José
Ricardo Universidad Nacional Recibido traducción José Ricardo
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Pedagogías del performance:
estrategias estético-políticas para repensar la relación
masculinidad/feminicidio en la periferia urbana mexiquense Resumen: El artículo examina la participación de los hombres
para enfrentar las predominantes violencias hacia las mujeres en el municipio
de Ecatepec, Estado de México. Para ello, se abordan las pedagogías contra el
feminicidio, basadas en el performance, que se han puesto en marcha
entre estudiantes varones y mujeres de la preparatoria Francisco Villa 128,
ubicada en la demarcación mexiquense. Bajo el postulado teórico/metodológico
de “intercorporización”, se analizan testimonios de algunos de estos
estudiantes hombres para indagar el nexo masculinidad/conocimiento/cuerpo.
Mediante este planteamiento se encontró cómo los hombres, por medio de las
interacciones con sus compañeras en los performance, son capaces de
re-conocer la realidad feminicida que predomina en sus comunidades, al tiempo
que reflexionan sus identidades masculinas. Se concluye que dichas pedagogías
son estrategias estético/políticas donde estos varones, a través de la
producción de saberes corporizados, ensayan otras formas de entender las
relaciones de género en la periferia urbana. Palabras
clave:
Pedagogía; violencia de género; feminicidio.
Performance
pedagogies: Aesthetic-political strategies to rethink the relation
masculinity/femicide in the Estado de Mexico's urban periphery Abstract: The article analyzes the role that men adopt to
tackle violence against women that prevails in Ecatepec, Estado de México.
Thus, the work explores pedagogies that use performance as a tool against
femicide. These pedagogies have carried out among male and female students
from Francisco Villa 128 high school, located in Ecatepec. Under theoretical
category, “intercorporeality”, this work approach to some of these male
students’ testimonies, in order to investigate the articulation between body,
knowledge and masculinity. In this regard, the article aims to understand how
these male students, through the interactions that they have with their
female classmates within the performance, acknowledge violence against women
within their communities and, at the same time, start to think their male
identities. I conclude that these pedagogies represent an aesthetic/political
strategy where these students, through the production of embodied knowledges,
imagine alternative ways to understand gender relations in the urban
periphery. Keywords: Pedagogy;
gender-based violence; femicide.
Cómo citar Gutiérrez, J. (2022). Pedagogías del performance: estrategias estético-políticas para repensar la relación masculinidad/feminicidio en la periferia urbana. Culturales, 10, e636. https://doi.org/10.22234/recu.20221001.e636 |
Introducción
De acuerdo con Araiza (2021), Ecatepec es un municipio en
la periferia urbana de la Ciudad de México que durante los ochenta creció
desmesuradamente a partir de las migraciones de poblaciones rurales que
buscaban oportunidades laborales, así como de gente expulsada de la zona centro
del país, afectada por las crisis económicas y cataclismos como la explosión en
1984 de la central gasera de San Juan Ixhuatepec, Tlalnepantla, y el terremoto
de 1985. Ante dicho crecimiento intempestivo, el
municipio mexiquense emergió como un sitio de abanadono donde se fraguó una
precarización de la vida, que se constata a través de calles sin pavimentar,
ausencia de alumbrado público, escuelas, centros de salud y de los nada alentadores números del Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), los cuales dan cuenta
de que dicha demarcación encabezó la lista de los 15 municipios con mayor
número de habitantes en condiciones de pobreza en 2015, con 786 mil 846
personas en esa situación (Fernández, 2018).
La pobreza sin duda
ha potencializado una economía criminal dentro del municipio mexiquense, la
cual alude a un sector de la economía mexicana que obtiene sus ganancias a
partir de actividades ilegales como el tráfico de drogas, contrabando de armas,
trata de personas, entre otros. Es necesario observar que lo que da vida a esta
economía no son las ganancias que produce, sino los sujetos mayoritariamente
varones que, ante la falta de oportunidades educativas y laborales, sumado a la
prevalencia de una atmósfera de hiperviolencia masculina, se incorporan desde
temprana edad a las filas del crimen organizado, tal como Amador y Domínguez
(2012) lo apuntan en su trabajo etnográfico sobre Ecatepec: “desde las azoteas
pueden advertirse jóvenes varones que vigilan el trajinar de la ciudad. Les
llaman halcones y protegen el narcomenudeo y otros negocios ilegales que se han
instalado en la zona” (p. 259). Asimismo, para los objetivos que plantea este
artículo, es importante subrayar que la economía criminal en México hace
proliferar bandas juveniles o grupos delincuenciales, formados en su mayoría
por hombres, relacionados con el secuestro, la explotación sexual y el
asesinato de mujeres. Con relación a esto, Connell (2013), al referirse a la
sistematicidad de las violencias feminicidas en Ciudad Juárez, México, resalta
un elemento fundamental para entender la reproducción de dichas violencias:
mayoritariamente estos asesinatos son cometidos por hombres. La observación de
Connell no es privativa de Ciudad Juárez, pues es un hecho que,
lamentablemente, se hace extensivo a todo el país.
Estas anotaciones
pueden ayudar a explicar la regularidad de la violencia que sufren las
mujeres en Ecatepec[1],
infligidas princialmente por varones. Entonces
puede sugerirse un nudo donde se trenza masculinidad-violencias
feminicidas, dando forma a la
estructura del “mercado de la virilidad” en Ecatepec, el cual se rige por una
demostración reiterada de violencia que no es sólo instrumental, sino expresiva
(Segato, 2013), convirtiendo ese lenguaje violento en un sistema de comunicación
normalizado que muta a una manera de sociabilidad dominante entre los varones
de la localidad, al mismo tiempo que configura su deseo de “ser hombres”. Sin
embargo, el binomio violencia-pobreza no sólo marcaría la masculinidad de
algunos varones de la periferia, sino que llevaría consigo una facultad
distributiva de poder que también afecta a las mujeres, convirtiéndolas en
víctimas, y, en algunas ocasiones, transformándolas en sujetos que ejercen
diferentes violencias. En esa línea podría afirmarse que la atmósfera violenta
en Ecatepec ha permeado, en menor medida, en las mujeres, lo que ha generado en
ellas prácticas de dominación y violencia. Lo anterior se puede constatar en el
trabajo etnográfico de Araiza (2021) sobre la vida cotidiana en la colonia Miguel
Hidalgo, en Ecatepec, donde recupera varios relatos de violencia ejercida por
mujeres tanto en las calles como en la casa. Asimismo, puede incluirse la
historia de Patricia Martínez Bernal, quien junto con su marido Juan Carlos
Hernández Béjar, confesó, en 2018 ante el Ministerio Público de la Fiscalía del
Estado de México, haber cometido al menos 10 feminicidios en Ecatepec
(González, 2018).
La violencia de
signo masculino-mafioso que predomina en Ecatepec no sería simplemente una
forma de poder instrumental que termina por producir cientos de víctimas en
función de una economía criminal, sino que se convertiría en el terreno donde
se organiza el campo simbólico de la vida social de las comunidades de dicho
municipio por medio del prestigio que fija y retienen los símbolos a partir de
la distribución de poderes y valores dentro de un escenario social precario,
que es producto de las desigualdades económicas, étnicas y de género. Por ello,
la violencia ejercida adentro y fuera de las casas contra lo femenino surgiría
como un acto comunicativo que posibilita la reproducción de un orden de género
que irriga la vida cotidiana de quienes habitan en Ecatepec.
Las ideas anteriores
son importantes rescatarlas para el caso del municipio mexiquense, puesto que desmonta
el supuesto de los agresores aislados o enfermos mentales y, por el contrario,
nos hace entender la violencia contra las mujeres que ahí se genera como
producto de componentes estructurales que tienen que ver con las formas de
distribución diferenciales de reconocimiento de los cuerpos a partir del género
y la clase.
El contexto recién
planteado enmarca la emergencia de las pedagogías que se han implementado en
los últimos 10 años dentro de la preparatoria 128, General Francisco Villa (o
mejor conocida por varios/as de sus estudiantes y profesores/as como la
“Panchito Villa”), ubicada en el municipio de Ecatepec, Estado de México. Estas
pedagogías han fundado su objetivo en estimular entre los alumnos y alumnas,
por medio del performance, el reconocimiento de los problemas sociales
del contexto en el que se encuentran: pobreza, narcotráfico, discriminación,
feminicidios, embarazos en adolescentes. Entre las iniciativas llevadas a cabo
se puede contar el “Taller Mujeres, Arte y Política”, donde se han desarrollado
una serie de performance a través de los cuales las y los estudiantes
intervienen las calles de Ecatepec para denunciar y hablar sobre la pobreza y
las violencias feminicidas que padecen. También puede considerarse el festival
“Comunidad en Aventura”, que se lleva a cabo cada cierre de ciclo escolar, con
la finalidad de propiciar la participación y la circulación de la palabra en
toda la comunidad estudiantil de la prepa 128 mediante la organización de
debates, exposiciones y performance que les faciliten, colectivamente,
abordar, preguntar y tematizar sobre las adversidades sociales, políticas y
económicas que se viven en sus comunidades. Los ejercicios y dinámicas que
presentan los/as estudiantes en este festival, por lo general, son producto de
investigaciones cualitativas que hacen en sus calles y colonias.
Este conjunto de
iniciativas se reconoce en el presente artículo como pedagogías del performance, definiéndolas como prácticas
de un aprendizaje colectivo y dialógico, en un lapso extendido, que les
permiten a las/os estudiantes investigar, entender y cuestionar las injusticias
y desigualdades de sus entornos locales a partir de la creación de lenguajes e
imágenes que emergen desde el cuerpo y su gesto. En ese sentido, según Fuentes
(2020), desde el campo de los Estudios de Performance (Performance
Studies), el término performance se ha entendido como un concepto
expansivo, pues éste no sólo se refiere a eventos artísticos, culturales y/o
políticos que se escinden de la vida diaria porque están enmarcados en un
tiempo y espacio específicos, como lo puede ser una obra de teatro, una
protesta o un concierto. También es un método de indagación e intervención: “es
una suerte de teatro de la vida en el que los actores sociales interactúan con una
audiencia explícita o implícita, acotando o subvirtiendo construcciones
sociales como la identidad de género, la lealtad a la patria, los roles
familiares y la raza” (Fuentes, 2020, p.38)[2].
Estas pedagogías
permitirían “hacer escuela” desde una práctica definida por una fluidez entre
la institución y su entorno, es decir, utilizar el performance como una
herramienta que aporta espacios de imaginación para concebir la escuela como un
lugar desde donde se echan a andar posibilidades para la transformación ética y
social, defendiendo la dignidad y una idea de comunidad que imposibilite
igualar al desecho la vida de mujeres y hombres en Ecatepec. El performance
aquí no sólo es una categoría teórica para denominar un tipo de pedagogías,
sino que se usa para decir y pensar lo social, a través de la materialidad del
lenguaje: su sonoridad, su ritmo y su sustancia carnal/visual. Pensar y sentir
pasan a ser una sola y la misma cosa, y es en esa aleación indistinguible donde
se va aprendiendo, por medio del cuerpo, a crear un significado sobre la
existencia propia en una realidad determinada.
A pesar de que estas
pedagogías, como se acaba de describir, orientan sus esfuerzos por construir
discusiones, debates, dinámicas y acciones en torno a diferentes tópicos, el interés
de este artículo se enfoca en los abordajes que han hecho sobre el tema de las
violencias feminicidas en Ecatepec, pues ocupa un lugar preponderante en las
preocupaciones de las/os estudiantes participantes (Figura 1). Podría decirse
que el protagonismo de este tópico obedece a una urgencia impuesta por el
contexto, así como a una mayor participación de mujeres dentro de estas
pedagogías en la “Panchito”, pues son ellas quienes han logrado escapar de
carros que las intentan “levantar”, otras son sobrevivientes de trata y algunas
dejan de ir a la prepa y se encierran en sus casas por temor a que les suceda
algo.
Figura 1.
Alumnas/os de la “Panchito” participando en una marcha contra los feminicidios
en Ecatepec, en el marco de las pedagogías
del performance.
Foto: Manuel
Amador (2018).
Algunas de las
acciones llevadas a cabo por las/os estudiantes de la “Panchito”, donde el tema
de las violencias feminicidas es central, son: “Las mujeres de la periferia no
somos desechables”; “Quinceañeras violentadas y desaparecidas en el Estado de
México”; “Gritar con el cuerpo no más feminicidios”; “Encarnado a las mujeres
de la Revolución y la Independencia”; “Mariposas negras contra el feminicidio”.
Así, podría decirse que estos performance construyen a partir de toda su
ideación, gestión y puesta en marcha, una serie de:
[…] núcleos espacio-temporales donde no sólo existe una
emanación de simbolismos que remiten a las violencias feminicidas en México,
también lo que sucede con cada acción llevada a cabo es que se abona a la
posibilidad de continuar la lucha ya no por la vía estatal, sino por el camino
que implica el encuentro entre cuerpos, es decir, la formación del mundo de los
vínculos […] vemos flores, mariposas, aves, cruces, rosas, máscaras, entre
otros, como imágenes-objeto a los que se recurre constantemente en las acciones
realizadas, con la finalidad de comunicar esperanza y cuidado por las vidas de
las mujeres pobres; […] en cada acción dichos objetos son sometidos a
intervenciones bajo demanda, es decir, que son usados de acuerdo con las necesidades
y circunstancias específicas del momento en que se llevan a cabo el performance (Gutiérrez, 2020, pp.
151-153).
Por otro lado, es
necesario destacar que la mayor parte de las violencias feminicidas que ocurren
en Ecatepec y el resto del país, como se vio antes, son cometidas por hombres.
Por esa razón, uno de los principales objetivos de este trabajo es reflexionar
sobre el papel que juega el cuerpo, a través de las pedagogías del performance, para desarrollar capacidades
cognitivas que les posibiliten a los estudiantes varones indagar sus propias
comunidades, lo que les permite re-conocer la atmósfera feminicida que
caracteriza las calles de Ecatepec. Es importante subrayar que, a partir de los
procesos performativos producidos por las pedagogías en cuestión, los
estudiantes hombres también empiezan a re-pensar sus identidades como varones
desde un plano relacional y colectivo, intercorporal, donde los movimientos,
sentires y afectos emergen, entre
hombres y mujeres, como aquello que anima una transformación en el
entendimiento de las relaciones de género en la periferia urbana. A partir de
dichas observaciones este trabajo da cuenta del surgimiento de una relación
entre violencias feminicidas y masculinidad, a través de los espacios
intercorporales que se crean con estos performance.
La finalidad de este
artículo no está tanto en definir los cuerpos de los hombres que participan en
las pedagogías mencionadas, sino en examinar qué es lo que los atraviesa y, en
ese sentido, cuáles son sus potencias, lo que pueden hacer por medio de las
variaciones corporales que implican los performance, pues como menciona
Massumi (2002), es menester repensar el cuerpo, la subjetividad y el cambio
social en términos de movimiento, afecto, fuerza y violencia, antes que por
medio del código, el texto y la significación, pues estos últimos, según el
teórico canadiense, reiteran la ley donde los cuerpos sólo significan y donde
el significado carga una sentencia que reduce los cuerpos a una identidad
determinada.
El acercamiento
analítico que hace este artículo a las masculinidades de los jóvenes varones
que se han vinculado a las pedagogías
del performance es producto de una revisión de la literatura
pertinente para los tópicos aquí tratados, así como de un trabajo etnográfico
elaborado a lo largo de 6 años en la “Panchito” y en las calles de Ecatepec, el
cual incluyó una serie de entrevistas de corte cualitativo, semi-estructuradas,
a estudiantes y exestudiantes varones de la prepa 128 que han participado en
las pedagogías.
Una vez trazadas las
coordenadas bajo las que este trabajo se estructura es pertinente hacer un
señalamiento sobre el contenido de los siguientes apartados. En la primera
parte se propone una perspectiva teórico-metodológica, siguiendo los
planteamientos del antropólogo Csordas (2008), a partir de la categoría
“intercorporización”, para abordar el vínculo masculinidad/cuerpo/conocimiento.
Este enfoque servirá para analizar, en el apartado subsecuente, los testimonios
que dan cuenta de la participación y las experiencias de los estudiantes
varones en las pedagogías del
performance contra las violencias feminicidas en Ecatepec.
Finalmente, en la última sección, se propone una discusión donde se entienden
estas pedagogías como estrategias estético/políticas que establecen una
relación entre masculinidades y violencias feminicidas en Ecatepec, lo que
posibilita a los estudiantes varones de la “Panchito” atisbar otras formas de
entender las relaciones de género en la periferia urbana.
La perspectiva
teórico-metodológica: “intercorporización”, una categoría para abordar el nexo
masculinidad/cuerpo/conocimiento
En este apartado se busca construir una perspectiva
teórico-metodológica que permita abordar las experiencias e impresiones que
tienen los estudiantes varones de la prepa Francisco Villa al participar en las
acciones de las pedagogías contra las violencias feminicidas, a partir de un
planteamiento que tiene que ver con la centralidad del cuerpo en el performance
y la implicación en sus espacios, es decir, con una fluidez entre contexto y
corporalidad. El mundo, los mundos, no deben entenderse como simples entornos
que “rodean” los cuerpos, sino que son parte de su materia misma, los
constituyen en todas sus superficies y profundidades. Siguiendo esa idea este
trabajo desea hablar de la inmediatez corporal que se genera por medio del performance,
entre los cuerpos de las/os estudiantes y sus comunidades, para valorar las
maneras en que en ese contacto/proximidad produce en los varones que participan
en las acciones un re-conocimiento sobre las violencias contra niñas y mujeres
en Ecatepec, así como todo un pensamiento con respecto a sus identidades
masculinas. Se origina un “saber del cuerpo”, o como menciona Rolnik (2019), un
“saber-de-lo-vivo” (p. 47)
Por lo anterior, es
necesario partir de lo que desde la tradición de los Estudios del Cuerpo se ha
llamado embodiment (corporización), para referirse, como subraya
Détrez (2018), a una inteligencia corporal que remite a cualidades motrices, perceptivas
y sensoriales que permiten al cuerpo ubicarse en el mundo social a partir de
sus movimientos, posturas y gestos, estableciendo un nudo entre
percepción-acción. Este registro encarnado de la experiencia cotidiana, donde
también están articuladas dimensiones de la experiencia no consciente (memoria,
empatía, mimesis, afecto), se convierte “en una instancia ineludible en la
constitución de nuestro mundo práctico/perceptual, y en la formación de un
mundo con y para los otros” (Aguiluz, 2021, p. 14). Bajo este marco, la
corporización como enfoque teórico-metodológico posibilitaría aproximarse a
nociones sociales como la cultura y el sentido del yo, que para el caso de este
estudio remiten a las posibilidades que abre el performance como
herramienta epistémica, para producir saberes sobre las identidades masculinas
de los varones participantes en tensión con el re-conocimiento que hacen de las
violencias que padecen las mujeres y niñas en Ecatepec.
Cuando en este
trabajo se habla de corporización no se hace referencia a una mera experiencia
individual que privatiza la percepción del mundo, sino que la experiencia
encarnada de los sujetos, como lo menciona el antropólogo Csordas (2008),
siempre está mediada por un continuo de interacciones con otros cuerpos humanos
y no humanos, es decir, por una intercorporización. El verdadero locus
de la cultura, según Csordas (2008), está en las interacciones de individuos
específicos y en los significados que se derivan de un registro subjetivo. Así,
podría hablarse de un locus dual de la cultura donde se reconoce
simultáneamente un significado subjetivo y una interacción objetiva. En una
línea parecida, Fischer (2003) asegura que la cultura no es un variable, sino
que es relacional, está donde el significado es tejido y renovado
incesantemente a través de huecos, silencios y fuerzas que van más allá del
control de los individuos.
Estos argumentos
proveen una mirada antropológica para pensar la interacción entre cuerpos como
constitutiva de una intersubjetividad que no es meramente abstracta, sino que
se materializa en maneras de intercorporización inmediata, es decir, en
modos de presencia colectiva en el mundo, que les permiten a los sujetos
encarnar y dotar de significado a su realidad desde operaciones
miméticas a través del contacto y el encuentro entre cuerpos.
Tomando en cuenta
los presupuestos anteriores, el abordaje que este artículo propone sobre las pedagogías del performance es
un posicionamiento analítico que apunta a entender la función epistémica del
cuerpo, principalmente desde su dimensión relacional, la cual remite a una
forma de conocimiento espacializado que se construye a partir del performance.
Es necesario cultivar una relación más estrecha con prácticas epistémicas que
involucran al cuerpo como un medio a través del cual se gana, o incluso se
pierde conocimiento, pues el cuerpo a pesar de parecer algo individual, en
realidad está definido por configuraciones históricas y sociales bien precisas.
A este respecto, Anzaldúa (2002) señala que “el conocimiento emergería cuando
abrimos todos los sentidos, habitamos conscientemente el cuerpo y decodificamos
sus síntomas. Abrimos nuestra atención y comprendemos sus múltiples niveles,
los cuales incluyen el entorno, las sensaciones y respuestas corporales” (p.
542).
La función
epistémica del cuerpo en las pedagogías del performance, desde la
dimensión relacional que plantea el enfoque de la intercoporización, serviría
para repensar aquella sentencia de Braidotti (2004), en la que siguiendo a
Simone Beauvoir, advierte que el precio que pagan los varones por asumir una
representación universal es la pérdida del cuerpo, la especificidad
sexo/genérica al identificarse en la abstracción de una masculinidad
falocentrada. Como se verá en el apartado siguiente, estas pedagogías
representan, para los varones que participan en ellas, un instrumento para
construir una experiencia encarnada a partir de las interacciones y contacto
con sus compañeras que, contrariamente al planteamiento de Braidotti, les
“restituiría” el cuerpo. Esta “restitución” corporal desencadenaría, como se
dijo antes, que puedan re-conocer la realidad feminicida de Ecatepec y, al
mismo tiempo, establecer una relación entre esas violencias y un
cuestionamiento en torno a sus propias identidades masculinas, permitiéndoles
re-conocerse como sujetos que habitan una especificidad sexo/genérica dentro de
un mundo social. El surgimiento de estos saberes (encarnados), por medio del performance,
contrarrestarían una injusticia epistémica (hermenéutica)[3], impuesta
por una serie de estructuras androcéntricas (Estado, familia, escuela) que
históricamente, por medio de sus decires y haceres, les han impedido a los
hombres entenderse a sí mismos como sujetos particulares atravesados por el
género.
Resultados: las
experiencias y participación de los hombres en las pedagogías del
performance contra las violencias feminicidas en Ecatepec
El vínculo que se establece entre masculinidades y
violencias feminicidas, desde las pedagogías
del performance, se define en primer lugar por medio de una
concepción del territorio mismo como una pedagogía. Se plantea esta idea
siguiendo los argumentos de Betasamosake (2014), quien arguye que el territorio
es contexto, pero a su vez es un proceso entrelazado a una presencia corporal,
emocional y espiritual donde éste es conocido y pensado continuamente, a partir
de una práctica encarnada; conocer en este caso es la implicación de una
inteligencia corporal en el territorio a través del movimiento y de una
experiencia vivida. Ello no significaría hacer los libros a un lado, apuntaría
más bien a la necesidad de comprender el territorio y lo que ahí sucede, por
medio de la articulación entre la palabra escrita con un saber práctico,
corporizado, pues la productividad epistémica, como ya se dijo antes, también
se juega en una esfera relacional. Bajo esta idea, el aprendizaje se da en el
puente entre experiencias vividas y la nueva información que se recibe mediante
un proceso instructivo, resultando en entendimientos más profundos del sujeto
en relación con las estructuras societales sistémicas donde desarrolla su vida.
Referir el
territorio como una pedagogía y no simplemente como el lugar donde se sitúa una
forma de aprendizaje y conocimiento, implicaría entender las pedagogías del
performance como mecanismos que posibilitan a las/os estudiantes establecer
una relación entre sus cuerpos y las historias no escritas e invisibilizadas de
la atrocidad feminicida, la pobreza y el abandono en Ecatepec, es decir, el
alumbramiento de una corpo-política donde se re-conoce el territorio que se
habita, remitiendo a un “soy donde pienso” (Castillo y Caceido, 2015, p. 112). La
periferia urbana deviene así un núcleo generador de conocimientos a través de
los cuerpos de las/os estudiantes que participan en dichas pedagogías. Y sería
en esas interacciones, entre cuerpos masculinos y femeninos, donde los varones
encuentran un asidero para conocer la realidad femigenocida en Ecatepec y
pensar al mismo tiempo sus identidades masculinas.
En las entrevistas a
profundidad que se sostuvieron con los hombres que han participado en estas
acciones, fue notorio que todos ellos antes de incursionar en los performance
permanecían ajenos, e incluso, en algunos casos, ignoraban la sistematicidad de
las violencias que sufren niñas y mujeres, a pesar de ser un problema cotidiano
en sus comunidades. Asimismo, es necesario mencionar que son los varones, en
comparación con las mujeres, los que casi siempre muestran más su incomodidad
ante los ejercicios y temas propuestos como parte de las pedagogías.
El profesor Manuel
Amador, quien es gestor y promotor de estas pedagogías en la “Panchito”, relata
que llevar a cabo este tipo de pedagogías en algún momento desencadenó un acoso
hacia él en sus redes sociales, por parte de dos exalumnos hombres. Actualmente
uno de ellos es judicial y el otro participa en un grupo neonazi (Mondragón y
Amador, 2020). Lo recién planteado enmarca la manera en que este trabajo
problematiza la participación de jóvenes varones dentro de acciones encaminadas
a mermar las violencias feminicidas en Ecatepec, pues los que llegan a
involucrarse en los performance lo hacen, principalmente, según sus
propios testimonios, porque desean “ayudar” a sus compañeras, novias y amigas
contra las violencias que padecen, es decir, no asumen desde el inicio que
dichas violencias también les afectan, a partir de la manera en que estructuran
un orden violento de género dentro de sus comunidades. Esto se constata en las
palabras de Luis Enrique Delgado Luna, alumno de la “Panchito” que se ha
involucrado en algunas acciones:
No he tenido mucha participación porque a veces no he podido
o incluso ni me entero. Pero en las actividades que he participado han sido
marchas y en performance, incluso fuera de la prepa. También en algunas
pláticas. En las acciones que he participado me invitaron unas amigas, me
explicaron en qué consistía y fui, las ayudé con su performance. Fue una
acción contra las chicas que secuestran y son víctimas de trata. Fue un tipo
baile, las chicas tenían sus manos amarradas con cadenas. Y los chavos que
participamos les quitamos las cadenas y un trapo sucio que tenían encima (Luis
Enrique, 17 años).
Por su parte, José
Macedonio Gómez, exalumno de la “Panchito”, reconoce lo que significó su
participación en varios performance para hacer una conciencia sobre las
violencias contra las mujeres y niñas en Ecatepec. Un asunto sobre el que antes
no reparaba:
No sabía que era un
feminicidio antes de participar en los performance. El término lo conocí
por eso. Yo no sabía qué era machismo, violencia feminicida; no sabía ni la
diferencia entre sexo y género. Estaba yo completamente en desconocimiento.
Además de eso, tuvimos un proyecto con el profe Amador. Un proyecto de
investigación de campo. Fui a mi secundaria a hacer encuestas sobre los
feminicidios en Ecatepec. Nuestra intención era investigar las causas de esos
crímenes. Fuimos a una secundaria, porque en ese momento a las que mataban más
estaban en el rango de edad de la secundaria, de 13-14-15 años. Estas acciones
me pusieron a pensar, a ver de otra manera las cosas que hacía yo […] Yo antes
no reflexionaba que las compañeras tenían tanto peligro. Yo en la secundaria
era muy valemadre. Tengo dos primas que cuando íbamos en la calle, no las
esperaba. No me daba cuenta que corren riesgo. Pienso que de esa manera cambió
mi forma de pensar. Todas esas acciones me sirvieron para ponerme a pensar
(José, 19 años).
Los testimonios
anteriores apuntan a considerar las acciones emprendidas por las/os estudiantes
de la “Panchito” como núcleos de interacción entre cuerpos, implicando
en el caso de José una reflexión sobre las ideas, sensibilidades, afectos y
emociones que dan forma a su identidad masculina en relación con las violencias
que padecen las mujeres en su comunidad. Este último punto también se refleja
en el testimonio de Sebastián Alberto López Vargas, exalumno de la “Panchito”
que participó junto con sus compañeras y compañeros en varios performance.
Sebastián aclara que su incursión en las acciones le permitió hacer conciencia
sobre las violencias que padecen las mujeres y niñas en Ecatepec, pero también
comenzó a pensar las violencias de género que sufren los varones:
Tenía antes la idea de que las cosas no estaban tan mal
con las mujeres. Siempre habían tenido voto, voz. Desde ahí me intrigaba por
qué las hacían sentir menos […] puede que maten a más hombres, pero los hombres
se matan entre sí. Y matan a las mujeres por cosas absurdas, por ejemplo,
porque no calentaron bien la comida. Con estos ejercicios también me empecé a
dar cuenta que los hombres sufren violencias de género. Los hombres están
obligados a ser potentes, agresivos, cerrados, a no tener sentimientos […]
Cuando el profe Amador organizaba sus acciones, participaban mayoritariamente
mujeres, y los hombres sólo los que nos acercábamos. Los hombres eran contados
[…] Como, por ejemplo, se hizo un performance del “Violador en tu
Camino”, ahí sí participaron puras mujeres […] En otros donde yo llegué a estar
fue cuando se hizo un mural en los salones sobre feminicidios, y ahí eran como
5 mujeres y 2 hombres. Yo escribí un ensayo sobre esa acción, donde reflexionaba
sobre la participación de los hombres contra los feminicidios. Yo colaboré
pintando el mural y cuando se presentó el mural, se presentaron también los
ensayos. Yo en el ensayo también hablaba de que a los hombres se les exigían
ciertos rasgos como agresividad, cuando realmente no es así, pues hay hombres
que apoyan la lucha contra los feminicidios. Los hombres también podemos
unirnos a esta revolución. Nosotros también tenemos que romper estos rasgos
culturales que nos hacen creer que somos superiores a las mujeres (Sebastián,
18 años).
En los relatos de
José, Luis Enrique y Sebastián se alude directa e indirectamente a sus
compañeras de la prepa, pues ellas son las principales impulsoras de estas
acciones cuyo objetivo es una transformación comunitaria que derive en el
reconocimiento de sus vidas como no asesinables, no violables, no acosables, no
desechables. Este presupuesto llega a hacer un parangón con lo establecido por
Guttman (2000) en su trabajo etnográfico en una colonia popular de la Ciudad de
México, donde establece que los cambios en las identidades y acciones
masculinas que se dan en dicho lugar están relacionados con los activismos que
emprenden las mujeres en favor de mermar las condiciones de precariedad en las
que viven. Es muy raro, nos dice Guttman (2000), que “los grupos sociales que
sustentan el poder, sin importar cuán acotados estén, renuncien a éste sin
oponer resistencia, mucho menos cuando esto surge de un sentido colectivo de
justicia” (p. 53). En un tono parecido Jelin (1990) y Massolo (1992) han
elaborado estudios donde afirman que en América Latina las mujeres se
involucran más en asuntos de sobrevivencia, así como en acciones que catalizan
la participación comunitaria.
Con lo recién dicho,
se podría exponer que los performance llevados a cabo en la “Panchito” a
pesar de ser espacios animados mayoritariamente por la iniciativa de las
alumnas, se convierten en parte de un proceso de encuentro, a través del cual,
hombres y mujeres, se transforman a sí mismos a partir de activaciones
imaginativas que implican al cuerpo y modifican una idea de género en sus
entornos inmediatos. La incursión de los varones en las acciones llevadas a
cabo, aunque sea minoritaria (numéricamente) y se dé sobre la marcha, no es
menos significativa, pues su presencia dentro de los performance
construye espacios en donde la idea de género se entiende siempre bajo una
interacción, junto a las mujeres, situándose a su vez todas y todos en un
territorio común que demanda una urgente defensa de la vida.
Por otro lado, el
predominio en el numero de mujeres, así como los temas que definen los performance
(violencias feminicidas) hacen que las identidades femeninas se conviertan en
un referente para los varones participantes en la conservación y transformación
del sentido que le dan a la idea de “ser hombres” dentro de las acciones que
emprenden. Esto se ve reforzado, en las palabras de Rolnik (2019), cuando habla
de la insurrección micropolítica de los sujetos como un impulso que anuncia
mundos por venir por medio de palabras y acciones específicas: “tal anuncio
tiende a movilizar otros inconscientes por medio de resonancias, agregando
nuevos aliados a las insubordinaciones” (p. 119). En este caso, serían las
mujeres las que con su iniciativa dentro de las pedagogías del performance
anuncian mundos por venir, causando a su vez resonancias en algunos varones que
se suman a las luchas que ellas emprenden para que sus vidas sean reconocidas
como valiosas dentro de sus comunidades.
Sin embargo, lo
anterior no debe interpretarse como una simple adhesión de los varones a una
causa ajena (la lucha por los derechos de sus compañeras), pues como ya se
dijo, también empiezan a escudriñar en las opresiones de género que sufren,
haciéndose aliados de ellos mismos por medio del rechazo a una identidad
masculina violenta y poco expresiva de afectos y emociones. Rechazar, nos dice
Didi-Huberman (2018), no sólo es negar, sino que es crear dialéctica: rehusarse
a hacer lo que nos imponen, pero al mismo tiempo “decidir existir y hacer
otra cosa” (p. 81), como lo demuestra el siguiente pasaje donde
Gabriel Serafín Ordoñez, exalumno de la “Panchito”, habla sobre su experiencia
dentro de las pedagogías del performance y, a la vez, comenta cómo esa
participación le ayudó a establecer cuestionamientos sobre lo que se les exige
socialmente a los hombres como una conducta aceptable:
La interacción en
grupo, sobre todo con mis compañeras cuando hacíamos alguna acción, me fue
abriendo los ojos de cómo las violencias que ellas padecen están asociadas con
opresiones de género que también sufrimos los varones. El sistema patriarcal no
es unívoco a las mujeres, también oprime al macho. Siento un poco de envidia
con las mujeres porque ellas están resignificando lo que significa ser mujer,
pero el varón está en el epítome de un desierto ideológico porque las
masculinidades heredadas no nos sirven […] A mí me gusta pensarme como un macho
en rehabilitación ¿no? Yo no podía llorar en frente de un hombre porque me
decían puto, pero te das cuenta que somos seres emocionales y racionales. Un
hombre para decirle a otro hombre “te quiero”, le dice “pinche puto” o “huevos
culero”, formas que son como de agresión y que apuntan a un significado de
amor/cariño ¿Pero por qué no decir simplemente te quiero y ya? Somos seres
sociales y queremos a otras personas, podemos decir “te quiero” y hay varias
personas que se lo guardan. A mis amigos hombres les digo ahora “te quiero”.
Cuando le digo por ejemplo a mi amigo Mario “oye wey, yo si te quiero mucho” y
me dice que no le diga eso, que no sea puto. Y le contesto que genuinamente le
aprecio, que le tengo confianza (Gabriel, 21 años).
Discusión: las pedagogías
del performance como estrategias estético/políticas para repensar el género
en Ecatepec
A partir de los testimonios expuestos en el apartado
anterior, este trabajo propone un abordaje analítico de las pedagogías del
performance como estrategias estético-políticas que establecen una relación
entre masculinidades y violencias feminicidas, pues potencializarían en los
hombres participantes una transformación de un orden sensible y práctico
(ético), permitiendo pensar el cuerpo como un territorio pedagógico donde se
aprendería, a partir de la creación e imaginación de lenguajes visuales y
gestuales, a desandar y cuestionar el habitus violento masculino de la
periferia. Los cuerpos se convierten así, dentro de estas acciones, en
escrituras visuales donde residiría una transformación en el entendimiento de
su estadía en el mundo. La imagen aquí no sólo se haría carne por medio del performance,
sino que se transformaría en táctica/gesto para la sobrevivencia y
re-existencia en un territorio, en tanto que anuncia el eco de una sublevación,
pues como afirma Didi-Huberman (2018):
[…] incluso antes de afirmarse como actos o como
acciones, los levantamientos (desobediencias) surgen del psiquismo humano como
gestos: formas corporales. Son fuerzas que nos levantan, indudablemente, pero son
sobre todo formas que, antropológicamente hablando, las vuelven
sensibles, las vehiculan, las orientan, las ponen en práctica (p. 28).
Pensar en las pedagogías
del performance como estrategias estético-políticas, desde los procesos de
intercorporización que implican, apunta a replantear el
sentido de lo político a partir de una “puesta en escena de los cuerpos”,
marcada por el disenso, que afecta los marcos y referentes bajo los cuales los
varones sienten y conocen aquellos elementos que los hacen entender el mundo.
Hay una relación estético-política en las maneras de expresión y circulación
del lenguaje que despliega el performance para producir otros escenarios
sobre lo posible, sobre lo real; por esa razón, se entiende la importancia del performance
como dispositivo cultural “no tanto desde la densidad interpretativa de sus
símbolos, sino más bien desde las posibilidades de su continuidad política”
(Vich, 2011, p. 396). Esta
definición resuena en la noción de lo político propuesta por Rancière
(2007): no es una circunstancia del Estado y mucho menos de un sistema
económico o ideológico. Es una relación de
intersubjetivación/intercorporización que define lo visto y lo invisto, los que
cuentan y los que no cuentan dentro de un marco social. Según Rancière, “la
democracia no es ni una forma de gobierno ni un estilo social, es el modo de
subjetivación por el cual existen sujetos en común” (2007, p. 9). Partiendo de
las palabras de Vich y de Rancière, podríamos decir que las pedagogías del performance configuran
estéticas a través del cuerpo y de ciertos objetos que apuestan,
experimentalmente, por una transformación de la sensibilidad y la
representación para poder renombrar, percibir y apropiarse el mundo de otra
manera.
Por otro lado, las
imágenes que producen los varones estudiantes de la “Panchito” junto a sus
compañeras, por medio de las pedagogías
del performance, remiten en un buen número de acciones a una
“dramaturgia feminicida” en Ecatepec, la cual se define en este trabajo como
una actuación que llevan a cabo alumnos/as de la prepa 128, organizándose a
partir de roles bien definidos para intervenir los espacios en Ecatepec donde
han sido encontrados cuerpos de mujeres y niñas asesinados (abandonados): las
mujeres representan las víctimas, mientras los varones les toca el papel de
victimarios; a través de maquillaje, máscaras, ropas y objetos como cadenas,
cuchillos, entre otros, los varones encarnan imágenes de violencia contra lo
femenino. En ese tenor, la intención de los/as estudiantes es hablar, a partir
de imágenes corporales, sobre la realidad de las violencias feminicidas en
Ecatepec donde la mayor parte de los victimarios son hombres. En estas escenas
se enfatiza la crueldad y la violencia de signo masculino que predomina en sus
comunidades, como lo menciona Luis Enrique:
En las acciones que he participado, en la mayoría acuerdo
con mis compañeras cómo ir caracterizado […] Recuerdo una vez una
caracterización muy aparatosa, impresionante, que remitía a los agresores de
las mujeres. Era un hombre bastante imponente, con una cara arrugada, manchas
de sangre en la ropa, rota, con manchas de suciedad (Luis Enrique, 17 años).
José Macedonio comenta algo parecido:
Participé en un performance de las violencias contra
las mujeres. Fue adentro de la “Panchito”. Representamos la situación de
violencia con música relajada y simulábamos la violencia familiar, el acoso.
Representé la violencia familiar, me tocó ser el papá violentador. El profe
Amador planteó la idea y que pensáramos qué tipo de violencia íbamos a
representar. Como soy el más alto y robusto, me dijeron que podía hacer de papá
porque ellos son los poderosos. La mamá era una compañera chaparrita (José, 19
años).
Estos testimonios no
deben pensarse como una esencialización de los roles dentro de los performance,
pues en las acciones que se emprenden siempre se da un cierre “liberador” de
esas violencias donde las/os estudiantes construyen otras imágenes corporales
que remiten a la esperanza, equidad y justicia. Como se ha visto en otros
testimonios, la participación de hombres en las acciones contra las violencias
feminicidas también refiere la pinta de murales, escritura de ensayos, entre
otras cosas.
Bajo dichas
consideraciones, este trabajo pone énfasis no tanto en definir quiénes son los
jóvenes varones que participan en los performance, sino cómo usan los
recursos del lenguaje, la historia y la cultura para devenir hombres más que
para ser hombres en Ecatepec. Las masculinidades de estos jóvenes no se comprenden
como un conjunto de atributos que obedezcan a un patrón único identitario y de
conducta, más bien se van configurando por medio de saberes encarnados,
producidos a través de su participación en los performance, pero también
a partir de su vida cotidiana en Ecatepec y todo lo que ésta implica. En una
línea parecida, Amuchástegui (2006) afirma que la masculinidad debe entenderse
a partir de la comprensión de la fluidez de la subjetividad de género, es
decir, como un proceso social que se va construyendo de acuerdo con las
interacciones y especificidades sociales, económicas y políticas en las que
viven los hombres y las mujeres. En ese entendimiento, la masculinidad, al
igual que la feminidad, no deben considerarse como caracterizaciones que
corresponden, “naturalmente”, a hombres y mujeres respectivamente, sino como
posiciones identitarias y subjetivas que adoptan los cuerpos, sin importar su
anatomía, dentro de una escena social cambiante.
Por otro lado,
podría decirse que la metaforización visual/corporal de la violencia que hacen
los jóvenes dentro de estas acciones contribuye a la emergencia futura de un
ímpetu cuestionador sobre la imagen del hombre “violentador”; las metáforas son
conceptos mediante los cuales vivimos nuestras vidas: “nuestro sistema
conceptual es esencialmente metafórico, la forma en que pensamos y vivimos lo
cotidiano está definido por las metáforas” (Lakoff y Johnson, 1980, p. 3). Por
esa razón, las imágenes de violencia encarnadas en los cuerpos de estos jóvenes
a la hora de personificar a un padre violento, a un acosador, a un feminicida,
serían metáforas visuales/corporales que ayudan a los estudiantes a descifrar
las narrativas que dominan la vida cotidiana en Ecatepec, para de ese modo ir
avizorando otras maneras de “ser hombre”. Es como si el futuro se acechara por
medio de la imagen, convirtiéndola en una especie de umbral entre mundos
pasados de violencia y muerte, y mundos por venir donde la equidad y la vida se
defienden. El significado de una experiencia en el presente, según Turner
(1982), siempre se genera en función, simultáneamente, de una memoria y de una
mirada al porvenir que permite establecer metas y modelos para una experiencia
futura en la que se aspira no cometer los errores de experiencias pasadas. De
ese modo, el performance a partir de las experiencias que genera en
estos varones sería una herramienta que les posibilita crear un conocimiento
para un futuro, apelando a una memoria por las víctimas de las violencias
feminicidas en Ecatepec, y vinculándola al mismo tiempo con metas y modelos
bajo los que estos jóvenes aspiran a alejarse de una identidad masculina
violenta.
Las imágenes creadas por medio del performance,
en este caso, más que transmitir permiten ir construyendo un conocimiento,
proporcionándole al cuerpo un potencial inventivo que lo posiciona en el
trayecto de una transformación, por medio de la suspensión de una secuencia de
gestos y movimientos que ayudan a los sujetos a labrar una conciencia sobre las
violencias contra lo femenino que definen la vida cotidiana en Ecatepec. El performance
fotográfico “Congelando la violencia y las afectaciones a la condición humana”
(Figura 2) que alumnos/as de la “Panchito” llevaron a cabo en sus aulas durante
2016, resulta ilustrativo para comprender mejor este punto, pues en dicho
ejercicio los/as estudiantes reproducen escenas donde el gesto violento contra
niñas y mujeres queda suspendido (congelado) en un tiempo/espacio que es
registrado mediante una fotografía.
Figura 2. Performance
fotográfico “Congelando la violencia y afectaciones a la condición humana”,
realizado por alumnos/as de la “Panchito”.
Foto: Manuel Amador (2016).
Lo anterior permite
pensar que las imágenes creadas por los jóvenes con sus cuerpos, dentro de esta
acción, se construyen a través de un repertorio sensorial donde se
comunica y se piensa la transformación de una identidad masculina
violenta/abusiva a partir de variaciones corporales que quedan “congeladas” en
una imagen: gesticulaciones, expresiones faciales, posturas. Esto se sintoniza
con la hipótesis lanzada por Serres (2011) cuando expresa que:
[…] las metamorfosis del cuerpo y el mimetismo del
aprendizaje funcionan como softwares; los gestos tendrían las
mismas relaciones con los montajes anatómicos y las funciones fisiológicas y
bioquímicas que, en una máquina, la de los softwares con lo físico […]
el software metamorfosea lo físico al igual que el cuerpo se
metamorfosea por sus gestos y mímicas (pp. 99-100).
Los performance
que se gestan en la “Panchito”, haciendo caso a lo dicho por Serres, serían una
especie de softwares que por medio de tácticas miméticas y gestuales
(visuales) son capaces de metamorfosear el cuerpo y lo que éste conoce de su
realidad.
Estas imágenes
corporales serían más un evento que una estructura visible, pues les ayudarían
a los varones a pensarse a partir de una desidentificación con una
imagen/identidad masculina violenta. La desidentificación, señala Muñoz (2011),
“tiene que ver con reciclar y repensar un significado codificado […] es una
estrategia que opera con la ideología predominante y contra ella” (pp. 569,
595). La desidentificación que ocurre en los varones con respecto a una imagen
masculina violenta, a través de los performance, comprende incesantes
variaciones de un cuerpo que se debate en la piel ante un poder identitario[4]
que establece lo que significa “ser hombre” en un contexto definido por la
pobreza y por una hiperviolencia de raíz mafiosa.
La manera en que
opera dicho poder identitario con respecto a lo que significa “ser hombre” en
Ecatepec, hace imposible entender las pedagogías del performance como
mecanismos que producen “hombres redimidos” alejados totalmente de los
presupuestos de control, prestigio y la demostración de fuerza que caracterizan
una masculinidad hegemónica en la periferia. Con ello de ninguna manera se
sugiere, como ya se constató líneas arriba, un cuestionamiento a los procesos
de desidentificación que estos varones hacen sobre ciertos aspectos de sus
identidades masculinas, a partir de la relación que establecen con sus
compañeras dentro de las pedagogías. Más bien se propone, con base en lo dicho
por los estudiantes durante las entrevistas a profundidad, que su respuesta
afectiva, ante su involucramiento en las pedagogías
del performance, es siempre negociada y vinculada a las
condiciones económicas, políticas y éticas que impone la periferia. El afecto
es algo que va más allá de la experiencia individual. La idea de “ser hombre”
en Ecatepec, que los varones van construyendo de la mano con sus compañeras por
medio de los performance, no puede pensarse como una redención que los
transporta y pone en un terreno donde automáticamente se alejarán de cualquier
presupuesto que impone un poder identitario en torno a lo masculino. Ellos
después de participar en las acciones siguen viviendo en una realidad donde las
desigualdades económicas y de género prevalecen.
Entonces, a lo que
apuntaría este análisis no es tanto a una dicotomización, a partir de la
participación de estos jóvenes en los performance, entre masculinidades
redimidas y masculinidades caracterizadas por los mandatos de demostración de
fuerza, temeridad y violencia. Tanto en las acciones de las pedagogías donde
participan los varones estudiantes de la “Panchito”, así como en los relatos
donde dan cuenta de estas experiencias, habita una ética sostenida en el
encuentro entre palabra y acción, que defiende la vida y lo femenino como forma
de vida, pero sobre todo apuntala un deseo por ser otro tipo de hombre que
muchas veces no coincide con las trayectorias biográficas que estos jóvenes
estudiantes construyeron y construyen en su día a día, en medio de un contexto
precario. Y es en esta falta de coincidencia donde va emergiendo una
subjetividad que produce, con tensiones y traspiés, maneras de re-existir como
hombres en Ecatepec.
La elaboración de
imágenes corporales, las interacciones que se dan en las acciones, las
escrituras reflexivas sobre los performance, los debates entre
estudiantes para planear alguna intervención son un conjunto de prácticas
pedagógicas donde se repiensa colectivamente la jerarquía entre lo masculino y
lo femenino en medio de significados que son movilizados a través de las
representaciones sociales y el lenguaje. Estas pedagogías catalizarían
dinámicas desidentificadoras para frustrar y resistir los modelos de género
socialmente prescriptivos, no para llegar a adquirir una identidad final/ideal,
sino para inaugurar un devenir que no tiene un punto de llegada y que
caracteriza un modo de existir: en lugar de pensar la identidad, nos dice Hall
(1990), “como un hecho consumado, deberíamos pensar la identidad como una
producción que siempre está en proceso, nunca se termina y siempre se construye
dentro, y no fuera, de la representación” (p. 222).
Reflexiones finales
Las pedagogías
del performance sobre las que este trabajo habla son herramientas
de aprendizaje, gestionadas desde la escuela, que a partir de las dinámicas
intercorporales que establecen entre alumnos y alumnas de la “Panchito” contribuirían
a dar pasos preliminares para pensar una transformación individual y colectiva
que posibilite otras formas de relacionalidad social, a partir del género, en
la periferia urbana. Como se observó a lo largo de este artículo, dicha
transformación está definida por una transferencia de saberes corporizados, a
través del performance, sobre los problemas sociales que afectan a las
personas que viven en Ecatepec, como es el caso de las violencias feminicidas.
Éste sería un conocimiento que no se basa en archivos de objetos y datos, sino
en repertorios de gestos y palabras hablados, convirtiéndose en un saber útil
para los propios sujetos (Taylor, 2003, citada en Prieto y Toriz, 2015). Lo que
se va gestando en la participación de estudiantes, dentro de los performance
que planean y llevan a cabo, es un repertorio de imágenes, gestos y movimientos
para poder ir produciendo, colectivamente, saberes intercorporizados que les
permitan re-existir como hombres y mujeres en Ecatepec.
Las pedagogías
del performance contra las violencias feminicidas, por medio de las
dinámicas intercorporales que implican, permitirían a los hombres participantes
re-conocer la realidad violenta que viven las mujeres en Ecatepec, y, al mismo
tiempo, les posibilitarían repensar sus identidades masculinas por medio de una
dramaturgia donde se integran aspectos sobre cómo valoran la vida y sus
relaciones con los otros y las otras, y la manera en que actúan las ideas que
ellos imaginan para sí mismos y para los otros y otras.
La valía de estas
pedagogías, para el caso de los varones que incursionan en ellas, no estaría
tanto en la apelación a convertirse en un cierto tipo de hombre “ideal”, sino
que por medio de su carácter relacional apuntan a un planteamiento muy
concreto: “devenir hombre con” (las otras, los otros). Sin embargo, no
debe asumirse que el propósito de este trabajo es considerar dichas pedagogías
como una estrategia modélica para trabajar con varones, a través del performance.
En cambio, se conciben más como un intento educativo situado que ilumina un
posible camino, entre otros, para que los hombres puedan concebir sus
identidades masculinas siempre en una vinculación estrecha con sus condiciones
específicas materiales de vida.
Es importante
aclarar que este tipo de iniciativas como las pedagogías implementadas en la
prepa 128, deben ir acompañadas por políticas de redistribución económica y
social que ayuden a mermar la pobreza y la desigualdad. Abordar el tema de la
educación y su papel en la prevención de las violencias asociadas al género
debe tomar en cuenta los alcances y límites de la labor educativa en términos
de transformación. No se puede esperar una transformación y por tanto una
prevención de las violencias (feminicidas), dejando todo a merced de la
escuela. Es poco razonable, como menciona Escalante (2015), esperar que la
escuela por sí sola permita superar las violencias, la pobreza y hacer frente a
todo el resto de las instituciones y estructuras sociales de desigualdad.
Por lo anterior, una
conclusión importante de este trabajo radica en entender que el desmontaje de
los privilegios que ostentan los varones no tiene que ver enteramente con una
cuestión volitiva personal. En el problema también debe considerarse el papel que
juega un sistema de dominación de cuño capitalista y androcéntrico, que en el
caso de Ecatepec se manifiesta a partir de la prevalencia de un orden económico
mafioso y masculino. Por ello, se hace énfasis en el trabajo relacional y
colectivo (mixto) que implican las pedagogías
del performance aquí analizadas, pues se entiende que la
desestabilización de dichos privilegios, sostenedores de desigualdades entre
hombres y mujeres, no radica en una declaración de fe individual por parte de
los varones para establecer por decreto una renuncia a eso que Connell (2009)
ha denominado el “dividendo patriarcal”, el cual se refiere a las ventajas y
ganancias que los hombres obtienen (aunque critiquen el “dividendo patriarcal”)
de la subordinación estructural de las mujeres. En las pedagogías del performance el encuentro entre
cuerpos, masculinos y femeninos, pautaría una interacción en la que los varones
reflexionan sobre sus propias identidades masculinas siempre en relación con
sus compañeras participantes y con el contexto donde acontece su vida
cotidiana, es decir, siempre hay una exterioridad (femenina e histórica) que
interpela la transformación de sus identidades masculinas. La identidad,
advierte Phelan (2004), “sólo es perceptible a través de la relación con el
otro […] es una manera donde el self diverge y se vincula con el otro”
(p. 13).
El entre bajo
el que ocurren estas pedagogías, permitiría pensar el género a partir de la
inseparabilidad de hombres y mujeres dentro de las relaciones sociales, desde
una perspectiva que entiende sus cuerpos como co-sustanciales y simultáneos
dentro de la vida social. Los varones a los que se refiere este trabajo
co-construyen, junto a sus compañeras mujeres, una serie de experiencias y
conocimientos que les posibilita pensar en una idea de género situada en la
periferia urbana, y cifrada en la simultaneidad de lo masculino y lo femenino
que definen lo social.
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José Ricardo Gutiérrez Vargas
Mexicano.
Investigador asociado en el Centro Regional de Investigaciones
Multidisciplinarias (CRIM), de la Universidad Nacional Autónoma de México, en
los programas “Equidad y Género” y “Cultura, Política y Diversidad”. Miembro
del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (Conacyt), México. Doctor en Humanidades por el King’s College
London (University of London) con una investigación que versa sobre el cruce
epistémico entre imagen, memoria, justicia y género en los discursos visuales
del feminicidio en México. Sus líneas de investigación son cultura visual y
género; vínculo memoria social/justicia/performance; masculinidades,
neoliberalismo y violencia; estrategias políticas y pedagógicas contra las
violencias feminicidas en América Latina. Ha sido docente en universidades como
la University of London, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el
Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Cuenta con varias publicaciones
en revistas especializadas y ha participado en diversos seminarios,
conferencias y congresos en Europa, Canadá y América Latina enfocados en los
debates actuales de género, violencia, imagen, memoria y performance.
Entre sus publicaciones más recientes se encuentran Género y mirada: la
invisibilización del conocimiento producido por las mujeres en México (2022); e
Imágenes de la crueldad. Violencias femigenocidas en México bajo la mirada de
un régimen escópico androcéntrico/neoliberal.
[1] De acuerdo con estadísticas del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio se
establece que, entre 2014 y 2017, ocurrieron 1420 asesinatos de mujeres en el Estado de México, y
Ecatepec es el municipio con más crímenes (Rojas, 2018).
[2] Es necesario aclarar que, siguiendo la
premisa del performance como concepto expansivo, según lo propone
Fuentes (2020), el uso de dicho término en este trabajo, tanto en su forma
singular como plural, se refiere a las acciones contra los feminicidios, que
han llevado a cabo las/os estudiantes de la preparatoria Francisco Villa, en
dos sentidos: como representaciones puntuales escindidas de la vida cotidiana
para denunciar y hablar de una problemática concreta (violencias feminicidas en
Ecatepec) y, a su vez, como herramientas corporales/analíticas que les permiten
a los/as estudiantes intervenir e indagar sus propias conductas y los entornos
donde viven.
[3] La
injusticia epistémica (hermenéutica) se refiere, según Fricker (2017), a “una brecha en los recursos de
interpretación colectivos, situando a alguien en una desventaja injusta en lo
relativo a la comprensión de sus experiencias sociales” (p. 18).
[4] Fricker
(2017) denomina “poder identitario” a un poder “que depende de que las personas
compartan una identidad social, una concepción viva en la imaginación social colectiva
que rija, por ejemplo, lo que significa ser un hombre o una mujer […] cada vez
que hay una actuación del poder que depende en un grado significativo de este
tipo de concepciones de la identidad social compartida en la imaginación, opera
entonces un poder identitario” (p. 37).