YESSICA IVET Universidad de Guanajuato Recibido traducción Javier Villatoro Martínez
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Medición de la violencia en las
relaciones de pareja en psicología Resumen:
En
psicología, la evaluación a través de escalas de autorreporte es un tema central.
Para emplearlas adecuadamente deben contar con determinadas características
de validez y confiabilidad; sin embargo, ello no garantiza que se interpreten
fuera del prejuicio o el sentido común, llegando, como en el caso de la
evaluación de la violencia en las relaciones de pareja (VRP), a culpabilizar
o revictimizar a las mujeres víctimas. El presente escrito tiene por objetivo
ilustrar algunos de las problemáticas generadas al analizar de manera
descontextualizada la VRP. Se analizan algunas situaciones de violencia
descritas por hombres y mujeres mexicanos de diferentes grupos de procedencia
con puntajes similares de VRP. Las violencias referidas por hombres y mujeres
son diversas, permeadas por cuestiones de género; se propone el análisis con
perspectiva de género para evitar procesos de revictimización al medir
fenómenos como éste. Palabras
clave:
Medición; violencia;
pareja.
Measurement
of Intimate Partner Violence in Psychology Abstract: In psychology, assessing with self-report scales is
a central issue. To use them properly they must have certain characteristics
of validity and reliability, however, this does not guarantee that they are
interpreted without prejudice or common sense, biased, as in the case of the
assessment of intimate partner violence (IPV), to blame or revictimize the
female victims. The purpose of this paper is to illustrate some of the
problems generated by analyzing IPV in a decontextualized way. Some
situations of violence described by Mexican men and women from different
groups of origin with similar IPV scores are analyzed. The violence reported
by men and women is diverse, permeated by gender issues. A gender perspective
analysis is proposed to avoid revictimization processes while assessing these
phenomena. Keywords: Measurement;
violence; partner.
Cómo citar Cienfuegos, Y. (2021). Medición de la violencia en las relaciones de pareja en psicología. Culturales, 9, e544. https://doi.org/10.22234/recu.20210901.e544 |
En
psicología, medir la Violencia en las Relaciones de Pareja (VRP) es siempre un
proceso complejo, tanto en el aspecto ético como en el metodológico; medir
implica construir un modelo numérico que represente alguna realidad existente
(Muñoz, 1998). Desde el aspecto metodológico, el primer obstáculo para medir
adecuadamente estriba en contar con definiciones conceptuales y operacionales
claras del fenómeno. En cuanto a la ética, es importante cuestionarse las
implicaciones políticas que tendrán los insumos que se establecen a partir de
la operacionalización del fenómeno (Eagly, 2013); no es extraño que, basados en
una supuesta objetividad académica, algunos textos culpabilicen a las víctimas
de violencia por permanecer en la relación, o que reduzcan el fenómeno a una
decisión personal (Zarco, 2009), la falta de autoestima o de empoderamiento
(Aiquipa Tello, 2015).
Evaluar/medir la VRP de una forma ética
implica hacer un análisis profundo del fenómeno, no sólo demostrar que el
instrumento mide lo que pretende medir (validez) de manera consistente
(confiabilidad) (Kerlinger y Lee, 2008), sino tratar de entender la complejidad
del fenómeno (Morín, 2004), reconociendo el contexto en el que ocurre. Ignorar
estos factores contribuye a interpretar información valiosa en meros símbolos
numéricos ahistóricos y aculturales que podrían favorecer o perpetuar
estereotipos o la revictimización.
Por ello, en la evaluación de la VRP, es
importante contar con datos analizados desde una perspectiva que, como se
sugiere arriba, pueda brindar un análisis de las dinámicas socioculturales que
subyacen a las interacciones de pareja.
Evaluación de la violencia en las relaciones de pareja:
conceptualización
La
Violencia en las Relaciones de Pareja (VRP) es un fenómeno ampliamente
documentado; sin embargo, esto no fue posible, sino hasta la década de los
noventa, cuando, al menos en teoría, empezó a reconocerse como un problema de
salud pública (Organización Mundial de la Salud, 2013). La Unidad Mujer y
Desarrollo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
(Alméras, Bravo, Milosavljevic, Montaño y Rico, 2002) señala que antes de esa
fecha, la literatura respecto al fenómeno era escasa; se consideraba que lo que
ocurría al interior de las parejas era un asunto privado, que no competía al
Estado (Alméras et al. 2002; Arrom, 1976; Federici, 2015; Lagarde,
2005). Así, históricamente la voz de las víctimas ha sido invisibilizada,
silenciada y subestimada (Ramos, 1996). En Cuba, por ejemplo, fue hasta 2019
que se empezó a hablar de manera pública sobre los feminicidios ocurridos en la
isla (Torres, 2019).
Las conductas que comprenden el fenómeno se
han explorado desde diferentes áreas y disciplinas, entre ellas el derecho y la
psicología; faltando aún mucho por trabajar en cada una, pues existen vacíos u
omisiones que de no atenderse podrían considerar como aceptables conductas que
vulneran los derechos de las otras personas.
Un ejemplo del largo camino que falta por
recorrer está en la inconsistencia respecto a la tipificación de la violación
entre cónyuges en el territorio mexicano: si bien el Código Penal Federal
contempla este acto como delito desde 1997, en los códigos locales de Colima,
Jalisco, Quinta Roo, Sonora, Tabasco y Zacatecas no se había tipificado como
delito en 2015. Estados como Oaxaca y Puebla consideran como un agravante del
delito de violación el que ocurra entre cónyuges, mientras que en Coahuila y
Michoacán era un atenuante en sus códigos penales de 2015 (Comisión Nacional de
Derechos Humanos, 2015).
En el presente escrito se entiende por VRP
todas aquellas acciones u omisiones realizadas con el fin de –o sin él, pero
que finalmente logran– dañar, herir o controlar a la persona con la que se
tiene o tuvo algún vínculo sexoafectivo (Cienfuegos-Martínez, 2014; Dirección
General de Igualdad y Diversidad Social, s.f.; Torres, 2001; Trujano, 2007).
En México, en la Encuesta Nacional de la
Dinámica de las Relaciones en los Hogares de 2016, se estima que el 43.9% de
las mujeres fueron víctimas de violencia a manos de su pareja en algún momento
de su vida, y el 25.6% lo fue durante los 12 meses anteriores a la encuesta,
siendo más frecuente la violencia emocional. El 78.6% de las víctimas no
denunció ni solicitó apoyo, algunas de las razones fueron pensar que se trataba
de algo sin importancia (25.8%), por miedo a las consecuencias (19.8 %), no
sabían dónde denunciar (14.8%), por sus hijos/as (11.4%), porque no querían que
su familia se enterara (10.3%), por falta de confianza en las autoridades
(6.5%) (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2017).
Dichos temores se confirman si se analizan los
reportes realizados por los grupos de trabajo que han evaluado las solicitudes
de Alerta de Violencia de Género en México, los cuales dan cuenta de las
problemáticas que enfrentan las mujeres al interponer alguna denuncia (Lagunes,
2018); casos como los de la “manada” en España (Angulo, 2019) o “los porkys” en
México (Ortuño, 2017; Zavaleta, 2019) ayudan a ejemplificar la revictimización
de mujeres que han decidido interponer una denuncia, no sólo desde la opinión
pública, sino también desde las instituciones (Bjørnholt, 2019). Además, de
acuerdo con la Secretaría de Gobernación, el Instituto Nacional de las Mujeres
y la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el
Empoderamiento de las Mujeres (2017), en México, en 2015, el 34% de las mujeres
asesinadas lo fueron a manos de su pareja.
La violencia contra las mujeres es un fenómeno
sin parangón, cuya expresión más grave es el feminicidio, tema trascendental,
en un país donde cada día son asesinadas 10 mujeres, por el simple hecho de
serlo y en la mayoría de los casos por sus parejas o algún conocido
(Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Publicadas, 2019).
Afirmar que hombres y mujeres tienen las mismas posibilidades de ser agredidos
en una relación de pareja resulta una afirmación descontextualizada y
ahistórica, que asume que las interacciones diádicas ocurren en el vacío, es
desconocer las formas en las que los cuerpos son tratados, las torturas a las
que son sometidas, generalmente por aquellas personas que dijeron amarlas.
Violencia ejercida contra hombres, estudios con muestras mixtas
La
falta de datos respecto a la VRP ejercida contra hombres impide considerar sus
dimensiones reales; al mismo tiempo, la carencia de datos favorece que el
fenómeno se entienda desde el prejuicio y desde el sentido común, ambos muy
marcados por la cultura patriarcal, esto genera un problema circular. El hecho
de que los estudios sobre violencia se realicen, por lo general, con muestras
compuestas únicamente por mujeres (Eternod, 2013; Instituto Nacional de
Estadística Geografía e Informática, 2017; Hudson y McIntosh, 1981; Saunders,
1992) no es un evento fortuito ni una forma de perpetuar la victimización de
las mujeres a manos de los hombres –como lo refiere Dutton (2010)–, sino que
responde a un trabajo de larga data por parte de los colectivos de mujeres y el
movimiento feminista que lucharon por hacer visible este fenómeno, cuya
documentación empezó a masificarse hace aproximadamente 30 años (Alméras et
al., 2002).
En un afán por resolver la carencia de datos y
de análisis teóricos respecto a la VRP dirigida hacia los hombres se ha optado
por el empleo de muestras mixtas (hombres y mujeres), o sólo de varones, pero
no ha sido suficiente para abordar éticamente la problemática. Algunos estudios
centrados en la VRP ejercida contra los hombres tienden a descalificar aquéllos
en donde se ha primado por documentar la experiencia de las mujeres. Para
Dutton (2010), por ejemplo, visibilizar la experiencia de las mujeres
sobreestima la violencia ejercida contra éstas; refiere, además, que incluir a
usuarias de centros de atención eleva los índices de violencia que “realmente”
vive la población general, y que el rumbo debe ser ahora el estudio de la VRP
contra los hombres, esto debido al alto número de estudios que cuentan con
muestras de mujeres.
Bajo este mismo enfoque, otros autores indican
que los estudios centrados en mujeres tienen por objeto invisibilizar y
denostar las situaciones que viven los hombres a manos de su pareja, colocando
a las mujeres en el papel de víctimas y a los hombres como agresores de manera
determinista (Montesinos 2014; Moral de la Rubia y López, 2012), y que las
teorías centradas en factores socioestructurales para el entendimiento de la
violencia “sobredimensionan” aspectos de la cultura patriarcal y la asimetría
de poder de género en la violencia de pareja (Moral de la Rubia y López, 2012,
p. 61).
En cuanto a los hallazgos de estos estudios se
observan patrones similares de violencia en hombres y mujeres (Armenta-Hurtarte
et al., 2016; Hernández, 2015); o incluso, mayor victimización en
hombres (Cienfuegos-Martínez, Arellañez y Díaz Loving, 2008; González-Galbán y
Fernández de Juan, 2014; Moral de la Rubia y López, 2012). A través de dichos
datos, algunos autores llegan a considerar incomprensible y excesivo que la
política pública –al menos en el discurso– se centre en acciones específicas
para garantizar el acceso de las mujeres a una vida libre de violencia
(Ruiz-Bautista, 2018; Dutton, 2010; López et
al., 2013; Moral de la Rubia y López, 2012).
Respecto a la interpretación de los datos,
algunos estudios describen los hallazgos de manera general y discuten las
diferencias y similitudes con estudios anteriores (véase Méndez y García,
2015); en otros, sin embargo, se sugiere que las víctimas son responsables
también del acto violento, señalando como parte de sus hallazgos que existen
“actitudes que la mujer asume y de las cuales se tendría que hacer responsable
para disminuir o eliminar la violencia de la que es objeto […] se distancian de
la pareja y se vuelven irresponsables (con sus tareas hogareñas)” (Vargas et al., 2008, p. 358).
En otros, se señala que la existencia de
puntajes más altos en mujeres en la escala de víctimas responde más a un cliché
que a un reflejo de la realidad, un esquema que les impide verse a sí mismas
como agresoras; Ramos et al. (2014)
señalan que hay “…premisas intrínsecas a la cultura mexicana, donde la mujer se
percibe a sí misma como víctima, privilegiando esa postura y alejando de su
ecosistema individual y social la posibilidad de proyectarse como una mujer que
ejerce violencia contra su pareja masculina” (p. 881) y añaden, “En la mujer la
depresión, probablemente desde un humor irritable, es un factor de riesgo para
ejercer violencia, cuando la depresión deja a los hombres más vulnerables y
sensibles a la violencia ejercida por su pareja femenina” (p. 882). Todas estas
conclusiones están basadas en los puntajes obtenidos de la escala de
Cienfuegos-Martínez (2004, 2014), empleada en el presente estudio.
Vinculado con la falta de datos sobre VRP
hacia los hombres, está el subregistro de casos y los bajos índices de
denuncia, se señala que para ellos es sumamente complicado reconocerse como
víctimas de violencia puesto que, si lo hacen, encontrarán incredulidad o se
burlarán de ellos (Instituto Mexicano de la Juventud 2017; Trujano, Sánchez y
Yoseff, 2013). Cabe señalar que dichos temores no son privativos de los
hombres, como se señaló arriba, hay casi un 80% de mujeres que no denuncian o piden
ayuda por las mismas razones.
La violencia contra los hombres suele ser
ejercida por otros hombres, generalmente desconocidos en espacios públicos
(Instituto Nacional de Estadística y Geografía e Instituto Nacional de las
Mujeres, 2006). De acuerdo con Frías (2016), respecto a los asesinatos de
hombres y mujeres vinculados con violencia familiar, por cada hombre se
registran 8.6 mujeres, sin especificar el tipo de vínculo entre las/los
involucrados. Por otro lado, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción
sobre Seguridad Pública (ENVIPE) del 2018 (INEGI, 2018) señala que, en
promedio, en el periodo de 2012 hasta 2017, en el 84.8% de los delitos en donde
la víctima estuvo presente, el o los agresores fueron sólo hombres, en el 5.3%
de los casos sólo por mujeres y en el 7.3% cometido por hombres y mujeres.
Los anteriores son ejemplos de cómo un
análisis, supuestamente objetivo, podría emplear un instrumento de evaluación,
válido y confiable, en una herramienta para naturalizar[1],
banalizar o culpabilizar a las víctimas de la violencia que se ejerce a manos
de su pareja (Segato, 2014; Zarco, 2009). Dando cuenta de que la interpretación
de datos no es ajeno a la cultura ni a los prejuicios de quien investiga;
hablar del ánimo y carácter volátil de las mujeres, su vulnerabilidad o el
mostrarse como víctimas en cualquier instante, mientras que de los hombres se
destaca su objetividad y raciocinio obliga a cuestionarse por qué el puntaje
reportado por un hombre es el único insumo necesario para afirmar que los
hombres viven violencia en la pareja, mientras que ese mismo puntaje en las
mujeres las califica como exageradas o que se victimizan.
El propósito de este trabajo es analizar
experiencias reportadas por hombres y mujeres con puntajes similares en una
escala de violencia. Partiendo del supuesto que un mismo puntaje en la escala
de violencia puede ser indicativo de situaciones muy diversas dependiendo de si
quien responde es hombre o mujer, teniendo el género como categoría de
análisis. Se hipotetiza que las mujeres pueden subestimar las situaciones de
violencia vividas a manos de su pareja como los celos o la humillación, debido
su naturalización, mientras que los hombres podrían sobreestimar situaciones de
desacuerdo con la pareja, señalando que acciones como el no ser escuchados o
que la pareja salga con amigas son acciones que la pareja realiza para causarle
mal o daño.
Para ello, se analizarán las experiencias
de VRP referidas por hombres y mujeres de diferentes grupos de procedencia
(centro de apoyo en general, centros de apoyo para mujeres víctimas de
violencia, centros de apoyo para hombres que se reconocen como violentos) a
partir de su puntaje en la escala de violencia (alto, medio o bajo). Se
empleará la escala de VRP (Cienfuegos-Martínez, 2014) –empleada en varios de
los trabajos arriba referidos–[2],
dicha escala cuenta con datos robustos de validez y confiabilidad, además de
que ha sido validada en muestras mixtas.
Metodología
Instrumentos
Para
evaluar la VRP se empleó la Escala de Violencia en la Pareja de
Cienfuegos-Martínez (2014) dividido en cuatro factores con un alfa de Cronbach
de .94 y una varianza explicada de 67.7%. Evalúa la frecuencia de los actos
violentos con una escala tipo Likert de cinco puntos (nunca en el año, casi
nunca en el año, a veces, casi siempre en el año, siempre en el año). La escala
se compone de 28 reactivos divididos en cuatro áreas: violencia económica,
violencia psicológica, violencia física e intimidación y violencia sexual. Para
obtener las narraciones de violencia, se emplearon dos preguntas abiertas
basadas en el concepto de violencia 1) Describir una situación con su pareja
que le haya causado algún mal o daño y 2) la intencionalidad percibida de dicho
acto.
Participantes
El
muestreo fue no probabilístico, por conveniencia. La muestra quedó conformada
por 568 personas, hombres y mujeres provenientes de tres grupos: 1) Unidad de
apoyo psicológico, parte de los servicios ofrecidos en una universidad pública
en la Ciudad de México, las problemáticas tratadas ahí son diversas, no había
grupos para intervención o prevención de violencia (97 personas), 2)
Instituciones especializadas, mujeres usuarias de unidades de atención a
víctimas de violencia y hombres que acudían a organizaciones de la sociedad
civil que trabajan con hombres que se reconocen como violentos (257 personas),
3) Población abierta (214 personas). La edad promedio de las y los
participantes fue de 35.5 años (DE = 12); el tiempo de relación fue de 11.2
años en promedio. Respecto a la escolaridad la mayor parte cuenta con
licenciatura (39.2%), seguido de bachillerato (25.4%) y secundaria (19.9%).
Procedimiento
Se
calculó el puntaje total en la Escala de VRP (Cienfuegos-Martínez, 2014) para
cada uno/a de los/as participantes; el puntaje mínimo era de 28 y el máximo de
140. La muestra se dividió en partes iguales (terciles) y se formaron tres
grupos: a) Puntaje bajo de violencia, de 28 a 36; b) Puntaje medio de
violencia, de 37 a 68; c) Puntaje alto de violencia, de 69 a 140.
Posteriormente se eliminaron los casos en los que las/los participantes no
respondieron a las preguntas abiertas.
Cuestiones éticas
En
cada una de las instituciones, así como en población abierta la participación
fue voluntaria. En el caso específico de las instituciones se hizo explícito
que la participación en el estudio no condicionaba, de forma alguna, los
diferentes apoyos que recibían dentro de las mismas. Se indicó también que
podrían retirarse del estudio o parar en el momento que consideraran
conveniente. En las narraciones, donde se especificaban nombres o fechas, éstos
fueron modificados para garantizar el anonimato y confidencialidad.
Resultados
Las
situaciones compartidas por las y los participantes fueron diversas, incluso
dentro de los mismos grupos, considerando la población de procedencia, el sexo
y el puntaje de violencia. Dichas diferencias resultan importantes, pues
sugieren nuevas interrogantes respecto al estudio de la violencia y, al mismo
tiempo, cuestionan algunos prejuicios respecto al ejercicio de la violencia y
de las críticas realizadas a los estudios sobre VRP que se centran en explorar
la violencia dirigida contra las mujeres.
Para iniciar con un análisis de género
respecto a los datos de violencia, el primer paso es desagregar por sexo. Se
realizó una prueba t de Student para identificar diferencias por sexo; se
observó una media más alta en mujeres (M = 63.14) que en hombres (M = 49.80), y
entre ambas existe una diferencia significativa (t = 57.28 gl = 566, p =
0.000). Sin embargo, como menciona Lagarde (1996), para hablar de perspectiva
de género, no basta con dichos datos, que, aunque ilustrativos, requieren de un
mayor análisis.
Posterior a las diferencias por sexo se
analizó la distribución de acuerdo con el sexo y al puntaje en la escala de
violencia. En los hombres se observa que el 44.1% reportó un puntaje medio en
la escala de violencia ejercida por parte de su pareja, mientras que el 41.8%
de las mujeres se colocó en el grupo de puntaje alto de violencia (Tabla 1).
Tabla
1.
Distribución de la muestra según sexo y
puntaje en la escala de violencia
|
|
Nivel
de violencia |
Total
|
||
|
|
Bajo |
Medio |
Alto |
|
Hombres |
N |
72 |
89 |
41 |
202 |
|
% |
35.6% |
44.1% |
20.3% |
100.0% |
Mujeres |
N |
110 |
103 |
153 |
366 |
|
% |
30.1% |
28.1% |
41.8% |
100.0% |
Fuente:
Elaboración propia.
Posterior a este primer análisis, se incluyó
la variable de grupo de procedencia (Tabla 2). En el grupo de servicios psicológicos,
más del 90% de los hombres y las mujeres de la muestra presentaron puntajes
bajos y medios de violencia. En el grupo de instituciones especializadas,
alrededor del 80% de los hombres se coloca en niveles bajos y medios de
violencia, el 18.2% reporta niveles altos. En el caso de las mujeres usuarias
de instituciones, el 70% reporta niveles altos de violencia, casi el 26%
presenta niveles medios de violencia. En el caso de población abierta, la mayor
parte de hombres y mujeres indican calificaciones bajas en la escala de
violencia. Destaca, sin embargo, que en comparación con los otros grupos de
hombres (servicios psicológicos e instituciones) son los que con mayor
frecuencia reportan índices altos de violencia por parte de su pareja.
Tabla
2. Distribución
de la muestra según grupo de procedencia, sexo y puntaje en la escala de
violencia
Fuente:
Elaboración propia.
Experiencias de violencia reportadas por hombres y mujeres
Una
vez conformados estos 18 grupos de participantes se exploraron las experiencias
narradas en las preguntas abiertas en donde se observaron diversidad de
expresiones de violencia. Si bien las experiencias referidas son sólo una
fotografía dentro de la relación, muestran algunas de las dinámicas que se
ignoran o se dan por hecho al interpretar un puntaje en las escalas de
violencia.
Existen violencias simbólicas e
invisibilizadas, pero incluso la física, suele pasar desapercibida o
interpretada como juego. La normalización de la violencia puede influir en que
las personas no usuarias de centros de atención, es decir, de población general,
consideren dichas acciones como habituales dentro de la relación. En un estudio
realizado por Del Castillo y Castillo (2010) se encontró que ante la pregunta
directa de si han sido víctimas de violencia sólo el 3% refieren haberlo sido;
el porcentaje se eleva al 43% respecto a la violencia verbal y al 34%
considerando la violencia física cuando se les cuestiona sobre actos concretos
de violencia. Es factible que quienes acuden a dichos centros estén más
sensibilizadas respecto a aquello que puede considerarse violencia y que no.
Uno de los participantes de población abierta, con nivel de violencia bajo,
refirió no tener ninguna situación que compartir en las preguntas abiertas,
pero en la escala, ante la pregunta “tu pareja te ha golpeado” escribió: “así
jugamos, a los 2 nos gusta :)”.
“Mi pareja me insultó, yo entré muy enojado a la
casa, no le dirigía la palabra y para desquitarme azotaba las cosas que
limpiaba, ella me enfrentó, nos armamos de palabras y me volvió a insultar,
después quería salir y no me dejó, la empujé, ella se volvió a poner en la
puerta, la empujé, ella gritó que me calmara y nos comenzamos a golpear e
insultar” (Hombre,
Unidad de Apoyo Psicológico, Nivel de Violencia Bajo).
“Hace seis meses yo estaba con
mi familia y no estaba en disposición de verlo, pero él quería arreglar un
problema que teníamos y yo le decía que al día siguiente hablaríamos, pero él
se aferró que tenía que ser en ese momento. Como yo estaba necia de que no
hasta fue a tocar a la casa y me jaloneó, pero yo me negué, así que me dijo que
ya no quería saber nada de mí, me dijo ‘pendeja’…” (Mujer, Unidad de Apoyo Psicológico,
Nivel de Violencia Bajo).
Se observa en los relatos que los hombres que
acuden a Apoyo Psicológico, así como los de población abierta no reconocen sus
acciones como violentas, o generadoras de violencia; a diferencia de los
hombres que acuden a instituciones especializadas a favor de la igualdad.
Incluso, situaciones donde ellos fueron generadores de violencia son narrados
como respuestas aceptables ante “faltas” de su pareja, como no tener la comida
lista. La infidelidad o comentarios como “la he ofendido y golpeado algunas
veces” surgen como notas al margen de la violencia ejercida por ellas, la cual
consistente en “no valorar” lo que ellos hacen por los hijos, no estar de
acuerdo con ellos o ser indiferente.
“No valoró lo que hacía por
salir solo con mis hijos y siempre cuestionó el que saliera con mis hijos y mi
ex esposa, a pesar de que ya estábamos tomando un tratamiento con una psicóloga
y siempre me cuestionó del por qué tenía que depender de mi ex esposa… Por
celos y porque tenía el antecedente de que yo había tenido relaciones con mi ex
esposa y piensa que esta vez nuevamente tendría relaciones con ella, a pesar de
que demostré mi interés porque mis hijos salieran solos conmigo y mi pareja”
(Hombre, Unidad de
Apoyo Psicológico, Nivel de Violencia Medio).
“Me ofendió, me humilló frente
a su familia, siempre me lleva la contraria conmigo se porta indiferente y con
los demás sonríe todo el tiempo, yo recibo insultos y tiene una amiga que la
sonsaca y eso me molesta bastante… le perdí afecto, me alejé, un poco de ella
por causa del trabajo, creo que me volví muy enojón y me siento muy estresado,
también la he ofendido y golpeado en algunas ocasiones” (Hombre, Unidad de
Atención Psicológica, Nivel de Violencia Alto).
“Ella dice que siempre la
interrumpo y que sólo me interesa hablar de mí mismo o de las cosas que tengan
que ver conmigo ¿si no le gusto x q está conmigo?... es que ella me tiene
envidia porque yo sí soy exitoso, tengo un trabajo y temas de conversación que
no son sobre quehacer o hijo” (Hombre, Población Abierta, Nivel de Violencia
Alta).
“Discutimos porque ella no se
da a respetar con los hombres y les coquetea…
pues creo que no se da cuenta
de lo que hace” (Hombre, Población Abierta, Nivel de Violencia Medio).
En el caso de los hombres usuarios de
instituciones especializadas, destaca que reconocen haber cometido actos
violentos y no culpabilizan a la pareja, asumen su responsabilidad en la
dinámica relacional.
“No había hecho nada cuando yo
llegué a casa después de trabajar (lavar ropa, comida, el aseo, [...]
Probablemente tuvo algo urgente que hacer, algún improvisto en la escuela de
nuestro hijo. Fue mi propio enojo” (Hombre, Instituciones Especializadas, Nivel
de Violencia Medio).
“Yo como hombre pensé que ella
tenía que resolver el tema de cocinar y creí que tenía que satisfacer mi
necesidad de comer […] No fue ella sino fue mi falta de responsabilidad de satisfacer
mis necesidades” (Hombre, Instituciones Especializadas, Nivel de Violencia
Bajo).
“Me engañó, me dijo que no
había ido al centro comercial y fue… porque ella está traumada de cómo la he
tratado tantos años ya no sabe si decirme o no …” (Hombres, Instituciones
Especializadas, Nivel de Violencia Bajo).
“Reclamarme haberme ido del
hogar, me decía que siempre le he abandonado cuando ella más me ha necesitado…
Lo hizo porque cuando ella se enfermaba yo no la cuidaba ni le proporcionaba
medicina ni alimento, yo no era sensible” (Hombres, Instituciones
Especializadas, Nivel de Violencia Bajo).
Las mujeres que acuden a las instituciones
especializadas cuentan con experiencias de violencia diversas; no es posible
afirmar que exista un perfil único de “la mujer” que acude a dichos espacios,
pues reportan diferentes intensidades y consecuencias de violencia vivida, los
umbrales de cada una se ven influenciados por factores como la historia
personal y los recursos psicosociales con los que cuentan (National Center of
Injury and Control, s.f.; Organización Mundial de la Salud, 2013). Algunas de
ellas aluden también a la existencia de violencia mutua.
“Se enojó porque le pregunté
algunas cosas, y porque según él lo traté como si fuera un niño, a lo cual me
contestó que yo no soy su mamá... Porque se fastidió de que siempre le pregunto
qué ¿dónde está?, ¿qué hace?, ¿con quién? etc.” (Mujer, Instituciones
Especializadas, Nivel de Violencia Bajo).
“Chocó el carro hacia la reja
de mi casa y discutimos muy fuerte… Porque desde antes ya estábamos discutiendo
y yo primero le rompí la palanca de las luces del carro y entonces se enojó y
sucedió eso” (Mujer, Instituciones Especializadas, Nivel de Violencia Bajo
Medio).
“En la mañana mientras él se
bañaba yo entré a la recámara por mis huaraches, él salió del baño y me gritó
qué estaba haciendo, que me largara, que no me quería ver la cara, yo le dije
que se calmara y le mostré mis huaraches, diciéndole que me iba a bañar y había
entrado por ellos. Él se quitó la toalla y se quedó desnudo temblando de rabia
me dijo que me largara que no sabía de lo que era capaz de hacerme si se ponía
más violento, que no me quería ver la cara y que no me acercara a mi hijo, yo
me salí rápido y él me gritó que siguiera con mis puterías… el fin de semana
anterior habíamos tenido relaciones y él me había preguntado si me había gustado,
yo le dije que no mucho que solo él había llegado al clímax y que yo también ya
quería tener más placer en las relaciones, además él dudaba de mí, pensaba que
yo andaba con otro hombre. Cuando llegué de mi trabajo él estaba encerrado en
su recámara, ni siquiera salió, así que concluyo que él pensó que yo me había
ido con otro hombre y por eso me violentó” (Mujer, Instituciones
Especializadas, Nivel de Violencia Medio).
“Alcoholismo, prefiere el
alcohol que, a su familia, su actitud se porta como si tuviera 14 años,
prefiere a los borrachos que a nosotros me hace sentir sola, abandonada y con
miedo de que le pase algo... y no sé si pueda afrontar una vida tan dura sin él
y mi hijo tan pequeño…” (Mujer, Instituciones Especializadas, Nivel de
Violencia Alto).
Un análisis que deje de lado el contexto donde
la pareja está inmersa, que asuma como iguales los derechos y las
responsabilidades que en la práctica tienen hombres y mujeres podría resultar
antiético y riesgoso, pues no se estarían reconociendo las inequidades
socioestructurales entre las personas con base en la materialidad sexual, ni
los procesos de socialización a través de los que se reproducen y perpetúan. Un
mismo hecho es interpretado de maneras muy distintas por los miembros de la
diada; parte de estas diferencias puede comprenderse a través de postulados de
teorías sobre atribución, pero existen también elementos vinculados con el
género, un marcaje respecto a cómo una conducta violenta es considerada una
forma adecuada, o incluso necesaria para la solución de conflictos en la
pareja, para mantener una jerarquía dentro de la misma. Son pocos los casos en
los que se pudo entrevistar a la pareja, éste es uno de ellos.
“Mi esposa inventó que yo la golpeo aun cuando solamente
una vez me golpeó y la golpeé, de ahí empezó a sugestionar a mi hijo Noe, que
yo la golpeaba comúnmente, hasta aquel día 17 de enero, me golpeó en la cara,
dándome un cabezazo y fracturó una costilla ya que yo estaba borracho […] xq
tiene miedo que yo la golpee cuando llegaba borracho” (Hombre, Unidad de
Atención Psicológica, Nivel de Violencia Medio).
“Me hizo pasar un coraje y
muchas más dado lo que no me gusta lo hace de 15 años atrás, el 17 de enero se
puso a tomar demasiado alcohol, se puso como loco y agarró a golpes a mi hijo
edad 21 años, yo me puse muy mal de los nervios, me llevaron de emergencia al
hospital […] porque le gusta tomar sin límites y dice él es libre de hacer lo
que él quiere, inclusive quería un cuchillo para matar a mi hijo” (Mujer,
Unidad de Atención Psicológica, Nivel de Violencia Medio).
Discusión
El
objetivo del presente estudio fue conocer las experiencias de VRP reportadas
por hombres y mujeres con similares puntajes en una escala de violencia, la
cual cuenta con adecuadas características psicométricas. Los resultados
advierten la complejidad de la VRP y su evaluación a través de escalas
autoaplicables que se asumen como objetivas.
Los instrumentos de medición en psicología han
sido elementos indispensables para aproximarnos a ciencias como la medicina,
transformado la subjetividad en hechos numéricos interpretables. Ana
Amuchástegui (2001, p. 103) señala que “la única realidad que conocemos está
teñida por los métodos que seguimos para conocerla, y éstos, a su vez, son
marcados por la subjetividad del o la investigadora”. En psicología, uso de
escalas de medición, cuya validez y confiabilidad han sido demostradas, está
asociado a la creencia de que cualquier conclusión emanada de ahí es una fuente
de información objetiva y difícilmente cuestionable. Al respecto, Field (2013)
señala que pese a la creencia generalizada de que los análisis factoriales son
un reflejo del mundo real, éstos suelen ser sólo una realidad estadística, pero
una ficción del mundo real, de tal suerte que de no tomar en cuenta elementos
contextuales, los hallazgos pueden llevar a generalizaciones o premisas que
antes que aproximarse al mundo social, pueden servir más como una forma de
perpetuar prejuicios y estereotipos.
En este sentido, la aplicación de una escala
debe partir de la premisa de que los números son estimados del fenómeno que le
subyace y cuya interpretación estará sesgada, irremediablemente, por el ojo del
investigador/a. Hair, Anderson, Tatham y Black (2007, p. 19) al hablar de
análisis multivariantes, señalan: “muchos investigadores se vuelven miopes al
fijarse sólo en la significación conseguida por los resultados sin entender sus
interpretaciones, buenas o malas”, señalan que, si bien los resultados se
obtienen por una suerte de magia en los programas estadísticos, es
indispensable no perder la significación práctica, cuestionarse para qué
servían esos resultados.
Para Hattery (2009), la violencia vivida al
interior de las relaciones de pareja debe ser explicada a través de un análisis
cuidadoso de la diada, buscando comprender la subjetividad y los elementos que
llevan a unas y otros a manifestar ciertas conductas; el empleo de muestras
mixtas no tiene sentido si no se analiza a fondo la dinámica social entre
hombres y mujeres donde se entrelazan diferentes construcciones sociohistóricas
a partir de sus cuerpos sexuados (Trujano, 2007); en el estudio de parejas
heterosexuales es indispensable considerar para el análisis la categoría
género, no sólo para la desagregación de los datos sino como categoría
relacional e histórica (Scott, 2011).
La diversidad de narraciones sobre VRP de
hombres y mujeres con similares puntajes en la escala de violencia ilustran las
diferentes dimensiones de la violencia, de sus dinámicas y de las formas en que
ésta es entendida por víctimas y agresores, algunas veces sin una
diferenciación clara de dichos roles. Se observó si bien un varón puede ser
víctima de violencia, en muchos de los casos se observa como un elemento
reactivo por parte de la pareja o situaciones vinculadas con que las mujeres no
cumplieron con un rol estereotípico. Tal como se hipotetizó, las mujeres
tienden a subestimar la gravedad de la violencia ejercida por la pareja,
mientras que los hombres suelen interpretar como violencia el que sus parejas
no cumplan con trabajos de cuidados o con roles tradicionales de género (no
salir, no tener la comida lista); esta dinámica suele verse en los diferentes
grupos que conformaron la muestra. Destaca que en el caso de los hombres que
acuden a instituciones especializadas existe el reconocimiento explícito de
haber cometido actos violentos, además de responsabilizarse de ellos; no culpan
a su pareja, como ocurre con los hombres de los otros dos grupos; tal
diferenciación es muestra de los resultados a favor de la igualdad de los
grupos de hombres trabajando por erradicar sus violencias.
Para analizar estos datos es importante
destacar que, en culturas como la mexicana, no es extraño que a las mujeres se
les inculque, desde edades tempranas, que tengan como prioridad la búsqueda de
una relación de pareja y la posterior maternidad, ambos mostrados a manera de
símbolos de su realización como personas, se les enseña que todo sacrificio es
mínimo si se logra ser buena esposa y madre (Herrera, 2017; Lagarde, 1996,
2005; Moore, 2009). A los hombres, por otro lado, se les educa a valorar y
defender su libertad, seguridad personal y autonomía siendo las relaciones de
pareja un extra, más no el centro de su autorrealización (Herrera, 2017;
Lagarde, 2005, Tena, 2012). Para Madson y Trafimow (2001), la forma en cómo hombres
y mujeres han sido socializados les hace conformar subculturas distintas[3],
pues existe una asignación cultural de roles, destrezas y capacidades que
permean un sinfín de interacciones, incluidas, por supuesto, las relaciones de
pareja. En una sociedad así estructurada merece la pena preguntarse si la
vivencia de violencia es similar entre personas que han sido socializadas a
mirar una misma interacción desde ópticas tan distintas, si dicha socialización
puede favorecer la tendencia a sobrevalorar o infravalorar las acciones
violentas ejercidas por la pareja.
Lo anterior más que negar la violencia
experimentada por hombres, urge a trabajar en su evaluación y registro,
reconociendo el contexto en los que estos procesos se llevan a cabo, y la
estructura social que fomenta y legitima esta práctica como un ejercicio de
poder aceptable dentro de un vínculo que se nombra como igualitario, la pareja.
Aunado a lo anterior, en cada uno de los
grupos los puntajes de violencia eran muy variados: había mujeres en las
instituciones especializadas en atención a violencia con puntajes muy bajos en
la escala, y hombres y mujeres de población abierta con puntajes muy altos. No
todas las mujeres que viven violencia suelen acudir a centros de atención; de
hecho, existe una cifra negra de denuncias ante actos de violencia (INEGI,
2018), es factible que muchas de ellas se encuentren en población abierta.
Existen personas que pese a ser víctimas de violencia, ya sea por miedo,
desconocimiento, minimización del acto violento, por creer que son culpables de
la violencia que viven o temor a las represalias, etc. (INEGI, 2017), optan por
no denunciar o incluso por mantener silencio ante sus redes de apoyo más
cercanas; además de que los centros de atención especializado son el último
recurso. Con lo anterior es posible cuestionar la propuesta de Dutton (2010)
quien sostiene que los estudios que incluyen muestras autoseleccionadas
(mujeres que acuden a centros especializados de atención a la violencia)
tienden a elevar los índices de violencia que “realmente” vive la población
general.
Con lo arriba expuesto surgen algunas
preguntas: ¿es pertinente evaluar de manera similar a hombres y mujeres en una
dinámica donde se tiende a romantizar la inequidad socioestructural? ¿Para
conocer la dinámica de la violencia, basta con conocer un puntaje sin analizar
los contenidos de los puntajes reportados? ¿Es equiparable el hecho de que la
pareja no tenga la cena lista, con negar la posibilidad de que la pareja siga
estudiando o trabajando? ¿Un acto violento puede ser de igual envergadura en
personas que han vivido situaciones de opresión/privilegios distintos como
pertenecientes a la categoría (subcultura) hombre o mujer? Ante tales
cuestionamientos, la perspectiva de género puede plantear algunas respuestas.
La perspectiva de género, de acuerdo con
Lagarde (1996), es un enfoque científico, analítico y político que partiendo
del feminismo reconoce no sólo la diversidad de hombres y mujeres, sino que da
cuenta de la dominación de género como eje articulador de la sociedad, la
cultura, la política y la historia. Asumir que la inclusión de hombres y
mujeres en un estudio es contar con perspectiva de género es vaciar de
contenido este enfoque, señala también Lagarde (1996); una interpretación
“disimulada y superficial” de la perspectiva de género, una “mutilación teórica
y filosófica de sus supuestos subversivos y trasgresores al convertir esta
perspectiva en algo neutro, casi caritativo” (p. 8).
Al hacer un análisis de las dinámicas entre
hombres y mujeres ésta debe realizarse desde la perspectiva que cuestione las
teorías hegemónicas aculturales, las metodologías empleadas, lo que es
susceptible o no de conocimiento o duda y la finalidad de ello (Ariño et al.,
2011 Scott, 2011). Responder preguntas de forma que cuestionen el sentido
común, sentido basado generalmente en el orden patriarcal (Blazquez, 2012;
Harding, 2006, Scott, 2011).
Desde el desconocimiento y/o la interpretación
maniquea, las bases teórico-políticas de la perspectiva de género en el análisis
de la VRP son interpretadas como “posturas unilaterales” (López et al.,
2013, p. 7) donde se mira a los hombres como agresores y a las mujeres como
únicas víctimas (Dutton, 2010; Hernández, 2015). Para otros autores, la
perspectiva de género implica sólo incluir a hombres y mujeres en los estudios
(véase Montesinos, 2014), sin cuestionar siquiera los factores
socioestructurales que podrían subyacer a los resultados, ni tampoco las formas
en que la violencia es ejercida sobre los cuerpos sexuados. Refieren que un
estudio cuenta con una “verdadera perspectiva de género” o que habla de
“verdadera equidad” cuando el estatu quo no se cuestiona, sino que se
refleja en la interpretación de resultados.
Ariño et al. (2011), para saber si un
proyecto cuenta con perspectiva de género, es necesario explorar todos sus
componentes, desde la introducción y desarrollo de la teoría, hasta la
metodología, resultados y conclusiones; propone, entre otras cosas, identificar
si dentro de la propuesta se habla de la magnitud del fenómeno en hombres y
mujeres, conocer desde la teoría algunos determinantes de género como los roles
sociales y la división sexual del trabajo, entre otras, y conocer su impacto en
la variable evaluada; cuestionar si sesgos como asumir la igualdad entre
hombres y mujeres han permeado los objetivos, hipótesis o incluso las muestras
y las conclusiones finales.
Para Pateman (1986 p. 109) afirmaciones como
que “las relaciones entre hombres y mujeres pueden ser analizadas de la misma
forma, empleando las mismas categorías” niegan la dominación sexual y el
patriarcado, entendido éste como un sistema de opresión, explotación, violencia
y discriminación que afecta tanto a hombres como a mujeres (Paredes y Guzman, 2014),
pero que es en la materialidad de los cuerpos de las mujeres donde se encarna
de manera más cruenta. Para Pateman (1986, p. 109), asumir la igualdad como un
hecho y no como un ideal es una expresión de un “feminismo domesticado” que
debe ser erradicado. Finalmente, pese a que generalmente se cree el activismo y
la academia no pueden coexistir, Eagly (2013) señala que “la ciencia y la
política están completamente entrelazadas en el estudio del género” (p. 11).
Hacer un análisis con perspectiva de género en temas tan relevantes como la VRP
resulta un deber ético.
Alcances y limitaciones
Es
primordial subrayar que, al emplear una escala de evaluación, es importante
considerar el contexto de aplicación; un número no puede ser traducido en texto
de manera acrítica sin considerar el tipo de interacción en que se da, los
actores, el tipo, la frecuencia, la constancia, la intensidad y/o sus efectos.
La escala empleada para este estudio considera
como violencia la frecuencia en que ciertos tipos violencia son percibidos,
como la mayoría de las escalas que evalúa violencia en relaciones de pareja, no
posee reactivos que puedan minimizar los sesgos perceptivos o que evalúen la
intensidad de la violencia experimentada. Estos aspectos no constituyen en sí
un obstáculo para la utilización de la escala, una vez que todas las escalas se
dedican a aprehender aspectos o fenómenos específicos, que deben ser
interpretados considerando las limitaciones del instrumento aplicado.
El método científico busca aislar variables,
poniendo a prueba hipótesis y los procedimientos empleados para obtener
resultados. En este sentido, al aplicar una prueba de autorreporte es
importante reconocer las limitaciones de ésta y los sesgos que puede conllevar
su uso indiscriminado. Explicitando sus beneficios y limitaciones, pero, sobre
todo, dando cuenta del contexto en el que se aplica.
Lo anterior no aboga por prohibir el uso de
escalas de autorreporte en problemáticas sociales como la violencia en las
relaciones de pareja, sino que urge a no banalizar o reducir estas
problemáticas a un número, a no asumir que hombres y mujeres vivimos el mismo
contexto de violencia en nuestras relaciones sólo por presentar puntajes
similares; pero sobre todo, propone no interpretar estos puntajes a través de
teorías anacrónicas o de estereotipos de género que tienden a ver la violencia
contra las mujeres como algo esperado, por no hablar, por no denunciar, por
creer que quieren estar ahí aunque tengan otras opciones; que toda conducta
realizada por las mujeres puede ser un detonante para la violencia masculina.
Tampoco se busca negar la existencia de VRP vivida por los varones, sino que se
invita a analizarla con mayor profundidad. Es en este sentido, que el análisis
de género en problemáticas de salud pública, como en el caso de la violencia en
la pareja, es imprescindible.
De manera constante, el estudio de este
fenómeno, como otros que tienen por centro la pareja (amor, conflicto, estilos
de negociación, sólo por incluir algunos) han obviado la preferencia sexual de
las personas entrevistadas elaborando sus conclusiones en dinámicas
heterosexuales, pero, generalmente, carentes de perspectiva de género. Es
decir, señalan diferencias entre hombres y mujeres, pero no emplean el género
como categoría de análisis.
Una de las limitaciones más marcadas en el
presente estudio fue asumir la heterosexualidad de las y los participantes como
un hecho, pues no se les cuestionó sobre el sexo de su pareja. Sin embargo,
dicha obviedad resulta interesante puesto que en los diferentes artículos que
han empleado la escala de Cienfuegos-Martínez (2014) y en cuyas conclusiones
tienden a culpabilizar a las mujeres de la violencia, se ha asumido la
heterosexualidad de las y los participantes, en ninguno se cuestiona siquiera.
Se optó por partir de la misma premisa, aunque en los casos donde fue posible
identificarlo, se eliminaron las parejas del mismo sexo.
Una de las narraciones hechas por una mujer
que reportó un nivel de violencia bajo en el Centro de Apoyo Psicológico fue el
siguiente:
“Me puse celosa porque hablaba mucho de un amigo y una
ocasión nos pidió que lo acompañáramos a comer y yo tenía que ir a la
biblioteca y me molestó que ella prefiriera acompañarlo a él que a mí… Porque
él es su amigo y van en muchas clases juntos…”
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Yessica Ivet Cienfuegos Martínez
Mexicana. Licenciada y doctora
en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México en 2010; ha
realizado estancias de investigación en la Universidad de Austin, en Texas y en
la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente es profesora investigadora del
Departamento de Psicología en la Universidad de Guanajuato. Sus líneas de
investigación versan sobre la violencia en las relaciones de pareja, violencia
contra las mujeres, el género y la psicología social. Dentro de sus
publicaciones más recientes se encuentran: Cienfuegos-Martínez, Y.,
Saldívar-Garduño, A. Díaz-Loving, R., Ávalos-Montoya, A. (2016). Individualismo
y colectivismo: caracterización y diferencias entre dos localidades mexicanas. Acta
de Investigación Psicológica, 6(3), 2534-2543. http://dx.doi.org/10.1016/j.aipprr.2016.08.003. “Violencia contra las mujeres en las
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Valenzuela (Eds.). Perspectiva de género
en la práctica educativa de la Universidad de Guanajuato. Aproximaciones
feministas (pp. 23-55). Guanajuato, México: Universidad de Guanajuato, 2016.
[1] Para López (2017, p. 114) la
naturalización de la violencia hace referencia “… al proceso de acostumbrarse a
aquellas acciones caracterizadas por la agresión, en sus diversas formas de
expresión; esto permite que la violencia gane terreno en la cultura y se
propague de manera silenciosa, es decir, que no sólo nadie proteste, sino que
se termine por justificar”.
[2]
Si bien algunos estudios son anteriores a 2014, es importante señalar que la
escala de Cienfuegos-Martínez tiene su primera versión en 2004.
[3]
García Naharro (2012) señala que el término subcultura puede entenderse como un
sistema de valores que materializa sólo una parte del sistema extenso de donde
proviene. En el caso de los hombres y mujeres, se dice que adoptarán como
propios sólo algunos valores de la cultura dominante: roles, preferencias,
actitudes que han sido socializadas como óptimas para cada sexo.