundamental y las mujeres fueron
las encargadas de salvaguardar en el ámbito de la unidad
doméstica, el apego a
estos valores, a pesar de las exigencias que la guerra implicaba para
los
varones, quienes tenían que mostrar rasgos poco civilizados.
La forma de
establecer la conyugalidad se convirtió en una manera de
marcar la diferencia y
la superioridad étnica frente a los apaches y otras tribus
“enemigas”, a
quienes se les acusó de raptar y maltratar a las mujeres. Es
así que, “el robo”
de las mujeres en el norte de México, devino en un signo de
falta de religión y
de incivilidad, esto es, de portarse de manera
“salvaje”, como los indios
“belicosos”,
o como “los animales”. Asimismo, la
metáfora de “animal”,
“bestia”, “hombre de
las cavernas”, para referirse a una forma de masculinidad
agresiva, violenta
que recurre al rapto para construir la conyugalidad también
se encuentra en
otras expresiones folklóricas del norte de
México, como la costumbre
calendárica performativa de los fariseos en San Pedro de la
Cueva, Sonora, que
se lleva a cabo en Semana Santa, estudiada por
Núñez (inédito). En su
performance, los fariseos llamados “yaquis”,
vestidos como seres de las
cavernas y algunos elementos de indumentaria indígena,
además de hacer sonidos
guturales, animalescos, dicen frases como “robar
muchacha” y “quemar casa”
(Núñez, inédito).
Muchos otros elementos del relato de
Juan Oso, a su vez, parecen
coincidir
con una forma de vida que caracterizó a la sociedad
norteña durante los
primeros siglos de su formación social: 1) muchas personas
vivían en ranchos,
rancherías y pequeños poblados esparcidos en las
vastas serranías y planicies
norteñas, muy distantes unas de otras y muy cercanas a los
peligros de la
naturaleza, 2) la guerra entre la población
española, mestiza e indígena
asentada y otros grupos indígenas no sometidos al control
estatal (como los
apaches, tribus chichimecas o yaquis) se prolongó desde la
conquista española
hasta finales del siglo XIX (y a veces hasta el siglo XX) y con ello,
el rapto
de niños, niñas y mujeres jóvenes,
así como la perpetuación de formas violentas
de hombría (hasta la crueldad).[16]
En este contexto de
lejanía de las instituciones sociales coloniales y
nacionales, reguladoras y
sancionadoras de la subjetividades e identidades de género,
no es descabellado
pensar que el folklore se convirtiera en un recurso importante para el
modelaje
de las identidades de género, con el fin de asegurar el
mantenimiento y la
reproducción del orden social, según los valores
y convenciones de la época.
La sociedad norteña operó un proceso
simbólico de “reducción y cambio de
acentuación” (Lugo y Martínez, 2005),
sobre
la versión europea de Juan Oso, de tal
suerte que adaptó el relato para vehicular
mejor sus preocupaciones, valores, concepciones y actitudes de orden
social y
de género en un contexto particular.
A diferencia de
las versiones mesoamericanas de Juan Oso que
según Martínez y Lugo (2009) textualizan el
proceso de mestizaje y la “redención
del salvaje”, o los análisis sobre los procesos
simbólicos vinculados a la
colonización europea de Mesoamérica, que operaron
en la transformación del
relato europeo en las versiones indígenas del sur de
México (Lugo y Martínez
2005, Reynoso 2019), las versiones norteñas enfocadas en el
rapto de la mujer,
lejos de redimir “al” o “lo”
salvaje o de incorporar elementos indígenas, lo
“salvaje”, el oso, sirve como metáfora
necesaria para representar las formas
repudiables de masculinidad y estigmatizar las formas inapropiadas de
conyugalidad, afirmando con ello y por contraste, formas honorables y
seguras de
domesticidad, emparejamiento y reproducción para hombres y
mujeres, como
expresiones metonímicas de un orden social.
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Vargas, J. (2004). Leyendas
de Chihuahua. México:
SEC-Gobierno del Estado de Chihuahua.
Guillermo
Núñez Noriega
Mexicano.
Doctor en Antropología por la Universidad de Arizona,
Maestro en Humanidades
por la Universidad Estatal de Arizona y Licenciado en
Sociología por la
Universidad de Sonora. Actualmente se desempeña como
investigador del Centro de
Investigaciones en Alimentación y Desarrollo, A.C. Sus
áreas de investigación e
interés han sido: estudios de género de los
hombres y las masculinidades;
estudios de la diversidad sexual; pueblos indígenas,
sexualidad y VIH; estudios
del folklore; sociedad y cultura en Sonora y en el Norte de
México. Sus
publicaciones recientes son: 1.
Zatarain, A. y Núñez, G. (2020). Tamaleras,
chanclas y lenchas. Representaciones dominantes de las relaciones
erótico-afectivas entre mujeres en el norte de
México. Revista de
Antropología Sexual, 1 (10).
Núñez, G. (2020). Analizar
las masculinidades en México.
Revista Nexos, 19 de
febrero.
Koldovike
Yosune Ibarra Valenciana
Mexicana. Doctora
en Ciencias Humanas por El Colegio de Michoacán, con
especialidad
en Estudio de las Tradiciones. Es
maestra en Ciencias Humanas por la misma
institución y
Licenciada
en Sociología por la Universidad Autónoma de
Nuevo León.
Actualmente se desempeña como profesora-investigadora de
tiempo completo en la
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Sus
áreas
de investigación e interés son: los
estudios de género, en
particular sobre la participación política de las
mujeres y las subjetividades
masculinas en jóvenes varones; los estudios culturales,
folklor literario y
oralidad; crítica literaria y sociología de las
emociones. Es autora de varios
artículos y libros, entre los más recientes: Sarricolea,
Ibarra, (coord.) Leer los cuerpos, desde el género
y la sexualidad, México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia: Escuela de
Antropología e
Historia del Norte de México, 2019.
[1] Ver
Camarena y Chevalier (1995, pp. 32-33); Pastoureau (2008, p. 246)
refiere a la
versión francesa publicada en 1620 en Chambéry, Discours
effroyable d´une
fille enlevée, violée et tenue près de
trois ans par un ours dan sa caverne.
[2] Elsa
Ramírez Castañeda (2014), identifica versiones de
Juan Oso en distintas lenguas
indígenas: chatino, teenek, mazateco, náhuatl,
popoluca, tzotzil, tojolabal,
zapoteco, rarámuri, kiiwa y zoque.
[3] Hemos
encontrado referencias al relato de Juan
Oso en estados como Jalisco, Veracruz, Yucatán, La
Huasteca, Nayarit,
Puebla, Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua.
[4]
Para una descripción detallada sobre lo que es un
cuento maravilloso ver Propp (2008), para una discusión
sobre el mito ver
Rodríguez-Almodóvar (2007), para una
aplicación de estas discusiones a dos
versiones, una indígena náhuatl y otra europea de
Juan Oso, ver Reynoso (2019).
[5] Con estos
acrónimos nos referimos a la versión 5 y a la
versión 7 de Nuevo León, así como
a la versión 3 de Chihuahua. La clasificación
completa de cada una de esas
versiones para Nuevo León y Chihuahua puede encontrarse en
el libro de
Koldovike Ibarra (2014).
[6] Bustamante,
Nuevo León, 30 de agosto de 1997. María Teresa
Arellano
García, 59 años. Recopilación de
Koldovike Ibarra
[7]
Bustamante, Nuevo León, 3 de marzo de 2004. María
Teresa Arellano
García, 67 años. Recopilación de
Koldovike Ibarra
[8]
Vargas, J. (2004). Leyendas de Chihuahua, México,
Secretaría de
Educación y Cultura-Gobierno del Estado de Chihuahua,
pp.346-347.
[9]
Usamos
el término “rapto” porque refiere a la
forma ilegítima de obtener a la mujer,
en contra de su voluntad y por la fuerza. Contrasta con las formas
establecidas
para construir la conyugalidad: un noviazgo conocido y aprobado por la
familia,
un matrimonio consensuado por ambos y sancionado por la autoridad civil
o
religiosa. Incluso se diferencia del “robo”
consensuado por ambos novios, en
donde se dan a la fuga para concretar su unión, aun sin el
consentimiento de
sus familiares, de las instituciones civiles y/o religiosas.
Reconocemos que es
el término usado en las distintas versiones analizadas,
pero, como veremos más
adelante, se trata de un rapto que es leído culturalmente
como un “robo”.
[10]
Incluso, la única versión en la que ella dice que
“el
“oso la cuidaba muy bien”, “le
traía comida” y “hasta la
quería mucho” (v26),
claramente señala que “ella no quería
estar ahí porque él la encerraba con una
piedrota que tapaba la [entrada de la] cueva para que no se
escapara”.
[11]
Para el análisis de esta oposición entre
cautiverio y
hogar resulta pertinente recordar el trabajo de Lagarde (1990), pues
permite
tomar distancia de la noción de la autora, quien define al
papel de
madre-esposa como una condición de cautiverio. En la
perspectiva de estos
relatos populares no toda relación de domesticidad es un
cautiverio, incluso si
se realizan papeles tradicionales. La tradición oral
contiene pues, una
concepción de libertad y opresión de la mujer que
tendría que ser tomada en
cuenta, al menos, para matizar la concepción de la autora.
En Juan Oso, la mujer
está cautiva porque
se la llevaron a la fuerza, porque no puede salir a voluntad, porque
vive con
miedo y amenaza y porque vive de forma precaria.
[12]
Podría argumentarse
que esta división corporal no es casual, sino una
concepción somática de la
masculinidad, pues explicaría la capacidad de
socialización y de habla de Juan
Oso, por tener cerebro humano, y explicaría la fuerza, en la
medida según las
ideologías dominantes deriva de la “fuente de su
masculinidad”, esto es, de sus
genitales o más concretamente de sus testículos.
[13] El oso
como imagen para referir o comparar la masculinidad está
presente en la cultura
norteña y mexicana, en dichos como: “el hombre,
como el oso, mientras más feo,
más hermoso” dicho que señala
claramente que en la cultura existe esta
posibilidad comparativa con el oso, no sólo a partir de la
fuerza constitutiva
de la hombría, sino de un asunto de comparación
de género: a diferencia de las
mujeres, sobre los hombres no pesa la exigencia de belleza como
exigencia de
género. Otro dicho popular en este mismo sentido es:
“el hombre debe ser feo,
fuerte y formal”. La copresencia de estos dos dichos
señalan de nuevo la noción
de fealdad y coinciden en la alusión directa e indirecta a
la fuerza. No
obstante, en este segundo dicho, se agrega otra expectativa de
género: la
formalidad, la cual alude al cumplimiento de valores y exigencias
sociales, de
tal forma que, a diferencia del oso, la hombría ideal
socialmente no se
sustenta solo en la fuerza y en la fealdad. Huelga decir que estos
dichos no
parecen reflejar los valores de nuestros días, sobre todo el
de la fealdad,
pues la belleza es un valor creciente en la construcción de
las formas hegemónicas
de masculinidad.
[14] Ana Alonso
(1995), retomando el trabajo de Peristiany, refiere esta dualidad en
las
concepciones de la masculinidad: por un lado, los rasgos masculinos
asociados a
la naturaleza, esto es, al cuerpo (particularmente los genitales) y por
el
otro, los rasgos de la masculinidad asociados al comportamiento social,
al
reconocer y recibir honor. Ambos son necesarios en las concepciones
dominantes
de la hombría en la tradición
mediterránea y en la sociedad del norte de México
que ella analiza.
[15] Como en
otras poblaciones lo es la oposición
“crudo” y “cocido” como
apuntó
Lévis-Strauss (1968).
[16] Vale
mencionar que hay evidencias de que los raptos de niños y
los actos de crueldad
lo realizaron ambos bandos en el conflicto.