PABLO ALBERTO CONCHA MERLO Universidad Nacional de Santiago del Estero / CONICET Recibido 05 junio 2020 Aprobado 18 junio 2021 Publicado 09 noviembre 2021 traducción Pablo Alberto Concha Merlo Universidad Nacional de Santiago del
Estero / CONICET
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El
“criollo” y sus otros. La formación de una matriz identitaria en el Chaco
santiagueño Resumen: En las últimas décadas comenzó a discutirse el proceso de invención y recepción popular de la identidad social “criollo” en las ciencias sociales argentinas. Desde un enfoque metodológico etnográfico el objetivo del artículo es describir y comprender este proceso durante el siglo XX en la región Chaco santiagueña, ubicada en la provincia de Santiago del Estero. Los resultados del proceso de investigación indican que dicha identidad fue asignada y apropiada por los pobladores locales en el contexto de un vertiginoso cambio de orden social generado por el arribo del capital obrajero y migrantes inteligidos por la gente del lugar en términos de “gringos” y “turcos”. En otras palabras, el artículo argumenta que el contraste con “gringos” y “turcos” fue lo que permitió la adopción discursiva de una identidad como “criollo” proveniente del mundo literario de fines del siglo XIX y la formación de una matriz identitaria en el plano local. Palabras clave: Criollo; matriz identitaria; alterización.
The
“criollo” and his others. The formation of an identity matrix in the Chaco
santiagueño Abstract: In the last decades, the process
of invention and popular reception of the “Criollo” social identity began to
be discussed in the Argentine social sciences. From an ethnographic
methodological approach, the article aims to describe and understand this
process during the 20th century in the Chaco santiagueño region, located in
the province of Santiago del Estero, Argentine. The results of the
investigation process indicate that “Criollo” identity was assigned and
appropriated by the local inhabitants in the context of a vertiginous change
of social order generated by the arrival of the working capital and migrants
known by the local people in terms of “Gringos” and “Turcos”. In other words,
the article argues that it was the contrast with “Gringos” and “Turcos” that
allowed the discursive adoption of an identity like “criollo” from the
literary world of the late nineteenth century and the formation of an
identity matrix in the local life. Keywords: Criollo; identity matrix;
alterization.
Cómo citar Concha, P. (2021). El “criollo” y sus otros. La formación de
una matriz identitaria en el Chaco santiagueño. Culturales, 9, e534. https://doi.org/10.22234/recu.20210901.e534 |
Introducción
La principal actividad de estos pueblos era la
explotación forestal, por lo que empresarios madereros venidos de afuera
instalan aserraderos y hornos de carbón. Los naturales del lugar, de la noche
para la mañana se encuentran convertidos en peones de los turcos
(sirio-libaneses). Este copeño, sometido al patrón turco, es el prototipo zonal
del criollo argentino que quedó sometido al extranjero que llegó con aires de
autosuficiencia arrollando, atropellando y esclavizando al criollo surgido
durante la colonización española (siempre con el apoyo irrestricto de los
gobiernos) … al encontrarse este hombre con el extranjero triunfante, se
automargina y se siente frustrado, y esto lo ha marcado con tal complejo de
inferioridad (Mansilla, 2013, p. 8).
En el curso de la última
década, la categoría identitaria “criollo” comenzó a ser problematizada desde
la historia y la antropología. Con ello se puso en discusión una identidad
histórica fuertemente sedimentada, mediante la cual se representaba de modo
unificado a múltiples y heterogéneos colectivos no blancos de origen rural. En
antropología, la reemergencia (Rodríguez, 2017) de etnias que estaban
consideradas como extintas en diferentes provincias argentinas avivó el interés
por la composición histórica de sectores populares rurales en la larga duración
Considero que situarme en
diálogo con ambas perspectivas puede ser útil para explorar a través de qué
proceso “criollo” llegó a convertirse en un poderoso modo de autoadscripción en
una región específica de la provincia argentina de Santiago del Estero, donde
todavía se mantiene una presencia importante entre sectores populares rurales.
Apoyado en la articulación etnográfica
Figura 1. Mapa de
la provincia de Santiago del Estero, Argentina.
En el artículo
argumento que dicha etiqueta fue asignada por fuerzas estatales –como única
forma posible de adscripción a la simbólica nacional– y apropiada por los
subalternos de la zona en el contexto de un vertiginoso cambio de orden social,
propiciado por la expansión capitalista, en el cual se generaron
diferenciaciones respecto a una serie de otros que son partícipes necesarios en
la configuración de una matriz o cartografía identitaria muy sedimentada en el
sentido común local. Por una parte, el movimiento de alterización fue respecto
a los “indios del Chaco”, con los cuales nuestros actores compartieron
escenarios de lucha fronteriza, formas brutales de explotación capitalista y
con quienes existió una frontera difusa tanto en prácticas culturales como en
lo que respecta a marcas fenotípicas. Asimismo, los que fungieron de modo
determinante en la afirmación “criolla” fueron aquellos migrantes ajenos a la
región, codificados en el mundo local de la campaña en términos de “gringos” y
“turcos”, quienes arribaron a la región en
el marco del desarrollo del capital obrajero a comienzos del
siglo XX en un contexto más amplio de recepción masiva de población migrante
extranjera por parte de Argentina.
Algunas discusiones conceptuales
En las últimas décadas la categoría identitaria “criollo”
comenzó a ser discutida en ciencias sociales desde disciplinas como la historia
y la antropología. La producción historiográfica de Adamvosky
Como sostiene Adamovsky
(2014), a través de la escuela y medios masivos de comunicación, sectores
populares de origen rural se encontraron a principios de siglo codificados
mediante una etiqueta de connotaciones ambiguas. Y, posiblemente, la confusión
se convirtió en una poderosa arma que permitía disimular orígenes para quienes
podían mimetizarse con prescripciones sociales, políticas, culturales y
estéticas atribuidas al ser “criollo”. Al reconocerse y ser cooptados por esta
identidad, ingresaban al panteón nacional por una especie de “puerta de
servicio” que los acogía de forma marginal en el interior de un orden simbólico
dominante, dotándolos de una membresía liminal, inestable y hasta provisoria en
tanto que efectivamente se los percibía inferiores racial y moralmente respecto
a extranjeros de origen europeo. De idéntica manera, en el plano material,
fueron incorporados, de manera compulsiva, en las últimas capas de la sociedad
salarial –cuando eran retribuidos– luego de que muchos de ellos fueran
despojados de sus tierras en los lugares de origen. En definitiva, ser
reconocido como “criollo” significaba, entre fines del siglo XIX y comienzos
del XX, tener un estatus mayor que el indio, pero considerablemente inferior
que el resto de los segmentos sociales del país.
Desde el punto de vista
simbólico, la acogida del “criollo” fue creciendo en intensidad luego de que el
movimiento folclórico
Según Adamovsky
De manera similar, los
aportes de la historiografía de los sectores populares han señalado que la
recepción de la categoría “criollo” se popularizó, a su vez, en el marco de
oleadas migratorias de origen europeo en su mayoría y, en menor medida, del
medio oriente, principalmente de Siria y Líbano (Aventura, trabajo y poder.
Sirios y libaneses en Santiago del Estero, 1880-1980, de Alberto Tasso). En
efecto, fue el vivo contraste fenotípico entre la población “nativa” y los
“extranjeros”, en el marco de vertiginosas transformaciones del orden social y
cultural, hacia fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, lo que
vehiculizó la adopción de esta nueva categoría identitaria entre poblaciones
considerablemente heterogéneas en su composición histórica, la cual fue utilizada como un emblema
protector respecto de la percepción racializada de los migrantes provenientes
de otras latitudes, quienes muchas veces veían “indios” entre esos segmentos
que pugnaban por no ser percibidos como tales.
En la actualidad, el
desarrollo de estas perspectivas críticas permite la relectura de las
relaciones sociales tomando como variable de análisis la “raza” o más
puntualmente los procesos de racialización a partir de coyunturas históricas
particulares, evitando, de este modo, la adopción de lógicas históricas a
priori. Como sostiene Hall
Enfoque metodológico
A pesar de que los aportes antes mencionados son útiles
como marcos conceptuales e históricos, considero necesario advertir que tanto
la circulación como la recepción popular de los discursos criollos en distintos
espacios sociales y contextos no pueden ser generalizadas o extrapoladas desde
una mirada sin perspectiva geopolítica
Situado desde una
perspectiva metodológica histórica y etnográfica
Formación del extremo norte del Chaco santiagueño:
dislocación migratoria, régimen obrajero y la invención estatal del “criollo”
El Bracho estaba
formado por casas de palo a pique y barro […] no había casas de comercio, ni
gringos, como ahora […]. El Fuerte se levantaba como a unos cien metros del
cuartel y a otros cien de la capilla […]. El lugar de los fusilamientos quedaba
como a unos trecientos metros de la capilla y la tierra estaba siempre con
sangre fresca (El Liberal, 1910, p. 19).
Hasta entrado los
primeros años del siglo XX, el Chaco santiagueño resultaba un sitio
completamente desconocido para las elites estatales, una verdadera muralla de
bosques representada cartográficamente como terrae
incognitae en los mapas de la época. Sin embargo, desde las primeras
décadas del siglo XX se produjeron una serie de reconfiguraciones vertiginosas
que cambiaron de manera drástica los modos de sociabilidad en este confín
fronterizo. Tres acontecimientos históricos confluyeron de manera determinante
en este nuevo ordenamiento territorial a partir del cual esta región antes
considerada un “desierto” devino en uno
de los centros productivos más importantes de la provincia.
El primero de ellos
ocurrió entre 1884 y 1904
De manera simultánea a la
anexión territorial, el segundo evento consistió en la migración de una masa
heterogénea de actores fronterizos asentados históricamente en las proximidades
del río Salado, los cuales se movilizaron hacia el interior de esta geografía
recién expropiada a los grupos étnicos chaqueños
Como afirma Tasso (2007),
el arribo del capital obrajero fue un momento de inflexión que dio lugar a la
conformación de un nuevo centro de gravedad geográfico, económico-productivo y
cultural.[5]
Los complejos agroforestales u obrajes consistían en emplazamientos ubicados en
la profundidad del bosque chaqueño, del cual se extraían principalmente madera
de quebracho colorado para la obtención de distintos productos como durmientes,
rollizos, postes, leña y carbón.[6]
Durante el proceso de
desarrollo obrajero, las flamantes estaciones de ferrocarril fueron
convirtiéndose en centros de referencia para el intercambio y la sociabilidad.
En torno a ellas se desarrollaron pueblos nodales cada vez más numerosos en
términos de densidad demográfica, aglutinando tras de sí flujos materiales y
humanos de trabajadores que esperaban ser conchabados, capataces, contratistas,
comerciantes extranjeros, autoridades obrajeras y ferroviarias, agentes estatales,
etc. El extremo norte del Chaco santiagueño (Bilbao, 1964), conformado por los
actuales departamentos de Alberdi y Copo, fue la última región de la provincia
en ser “colonizada” y explotada por este régimen productivo, entre los años
1910 y 1935, aproximadamente. Los dos principales poblados de esta nueva
subregión chacosantiagueña fueron Campo Gallo y Monte Quemado, pequeños centros
que se convirtieron en las respectivas cabeceras departamentales de Alberdi y
Copo.
Tanto la extracción, la
producción, como el traslado de productos eran realizados por “paisanos”
subalternos que hasta algunas décadas atrás oscilaban entre múltiples estrategias de subsistencia y oficios,
desde caza/recolección, cría ganadera en pequeña escala, agricultura de bañado
o secano, a conchabo en estancias locales y migraciones estacionales a otras
regiones
El segundo acontecimiento
a considerar en este apartado –ocurrido de modo solapado y relacionado al
advenimiento de los obrajes—, fue que este espacio de bosque impenetrable,
incorporado a la provincia entre 1884 y 1904
Este fenómeno migratorio,
presente en el extremo norte chacosantiagueño desde 1910 en adelante, en
realidad había comenzado a desarrollarse algunas décadas atrás a lo largo de
los extremo sur y medio del Chaco santiagueño. Con dicho desplazamiento, los patrones dominantes de ocupación territorial
forjados durante el periodo
prehispánico y la frontera colonial se desgarraron por completo
¿Cómo podemos
trazar el semblante sociológico de quienes fueron vehiculizados desde el Salado
a las profundidades del impenetrable chaqueño? En una carta escrita por
Antonino Taboada[8] a su hermano, el ex jefe militar de la frontera, le
aseguraba que había sido injustamente acusado por los levantamientos de
montoneras en Los Copos. La razón aducida era que, tanto en esta región, como
en muchos otros lugares de la campaña, los alzamientos no habían sido
conducidos por sus aliados, “la gente importante de la campaña”, sino por un
“paisanaje desesperado”, una “chusma descamisada de baja ralea” disgustada ante
las persecuciones y violencias que se cometían contra ellos y sus familias
En Argentina, el modelo agroexportador supuso
el desarrollo productivo de una región particular del país como fue la pampeana,
que se insertó en el mercado mundial como una de las principales exportadoras
de materia prima, principalmente de carnes y granos desde fines del siglo XIX
Si la provincia de Santiago del Estero tenía
en total 757 352 cabezas en 1914, esta región fronteriza disponía 65 034
cabezas, con lo que alcanzaba casi un 9% del stock provincial total.
Esos “principales” comercializaban su ganado en provincias vecinas y a Bolivia,
a partir de redes de intercambio que se habían tejido durante el siglo XIX
Gil Rojas, descendiente de una familia pudiente –luego
devino maestro de escuela– de Los Copos, señalaba en El Ckaparilo
En el libro Escuela y Patriotismo (1938), Medardo
Moreno Saravia[10],
un inspector de escuela de origen copeño, se describía a sí mismo como
“shalako”[11]
o “saladino”. Estas categorías con una fuerte carga negativa hacían referencia
a una forma vida que oscilaba entre la agricultura de bañado en los márgenes
del río Salado –sitio “lejano y agreste”– y la caza como medio de subsistencia
(Moreno Saravia, 1938, p. 194). En calidad de inspector, Moreno Saravia
advertía a las autoridades en discursos y notas periodísticas sobre las
dificultades de civilizar a una población que se movilizaba estacionalmente de
los parajes (donde estaban asentadas las escuelas) hacia los bañados (en los
que se desarrollaban actividades centrales como la labranza y la cosecha).
También alertaba cómo este tipo de circunstancias generaban el peligro de que
“triunfase un autoctonismo atávico-indígena”
(Moreno Saravia, 1938, p. 187). Del mismo modo, a través de distintos
discursos proferidos en las flamantes escuelas de Los Copos (1° y 2°), se
conminaba a la comunidad copeña para que alejara de sus vidas conductas
salvajes ilustradas por lo general en relación con la imagen negativa del indio
salvaje. Por ejemplo, durante la inauguración de una escuela en Copo 1º se
dirigía del siguiente modo a los vecinos que habían asistido al acto:
La religión no
basta, también es indispensable como instrumento un cerebro culto, sobre todo
en los pueblos nuevos de origen latino o de injerto en tronco indígena […] ¡Ay
de los ignaro que no aprovechen de la cultura! Como indios refractarios, serán
al fin repelidos, hasta que mueran de ignominia, consumidos hasta por la misma
materia que animaron; la envoltura se habrá tragado al alma, la vasija habrá
absorbido el líquido (Moreno Saravia, 1937, p. 36).
Nótese que la dificultad
para el desarrollo de un cerebro culto entre los pueblos nuevos como el
argentino, podían basarse en su origen latino –implícitamente contrastado al
anglosajón en esta visión sarmientina– o el hecho de que se injertase la
cultura civilizada en cuerpos indígenas. “indios refractarios” eran quienes se
dejaban consumir por los impulsos de un cuerpo peligrosamente disolvente de la
civilización. De ahí que Moreno Saravia viera posible el triunfo de cierto
autoctonismo atávico indígena sobre una población que durante el siglo XIX fue
marcada como “india” por distintos viajeros que recorrieron la región.
A pesar de evidenciar un
sentimiento de alteridad
De este modo, “criollo”,
una categoría identitaria que no formaba parte de la cartografía social del
lugar, aparecía en escena vehiculizada por rituales de estado como los actos
escolares, susceptibles de construir subjetividades, afectos e identidades[12]
ligados a la pertenencia a una nación
Esta ortificación de lo
indio, sin embargo, no sólo remite a imaginarios hegemónicos provistos por la
escuela. En efecto, detrás de este proceso de alterización respecto al indio
chaqueño se encuentran dos experiencias históricas a tener en cuenta. Las más
remotas en cuanto a las memorias actuales, es que en muchos casos los
antepasados de nuestros actores fueron reclutados como milicianos de los
fuertes fronterizos durante las levas[13]
Como veremos enseguida,
la adopción de la identidad criolla se intensificó en las décadas subsiguientes
como categoría que servía para contrastar entre “nativos” y “extranjeros” que
arribaron al Chaco santiagueño entre fines del siglo XIX y las dos primeras
décadas del XX.
Los “gringos” entran al Chaco santiagueño
“Recuerdo como un sueño, que, entre los trabajadores,
había un gringo, el primero que pisó aquellas zonas” (Gil Rojas, 1962, p. 129).
A partir de 1904 en
adelante, los actuales departamentos de Alberdi y Copo conformaron una gran
jurisdicción departamental conocida en ese entonces como departamento Copo.
Copo, a pesar de tener una superficie aproximada de 26 000 km² en 1914
Los asentamientos que
dieron forma a la cabecera departamental de Alberdi, el poblado de Campo Gallo,
responden al arribo del ferrocarril y el advenimiento de establecimientos
obrajeros. Dos procesos desplegados de manera conjunta a partir de la compra
masiva de estas tierras realizada por la compañía Quebrachales Tintina Sociedad
Anónima, perteneciente a Juilius Hasse, de origen belga
Hacia fines de la década
de los treinta, Cabezas y Cía. concentraba un gran poderío económico y político
a pesar de no ser la única empresa extractiva de Alberdi. Según pobladores
locales, uno de los encargados de la compañía se convirtió en 1938 en el primer
comisionado municipal de Campo Gallo por designación del gobierno provincial.
Respecto a la organización política, diversos autores señalaron la existencia
de un sistema de patronazgo
En este sentido, como
señala Martínez
Durante el trabajo de campo muchas personas aludieron al
obraje Santa Felisa de la firma Cabezas como formando parte de una época dorada
de la extracción maderera desarrollada entre 1925 y 1955, mientras que otras no
dejaron de hacer notar experiencias de arbitrariedad, refiriendo, entre otras
cosas, formas de explotación laboral extremas y castigos corporales de
capataces y policías que respondían al poder de empresarios obrajeros. Desde el
punto de vista social y cultural, el desarrollo de los obrajes transformó
profundamente el mundo local. Las empresas obrajeras arrastraron consigo
patrones, capataces y administrativos, comerciantes e incluso operarios
ferroviarios, a éstos se sumaron representantes de agencias estatales como
maestros, inspectores de escuelas, policías, etc. Entre el Tercer Censo
Nacional realizado en 1914
Muchos de estos actores,
que pasaron a ocupar lugares de prestigio en los nacientes poblados como Campo
Gallo, traían consigo formas de sociabilidad urbanas y características
fenotípicas que contrastaban notablemente con los habitantes del lugar. A pesar
de las diferencias de origen de cada uno de estos actores recién llegados, en
la perspectiva local fueron codificados bajo el significante “gringo”. Gil
Rojas señalaba en la década de los sesenta la distinción entre los “gringus” y
los “cara i gringu” (Gil Rojas, 1962, p. 46) que establecía una diferencia
entre los que en efecto eran extranjeros y quienes actuaban como si lo fueran
para dotarse de mayor estatus. En este sentido, la categoría era mucho más
amplia que en otros espacios de la región como el Chaco santafesino, donde
“gringo” implicaba un origen friulano además de diacríticos fenotípicos y
clasistas.
Figura 2. Arribo de la primera maestra a
Campo Gallo (1919).
La fotografía de 1919
captura el arribo de la primera maestra a Campo Gallo, Sofía Franzzini Bravo,
nacida en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires. Fue llevada por un “sabio del
pueblo”[14],
Riso Patrón, quien desde algunos años atrás trabajaba en la reconstrucción de
la historia de la cabecera departamental a través de la recolección de archivos
y por medio de entrevistas a personas mayores. La primera impresión de la
fotografía es el llamativo contraste de colectivos. A la izquierda y detrás de
la maestra se concentran los “paisanos”, caracterizados por rasgos fenotípicos
no blancos, los cuales se encuentran vestidos con sombreros artesanales,
chiripas y descalzos. Del lado derecho se observan operarios del ferrocarril
junto a una pareja de personas destacadas de Campo Gallo.
De modo inverso, algunos
de estos “gringos” afincados en la región a comienzos de siglo veían “indios
quechuas” en la mayoría de los pobladores provenientes del Salado, como lo
hacía notar González Trilla, un intelectual de origen español asentado en
Añatuya, que se desempeñaba como editor del periódico El Chaqueño[15]
Con la narrativa
culturalista de Rojas se construía un imaginario mestizo que acabaría siendo
hegemónico durante el siglo XX
Es muy curiosa la
vida de los obrajeros en el monte. Viven en pequeñas chozas, fabricadas con
sunchos y latas de keresene, en notable promiscuidad. La mayoría es gente
indígena. Ama las pendencias y el alcohol. Los hombres, usan revolver y
cuchillo. Y suelen ser frecuentes los hechos de sangre. Estos aborígenes
constituyen la base de la mano de obra en las explotaciones forestales. Hablan
la quichua, su lengua nativa […] Si las necesidades de esta raza fueran mayores
o más difíciles de practicar, habría ya desaparecido […] pero escapan de esa
suerte tanto porque su comida la constituye el maíz […] y cuando escasea el
maíz, los montes brindan diferentes frutos y miel silvestre; huevos de aves del
campo; y la tierra, por doquier, animales diversos. Esta raza, en humilde concepto
del autor, pertenecerá a la historia […] asfixiada por la aglomeración de otras
razas superiores que se arrebataran su dominio, cumpliéndose las leyes
darwinianas de la lucha por la existencia y de la selección natural […] Sin
embargo es obra del buen gobierno conservar y proteger esa raza que ya muere.
Solo ella está hecha para las grandes fatigas en nuestro suelo (Gallo Schaefer,
1911, p. 32)
Desde la perspectiva de
Carlos Gallo Schaefer
Si resulta importante la
visión de un intelectual santiagueño como Gallo Schaefer
El escalafón construido
por los regímenes identitarios hegemónicos consolidados entre fines del siglo
XIX y comienzos del XX
Los “turcos” se vuelven patrones
Al turco los
lugareños no le decían así, sino que con respeto lo llamaban “Patrón”; pues era
el único comerciante grande del pueblo, quien les proveía de mercadería y todo
cuanto necesitara la gente, en canje por sus productos regionales. Y su
próspero negocio monopólico se hacía completando un circuito que iba desde la
ciudad al monte (Mansilla, 2012, p. 143).
Así como el departamento Alberdi alcanzó un crecimiento
intercensal del 48% en cuanto a su población, el departamento Copo lo secundaba
en el podio provincial con un 35%
En efecto, la década de
los treinta estuvo signada por una transformación importante en la forma de
explotación de los bosques a nivel provincial y de los actores capitalistas que
invirtieron en la industria forestal. Al respecto Mansilla (2013) señalaba que:
Los inmigrantes
extranjeros que poblaron esta zona fueron mayormente los llamados turcos
(sirios y libaneses) como, por ejemplo, los Auíl, Salomón, Auad, Hazam y
Julian, entre otros. O los turcos (árabes) como los Aguel, Rufaíl o Ade. Los
turcos, mayormente, se dedicaron a la explotación forestal […] A Monte Quemado
vinieron muy pocos Gringos (p. 36)
Partiendo de la
afirmación del historiador copeño, es necesario preguntarnos por qué razón la
migración sirio-libanesa o árabe tuvo mayor relevancia en la historia del
departamento Copo cuando las estadísticas hablan claramente de un predominio
europeo entre los migrantes, y cómo se relaciona esta afirmación con las
transformaciones en la economía obrajera.
La década de los treinta
fue un punto de inflexión en la historia del régimen obrajero. Desde mediados
de los treinta en adelante, cada vez con mayor celeridad, empezaron a aparecer
nuevas formas de explotación con establecimientos medianos y pequeños tanto en
el departamento Alberdi como en el del Copo
Tasso
En aquellas
lejanas épocas y lugares empezaron a penetrar los turcos mercachifles, primero
con sus carguitas en burro, luego en jardineras, para seguir después en camiones como sucede en la actualidad,
es decir, a medida que el criollo autóctono abría sendas para conducirse de un
poblado a otro, a las lejanas estaciones del F.C., o penetrar el desierto,
conquistarlo, avasallar su bravura, iba el turco entrando con su media lengua,
pero con habilidad para embaucar a este criollo que hasta entonces permaneció
sano de cuerpo y alma, respetuoso,
unido y ordenado en medio de su crasa ignorancia (Gil Rojas, 1954, p. 103).
Respecto a este fragmento
es necesario señalar dos elementos. El primero, relacionado a la autopercepción
estereotipada de Gil Rojas como un “criollo autóctono” dedicado al trabajo en
contraste al “turco” consagrado a acrecentar sus arcas en función del engaño
comercial. Esta autoafirmación identitaria de Gil Rojas es solidaria con una
representación idílica de un pasado anterior al arribo de los “turcos”–y todas
las transformaciones implicadas en este proceso–, sin conflictos sociales en
aquella configuración estanciera de características patriarcales donde las relaciones
de respeto o deferencia hacia los “principales” era descripta, paradójicamente,
como una “sumisión de esclavos” (Gil Rojas, 1962, p. 104). Es posible que esta
perspectiva idealizada del pasado desarrollada por Gil Rojas se encuentre en
vinculación directa con la pertenencia marginal del maestro copeño a círculos
de intelectuales provinciales de corte folclórico como Di Lullo y Canal Feijóo.
Esta hipótesis no sólo se apoya en las distintas referencias a los vínculos de
amistad que lo unían con el primero y cierta correspondencia relevada con el
segundo, sino también por el hecho de que sus dos libros se ofrecen
explícitamente como materiales fidedignos destinados a los folcloristas interesados en conocer
cómo transcurría la vida hasta comienzos del siglo XX.
En segundo lugar, el
fragmento resume una trayectoria que Alberto Tasso también generaliza para los
migrantes árabes. Estos comerciantes sirio-libaneses que habían arribado a la
zona como mercaderes ambulantes –“mercachifles”, en palabras de Gil Rojas– a
principios del siglo XX, en una lógica de ascenso paulatino que se repite en
distintos espacios del mundo rural santiagueño, progresivamente fueron
estableciendo sus comercios en pueblos y parajes. En estos “almacenes de ramos
generales” solían recibir las producciones campesinas nativas a cambio de
mercadería en trueques asimétricos, y fueron constituyendo pequeños monopolios
zonales del comercio basados en el acceso a medios de transporte para movilizar
productos hacia otros lugares. Además, desde la década de los treinta
comenzaron a diversificarse hacia la extracción obrajera en función del capital
acumulado en periodos anteriores
En efecto, Tasso
Durval Abdala, literato
local de origen sirio-libanés, representaba en su novela Criado Braulio
No tiene nada de
previsor, es un personaje completamente distinto al extranjero. Éste por lo
general llega más pobre que nuestro nativo, pero con un espíritu rico en
esperanzas y voluntad para trabajar, tiene ya ese don peculiar de ser previsor
y es muy común ver al extranjero, con su almacén, otros con su finca o su
pequeña granja, etc. Mientras que el criollo todavía no ha construido su
rancho, el extranjero ha adquirido buenas posiciones y mantiene superioridad
sobre el nativo; como conciencia inmediata de esta superioridad material viene
la espiritual y nadie puede discutir que generalmente los extranjeros ocupan
las funciones sociales o políticas más importantes en caso todas las
poblaciones del interior de la provincia (Vitar, 1946, p. 21).
Durante los primeros años
del peronismo, en la perspectiva de las personas de origen árabe, esta
diferenciación entre “nativos” y “extranjeros” se constituía como una jerarquía
en la cual se ponderaba a los últimos en un lugar de superioridad intelectual y
moral, sobre un trasfondo de desigualdades económicas y políticas que parecían
justificar tales asimetrías simbólicas. Pero Vitar no solamente encontraba
moralidades indignas entre los “nativos”. De hecho, no dejaba de destacar gestos
de atención y sumisión como parte del talante paisano, dando cuenta de que ese
sentimiento de superioridad extranjera era correspondido a través de vínculos
deferentes.
Un grupo importante de
sirios y libaneses se consolidaron como empresarios en un contexto en el cual
los réditos económicos del sistema obrajero habían descendido, lo cual generó
un mayor ajuste sobre los peones. También se insertaron en un momento en el
cual predominaba la extracción de carbón y leña que tenía serias consecuencias
ecológicas y traía aparejada severas enfermedades pulmonares. Dado que desde
los cuarenta los hacheros trabajan en el obraje sólo con la finalidad de
obtener mercadería, mientras que migraban
a otras provincias vecinas en busca de trabajo asalariado: la zafra en Tucumán
y el algodón en Chaco
Los “turcos” no fueron
los únicos que ascendieron montando pequeños y voraces obrajes a partir del
arrendamiento. Según datos de 1986, un momento álgido de crisis y migraciones
masivas a centros urbanos, sólo el 42. 9% (45) de los grandes productores
forestales eran de origen árabe –de los cuales 17 residían en la zona de
Tintina (5), Campo Gallo (5) y Monte Quemado (7), contra 21 que no respondían a
esta identificación y residían en la capital provincial
Estas circunstancias se
traducen en un desprecio generalizado entre bastidores desde “criollos” a
“turcos” a quienes consideran culpables no sólo de la explotación laboral y de
ser patrones voraces, sino también del deterioro ambiental. La razón del
desprecio por parte de “criollos” también encuentra asidero en otra
circunstancia cultural que nos remite a la primera mitad del siglo XX. En
efecto, los sirio-libaneses no constituyeron jamás el modelo de inmigración
deseado por las elites provinciales de familias tradicionales en la primera
mitad del siglo, como lo eran los migrantes europeos. Por dicha razón, los
nuevos ricos de origen asiático fueron significativamente estigmatizados, aun a
pesar de haberse posicionado en términos de capital económico. Sin embargo,
este rechazo entre bastidores, tuvo como reverso una deferencia en la escena
pública; de ahí que, como versa en el epígrafe, los campesinos se refirieran a
ellos como “turco” o como “patrón” dependiendo las circunstancias en las que se
encontraban.
Conclusión
El artículo analizó el proceso por el cual la categoría “criollo”
fue afirmándose como identidad social en los departamentos de Alberdi y Copo
durante los primeros cuarenta años del siglo XX. Dicha investigación se realizó
siguiendo un enfoque relacional que permitiera la articulación explicativa
entre procesos hegemónicos a escala nacional y acontecimientos históricos
regionales como los ocurridos en el extremo norte del Chaco santiagueño.
Lejos de ser una
identidad tradicional y auténticamente argentina, nacida por una síntesis sui generis ocurrida en el contexto de
la colonia, tal y como lo sostuvo el imaginario culturalista de la primera
mitad del siglo XX, el criollismo fue una invención contemporánea con un gran
poder de reclutamiento entre vastos y diversos sectores populares de origen
rural a lo largo y lo ancho de Argentina. La cual operó como un poderoso
dispositivo de blanqueamiento y homogeneización entre colectivos no blancos
sumamente heterogéneos.
Las fuentes utilizadas
evidencian que los principales mediadores entre estos movimientos culturales y los
sectores populares del Chaco santiagueño fueron funcionarios estatales
vinculados al sistema educativo, especialmente maestros e inspectores
escolares, quienes operaron como reproductores de discursos culturalistas de
las elites provinciales y nacionales, lo cual posibilitó la diseminación de la
identidad criolla en espacios marginales.
Ahora bien, la recepción
de un discurso capaz de arrogarse lo auténticamente argentino se dio en el
marco de oleadas migratorias al país y fuertes transformaciones del modelo
productivo, el orden social y cultural de la República Argentina. En este
contexto fue que el Chaco santiagueño se convirtió en un espacio incorporado al
sistema productivo por políticas estatales y capitales de diversa índole y
origen que explotaron su biodiversidad de modo voraz a lo largo del siglo XX.
En efecto, la “industria forestal” transfiguró en pocos años la región
generando no sólo la incorporación masiva de poblaciones fronterizas como
obreros forestales o hacheros, sino también propiciando el arribo de migrantes
que contrastaban de manera significativa con la población nativa.
En este nuevo escenario,
la identidad criolla fue apropiada por las poblaciones del Chaco santiagueño a
partir del arribo de una serie de otros extranjeros o ajenos a la región, como
“gringos” (o “cari gringu”) y “turcos”. Se trataba de un discurso que permitía
reivindicar un lugar en el imaginario nacional como sujeto legítimamente
argentino frente a migrantes advenedizos que en pocas décadas adquirieron mayor
estatus en el mundo rural y se caracterizaron por estigmatizar rasgos
fenotípicos no blancos y prácticas culturales nativas, además de ejercer formas
cruentas de explotación laboral y despojo territorial.
Principalmente, los
colectivos categorizados como “turcos” por los criollos ascendieron socialmente
en un breve lapso de tiempo y llegaron a ocupar posiciones de mayor jerarquía
en el espacio social. Ya sea como patrones de obrajes o estancias, comerciantes
importantes o funcionarios públicos, pasaron a conformar una red que articulaba
bajo la categoría étnica sirio-libaneses una red corporativa compuesta por
actores importantes de la burguesía y pequeña burguesía rural. En este sentido,
las identidades que conformaban esta matriz implicaban construcciones muy estereotipadas
en tanto y en cuanto combinaron diacríticos étnicos, raciales o culturales
legitimados o des/legitimado por discursos hegemónicos con la pertenencia a
clases sociales desigualmente posicionadas en el espacio social rural.
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Pablo Alberto Concha Merlo
Argentino. Doctor en antropología social por la
Universidad Nacional de Buenos Aires, con especialidad en temas de identidad y
ambiente. Es licenciado en filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán,
con especialidad en filosofía de las ciencias. Actualmente se desempeña como
becario posdoctoral en el Consejo Nacional de Ciencia y Técnica y docente
auxiliar en la asignatura temas de antropología cultural en psicología, de la
Facultad de Psicología-Universidad Nacional de Tucumán. Publicaciones recientes:
“Ambigüedad y exclusión en los regímenes clasificatorios finiseculares. La
campaña a través de las Memorias descriptivas de Santiago del Estero de
Alejandro Gancedo (1885)”, Estudios Sociales Del NOA, (20), 49-72,2017. “Tareas,
habilidades técnicas y herramientas: creando ambientes con el hacha” en A.
Padawer (coord.), Actores y procesos de
conocimiento en el mundo rural: la producción de alimentos, las agroindustrias
y los biomateriales, Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y
Letras-UBA, 2019.
[1] Según Adamovsky (2014),
mientras que las perspectivas hegemónicas tendieron a ver en ese mestizaje
procesos de blanqueamientos, correspondientes a un imaginario nacional blanco y
europeo, otras representaciones alternativas hicieron notar la preeminencia de
lo indígena.
[2] El Gran Chaco Argentino es
actualmente la mayor extensión forestal y el mayor reservorio de biomasa del
país. Dentro de esta gran región se ubica el Chaco Semiárido o Chaco Seco en
donde se encuentran los departamentos de Copo y Alberdi.
[3] La industria obrajera tuvo su
ciclo de expansión en las primeras cuatro décadas del siglo XX, posteriormente
fue contrayéndose de forma sistemática, dejando como saldo altas tasas de
desempleo y generando migraciones.
[4] La generación del Centenario y
después muchos folcloristas patrocinados por elites provincianas
[5] Como señala Bilbao (1964),
obraje y medio de transporte están siempre unidos debido a las características
del producto.
[6] La vegetación consiste en bosques caducifolios y su
composición se encuentra acompañada principalmente por quebrachos (aspidosperma quebracho-blanco y
Schinopsisis lorentzei), algarrobos (Prosopis
nigra y Prosopis alba) y el mistol (Ziziphus
mistol).
[7] En
esta región fronteriza se encontraban a fines del siglo XVIII la reducción de
la etnia Vilela a cargo de la orden jesuita, al principio, y luego de la
expulsión quedó en manos de los franciscanos.
[8] La familia Taboada mantuvo
hegemonía en la provincia hacia la segunda mitad del siglo XIX. Manuel Taboada
fue gobernador en distintas ocasiones, y Antonino Taboada se encargó de la
organización militar de la provincia. Dirigió la frontera del Salado y estuvo a
cargo de distintos fuertes y fortines.
[9]La conformación
del agro moderno en Argentina sucedió entre 1880 y 1914, con el desarrollo del
modelo agroexportador a partir del cual las exportaciones argentinas pasaron a
representar el 32% del total de América del Sur.
[10] Por circunstancias que nos son
desconocidas, Moreno Saravia es trasladado en su niñez al convento Santo
Domingo en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Luego de haber aprendido a leer
y escribir en esta institución religiosa, ingresa a la Escuela Normal Juan
Bautista Alberdi (recientemente fundada). Una vez terminada la escuela primaria
se dirige a la Escuela Normal de Paraná en donde se formó como maestro normal.
El libro Escuela y Patriotismo compila una serie de discursos escolares
y notas periodísticas publicadas durante su gestión como inspector escolar en
Los Copos entre 1901 y 1910.
[11] Mientras la categoría “paisano
Saladino” aparece en las memorias descriptivas de Alejandro Gancedo de 1885, la
categoría “shalako” o “chalaco”, generalmente traducida del quichua como “del
río Salado”, la encuentro por primera vez en el periódico El Chaqueño
(1921) en femenino como “chalaca”, en una nota periodística de 1914. La
categoría da cuenta de cierta diferencia de estos paisanos oriundos del río
Salado respecto al resto de los paisanos de la provincia en cuanto civilidad.
[12] Reemplazaba a la
categoría “paisanos”, que se entendía como habitantes “naturales del país”.
[13] Desde la colonia las defensas
fronterizas fueron formadas con “indios” reducidos cuyas etiquetas étnicas
fueron desapareciendo. Primero disueltas en la categoría jurídica indio, luego
en “paisanos” cuando “indio” perdió su estatus jurídico (Farberman, 2019).
[14] De este modo se referían los
vecinos de Campo Gallo a don Lucio Riso Patrón.
[15] Publicado entre 1910 y 1914.
[16] La mayoría de los sirios y
libaneses que migraron en estos años tenían pasaportes de origen otomano y
fueron procesados como “turcos”.
[17] O
“Shalako”.